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Texto del Pregón de Navidad 2014 – Asociación Belenista de Gijón – Dª. María Teresa Álvarez García

19 Dic 14
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En la tarde-noche de hoy, viernes 19 de diciembre de 2014, ante el numeroso público que llenaba la Iglesia Parroquial de San Pedro de Gijón, en un acto amenizado por el coro parroquial de San Pedro, dirigido por Calina Felgueroso, y el coro de Padres del Colegio de la Inmaculada, dirigido por el P. Pedro Cifuentes, Dª. María Teresa Álvarez García, escritora y periodista, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


María Teresa Álvarez García, escritora y periodista, pregonera de la Navidad 2014 en Gijón (19/12/2014)

María Teresa Álvarez García, escritora y periodista, pregonera de la Navidad 2014 en Gijón (19/12/2014)

La Navidad es un canto de amor

«Empuja el viento rebaños de copos
por el bosque invernal como un pastor,
y más de un abeto siente que pronto
se hallará nimbado de luz y amor;
y escucha un rumor distante. Resuelto
tiende sus ramas por senderos blancos,
y hace frente al viento y crece soñando
una noche de gloria y majestad.
(“Adviento”, de Rainer María Rilke)

Con este poema, «Adviento» de Rainer María Rilke he querido comenzar mi pregón de Navidad, que amablemente me ha encargado la Asociación Belenista de Gijón. Muchísimas gracias. Me siento muy honrada y es un honor que os hayáis acordado de mí.

Recuerdo que cuando la presidenta de la Asociación me propuso ser la pregonera fue en un acto en el que presentaba uno de los programas de Mujeres en La Historia, invitada por Virginia Álvarez-Buylla en el Ateneo Jovellanos. Le dije que sí, sin pararme a pensar que había hecho el de Oviedo y que no es lo mismo hacer el pregón de las fiestas de determinada localidad y las de otra colindante porque cada una tiene su personalidad y costumbres, mientras que en la Navidad, en los belenes, casi no existen diferencias.

La Navidad es un canto al amor. La familia siempre importante es, en estas fechas: el núcleo que nos une. La Navidad es la sonrisa y emoción de los niños, la luz en la oscuridad, el germen de la primavera en nuestros corazones.

Con lo cual es muy difícil que no me repita en mi intervención de esta tarde pero lo intentaré. Por ello me haré eco de diversas poesías y de otros hermosos textos que hablan de la Navidad. También introduciré una pequeña reflexión sobre las figuras y diseños de los belenes, en los que vosotras las asociaciones de belenistas jugáis un papel tan decisivo.

De hecho la presencia de belenes en nuestros pueblos y ciudades es mucho más importante en los últimos tiempos gracias a vosotros. Ahora, ya empieza a ser frecuente desplazarse a localidades vecinas para disfrutar con la contemplación de algunos de ellos. Lo cual, inevitablemente, me retrotrae a la niñez cuando en Candás recorríamos todas las casas donde instalaban belenes para cantar villancicos. Belenes importantes, porque bien es verdad que en aquel tiempo en casi todas las familias se tenía un pequeño belén o nacimiento. Preciosa costumbre que fue desapareciendo y que, en los últimos tiempos, afortunadamente se está recuperando. Ya Gerardo Diego se quejaba de quienes no seguían jugando con sus hijos o nietos a armar nacimientos con figuras de barro.

Las pajas del pesebre
niño de Belén
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel.
Lloráis entre pajas,
del frío que tenéis,
hermoso niño mío,
y del calor también.
Dormid, Cordero santo;
mi vida, no lloréis:
que si os escucha el lobo,
vendrá por vos, mi bien.
Dormid entre pajas
que, aunque frías las veis,
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel.
(«Las pajas del pesebre», de Lope de Vega)

Así reflejaba Lope de Vega su sentimiento navideño… sin olvidar el futuro de aquel Niño que llegaba al mundo para hacerse como nosotros siendo Dios. Creo que era San Agustín quien escribía: «Dios se hace hombre para que los hombres se hagan Dios«.

La Navidad es el misterio más hermoso de la humanidad. La alegría del corazón. La noche más entrañable que no debe dejarnos indiferentes. Es frecuente, sobre todo entre personas mayores, el lamento ante la tristeza inevitable, fruto de la desaparición de muchos seres queridos. Ausencia que esa noche en la que el Amor llega a la tierra se hace mucho más dolorosa. Mi consejo -que yo intento llevar a la práctica- es pedirles a todos esos seres queridos que ya no están, que me ayuden a volcarme con los demás para hacerles más felices estas fiestas. Intento, por ejemplo, que mis sobrinos, además de mi cariño, sigan percibiendo el de su abuela, mi madre, que ya no está. Os aseguro que da resultado.

La Navidad, misterio de amor, de espiritualidad, nos invita a un mayor acercamiento a la existencia de Dios y a manifestar nuestro amor y mejores deseos a los seres queridos. En este sentido me gustaría hacerme eco de unos hermosos párrafos entresacados de una carta que Rainer María Rilke escribe a su madre:

«Nuestra vida es rápida y breve. Dios es en cambio, lento y sin fin. Por eso siempre surgen momentos donde lo uno no parece compatible con lo otro. Pero nosotros no deberíamos saber cómo se unen, sino solo estar ahí, con el corazón abierto ante el misterio de que lo grandioso еncuentre su espacio en lo pequeño y de cómo en la intensidad de пuestra existencia puede condensarse un instante de eternidad que viene a coincidir con la ininterrumpida eternidad de Dios. Sean estos, mamá querida, nuestros pensamientos comunes en la hora más espiritual de esta antigua y santa festividad y que el ánimo y el valor fluyan hacia tu corazón en paz y plenitud» (Rilke).

Profundos sentimientos… La Navidad, antigua y santa festividad, hecha de humildad y de ternura, nos invita a recibir, con los ojos bien abiertos, la Luz que esa noche llega al mundo. Esa acogida al Dios Niño en nuestros corazones, debe manifestarse en gestos de solidaridad, de apoyo para con los más necesitados, convirtiéndonos para ellos en una auténtica Navidad. Tengo un amigo que dice que deberíamos ser como auténticas placas solares que reciben la luz del Amor en la Navidad y que luego la expanden a los demás.

San Josemaría Escrivá, decía de la Navidad: «Ese misterio, en su oscuridad, es una luz que guía la vida de los hombres.«

¿Quién ha entrado en el portal,
en el portal de Belén?
¿Quién ha entrado por la puerta?
¿Quién ha entrado, quién?
La noche, el frío, la escarcha
y la espada de una estrella.
Un varón -vara florida-
y una doncella.
¿Quién ha entrado en el portal
por el techo abierto y roto?
¿Quién ha entrado que así suena
celeste alboroto?
Una escala de oro y música,
sostenidos y bemoles
y ángeles con panderetas
dorremifasoles.
¿Quién ha entrado en el portal,
en el portal de Belén,
no por la puerta y el techo
ni el aire del aire, quién?
Flor sobre impacto capullo,
rocío sobre la flor.
Nadie sabe cómo vino
mi Niño, mi amor.
(«¿Quién ha entrado en el portal de Belén?», de Gerardo Diego)

Estos versos de Gerardo Diego nos pueden introducir en lo que son las escenificaciones con las que la humanidad recuerda lo sucedido en Belén hace 2014 años. En esto sí que vosotros sois expertos pero me gustaría pasar aunque sea de puntillas por algunas de las representaciones belenísticas.

Yo me imagino que también en este mundo de los belenes existirán las modas y habrá gustos para todo, aunque los pasajes o escenas siempre serán las mismas: la visita del ángel del Señor a María, el encuentro de la Virgen con su prima Isabel, el castillo de Herodes donde ordena matar a los niños recién nacidos, la huida a Egipto, los tres Reyes Magos y, en el centro de todo, el portal con María, José y el Niño Jesús que acaba de nacer.

Todo ello se puede colocar en una gran superficie con distintos ambientes, o en dioramas separados y dedicado cada uno a un tema concreto.

Pastores y pastoras,
abierto está el edén.
¿No oís voces sonoras?
Jesús nació en Belén.
La luz del cielo baja,
el Cristo nació ya,
y en un nido de paja
cual pajarillo está.
El niño está friolento.
¡Oh noble buey,
arropa con tu aliento
al Niño Rey!
(«Nochebuena», de Amado Nervo)

Así describe Amado Nervo el ambiente de los belenes.

Llegada a este punto me gustaría detenerme en los diferentes tipos de figuras y paisajes, aspectos estos que determinan el estilo de los belenes. Así tenemos:

  • Los bíblicos, hebreos o palestinos que intentan seguir el modelo tradicional, es decir, reproducen el ambiente de la Palestina cuando nace Jesús.
  • Los regionales o locales, con paisajes cercanos, conocidos, propios del lugar donde se monta el nacimiento. Las figuras representan personajes que responden a los tipos regionales y a las costumbres del lugar. También en este tipo se pueden utilizar figuras vestidas como lo hacían en el siglo XVIII según los famosos belenes napolitanos.
  • Y los belenes modernos que responden a los cánones del arte actual tanto en materiales como en técnicas no convencionales.

Comento esta distinción entre belenes para haceros partícipes de un pensamiento, reflexión, surgida al evocar los belenes de mi niñez…

Nunca olvidaré el verdor, la tupida alfombra de musgo -mofo, como lo llamábamos en Candás- con la que cubríamos las elevaciones de cartón simulando montañas… El papel de plata dando vida a improvisados riachuelos.

Ha crecido la Navidad en nuestras manos. Ha crecido
como una rosa de oro en el techo del mundo,
como una flor transparente y lejana en la ciudad
que amé, que amamos en los días de invierno.
Navidad, niño perdido entre la nieve mansa
de diciembre. Teníamos entonces
la edad primera de los campos -ese leve verdor
de alguna rama todavía frutal y misteriosa-.
El musgo nos hacía cosquillas en los dedos y madre
olía a mazapán y fuego lento, y todas las preguntas
volaban a sus ojos por un camino lleno
de luces amarillas y manteles en flor.
(«La otra Navidad», de Alfredo Díaz de Cerio)

De esta forma recordaba su Navidad Alfredo Díaz de Cerio. Es posible que yo, al rememorar ese recuerdo feliz de la niñez, haga que mi corazón añore aquellas imágenes inolvidables; las ovejas triscando las laderas, la hilandera, los ríos serpenteantes…

Aunque no es solo la añoranza lo que me lleva a reivindicar los nacimientos con paisaje asturiano donde predomine el verde. Me gustan los belenes llamados regionales porque pienso que tanto los lugares como las figuras pueden reflejar el intento de personalizar ese gran acontecimiento en nuestras vidas.

No se trata de vestir a la Virgen y a San José con el traje regional asturiano sino de acogerlos nosotros en nuestro medio habitual.

Yo me imagino el portal de Belén en un bonito rincón de Candás o Gijón desde el que se vea el mar y que sea la representación de sus gentes quienes se acerquen al portal y creen escenas propias.

Yo vengo de ver, Antón,
un niño en pobrezas tales,
que le di para pañales
las telas del corazón.
(«Yo vengo de ver», de Lope de Vega)

Bien es verdad que la Navidad debe inundar nuestros corazones, al margen de las representaciones que se hagan. Pero pienso que es hermoso plasmar ese acontecimiento en nuestras costumbres, en nuestro ambiente. Las escenas bíblicas son las que son y no deben cambiarse. Pero el entorno, y todas las figuras, el atrezzo diríamos, podíamos hacerlo nuestro, más personal.

En este sentido me gustaría destacar, según he leído, que en la Provenza se incluyen en los belenes los denominados santons, figuras de arcilla pintadas que representan todos los oficios y profesiones tradicionales de la región.

Ya sé que para documentarte sobre los oficios ya desaparecidos en nuestra región hay otros sistemas y caminos, pero no estaría de más recuperar parte de nuestra historia representándola en el belén, como recuerdo a los que nos precedieron que también celebraban las Navidades y con el interés añadido de conocer un poco más nuestro pasado.

El madreñero, el cestero, el alfarero… La pomarada, los hórreos y paneras con ristras de maíz… Los barrileros, las rederas, todos pueden tener cabida en la escenificación navideña.

Adoro la representación bíblica del belén pero pienso que sería bueno potenciar también este otro tipo de belenes. Creo que sería interesante integrar en los belenes nuevos elementos. No he podido verlo aún, pero me han dicho que precisamente la Asociación Belenista de Gijón ha elaborado en Parque Principado un belén en el que se reproduce el ambiente y la fisonomía de un pueblo del occidente asturiano.

El año pasado tuve la oportunidad de ver en Roma algunos de sus belenes –presepes como ellos los llaman- y que curiosamente no se retiran hasta después del bautismo de Jesús. Muchos de ellos llamaron mi atención precisamente por la actualización que presentan al crearlos en escenarios propios con distintos ambientes. Ambientes habituales en el lugar donde se hacen. Por ejemplo, el de Santa María de Trastevere se ubicaba en una maqueta de considerables dimensiones que representaba a la propia iglesia. Y en el de la parroquia de San Eustaquio se utilizaba el mismo modelo reproduciendo la plaza en la que se levanta la iglesia, con el ambiente del lugar cualquier tarde de fiesta, con tiovivo incluido. Es curioso porque, incluso, entre las figuras aparece la del Papa que se traslada al lugar a visitar al Niño Jesús.

Los dos se encuentran instalados de cara al exterior, en el pórtico del templo, por lo que pueden verse desde la calle, algo que me parece interesante porque no deja de ser una forma de exteriorizar nuestras creencias.

Vivimos momentos en los que una inmensa mayoría quiere convertir la Navidad en las fiestas del solsticio de invierno. Pero la Navidad no es una celebración más. Por ello los que creemos en el verdadero significado de estas fiestas debemos reivindicarlas. Ángeles, estrellas, belenes… tienen que ser la nota de alegría que llegue a nuestra vida para festejar el nacimiento de Jesús.

En la Navidad Jesús viene, llega a nuestras vidas para formar parte de ellas.

Jesús, el dulce, viene…
Las noches huelen a romero…
¡Oh, qué pureza tiene
la luna en el sendero!
Palacios, catedrales,
tienden la luz de sus cristales
insomnes en la sombra dura y fría…
Mas la celeste melodía
suena fuera…
Celeste primavera
que la nieve, al pasar, blanda, deshace,
y deja atrás eterna calma…
¡Señor del cielo, nace
esta vez en mi alma!
(«Jesús, el dulce, viene», de Juan Ramón Jiménez)

¡¡¡Feliz Navidad!!! Muchas gracias.»

María Teresa Álvarez García – Gijón, 19 de diciembre de 2014

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Texto del Pregón de Navidad 2014 – Asociación Belenista de Oviedo – D. Luis Fernández-Vega

19 Dic 14
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En la tarde-noche de hoy, viernes 19 de diciembre de 2014, ante el numeroso público congregado en la Sala de Cámara del Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo, en un acto amenizado por la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo, D. Luis Fernández-Vega, catedrático de Oftalmología de la Universidad de Oviedo, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


Luis Fernandez-Vega, pregonero de la Navidad 2014 en Oviedo (19/12/2014)

Luis Fernandez-Vega, pregonero de la Navidad 2014 en Oviedo (19/12/2014)

Un canto a la esperanza

«Inicio mis palabras confesando que pronunciar ante vosotros este pregón me produce cierto desasosiego porque aunque he de hablar de algo sobre lo que albergo los mejores sentimientos y comparto con la muy amplia mayoría de la sociedad, lo llevo a cabo ante vosotros, la Asociación Belenista de Oviedo, que atesora infinito más conocimiento que yo sobre este tema.

Y la Navidad suscita -hasta en los menos fervorosos- sentimientos tan benéficos y fraternales, que contribuir a pregonarla y anunciarla en un acto como este supone un gran honor, por lo que estaré siempre en deuda, y por el que estoy muy agradecido a esta Asociación.

