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Paganismo y belén, por D. Angelo Stefanucci

31 Dic 53
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Paganismo y belén, por D. Angelo Stefanucci

Un testimonio precioso de la difusión del belén entre los pueblos bárbaros en los albores del cristianismo nos lo proporciona la caja-estuche para joyas llamada de Franks (Franks Casket, donada por Sir Augustus Wollaston Franks al British Museum de Londres).

Su inspirado artífice, que pertenece al siglo VIII -siendo por tanto anterior a la difusión del cristianismo entre los germanos-, todavía bajo la influencia de las sagas nórdicas, si bien ya conquistado por la dulce religión de Cristo, no pudo sustraerse a la idea sugestiva de unir en un solo cuadro el paganismo en decadencia y el cristianismo surgente. Y echando mano de sus buriles esculpió en bajorrelieve una doble escena sobre una tablilla de marfil. En la parte izquierda -quizás sea reminiscencia del poema anglosajón Beowulf– representó la feroz saga del herrero Wieland. El rey Godhhadd encerró en la prisión al herrero después de haberle hecho cortar los tendones del pie para impedirle la fuga. Pero dos siervos, movidos a compasión del aherrojado héroe, arrancaron las plumas a unos cisnes, confeccionaron con ellas una camisa con alas e hicieron posible la huida al prisionero. Una vez en libertad Wieland, sediento de venganza, atrajo al hijo del rey a una emboscada y lo estranguló, Con eso no quedó aún satisfecho: cortó la cabeza al príncipe, fabricó con el cráneo una copa y en ella dio de beber el vino de la amistad a la inconsciente hija de Godhhadd y hermana del asesinado.

La horrible leyenda de venganza y sangre debía estar bastante difundida en aquel tiempo, quizás tanto como las famosas sagas nibelúngicas. El artífice quiso presentarla, al par de aquella otra pacífica, en la que tres reyes deponen en acto de amor, dedición y esperanza, sus dones a los pies de una tierna criatura. No es posible dudar de la eficacia de esta muda catequesis en los corazones de quienes la recogieran. La nueva “Leyenda de los héroes” del belén navideño había superado y vencido ya a las antiguas sagas salvajes y feroces, demostrando claramente que la idea del pesebre y la traducción de este en estéticas manifestaciones de arte y sentimiento, tienen la misma antigüedad que el cristianismo en todos los países.

Dibujo del Cofre Franks sobre fotografía de N. Mantl, de Nassereith (Austria)

Dibujo del Cofre Franks sobre fotografía de N. Mantl, de Nassereith (Austria)

En la escena de la izquierda se ve, pues, al herrero que ofrece la macabra copa a la princesa, mientras su hermano yace decapitado a sus pies y los dos siervos arrancan plumas a los mentados cisnes. En la de la derecha, los Reyes Magos ofrendan sus dones al Dios Niño, el cual sostenido por la Virgen María se nos muestra en la casa de la que habla el Evangelio. La estrella brilla en el cielo.

En torno giran las runas, antiquísimos caracteres de escritura germánica con los que, sobre tablillas y sobre la corteza de los árboles, se componían sortilegios y de los cuales brotó el anguloso gótico alemán. Dicen así: Hronaes ban (esto es: el cuerpo [¿los huesos?] de la ballena), a la izquierda; arriba: fisc-flodu ahof om ferg enbyrig (alzóse la onda del mar sobre la selvática montaña); abajo, y a leer de derecha a izquierda: warth gasric grorn thaer he on greut giswom (el mar subió de nivel cuando ella quedó varada en la orilla). Se trata, acaso, de fragmentos de una antigua canción germánica o de la historia de Jonás y la ballena. Junto a la estrella se lee: Magos. El espacio blanco superior que falta en el original indica el lugar de la cerradura; los laterales, probablemente el de las charnelas.

La sencilla descripción hecha de esta placa de marfil del British Museum, demuestra una vez más que el belén, por lo que hace a sus formas exteriores, ahinca sus raíces en el antiquísimo paganismo, al tiempo que está empapada su esencia del más puro espíritu cristiano.

Angelo Stefanucci

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I Congreso Belenista Internacional – Conferencia «La maravillosa historia del Belén», por Angelo Stefanucci

31 May 52
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I Congreso Belenista Internacional
Conferencia «La maravillosa historia del Belén»
por Angelo Stefanucci

Paz y Bien, Queridos Amigos Belenistas:

Adjuntamos bajo estas líneas el texto ilustrado de la conferencia impartida por D. Angelo Stefanucci en la tarde de hoy sábado 31 de mayo de 1952,  a las 19:30h, en la sala municipal del Archivo Histórico de la Ciudad de Barcelona, que ha servido de clausura del I Congreso Belenista Internacional, organizado por la Asociación de Pesebristas de Barcelona e integrado en las jornadas del XXXV Congreso Eucarístico Internacional celebrado en Barcelona (30 y 31 de mayo de 1952), celebrado al amparo del XXXV Congreso Eucarístico Internacional (del 27 de mayo al 1 de junio de 1952).

El día anterior, viernes 30 de mayo de 1952, se había creado, en el mismo lugar, la UN-FOE-PRAE (Universalis Foederatio Praesepistica), de la que D. Angelo Stefanucci fue impulsor junto con el presbítero D. Juan Pérez-Cuadrado, D. José María Garrut, Frau Gertrud Weinhold y D. Bruno Wechner.

D. Angelo Stefanucci también fue impulsor de la fundación el 29 de noviembre de 1953 de la Associazione Italiana Amici del Presepio, y presidente de la misma hasta su muerte el 7 de diciembre de 1990.


Sicilia. Pesebre de talla del siglo XVII. Iglesia de San Bartolomé. Angelo Stefanucci explicando a unos muchachos el significado del pesebre.

(Fig. 1) Sicilia. Pesebre de talla del siglo XVII. Iglesia de San Bartolomé. Angelo Stefanucci explicando a unos muchachos el significado del pesebre.

Hoy me siento lleno de alegría al poder dirigirme a los pesebristas de Barcelona, pues con ello cumplo una secreta ilusión mía largamente acariciada. ¡Tantas veces he departido sobre temas de vuestros pesebres con amigos suizos, franceses, italianos, portugueses, húngaros, austríacos, alemanes…!

El espiritual sosiego que experimento al pisar esta tierra ibérica -vivaz, quizás terrible, de un lado, y por el otro, santa-, la placidez que me embarga al encontrarme entre vosotros y admirar vuestros belenes, artísticos y devotos, llenos de luz y de color; el gusto de escuchar vuestra lengua, armoniosa y musical, afín a la mía materna, todo esto, digo, no tengo palabras para expresarlo.

