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Pregón de Navidad 1989 – Asociación Belenista de Álava – D. Aurelio Vallejo Íñiguez de Ciriano

16 Dic 89
Presidencia FEB
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Pregón de Navidad 1989 – Asociación Belenista de Álava
D. Aurelio Vallejo Íñiguez de Ciriano

D. Aurelio Vallejo Íñiguez de Ciriano, pregonero de la Navidad 1989 en Vitoria-Gasteiz (15/12/1989)

D. Aurelio Vallejo Íñiguez de Ciriano,
15/12/1989 – Pregón de Navidad
Asociación Belenista de Álava

Imagotipo de la Asociación Belenista de ÁlavaEn la tarde-noche de ayer, viernes 15 de diciembre de 1989, ante el numeroso público que llenaba la Iglesia de los P.P. Carmelitas de Vitoria-Gasteiz, en un acto amenizado con un concierto de villancicos interpretados por el organista Francisco Javier Izco y la solista Máxima Armentia, el doctor D. Aurelio Vallejo Íñiguez de Ciriano pronunció el siguiente Pregón de Navidad.


«Quizá las palabras más amargas que se han escrito contra la mentalidad del hombre moderno, las escribió un pensador solitario: «Hemos perdido la ingenuidad, hemos perdido candor, franqueza, sencillez; hemos perdido capacidad de admiración… Nada nos asombra ni nos emociona, nada nos entusiasma ni nos conmueve«.

Sin embargo, como por milagro, esa pérdida de ingenuidad parece que renace en los benditos días de la Navidad. Cuando llega esta época tan entrañable, hasta los hombres más recios o «superocupados» intuyen que así es y así debe de ser.

La Navidad hace distintos a los hombres y a los pueblos. Se percibe un hálito de sensitiva comprensión, de perceptible afecto, y el ambiente se ilumina de estrellas, de sonrisas y de buenos deseos.

La población, el campo, la vía pública… todo cambia en Navidad y queda abrillantado por una luz nueva. Las ciudades que normalmente viven una vida apresurada envueltas en un cielo artificial de neón, en estas fiestas levanta sus ojos al firmamento, contempla la grandiosidad y belleza de la noche y se siente acariciada por la esplendente claridad del Niño recién nacido. El amoroso misterio de la Navidad se apodera de la urbe y ésta se engalana, se viste de fiesta, se adorna, se humaniza…

Como en la ciudad también en sus habitantes prenden sueños e ilusiones que renuevan su espíritu, sensibilizan su alma y despiertan una esperanza.

Impresiona comprobar como hombres de pecho endurecido por la lucha cotidiana, se ven desbordados por un íntimo manantial de ternura. Gentes que durante el año no rezan, en Navidad florece en sus labios una plegaria. Emociona el comprobar como muchas personas se abren estos días a la amistad, al trato, a la confraternidad, a la tolerancia…

Navidad es mágica palabra pletórica de contenido… rico nombre que evoca un inefable suceso enternecedor… víspera gozosa de tantos escondidos y sabrosos misterios…

Es la fiesta de todos, la deseamos todos, la sentimos todos, la gozamos todos. Es la fiesta religiosa y familiar de cada hombre y de la universalidad de los hombres. A todos alcanza y envuelve un cierto halo místico y sobrenatural en armonía con el sublime y excelso misterio que se conmemora.

En la noche navideña, la más hermosa y singular del año, brota una gran alegría. No la alegría bobalicona y bulliciosa del mundo, sino un gozo claro, limpio, hondo, dulce, esperanzador… Ya les dijo el Ángel a los pastorcillos: «Os anuncio una gran alegría«.

La Navidad nos vuelve sencillos, transparentes, ingenuos… nos descubre ese recóndito tesoro de inocencia e ilusión que adquirimos en los días lejanos de la infancia, nos humaniza despojándonos del artificio que el rutinario hacer y corruptelas convencionales han ido complicando el vivir actual.

Un aire de espontánea y candorosa simplicidad predomina en el ambiente y hace que todos, chicos y grandes, personas respetables y gente humilde se afanen por montar un «Belén», y lo hacen con mimo, con agrado, con ilusión, con devoción, con gusto… Todo en Navidad se hace fácil, sencillo, puro, entrañable…

En Navidad el frío del ambiente y la tibieza casera predisponen a las personas a buscar la intimidad sagrada del hogar.

