La «Anunciación» a san José
Artículo publicado en la revista ¡Aleluya! nº 10 (2015) de la Asociación Belenista de Valladolid
Hay dos personajes del Nuevo Testamento que en mis lecturas de exégesis nunca he llegado a entender del todo; son san Juan Bautista y san José. Sobre el primero de ellos, un libro, titulado Los esenios, Qumrán, Juan Bautista y Jesús de Hartmut Stegemann [1] me aclaró bastante el personaje, pero me quedan varias dudas sobre el mismo.
La más importante es la siguiente: si, como afirma Senén Vidal, en su libro El documento Q. Primeros dichos de Jesús [2], “la misión de Jesús tuvo sus inicios en la misión de Juan y siempre mantuvo una referencia a ella”, ¿cómo san Juan no reconoció a Jesús como el Mesías esperado, es decir: el “más fuerte”, anunciado por el propio Bautista?
Por otra parte, y siguiendo al citado autor, es evidente que Jesús, en su predicación sobre la llegada del Reino de Dios, se presentó “implícitamente” como Mesías en sus recorridos por los pueblos de Galilea. Este fue, sin duda, el motivo de la posterior pregunta de san Juan: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” (Mateo 11, 3) [3]. Ante la contestación de Jesús a los discípulos de san Juan con la indicación de que se estaban cumpliendo los signos anunciados por el profeta Isaías de la llegada de los tiempos mesiánicos, desconocemos la contestación de El Bautista desde la cárcel.
Identificado san Juan como Elías por Mateo, pues se esperaba que éste último debía volver para ser el precursor del Mesías, no entiendo porqué san Juan no ordenó a su comunidad integrarse con los seguidores de Jesús. Ya sé que el Maestro había advertido con anterioridad a los discípulos de aquél que: “no se echa vino nuevo en odres viejos; porque revientan los odres: se derrama el vino y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos y así las dos cosas se conservan” (Mateo 9, 17) [3]. A pesar de esta advertencia y de la consideración de que la misión de san Juan pertenecía al Antiguo Testamento, ya superado, mientras que la misión de Jesús era hacer presente el Reino de Dios, es decir, era la “época nueva” (expresión de Senén Vidal), no me parece justificación suficiente a lo que no fue, en realidad, un decidido reconocimiento, pues solo una parte de la comunidad de El Bautista se haría cristiana.
Pero dejemos esta cuestión para un futuro artículo que escribiré cuando me haya informado más y vayamos a mis dudas sobre san José.
En la Palestina de la época no era posible realizar un repudio en secreto, pues era un acto público con testigos. Es una contradicción en sus términos y, por tanto, se debe intentar una interpretación del texto de la “anunciación” a san José de otra forma. Así lo hizo recientemente el exégeta Ignacio de la Potterie en su obra: María en el ministerio de la alianza [4].
Sin embargo, la Biblia de la Conferencia Episcopal sigue con la versión tradicional: “José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo “José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tu le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1, 19-21) [3].
Con todo, en el original griego de estos versículos [5] hay tres vocablos claves que nos van a permitir una interpretación distinta de la “anunciación” a san José.
Del primero que voy a tratar es del adjetivo dikaios, traducido normalmente por justo. Según Benedicto XVI, “la calificación de san José como hombre justo (zaddik) va mucho más allá de la decisión de aquel momento” [6]. Además, el papa advierte que esta calificación de san José “lo incluye entre los grandes patriarcas de la Antigua Alianza, comenzando por Abraham, “el justo”. Una descripción de un hombre con esta virtud se realiza en el salmo I [3]: “…su gozo es la ley del Señor” (versículo 2); y “Será como un árbol plantado al borde de la acequia; da fruto a su sazón” (versículo 3). Para Benedicto XVI, la voluntad de Dios no es para el justo una ley impuesta desde fuera, sino “gozo”. En Jeremías 17, 7, la descripción va más allá, pues el justo es el “bendito”, que “…confía en el Señor y pone en el Señor su confianza” [3]. En consecuencia, interpreto que este adjetivo, justo, si sólo se hubiera referido, con respecto a san José, a ser un exacto cumplidor de la Ley, debía haberle obligado a denunciar a su esposa, lo que traería inexorablemente su lapidación. Sin embargo, san José, por ser hombre justo, en diálogo constante con Dios, supo interpretar la ley con amor y estar preparado para actuar tal como quiso el Señor. Y esto es lo que quiere indicar Mateo con este adjetivo.