He querido abrir este Pregón navideño con la frase que Cervantes pone en los labios de don Quijote para recobrar el ánimo tras la malaventura de los sangüeses que -molidos a palos- los dejaron a merced de la noche y sus misterios: «Siempre deja la ventura una puerta abierta a las desdichas para dar remedio a ellas» (Miguel de Cervantes, Don Quijote, 1ª parte, cap. XV).

Es una frase de promesa con la que el caballero andante muestra el contento de que, al menos, su escudero Sancho hubiera salido indemne y, así, poder alejarse de allí antes de irse del todo la luz del día.

Hoy la traigo a colación como por alusiones, por afinidades, porque parece que nos acechan malos vientos, porque las noches son más largas y espesas y porque a todos, el sentido común parece decirnos que mejor es algo que nada o poco. La frase la interpreto -por su protagonismo en la escena de los sangüeses- como un canto a la esperanza, cuando casi todo parece negado. «Siempre deja la ventura una puerta abierta a las desdichas para dar remedio a ellas«.

La Navidad rememora un hecho que parece nimio y vulgar por la rutinaria frecuencia con que se produce, pero no es eso, porque, en realidad, parte en dos toda la Historia humana. Hay un antes y un después del suceso de Belén con el nacimiento de aquel Niño. Parece inverosímil que un suceso así pudiera producir tal cambio, un corte tan revolucionario como no lo ha habido, ni lo habrá jamás. La encarnación de Dios, revestida de las formas más humildes y asequibles a los hombres de carne y hueso que somos todos.

Puesto a evocar hoy aquel suceso, no me resisto -por el realismo excepcional con que lo plasma- a transcribir en este Pregón algunas de las palabras con las que Giovanni Papini califica y describe las circunstancias del mismo, esas que lo hacen tan especial: «Jesús nacen un establo«.

Un establo -un auténtico establo- es una casa de las bestias que trabajan para el hombre. El establo no es otra cosa que cuatro paredes toscas, un empedrado mugriento y un techo de vigas y de lajas. El verdadero establo es lóbrego, sucio, maloliente… y no nació Jesús por casualidad en un establo…

El relato de Papini es crudo, cortante, pero vale para una ocasión como esta; otra Navidad -la de este año- que nos coge a todos bastante desencantados y confusos, preocupados diría, aunque siempre con ganas de ver luces prometedoras de verdad y de bien en medio de la noche; ilusionados también al ver que nos sale al paso ese verde amigo del alma que es la esperanza. La esperanza que no es una agitada ilusión que a veces embelesa, sino que es promesa, pero soportada por una elevada seguridad de verse cumplida. Y un canto a la esperanza, por Navidad, eso quisiera que fuera mi Pregón.

Me parece significativo que, en esta posmodernidad histórica que vivimos -de la cultura de los sucedáneos y del «usar y tirar», de las afirmaciones teóricas y prácticas de «la muerte de Dios», del vacío y de la nada, del declinar de los valores que cimentaron la sociedad-, me parece significativo, repito, que con alguna frecuencia, en los mismos que predican el vacío o la nada incluso, se observen cosas sorprendentes y paradójicas, que parecen casar mal con sus ideas.

Sorprendente y paradójico es, por ejemplo, el caso del existencialista Jean Paul Sartre, pues en una Navidad, la de 1940, estando privado de libertad en el campo de prisioneros de Tréveris (en la Alemania nazi), le saliera de dentro escribir para esas fechas una pequeña obra de teatro que tiene su centro y argumento en el nacimiento de aquel Niño en Belén. Barioná se llama la obra y Barioná es el nombre del protagonista, el jefecillo de un pueblo de las afueras de Belén cuando se dieron aquellos hechos. Barioná es renuente al principio, cuando los vecinos deciden acudir a Belén, pero más tarde se decide él mismo a seguir a su pueblo interesado en el suceso. Acude con ellos a Belén y termina -así se cierra la obra- por abrir los ojos y convertirse -él también- al optimismo y la esperanza.

Aquellos folios de Sartre -nacidos en aquel clima de la incertidumbre y soledad de la prisión y con la muerte en los talones, gestados en su alma y queridos para representar la Navidad en el campo de prisioneros, escritos a escondidas y con miedo, también a contrapelo de sus ideas y creencias filosóficas, muestran que la Navidad no tiene fronteras; que es fiesta de todos; porque dice algo a todos, y cada uno puede ver en ella lo mejor y lo peor de sí mismo.

La obra lleva de la mano al lector a pensar lo que, sin duda, pensaría Sartre al escribirla: que la Navidad vale para las golosinas y las felicitaciones, pero sobre todo vale para los tiempos de crisis, como la suya entonces o, salvando mucho las distancias, la nuestra hoy. Vale, por supuesto, para los católicos y los creyentes, y para todo el mundo vale aunque sea ateo o existencialista como lo era Sartre, y, sin embargo, la recordó como ayuda para sobrevivir.

Creo yo que es en los momentos de apuro y desdicha cuando los hombres deciden sacar lo mejor de sí mismos y ponen incluso las razones, que tanto son y cuentan en el hombre, al servicio de las urgencias del corazón y del alma, empeñados en buscar salidas…

Y ello viene a lo que antes indicaba, que estas conmemoraciones de la Navidad -en pleno invierno y cada año- son una especie de tregua en que hasta los más reacios a serlo de verdad se sienten hombres y mujeres, y las gentes de bien se felicitan para desearse la paz, ideal por la que se brindó en el primer pesebre de la historia.

Por eso, -para estos tiempos del desencanto posmoderno y cuando algunas señales negativas pudieran asomar sobre nosotros- quiero reiterar que mi pregón es, sobre todo lo demás, un canto a la esperanza, por Navidad.

La esperanza, amigos, como dijo un noble inglés, es «una buena compañera de viaje«. Tan buena ella, como triste y negra debe ser la suerte que pintó Dante en su Divina Comedia, al rotular la puerta del Infierno con esa estremecedora y conocida frase que es la negación absoluta del futuro mejor: «¡Los que aquí entráis dejad toda esperanza!«.

Estamos regular y el horizonte no parece del mejor color posible. Sin embargo, porque el infierno que presenta Dante no ha llegado, hay que afirmar con serenidad y rotundamente que no todo está perdido; que se puede volver de los malos pasos que se han podido dar; y que hoy puede ser todavía la hora de luchar por lo nuestro, de la mano de la esperanza que, al simbolizarse verde, es promesa de primavera y vida.

Los oftalmólogos podemos llamarnos, más que nadie, enamorados de la luz, amigos de la luz y luchadores por la luz. Es nuestra misión y oficio poner luz en los ojos cansados o enfermos. Hay veces que no podemos, pero nuestra voluntad es la misma: apostar siempre por la luz y hacer todo lo posible por conseguirla.

Mi pregón -ante la inminente Navidad- quiere ser eso mismo: una apuesta seria y firme por la luz y un apunte para mirar las sombras, pero solo para dejarlas atrás.

Hay esperanza y nosotros lo pregonamos…

Yo creo -hoy tal vez más que nunca- en los hombres y mujeres y en sus posibilidades de futuro a pesar de todo…

Yo creo en la verdad y me parece imposible que haya gentes que la malversen o la confundan haciendo de lo blanco negro…

Yo creo firmemente que la esperanza está hecha de algo más que de sueños e ilusiones o de complacencias vanas. Creo que la esperanza es «la primera semilla del alma racional y la fuente de la vida» como dijo hace siglos Filón de Alejandría, y lo creo mucho más que lo que de ella dijera Chamfort en una de sus máximas: «un charlatán de feria que nos engaña sin cesar«.

Yo creo mucho y seriamente en la Navidad. Y, porque creo en ella, creo también que las luces de la Navidad son benéficas, que no son puramente cosas de niños aunque los niños disfruten como nadie de estas fechas. Creo que componen e interpretan esas luces un canto a la esperanza.

Y creo que a pocos la Navidad no dice algo que en otros tiempos del año no se nos dice, o no se nos dice del mismo modo.

Creo, por eso, que es un tiempo oportuno para ver, a su luz, lo que nos pasa y buscarle el remedio como preconiza la frase de Cervantes.

Y tan especial ha de ser para tiempos duros y agónicos que hasta un descreído y negativista como Sartre, al recordar la Navidad desde su campo nazi de concentración, se dijo que merecía la pena pensar en ella y desdecirse, al menos un rato y aunque fuera por recurso vital, de sus negaciones y desesperanzas nihilistas. Lo que le salió en aquel momento fue recordar la Navidad y no sus ideas y lucubraciones de filosofía.

Los tiempos nuestros de hoy no son el infierno como antes decía recordando a Dante, aunque tampoco sean un camino de rosas o el dulce regalo de los sabrosos mazapanes que también nos trae la Navidad.

Esto es la tierra, hecha para sudarla, fertilizarla y ganarla.

Y en la tierra, para todo tiempo y más para los borrascosos o simplemente nublados días, tienen los hombres, y más los cristianos, la matriz de un mensaje alentador, porque -como recuerda otra vez Papini- este mensaje tiene el aval de su realismo y va vestido de esperanza.

Estoy convencido deque la Navidad sirve para todos, hasta para los que no la quieren tal como es. Y esta idea de la Navidad benéfica y alegre la brindo desde ahora, para unos días felices, abiertos más que nunca a esa esperanza que se necesita para sobrevivir. Porque es cuando esperanzarse se hace más apremiante y representa el primer paso hacia la regeneración individual y social que necesitamos.

Palacio Valdés, nuestro gran literato, abre su Testamento literario recordando la voz de uno mismo frente a las desdichas: «El más alto interés de la vida es saber para qué hemos sido llamados, y el porqué de nuestra existencia. Cuando bordeamos un abismo y la noche es tenebrosa, el jinete sabio suelta las riendas y se entrega al instinto de su caballo«.

Parecen dichas por el novelista para este tiempo y para esta Navidad. ¿No puede decirse con verdad que la Navidad pasa cada año ante los hombres como una «ola benéfica» recordando que, muchas veces, la buena voluntad hace más que las razones frías de nuestro entendimiento?

Termino: he querido que mi pregón fuera un canto realista, sonoro y positivo a la esperanza. Pienso que lo piden las fechas y lo reclaman los tiempos…

Y como los tiempos son de desencanto y confusión, me pregunto también, al cerrarlo, si nos quedan razones para la esperanza… Si aún podemos esperar…

Con la Navidad a la vista, he de contestar que sí, con tal que la buena voluntad de los hombres se imponga incluso a las buenas razones.

El mismo mensaje de Belén es mi mensaje:

«Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a todos los hombres de buena voluntad«.

Y lo de Cervantes que no sobra: «Siempre deja la ventura una puerta abierta a las desdichas para dar remedio a ellas«.

Gracias a todos.»

Luis Fernández-Vega – Oviedo, 19 de diciembre de 2014

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Texto del Pregón de Navidad 2013 – Asociación Belenista de Oviedo – Fr. Jesús Sanz Montes OFM

13 Dic 13
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En la tarde-noche de hoy, viernes 13 de diciembre de 2013, ante el numeroso público congregado en la Sala de Cámara del Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo, en un acto amenizado por la Coral Polifónica de Llanera, Fr. Jesús Sanz Montes OFM, Arzobispo de Oviedo, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


Fr. Jesús Sanz Montes OFM, pregonero de la Navidad 2013 en Oviedo (13/12/2013)

Fr. Jesús Sanz Montes OFM, pregonero de la Navidad 2013 en Oviedo (13/12/2013)

«Siempre me sitúo con respeto ante eso de pregonar. Por supuesto que agradezco sinceramente la amable invitación de ser el pregonero de la Navidad de este año 2013, pero no es sencillo venir como alguacil de una Buena Noticia con la que está cayendo. Porque no se trata de un clásico «pasen y vean, compren de ganga que está en oferta»… y así colocarles lo que no necesitan y que luego Vds. me pagarán en incómodos plazos durante toda la vida. Ni tampoco se trata de contar cuatro cosejas para llenar de consejas el tiempo que les sustraigo. Menos todavía venir a alarmarles con titulares malagüeros de los que lamentablemente estamos tan sobrados y demasiadas veces nos arrugan la esperanza. Que ya lo he dicho alguna vez, me refiero a lo que al respecto dice el Espasa: pregonero es el «que publica o divulga una cosa que se ignoraba», es decir, «el que en alta voz da los pregones, publica y hace notorio lo que se quiere hacer saber a todos». Y es aquí en donde entra la cautela: depende lo que nos quiera contar el pregonero, así hará festivo o nefasto nuestro escuchar. Por eso, digamos antes de nada qué tipo de pregonero es el que aquí nos proponemos ejercer en esta noche.

No vengo para pregonar una verdad que pudiera tener tan solo mi medida, ni una belleza que solo contase con la firma de mi torpe ingenio, ni una bondad que sin más coincidiese con mi escasa virtud. La grandeza del pregón que quiero comunicar consiste en que, aunque lo canten mis labios, no me tiene a mí como autor, sino que me obliga a ser también oyente de una historia pregonada que coincide con la historia del mismo Dios. Ser pregonero de una Verdad, de una Belleza y una Bondad, que también se me dan a mí como gracia y como don, constituyéndome simplemente en su humilde vocero, es decir, en su portavoz.

Y como se dice en mi Madrid natal, que a las ocho de la tarde o das tú una conferencia o en caso contrario te la dan, no quisiera que este breve rato que pasaremos juntos sea reducido al toma y daca de un hablar por hablar. Ojalá que lo pregonado encuentre hueco, y que sirva, y que encienda la luz de la que trata la historia que casi como una canción de cuna o un cuento, les quisiera aquí y a esta hora contar con motivo del pregón de Navidad de este año 2013 aquí en nuestra Muy noble y muy leal – Benemérita – Invicta – Heroica – Buena… querida ciudad de Oviedo.

Vamos, pues, al pregón, que para eso nos han traído.

No era Oviedo, pero llegando estas fechas aquella ciudad tiritaba de frío. Las gentes iban y venían de aquí para allá. Cada uno embozado en su abrigo y bufanda al uso gustaban de la prisa como gastaban el desenfado, porque en el ambiente se olfateaba ya un aire de fiesta, como una magia esperada cada año. Sí, un ambiente festivo que pusiera guirlandas y bolas de color, luces y estrellas en medio de un no sé qué cuestarriba e inhóspito que te imponía su negrura con tantos momentos grises que terminaban siendo grises oscuros. Pero todo parecía conspirar como pidiendo tregua, como si fueran con banderas blancas que anunciasen una paz momentánea entre tanta desazón guerrera.

La lista siempre era ingrata, pero motivos para el hastío algunos decían que habían: los años que no tienen vueltas y nos hacen a todos un año más viejos; la enfermedad que te postra con las goteras de un achaque pasajero o de una dolencia fatal que te acorrala en el miedo; el paro de quien ha perdido su trabajo en la peor edad y el paro de quien en la flor de la vida no lo ha estrenado todavía; la soledad que te sobrecoge al sentirte incomprendido, arrinconado, rodeado de olvido ingrato; la decepción que tiene siglas cuando te defraudan los que creíste que de tantos modos te podían salvar, defender y representar; la falta de salida a los callejones tapiados por la insolidaridad en donde no brota nada verde porque allí nada pinta. Uf, uf, uf, cuánta losa que sin descanso te quita el aire que respiras y da la impresión de que te ahogas abrumado por la imposibilidad de los ensueños y la terquedad de tantas pesadillas. Sí, se entiende algo de aquella prisa de cuantos iban y venían asomados a las luces y coloreados por el tinte de una fiesta convenida. Pero entonces…, entonces me sucedió algo inaudito e inesperado.

Resulta que volví a pasar junto al escaparate de todos los días. Siempre me detenía a mirar curiosón, porque alguien allí ponía una nota de novedad de tiempo en tiempo, rompiendo así la monotonía de aquella plaza vivaracha que acababa siendo siempre igual. En aquella vitrina se iban asomando cosas y cosas, haciéndonos su guiño para reclamar nuestra atención con el paso de los meses. Pero hete aquí lo que de pronto reclamó toda mi atención. No tanto lo que en aquellas fechas se exhibía, sino alguien que miraba con una mirada especial, tanto, tanto, que hacía ridícula mi furtiva curiosidad.