Navidad es agradabilísima fiesta hogareña que congrega, que reúne, que agrupa, que solidariza… Es gozo para el corazón, lenitivo de penar para el espíritu, heraldo de amor, esperanza renovada, llamada a la buena voluntad y mensaje de paz.

Es fiesta de invierno y de la noche, generacional y cristiana, optimista y expectante, esperada y añorada, deliciosa y placentera… Es fiesta excepcional de todos para todos.

Tiene tal cautivadora atracción esta fiesta que individuos que viven en este mundo desequilibrado y loco al llegar esta fecha tienden a replegarse en la fuente del amor más puro y misericordioso.

Navidad es fiesta no sólo de panderetas y guirnaldas, de luces y aguinaldos, es fiesta muy personal donde los más íntimos sentimientos hacen vibrar al corazón que parece rezumar leche y miel de que habla la Escritura.

Navidad es un mundo maravilloso de ternura infinita donde todo se hace sencillo, transparente, alegre…

Alegría de nieve
por los caminos.
¡Alegría!
Todo espera la gracia
del Bien Nacido.
Miserables los hombres,
dura la tierra,
cuanto más nieve cae
más cielo cerca

(Jorge Guillén)

¡Tierra y cielo! Por eso Navidad es poesía.

Poesía es un don de Dios, un chispazo de omnisciencia, un florido camino que conduce al Creador. Poesía es, lo dijo un poeta «… voz divina que en el corazón retumba«.

Poesía no es llamar divinas a las cosas, sino buscar en ellas ese destello de divinidad, su partícula celeste, su razón inexplicable de amor. De ahí que la noble y pura poesía es contemplativa y subordinada a altos valores como la fe. Por ser y engendrar la poesía delicados sentimientos, realza y enfervoriza, arrulla y conmueve, alienta e impulsa. Lo inefable y lo verdadero están trabados en la belleza del verso porque «toda poesía -ha dicho Dámaso Alonso- es por esencia mística«. Hoy es preciso elevarse en alas de espiritualidad y lirismo porque la vida, al mecanizarse, seca las raíces primarias del amor y de la ternura. La vida -¡la verdadera vida!- está a punto de perecer aplastada por la técnica y la prisa, por no detenerse a escuchar la voz clara y fiel de los poetas.

¿Existen todavía poetas?, preguntó Papini. Sí, existen y además son imprescindibles. «Desde que las hadas desaparecieron de Francia, dijo Víctor Hugo, Francia dejó de ser feliz«. Sólo una cruzada espiritual, idealista y poética nos libraría de la ramplonería del vivir actual, porque sólo una nítida y virginal poesía nos hará captar un sublimado sentido de lo eterno.

Por algo los poetas -¡los verdaderos poetas!- son la mandolina de Dios, heraldos de su Belleza, juglares de su Amor, y mensajeros de su Divinidad… El corazón del hombre que está hecho para el misterio, para el ensueño y para el amor, comprende gracias a ellos, el encantador y alucinante misterio de la Navidad.

Navidad es desde luego deliciosa y entrañable poesía, pero es también profunda y rigurosa teología. Navidad es sabroso y escondido misterio. Todo en Navidad son contrastes que sorprenden. Un Dios se hace Niño; la Majestad soberana tiembla en unas pajas: el Creador del mundo nace en una cueva; el Divino Poder se manifiesta sencillo y humilde; el Rey universal tiene por toda corte unos pastores…

El misterio del Dios encarnado ha impresionado siempre a los espíritus más excelsos. El humilde Portal encierra tanto encanto y hechizos, tanta dulzura y fantasía lírica, que los poetas de todos los tiempos se han visto atraídos por esa deliciosa manifestación del «Verbo hecho carne».

Los villancicos representan una briosa tradición lírica religiosa que reflejan admiración, entusiasmo y piedad, y donde se enlaza lo culto y lo popular reflejando la expresión amorosa de una fe sencilla y firme.

La poesía de Belén no está en la cueva, ni en el frío, ni en la pobreza, ni en el desamparo, sino en las personas que se mueven y viven en ese ambiente. La poesía, la maravillosa y estupenda poesía del hecho extraordinario e irrepetible consiste en que el Niño que nace es Dios, su Madre es Virgen, y su padre adoptivo José -¡la más noble figura de varón!- es el protector humano de esa Santa Madre y de ese Niño divino.