Ahora el hecho de haberos reunido para escuchar a quien tan mal se expresa en vuestro idioma y ha abarcado apenas con la mirada una pequeña parte del irisado y encantado horizonte pesebrista -en el que podéis serme guías y maestros-, constituye para mí una nueva prueba de vuestra proverbial caballerosidad y de vuestra sin par gentileza, que estoy seguro sabrán excusar mi poquedad. Poquedad que excusaréis con sólo deciros que en esta charla a través de mis labios os hablará únicamente el corazón.

Amigos míos: ¿habéis preguntado a un niño qué impresión le causa el ver un belén por vez primera? Yo lo he hecho en la Italia que he dejado, inundada de sol y de azul, hace unos días. «Jesús ha venido al mundo», me respondió uno. Y otro: «Jesús se ha hecho pequeño como para enseñarme a ser bueno». Y un tercero: «Así debe ser el cielo». Respuestas que atestiguan una vez más el altísimo valor didáctico y educativo del pesebre (Fig. 1). Pero mi curiosidad psicológica se ha aventurado más allá aún, y he interrogado a jóvenes también, a jóvenes de esta infeliz generación entre los veinte y treinta años, que lleva aún en las pupilas los horrores de recientes guerras fratricidas. «Es confortante», contestó el primero. «Creo aprovechar bien mi tiempo construyendo el belén», replicó otro. Pero, ¡qué conmoción sentí interrogando, por último, a los ancianos! Estos, ante el pesebre, evocan su juventud, las personas bienamadas que pasaron a mejor vida, otros tiempos y otras costumbres infinitamente superiores a las nuestras.

Una respuesta particularmente preciosa quiero referiros, la que me dio Su Santidad Pío XII en ocasión de una audiencia particular que me concedió hace algunos años. Mientras ojeaba visiblemente interesado un modesto libro mío, preguntado por mí si el pesebre le interesaba, respondió: «Mucho, mucho. Cuando niño y más tarde cuando sacerdote, nunca dejé de componerlo; y aun en el presente procuro que mis sobrinitos tengan uno en casa durante las fiestas navideñas».

El belén, pues, ejerce su atracción sobre todas las edades, desde la infancia hasta la vejez, y cada uno sabe encontrar en él algo diverso del otro, como una voz secreta que le llega directamente al corazón. Incluso hay quien del arte pesebrista ha hecho el objeto propio de su vida. En Wörgl, en el Tirol, el venerado Juan Seils, justamente llamado el padre del pesebre, visitaba los pueblos y las aldeas pertrechado con una gruesa caja de cartón, organizaba reuniones, pronunciaba discursos y mientras hablaba extraía de la caja y exponía, sobre la mesa inmediata, los más graciosos pesebres.

Santa María del Pesebre. Escultura de Giovanni Merliano. Siglo XVI, Nápoles. Iglesia de Santa María del Parto.

(Fig. 2) Santa María del Pesebre. Escultura de Giovanni Merliano. Siglo XVI, Nápoles. Iglesia de Santa María del Parto.

Y estamos ya en el punto traído, llevado y discutido por todos los amantes del belén acerca del carácter que este debe tener: ¿arqueológico u oriental, o bien folklórico o localista? Hay quien mira con cierta preocupación el refinado arte que pretende reproducir en el belén -en una creación artística o en una pieza de museo-, las mismísimas costumbres de los tiempos de Jesús. Este sostiene que la forma bella, la técnica perfecta, absorben abusivamente la atención del visitante mientras el contenido espiritual y la idea altísima que se debe traslucir a través de las figuras y del paisaje, empalidecen considerablemente. Y añade: es necesario que el constructor del pesebre retorne a la idiosincrasia y particularidades de su país dejando a un lado el Oriente y los orientales, las palmeras y las pirámides y reproduzca la arquitectura y el folklore de la propia patria, la flora y la fauna de la región -aun cuando estos, como acaece especialmente en los países nórdicos, estén en abierto contraste con los de Palestina. ¿Lleva la razón quien así piensa? ¿Qué vía, en fin, debe batir, seguir y propagar el pesebrismo?

Antes de responder a esta pregunta, queridos amigos, permitidme entrar de lleno en el tema que me he fijado y que exponga a grandes rasgos la maravillosa historia del belén. Quiero remontarme mediante un salto de treinta siglos a los lejanos orígenes de la Natividad del Señor, y llegarme a los grandes profetas y entre ellos al primer y excelso pesebrista: Miqueas, quien siete siglos antes de que los vagidos del Niño anunciasen el comienzo de la redención, había podido exclamar: «Tú, Belén Efrata, pequeña entre las mil de Judá eres; de ti nacerá el que debe dominar en Israel».

Se cumplen las profecías; está todo el Orbe en paz, sujeto a Roma. Las puertas del templo de Jano son cerradas y Octavio, subido al poder, promulga el edicto del censo. Parten los correos imperiales y se desparraman por todas las provincias del imperio; a toques de trompeta son convocados los vasallos del César; también los de la pendenciera Judea, donde gobernaba un malhadado viejo de manos ensangrentadas, Herodes el Tetrarca, paradójicamente calificado de Grande. Y los santos esposos, María y José, dejando Nazaret, en cortas etapas, vienen al villorrio de donde arrancó su estirpe: Belén, la Belén en que el mozo David, antes de ser ungido rey, pulsó el arpa y cantó salmos al Señor. Todas debían cumplirse las profecías; el kan bullía en una mescolanza de hombres y animales. José llamó en vano a las puertas de Belén; quizás tenía amigos, pero ninguno quiso o pudo hospedarle. María estaba exhausta; y así fue como los dos esposos no hallaron otro cobijo que el de las bestias de carga, que, mugiendo de satisfacción, masticaban su ración de heno. Despunta sobre el mundo la nueva aurora; María da a luz el Salvador. Nadie la asiste en el parto y sólo trece siglos más tarde Santa Brígida de Suecia, tendrá, en una visión, la detallada revelación del mismo (Fig. 2). Ha nacido, pues, Cristo, en un establo -dice Papini-, la casa de las bestias. El viejo, el miserable establo de los países antiguos, de los países pobres, del país de Jesús. No bajo la logia de pilastras y capiteles; no bajo el tríptico de columnas que muchos siglos más tarde los maestros del pincel crearán con la magia de sus colores. El establo con los muros excavados en la caliza de Palestina, el suelo sucio, el techado probablemente de troncos y paja. El establo auténtico, oscuro, y maloliente en que está limpio sólo un sitio: el pesebre, no fabricado con listones de madera, sino excavado también en la peña y en el que el amo deposita la avena y el heno. En el pesebre fue depuesto también el Niño. Por lo demás, dondequiera hubiera nacido el Señor, habría sido para el caso lo mismo: ¿no es en verdad el mundo un inmenso establo para acoger a un Dios?

