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Texto del Pregón de Navidad 2016 – Asociación Belenista de Oviedo – Dª. Concepción Quirós

16 Dic 16
Presidencia FEB
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En la tarde-noche de hoy, viernes 16 de diciembre de 2016, ante el numeroso público congregado en el Salón de Actos de la Parroquia de San Juan el Real de Oviedo, en un acto amenizado por el Coro Reconquista, Dª. Concepción Quirós, directora de la Librería Cervantes, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


Concepcion Quirós, pregonera de la Navidad 2016 en Oviedo (16/12/2016)

Concepcion Quirós, pregonera de la Navidad 2016 en Oviedo (16/12/2016)

«Buenas tardes a todos:

En primer lugar, y como manda la buena educación, quiero dar las gracias a la Asociación Belenista de Oviedo por pensar en mí para ser pregonera este año. Y hacerlo, además, en un marco como éste, el salón de actos de la Basílica de San Juan, a la que me siento muy cercana, me enorgullece aún más.

Es un auténtico honor y una gran responsabilidad formar parte de un grupo en el que anteriormente han estado personalidades como Emilio Alarcos, José María Martínez Cachero, Carmen Ruiz-Tilve, Paloma Gómez Borrero, Isabel San Sebastián o mi buen amigo Román Suárez Blanco, entre otros. Así que espero estar a la altura de vuestras expectativas.

Y, por supuesto, quiero agradecer a todos la presencia en este acto que, para mí, es muy especial porque hablar de Navidad me transporta a mi infancia, y retroceder a esos años siempre te hace ser un poco más niña y un poco más sentimental. Lo cual en estos tiempos, no me parece nada mal.

Para mí Navidad significa -desde hace muchos años- preparar mi Librería Cervantes con sus mejores galas para atender como es debido y se merecen las decenas de personas que nos visitan buscando el libro adecuado para sus gustos. Para regalar o para regalarse. Todo ha de estar a punto. Todo ha de estar engalanado para ofrecer la mejor Navidad a nuestros clientes, a nuestros amigos. Unos días intensos en los que todo el personal de la gran familia que es Cervantes trabaja sin descanso para que no falle ningún eslabón, para que todos se vayan satisfechos y con la idea de regresar a este mundo de cultura que intentamos inculcar día tras día en nuestra librería.

Y cuando llegan estas fechas, como dije antes, pienso en mi niñez, en mis navidades infantiles, con mi familia, con mis tres hermanos y con mis padres. Y sonrío recordando nuestras anécdotas, nuestras travesuras, nuestras impaciencias. Recuerdo cómo los papeles plateados de los chocolates se convertían en ríos, que veíamos fluir y en los que campeaban los patos. A veces, con cristales rotos, los ríos se convertían en bravíos, mientras los patos, que por algún accidente inocente carecían de cabezas, rodeaban la masa de agua con sus decapitaciones ocultas bajo rocas construidas de restos de carbón de encender la cocina de nuestra casa.

Esperábamos impacientes la llegada de una señora, que supe luego era una lechera que vivía por las afueras de Oviedo y nos traía el musgo, que aquí llamamos mofu, en un burro, que bien quisiéramos cogerlo para nuestro nacimiento. Ese musgo que marcaba el sendero para los pastores y para las lavanderas, que crecían en función de los dineros disponibles cada año. Y los reyes recorrían una y otra vez el camino hacia la adoración del Niño Jesús, ante nuestra impaciencia porque llegara el día en el que no había muchos regalos, pero sí mucha ilusión. Como dijo la periodista americana Erma Bombeck, «No hay nada más triste en este mundo que despertarse la mañana de Navidad y no ser un niño». Así que, seamos niños, aunque sea una vez al año.

Hoy sigo sintiendo una gran emoción cada vez que llegan estas fechas. Y en mi casa comienzo a desplegar todos los misterios o nacimientos que he ido coleccionando a lo largo de los años y de mis viajes por distintos lugares del mundo. Guatemala, Nápoles, Perú, Praga. Con todos ellos, alrededor de una decena, y construidos con diferentes materiales, de alguna manera, celebro la Navidad con personas que desde distintos puntos del Universo hablan en estas fechas un mismo idioma.