Aquel día me fijé en una niña pequeña que apenas levantaba unos seis años de edad. Tenía sus ojitos todo fijos en lo que había tras el vidrio. Y su diminuta nariz, se había hecho todavía más plana y chatilla al pegarla contra el frío cristal. No sé qué me llamó más la atención, si lo que había en aquel escaparate o la parábola de asombro lleno de un inocente estupor que aquella pequeña me mostraba. Pensaba que verdaderamente necesitamos recuperar la capacidad de asombro, y volver a revestirnos de esa admiración que libera para bien el niño que todos llevamos dentro. Pero habría que remover la inercia de repetir sin más las cosas, deberíamos simielgar -como decimos por aquí en Asturias- la rutina para evitar que la fatiga de la cansina repetición termine por aburrir hasta nuestra esperanza. Porque corremos siempre el riesgo de caer en la vorágine cíclica de estar sin más dando vueltas a las cosas en la noria del hastío, llegando siempre tarde donde nunca pasa
nada, como decía el poeta.

Aquella tarde, el escaparate mejor tenía forma de mirada de niña y aquellos sus ojos fueron los que me movieron y conmovieron como nunca antes me había sucedido. Me detuve y le dije a la chiquilla:

– «¿Te gusta? ¿Qué es lo que te gusta de todo cuanto ves?».

Tras unos instantes de silencio que a mí se me hicieron interminables, su primera respuesta fue una infantil indiferencia: o sea, que no me hizo ni caso, que no despegó siquiera un milímetro su nariz de aquella pared transparente, y percibía que me hubiera querido decir si es que hubiera roto a hablar:

– «Oiga, señor, ¿me quiere dejar mirar en paz?»

Pero ni siquiera eso tan solo me dijo. Yo comprendía que, si no era una respuesta justa, sí al menos estaba ajustada a mi adulta impertinencia, algo así como si yo fuera -y creo que efectivamente lo fui- un inoportuno intruso que se empeñaba en distraer lo que tan ensimismada había robado del todo la atención de la pequeña, acaso tratando de descifrar la maravilla que se escondía tras el cristal aquel.

– «¡Pero, bueno!» -repuso una mujer joven que luego supe que era su mamá, acompañada por un niño mayor que la chiquilla, su hermano- «¿Así se contesta?»

Y como queriendo salvar la situación -evidentemente «mi» situación, no la de la niña-, terció el chaval para decirme algo como quien busca un aliado frente a la hermanita con la que intuía que tenía sus diferencias:

– «Es que mi hermana nunca había visto un nacimiento, y llevamos aquí un buen rato sin que la podamos arrancar -aseveró el crío-. Al principio hacía preguntas, pero luego le ha bastado con mirar».

Entonces dije yo:

– «Eso es que ella ya entiende todo, que reconoce a todos los personajes, y que, sobre todo, sabe bien la historia que se cuenta en este escaparate».

– «No señor, -finalmente intervino ella- yo no entiendo mucho, pero me he fijado en el portalito, en la mamá que tiene en sus brazos a su bebé, y que ese bebé era Dios. Me lo había contado mi abuela muchas veces, pero nunca lo había visto así en un Nacimiento de verdad».

Sin duda que era certero lo que aquella carita pegada al cristal había logrado individuar dentro de aquel fantástico Nacimiento tan prolijo de detalles, con tanta precisión artística y ambiental de la época. Una mamá con su bebé en brazos, y que aquel bebé era nada menos que Dios.

– «¿Quieres que te cuente la historia de aquella noche?», le dije a la niña.

Y los dos hermanos respondieron a coro un sí grande que arrancó de la madre un guiño de complicidad. Y comencé a relatarles lo que su buena abuela muchas veces les habría contado junto al fuego de la chimenea en largas tardes de invierno. Ellos me escuchaban embelesados como si quisieran comprobar cuánto sabía su anciana abuela, o qué detalles le faltaba a ella por contar.

Bueno, pues… Érase una vez que se era, que ocurrió hace cosa de dos mil años ya. Las crónicas de la época nos lo dibujan en una noche, al abrigo de una gruta que recogía los ganados en unas majadas cercanas a un pueblecito muy pequeño que se llamaba Belén en la región de Judea. Aparentemente no había cita previa, sino tan solo el cumplimiento del tiempo de Dios que desde hacía siglos venía avisando que iba a nacer aquel especialísimo bebé, que era su Hijo querido, y que nos lo enviaba como el Mesías para nuestra salvación. Era joven aquella mujer, primeriza mamá. Tenía en sus brazos a su recién nacido, al que amamantaba, al que acariciaba, al que decía ternuras mientras miraba sus ojitos de luna. ¿Qué canción le cantaba María a aquel pequeño de sus entrañas? Aquel a quien estrechaba contra su pecho, era Dios, nada menos que Dios.

¿Cómo nos podríamos imaginar la llegada de Dios a nuestra vida? Quizás como una imponente rueda de prensa en la que se comunicasen con detalle los pormenores más curiosos. O, tal vez, como una gran parada de fuerzas multinacionales donde exhibiesen con tronío y alharaca todo su poder. Para otros, acaso, tan solemne advenimiento debería llegar en medio del «glamour» de una escenografía del famoseo bien cuidada, de esas que no alumbran la oscuridad de nadie, pero que deslumbran la vanidad de tantos.

Tal vez, desde nuestra mejor buena voluntad, no se nos habría ocurrido mejor método para vender bien las verdades de Dios y acrecentar su eterno prestigio. Martín Descalzo escribió magistralmente que «los hombres, siempre aburridos y seriotes, se habían imaginado al Mesías anunciado de todos modos menos en forma de bebé… Esto tenía más aspecto de broma que de otra cosa. ¡No era serio! Y sin embargo aquel bebé, que iba a comenzar a llorar de un momento a otro, era Dios, era la plenitud de Dios. Y se había hecho enteramente hombre. El mundo que esperaba de sus labios la gran revelación recibió como primera palabra una sonrisa y el estallido de una pompa en sus labios rosados (J.L. Martín Descalzo, Vida y misterio de Jesús de Nazaret [Sígueme. Salamanca 1990]123). Por eso casi nadie se enteró. Pero no por ello Él dejó de venir. No por ello dejó de suceder aquel milagro. Era noche buena como pocas, una noche buena como ninguna. Y sucedió aquello que los sencillos esperaban porque Dios lo había prometido y en aquella hora cumplió para siempre. Dios hecho hombre, hecho historia nuestra capaz de brindar por nuestros gozos y sollozar con nuestro penar. Y para decirnos lo eterno, quiso aprender nuestra lengua a fin de balbucirnos un amor que no caduca, una paz que no claudica, una fidelidad que no traiciona. Verbum caro factum est. La Palabra se hizo carne. Dios se humanó para hacernos a nosotros verdaderamente hijos suyos y hacer posible la hermandad.

Y entonces, comenzó el desfile de aquellos improvisados adoradores con zurrones de pastor. Ellos se asomarían a la gruta con pudor, como queriendo mirar sin que les sorprendiese la mirada de aquella madre y su pequeño recién nacido, y la de un hombre fuerte y bueno que luego supieron que se llamaba José. Pero acabaron los pudores, y los empujones nerviosos con un «pasa tú primero»; y uno tras otro, aquellos pastores se fueron colando de rondón en aquel primer belén viviente de la historia. Arriba, sobre ellos, los mensajeros de antes cantaban como ángeles y seguían entonando sus tonadas de alegría y algazara, invitando festivos a dar gloria a Dios y a desear la paz a la entera humanidad.

Luego llegaron otros. Parecían sabios distraídos, magos de algún reino, que se dejaron conducir por una estrella amiga que había encendido todas sus preguntas y que les quiso conducir a la respuesta que más se correspondía con lo que les ardía en el corazón. Y aquellos sabios magos, sabios majos de verdad, fueron poniendo ante Jesús -que es como se llamaba el crío-, todo cuanto sabían y todo cuanto tenían: sus oros, sus inciensos y sus mirras.

A pocos kilómetros aparentemente todo seguía igual, sin que nada ni nadie hubiera percibido la novedad más novedosa de toda la historia jamás contada y jamás ocurrida. Pero aquello aconteció, tuvo lugar cuando un silencio todo lo envolvía y la noche estaba a la mitad de su carrera, hace ahora dos mil años, en Belén de Judá.

Los cristianos hacemos memoria de esa noche bendita, que por esa razón la llamamos nochebuena.

– «¿Y qué pasó después?», -dijeron los dos niños llenos de curiosidad.

Luego pasó que… aquello no quedó allí, que el milagro de aquella noche bendita fue poco a poco alcanzando todas las noches que vinieron después. Y así hasta nuestros días, hasta esta noche fría. Porque aquel niño que era Dios y que estaba en los brazos de su joven mamá, no vino sólo para aquellos pastores y aquellos magos de oriente, sino para toda la humanidad.

¿Que qué ocurrió después de aquella noche y como consecuencia de ella?

Sucedió que en medio de tantos apagones de las cosas que soñamos como más hermosas, Dios encendió en su Hijo una Luz que viene a iluminar esos sueños de lo mejor, encontrándoles su camino para que no terminen en triste pesadilla.

Sucedió que en medio de nuestras contiendas de todos los desencuentros, Dios quiso levantar su tienda de encuentro en donde experimentar su acogida de paz: la acogida propia de Quien no se escandaliza de nosotros, de Quien no se harta ni se fuga de nuestra pobreza y pequeñez.

Sucedió que en medio de nuestros despistes y extravíos, Dios ha encendido también para nosotros una estrella que nos guía discreta hacia la meta que dibujó Él mismo pensando en nuestra felicidad.

Aquellos dos niños volvieron a mirar el belén de su escaparate, y pegaron nuevamente su pequeña nariz al cristal. Los ojillos se les encendían porque aquella maravillosa escenografía de un belén contaba una historia de la que también ellos formaban parte. Porque esta fue la intuición de la historia de los nacimientos y belenes que diera comienzo el bueno de San Francisco de Asís cuando quiso montar el belén aquella nochebuena de Greccio de 1223. Sí, todos formamos parte de esa historia, y antes o después, cada uno con su circunstancia y su momento estamos dentro del escaparate de la vida en donde Dios sigue naciendo como bebé para crecer con nosotros, tengamos la edad que tengamos.

Las bajas temperaturas hacían que sus pequeñas narices se pusieran coloradas, asomadas como estaban encima de su bien apretada bufanda azul. Los ojillos de aquellos chavalines se esforzaban en no perder ripio de cuanto avistaban en el vaivén de ese ambiente casi mágico cada vez que llegaban los días previos de Navidad. Era una puesta de largo anual, que se esperaba viendo las hojas del calendario caer, como caen de los árboles frondosos las suyas al adentrarse firme el otoño. Aquellas hojas sencillas, hojas hermanas, que nos brindaron otrora el mejor oxígeno con su clorofila, o la sombra reparadora en el acoso del sol de estío, ahora nos alfombraban los caminos poniendo música a nuestros pasos con su rítmico clás-clás. Todo era un paisaje conocido que llenaba de luz y de inocencia los días más especiales del año.

Ah, que me olvidaba, tampoco faltaba ese olor inconfundible que la anciana castañera iba regalando desde su rincón en los soportales de la plaza, según removía con la vieja espumadera el chisporroteo en su bidón con agujeros que hacía brincar las castañas que se abrían para gritarnos su calidez e invitarnos a su sabor dulce y sin igual en un amagüestu navideño.

Sí, todo se concitaba en una especie de fiesta esperada con la ilusión de lo verdadero: los escaparates, los árboles iluminados, los motivos colganderos en las calles principales, el ambiente de regalo reestrenado y de perdón sincero. Todo era, como decía el gran poeta Rilke, una conspiración… pero en este caso una conspiración buena, una conspiración bendita.

Los sones de las pastorelas, con sus estrofas más tiernas para el Niño Dios, su Madre bendita y el discreto San José, o los villancicos con sus versos más ingeniosos de una picaresca graciosa e inocente, también ponían su nota -nunca mejor dicho- en esa fiesta orquestada de un nacimiento viviente.

Queridos amigos: aquí y ahora estamos nosotros, testigos de esa noche dos mil años después. Y lo somos en medio de nuestros apagones, de nuestros fríos y nuestro estrés. No sólo vino Dios entonces, sino que viene ahora y después, para poner su luz que nadie puede apagar, su ternura cálida como la gracia, y su paz que llena de sereno sosiego nuestra agenda y nuestra alma.

Esta noche, ya a las puertas de la Navidad, quisiéramos seguir peregrinando hacia eso mejor de nosotros mismos de mil modos intuido y presentido, eso mejor que coincide con el destino último para el que fuimos creados. Zambulléndonos en la música que es hija de este tiempo bendito en que recordamos a Aquel que ya vino en Belén, a Aquel que volverá en Gloria al final de los tiempos, y a Aquel que se nos allega si acertamos a esperarle por los caminos que Él frecuenta.

La gélida noche, símbolo de tantos otros fríos que puedan anidar en nosotros y entre nosotros, deseamos que sea transformada por la cálida certeza de que todas nuestras preguntas han sido respondidas como nunca y para siempre en ese Dios nacido en nosotros y entre nosotros. En esto la música se hace dulce y delicado cómplice para abrirnos al estupor de la belleza, a la alegría serena, a la paz ensoñada. Dejemos también que la música navideña nos ponga en camino y nos convierta en romeros de un Dios que nos abraza con su acostumbrada cortesía.

Queridos amigos, entrañables hermanos, termino diciendo que estaba entrada ya la noche cuando a la mitad de su carrera un silencio todo lo envolvía. Y se sentía el frío del relente que hacía tiritero guardar a buen recaudo el aprisco de unas pobres ovejas, pero entonces algo inaudito sucedió. Aquellos pastores que estaban en tantas periferias nadie contaba con ellos. Pero llegó Dios, que sabía sus nombres, que conocía sus desvelos y vendaba sus heridas, ese Dios que se había hecho pequeño infante, fue a ellos a quienes primero mandó aviso de buena nueva con un anuncio de ángel. Es el gesto que el buen Dios no deja de repetir instante tras instante, en cada tiempo y lugar, con todos nosotros que estamos en las majadas de otros lares. Él sale al encuentro de nuestras soledades, pone luz en nuestra oscuridad, hace cálido el latir de nuestro corazón y en medio de nuestras trifulcas nos regala el don de la paz ese que hace posible todas las paces.

Es Navidad, amigos. Muchas felicidades, hermanos. Y mi deseo de un año próspero cuando llame a la puerta de nuestra calenda el 2014 que deseamos para todos bendito y mejor. Que Dios y nuestra Santina os bendigan y siempre os guarden.»

+ Fr. Jesús Sanz Montes, OFM – Oviedo, 13 de diciembre de 2013

Texto del Pregón de Navidad 2012 – Asociación Belenista de Álava – D. Pedro Pablo González Mecolay

22 Dic 12
Presidencia FEB
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En la tarde de hoy, sábado 22 de diciembre de 2012, ante el numeroso público que ha llenado la Iglesia de los P.P. Carmelitas de Vitoria-Gasteiz, en un acto amenizado por la coral infantil Leioa Kantika Korala dirigida por Basilio Astúlez, D. Pedro Pablo González Mecolay, gran impulsor de la fundación de la Asociación Belenista de Álava y expresidente de la misma, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


Pedro Pablo González Mecolay, pregonero de la Navidad 2012 en Vitoria-Gasteiz (22/12/2012)

Pedro Pablo González Mecolay, pregonero de la Navidad 2012 en Vitoria-Gasteiz (22/12/2012)

«Allá por el mes de abril, la Junta Directiva de la Asociación Belenista de Álava me propuso la realización de este Pregón. Y tras intentar esquivar el encargo, aduciendo que habría personajes más interesantes e ilustres que un humilde servidor, sobre todo para conmemorar las Bodas de Plata de nuestra Asociación, no tuve más remedio que aceptar el encargo.