Asís. Iglesia Superior de San Francisco. El Pesebre de Greccio (Giotto).

(Fig. 3) Asís. Iglesia Superior de San Francisco. El Pesebre de Greccio (Giotto).

Vinieron unos pocos pastores a adorar al Niño. Hombres sencillos, avezados a escrutar el cielo tachonado de estrellas, merecieron divisar al que el Apocalipsis llama fulgurante lucero, lucero del alba, del alba de la Redención. Y una legión de ángeles cantó en los espacios: «Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad».

Los poetas cristianos han entreverado de leyendas aquel nacimiento; el césped cubierto de nieve lo sueñan súbitamente florido; las peñas se yerguen hacia el cielo y se sostienen en el aire; las fuentes manan vino delicioso; los niños de pecho hablan; la noche se trueca en una claridad solar… Y cito sólo estas leyendas más conocidas dejando a un lado tantas otras que cada país conserva celosa y amorosamente, para la posteridad.

La misteriosa estrella guiará luego a los Magos del Oriente (otros problemas para un pesebrista: ¿quiénes, cuántos eran y de dónde venían esos Magos? Se han propuesto como solución las identificaciones, los números y las procedencias más dispares, pero nosotros preferimos limitar su número a tres -siguiendo el de sus dones- y nos place seguir la tradición que ha fijado sus nombres en los Gaspar, Melchor y Baltasar). La Sagrada Familia, tras el sueño de José, escoltada por los ángeles, se encamina a Egipto (y aquí más leyendas: las palmeras se inclinan al paso de los fugitivos para ofrendarles sus dátiles; los ángeles ahuyentan los monstruos que obstaculizan el paso y ofrecen botijos de agua fresca para apagar la sed de la Virgen). El viejo Herodes ordena a sus esbirros el degüello de los recién nacidos para quitar de enmedio el incómodo pretendiente al trono de Judea. La paz, luego, de Nazaret; más tarde Jesús, muchacho de doce años, perdido en el templo en coloquio con los venerados doctores de la ley…

Transcurren poco más de dos decenios; sobre el Gólgota se concluye la Redención, mientras chorrean sangre las largas heridas del Crucificado. Y he aquí que las primeras comunidades cristianas, tan luego que desciende el Espíritu Santo en el Cenáculo, se extienden por el mundo y se llegan a Roma. Pedro y Pablo narran a los primeros manípulos de fieles, que se reúnen en el quieto Ostriano, un jardín fuera de los muros imperiales, el nacimiento y la muerte del Señor. Corre la primera sangre cristiana y los hermanos, para sustraer los santos cuerpos a los ultrajes de los paganos, comienzan cual topos gigantescos a excavar en el subsuelo de los huertos romanos, corredores y galerías en los que entierran los gloriosos cuerpos, desgarrados por las fieras o quemados en los parques de Nerón. La fe comienza entonces a manifestarse en los místicos símbolos afrescados sobre los arcosolios; las cestas de fruta, el pez, el áncora, la paloma, el pelícano, flores y jardines. Pero los símbolos con el tiempo no bastan y hacen acto de presencia las figuras. Y los primeros temas tratados por los artistas son la Natividad del Señor y la Epifanía, ya hacia la mitad del siglo segundo. La Virgen con el Niño y la estrella epifánica hacen su aparición entonces en las catacumbas de Priscila, de Roma. Y se repiten luego, no ya sólo en pinturas, sino en los relieves marmóreos de los sarcófagos y en los vidrios dorados utilizados en la liturgia.

Es bien sabido que los compiladores de Evangelios apócrifos, de aquellas narraciones fantásticas que se pretendían emparejar con las canónicas, estimulaban la curiosidad de los fieles, quienes querían luego encontrar en las figuraciones de sus artistas, todos cuantos personajes habían conocido. Los primeros que saltaron de los apócrifos al campo artístico fueron las dos comadronas, una de las cuales, Salomé, incrédula de encontrarse ante el Hijo de Dios, fue castigada con la parálisis del brazo, cuyo uso pudo recuperar sólo al creer en la divinidad del Niño y tocarle.

Calvi nell' Umbria. Iglesia de San Antonio. Pesebre de terracota, siglo XVI. Obra de figuristas de los Abruzos.

(Fig. 4) Calvi nell’ Umbria. Iglesia de San Antonio. Pesebre de terracota, siglo XVI. Obra de figuristas de los Abruzos.

El pesebre aparece pronto sobre tablillas de marfil, sobre ampollas de óleos santos, medio escondido en las iniciales de pergaminos y códices. Es una difusión ininterrumpida y metódica de las varias escenas del ciclo navideño y que están en relación con las distintas vidas de Cristo que los místicos van escribiendo, comentando y propagando por toda Europa.

¿Qué decir del teatro medieval en relación con el belén? No todos los críticos están de acuerdo acerca de la influencia de sus espectáculos en la evolución del pesebre; digámoslo claro, alguno la niega en redondo. Pero, dígaseme si la escenificación del ciclo navideño, desde la Anunciación a María al coloquio de Jesús con los doctores, no es un belén móvil, preludio del belén plástico.

Ha habido, desde luego, estudiosos que han ido a buscar en otras fuentes los orígenes del pesebre. Por ejemplo, el P. Berlaymont, un jesuita del siglo XVIII, imaginaba que el pesebre derivara del uso egipcio de representar la diosa Isis tendida sobre el lecho junto a su pequeño Horus. El escritor italiano Mariani cree descubrir en el belén los viejos lares paganos que empequeñecían la divinidad hasta llevarla al nicho de una cámara de la propia casa. Y un austríaco, el Dr. Mantl, se aventura más todavía pretendiendo que el pesebre, o por lo menos el pesebre alemán, es eco del paganismo, que disponía sagrados símbolos de oro, plata, madera o tierra cocida sobre cierta especie de estantes y ello para satisfacer la piedad por espacio de semanas y meses. ¿No parece natural -concluye nuestro estudioso-, habida cuenta de la circunstancia del cambio de estación, el solsticio de invierno, que la sustitución de los símbolos paganos se hiciera precisamente con la representación de la Natividad del Salvador?