Y es que como dijo la escritora americana Edna Ferber, «la Navidad no es una temporada, es un sentimiento». Pero es también un momento para detenerse y repasar. Y pensar. Y sentir. Y para hacer balances de los momentos vividos a lo largo de todo un año. Un año que ha vuelto a ser complicado para la generalidad de las personas. Un año convulso, en el que la crisis no ha remitido, en el que sigue habiendo carencias primordiales, en el que muchas personas siguen pasando graves necesidades. Un año en el que es necesario volver a reivindicar que no falte lo esencial, que haya un mayor entendimiento entre los pueblos, que seamos un poco más solidarios con nuestros congéneres, que repartamos más cariño a quienes nos rodean.

Muchas veces me preguntan qué libro puedo recomendar por Navidad y es difícil para mí seleccionar un título porque son muchos los que recuerdan y reivindican estas fechas. Pero, a menudo, me acuerdo de un relato breve que leí hace muchos años, titulado «Un recuerdo de Navidad», del escritor Truman Capote, una especie de narración autobiográfica que habla de un niño de campo en los años 30 que, pese a carecer de mucho, disfruta de la alegría de poder dar algo durante la época navideña.

Ellos, los niños, son los que nos marcan con frecuencia el ritmo que debemos tomar, mientras los mayores nos perdemos en situaciones que no nos llevan a buen puerto o, al menos, la mayoría de las veces, no nos aportan nada satisfactorio. Y es que son los más pequeños los que, a menudo, con sus actitudes inocentes y desinteresadas, nos hacen comprender lo que realmente merece la pena en la vida. La importancia de dar antes que recibir. La importancia de valorar las pequeñas cosas como algo grande.

Por eso, cuando alguien nos pide pensar o hablar de la Navidad, la mayoría nos remontamos a nuestra infancia. Y comienzan a fluir imágenes de alegría, de risas incontenibles, de los preparativos propios de la época y, por supuesto, de nuestro belén. Ese que cada uno fuimos construyendo, aumentando y sustituyendo, pieza a pieza, pero que casi siempre nos ha acompañado a lo largo de nuestra vida. Modestos belenes que se convertían en nuestro territorio más preciado en unos días de vacaciones y asueto.

Nada que ver, desde luego, con los magníficos que exhibe la Asociación Belenista de Oviedo, cuya labor es de justicia reivindicar todo el año, aunque sus trabajos queden más patentes en estas fechas. Y quiero ensalzar el afán entusiasta que viene realizando desde que nació en el año 1988, gracias a un grupo de profesionales, que quiere promover el belenismo, en sus vertientes culturales, artísticas y religiosas. El belén de la Asociación Belenista de la ciudad, realizado en el taller de la entidad, ha tenido año tras año un elevado número de visitantes. Del taller salen cada Navidad otros belenes solicitados por empresas o instituciones públicas. Y gracias a vosotros desde 2006 la ciudad de Oviedo y cuantos visitantes lleguen, pueden contemplar el conjunto belenista que engalana la Plaza de Trascorrales, que incluye un belén monumental, en el que no falta el gran portal con figuras de tamaño natural, así como las diferentes exposiciones de belenes que se realizan en varias partes del mundo. Decenas de miles de personas acuden a las actividades que promueve la asociación, y cada año se ve superada, gracias, precisamente, a su afán de mejorar en cada edición, un espíritu que todos debemos imitar en todos los aspectos de nuestra existencia.

Y es que el belén simboliza más que ninguna otra cosa la Navidad y es importante recordarlo en unos momentos en los que parece que todo se ha desvirtuado y nada es lo que debería ser. Las calles se adornan de luces, de árboles, de Reyes Magos, de sus emisarios y de Papás Noeles, que quieren hacernos ver que ha llegado el momento de celebrar el nacimiento de Jesús. Resuenan cánticos y villancicos y a todos nos invade un espíritu de alegría y nostalgia. Pero la Navidad es mucho más que eso. Mucho más que simples regalos, que anuncios comerciales que nos llevan al puro mercantilismo. Y lo digo yo, que en mi librería vendo libros estos días, pero en ellos va mucho más que la simple venta. Van sentimientos. Van buenos deseos, va un pedazo del auténtico espíritu navideño que debemos sentir.

Yo, que vivo rodeada de libros que cuentan historias que fluyen demasiado rápido, cada año por estas fechas me vuelvo a acordar de historias que he ido viviendo a lo largo de mis días. De historias que me han contado y, por una u otra razón, me han ido dejando huella. Recuerdo a Melchor, con el que pude hablar en una ocasión, y emocionado me contó cómo un pequeño le dijo que su mayor regalo sería que curase a su hermano que tenía una enfermedad que sus papás decían era muy mala. Ver a tantos niños que se acercan a contemplar con emoción y gestos de sorpresa vuestros belenes, auténticas obras de artesanía, tras muchas horas de trabajo y esfuerzo, creo que compensa. Y si no es así, decídmelo vosotros.