Belén es manantial de poesía porque el Evangelio llega a lo trascendente por vía humana pero bella, de ahí que poetas y trovadores hayan dedicado a este misterio sus mejores versos hasta el punto que uno de los tesoros más ricos de la lírica castellana desde la simplicidad de las primitivas y el lirismo desbordante de Lope, hasta la rica antología de los modernos, son las canciones navideñas, los villancicos tan atractivos, tan ingenuos, tan delicados, tan placenteros… ¡Qué caudal de belleza, de sensibilidad, de ternura y de fervor encierran! Al Niño dedican madrigales y lindezas. De los sueños de la Virgen tejen un delicioso poema. Y a San José, que está atónito ante aquellos juegos maravillosos de los ángeles, estrellas y pastores en la noche del milagro, le arropan y envuelven en la armonía de sus versos.

Recobrando nuestra perdida ingenuidad y despojándonos de toda presuntuosa vanidad, con fe sencilla y reverente vamos a recordar la historia contada y cantada por troveros y poetas.

Pasó el momento aquel -¡feliz momento!- en que el Verbo empezó a florecer en las entrañas de María, momento captado por Juan Ramón Jiménez:

Y María virgen, tímida,
plena de gracia,
igual que una azucena
se doblaba al anuncio celestial
.

A María le requiebra el Ángel llamándola «llena de gracia»:

Oliva verde,
paloma blanca
¡Ave María
llena de gracia!

(Rafael Laffón)

Desde entonces la piropean también los poetas. La llaman azucena, rosa, lirio, palmera, garza real, tortolica, árbol con ruiseñor, sacerdotisa, perla, estrella, custodia, alba, cuna de Dios, aurora…

Venga con el día
la alegría,
venga con el Alba
el Sol que nos salva.

(Lope de Vega)

Le dedican ramilletes de loas y alabanzas, pero alabanzas por humanas bien inocentes y sencillas. «Dios autor de la naturaleza -José Iñigo- no se hizo sol, ni mar, ni trueno… se hizo Hijo; y a la mujer que Él escogió no la hizo Esposa, ni Reina, la hizo Madre. ¡Madre!«.

Al gozo de Nuestra Señora cuando se supo Madre de Dios, el poeta Rafael Morales la cantó así:

Igual que la caricia, como el leve
temblor del vientecillo en la enramada,
como el brotar de un agua sosegada
o el fundirse pausado de la nieve,
debió de ser, de tan dulce, tu sonrisa,
oh Virgen Santa, Pura, Inmaculada,
al sentir en tu entraña la llegada
del Niño Dios como una tibia brisa.
Debió de ser tu sonrisa tan gozosa,
tan tierna y tan feliz como es el ala
en el aire del alba perezosa,
igual que el río que al mar resbala,
como el breve misterio de la rosa,
que, con su aroma, toda el alma exhala
.

Pasaron también las vacilaciones y dudas de José disipadas por el Ángel, y en la armoniosa paz de Nazaret:

San José era carpintero
y la Virgen panadera,
panadera… y tejedora de sueños
y también de lino y lana…
¡Gira y canta, rueca mía!
¡Telar de mi corazón!
¡Que es la ropa de mi Niño
la que vais a hacer los dos!
¡Que el Señor a quien el cielo
abarcarlo no logró,
cabrá hecho Niño en la prenda
que el amor le confeccionó!
¡Canta y gira rueca mía,
porque el hilo que haces hoy
más que de copos de lana
es de amor del corazón!
¡Hebras blancas de pureza
camisita de mi Dios!
¡Blanca tranza de alabanzas
con urdimbre de oración!
¡Ruede el huso con presura,
que me dice el corazón,
que el Pimpollo que se acerca
quiere pañales de amor,
y yo quiero hilar muy fino,
con hileras de adoración,
camisitas y pañales
para mi Niño y mi Dios!

Antes del nacimiento hay un período de expectación, de espera. ¡Dilatada y agobiante espera! Esperan los siglos, los ángeles, el mundo, el pueblo judío… ¡Espera la Virgen! Espera sin saber con precisión la hondura y la grandiosidad del misterio… ¡¡Espera!!… Espera confundida y anhelante… ¡Espera y sueña!… «sueña saboreando el futuro y sospechando lo inefable«. María está esperando el momento supremo que se convertirá en eje de la historia.