Es un hecho que los orígenes del pesebre y toda su historia prefranciscana son muy oscuros y los investigadores que se han decidido a afrontarlos han tropezado con dificultades insuperables, acabando por dar cada uno una personal interpretación, que intentan luego apoyar sobre bases científicas, que no siempre se pueden, sin más, aceptar. Sea de ellas lo que fuere, nosotros hemos hecho nuestras las tesis de Berliner porque aun cuando provengan de un estudioso hebreo, nos parecen las más razonables y aceptables para nosotros, cristianos.

Ha llegado el momento de fijar nuestra atención en esta rápida visión de la historia del belén en el episodio de Greccio. Francisco de Asís, pocos días antes de la Navidad del año del Señor 1223, al regresar a su convento de Greccio -en la Sabinia y a ochenta kilómetros de Roma- procedente de la ciudad de los Papas, donde había conseguido la aprobación de su regla, trajo consigo otra autorización pontificia. Hacía dieciséis años que Inocencio III había prohibido las representaciones teatrales en las iglesias, las cuales habían degenerado de sus místicos comienzos, en farsas grotescas, en discordancia con la santidad del templo. Francisco había solicitado del Pontífice Honorio III el permiso de tener en la selva de Greccio que rodeaba su convento, una sacra representación de un carácter originalísimo y de una novedad absoluta. En efecto, con ayuda del castellano Juan Vellita y de su esposa madonna Alticama, puso en una gruta natural un buey y un asnillo vivos, flanqueando una especie de pesebre, lleno de heno, sobre el cual erigió un altar.

Carlos III, el rey belenista. Escultura de Belliazzi, en el Palacio Real de Nápoles.

(Fig. 5) Carlos III, el rey belenista. Escultura de Belliazzi, en el Palacio Real de Nápoles.

Repicó alegremente la campana en lo alto de la espadaña conventual convocando los campesinos que vinieron en gran número, iluminándose con antorchas y linternas, guiando sus rebaños. Ladraban los canes, tintineaban las esquilas de las ovejas. ¡Espectáculo delicioso y absolutamente original que sólo la rica imaginación del Poverello podía haber concebido!

Las palias de altar con la escena de Belén, hasta aquel momento habían sido pintadas sobre un fondo de oro. Francisco ahora destacaba las figuras, limitando empero la separación al jumento y al buey y las coloca en medio de la naturaleza, rodeadas de arbolado y techadas por la bóveda celeste, como narran los biógrafos San Buenaventura y Tomás de Celano. En el Evangelio de la misa, Francisco, encendido de ternura por el Divino Niño, predicó con mística unción. Y en el momento de la transubstanciación, bajó real y verdaderamente sobre las pajas el Hijo de Dios (Fig. 3).

No es necesario advertir cómo los escritores poco avisados que se ocupan de este asunto atribuyan sin más a Francisco el título de inventor del pesebre. Pero desde principios de este siglo, Hager ha justamente precisado que la ceremonia de Greccio debe considerarse un ulterior desarrollo de las representaciones litúrgicas, sin conexión alguna con el belén plástico. El Santo de Asís quería revestir la Misa natalicia de un específico carácter que recordara la gruta de Belén y por ello la situó en un escenario natural que se le pareciera. Todo fue aderezado de manera que el parecido fuera el mayor posible, pero -y este es detalle capital- ninguno de los personajes fue representado por personas de carne y hueso.

Por lo demás, a que el pesebre sea tenido por más antiguo de cuanto lo sea en realidad han contribuido frecuentes errores filológicos. Sólo a mediados del siglo xv las palabras latinas praesepe y praesepium comienzan a ser usadas para designar específicamente la escena navideña. En rigor, dichas palabras significan establo o pesebre. Y en nuestro caso pueden referirse, ya a toda la gruta, ya a la concavidad donde se depositaba el Niño. El oratorio de Santa María la Mayor -para poner un ejemplo- que surgió en Roma hacia el siglo VII por obra del papa Teodoro, oriundo de Palestina, fue llamado «Santa Maria ad Praesepium», y, sin embargo, no había en él figuras -pues las celebérrimas de Arnolfo di Cambio no fueron colocadas sino seis siglos más tarde. En el interior del oratorio, revestido quizás de fragmentos de roca procedentes de Belén, el Pontífice celebraba la primera misa de Navidad. En la misma basílica romana se conservan cinco listones que se dice pertenecieron a la cuna de Jesús, pero no sabemos cuándo ni cómo vinieron a la Urbe.

Hemos insinuado antes la difusión de las vidas de Cristo hacia el siglo XII. Poco después, en muchos conventos, especialmente de clarisas, se difundió la usanza de mecer una estatua del Niño Jesús, puesta en una cuna y arrullarla. Devoto entretenimiento que se aconsejaba de un modo especial a las novicias. De ahí la floración espléndida de cunas o Répos de Jesús belgas, italianas, polacas y alemanas que han llegado hasta hoy. Las monjas dominicas de Toess, hacia 1350, prepararon una casita para el pequeño Jesús, provista del más completo ajuar imaginable -una auténtica casa de muñecas medieval. Haciendo así las monjas no se preocupaban tanto por la construcción de un pesebre cuanto por identificarse a sí mismas con la solícita Virgen que cuida a su Hijo divino. Como el uso pasó a las iglesias, pronto los fieles, llevados de su alborozo natalicio y de su piedad sentida, tomaron parte en el cunar del Niño. Es posible que se separara de la cuna alguna estatuílla del Niño Jesús y por adición de otras imágenes suplementarias se constituyeran un conjunto plástico que está a la raíz del moderno belén. No sabemos dónde fue que comenzó a hacerse tal acoplamiento, pero en algunas regiones de Europa, escenas de la Natividad fueron llamadas con el apelativo genérico de pesebres. En Brujas, concretamente, un inventario de 1537 menciona a dos integrados por grupos de figuras y sendas cabañas sostenidas por cuatro pilastras. Y el obispo David de Burgundia obsequió a la catedral de Utrecht en 1489 con otro pesebre de oro y piedras preciosas.

Pesebre napolitano del siglo XVIII. Escena pastoril. Colección Vicenzo Catello, Nápoles (figuras de Viva, Celebrano y Sammartino; animales de Vasallo).

(Fig. 6) Pesebre napolitano del siglo XVIII. Escena pastoril. Colección Vicenzo Catello, Nápoles (figuras de Viva, Celebrano y Sammartino; animales de Vasallo).