Aunque el tiempo transcurre deprisa, la Navidad nos deja eternos instantes. Y deberíamos embotellar esa fragancia e ir dosificando los bellos momentos que nuestra vida nos depara. Sin dejar de pensar que lo mejor y lo más satisfactorio es compartir. Me considero una persona positiva y optimista, pero realista. Por eso quiero seguir reivindicando que hay gente buena en este mundo, un tanto cruel a menudo, que persigue sueños propios y ajenos, que quiere que todos seamos un poco más felices. Yo intento repartir un trocito de esa felicidad a través de las historias que se encierran en mis libros. Esos mundos posibles que nos cuentan algunos escritores que buscan hacer nuestra vida mejor. Y vosotros, estoy segura, también repartís felicidad, no sólo a niños, sino también a mayores, que acuden a ver el fruto de vuestros empeños.

Por eso, quiero reivindicar vuestra labor. Esa que habéis ido forjando a lo largo de los años. Con momentos, que a buen seguro, no siempre fueron fáciles. Yo, que me considero ovetense, aunque me nacieron en Pillarno, pero que he vivido casi todo el tiempo en esta maravillosa ciudad, os digo que, de verdad, me siento muy orgullosa de que forméis parte tan activa de ella. Y lo cuento a las gentes de fuera para que se acerquen a empaparse de vuestra sabiduría y vuestro espíritu navideño. Ese tan necesario cada año. Cada día. Porque el belenismo es también cultura y esta nos hace mucha falta para saber, para opinar, para comprender todo lo que nos rodea.

Para finalizar, quiero manifestar un deseo, bueno más de uno: vivamos la Navidad con el espíritu que se merece. Recordemos cuando fuimos niños y la ilusión era nuestro motor. Seamos niños y contagiemos a cuantos nos rodean. Digamos gracias. Repartamos alegría. Digamos «te quiero» a quien queremos. Repartamos abrazos como regalo y nunca olvidemos a quienes no nos ofrecen todo esto, porque quizás no pueden o no saben. Así que, ¡enseñémosles a hacerlo!

Felicidades, de nuevo, a la Asociación Belenista de Oviedo. Mi eterna gratitud por hacerme partícipe de su labor a través de este pregón.

Y, por supuesto, a todos, Felices Navidades. No dejen de soñar… Quizás el próximo año, a punto de llegar, sea generoso y nos ayude a cumplir nuestros deseos.

Muchas gracias.»

Concepción Quirós – Oviedo, 16 de diciembre de 2016

Texto del Pregón de Navidad 2016 – Asociación de Belenistas de Elche – Dª. María Pomares Sánchez

08 Dic 16
Presidencia FEB
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En la tarde-noche de hoy, jueves 8 de diciembre de 2016, ante el numeroso público que ha llenado el Gran Teatro de Elche, en un acto amenizado por un repertorio de villancicos tradicionales interpretados por la Coral y Rondalla Municipal del Centro Polivalente de Carrús, Dª. María Pomares Sánchez, licenciada en Periodismo por la Universidad CEU Cardenal Herrera de Elche y en Derecho por la Universidad de Alicante, diplomada en Sociedad y Estado en España por la Universidad de Alicante y Delegada del Diario Información en Elche, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


María Pomares Sánchez, pregonera de la Navidad 2016 en Elche (08/12/2016)

María Pomares Sánchez, pregonera de la Navidad 2016 en Elche (08/12/2016)

«Excelentísimo señor alcalde de Elche, D. Carlos González, señor presidente de la Asociación de Belenistas de Elche, D. Víctor Sánchez, miembros de la Corporación Municipal, representantes de las entidades festeras de la ciudad… Señoras y señores, amigas y amigos… Buenas tardes.

En primer lugar, quiero agradecer a la Asociación de Belenistas y, en especial, a Víctor y a Paco, que hayan confiado en mí para dar el Pregón de Navidad de este año. Es un honor, pero he de confesar que también es una responsabilidad.

Cuando llegan estas fechas, se habla mucho del espíritu navideño y de que, lamentablemente, cuando pasa el 6 de enero, todos nos olvidamos de valores como la solidaridad, la generosidad, la unión, el compañerismo, la convivencia o la ilusión con los que tanto se nos llena la boca estos días a todos… Le demos o no a la Navidad un sentimiento religioso.