En muchas ocasiones he tenido que explicar lo que pretendíamos a los pregoneros anteriores: «Habla de tus recuerdos más entrañables de la Navidad, de lo que hoy significan para ti familiarmente estos días y expresa un deseo a compartir con todo aquel que llegue a escuchar tu Pregón. Y todo esto con brevedad, no más de veinte minutos»… ¡Qué cruel es la vida que nos gasta estas malas pasadas!. Resumir en veinte minutos toda una vida dedicada al Belén. Pues bien vamos con él.

Como belenista quiero empezar compartiendo con ustedes una reflexión. Año 2012, dos mil doce años del nacimiento y encarnación de Dios en hombre. Aniversario del Misterio de la Natividad y por ende del nacimiento del Cristianismo.

Y es precisamente este año 2012, el que también marca el 25 aniversario de nuestra Asociación Belenista de Álava. Han transcurrido casi sin darnos cuenta dos décadas y media, desde aquel 17 de octubre de 1987, en el que un grupo de entusiastas belenistas participantes en el antiguo Concurso de Belenes de la Caja de Ahorros Municipal y el Padre Juan Cruz Apodaca logramos dar, por fin, forma legal a esta nuestra Asociación.

Hoy no se concibe la Navidad sin los típicos villancicos, los dulces y turrones, las compras, los regalos, las comilonas, la lotería, los adornos, los abetos, las calles iluminadas… Pero sobre todo, la Navidad en Vitoria no se concibe sin los belenes.

En múltiples e innumerables ocasiones me han preguntado el porqué de esta bendita afición. Y hoy quiero aprovechar para contestar y compartir con vosotros la respuesta. Pero para ello me tengo que remontar a la primera década de mi vida (1960-1970) y por supuesto a mis ancestros.

Vine al mundo un 2 de julio del año 1960, en las entonces recién estrenadas dependencias de maternidad de la Policlínica San José, asistida en el parto por la comadrona Purificación Sarralde e hija Mari Puri, tía y prima respectivamente de mi padre. Contaban que pesé al nacer 5 kgs y 200 gramos. Por lo hermoso y mofletudo estuvieron dilucidando si ponerme de nombre Juan, pues bastaba verme para recordar al bondadoso Papa Juan XXIII. Pero al final fue Pedro Pablo, por la proximidad del día de San Pedro y San Pablo. Y también, por qué no decirlo, por la influencia de la radio y sus novelas protagonizadas por Pedro Pablo Ayuso, Matilde Conesa y Matilde Vilariño. Fui bautizado con dicho nombre en la capilla de la Policlínica por el entonces capellán de la misma D. Gonzalo Vera-Fajardo.

En esta ciudad se enorgullecían aquellos años de tener una afición y tradición belenista de gran calado. Los belenes eran un referente, no solo en las Iglesias, sino también en Conventos, Colegios, Institutos, Hospicio, Psiquiátrico de las Nieves, Molinuevo, Capilla del Hospital, Hermanitas de los Pobres, Cuarteles, CIR de Vitoria, múltiples escaparates y particulares de todo tipo.

Era costumbre el visitarlos en familia, al igual que en Semana Santa los Monumentos al Santísimo. Vitoria en aquellos entonces contaba con 75.000 habitantes y la frase «Vitoria es un pañuelo» se debía a que se conocían todos.

Pero esa Vitoria, plaza militar por excelencia, cuna de estudios sacerdotales, ciudad comercial bien comunicada, se hallaba inmersa en una importante transformación motivada por la expansión industrial. Empresas como DKV-Auto Unión (Imosa), Forjas Alavesas, Michelín, Aranzábal, Ajuria y otras hicieron que cantidad de inmigrantes procedentes principalmente de Castilla-León y Extremadura asentaran su proyecto de vida en Vitoria, llegando casi a duplicar la población en el año 1970.

Y es precisamente en esta década donde se produce un decaimiento en la afición al belenismo. ¿Fue el Concilio Vaticano II con sus nuevas normas iconoclastas que invitaban a simplificar y quitar todo aquello que distraía la atención al culto? ¿Fue el cansancio originado por aquellos fastuosos montajes? ¿Alguno ha oído alguna vez la frase «¡Se armó el Belén!»? ¿Tuvo que ver algo la falta de relevo generacional? ¿Fueron los cambios de forma de vida de esa década con la llegada de la TV a todos los hogares?.

Lo cierto es que, exceptuando los belenes familiares y el belén napolitano del Museo Provincial, desaparecen o quedan aletargados casi todos, y de toda la larga lista anteriormente enumerada, solo dos se mantuvieron. Por un lado el belén de la Catedral Vieja, atribuido durante muchos años a Mauricio Valdivielso (hoy sabemos que su autoría es de Esteban de Agreda), y este se mantuvo pues el Presbítero de la Catedral, D. Félix Ortiz de Mendívil opta por dejarlo expuesto permanente en una caseta de madera en el paso a la parroquia de Santa María. Y por otro lado el de San Vicente, montado por el Sr. Manuel Ochoa de Aspuru todos los años, debajo del coro, en un pequeño trastero que hoy es una coqueta exposición de ornamentos religiosos.

La afición al belén me viene de cuna, ya que soy hijo, sobrino y nieto de grandes entusiastas del belén.

Hablemos primero de mi abuelo José Daniel (Pepe «el Rubio»). Trabajó de dependiente en la tienda de la calle Postas «Tejidos Aldama». Dos eran sus pasiones: el fútbol y los belenes. Con domicilio en el primer piso del número 3 de los Arquillos, a cincuenta metros de la Hornacina de la Virgen Blanca. Montaba unos espectaculares nacimientos en la alcoba del salón. Las figuras olotinas, de «Arte Cristiano» la mayoría, y algunas de Murcia. Con medios muy rudimentarios, pues además de los seis hijos, esposa y perro, en 75 metros de vivienda no había mucho espacio. Contaban tanto mi padre como mis tíos que, alguno de ellos, desde San Mateo hasta Candelas, dormía literalmente debajo del belén, pues sus camas quedaban bajo el tablado del mismo. Eran tiempos difíciles en los que el ingenio suplía con mucho a la escasez de dinero y medios. Recordaba mi padre que el abuelo utilizaba las escorias de la calefacción central del edificio de la Caja de Ahorros Municipal y que en algunas ocasiones las traía calientes y humeantes. Durante todo el año le guardaban en el estanco de la calle Mateo Moraza las cajas de madera de los puros, con las que Pepe, ayudado de una vieja sierra de pelo y un berbiquí, construía caseríos y edificaciones.

Todo el vecindario de Los Arquillos era conocedor del comienzo del montaje, pues las huellas del polvo blanco de la escayola llegaban, a veces, hasta el mismo pórtico de San Miguel. Mi abuelo presentaba el nacimiento al Concurso de Belenes de la Caja de Ahorros, aunque normalmente a nombre de alguno de mis tíos. Ganó varios premios, pero para Pepe el mayor reconocimiento y satisfacción era el continuo desfile de visitantes. Además de todo el vecindario, eran frecuentes las visitas de sacerdotes, seminaristas, militares de toda graduación, personajes de todo tipo y condición, algunos de ellos, según mi abuela, de alto postín. «¿A que no sabes quién ha venido?«, solía presumir orgullosa.

Sin duda la visita más esperada y temida era la del Jurado. Todo tenía que estar en su sitio, las figuras en pie, el musgo fresco y las luces funcionando. Aquellos belenes tenían un olor y un encanto muy especial. Presidían todas las celebraciones familiares en Navidad. Y si pensamos en los abuelos, tíos abuelos, hijos y nietos que en el año 1965 formaban la familia por parte paterna, os podéis hacer una imagen de la escena. Pero sin duda, el gran mérito de aquel nacimiento lo tenía el esfuerzo económico que la adquisición de aquellas figuras representó para una familia media vitoriana antes de la guerra y en la post-guerra.

Y como todo tiene un final y no siempre el más idílico, con el triste fallecimiento de mi abuela Ascensión en el año 1966, concluyó un ciclo de este belén, pues el abuelo lo dejó de montar y murió tres años más tarde plácidamente viendo un partido de fútbol en la TV, Real Madrid-Barcelona. El belén quedó retirado, dormido en cajas, hasta el año 1972, año en el que Miguel Ángel, «Kakel», mi tío, lo volvió a poner. Pero ya no en Los Arquillos. Recuerdo que montó un majestuoso nacimiento en los bajos del rascacielos de Zaramaga en el «Club Belén». Y posteriormente en varios de sus domicilios. Desde hace cinco años, jubilado ya, Kakel monta en la Iglesia de San Miguel de Murguía con las antiguas figuras del abuelo y muchas más que ha ido adquiriendo con posterioridad.

En tercer lugar, y no por ser el menos importante, más bien todo lo contrario, tengo que hacer una especial referencia al belén de José Carlos, mi padre, en casa. Antes de nacer yo, según consta en diplomas de premios del concurso de la Caja de Ahorros Municipal de los años 1957, 58, 59, 60 y posteriores. Mi padre montaba un espléndido nacimiento en el domicilio de Sancho el Sabio. Con figuras de menor tamaño, preferentemente murcianas, pero con cuidadas perspectivas, agua natural y juegos de luces. Todo un lujo para aquella época. Hoy todo esto se nos presenta fácil y asequible. Pero en aquellos años no existía el material tan sofisticado que hoy podemos conseguir, sin ningún impedimento, en comercios o en Internet.

Precisamente mis primeros recuerdos me remontan a una infancia muy temprana, 3 años, en la que seguía con inusitada curiosidad tanto el montaje día a día, como una vez terminada la obra. Recuerdo que me tenían que arrancar de aquella embocadura hasta para comer, por increíble que pueda parecerles a los que me conocen.

También vienen a mi memoria las gélidas visitas al belén de La Florida. No en vano se había inaugurado en 1962 y había salido Vitoria en el Telediario de la TV. Además mi padre trabajaba en Imosa (hoy Mercedes) mano a mano con Javier Vera-Fajardo, quien alternaba su trabajo con la Concejalía de Festejos del Ayuntamiento de Vitoria. Y conocedor este de su afición, las noticias del belén de la Florida estaban en casa de primerísima mano. También recuerdo, como si fuesen ayer mismo, las visitas que realizaba de la mano de mi padrino Antonio los meses de julio y agosto al Retén municipal, junto a la antigua Plaza de Toros, donde se realizaron en escayola los Reyes Magos, el pescador y otras figuras.

Pero en el año 1968, tras una dolorosa enfermedad, muere mi madre y mi padre queda viudo con 7 hijos, el más pequeño con siete meses. Esta situación altera la vida familiar y obliga tanto a mi abuela Jacinta como a mi tía Milagros a dedicarse en cuerpo y alma a nuestro cuidado. Los belenes quedan guardando un riguroso luto, pues mi padre se ve inmerso en una profunda depresión de la que le costó años salir. En mi caso, dado el especial apego que tenía hacia mi padrino Antonio y su hermana Rosa alterné largas temporadas en la calle Cuchillería con ellos. Ni qué decir tiene que me mimaron en exceso e intentaron satisfacer todos mis caprichos. Y como no pudo ser de otro modo, tras mi insistencia, me obsequiaron con un precioso belén, belén que exponían en el escaparate de su local comercial en Pío XII (Electricidad Víctor y Antonio).

Pero ese coqueto nacimiento enseguida se quedó pequeño. Y con trece años, ya en la década de los setenta, y ahorrando las pagas de los domingos, comencé a construir el que sería mi primer gran proyecto belenista. Conseguí que mi padre me ayudase con las luces y algunos detalles. Ganamos el Primer Premio de Belenes Familiares. Y volvimos a picarnos, y esta vez era la tercera generación de la familia presente en el Concurso de Belenes de la Caja. Los premios y menciones honoríficas se sucedieron año tras año hasta que fui a la mili en el año 1981.

Hubo un conato de Asociación en el año 1975 a instancias de D. José Luis Ramos y auspiciados por las asociaciones vecinas de Pamplona y San Sebastián. Pero por extrañas razones, que yo hoy todavía no alcanzo a comprender, nunca pasaron el filtro legal. Estuvimos funcionando sin entidad jurídica bajo el paraguas de la Caja de Ahorros Municipal y el Concurso de Belenes de la misma. En el año 1984 recibo avisos de múltiples personas para que contacte con un Padre Carmelita que tenía mucho interés en recabar nuestros servicios y asesoramiento. Fue difícil dar con él, pues cuando no estaba ocupado con la Cofradía de la Virgen del Carmen, lo estaba con los viajes de la Cofradía o la Peregrinación a Lourdes.

Pero por fin, a finales del mes de julio de 1984 conocí al Padre Juan Cruz Apodaca Ortiz de Guinea. Tenía él entonces 61 años y era la persona más activa y emprendedora que he conocido. Me comentó que tenían intención de montar un gran nacimiento, al igual del que ya se montaba desde principios de siglo y que se dejó de montar en el año 1966. La Comunidad de Vitoria, a instancias de la Cofradía, había decidido que se retomase nuevamente el belén. Desgraciadamente poco quedaba de aquellos antiguos montajes: algunas figuras sueltas, dos palmeras maltrechas y una oveja desorejada. Así pues, el Padre Juan Cruz se remangó el hábito y se puso manos a la obra junto a su primo ebanista el Sr. Altuna, empezando de cero. Con todos los antiguos bancos del comedor del colegio, que se había derruido para levantar las casas de la esquina, se realizaron caballetes y mesas. Juan Cruz era un experto electricista, relojero y técnico de radios. Arreglaba juguetes de todo tipo para la antigua Juguetería La Espejera y también electrodomésticos para la firma Electricidad Larrea. Se encargó de la dirección de la instalación eléctrica y de los equipos de megafonía no solo del Convento e Iglesia de Vitoria sino de muchos más. Sus compañeros en algún tiempo lo apodaron como el «Padre Enchufes». Con este currículo no era de extrañar que quisiese lucirse con la luces. Con motores viejos de máquinas de afeitar, relojes, lavadoras y hornos microondas creó «La Máquina», un artilugio que mecánicamente hacía en siete minutos el ciclo del día y la noche, el crepúsculo, el amanecer, canto de pajaritos y animales varios, y salidas para otros servicios que llegarían con el tiempo, como la aparición del Ángel, el tendedero con las ropitas y otros. «La Máquina», como él la llamaba, lleva funcionando desde entonces y créanme que es el asombro de quien la ve. También consiguió que la veterana Nati Garrido, encargada del antiguo belén de San Pedro, le hiciese casas y árboles.

Y así, hacia mediados del mes de noviembre, recibió las figuras que había encargado en Madrid y Olot. Las mismas que él recordaba de estudiante, pero nuevas y relucientes. Tras un mes de trabajo atroz, el «Nacimiento del Carmen» se inauguró, o más bien habría que decir se reinauguró, el sábado 22 de diciembre tras la misa de 12, y se mantuvo hasta el 2 de febrero. La aceptación de la feligresía y de Vitoria en general fue grande. Llovían las felicitaciones de todos los lugares. Obtuvo el Primer Premio del Concurso de Belenes. Juan Cruz quedó abrumado por el éxito, pero bastante cansado y agobiado por tanto trabajo.

Al año siguiente el compromiso era todavía mayor. Se había programado en TVE la retransmisión de la misa dominical del 29 de diciembre, desde precisamente el Carmen de Vitoria. ¡El belén saldría en la TVE!… Tras muchos tiras y aflojas, por fin logra convencerme para que me encargue del decorado del belén de ese año y él mejoraría «La Máquina» y la estructura. Nos pusimos manos a la obra el día de San José. Teníamos que modular el belén en trozos, de forma que pudiéramos transportarlo a la Iglesia sin problemas de puertas y, sobre todo, de peso. Fue la primera vez que tomé contacto con el poliestireno expandido, más ligero de peso que la escayola. Buscando formas de trabajarlo, pues nadie lo había usado en belenes hasta esa fecha. Con un viejo cuchillo de pelar patatas de la antigua cocina del colegio y una sierra de poliestireno muy rudimentaria, que fabricamos con cuatro hierros viejos de Permar y poco más, dimos forma al nacimiento del año 1985.