Aparte de estas esporádicas manifestaciones, la pretensión de recitar, siempre en aumento, hizo que donde no se pudiera representar el drama navideño con personajes de carne y hueso se echara mano a las marionetas. En Dieppe -en la iglesia de San Jaime-, por espacio de dos siglos representaron las marionetas diversas escenas de Navidad. En España, en cambio, proseguían las representaciones teatrales con personajes de carne y hueso. En Zaragoza, verbigracia, en 1487, el arzobispo y el capítulo de San Salvador presentaron un Misterio de Navidad en honor de la familia real. Los personajes eran: Dios Padre, siete ángeles, los profetas, la Sagrada Familia y los pastores. Sobre las tablas se hallaba una especie de cabaña y en el fondo se veía el cielo con nubes y estrellas. Todo era sostenido por una apropiada maquinaria. El espectáculo de la catedral de Valencia se dio desde 1350 poco más o menos. Cuando alcanzó el máximo esplendor, la escena contenía la gruta con la Sagrada Familia, los ángeles…, en el fondo se recortaban las torres de la ciudad. Es de pensar que figuraran allá también animales vivos -por lo menos buey, jumento y ovejas. Solía hacerse así. Una multitud de animales, en efecto, se pudo admirar en la procesión de los Magos que los dominicos de Milán hicieron desfilar por las calles en la fiesta de la Epifanía de 1336. Caballos, dromedarios, monas y aves exóticas encerradas en ricas jaulas, formaban en el cortejo de los Magos que en medio de un increíble entusiasmo de pueblo y chiquillería atravesó la ciudad lombarda.

Entretanto, en la Italia central y meridional se comenzaban a esculpir aquellos grandes pesebres fijos, es decir, de exposición no limitada al tiempo de Navidad, de los que se conserva un buen ejemplar en la iglesia de San Giovanni a Carbonara, de Nápoles, obra de los hermanos Alemanno. Estos belenes constaban de pocas figuras y si con ellas se querían formar varios grupos para dar lugar a colocarlas, se situaba la gruta en la parte baja de una montaña, cosa que puede verse aún hoy en Italia -en Apulia y en el Abruzzo- y en España -en la isla de Mallorca (Fig. 4). Digna de mención, en alguno de estos pesebres estables, es la presencia de las sibilas y los profetas, que evidentemente derivan del teatro litúrgico. Con esto no hemos llegado aún a nuestro pesebre, entendiendo por tal el que se arma por Navidad y se desmonta al llegar la Candelaria. Es preciso esperar hasta 1562 para encontrar una representación realista de la Navidad construida única y exclusivamente para el tiempo navideño -las dos características predominantes del pesebre moderno, actual. Y esta representación se halla documentada en dicha fecha en la iglesia de los jesuitas de Praga.

«Adoración de Pastores». Porcelana de Viena, obra de 1760 (Schlossmuseum, Berlín).

(Fig. 7) «Adoración de Pastores». Porcelana de Viena, obra de 1760 (Schlossmuseum, Berlín).

El pesebre moderno así definido no se presenta, pues, como una invención, sino más bien como la síntesis en un solo conjunto de las siguientes usanzas eclesiásticas: los belenes permanentes, el teatro litúrgico, la exposición aislada del Niño Jesús, la veneración de objetos o reliquias en relación con el misterio natalicio durante este tiempo litúrgico, el adorno con luces, flores y ricos lienzos de las obras de arte conservadas en los templos en relación con el ciclo navideño.

Con el primer pesebre moderno montado en una iglesia corre parejo el primer pesebre familiar. El más antiguo del que se conserva memoria es cinco años posterior al de Praga, 1567, y lo poseía la duquesa de Amalfi Constanza Piccolomini d’Aragona. Constaba de 167 estatuillas, nada menos.

El celo de los jesuitas arrastró a otras órdenes religiosas y al clero diocesano. Los franciscanos, que habían sentido siempre mucho afecto por la tradición de Greccio, lo tuvieron igual en la propagación del pesebre, y en breve espacio de tiempo cada iglesia franciscana contó con uno; catedrales y parroquias bien pronto lo tuvieron igualmente. En Munich el pesebre de la catedral fue dotado con doscientos florines anuales para gastos de montaje e iluminación. Fue como una pasión o una fiebre por la construcción del belén la que se despertó en villas y ciudades, entre prósperos hacendados y gente de mediana condición social. Y cuán viva e intensa llegara a serlo, lo prueban las calles y hosterías del Tirol dedicadas «Al viejo Belén» y «Al nuevo Belén» y las calles que en Italia son todavía hoy conocidas por «Via dei Figurari» en Nápoles, o «Via dei Bambinai» en Palermo.

Hemos llegado al siglo XVIII, la edad de oro del pesebre. No se puede imaginar un clima más propicio, una concepción de la vida, un gusto y un arte más adecuados que el barroco para la instalación de fastuosos pesebres. Nápoles, como sabéis, se sitúa en este momento a la cabeza de todas las restantes ciudades de Europa por el apasionamiento y la meticulosidad que derrocha en la difusión del belén. Difusión extraordinaria, buena parte de la cual es mérito a adjudicar a los reyes españoles que gobernaron la Campania, y en primer término a Carlos III (Fig. 5). Él en persona se entretenía en construir las montañas de corcho de su pesebre y su esposa la reina María Amalia, la de blonda cabellera, cosía los vestidos para los pastores y los magos, ayudada de las damas de su corte.

Es probable que el grupo de grandes figuristas napolitanos no hubiera realizado estas obras maestras en miniatura que nos dejan hoy atónitos, de no haber sido respaldados por un monarca de tan alto sentir pesebrista.

Pesebre suizo, construido por el Rvdo. P. Antón Bürge, de Blauen. Figuras tirolesas de madera.

(Fig. 8) Pesebre suizo, construido por el Rvdo. P. Antón Bürge, de Blauen. Figuras tirolesas de madera.

Este grupo es numeroso: mencionemos -y callemos entre tanto decenas de otros espléndidos artistas- a Giuseppe Sammartino, llamado el «Donatello de los pastores», Lorenzo Mosca, Francesco Celebrano o Giuseppe Gori. Abandonaron la técnica de esculpir en madera, antes muy extendida pero rígida y monótona, y como llevando al belén la manera melindrosa del siglo recurrieron al maniquí. Un alma de alambre revestida de estopa; unas manos y unos pies de madera; una cabeza de tierra cocida con ojos de cristal: así era un pastor napolitano. Para vestirlo, el sastre empleaba terciopelo, seda, algodón y una innúmera variedad de encajes y botones (Fig. 6).

¡Qué rostros!, ¡qué rostros aquéllos, que parecen hablar! ¡Oh, aquellos viejos labriegos calvos con la frente surcada de arrugas y la faz de verrugas! ¡Y las Vírgenes y los ángeles de fresca carnación y ojos rientes! ¡Y los moros del acompañamiento de los Magos, que revelan el estupor y la maravilla en el entreabrir de sus labios prominentes!