El segundo es el verbo apoluô, que se ha traducido normalmente por repudiar (es decir: que designa la acción de romper el vínculo matrimonial); pero también puede emplearse para señalar la acción dejar ir o separarse.
Por último, el tercero es el también verbo deigmatizô, del que Antonio Orozco [7] indica que no debe traducirse necesariamente por difamar. Este vocablo es muy raro en el griego de la koiné y, quizás por ello, se ha considerado sinónimo del verbo compuesto paradeigmatizô, que si que tiene el sentido de “exponer a la afrenta” o difamar. El primero puede traducirse, según este filósofo, por manifestar o dar a conocer.
En consecuencia, este último autor, siguiendo a Potterie, realiza la siguiente traducción de estos versículos “José, su esposo, como era justo y no quisiese revelar (el misterio de María), resolvió separarse de ella secretamente”. De esta forma, sí que entiendo la figura del Santo Patriarca, pero diversos exégetas modernos no suelen tener en cuenta esta forma de traducir los citados versículos, a pesar de que varios grandes padres de la Iglesia los interpretaron así.
Santo Tomás, siguiendo esta tradición de los Padres, aseguraría que “José quiso abandonar a María no porque tuviera ninguna sospecha de ella, sino porque, debido a su humildad, temía vivir unido a tanta santidad, por eso después le dijo el ángel: no temas”. En un pueblo pequeño y de escasos habitantes como Nazaret, donde las casas, según nos las describe el arqueólogo Joaquín González Echegaray [8], recientemente fallecido, constaban sólo de una o doble estancia (a veces, con una segunda planta de dormitorio único), unidas por espacios abiertos comunes, era muy difícil que cualquier asunto de su vida pasara inadvertido para sus vecinos; en consecuencia, es muy lógico que san José estuviera al tanto de todo. Además, según este autor, se debe tener en cuenta que Jesús seguramente sabía escribir y hablaba, además de su arameo natal, griego y hebreo; en consecuencia, podría deducirse que también su padre legal, que no era un pobre o obrero sin cualificar (ergates en griego), sino un artesano de la construcción o obrero especializado (tekton en griego), no debía ser un analfabeto, conocería bien el Antiguo Testamento y no pasaría inadvertida para él la profecía de Isaías: «Pues el Señor, por su cuenta, os dará un signo: Mirad, la virgen está encinta y da luz a un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel” (Dios con nosotros).
En este caso, la Biblia de la Conferencia Episcopal respeta la versión griega de los LXX (Isaías 7, 14) y traduce la palabra hebrea almah, que significa doncella, por virgen (parthénos en griego). Aparte de la discusión de si se puede utilizar estos versículos para justificar la concepción virginal de Jesús, pues el niño puede referirse a Ezequías hijo de Acaz, es muy probable que la versión de los LXX del Antiguo Testamento, que es tan inspirada como la hebrea, fuera conocida en la Galilea baja, pues estaba muy helenizada, y, por tanto, hubiera sido la que san José oyera o leyera. Desde luego, fue la que utilizaron los primeros cristianos.
