Texto del Pregón de Navidad 2017
de la Asociación Belenista de Álava,
a cargo de D. Jesús Prieto Mendaza
En la tarde-noche de ayer, martes 19 de diciembre de 2017, ante el numeroso público que llenó la Iglesia de los P.P. Carmelitas de Vitoria-Gasteiz, en un acto amenizado por el Coro Erkametza (Elburgo), D. Jesús Prieto Mendaza, licenciado en Antropología Social y Doctor en Estudios Internacionales e Interculturales por la Universidad de Deusto, en la que colabora como profesor, pronunció el siguiente Pregón de Navidad.
La Navidad como expresión cultural
«Desde que el hombre es hombre ha buscado adaptar sus ciclos festivos a los ciclos de la vida, fundamentalmente por su dependencia durante siglos de la agricultura y la ganadería. Así la naturaleza, y es esta una perspectiva fundamentalmente ecologista, marcaba los ritmos del tiempo de labor y del tiempo mágico, del tiempo sanador, es decir del tiempo festivo. Uno de esos ciclos es el que coincide en todo el hemisferio norte con el solsticio de invierno, con el parón de la naturaleza, de la vida. Es este un tiempo de poca luz, de oscuridad, de recogimiento doméstico y familiar. Precisamente por todo ello se celebra el momento en que comienzan a ganar peso la luz y el calor, por lo tanto, el acercamiento paulatino al despertar de la naturaleza con la esperada primavera. De ahí que los romanos celebraran el Natalis Solis Invicti, Nacimiento del Sol Invicto, festividad asociada al nacimiento del dios Apolo.
Pero con la cristianización, las fiestas paganas se readaptan y en el imaginario cristiano se decide recordar el nacimiento de Jesucristo, allí en Belén, un 25 de diciembre hace 2017 años. Desde entonces la «Natividad», este tiempo desde adviento hasta la festividad de los Reyes Magos se celebra entre nosotros con toda una serie de rituales, profanos y religiosos, que coinciden en algo característico de toda fiesta: su magia. Y es que la magia impregna la festividad de la Navidad.
Invito a la concurrencia a recordar: por favor piensen en las Navidades de su infancia, en las de su juventud, en las de su actual madurez pensando en la ilusión de hijos o, quizás ya, nietos. Reconocerán que en todas ellas la ilusión, la alegría, la reunión o el misterio, es decir la magia, por la llegada de Dios y de los Magos de Oriente están presentes.
Bien, pues uno de esos rituales navideños es en nuestro entorno cultural el belén o nacimiento. Se suele ubicar su nacimiento, valga la redundancia, en el siglo XIII y su autoría se atribuye a San Francisco de Asís que en la Navidad de 1223 realizó un belén viviente en una gruta de Greccio. Es pues el Nacimiento una de las tradiciones más hermosas de nuestra Navidad.
A pesar de la introducción de elementos llegados del norte de Europa, como son el abeto de Navidad y Santa Claus, o recreaciones propias como es el cuento de Olentzero, el belén es sin duda el elemento ritual que más se aproxima a la esencia de la Navidad. Les pido de nuevo que recuerden su infancia, que actualicen su memoria navideña, que vivan el presente también. ¿Acaso no hay un Nacimiento en esas imágenes?
Las modas lo invaden todo, nuestras formas de consumo, de ocio, de cultura. Pero en los últimos tiempos parece generalizarse una moda, más cimentada en las ocurrencias de algunos que en la documentación, que hace de la demolición de todo lo anterior una profesión de fe y progresía. Las tradiciones, costumbres o raíces que nos conforman como sociedad, entre ellas la tradición belenista, son cuestionadas, y eso en principio no está mal, desde un espíritu autodestructor muy alejado de esa crítica constructiva que hace avanzar a todo grupo humano. Así, los sustentos antropológicos que han definido nuestra identidad (múltiple y diversa, ciertamente, pero identidad, al fin y al cabo) hasta nuestros días, son sometidos a una sistemática acción de demolición para ser anulados, en algunos casos, o sustituidos, en otro, por rituales que tienen que ver más con el esperpento que con el devenir diacrónico de nuestra historia. Esta moda está penetrando absolutamente todos los aspectos de eso que Durkheim denominaba «conciencia colectiva» y en esta época le toca también a una de nuestras festividades más importante: la Navidad.