¡Qué riqueza de tipos y de grupos en el pesebre napolitano! El mercado hormiguea de vendedores de toda especie. Allá se ven el vendedor de hortalizas con sus cestas de frutas y legumbres tiernas, imitados a perfección en tamaño cincuenta veces menor del natural, con las gotas de rocío tremolando sobre las hojas; allá el pescador junto a los bancos que semejan un fragmento de fondo marino con toda la variedad de peces y moluscos del golfo partenopeo; allá el vendedor de castañas y el carnicero y el vinatero y el panadero. Y finalmente la taberna. La taberna es el tercer elemento a considerar en el presepio napolitano. El primero es el anuncio a los pastores, el nacimiento el segundo y el tercero… el tercero es un animado rincón de Nápoles llevado en volandas junto a los dos primeros.

La taberna tiene las mesas rodeadas de comensales, y el amo, de rostro vinoso, atareado ante el mostrador…; los muros ostentan apetitosos cuartos de cerdo, jamones, ristras de salchichas y otras bendiciones de Dios que constituyen los sólidos ingredientes de la renombrada cocina partenopea. Todo es movimiento, estrépito; porque los artistas quieren acercar la vida rumorosa de la Nápoles borbónica a Jesús Niño. Donde la genialidad del pesebre napolitano se desborda es en el equipaje -enseres y regalos- de los Reyes Magos, de las georgianas (la Georgiana es un personaje femenino que acompaña el séquito de los Reyes Magos) y de sus respectivas caravanas. Los instrumentos músicos se labran en concha de tortuga, madreperla y ébano; los cofrecillos en plata. ¡Cuántas otras menudencias! Flabelos, incensarios, cimitarras, cuchillos de caza, pipas de hueso, anforillas de oro… Una verdadera legión de escultores, pintores, decoradores, escenógrafos, sastres, ebanistas, tapiceros, zapateros, fue movilizada para darnos esta fiel reproducción de la vida de la Nápoles dieciochesca. Tan fiel, que su presepio ha podido decirse con justeza que era una página del Evangelio escrita en dialecto napolitano.

Sería interesante precisar si fue la influencia directa del presepio napolitano la que dio origen al gran florecimiento del arte pesebrista en Austria y Alemania, pero más aún en España y Portugal. Lo que por ahora sí es cierto es que Salzillo en España y Giusti en Portugal contribuyeron grandemente al incremento de la construcción del pesebre y que los reyes españoles residentes en Nápoles facilitaban un floreciente comercio entre figuristas italianos y compradores hispanos. En la centuria décimo octava hubo intensa relación entre el sur de Italia y España y esta fue buen mercado para situar mercancías italianas. De otro lado, los comerciantes italianos de figuras al regresar a su nación llevaban consigo nuevos modelos de pájaros y toros y vestidos, copiados estos últimos de la vida gitana de los barrios andaluces.

«Santons» de la Provenza. Hacia 1800. Museo del Vieux Marseille, Marsella.

(Fig. 9) «Santons» de la Provenza. Hacia 1800. Museo del Vieux Marseille, Marsella.

España había tenido grandes escultores dedicados también en parte al pesebre: Hernández, Becerra, Montañés, Cano, por no citar más que estos, produjeron Nacimientos. Pedro Roldán y su hija la Roldana trabajaron en pesebres en el siglo XVII -siglo en el que se dice el gran Lope de Vega tuviera su belén de figuras de cera.

Pero hubo de llegar el barroco para que el pesebre español alcanzara su madurez. Y esta madurez la marca con piedra blanca la obra de Amadeu, el más grande artista del pesebre de los tiempos pasados y presentes, el fecundo Ramón Amadeu nacido en Barcelona a mitad del siglo XVIII. Amadeu no siguió la técnica de los artistas italianos, fue la suya el modelado en barro, en que plasmó en sus exquisitas estatuillas, un cuadro de costumbres de la Cataluña de entonces. La importancia de este artista está en la democratización del belén que consiguió. Un nutrido grupo de discípulos le rodeó. Vuestro egregio estudioso Amades, en su monumental obra El Pessebre, censa más de un centenar de seguidores del admirado maestro, entre los cuales quiero por mi parte poner al que considero el plasmador de las directrices más en boga: me refiero a Castells, en las bellas construcciones de Bofill, cuyas delicadas figuras he podido admirar en el domicilio de varios entusiastas pesebristas barceloneses.

Si queremos contemplar la fusión de la tradición española con la italiana, hemos de asomarnos al taller de la familia Salzillo en Murcia. Nicolás Salzillo, natural de Capua (Italia), vino a España protegido por el virrey de Nápoles en 1700; su hijo Francisco, el más insigne vástago de la familia, nacido en Murcia en 1707, es famoso por sus Pasos. Pero de su padre, Francisco heredó la tradición napolitana del belén y realizó obras magníficas hermanándola con el gusto español; el Museo de Murcia conserva aún varias de ellas.

Las figuras de pesebre que se despachaban en los mercados al acercarse Navidad fueron, por efecto de la estandarización, bajando lentamente de nivel, tanto en España como en Italia. Pero antes de que esto acaeciera en España, los españoles habían difundido sus tipos en los virreinatos y gobernaciones de América Central y del Sur, donde junto a figuras bastas de aspecto primitivo se encontraban hermosos belenes en marfil o madera esculpidos según la más pura tradición española.

Roma. Interior del templo de Santa María d'Araceli. Los niños recitando ante el pesebre.

(Fig. 10) Roma. Interior del templo de Santa María d’Araceli. Los niños recitando ante el pesebre.

Paralelamente al pesebre español, se desarrolla el portugués. En Portugal, Giusti dio vida a los dos focos pesebristas de Mafra y Lisboa, que han saturado las iglesias y los conventos portugueses de una maravillosa población de terracota policroma. Entre sus figuras aparecen toda clase de tipos campesinos. En este sentido es tan costumbrista un pesebre portugués como cualquiera de Sammartino en Nápoles. El pesebre esculpido por Ferreira y sus discípulos para el templo del Sagrado Corazón de Lisboa, consta de cerca de quinientas piezas. Una de las características propias de los modeladores portugueses es la precisión de la anatomía en sus obras. El más célebre entre ellos -y que se acerca mucho a Ramón Amadeu- es Machado de Castro, quien ha llevado el pesebre portugués a mayor altura.