Junto a María está José que muestra inquietud y expectación ante la espera. El «varón justo» que Dios puso al frente de su familia trata a María con sumo cuidado, la prodiga su cariño, la ve cada vez con más respeto y reverencia. Está callado, sin saber qué decir, porque se da cuenta que algo muy excelso va a suceder aunque no comprenda su finalidad y alcance.

María, en flor de juventud, es un copón cerrado. ¡Tiene a Dios en su seno! Ella y José lo saben. El Señor está cerca, en el sentido espacial y temporal, y la Madre en esa emocionada espera de gozo y temblor, empieza a temer -¡tan jovencita, tan inexperta, tan humilde!- si sabrá cuidarle. Y para disipar sus temores canta una dulce y ensoñada canción.

Cuando venga, ¡ay!, yo no sé
con qué le envolveré yo,
con qué.
¡Ay! dímelo tú, la luna
cuando en tus brazos de hechizo
tomas al roble macizo
y lo acunas en tu cuna.
Dímelo, que no lo sé,
con qué le tocaré yo,
con qué.
¡Ay!, dímelo tú la brisa,
que con tus besos tan leves
la hoja más alta remueves,
peinas la pluma más lisa.
Dímelo y no lo diré,
con qué la besaré yo,
con qué.
Y ahora que me acordaba,
Ángel del Señor, de Ti,
dímelo, pues recibí
tu mensaje: «He aquí la esclava».
Sí, dímelo por tu fe,
con qué le abrazaré yo,
con qué.
O dímelo tú, si no,
si es que lo sabes, José
y yo te obedeceré,
que soy una niña yo,
con qué manos lo tendré
que no se me rompa, no
con qué
.
(Gerardo Diego)

¡Qué cerca de nosotros está Nuestra Señora en este vacilante anhelo! ¡Qué deliciosa y hermosamente tímida y asustada está! Impresiona, en esta espera, su hondo sentido de responsabilidad y su escrupulosa preocupación por si podrá cumplir con todos sus deberes maternales.

En esta espera va a ocurrir un hecho inesperado en el que se pone en evidencia el engarce maravilloso de lo divino en lo humano. Augusto, el emperador romano, decreta que todos sus súbditos se empadronen en el solar de su tribu, su linaje o familia. El decreto es promulgado también en Nazaret. José se preocupa e impacienta, pero María calla, confía y abriga una firme esperanza. A María nada la turba, nada le inquieta, nada le alarma… María es un temblor, María es una sonrisa, María es María.

El decreto es inoportuno por la situación de gravidez de le doncella, e implica muchas molestias, complicaciones y sacrificios, pero obedecen y preparan el viaje. En las alforjas ponen una sartén y unos pañales, pan y aceite… Dejan todo: la casa, el trabajo, su pobre ajuar… Van a Belén por caminos de sumisión, de austeridad y de penitencia.

El camino es largo, unos 100 Kms., que recorrerían en tres jornadas; largo y muy peligroso para María por vericuetos y veredas sólo transitables por asnos y camellos.

Saldrían de Nazaret a primera hora, casi de noche. La luna todavía se la ve en el cielo temblando de frío. El silencio y la soledad de un paisaje invernal, sobrecogen. José va adelante abriendo camino, arrugada la frente, tirando del ramal del jumento y pisando los cristales de la escarcha de las mañanitas de diciembre. La Virgen abstraída e indiferente a lo que la rodea, va sentada sobre el borriquillo arropada en una manta campera. Caminan en silencio. El día avanza. Suben rudas pendientes y atraviesan poblados hostiles. La ruta es monótona. El paisaje gris y desnudo apenas aliviado por «la esbeltez de alguna palmera datilera».

Camina María, camina José… Van solos y silenciosos pero llevan consigo la serenidad, el sosiego y la paz de la gracia.

Cae el día. Una estrella ilumina un instante a los caminantes. Acampan al encontrar un descansadero de caravanas.

Noche invernal larga, muy larga, callada y fría.