El nacimiento quedó espectacular. Lástima que una fuerte nevada en la fecha prevista impidiese la retrasmisión de la misa desde Vitoria. No importó, pues D. Ramón Alfaro nos regaló un reportaje gráfico con los mejores fotógrafos de Fournier y editaron una postal que con el tiempo ha dado la vuelta al mundo. Aquel año el belén fue reconocido con una Mención Honorífica Especial al no poder participar en el concurso, pues así lo estipulaban las normas, y porque no era ético que un miembro del Jurado participase.

Durante los meses de enero y febrero del año 1986, el Padre Juan Cruz y un servidor sellamos un pacto de unión de proyectos: él empujaría la creación y actividades de la añorada Asociación Belenista y yo seguiría con el belén del Carmen con un nuevo decorado. Durante las obras de ese año en las dependencias del Convento, en silencio y con premeditación, Juan Cruz preparó el Claustro para poder albergar las exposiciones venideras, pero sobre todo las de belenes. Una instalación eléctrica con un punto de luz cada tres metros en todo el Claustro y cuadro de luces con diferenciales y magnetotérmicos para proteger tanto al Convento como a los inexpertos belenistas.

Tuvo que llegar el acto de entrega de premios de la Campaña Navideña 1986-1987 en el Salón Luis de Ajuria, para que, aprovechando mi presencia en la mesa como Jurado, convocase nuevamente a todos los belenistas participantes en el concurso a una asamblea en la que echaríamos a andar la Asociación Belenista de Álava. Tras dos reuniones preliminares, convocamos la Asamblea Constituyente el 17 de octubre de 1987 a las 7:30 h. PM. Procedimos posteriormente a la legalización e ingresamos en la Federación Española de Belenistas. ¡Por fin éramos una asociación belenista legal y federada!

Muchas son las cosas que hemos hecho juntos en estos 25 años. Con la de este año serán 25 Muestras Belenistas y calculo que con el público de esta campaña pasarán del medio millón de visitantes en todos estos años. Miles de niños han traído sus trabajos a nuestros concursos de belenes y eslóganes. Miles de personas han asistido a nuestros pregones de Navidad. Cientos de personas han aprendido técnicas belenistas en nuestros cursillos de belenes. Miles de personas han hecho la «Ruta de Belenes». Miles de personas han visitado nuestra página web www.arabelen.com. Durante los últimos 10 años hemos colaborado con la Cofradía de la Virgen Blanca cediendo belenes y dioramas para exponer en su Museo de Faroles. Hoy disponemos de un local en la «Almendra Medieval» para el desarrollo de nuestras actividades.

Y todo eso gracias al trabajo y esfuerzo anónimo de un montón de socios y no socios, es por eso que creo que es el momento de decir ¡Zorionak! ¡Felicidades! pero sobre todo «Gracias y Ánimo». Agradecimiento a las asociaciones vecinas de Pamplona y Guipúzcoa por su gran apoyo en los primeros años. Gracias a José María Rebé e Igone de San Sebastián. Gracias a Martín Zamarbide y a los hermanos Garayoa (Ángel y Juan Luis) de Pamplona. Gracias a la instituciones, Diputación, Ayuntamiento, Caja Vital, Caja Laboral, El Correo y COPE por su ayuda durante estos años. Gracias a nuestras familias y en especial a nuestr@s espos@s que han compartido y sufrido en silencio esta bendita chaladura. Y sobre todo, GRACIAS a la Comunidad Carmelitana de Vitoria y en especial al Padre Juan Cruz, que tanto nos han apoyado y permitido durante estos 25 años.

Cuando empezamos a crear la asociación entendíamos el belén como «expresión plástica, con tradición popular y fervor religioso». Aprendimos con el Padre Juan Cruz que el belén es en sí mismo un «Altar Temporal» de Navidad y una extraordinaria «Catequesis Plástica». Hoy, tras estos 25 años, es para nosotros mucho más. Es un hobby en el que disfrutamos cientos de horas. Es una terapia ocupacional para nuestros prejubilados y jubilados. Un motivo de unión y amistad entre aficionados de todo el mundo a través de Internet. Los foros y las páginas web se multiplican. Es todo un mundo dentro del coleccionismo, se coleccionan figuras, postales, pins, belenes en sí mismo de diversos países, libros y publicaciones. El belenismo es un fenómeno grupal, las asociaciones proliferan nacional e internacionalmente, cada vez somos más. Es motivo de Congresos Nacionales e Internacionales, Convenciones (como la que hicimos en Laguardia), reuniones regionales y encuentros de todo tipo. Muchos ayuntamientos, entre ellos Vitoria-Gasteiz, han visto un reclamo turístico en las «Rutas de Belenes» y «Ferias de Artesanía Belenista». En definitiva, el belenismo y el belén están de moda.

Pero, hoy a nadie se le escapa, ni a Zapatero, de que estamos inmersos en una profunda crisis. Crisis que va a afectar a muchos de los montajes y actividades de nuestras asociaciones en España, sobre todo a aquellas que dependen fuertemente de entidades de ahorro, Ayuntamientos y Diputaciones. Aunque eso no es nada si pensamos en las desesperadas situaciones de desahucios y privaciones de muchas familias, provocadas por el desempleo, los recortes y la falta de ayudas sociales. Estas Navidades se presentan tristes para un montón de vecinos. Y digo vecinos, pues aunque no queramos verlo, nos toca a todos muy cerca.

Archivo GIF con la imágenes proyectadas en el Pregón de Navidad 2012 de la Asociación Belenista de Álava, leído por Pedro Pablo González Mecolay en la Iglesia del Carmen de Vitoria-Gasteiz (22/12/2012)

Imágenes proyectadas durante la lectura del Pregón de Navidad 2012 de la Asociación Belenista de Álava, a cargo de Pedro Pablo González Mecolay en la Iglesia del Carmen de Vitoria-Gasteiz (22/12/2012)

Pero la crisis no es solo económica. No. Afecta en esta nuestra sociedad, cada vez más laica, también a conceptos más profundos como el Amor, la Fe y la Familia. Y estos son quizás los ingredientes principales que necesitamos para nuestros belenes. Amor entendido por entrega incondicional a los demás sin esperar nada a cambio, con abnegado esfuerzo y sacrificio a la hora de hacer nuestros nacimientos. Fe en que lo que estamos representando en nuestros pesebres, como os decía al comienzo del Pregón, es en sí mismo el mejor apostolado del Misterio de la Natividad, que marca el comienzo de nuestra era cristiana y es el fundamento de estas fechas navideñas. Y hoy más que nunca es necesario reivindicar el pilar básico de nuestra sociedad: la Familia. Al igual que aquella Sagrada Familia de Belén, la misma que representamos plásticamente.

Y termino haciéndome nuevamente la pregunta: ¿por qué?. Pero un porqué más profundo, tipo Mourinho: «¿Pur quéeee?».

Durante las cientos de horas en las que he tenido el placer de compartir charlas y proyectos con el Padre Juan Cruz en el último banco de este templo, mientras esperábamos la salida del último visitante para poder cerrar la Iglesia, Juan Cruz frecuentemente me repetía que yo era un perfeccionista y que tenía que hacer el belén pensando en los niños. Que era para ellos y por ellos por quien merecía la pena el esfuerzo. Que solo por el hecho de que uno se agarrase fuertemente a la barandilla y llorase por su marcha, compensaba todo nuestro trabajo, desvelos y sacrificio. Quizás es añoranza de una inocente infancia, en la que un servidor vivió esa escena ante el belén de su abuelo.

Solo me queda desearos que vuestros belenes sigan haciendo cosquillas en el corazón a tantos anónimos visitantes atraídos año tras año. Y que el bendito Niño, que nos sonríe desde nuestros humildes pesebres, nos colme de salud, trabajo y paz el año entrante.

Zorionak eta Urte Berri On.

Eskerrik asko. Arratsalde On

Pedro Pablo González Mecolay – Vitoria-Gasteiz, 22 de diciembre de 2012


P.D.: Para terminar os adjuntamos una serie de vídeos de la coral infantil Leioa Kantika Korala, dirigida por Basilio Astúlez, que se ha encargado de la parte musical del Pregón de Navidad 2012. En dichos vídeos está gran parte del repertorio que han interpretado la tarde de hoy.

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Texto del Pregón de Navidad 2012 – Asociación Belenista de Oviedo – Dª. Isabel San Sebastián Cabasés

15 Dic 12
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En la tarde-noche de hoy, sábado 15 de diciembre de 2012, ante el numeroso público congregado en la Sala de Cámara del Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo, en un acto amenizado por el Coro Mixto Reconquista dirigido por Ángel Gallego, Dª. Isabel San Sebastián Cabasés, periodista y escritora, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


Isabel San Sebastián Cabasés, pregonera de la Navidad 2012 en Oviedo (15/12/2012)

Isabel San Sebastián Cabasés, pregonera de la Navidad 2012 en Oviedo (15/12/2012)

«Queridos amigos y vecinos de Oviedo:

Me habéis hecho el honor de convertirme en pregonera de vuestra Navidad, a pesar de no tener yo la suerte de ser hija de esta villa, y es tarea que me llena de gratitud y a la vez de responsabilidad, porque no es cualquier cosa poner voz y letra a un acontecimiento de semejante trascendencia.

No soy hija de esta tierra asturiana, es verdad, aunque no me canso de proclamar el cariño y la admiración que despierta en mí su paisaje, su historia y sobre todo su paisanaje, tan cercanos a mi corazón que me han devuelto el hogar que otros me robaron, a la vez que me permitía echar raíces tras muchos años de trashumancia forzosa.

De ahí la emoción con la que me enfrento a este pregón, que me va a llevar a recorrer el camino de una memoria familiar nómada, con la vida en una maleta, en la que la Navidad siempre fue el momento y el motivo de volver a casa, a la patria, a los afectos.

Me dispongo pues a cumplir el encargo con humildad, con la seriedad que requiere la tarea, con honda emoción, porque sin ella ni la Navidad ni la vida pueden ser celebradas como se merecen, y también, con los bártulos propios de mi oficio de periodista y escritora que son las ideas, los sonidos, las palabras con las que hilvanamos discursos y contamos nuestras historias.

Historias o mejor dicho Historia, con mayúsculas, que en el caso de Asturias me ha brindado una urdimbre incomparable para tejer sobre ella dos novelas, Astur y La visigoda, que narran el empeño heroico del pueblo asturiano por recuperar las señas de identidad cristianas que arrebataron los musulmanes, con su invasión, a los habitantes de la antigua Hispania visigoda. Su batallar incansable en nombre de la Santa Cruz, desde Covadonga, bajo la advocación de la Santina, hasta consolidar las fronteras de un Reino que con el tiempo crecería para convertirse en la cuna de España. En su madre y también su padre en un principio, valientes, generosos, protectores… Ejemplares.

Vayan pues por delante mi admiración, mi cariño y, por supuesto, mi gratitud por invitarme a compartir con vosotros estos minutos dedicados a enhebrar, con las herramientas de mi profesión, el homenaje que se merecen estas fiestas tan especiales en esta Asturias de mis amores.

No voy a adentrarme en el territorio de la fe y del significado teológico de la Natividad de Jesucristo que se conmemora en estos días. Doctores tiene la Iglesia, y de hecho algunos, como monseñor Martínez Camino me han precedido en este cometido, por lo que no haría yo sino el ridículo más espantoso pretendiendo estar a su altura. Ni tengo conocimientos suficientes para acometer ese empeño ni deseo crear distancias entre quienes otorgan un sentido trascendente a esta sucesión de celebraciones y representaciones sacras, y quienes las viven, por el contrario, como tradiciones dignas del mayor respeto, al margen de creencias religiosas. Unos y otros tienen cabida, a juicio de esta pregonera, en una interpretación tolerante de la Navidad, que es la propia de la caridad que caracteriza a nuestra fe y también de esta España abierta al mundo y, al mismo tiempo, orgullosa de sí misma. Esta España en la que todavía (digo bien todavía, porque hay nubarrones que la amenazan) tenemos la fortuna de vivir.

Tampoco intentaré glosar con pretensión erudita o costumbrista la peculiaridad local y sus raíces históricas, porque me faltan cultura y experiencia para ello, y también, a qué negarlo, porque no me parece la manera más honesta de cumplir el cometido que se me ha encomendado. Mi oficio no es la Historia, aunque me apasione, sino la literatura y la crónica. O la crónica y la literatura, que vienen a ser una misma cosa. En definitiva, el de escritora o escribidora, que es el arte de escribir a diario a fin de contar lo que pasa.

De ahí que, al ponerme a reflexionar hace unos días sobre el contenido de este pregón, haya rebuscado en los cajones de la memoria, en todas las estanterías de la percepción, por ver de encontrar una palabra, una sola, la más adecuada para dibujar los contornos de la Navidad desde el punto de vista del sentimiento. Dicho de otro modo: que haya procurado dar con el término más exacto, más acorde con lo que dicta el corazón, para asignarle un apellido a esta Navidad tan sobrada de adjetivos huecos. ¡Ardua tarea!

En esta navegación silenciosa por las páginas del diccionario, que rara vez es capaz de poner nombre exacto a la emoción, me he topado con muchos términos de uso común por estas fechas. Sustantivos, adverbios tan navideños como el turrón o los polvorones que, sin embargo, no terminan de colmar mis necesidades expresivas.

Ahí está, sin ir más lejos, ese vocablo de tres letras con ecos de villancico: la PAZ. ¡Qué hermoso anhelo! Si no fuera por lo desgastado y raído que está el concepto a fuerza de ser retorcido en base a intereses bastardos. Si no fuera por el uso y abuso que se ha hecho de esta voz tan extraordinariamente difícil de trasladar a la realidad. Si no fuera porque su nombre se pronuncia continuamente en vano, para amparar toda clase de iniquidades, PAZ sería una buena forma de definir lo que impregna el alma en estos días de celebración.

Por eso aprovecho la ocasión para invocar a la Virgen de Covadonga, bajo cuya advocación Asturias siempre ha dado lo mejor de sí misma, con el fin de que ampare bajo su manto amoroso a esta España y esta Europa que viven horas tan oscuras, nos regale la paz a la que aspiramos todos y nos cobije en el año que vamos a estrenar. Que todas las madres de hijos en paro, desesperanzados, privados del futuro que debería pertenecerles, sequen sus lágrimas y reencuentren la sonrisa que debió iluminar a María cuando tuvo al Niño Jesús en sus brazos. Que entre todos seamos capaces de construir un mundo más justo y más amable para nuestros hijos, en el que tengan oportunidades para vivir una vida digna. Que alcancemos algún día la cordura necesaria para repartir de manera más equitativa, así el esfuerzo como los frutos del mismo. Y también la alegría.

ALEGRÍA. Ese es otro de los estados que, se supone, han de reinar en los ánimos. Alegría ante el nacimiento de Nuestro Señor, ante las vacaciones, los regalos, las cenas de amigos, las reuniones familiares, el calor del hogar… Alegría de burbujas de champán o sidra El Gaitero, que es la que tomamos siempre en casa. Alegría ante las campanadas, la ropa elegante, el Gordo de la Lotería… Alegría día y noche… hasta el punto de empalagar. Tanta alegría impuesta, obligatoria, proclamada a toda hora desde la pantalla del televisor, terriblemente inoportuna cuando todo a nuestro alrededor es crisis y tanta gente está pasándolo tan mal, termina por convertirse en falsa. Y no solo por todo el dolor que provocan los problemas presentes, la exclusión que se deriva a menudo del paro, la desesperanza y hasta el hambre de los más castigados por este azote económico, sino porque este es tiempo de balances que no siempre resultan favorables en todas las partidas. Porque cualquier carencia se nota con intensidad más dolorosa cuando se intenta ignorar en aras de esa alegría forzosa. Porque hay mucha gente condenada a la soledad, soledad solitaria o soledad acompañada, que de todo hay y en abundancia. Mucha gente que se duele en estos días, más que nunca, por mucho que intente disimular, del amor que falta en su vida.