Por estos mismos tiempos que acabamos de historiar por lo que toca a la Península Ibérica, España y Portugal, floreció pujantemente el pesebrismo en Baviera y en el Tirol. Aunque por el especial temperamento alemán y su idiosincrasia nórdica, su pesebre no fue nunca rico de movimiento, de coreografía, de color local que son tan propios del pesebre mediterráneo (Fig. 7).

Pero he aquí que se perfila en el horizonte, amenazando dar al traste con el entusiasmo de muchos, la contradicción y el rencor de unos pocos. Todas las grandes manifestaciones del ingenio y del espíritu a lo largo de la historia del mundo han encontrado enemigos implacables. Y lo que puede parecer extraño en nuestro caso es que al lado de la autoridad civil aparecieran eclesiásticos en la condena del pesebre. Cuando en la segunda mitad del siglo XVIII, la razón comenzó la crítica de la doctrina religiosa y de las formas exteriores del culto, el pesebre tropezó con enemigos declarados.

«Huida a Egipto». Obra de Ferenc Varga. Budapest, 1948.

(Fig. 11) «Huida a Egipto». Obra de Ferenc Varga. Budapest, 1948.

En un primer momento el iluminismo vituperó y escarneció el pesebre y lo removió so pretexto de ser un juego de niños indigno de una mente ilustrada; entonces entre la burguesía y la ruralía el pesebre se mantuvo firme, o mejor, como hemos insinuado, alcanzó su mayor esplendor. Poco a poco la corriente contraria arrebató el pesebre a las familias de la ciudad y pronto enfrió la devoción del campesino. En Maguncia, ya en 1787, venían abolidos los pesebres por medio de un decreto. En otros sitios la autoridad eclesiástica intentaba contener su difusión y limitarlo a la sola representación del Misterio, excluyendo los complementos folklóricos, anacrónicos, que, a pesar de todo, ejercen tan simpático atractivo. Otro decreto del obispado de Ratisbona, datado en la vigilia de la Epifanía de 1789, para hacer frente a las críticas antirreligiosas, dispuso la reducción de los pesebres al solo misterio. En fin, el comisariato de Franconia los suprimía absolutamente en 1803. Aun en Roma, corazón del catolicismo, las autoridades, sin llegar a prohibirlo del todo, se opusieron a su difusión y sometieron su composición a normas precisas. En un cuadro o panorama de Marsella escrito en 1789, se lee: «No comprendo por qué no se prohíben en los templos estas indecencias de representar a los pastores, los profetas y las sibilas. Hemos tomado estas bufonadas de los españoles y de los italianos». Poco después, la Revolución -como había hecho dos siglos antes la intolerancia rabiosa de los calvinistas- vendió, dispersó o quemó la mayor parte de los valiosos pesebres de los templos. Las consecuencias se hicieron sentir no mucho después, y los belenes privados en algunos lugares no se montaron y las figuras, orgullo de generaciones, fueron depositadas en los desvanes y en los sótanos con los muebles inservibles. La humedad y los ratones ocasionaron daños irreparables.

Sellos postales de Navidad. Hungría 1943.

(Fig. 12) Sellos postales de Navidad. Hungría 1943.

Pero antes de que el culto del pesebre desapareciera totalmente, se inició un espléndido renacimiento. El movimiento romántico fijó su atención en las costumbres antiguas y en las añejas usanzas patriarcales, de un modo especial en los países germánicos. Esta corriente renovadora ganó en los círculos intelectuales sus primeros adeptos para un nuevo cultivo del amor a la región y a la patria y para el fortalecimiento de los usos y de las artes populares, llegando, salvadora, redentora, en el preciso momento en que el árbol de Navidad, de poco reintroducido, amenazaba de muerte al pesebre. Tras fatigas, que se alargaron por decenios de parte de algunos aislados amigos del pesebre, el movimiento tomó incremento gracias a las asociaciones. Una común simpatía, una identidad de sentimientos en pro del pesebre, indujo a la formación de los círculos y asociaciones filopesebristas.

¿Cuál fue la primera asociación que apareció en Europa? De cierto anuncio aparecido en los diarios de Barcelona en 1862, resulta que se constituyó entonces en esta ciudad Condal una sociedad de pesebristas. Y de aquella sociedad brotó la vuestra actual. No es este el momento, amigos barceloneses, de tejer el elogio de vuestra Asociación. Pero sí debo deciros que todos los amigos del pesebre de Europa con quienes estuve en contacto, os miran como a insuperables maestros. En estos últimos años se han constituido otras asociaciones españolas que vosotros conocéis mejor que yo y, por tanto, dejo de mencionar. Una solamente citaré: la última en el orden del tiempo, pero no en el de la actividad. Me refiero a la de San Sebastián, que por obra de un simpático sacerdote (D. Juan Pérez-Cuadrado) ha reunido una cincuentena de entusiastas y en las pasadas Navidades ha organizado una exposición de literatura pesebrísta mundial con centenares de volúmenes y decenas de revistas especializadas, en quince distintas lenguas, con colecciones de sellos alusivos al belén y con otra variada documentación.

El Rvdo. P. Elemer Schwartz, fundador de la Asociación Húngara de Amigos del Pesebre, disuelta por las autoridades comunistas en 1946.

(Fig. 13) El Rvdo. P. Elemer Schwartz, fundador de la Asociación Húngara de Amigos del Pesebre, disuelta por las autoridades comunistas en 1946.

En los países de habla alemana, Austria tuvo el primer círculo pesebrista en 1860, en Venns (Pitzal). Se trataba de una iniciativa local con escasos adherentes y tuvo breve duración. Al parecer, los socios, sin local social, se reunían en fondas o tabernas. La «Verein der Krippenfreunde» nació la tarde del 12 de enero de 1909. La idea vino espontánea al premonstratense Padre Moeszl, párroco de Hotting, suburbio de Innsbruck. A la primera reunión, celebrada en el Ciervo de Oro, vino una muchedumbre procedente de las villas y aldeas aledañas. Hoy sus socios son unos 2.000, que están muy dispersos y labran, la mayoría por sí mismos, sus figuras, conforme a las tradiciones locales. Y son capaces de estropearse un par de zapatos por ir a buscar una raíz de árbol de la cual confeccionar, según el uso tirolés, una cueva para el Niño. La «Verein Bayerische Krippenfreunde» de Munich, fundada en 1917, tiene actualmente unos 1.800 socios. Ha difundido el llamado pesebre anual en el cual vienen reproducidos episodios del Viejo y Nuevo Testamento, de manera que se van sucediendo a lo largo de casi todo el año. En Bad Godesberg (Westfalia), hace unos decenios apareció otra sociedad que publica una hermosa revista anual. Y, finalmente, en Berlín, por mérito de Gertrud Weinhold, miembro de la Iglesia Evangélica Alemana, se presentan de tanto en cuanto exposiciones de pesebres y otras ilustraciones navideñas.