También el teólogo José Antonio Sayés, en su espléndido libro Señor y Cristo [9], recoge la interpretación del exégeta Léon-Dufour [10], que reproduce la frase pronunciada por el ángel de la siguiente forma: “ciertamente que lo que ha sido concebido en ella (como tú ves) viene del Espíritu Santo”, basada en la traducción de la partícula griega gár (pues) por ciertamente, pero, a continuación, afirma que esta forma de traducir este versículo “presenta reparos serios”. A pesar de todo, en la nota 32 de la citada obra se hace eco de la opinión de Daniélou: “el anuncio a José no tiene por objeto la concepción virginal: esta le es ya conocida, pues en José no hay ninguna turbación psicológica acerca de la actitud que ha de tomar para con María. El anuncio tiene por objeto darle a conocer su propia relación respeto al niño que va a nacer, actitud que consistirá en asumir la paternidad legal, al fin de asegurar (y aquí volvemos a comprobar la intención de Mateo, que ya se adivina en la genealogía) su filiación davídica”. Es decir, ser el padre de Jesús según la Ley y hacerle descendiente de David.
En el arte y en determinada iconografía, es muy frecuente que se represente al Santo Patriarca viejo y en un segundo plano, como despistado. Pero su misión sería, al fin, reconocida cuando fue declarado patrono de la Iglesia por Pío IX el 8 de diciembre de 1871. Posteriormente, el papa León XIII, en su encíclica Quamquam pluries (1889), escribiría: “… si Dios le dio un esposo a la Virgen, no fue solo para darle un compañero en su vida, testigo de su virginidad, y defensor de su honestidad, sino también para hacerle partícipe de su excelsa dignidad en virtud del compromiso conyugal”. Además, Juan XXIII llegó a decir que “Nadie es tan grande después de la Virgen María” [11]. Y san Josemaría Escrivá, sobre los motivos para venerar a San José, afirmaba que: “fue un varón fuerte en la fe…; sacó adelante su familia -a Jesús y María-, con su trabajo esforzado; guardó la pureza de la Virgen, que era su esposa…; y respetó -amó- la libertad de Dios, que hizo la elección, no sólo de la Virgen como Madre, sino también de él como Esposo de Santa María” [12].
Todo ello me ha llevado a tenerle una gran y especial devoción. Aunque no tengo los suficientes conocimientos para discutir con los exégetas si la interpretación del pasaje del Evangelio de san Mateo, que describe la “anunciación” a San José expuesta en este artículo es la más correcta, no habiendo unanimidad, es la que he escogido, porque me permite comprender mejor al Santo Patriarca y me facilita la identificación con la Sagrada Familia, a la que tengo también una gran devoción.
Juan María Silvela Miláns del Bosch
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[1] STEGEMANN, Hartmut: Los esenios, Qumrán, Juan Bautista y Jesús. Ed. Trotta. Madrid, 1966 (6.ª edición)
[2] VIDAL, Senén: El documento Q. Primeros dichos de Jesús. Ed. Sal Terrae. Santander, 2011
[3] Sagrada Biblia: versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. Ed. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 2010
[4] DE LA POTTERIE, Ignacio: María en el ministerio de la alianza. Ed. BAC. Madrid, 1993
[5] BOVER, José María y O’CALLAGHAN, José: Nuevo Testamento Trilingüe. Ed. BAC. Madrid, 2005 (6.ª edición)
[6] RATZINGER, Joseph: La infancia de Jesús. Ed. Planeta. Barcelona, 2012
[7] OROZCO DELCLÓS, Antonio: Madre de Dios y Madre nuestra. Ed. Rialp. Madrid, 1996
[8] GONZÁLEZ ECHEGARAY, Joaquín: Arqueología y Evangelios. Ed. Verbo Divino. Estella, 1999. También, GONZÁLEZ ECHEGARAY, Joaquín: Jesús en Galilea. Aproximación desde la arqueología. Ed. Verbo Divino. Estella, 2001
[9] SAYÉS BERMEJO, José Antonio: Señor y Cristo. Ed. Universidad de Navarra (EUNSA). Pamplona, 1995
[10] LÉON-DUFOUR, Xavier: Estudios de Evangelio (Estudio II: El anuncio a José). Ed. Estela. Barcelona, 1969
[11] JUAN XXIII: Decreto de la Sagrada Congregación de los Ritos del año 1962, por el que se incluía el nombre de san José en el Canon de la Misa
[12] ESCRIVÁ DE BALAGUER, Josemaría: Forja (552). Ed. Rialp. Madrid, 2008 (15.ª edición)