Nuevo día y nuevo caminar. Mientras cargan el borrico María y José cambian unas palabras breves y confidenciales. Van a recorrer un itinerario alucinante de recuerdos bíblicos y alusiones mesiánicas. Resuenan ecos del Cantar de los Cantares… Tal vez por estos campos espigaba Ruth la fiel mohabita, y el adolescente David apacentaba sus rebaños… Dejarían atrás el pozo de Jacob y la tumba de Raquel…

Pasan la segunda noche resguardados por unos algarrobos frondosos pero achaparrados.

Apenas apunta el día reemprenden la marcha. Es demasiada caminata para estos pobres judíos. María, la «esclavita», recogida y ensimismada, no se sabe si medita o sueña. A José, fatigado, le duelen los pies. Y caminan siempre solos. ¿Solos? ¡No! Porque Dios está infinitamente próximo. María lleva en su seno la semilla del amor y José es el varón justo. ¡Camina el Amor con la Pureza y la Justicia!

Al atardecer de la tercera jornada pisan ya los campos belemnitas. José suspira aliviado y se atreve a expresar su sentir esperanzado.

Caminad, Esposa,
Virgen singular,
que los gallos cantan,
cerca está el lugar.
Caminad Señora,
bien de todo bien,
antes de una hora
somos en Belén
y allá muy bien
podréis reposar.
Yo, Señora, siento
que vais fatigada,
y paso tormento
por veros cansada;
presto habrá posada
do podréis holgar,
que los gallos cantan,
cerca está el lugar.
(Francisco de Ocaña)

María y José llegan al burgo cuando la tarde declina. Belén es un pueblecito insignificante, pobre… con casas diminutas y calles retorcidas y estrechas. José detiene la cabalgadura frente a la posada pública que rebosa de gente. La concurrencia que todo lo llena grita, vocea, chilla… No es posible entenderse con tal algarabía.

A José le tiembla la voz pidiendo asilo.

En nombre del cielo
os pido posada,
pues no puede andar
ya mi esposa amada.
-Aquí no es mesón
sigan adelante:
yo no puedo abrir,
no sea algún tunante.
-Venimos rendidos
desde Nazaret;
yo soy carpintero
de nombre José
-No me importa el nombre
déjeme dormir,
pues que ya le digo
que no hemos de abrir.
-Posada te pide,
amado casero,
por sólo una noche
la Reina del Cielo.
-Pues si es una Reina
quien lo solicita,
¿Cómo es que de noche
anda tan solita?
(Villancico mexicano)

Pero no valen razones. No hay sitio para ellos. Ninguna puerta se les abre. Al cansancio y al frío tienen que añadir la desilusión y la incertidumbre. José eleva los ojos al cielo. María los cierra y se repliega dentro de sí.

La noche avanza y en este trance de soledad y de angustia, alguien, compadecido, señaló a los peregrinos de Nazaret una especie de gruta habilitada para encierro de ganado.

Quiso nacer en las casas
de los hombres por amor;
los hombres estaban ciegos
y le dijeron que no.
Recorrió todas las puertas
pero ninguna se abrió,
los pechos estaban cerrados,
no tenían compasión.
(Luis Bernárdez)

Y así, la Providencia, de negativa en negativa, les condujo a la oquedad de un establo.

¿Qué poesía puede haber en un establo?

Aquella cueva o roca cavada que servía de cuadra cabañal simbolizaba la materialización de la extrema pobreza. La entrada estaba medio tapiada con adobes; el suelo es de tierra empapada de malolientes residuos; se respira un tufo de ganado y hedor de paja estercolada: al fondo existía una larga pesebrera. José enciende con pedernal una mortecina lámpara de aceite y aparece un recinto destartalado, oscuro y sucio, con telarañas y estiércol.

Este lugar fue el primer hogar del Dios humanado, y por ser solitario y tranquilo bastaba a la futura madre.