Sin embargo, la Asociación de Belenistas demuestra que, efectivamente, no hay que esperar a que llegue la Navidad para sacar lo mejor de nosotros mismos. Demuestra que es posible vivir la Navidad y ser un poco más personas todos los días del año. Da igual lo que diga el calendario.

Es verdad que las tradiciones y las costumbres van cambiando con el tiempo y, precisamente, eso es lo que nos ayuda a ir avanzando como sociedad. Sin embargo, también es cierto que muchas de esas tradiciones que hemos ido heredando de nuestras madres y de nuestros padres, de nuestras abuelas y de nuestros abuelos, y ellos, a su vez, de los suyos, son las que van dando forma a nuestra identidad como sociedad y, por tanto, a nuestra identidad como personas… Son esas tradiciones las que, en parte, también nos ayudan a construir esa intrahistoria de la que hablaba Unamuno: la historia de la gente anónima que cada día se levanta para ir a trabajar y que, desgraciadamente -y, créanme, de esto sé algo- pocas veces se lleva los grandes titulares de los periódicos, de la tele o de la radio… Pero que, con su día a día, es la gente que hace posible escribir la historia en mayúsculas.

Los belenistas, a lo largo de todo el año, construyen pueblos y palacios, cosechan paisajes que se visten de olivos y palmeras, y crean calles con mil recovecos, como las que se pueden ver desde hace un rato en la Glorieta o en otras poblaciones, como por ejemplo, Orihuela o San Fulgencio. Y, con ese trabajo, los belenistas también van escribiendo, un año más, un poco nuestra historia. Y la escriben con sus manos.

Probablemente, todas y todos, cuando hemos ido a ver el belén de la Glorieta, o el de la antigua CAM, en algún momento hemos pensado que todo es cuestión de maña. Yo, que soy bastante torpe para eso de las manualidades, soy la primera que siempre lo he pensado. O se vale o no se vale para esto.

Nada más lejos de la realidad.

Una de las noches que subí a la nave que tienen en Carrús, me dieron a pintar parte de la escalera de una de las casas. Me negué. No quería estropear algo que habían hecho con tanto mimo y cariño, y a lo que habían dedicado tantísimas horas.

«No te preocupes, prueba», me contestaron.

Y probé, eso sí, con la ayuda de Carmelo.

Me recordaron algo que a veces tendemos a olvidar: que las habilidades personales la mayoría de las veces importan muy poco, si en cada cosa que hacemos ponemos empeño e ilusión. Creo que ahora más que nunca, amigos belenistas, necesitamos de ese empeño y de esa ilusión.

Dicho esto, tengo que reconocer que, cuando allá por el mes de julio, Víctor me propuso ser la pregonera, aunque no me podía negar, sentí muchísimo vértigo. Sabía que no lo tenía fácil. Mis antecesores en el puesto habían dejado el listón demasiado alto.

No era el único reparo que tenía.

Decir que sí implicaba abrir el cajón de los recuerdos y hacer que mi familia también lo abriera conmigo.

Os confieso que desde pequeña siempre tuve miedo a que, si abría esa caja de los recuerdos, y más, si los verbalizaba, muchos de ellos acabarían escapándose.

Ese cajón de los recuerdos se ha ido abriendo solo a lo largo de estos meses y no, no se ha escapado ningún recuerdo. Al contrario, he podido recuperar alguno que estaba tan al fondo del cajón, que ya casi lo había olvidado por completo. Pero, además, he conseguido hacer hueco para que entraran otros nuevos. Incluso, todo ese transitar por los caminos perdidos en otros tiempos me ha ayudado a entender muchas cosas.

En mi casa, por ejemplo, nunca hubo debate entre belén o árbol.

Mi madre zanjó la discusión desde el principio poniendo las dos cosas.

Nuestro belén, no obstante, empezó de forma muy precaria. Era un pesebre y poco más. Sin embargo, poco a poco fue creciendo. Reconozco que no tenía nada que ver con el de los belenistas, pero creo que el cariño con el que lo poníamos era el mismo.

Fue así como llegaron los Reyes Magos, con un camello, el del Rey Melchor, que no sé muy bien por qué, acabó cojo. La primera misión que teníamos cada mañana era levantarlo para volver a recogerlo a la mañana siguiente…

Y llegaron también los pastores y la fogata, las lavanderas y el río, el horno de pan, y el pozo, y animales, muchísimos animales que mi hermano había empezado a coleccionar cuando apenas levantaba dos palmos del suelo… Si le hubiéramos dejado, más que un belén, habríamos acabado montando una granja.