Y llegamos así a otro de los iconos de la Navidad. El AMOR. Amor que, se nos dice, hay que entregar a manos llenas como el más preciado don, siguiendo el ejemplo de los magos y los pastores que llegaron hasta Belén hace ahora 2012 años (¡se dice pronto!) con oro, incienso, mirra y cánticos para el Niño Dios recién nacido. Oro para subrayar la realeza de ese Niño que, sin embargo, por humildad, eligió nacer en un pesebre, pues siempre vio más gloria en los humildes y los desheredados que se empeñan en salir adelante, que en los poderosos aferrados a privilegios y empeñados en perpetuarse. A mí me sucede lo mismo, y cuantos más años tengo, más se agudiza esa percepción. Incienso destinado a simbolizar el hecho de que era Hijo de Dios. Mirra, que adelantaba y anunciaba la que sería su pasión.

Y es que en la antigüedad y en la Edad Media nada era lo que parecía, ningún elemento tenía únicamente valor en sí mismo, sino que todo poseía un altísimo valor simbólico que las gentes de ese tiempo sabían interpretar a la perfección.

De ahí que el belén, representado por vez primera en la Nochebuena de 1223 por un guerrero reconvertido en monje llamado Francisco de Asís, que lo escenificó con una mula y un buey reales a su regreso de las Cruzadas en Tierra Santa, fuese mucho más que una mera representación de lo acaecido en Belén. Todas y cada una de sus figuras evocaban lo complejo del Misterio de la Natividad. Quienes contemplaron en aquel siglo XIII el pesebre, a los magos «sabios», a los sencillos pastores y a los animales de labor que daban calor al niño, supieron que lo que había impresionado al futuro San Francisco en la tierra que vio nacer a Jesús, hasta el extremo de hacerle abandonar la espada para abrazar el hábito, fue precisamente el mensaje de amor que trajo consigo el Salvador. El amor que marcó la diferencia entre el Dios de la venganza del Antiguo Testamento y el de la misericordia presente en los Evangelios.

Amor que nos hace humanos además de hermanos. Amor escrito en tarjetas en tonos verdes y rojos; guisado en forma de pavo, besugo, cordero o sopas de leche; cantado junto al portal o bien alrededor del árbol; empaquetado con grandes lazos de ilusión para hacer mágica la mañana de Reyes. AMOR convertido en solidaridad cuando la fiebre consumista propia de esta temporada logra despertamos la conciencia, generalmente dormida, y esta nos empuja a abrazar una causa, la que sea, capaz de aliviar el sufrimiento de algún desdichado en algún lugar de este mundo inmenso, donde todo está mal repartido. Cada vez peor, por desgracia, a medida que pasan los años. Amor que nos lleva a compartir lo mucho que nos sobra, y a veces incluso aquello de lo que vamos justos, con quienes se han quedado sin nada. Amor generoso. Amor sin condición. Amor que se exige a sí mismo sin pedir nada al ser amado. Amor hermoso. AMOR…

Es sin lugar a dudas un sentimiento digno de cultivarse, demasiado importante, sin embargo, para reducirlo a la condición de sentimiento navideño.

Demasiado indispensable. El amor es al alma lo que el pan al cuerpo. Es, sin lugar a dudas, la emoción que más nos humaniza y nos asemeja al Niño que nació en Belén, además de hacernos merecedores de su venida a este mundo. Lo necesitamos tanto como al sol, la libertad o el aire que respiramos. Ha de fluir por nuestro día a día para alimentar nuestro comportamiento, dar sentido a la existencia e iluminar con su luz cada cosa que hacemos…

LUZ. ¿Hay algo más representativo de la Navidad que la luz de las calles, las velas o la chimenea? ¿Alguna metáfora más lograda que la de la luz en pleno solsticio de invierno, como símbolo de la esperanza en una nueva primavera que traerá nuevas cosechas, un nuevo sol y una vida renovada? ¿Alguna forma mejor de describir lo que supone la venida al mundo de Nuestro Señor, verdadero faro de luz cálida capaz de guiamos entre las tinieblas?

Sí, lo hay. Hay, al menos en mi corazón. Una emoción que contiene y abarca a todas las demás. Una palabra que apellida a la perfección el nombre de la Navidad. Un sentimiento predominante, estoy segura, en la gran mayoría de nuestras almas: la NOSTALGIA.

Si algo experimentamos en estos días y estas noches de enorme intensidad afectiva es nostalgia. Nostalgia de lo que pasó, de los que ya no están, de lo que pudo haber sido, de lo que se perdió en la bruma de los años. Nostalgia casi siempre dulce, pero con pinceladas oscuras que causan dolor. Nostalgia que hace aflorar las lágrimas en los momentos más felices. Nostalgia…

Hace unos años, escribí por estas fechas unas líneas con las que trataba de expresar lo que entonces era una herida abierta y hoy una cicatriz que jamás sanará del todo, aunque ya no sangre. Lo escribí pensando en todas las Navidades que había compartido con mis padres, mis abuelos y los seres queridos que abrigaron mi infancia nómada. En todos los villancicos cantados a coro con mis cuatro hermanos, bajo la dirección de mi madre pianista. En los cuentos que nos inventaba mi padre antes de mandarnos a dormir y en las chaquetas que nos hacía mi madre en su incansable labor de punto. En todos los momentos de felicidad condensados en la mera evocación de esa Nochebuena y esa Navidad en las que, por una vez, estábamos todos juntos alrededor de una misma mesa, siempre con el mismo menú tradicional, mitad de Bilbao, mitad de Pamplona.

Decía así mi particular pregón personal: «Pasan los días y pesan las ausencias en esta Navidad. Pasan las vísperas, antaño impacientes y gozosas, hoy temidas… y duelen las voces silenciadas, las risas apagadas, los abrazos que no se han de dar».

El calendario ha volado hacia esas fechas cálidas, de hogar y de familia, y todo se ha hecho añoranza del pasado. Faltan ante todo los seres queridos… ¡Y ya van siendo tantos! Faltan los lugares, los sonidos, las voces del viejo disco de villancicos. Faltan escenario, decorado y personajes, aunque el guión sigue siendo básicamente el mismo: hay regalos, canciones, compras, comilonas y árbol de Navidad, pero falta perspectiva; la perspectiva de la niñez perdida. Porque la edad no está en la partida de nacimiento, sino en los ojos de los demás. Por eso somos niños mientras hay alguien que nos contempla como a tales, con brazos abiertos para acogernos siempre, razones dispuestas a comprenderlo todo y amor incondicional. Por eso dejamos de serlo el día en que esa mirada se nubla definitivamente y cerramos la puerta a un hogar.

Eso exactamente es la orfandad, que marca la hora de formar en primera línea y tomar el testigo…

Mientras aquí terminamos de decorar el abeto, en el «belén de ahí arriba», me digo, el Niño Dios ya ha encontrado quien le narre cuentos de caballeros medievales, audaces y borrachines, o de enanitos «barbilones» escondidos en manzanas rojas. El Niño no ha de aburrirse, no, que esos cuentos no se acaban. Y los pastores, calentitos, a pasar la noche al raso sin preocuparse del frío, que unas manos de dedos largos y finos ya les habrán tejido suaves jerseys y bufandas, con todo el cuidado del mundo. A la Virgen, entre tanto, no ha de faltarle compañía, conversación, alguna anécdota familiar cuajada de carcajadas, una taza de té humeante con tostadas y mantequilla y, sobre todo, alegría. En cuanto a José, tal vez disfrute haciendo tertulia con un interlocutor tan sabio como gruñón…

Habrá aguinaldo para todos, eso seguro, y también regalos. Al menos uno para cada uno. Los primeros, en sobre blanco con los nombres en letras azules, los otros envueltos en papeles de colores con tarjetitas colgando. Luego se cenará coliflor y cardo, besugo al horno, capón, turrones y compota de orejones. Para beber, sidra dulce, vino tinto y alguna copa de champán. Después, los villancicos.

Y durante un día sin fin habrá meriendas apacibles con olor a dulce y a limón, y noches de charla y de historias, con sabor a viejos libros. Y por encima de todo, amor. Lo que nos queda. Lo que nos llega. Lo que nos une.

Aquí abajo también tenemos Nacimiento, por supuesto. Con Misterio, portalón, un enorme cielo azul pintado estrella a estrella por los pequeños de la casa, reyes, pajes, camellos, ovejas, puente… y hasta un río con agua de verdad. Solo le falta un detalle; uno, pero esencial. A nuestro Nacimiento, este año, se le han perdido los abuelos.

Aquí abajo se ha roto para siempre un eslabón. Se ha quebrado la cadena de la vida y estamos en primera línea. Hemos dejado de ser niños incluso en la última retina, en el último bastión que conservaba esa sensación cálida, segura, terriblemente necesaria. Y si hay una fecha en la que la orfandad se hace presente, como esas viejas fracturas que duelen con la humedad, son estos días, de fiesta y de familia, cuando descubres que los que vienen detrás te reclaman que seas tú quien ponga color, calor, aroma y sabor a la Navidad, para que ellos puedan recordarla algún día.

¿Será por eso que nos aferramos con todas nuestras fuerzas a los que todavía conservan la magia de la inocencia, y nos desvivimos por rodearles de mimos, y buscamos en sus ojos la felicidad que hemos perdido, y hacemos de tripas corazón, y cantamos y reímos para que puedan disfrutar y continuar así ese fantástico ciclo? ¿Será por eso que los únicos regalos que ilusionan de verdad no son los que se reciben, sino los que se van a dar?

Hoy conviven en el belén de mi casa, junto al Niño de la esperanza, un portal destartalado que tiene más años que yo; un cielo lleno de estrellas pintado por mis hijos cuando apenas sabían hablar; y pastores, mulas y bueyes de varias generaciones. Los Reyes Magos, en cambio, acaban de incorporarse y representan un mañana abierto, pese a todo, a la ilusión. Vienen cargados de hermanos, primos, hijos, nietos, sobrinos y amigos, que llenan los días por venir de compañía y de cariño. Traen las alforjas repletas de promesas de futuro.

Los recuerdos son todavía afilados como hojas de navaja. Las sillas vacías parecen gritar. Pero el tiempo lo templará todo. La pena se suavizará y hasta llegará un momento en que las imágenes que hoy arrancan lágrimas, despertarán sonrisas. Seguiremos pintando estrellas y hasta construyendo ríos por los que fluya agua de verdad… por los que se han ido. Por los que vienen detrás. Porque es preciso.

Por el cauce de papel de plata que baja de las montañas de corcho, discurrirán los recuerdos gota a gota, limados de sus aristas dolorosas, impregnados de ternura, seguramente idealizados, pero hermosos, y merecedores de un espacio privilegiado en la memoria. De un lugar situado junto al que reserva el corazón para esas personas imborrables, que viven por siempre en nosotros y se hacen más presentes (o más ausentes) que nunca entre el turrón y las guirnaldas.

Ellas están aquí, con nosotros, en un millar de anécdotas cien veces repetidas a quienes no llegaron a conocerlas.

Están aquí, representadas en sus cosas queridas, sus objetos, sus muebles. Sus libros…

Están en ese gesto que descubres en un niño, en el color de unos ojos, en las conversaciones más triviales… Su espíritu sigue presente en cada una de las personas que las amaron.

Es el triunfo de la vida. La victoria del amor sobre cualquier contingencia, incluida la muerte. El mensaje que trae consigo cada nuevo año. El contrapunto esperanzado que encuentro yo a la Navidad, toda vez que, para mí, ya siempre estará teñida de nostalgia.

La Alegría. El Amor. La Luz. La Paz.

A todos, de corazón, FELIZ NAVIDAD.»

Isabel San Sebastián Cabasés – Oviedo, 15 de diciembre de 2012

Texto del Pregón de Navidad 2004 – Asociación Belenista de Gijón – Dª. Beatriz Rico

23 Dic 04
Presidencia FEB
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En la tarde-noche de hoy, miércoles 23 de diciembre de 2004, ante el numeroso público que llenaba la Iglesia Parroquial de San José de Gijón, en un acto amenizado por el coro de la APA del Colegio de la Inmaculada y el Orfeón Gijonés, Dª. Beatriz (Juarros) Rico, actriz y presentadora de televisión, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


Beatriz Rico, actriz y presentadora de televisión, pregonera de la Navidad 2004 en Gijón (23/12/2004)

Beatriz Rico, actriz y presentadora de televisión, pregonera de la Navidad 2004 en Gijón (23/12/2004)

«Muy buenas noches a todos los aquí presentes. Primeramente, me gustaría agradecer a los componentes de la Asociación Belenista de Gijón el haberme elegido pregonera de esta Navidad. Debo decir que es un orgullo y una satisfacción estar hoy con vosotros, en esta hermosa Iglesia de San José, y espero responder a la gran confianza que habéis depositado en mí. Sin duda, se trata de una enorme responsabilidad, y he de confesar que, al principio, cuando me hicieron llegar la invitación, sentí un poco de miedo, puesto que este es el primer pregón que tengo el honor de pronunciar. Si a todo esto añadimos el hecho de encontrarme en Gijón, en mi ciudad, en mi casa y entre mis paisanos, la responsabilidad es todavía mayor.

Dicho esto, me apetece haceros partícipes de lo que yo misma llamo “mis recuerdos de es Navidad”. Mi Navidad siempre ha estado unida a Asturias. Desde que tuve que ausentarme de la tierra que me vio nacer, por motivos profesionales, cada año he vuelto a casa. Son fechas que, para mí, carecen de sentido si no las puedo disfrutar en compañía de mi familia. Y Gijón, por supuesto, es el lugar ideal. El paso del tiempo ha propiciado que yo haya sabido apreciar el tremendo valor que encierran estas fiestas. De niña, las recuerdo impregnadas de ilusión, de magia, de luces, de belenes y, claro está, de vacaciones y regalos… En fin, esas pequeñas cosas que provocan la sonrisa de todos los niños. Cuando te haces mayor, valoras otras cosas: la oportunidad de reunirte con tus seres queridos (cuando se vive en otra ciudad, como es mi caso, este detalle adquiere muchísima importancia); de volver a respirar ese ambiente mágico que me fascinaba siendo una cría; y de sentir que, aún hoy, se mantiene intacta la esperanza de que en este complejo mundo que nos ha tocado vivir podamos, finalmente, conseguir esa utópica paz que tanto anhelamos.

Si echo la vista atrás y hago un ejercicio de nostalgia, no puedo evitar derramar alguna que otra lágrima al recordar el Gijón de mi niñez. Ese Gijón rebosante de Navidad por todos y cada uno de sus rincones. Como si se tratara de una de las películas en las que tengo el privilegio de participar gracias a mi profesión de actriz, me veo a mí misma -con unos poquitinos años menos, eso sí- paseando por las céntricas calles de esta ciudad, cogida de la mano de mi madre. El sonido de los populares villancicos me proporcionaba una felicidad inmensa. Pasear en medio del bullicio propio de estas fiestas se convertía, para mí y para muchos otros niños, en una especie de ritual que había de cumplirse a rajatabla. Es una verdadera lástima que pequeñas tradiciones como esta que acabo de rememorar hayan ido desapareciendo, en detrimento de otras actividades más comerciales y lucrativas. Suele ocurrir que olvidamos, con demasiada facilidad, las pequeñas cosas que realmente nos hacen la vida más agradable; y cuando nos damos cuenta y tratamos de recuperarlas, muchas veces es ya demasiado tarde…

Un estremecimiento de nerviosismo y felicidad invadía todo mi cuerpo cuando me detenía a contemplar los hechizantes escaparates de las jugueterías o cuando llegaba la hora de entregarle mi extensa carta al Emisario de sus Majestades los Reyes Magos de Oriente. El momento culminante llegaba en la tarde-noche del 5 de enero, viendo desfilar ante mis fascinados ojos, las carrozas que transportaban a Melchor, Gaspar y Baltasar. Casi os puedo asegurar que me hacía más ilusión presenciar el colorido y la alegría que transmite la Cabalgata de Reyes, que todos los regalos que, a la mañana siguiente, aparecían por arte de magia en mi casa. Indudablemente, esa mañana de Reyes me volvía loca de nervios y entusiasmo. Idéntico entusiasmo es el que hoy en día siento contemplando la felicidad que experimenta mi hijo en estas fechas. En su carita me veo yo misma reflejada, lo cual me produce la sensación de retroceder en el tiempo…

En fin, imagino que todo esto que os estoy contando os resultará tremendamente familiar. Durante estas fiestas, la gran mayoría de vosotros habréis experimentado, en algún momento, estas sensaciones que describo. Estando en compañía de nuestros hijos pequeños y nietos, o de los hijos y nietos de nuestros parientes o amigos, es imposible no sacar a relucir esa alma de niño que todos llevamos dentro. Y qué gratificante resulta, ¿verdad? Deberíamos practicarlo más a menudo, no solamente en Navidad. Sé que todos y cada uno de los aquí presentes comenzamos el nuevo año cargados de buenos propósitos, que luego van perdiéndose en el camino. ¡Qué pena!