Así, determinados sectores ideológicos están recuperando la idea de las «Saturnales» romanas, para buscar el reencuentro con las celebraciones paganas del solsticio de invierno, frente a nuestras «Navidades cristianas». De esta forma se está generalizando el uso de expresiones como «felices saturnales» o «felices fiestas de solsticio de invierno». Determinados ayuntamientos han celebrado la fiesta de las «magas de la Navidad», pues se considera una forma laica y republicana de festejar este tiempo festivo invernal frente a las Navidades tradicionales, que son consideradas una fiesta retrógrada. La ciudadanía es libre de hacer con su vida lo que sea, no seré yo quien diga lo contrario, pero tratándose de personajes que se deben a la cosa pública y con el ánimo de documentar con seriedad su propuesta imagino que se habrán encontrado infinidad de tesis doctorales realizadas sobre el tema en numerosas universidades del mundo y bibliografía abundante al respecto de importantes eruditos, sociólogos, etnógrafos y estudiosos de los rituales festivos. ¿O no?
Ya el pasado año una importante ciudad española promovió unas Navidades más «laicas», con propuestas como la celebración del solsticio de invierno y la fiesta de la luz, o la campaña «no somos rosas ni azules»; otra no menos importante capital también apostó porque no hubiera belenes en las calles, pues otras comunidades religiosas podrían verlo como una ofensa; incluso una ciudad a la que acuden anualmente miles de peregrinos decidió suprimir el belén navideño de su mundialmente conocida plaza para sustituirlo por unos abetos; o el caso de una hermosa villa mediterránea que también eliminó la proyección de motivos navideños en la fachada de la casa consistorial, para sustituirlos por figuras más laicas. La lista sería interminable si añadimos la negativa de ludotecas, colegios, residencias y organismos que sustituyen villancicos, nacimientos y zambombas por hip hop, castillos de Playmobil o degustaciones de cuscús, pensando de esta forma ser mucho más progresistas. Creo sinceramente que nunca nadie dio tan pobres argumentos como los que esta especie de «laicidad Disney», tan alejada de la de otras sociedades de nuestro entorno europeo, está aportando.
Las manifestaciones culturales de origen religioso de nuestra actual sociedad, evidentemente secularizada, no tienen por qué ser vistas como una práctica de fe, sí lo serán para quienes se consideran creyentes, pero para otros muchos son simples rasgos de nuestra tradición cultural, forman parte de nuestro patrimonio material e inmaterial. Basta que se den ustedes una vuelta por sociedades mucho más laicas, y desde hace mucho más tiempo, que la nuestra para comprobar lo que estoy diciendo. En Francia qué decir de la Navidad en los pueblos de Alsacia como Colmar o Kaysersberg, en París, en Estrasburgo, en todas sus ciudades la fiesta mayor del año se celebra alrededor del Marché de Nöel. En Alemania el momento más importante del año, tanto de reunión familiar como de socialización amical, se realiza en torno al Christmas Market, recuerdo con especial agrado el Weihnachtsmarkt de Friburgo y el vino caliente, glühwein, tomado allí en compañía de inolvidables amigos. Podríamos seguir por los distintos mercados de Bruselas, especialmente el ubicado en la Grand Place, o Brujas, con su famoso Kerstmarkt Brugen, en todos ellos se puede disfrutar de villancicos y música religiosa mientras se degusta una estupenda bière de nöel viendo pasar a los Reyes Magos junto al típico Sinterklaas o Papá Nöel belga.
Acudir a visitar los belenes y escuchar música en las iglesias iluminadas durante estas fechas, poner abetos o nacimientos en las comunidades de vecinos, oficinas, colegios y hospitales, no es visto como una liturgia religiosa sino como un práctica cultural que indudablemente ha llegado hasta nuestros días desprovista de la sacralización de antaño; pero no por ello se cuestiona su presencia en los espacios públicos y mucho menos su eliminación. Ya lo dijo la inigualable Erma Bombeck: «No hay nada más triste en este mundo que levantarse la mañana de Navidad y no ser un niño».
¡Cuidado! A este paso no solamente nos podemos cargar la misma esencia de la Navidad, también nos podríamos cargar su magia, y sin ese tiempo mágico, necesario, cualquier ritual festivo pierde su razón de ser como revitalizador y sanador de su tejido social para seguir siendo tiempo de cotidianidad. Por eso deseo subrayar la importante labor que hacéis desde las asociaciones belenistas, vuestro trabajo es fundamental para mantener viva la llama de la Navidad, ese profundo mensaje que debiera marcar el camino de nuestras actuales sociedades de bienestar y que tan desdibujado está quedando, en definitiva el mensaje que nos dio quien está representado allí en un humilde pesebre de cualquier «belén»: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado». Ese es el verdadero mensaje de la Navidad y dura 365 días.»
Jesús Prieto Mendaza
Vitoria-Gasteiz, 19 de diciembre de 2017