Incluso, un tiempo, se empeñó en poner un pato de madera que en aquel tiempo era como su mascota y le sacaba dos cabezas al resto de figuras. Por más que le decíamos que aquello daba el cante, no nos quedó otra. Y allí estuvo durante varios años, hasta que, por fin, se olvidó del pato.

Aunque ahora, visto en la distancia, creo que el nacimiento no salió ganando sin aquel pato. El pato se fue, pero llegaron dinosaurios, Power Rangers y hasta alguna tortuga ninja, costumbre esta que años más tarde heredaría mi primo pequeño, que hoy de pequeño tiene poco, y nos saca a todos tres cabezas.

Al final, no sé muy bien cómo, nos acabamos juntando con tres o cuatro nacimientos, y, por poner, algún año incluso se acabó poniendo alguno en la cocina.

Así estuvimos durante años y años montando nacimientos por toda la casa, hasta que mi hermano se tuvo que ir a trabajar fuera. Desde entonces, mi madre solo los saca cuando él puede venir a pasar con nosotros la Nochebuena. Ahora me doy cuenta de que, para mi madre, el belén no solo es un conjunto de figuras… Ojalá este año pueda volver a llenar la casa con sus nacimientos.

Sin embargo, sobre todo, recuerdo con fuerza todas aquellas Navidades con los abuelos.

Recuerdo a la bisabuela, que para nosotros era la abuela Paca, enseñándome a aporrear mi pandereta verde para uno de los primeros festivales del cole, mientras el abuelo Antonio nos jaleaba. También lo intentaría con las castañuelas, aunque la pobre no tuvo mucho éxito conmigo.

Y recuerdo las Nochebuenas al calor de las brasas en el campo, cuando aún estábamos todos. Cuando acababa la cena, llegaba lo mejor… Llegaba el momento de asar las castañas. En la mesa no faltaban el turrón y otros dulces, pero nosotros preferíamos las castañas, y mi abuela materna, nuestra abuelita María, lo sabía, y los días previos a la Navidad hacía acopio de provisiones. Aquella noche, además, todos los primos dormíamos allí, y, a la mañana siguiente, la pelea entre los abuelos era por ver quién nos daba el primer beso del día cuando aún estábamos en la cama. Luego llegaba la comida de Navidad, con un cocido, el que hacía la abuela María… Creo que nunca he vuelto a probar un cocido como el de ella.

Años más tarde, el menú familiar cambiaría a petición de los más pequeños, y la costra sustituiría al caldo con pelotas. Llegaron entonces las competiciones entre mi madre y mi tía… Competiciones que aún hoy se mantienen… Por ver quién hacía la mejor costra.

También de aquellos primeros años me viene la imagen de un día de Reyes, de uno del año 1985… Siempre me ha costado mucho diferenciar lo que son vivencias reales de lo que no es más que una reconstrucción de lo que creo que viví o de lo que me habría gustado haber vivido en aquellos primeros años de vida. Supongo que todos tendemos a cubrir aquellas lagunas a las que no llega la memoria.

Sin embargo, el recuerdo de aquel día es particularmente claro. Durante años me dio miedo pensar que aquello no era más que un hueco que necesitaba tapar. Hace un tiempo les pregunté a mis padres. No, no era una laguna.

Aquel día de Reyes de 1985 el «yayo» Carlos, mi abuelo paterno, estaba en el hospital, y mis padres me llevaron a verlo. De pronto, detrás de una ventana, apareció él con una bata blanca, tocó mi mano a través del cristal y me regaló una de esas sonrisas que son capaces de decirlo todo sin hablar. Creo que aquella fue nuestra despedida… Semanas después nos dejaría. Probablemente aquel año, como todos los anteriores y todos los que le siguieron, los Reyes vendrían cargados de muñecas y libros… Los Magos de Oriente sabían que me encantaban las muñecas y los libros… No lo recuerdo. Me quedé con aquel momento.

Catorce más tarde, la casualidad quiso que también fuera la víspera de Reyes el día elegido para pasar mi última tarde con la «yaya», y, entre momento y momento de lucidez, pudimos volver a recordar al «yayo». Desde los primeros días de enero, la «yaya» no acababa de estar bien, y aquella noche de Reyes acabaría ingresando en el hospital. Tres días más tarde se marcharía.