¿Y qué puedo deciros de los belenes? De pequeña, en mi casa, siempre hubo un belén. He de reconocer que mi familia y yo no éramos especialmente habilidosos en la tarea, pero compensábamos cualquier carencia con una dosis desbordante de ilusión y empeño. Gracias a este derroche de ánimo que poníamos en el asunto, colocábamos el portal, los pastores, los Reyes y todas las restantes figuritas de que disponíamos. De las finas arenas de nuestra playina de San Lorenzo recogíamos las cantidades convenientes para poder construir los montes, caminos y demás irregularidades del terreno. Si nos apetecía que nevara un poquito, nada mejor que espolvorear unos puñados de harina sobre el paisaje.

A la playa también acudíamos muchas veces en busca de piedras con las que bordear las orillas del río, siendo este la auténtica “estrella” del montaje. Un río fabricado con papel de plata, claro está, ya que no disponíamos ni de los medios ni de la habilidad necesarios para hacerlo con agua corriente.

¿Y qué era lo que sucedía con la vegetación?, os estaréis tal vez preguntando muchos de vosotros. Porque, efectivamente, un Nacimiento sin vegetación resulta un tanto incompleto. Pues bien, además de comprar cada año alguna palmera o diversos arbolitos de adorno, nos gustaba culminar la obra con auténtico musgo, que procurábamos coger donde buenamente podíamos, lo cual no siempre era sencillo de lograr.

Ya os digo que se trataba de un belén muy rústico y humilde, pero para mí era el mejor belén del mundo. ¡Pobre de aquel que osara meter sus “zarpas” en el Nacimiento! El espacio que ocupaba la construcción entera venía a ser como una especie de territorio sagrado, que todos debíamos respetar escrupulosamente.

En definitiva, lo que pretendo haceros ver, mediante esta pequeña historia, es que no se necesita disponer de grandes recursos ni de mucho dinero para llevar a buen puerto el montaje de un belén. Yo creo que la verdadera riqueza no reside en los medios que utilicemos, sino que está en las ganas que le echemos.

Es por ello que admiro a la gente con vocación y habilidad, como las personas que integran la Asociación Belenista de Gijón. Realmente ha sido una sorpresa para mí el conocer a esta Asociación. Debo reconocer que me ha impresionado toda la labor que estos belenistas desempeñan. Además, he aprendido muchísimas cosas que desconocía por completo, relacionadas con el mundo del belén. Me han contado que existen asociaciones de belenistas en toda España, e incluso en el extranjero; y que las de nuestro país forman la denominada Federación Española de Belenistas. He podido saber que estas agrupaciones organizan cada año un Congreso Nacional Belenista, donde se reúnen para compartir métodos y técnicas en la construcción de belenes. Allí mismo instalan mercadillos, en los que se pueden encontrar toda clase de utensilios y accesorios para el Nacimiento. Los artesanos, por su parte, presentan en sociedad sus nuevas figuras y creaciones. Se imparten charlas, conferencias y un montón de actividades que culminan con la entrega del prestigioso “Trofeo Federación” a aquellos belenistas más destacados. Este galardón supone la más alta distinción a la que un artista del belén puede aspirar.

También me han enseñado a diferenciar los diversos tipos de belenes que hay. Si la memoria no me falla, están los Nacimientos regionalistas, que son aquellos que utilizan figuras vestidas con trajes típicos regionales, colocadas en escenas tradicionales propias de cada región del país. Luego tenemos los belenes costumbristas o populares, donde se mezclan toda clase de escenas adaptadas a las formas y paisajes de cada zona o lugar en el que se vive. Para que nos entendamos, estos Nacimientos son los que todos nosotros montamos en casa desde siempre. Y, por último, existen los belenes de estilo hebreo, en los cuales las figuras aparecen ataviadas con las antiguas vestimentas hebreas, mientras que las escenas y construcciones son las típicas de la tierra de Palestina.

Bien, llegados a este punto, creo que he sido una alumna aplicada y que he aprendido correctamente la lección. Mis amigos y profesores belenistas tienen la última palabra. No obstante, yo estoy deseosa de que me enseñen muchas más cosas acerca de este fascinante arte. Por ellos he descubierto que existe un gran número de escultores y artesanos de notable prestigio, los cuales realizan verdaderas obras de arte y trabajan en distintas escuelas, como la madrileña, la catalana, la murciana, la andaluza, y un largo etcétera.

En definitiva, me he dado cuenta de que el belenismo es un mundo apasionante que, poco a poco, iré conociendo en mayor profundidad.

Desde luego, las personas que forman la Asociación Belenista de Gijón desarrollan su trabajo con pasión. Tener una pasión significa sentirse vivo, ilusionado, esperanzado…

Esta Navidad, en mi casa, con toda la ilusión de mi hijo, hemos colocado dos portalinos, chiquitinos, pero hechos con gran cariño. Y es por eso por lo que nos fascina salir y pasear, buscar, ver en las calles de Gijón todos esos belenes que son pequeños sueños en miniatura. En cierto modo, construir belenes nos permite soñar y convertirnos en otras tantas de esas figuritas que se encaminan al Portal para adorar al Niño. Y es que un belén es algo más que una simple maqueta. Es el tiempo convertido en sueño abriendo la ventana a nuestro corazón.

Para todos aquellos que, como yo, consideran que la Navidad es algo más que un rutilante anuncio de televisión o una conocida marca comercial, es sumamente importante el hecho de que estas asociaciones de belenistas continúen su entrañable labor durante muchos, muchos años. Que en todas las familias cada miembro aporte, a su manera, su voz y entusiasmo, que sirvan de apoyo a la pervivencia de este bello arte. Lo más destacable que debemos tener en cuenta a la hora de armar un belén es el amor y la imaginación que pongamos en nuestra tarea.

Esta humilde pregonera espera que la gente no se proponga ser feliz únicamente en Navidad y que, por el contrario, la Navidad constituya el hermoso preludio de una vida pacífica, armoniosa y esperanzadora para todos. Ojalá lleguemos a ver esa Navidad en la que todos los hombres sean amigos y la bondad se pueda transmitir de mano en mano, aliada con la alegría.

Pese a todo, no cabe duda de que, a lo largo de estos días, hay buenos motivos para sentirse felices. El corazón reparte alegrías y trae un poco de magia a nuestras vidas. Os deseo a todos una muy feliz Navidad, en la forma y estilo que queráis vivirla. Y sólo os pido una cosa: que siempre conservéis el espíritu de ese niño que durante un tiempo fuisteis, y mantengáis intacta la ilusión por las cosas, que a todos nos acompaña en la infancia.

Muchas gracias y buenas noches.»

Beatriz (Juarros) Rico – Gijón, 23 de diciembre de 2004

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Texto del Pregón de Navidad 1997 de la Asociación Belenista de Álava, a cargo de D.ª Paloma Gómez Borrero

22 Dic 97
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Texto del Pregón de Navidad 1997
de la Asociación Belenista de Álava,
a cargo de D.ª Paloma Gómez Borrero

Imagotipo de la Asociación Belenista de ÁlavaA mediodía de ayer, domingo 21 de diciembre de 1997, ante el público que llenó el Teatro Principal Antzokia de Vitoria-Gasteiz, en un acto amenizado por un concierto de villancicos y música de distintos autores vascos a cargo de la Banda de Música de la Ertzaintza, D.ª Paloma Gómez Borrero, periodista y escritora, muy conocida por haber sido corresponsal de TVE en Italia y el Vaticano entre 1976 y 1983, pronunció el siguiente Pregón de Navidad.


«Ilustrísimo Sr. Alcalde, autoridades todas…, señoras y señores.

Me siento muy feliz de estar hoy con todos ustedes, muy orgullosa y agradecida por haberme elegido pregonera de las fiestas de Navidad.

Faltan muy pocos días para que en el mundo vuelva a resonar el augurio de paz y esperanza que hace 1997 años los ángeles anunciaron a unos pastores de la región de Judea, que no muy lejos de allí, en Belén, había nacido el Niño Dios. En el umbral del tercer milenio, cuando el mundo vive en un clima de odio y violencia, el canto de los ángeles es una necesidad en el corazón de todos. Por eso también, con este deseo de paz comienzo mi pregón de Navidad, de una Navidad que en tantas partes del planeta Tierra todavía se vive entre el silbar angustioso de las balas, el ruido ensordecedor de los misiles, entre muerte, desolación, miseria, hambre; los cuatro jinetes del Apocalipsis; de hoy.

Que esta Navidad que da paso al año nuevo, traiga fraternidad, convivencia en armonía entre los hombres. Y en los lugares, como en este queridísimo País Vasco, el silencio de la muerte, el terror de las armas deje paso al canto de la vida. Como me dijo un día Lech Walesa, «que las pistolas se carguen con flores».

Vengo a Vitoria hoy, a Vitoria la bella, la de los miradores blancos como transparentes palomas, a esta ciudad que me cautivó desde el primer instante en el que me adentré en ella, donde me perdí enamorada de su encanto por sus calles y plazas, donde me arrodillé a rezarle a la Virgen Blanca, como una vitoriana más. He venido a Gasteiz abrazada por campos verdes como esmeraldas, montes verdes como la esperanza, con el deseo de traeros el eco de la Navidad Vaticana, con el telón de fondo de la maravillosa plaza de San Pedro que se abre como un inmenso abrazo para acoger a la humanidad en un apretón de amor.

Desde hace siglos, a partir del primer domingo de Adviento, Roma se puebla de Nacimientos. Al igual que en Vitoria, donde no viene Papá Noël, sino el Olentzero, y la tradición del belén, a pesar de la dura competencia del árbol, perdura. Sé que es costumbre ir a admirar el Nacimiento monumental del parque de la Florida, donde muchas familias cumplen con el rito de pasear, normalmente bajo un frío helador, por los sinuosos senderos, a cuyos lados se van descubriendo las figuras y las casas a tamaño real de un belén tradicional, mientras se escucha música y villancicos. Y al terminar, creo que para calentarse un poquito -como quizás hicieron también los pastores y los Reyes Magos– os tomáis un vaso de vino caliente.

También es precioso el Nacimiento de la Iglesia de los Carmelitas. ¡Cuánto cariño y mimo hay dentro de él! Cada detalle está cuidado, pensado, realizado. Y en esos otros belenes que me han impresionado y alguno ¡impactado!: me han hecho meditar.

En la Ciudad eterna, también tenemos nacimientos artísticos preciosos. Los más populares son el del Ayuntamiento de Roma, que se instala en las escalinatas de la plaza de España trasladando el belén y la cueva al típico barrio del Trastévere; también es muy famoso el de los barrenderos de San Pedro, el único además que tiene el privilegio de recibir la visita del Papa.

En la segunda Navidad de su pontificado, Juan Pablo II se acercó a las montañas del Apenino Central, al pueblecito de Greccio, al monasterio donde vivió Francisco de Asís, el juglar de Dios. Francisco, aquella noche plagada de estrellas, evocó la llegada de Jesús a la tierra. El entusiasmo que se desprendía de su voz recordaba los signos de alegría de los pastores; al terminar de hablar, el pobrecito de Asís se inclinó sobre la piedra pesebre para adorar la imagen y ocurrió el milagro… el Niño sonrió. A partir de entonces, comenzó a extenderse por doquier la costumbre de representar de forma plástica la venida de Jesús.

El primer Papa polaco de la historia quiso revivir la noche de Greccio y se acercó por ello al monasterio franciscano para arrodillarse ante el altar del milagro y meditar en la celda estrecha y austera de San Francisco. A Greccio, Juan Pablo II, sólo fue aquella Navidad. Después siempre la celebra en su apartamento en el tercer piso del Palacio apostólico.

En el comedor hace colocar el belén que se trajo de Cracovia (Polonia), y otro junto al altar, en su capilla privada. Antes de celebrar la Misa solemnísima de media noche en la basílica de San Pedro, Juan Pablo II distribuye -según la costumbre de su patria- una fracción de pan blanco rectangular, llamado Optalzk, a los pocos invitados a su mesa: a las religiosas polacas que le cuidan, a su secretario particular (D. Stanisław Dziwisz), y a algunos otros monseñores. Es tradición polaca compartirlo la noche del 24 en señal de unión y de concordia. La cena también tiene sabor de patria; la prepara Sor Tobiana y consiste en diversos tipos de verdura y de pescado (la carpa no puede faltar).

Antes de bajar a la basílica para celebrar la Misa, Karol Wojtila deja encendida una luz en la ventana de su despacho; una vela símbolo de que en esa casa se está a la espera de la llegada del Niño Jesús. Es la antorcha-guía para que encuentren refugio quienes buscan un hogar o un lugar donde hallar cariño.

Juan Pablo II ha sido también el primer Papa que ha hecho que tengamos un belén en la plaza. Parecía imposible, pero en una Roma poblada de nacimientos faltaba uno en el centro de la cristiandad… ¡Hasta 1982! Ese año, las gigantescas figuras que el príncipe Alejandro Torlonia mandó esculpir en 1946, se dispusieron bajo una cabaña construida junto al obelisco. Son ocho figuras de casi tres metros de altura a las que viste, con atuendos de época, una religiosa franciscana española: la modista española del nacimiento vaticano, sor Áurea.

Pero quiero revivir con ustedes, por unos instantes, otra Navidad vaticana… con un Papa muy querido. ¡Con Juan XXIII! Era el año 1958. Hacía dos meses que el patriarca de Venecia, Angelo Roncalli, había sido elegido sucesor de Pío XII. Una tarde, de improviso, convocó a cardenales y prelados de la curia; todos se preguntaron qué noticia importante iba a comunicarles el Santo Padre. ¿Cuál sería la razón de tan inesperada e insólita audiencia? Según iban llegando, los gentilhombres de su Santidad los acompañaban a la estancia donde estaba el nacimiento de Pío XII comprado en Alemania en su primer año de nuncio apostólico en Baviera. Eugenio Pacelli nunca se separó de su presepio; eran las figuritas esculpidas en madera del valle de la Gardena… Como Juan XXIII no se había traído al Vaticano el suyo (el de su familia se había quedado en la modesta casa de Sotto il Monte donde acudía siempre a celebrar las Navidades con sus hermanos), en el palacio apostólico pusieron el de su predecesor. Aquella víspera de Nochebuena, Juan XXIII les había llamado para que todos juntos cantaran y entonaran las alabanzas al Señor que iba a nacer. No quería que pasaran las fiestas sin su felicitación y sin entonar las alabanzas al Santo Bambinello que iba a nacer.

Fue también en torno a Navidad, pero ya en 1962, cuando el Papa Roncalli se encontró muy enfermo, le habían diagnosticado un cáncer… Por eso, al terminar la octava de Navidad, y sabiendo bien que la muerte le rondaba, se despidió diciendo: «el año que viene ya tendréis otro Papa; ya no estaremos juntos».

En efecto, aquella Navidad, fue la última que celebró en San Pedro; las últimas fiestas ante «su» belén que unos años antes le habían regalado sus queridos gondoleros venecianos (que como sabían que no lo tenía le compraron uno de precioso cristal de Murano).