En Suiza,el Padre Anton Bürge es el apóstol del pesebre (Fig. 8). En Bélgica y Holanda existen ya movimientos paralelos. Francia (Fig. 9) e Italia (Fig. 10), aunque no cuentan con movimientos organizados, tienen la afición pesebrística muy despierta y se organizan exposiciones y concursos (en el momento de impartir esta conferencia, en Italia no se había fundado la Associazione Italiana Amici del Presepio, creada en 1953). En Inglaterra, el amigo Grail difunde estampas, manifiestos y carteles que explican el significado del nacimiento de Jesús.

Antes de la ocupación comunista, Hungría contaba con una importante asociación pesebrista, de 80.000 socios, puesto que todo constructor de un pesebre pasaba automáticamente a formar parte del movimiento. Esta asociación editaba una revista, hermosos cartones de recorte con pesebres y, además, facilitaba figurillas de barro. De ella surgió la Sociedad Beato Angélico de carácter académico (Fig. 11). En Navidad de 1943, estimuló a la dirección húngara de correos a emitir una serie de sellos de tema pesebrista (Fig. 12). Luego, el comunismo lo ha sofocado todo (Fig. 13).

Los Reyes Magos. África, Oudo Ilorin - Nigeria (Exposición Misional de Arte Sacro, Roma).

(Fig. 14) Los Reyes Magos. África, Oudo Ilorin – Nigeria (Exposición Misional de Arte Sacro, Roma).

En Polonia está muy esparcida la szopka, similar a nuestro pesebre occidental, que el gobierno comunista, pese a sus esfuerzos, no ha podido suprimir por estar fuertemente enraizada en el alma popular.

Los Estados Unidos de América cuentan con la muy floreciente «American Christmas Crib Society», dirigida por el Padre Aloysius Stanislaus Horn, que fue fundada en 1926. Tropieza, a lo que parece por el momento, con una gran dificultad, y es la extensión enorme del territorio de la Unión que impide la celebración de reuniones, conferencias y congresos.

Para terminar, en el Japón el padre franciscano Oswald Braun ha reunido en los últimos años un grupo de amigos del pesebre y ha publicado un pequeño manual con instrucciones prácticas para el montaje del nacimiento.

Y se han celebrado exposiciones en las cuales el Niño de ojos oblicuos aparece tendido bajo una pagoda, San José viste de mandarín y los Magos se protegen con relucientes corazas de samurai. Y así en otros países exóticos (Fig. 14).


Tras esta especie de vuelo que hemos hecho sobre la historia del pesebre, desde Belén ciudad hasta el belén escenario plástico del nacimiento de Jesús que un misionero alemán se esfuerza por propagar en nuestros días en el lejano Japón, voy a responder la interrogación que dejé en el aire al empezar.

¿Qué vía debe seguir el pesebrismo contemporáneo? ¿El cultivo del pesebre folklórico regional? ¿La difusión del Nacimiento estrictamente palestinense?

Si paramos mientras en la historia que acaba de pasar ante nosotros y a la que nosotros nos sumamos en este momento histórico, advertiremos que en ella el pesebre de tipo regional, aquel en que el Belén, con mayúscula, está traducido en las diferentes lenguas y dialectos modernos, y en el cual los pastores visten los atuendos de nuestro variado folklore europeo, tiene fácilmente la preponderancia.

No es esta la sola razón que nos hace estimar el pesebre regional, ni la de que este enfervorezca a un tiempo el sentimiento tradicional y fortalezca el amor patrio, que ha de comenzar, si está rectamente ordenado por el aprecio a la familia propia y a la región natal, sino un motivo más transcendente que el amor a la tradición y a la patria.

Ciertos padres griegos y místicos medievales han hecho hincapié en la encarnación, en la epifanía de Nuestro Señor Jesucristo que se realiza en cada cristiano por obra de la fe. Jesucristo ha de nacer y desarrollarse en cada uno de nosotros. Ahora bien, en el pesebre familiar de gusto tradicional, nace simbólicamente todas las Navidades Jesucristo, el que hace 2.000 años vino a la tierra en un rincón de Palestina vistiendo carne en el seno de una madre judía, hablando luego arameo con los suyos y la koiné griega con los extranjeros, tratando con legionarios de Tiberio y con los fariseos y los celotas de exaltado mesianismo. El mismo Jesucristo, en vuestro pesebre tradicional, se encarna entre pastores de barretina y pastoras de ancha falda. Está más cerca de vosotros.

El pesebrismo contemporáneo, ¿debe propagar, pues, el pesebre folklórico? ¿Va a quedar por ello el bíblico, el arqueológico, en segundo plano? De ninguna manera. Igualmente es necesario montarlo, difundirlo, incrementarlo. Y las asociaciones belenistas deben ejercer su influencia para resolver los problemas que se presentan a este respecto, facilitar bibliografía, informaciones técnicas, figuras etnológicamente impecables. Porque, como es natural, el ideal de un belén es Belén tal cual era el año 753 de la fundación de Roma.

Sólo que este no está al alcance de todos y no es capaz de despertar, como despertar debiera, la devoción de todos. Es necesaria una cierta comprensión, un cordial acento de humanismo cristiano de parte del pesebrista bíblico para aquellos a quienes la providencia no ha puesto en condiciones de afinar su educación cultural y religiosa.

Pesebres folklóricos, pues, y pesebres arqueológicos. Entrambos deben dignificar e incrementar los pesebristas de hoy. La fe de los Magos y la fe de los pastores era diversa. Sencilla la de unos; ilustrada la de los otros. Pero la una y la otra eran, simplemente, fe. La que permitía a las antenas del espíritu de los pastores y de los Magos, captar el gran mensaje de paz de la Navidad y recibir al Príncipe de la Paz, Jesús.

Eugenio d’Ors, a quien tanto admiramos en Italia, cierra un villancico suyo, Villancico de Dios en los cabos, con unos versos que me place recordar aquí y aplicar a nuestro caso:

«Para calar pronto
si viene el Señor,
cuídate ser Mago
si no eres pastor.

¡Oigan los señores, oigan, oigan, oigan!
Dios está en los cabos; los cabos se tocan

El Niño Jesús está realmente en los cabos, en el uno y en el otro pesebre. Recibámoslo -en el uno, en una gruta de época, o en el otro, en una masía derrumbada; no importa-, pero acojámoslo, todos, en un pesebre.

Angelo Stefanucci