No sé… Creo que mi familia siempre debió tener una influencia especial con los Reyes Magos. Y creo que esa influencia pasó a mi padre, en parte porque le viene de herencia, en parte, porque (ahora que no nos oye) siempre ha sido bastante impaciente. Puede que, por eso mismo, hubo años en los que no necesitamos ni poner los zapatos en la noche del 5 de enero porque, no se por qué extraña razón, Melchor, Gaspar y Baltasar pasaban por casa un par de días antes…

Los Reyes sobre todo se anticipaban cuando sabían que habían acertado con los regalos… Cosa que, no sé por qué, solía pasar siempre, aunque lo que traían poco o nada tenía que ver con lo que habíamos pedido en la carta. Como les contaba antes, yo siempre pedía muñecas y libros. Luego, ellos decidían.

Sin embargo, hubo un año, no me explico muy bien por qué, en el que decidieron improvisar más de lo normal y, además, optaron por que el regalo fuera compartido con mi hermano.

Yo debía tener ocho o nueve años. Mi hermano, todo lo más, dos o tres. Debía haber más regalos… Sinceramente, no lo recuerdo. Solo recuerdo que de uno de los paquetes emergió una pequeña radio azul con un pequeño micrófono conectado… Durante muchísimo tiempo, para nosotros no existieron más juguetes. Aquella radio primero sirvió para cantar canciones y goles… Del Elche y del Madrid, por supuesto. Y sirvió también para que comenzáramos a jugar a ser reporteros.

Luego, a medida que íbamos creciendo, fuimos dejando el micro de lado, pero la radio siempre estuvo con nosotros. Hoy creo que aquel regalo, que ninguno de los dos había pedido, pero que se acabó convirtiendo en el mejor regalo, fue el que acabó despertando mi vocación como periodista.

No obstante, pese a esa influencia especial de mi familia con los Reyes, por casa también pasaba, y sigue pasando, Papá Noel. Que le pregunten si no a mi tío, que en su tiempo libre debía ejercer como poco de Elfo, porque ha habido pocas Nochebuenas a las que no llegara tarde… Eso sí, por lo menos, siempre, cargado de regalos.

Ya, para terminar, me gustaría acabar con un cuento. Relata Eduardo Galeano en uno llamado «Nochebuena» que, en vísperas de la Navidad, el director de un hospital de niños en Managua se quedó trabajando hasta muy tarde. Cuando empezaron a lanzar fuegos artificiales, decidió marcharse a su casa, para festejar con los suyos. Pero, antes, decidió dar un último paseo por la sala para ver si estaba todo orden.

Entonces, se dio cuenta de que unos pasos lo seguían. El médico se giró y vio a uno de los niños enfermos; un niño que estaba solo, y cito textualmente a Galeano, con «su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizá pedían permiso».

El doctor se acercó y el pequeño lo rozó con la mano…

– «Dile a… -susurró el niño-. Dile a alguien que yo estoy aquí».

Ese «dile a alguien que yo estoy aquí» define muy bien el desamparo, e ilustra a la perfección la necesidad que todos tenemos de estar rodeados de la gente a la que queremos… Y más en estas fechas.

Creo que haciendo balance, al final, todas mis Navidades han sido felices, muy felices. Y han sido muy felices porque nunca he necesitado pedirle a nadie que cuente que estoy aquí.

Es verdad que muchas personas queridas se han ido en estos años, pero siempre nos quedarán los recuerdos de aquellos momentos vividos con ellos. Yo prefiero quedarme con eso.

¡¡Feliz Navidad!!«

María Pomares Sánchez – Elche, 8 de diciembre de 2016

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Texto del Pregón de Navidad 2016 – Asociación Cultural Belenista San Francisco de Assis de Puerto de la Cruz – D. Salvador García Llanos

03 Dic 16
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En la tarde-noche de hoy, sábado 3 de diciembre de 2016, en el acto de inauguración de la Exposición de Belenes de la Asociación Cultural Belenista San Francisco de Assis de Puerto de la Cruz, presidido por el Iltmo. Sr. Alcalde D. Lope Afonso, primeras autoridades locales y representantes del Gobierno de Canarias, y amenizado por el Coro Sagrado Corazón, el escritor, periodista, ex-alcalde y actual presidente de la Asociación de la Prensa de Tenerife, D. Salvador García Llanos, ha pronunciado, ante el numeroso público que llenaba el Palacio de Ventoso (antiguo colegio de los Agustinos), de Puerto de la Cruz (Tenerife), el siguiente Pregón de Navidad.