A la muerte de Juan XXIII, será elegido un milanés aristócrata, culto, hábil diplomático, el cardenal Gianbattista Montini, que tomará el nombre de Pablo VI. Su primera Navidad sueña con pasarla en la ciudad de Belén, pero el temor de atentados, la tensión política, la susceptibilidad del gobierno de Israel lo impiden. Pablo VI irá unas semanas más tarde. El 4 de enero, la víspera de la Epifanía entra en la ciudad donde nació Jesús y se cumplirá su deseo de recorrer el camino de Cristo; de hablar de paz en una tierra donde anida el odio, la venganza… Pablo VI celebró la Misa en la gruta de la Natividad. La peregrinación la había comenzado subiendo al monte Calvario y siguió, adentrándose entre los árboles milenarios, del monte de los Olivos. Fueron tres días que hicieron historia. Durante tres días el mundo tuvo el corazón en vilo temiendo que le pasara algo al Papa, ya que el terrorismo estaba desencadenado.

«Paz a esta Tierra Santa. Paz para quienes en ella viven», dijo Pablo VI en el aeropuerto de Ammán«Shalom» dijo al despedirse del presidente Zalman Shazar. No fue una palabra elegida al azar. «Shalom», repitió al saludar a las autoridades cuando se subió en el coche que lo condujo a lo largo de esos 100 metros de carretera (tierra de nadie entre las dos Jerusalén).

«Shalom», paz, repetía mientras sus ojos grises parecían volverse más claros. Era la primera vez que el hermoso saludo hebreo se escuchaba en labios de un pontífice.

La paz será la constante del pontificado Montini, y, persiguiendo esa paz, seguirá infatigable su sucesor Juan Pablo II.

En Hiroshima, símbolo de horror y destrucción, Juan Pablo II lanzará un llamamiento a la vida, a la humanidad y al futuro:

«Señor Dios:
escucha mi voz que es la voz de las víctimas de todas las guerras y violencias.
La voz de los niños inocentes que sufrieron y sufren.
Mi voz habla en nombre de las multitudes que no quieren la guerra.
Ayúdanos a responder con amor al odio.
A la injusticia con la total entrega y dedicación a la justicia.
A la guerra… con la Paz.»

Ese grito de concordia que el Papa volvió a repetir en la ciudad de Ayacucho, en Perú. Una zona convulsionada por el terrorismo de Sendero Luminoso, esa organización que no tiene más ideología que la de matar. En Ayacucho, Juan Pablo II penetró en la realidad dramática y cruel del odio desencadenado. Aquí levantó su voz contra la violencia y la injusticia. Esa voz que muchos no quieren escuchar o prefieren olvidar.

«No podéis -dijo- continuar amenazando de muerte. ¡Basta ya! La lógica despiadada de la violencia conduce a la nada. Buscad las vías de diálogo». Y terminó implorando algo que muchos de vosotros deseáis desde lo más profundo de vuestras almas: «En nombre de Dios cambiad el camino y convertíos a la causa de la reconciliación y de la Paz».

Permitidme que hablando de fraternidad y armonía termine con el encuentro de paz único, irrepetible y maravilloso del 27 de octubre de 1986, en Asís. Ese día callaron las armas para permitir que la tierra saboreara por un día el verdadero significado de la palabra PAZ… No se disparó un solo tiro, los hombres del terror y los hombres de la guerra aceptaron la tregua.

La paz es el eje siempre, la mañana del 25 en la ciudad eterna, del mensaje de Navidad del Papa. El mensaje que precede a la bendición Urbi et Orbi. «El Príncipe de la Paz ha nacido… Unámonos todos, hombres y mujeres del mundo, de este mundo inquieto de hoy para formar una inmensa corona de corazones en torno a la gruta donde Dios se hizo hombre; que esta Navidad sea de esperanza, de amor y de concordia, porque Dios está con nosotros. Aunque el mundo no le conozca, o no le quiera conocer… ¡Él es! Aunque los suyos no le acepten o no le quieran aceptar… ¡Él viene! Aunque no haya sitio en la posada… ¡Él nace!»

Unámonos todos, hombres y mujeres del mundo. Hombres y mujeres de esta Vitoria con solera y señorío. Despierten los que todavía tienen el corazón dormido, para escuchar y no perder el canto de alegría de los ángeles… ¡¡PAZ A LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD!!

Que este augurio de esperanza nos despierte a todos, que somos -señoras y señores- los pastores de nuestro destino. Un destino que ojalá parta de Gasteiz y los vitorianos sean los constructores de la civilización del amor, y al igual que los pastores, al acercarse al pesebre se inclinaron ante el niño Dios, en los umbrales del tercer milenio… Dejadme que en Vitoria, en esta Navidad yo ponga de rodillas mi corazón.

¡Gora Gasteiz, Zorionak eta Urte Berri On

Paloma Gómez Borrero
Vitoria-Gasteiz, 21 de diciembre de 1997

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Texto del Pregón de Navidad 1992 – Asociación de Belenistas de Alicante – Dª. Pirula Arderius Casas

18 Dic 92
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En la tarde-noche de hoy, viernes 18 de diciembre de 1992, ante el numerosísimo público que llenaba el Auditorio de la CAM de Alicante, en un acto amenizado por la Coral Stella Maris, Dª. Pirula Arderius Casas, popular periodista del diario «Información» de Alicante, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


Pirula Arderius Casas, pregonera de la Navidad 1992 en Alicante (18/12/1992)

Pirula Arderius Casas, pregonera de la Navidad 1992 en Alicante (18/12/1992)

«Justo en el espacio contiguo a la magnífica crítica que obtendría el Orfeón «Stella Maris» en su concierto correspondiente a la campaña navideña «Paz en la tierra», se recogía el paso del economista Funes Robert que vino a recordar a los alicantinos la valoración del cuarto plan de estabilización, instrumentado a través de restricciones crediticias en el interior, y dificultades en la importación a través del depósito previo junto con restricciones de gasto público. Desde Bilbao, monseñor Cirarda deploraba la violencia; Gran Bretaña inicia la primera campaña contra el tabaco y, según aseguran, el gobierno polaco congela los precios.

Era el 24 de diciembre de 1970, fecha del primer Pregón de Navidad instituido en Alicante por la Asociación de Belenistas. 1970 años antes, en un pueblecito llamado Belén y en esta misma fecha, se pregonaba la llegada de Jesucristo a la tierra. La noticia tenía como directos destinatarios a los pastorcitos y a los tres magos de Oriente, a través de los cánticos de los ángeles y del sendero que marcaba una estrella.

Hay alegría, optimismo. Cristo va a tomar cuerpo humano para ser Dios y hombre -concepto hasta entonces desconocido en la historia de la humanidad-. Los ángeles proclaman paz en la tierra a los hombres que ama el Señor: una nueva dimensión del amor, que es una postura desconocida de Dios respecto al hombre, ya que, repasando todas las mitologías greco-romanas, un Dios que ame como el nuestro es desconocido. Para aquella mentalidad significó embarcarse en la aventura espiritual de lo desconocido.

Los ángeles indican el camino que lleva a Cristo y a quien primero se presentan es a los pastores, que son las capas bajas de la sociedad. Cristo empieza a reconstruir el mundo desde los cimientos. Segunda manifestación, a los magos, la raíz con la copa de la sociedad. Los pilares para la construcción de un edificio.

Belén significa «Casa del Pan». El pan es un alimento fundamental de la sociedad y éste es el tercer fundamento, la sociedad, implicado en el nacimiento de Cristo. El pan es un mensaje, el Nuevo Testamento. Y dentro del Nuevo Testamento están unos biógrafos, que son los cuatro evangelistas, y un hombre que reflexiona en profundidad sobre el mensaje de Cristo, siempre guiado por la inspiración divina, que es San Pablo.

Cristo empezó a valorar al pueblo. Cristo preparó directores de la sociedad, la élite de los magos. Un pueblo sin el pan de las ideas va a la deriva.

Expuestas estas consideraciones, vuelvo a tomar el hilo del pregón como, de alguna forma, crónica periodística y, a través de su técnica intentar aproximarme al relato que un cronista de la época realizaría sobre el gran acontecimiento del nacimiento del Hijo de Dios.

Un cronista de la época debía saber que «Mesías» es la transcripción de una palabra hebrea que significa «ungido» y denotó originalmente a alguien santo, a un rey o sacerdote, a una de esas personas que mantenían la relación con Dios. Al cronista le habrían relatado que, cuando los hebreos perdieron por primera vez su independencia con la Cautividad de Babilonia, centraron todas sus esperanzas en un futuro mejor y dieron así al ideal mesiánico un contenido concreto, en cuanto esperaron el advenimiento del Reino de David y la llegada de una era de prosperidad y poder.

Un analista hubiera podido adivinar que, en la base de las esperanzas del pueblo judío estaban el orgullo nacional y el odio al extraño y que la idea mesiánica no era solamente política: era también una expresión de «hambre y sed de justicia» y suponía el cumplimiento del pacto santificado entre Dios e Israel.

De las voces del pueblo, el columnista hubiera podido constatar que el Mesías que esperaban debía ser algo más que un hombre. Tenía que llevar a una realización plena el imperio de la Ley sobre la Tierra, restaurar el poder de los hebreos y someter a los gentiles, porque los gentiles, como eran paganos, no creían en el verdadero Dios ni practicaban la justicia.

Resulta prácticamente imposible escribir una vida de Jesús que se ajuste a nociones modernas de historia. Pocas cosas pueden establecerse sobre él, ya que los primeros escritores que se dedicaron a dar cuenta de sus actos y comportamiento, no tenían intereses que fueran estrictamente históricos, en el moderno sentido de la palabra. Trataron simplemente de reunir los dichos del que era su Maestro y aquellos episodios de su vida que más contribuyeran a la prueba que estaban ofreciendo de la naturaleza y la finalidad de su misión, centrándose en ciertos temas principales y siguiendo las convenciones literarias de la época.

Podemos sentirnos satisfechos, pues si obtenemos una suficiente aproximación acerca de las fechas de su nacimiento y su muerte y acerca del comienzo y la duración de su predicación.

De variada índole debieron ser los colores de aquella información, sobre el niño-Dios nacido en Belén, preferentemente de carácter oral. Para unos, el punto esencial fue el anuncio de que era hijo de Dios. Otros hablarían de Jesús en relación a la salvación del alma humana individual. Habría quien pondría el acento en el predicador convencido de que el fin del mundo se acercaba y, por supuesto, habría que contar también con los que valoraron el mensaje de Jesús simplemente en función de los problemas políticos de la época, viendo en él la defensa de los derechos de las clases inferiores o un manifiesto de la guerra de clases.

Pirula Arderius Casas dando lectura al Pregón de la Navidad 1992 en Alicante (18/12/1992)

Pirula Arderius Casas dando lectura al Pregón de la Navidad 1992 en Alicante (18/12/1992)

Pocos podían adivinar aquel 24 de diciembre que, aquel niño que estaba recostado en el pesebre, años más tarde hablaría de algo nuevo, de la relación entre Dios y el hombre, definición obtenida por medio de la revelación de un majestuoso plan de la mente divina, comprensivo de la creación, la redención, la salvación y la gloria final.

Las noticias sobre Jesucristo se transmitieron originalmente por un sistema de enseñanza oral, llevada a cabo según reglas definidas y utilizadas por los predicadores cristianos para anunciar sus buenas nuevas a los oyentes de diferentes razas y clases. Llegó el momento, sin embargo, en que quisieron poner estos testimonios por escrito y consiguientemente prepararon una serie de breves libros, siempre con el propósito de difundir el evangelio y de narrar las palabras y los hechos de Jesús, a fin de mostrar quién era.

Sólo más adelante se elaboró este material y se le dio forma, mediante la composición de los evangelios según hoy los poseemos. Esta composición se ajustó a ciertas reglas estructurales de literatura, es decir, a las formas empleadas por los escritos rabínicos del período. Podemos advertir esto mediante comparaciones con escritos judíos contemporáneos y posteriores, con lo cual se explica cómo nuestros evangelistas trabajaron.

Ninguno de ellos se lanzó a componer una historia de Jesús, es decir, una biografía completa con una ordenada cronología. Cada uno de ellos quiso presentar los hechos desde su propio punto de vista y subrayar las cosas que más pudieran interesar a una determinada clase de lector. Hicieron esto adaptándose a la mentalidad y el lenguaje de sus públicos. Nunca los recelos de la crítica moderna sobre su modo de composición menoscabarán el valor documental de los evangelios como fuentes, ya que se ajustan perfectamente a las circunstancias geográficas y sociales de su relato y guardan una perfecta armonía con los métodos de razonamiento y exposición prevalecientes en la época.

En cualquier caso los evangelios son una versión abreviada de lo que Jesús hizo y dijo y de los recuerdos que de él se tenía en las mentes de las primeras comunidades.

Lo que se puso por escrito fue lo que más impresionó a los contemporáneos, los puntos salientes y las frases más vigorosas, pues es inconcebible que las breves páginas de los evangelistas contengan cuanto fue expresado por Jesucristo, que habló todos los días durante más de un año.

La enseñanza oral que fue el punto de partida del testimonio sobre Jesús debió ser llevada originalmente a cabo en arameo. Pronto fue traducida al griego, que era el lenguaje más ampliamente utilizado en todo el mundo mediterráneo.

En un intento de aproximación a los primeros biógrafos de Jesucristo, quienes imprimieron un sello acentuadamente personal a su obra, podríamos decir que Marcos es el más informe y su evangelio consiste en secciones separadas que han sido unidas sin precisas conexiones lógicas o cronológicas, pero incluye numerosos detalles de mucho colorido y subraya la humanidad de Jesús.

En Mateo, en cambio, llama la atención el carácter didáctico: agrupa las enseñanzas de Jesús en varias series de parábolas y en discursos dedicados a un mismo tema y está todavía íntimamente ligado al ambiente judío. Y por último, tras el cuarto texto atribuido al apóstol Juan, tenemos a Lucas, un verdadero escritor, elegante y culto, que ordena su material con preocupación por el estilo literario, además, como se dirige a los gentiles, nunca se olvida de recalcar las cosas que especialmente podían interesarles.

Lucas realizó una magnífica crónica del nacimiento de Jesús: aconteció, pues, en los días aquellos que salió un edicto de César Augusto para que se empadronase todo el mundo. Este empadronamiento primero tuvo lugar siendo Cirino gobernador de Siria. E iban todos a empadronarse, cada uno en su ciudad. José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y de la familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Estando allí se cumplieron los días de su parto, y dio a luz un hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre por no haber sitio para ellos en el mesón.

Había en la región unos pastores que pernoctaban al raso, y de noche se turnaban velando sobre sus rebaños. Se les presentó un ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvía con su luz, quedando ellos sobrecogidos de gran temor. Díjoles el ángel: «No temáis, os traigo una buena nueva, una gran alegría que es para todo el pueblo; pues os ha nacido hoy un salvador, que es el Mesías, Señor, en la ciudad de David. Esto tendréis por señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre». Al instante se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad». Así que los ángeles se fueron al cielo, se dijeron los pastores unos a otros: «Vamos a Belén a ver a éste que el Señor nos ha anunciado». Fueron con presteza y encontraron a María, a José y al niño acostado en un pesebre, y viéndole, contaron lo que se les había dicho acerca del niño y cuantos lo oían se maravillaban de lo que les decían los pastores. María guardaba todo esto y lo meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, según se les había dicho.

Yo no quisiera terminar esta intervención sin agradecer a los miembros de la Asociación de Belenistas de Alicante la oportunidad que me han brindado para pregonar este año la Navidad. Ellos, vosotros los belenistas, sois los nuevos mitad ángel, mitad pastor, que al mundo de la imagen le están anunciando de forma gráfica el nacimiento de Cristo, lo que implica un gran magisterio de las raíces cristianas».

Pirula Arderius Casas – Alicante, 18 de diciembre de 1992