Salvador García Llanos, pregonero de la Navidad 2016 en Puerto de la Cruz (03/12/2016)

Salvador García Llanos, pregonero de la Navidad 2016 en Puerto de la Cruz (03/12/2016)

Cultura Belenista

«Érase una vez… los niños, bueno: gentes de todas las edades, dirán y escucharán esta expresión de forma abundante durante estos días. En la tradición popular alude a un pasado antiguo, muy antiguo, y con ella se anticipa o se imagina un universo mágico y maravilloso, al menos en un cuento infantil, a base de repetirla… para ilusionar y entretener, sobre todo para ilusionar. Como la expresión es empleada en muchas lenguas, a lo largo y ancho del mundo, con su traducción literal o adaptada según las respectivas culturas, esa ilusión se universaliza.

Estamos ya en esas fechas en las que casi todos hablamos el mismo lenguaje, el lenguaje de los cuentos, de los símbolos y de las alegorías en torno a un hito o acontecimiento sin igual. Es el soporte de la manifestación válida para renovar o prolongar las costumbres, para cultivar las tradiciones y para dos hechos más: acentuar las creencias y dar rienda suelta a la creatividad artística o al quehacer artesanal.

En Belén, que significa ‘la casa del pan’, empezó todo. En esta pequeña localidad de Palestina, nació Jesucristo, el Hijo de Dios, el Pan de Vida, el Redentor, el Mesías prometido por Dios desde tiempos remotos. La profecía de Miqueas se ha ido transmitiendo de generación en generación: “Y tú, Belén de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, pues de ti saldrá un jefe que apacentará a mi pueblo, Israel”.

Entonces, se entiende el uso del término belén, también portal o nacimiento, con los que simbolizar e interpretar el Misterio, el leitmotiv de esta conmemoración: se ve al Niño Jesús que ha nacido, recostado en un pesebre, un recipiente donde se pone de comer a los animales que le sirve de cuna improvisada. Está envuelto en pañales -se supone que hace mucho frío- aunque la ternura popular lo representa poco abrigado. Está entre sus padres, la Virgen María y San José: la Sagrada Familia. Este es el motivo central del belén cuya representación nos mueve a la contemplación del gran misterio de la Encarnación del Hijo de Dios.

Se ha transmitido a través de sucesivas generaciones. Aunque ya se aprecian representaciones de la Virgen María con el Niño en las catacumbas, fue san Francisco de Asís, en el año 1223, quien promovió la idea de representar la escena del nacimiento de Jesús utilizando personas y animales de verdad. Algún autor sostiene que esto le ayudaba a considerar la realidad del misterio del alumbramiento de Cristo. La iniciativa se afianzó y se hizo costumbre en la Iglesia, de modo que, hoy en día, en los hogares, en las parroquias, en sedes institucionales o centros cívicos, en tantos lugares del mundo, se celebra la Navidad, en un medio ambiente adecuado, diseñando e instalando el belén.

La conclusión es que estamos ante una saludable y piadosa costumbre popular: el belén como una recreación artística y plástica, llena de matices, de las circunstancias y acontecimientos que rodearon el nacimiento del Hijo de Dios. Esa recreación transmite, entre otras muchas ideas, la bondad de Dios con el género humano, la paz universal entre los hombres y entre los pueblos, la unión entre las familias, la concordia y la humildad. Ayuda al creyente a profundizar en la alegría de la salvación de la Humanidad realizada por el propio Jesucristo.

En el siglo XXI, entre la pérdida de valores, el materialismo y otros males de nuestro tiempo, aquellas cualidades cobran más sentido. Lo escribía esta misma mañana, en una red social, el comercial realejero Oswaldo Hernández Báez: “Qué extraño todo. Se ve la Navidad como una posibilidad comercial a lo largo del año. La antítesis de sus inicios. ¿Será que los mercaderes nos robaron la memoria?”, termina preguntándose.

Tras la descripción general, nos detenemos en esta Exposición de Belenes, cuyos promotores van forjando una cultura belenista, exportable, con proyección, otra prueba de la producción creativa y artística de portuenses enamorados de su pueblo que se esfuerzan, en medio de las penurias, en acreditar que su quehacer no desmerece; que si se quiere, se puede; que con empeño, se llega y se logran resultados cada vez más admirables.

Con todo orgullo, la Asociación Cultural Belenista ‘San Francisco de Asís’ luce ya su título de ingreso en la Federación Española de Belenistas, aprobado en la asamblea celebrada en Madrid el pasado 12 de junio de 2016. Martín Álvarez es el factótum. Ángeles Morales, su esposa, no le va a la zaga. Ahí están ellos, erre que erre, trabajando, alargando horas, gestionando recursos, animando a quienes se suman, haciendo, en definitiva, de todo con tal de que la exposición, la gran referencia de las celebraciones navideñas y de año nuevo portuenses, mejore, gane en calidad y haga las delicias de gente de todas las edades y de toda condición social.

Recuerden: érase una vez, Martín Álvarez, y sus afanes cristalizaron en la ilusión de creadores sensibles y pacientes y de miles de niños y adolescentes.

Su dedicación y su ánimo perfeccionista nos traen en esta ocasión la secuencia de siete dioramas que se puede contemplar en el que fue salón de actos de este antiguo colegio. La Anunciación, la posada, el nacimiento, la anunciación de los pastores, el castillo de Herodes, el mercado de Belén, la huida a Egipto y el pueblo de Belén componen esa secuencia del panorama en el que lienzos transparentes pintados por ambas caras permiten, por efectos de iluminación, ver en un mismo sitio dos cosas distintas.

El icodense Maxi Fuentes, un excelente marquetero, nos ofrece, en la misma sala, con el grupo Taller de la Asociación, una renovada composición de belén hebreo en la que destaca la utilización del espacio arquitectónico.

En las otras salas, antiguas aulas, la familia Afonso Armas y Roberto Torres González reflejan en el esmero con que hay que tomarse este tipo de confección, sobre todo, como es el caso del segundo, cuando hay que valorar las centenarias figuras de los Reyes de Oriente. Igual ocurre con el ajuste de los elementos que luce el profesor de Bellas Artes, natural de Guía de Isora, José María Mesa Martín.

Hasta llegar al belén napolitano en el que Martín y Ángeles vuelcan su versátil minuciosidad artística para completar veinte metros de longitud que condensan la composición que es… una auténtica joya.

Luis Dávila, con sus mezcolanzas e interpretaciones curiosas, aporta, en la última sala, ese buen gusto que siempre cautiva.

Unas breves palabras explicativas para acercarnos al belén napolitano, ubicado en la antigua capilla del centro. Este belén representa la época medieval de Nápoles, donde se observan las costumbres de ese entonces, pero también la llegada de los reyes para adorar al niño. Para realizar este belén los autores han tenido que conocer la historia de Nápoles, cómo era el día a día en la ciudad y saber cómo se vestían los ciudadanos.

El belén napolitano es el más llamativo. Las figuras del mismo pertenecen a la realización y proyecto de un nacimiento compuesto por 278 personajes. Son de terracota, es decir, cada personaje está hecho de arcilla modelada y endurecida al horno. Todas las piezas proceden de Nápoles. Explica Álvarez que fue en la ciudad italiana donde compraron los pies, la cabeza y las manos de las figuras. “El resto del cuerpo -dice- lo hacemos en el municipio con vergas y estropajo. El diseño de los trajes y la pintura de las figuras están confeccionados a mano por nosotros. Los zapatos los hacemos de cuero y los ojos son de cristal”.

Esta detallada descripción sirve para contrastar la meticulosidad de quienes han ido incorporando nuevos personajes y nuevos elementos para proporcionar más lustre y realce a esta auténtica obra de arte, de la que se sentiría orgulloso el mismísimo Carlos III que impulsó, allá por el año 1759, la costumbre de instalar el belén fuera de las iglesias para así adornar las estancias de los palacios de la nobleza napolitana. En este clásico, un precioso testimonio de usos y costumbres, las escenas representadas reflejan, en un contexto de religiosidad, decepciones y esperanzas, expectativas e ilusiones.

Ilusiones que se van a multiplicar a partir de ahora, como señalamos al principio, érase una vez…, cuando surquemos el túnel del tiempo para responder a tantos por qué, para establecer semejanzas, para delimitar los pretéritos y para intentar hacer comprender que la vida, entonces, distaba mucho de la visión mercantilista que ahora predomina.

La exposición, para acabar, es una muy sólida contribución a esa gran aspiración de los promotores: lograr que el belenismo sea considerado como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por parte de la UNESCO. Son ocho siglos de historia y tradiciones. Son millones de personas prolongándolas y renovándolas.

Si se consigue, este esfuerzo de portuenses, allegados y amigos, reunidos en torno a la Asociación Cultural Belenista y forjados en la entusiasta e inagotable cultura del belenismo, será tenido en cuenta y se dará por muy bien empleado.

¡Enhorabuena y mucha suerte!»

Salvador García Llanos – Puerto de la Cruz, 3 de diciembre de 2016