José amarró la asnilla junto a un buey cansino de color melaza. María vació la alforja para preparar un refrigerio. ¿Qué cenarían aquella noche? Quizás migas, miel, higos, dátiles, queso…

Mientras toman esta frugal colación rumian recuerdos…

¿Te acuerdas de Nazaret
y de aquella tarde tarde?
-Sí que me acuerdo, José.
-Estaba yo en el taller,
¿te acuerdas?… y vino como un aire…
-Sí que me acuerdo, José.
-Vino un aire sin saber
por dónde… ¡Qué aire tan suave!
Ay, qué aire tan dulce aquel.
Y aquel aire se me fue
se me fue porque era un ángel.
-Sí, que me acuerdo, José.
Y el ángel que se me fue
llegó hasta ti con el aire.
-Sí, que me acuerdo, José.
-Cuando vine del taller,
¿te acuerdas?… por ocultarte…
-Sí, que me acuerdo, José.
-… callaste como un clavel
lo que te había dicho el ángel.
Pero al volver al taller,
no sé si fue aquello el aire
o el ángel, no sé quien fue,
me contaron lo del ángel,
¡y qué bien que me enteré!
-Sí que me acuerdo, José.
-Y después, después…, después…
(Manuel Benítez Carrasco)

Después se hace el silencio, y sobre los corazones de ambos esposos triunfan las certezas luminosas de Dios.

María queda quieta, transfigurada como en éxtasis…

La Virgen tenía amor
en sus ojos entornados.

¡Entornados! José la creía descansando…

… de la pena, del camino,
del tiempo y del trabajo.

… y mientras vigila amoroso su sueño…

… espera callado, de rodillas,
meditando anonadado,
bajo el peso de tan altas maravillas.
(M.ª Fernanda Infantes)

Pero las emociones, la fatiga, el desasosiego… y un aleteo de misterio que está rondando el ambiente vencen su juvenil fortaleza y…

haciendo de una piedra cabecera

… duerme un sueño quieto y sereno… hasta que le despierte la Virgen…

– … José, José,
dile al viento que se calle
que acaba de llegar Él.
-¿El que te predijo el ángel
en aquella tarde, tarde,
tan dulce de Nazaret?
-… de aquella tarde,
con la dicha de esta noche.
¡Ya no me acuerdo, José!
-¿Cómo ha sido María?
-Como un sueño, José.
(Manuel Benítez Carrasco)

Este colosal misterio se realizó como un sueño.

La Iglesia celebrando el más bello y dulce de los misterios, y embargada de gozo canta en la festividad de Navidad: «Gozosa Virgen que no conoció varón dio a luz sin dolor al Salvador de los siglos«.

Cristo que es hombre pero también Dios nace de una mujer virgen pero envuelto en la gracia de lo sobrenatural y lo divino. Esa gracia la alcanzó también a María.

No hay lengua que decir pueda
cual la Virgen madre queda,
ni por cual linda vereda
lo parió
tan hermoso y delicado.

Fray Ambrosio, poeta de Isabel la Católica según afirma Suárez -célebre jesuita y teólogo español- es de justicia creer que la suprema dignidad de Cristo tuviera una acogida asistencial de los ángeles.

En cuanto a la hora del hecho parece que fue hacia las 12, a la media noche, tesis corroborada por las palabras de la Sabiduría: «Cuando todas las cosas contenían un silencio quieto y cuando la noche en su curso tenía hecha la mitad de su camino…«.

La media noche venía,
la media noche llegaba,
José dormitaba,
la nieve caía,
María esperaba.

La media noche venía,
la media noche llegó.
La Virgen María
lloraba y reía…
¡Y el Niño nació!

Aquella noche no fue como las otras noches, aquella noche única la han cantado siempre poetas de todos los tiempos y de todos los pueblos.

… noche oscura
para el amor nacida y hecha aurora.

Esta noche iba a recibir por vez primera el beso de la Luz…

No la debemos dormir
la noche santa,
no la debemos sentir.
(Fray Ambrosio Montesinos)

Es la noche de las noches, es la noche prometida y esperada.
Es la noche en que los cielos se reconcilian con la tierra castigada.
(Luis Fernández)

Morena era la noche; más clara
como tienda de azucenas,
como cabaña fabricada de nieve.
(Astrana Marín)

Y la cantan en todos los rincones de la tierra con ese delicioso villancico con sabor de montaña lejana…

Noche de Dios, noche de paz,
claro sol brilla ya
y los ángeles cantando están…

Noche… encantos y misterios de la noche… tranquilidad y santidad en la misma… horas de silencio y soledad… de examen y reflexión… todo en la noche se hace recogido e íntimo.

«Noche de Dios» porque desde la eternidad el Creador había elegido esta noche perfumada por la gracia.

«Noche de paz» que hay que merecer y que exige por nuestra parte una gran dosis de buena voluntad, sinceridad y firmeza en el propósito, y humildad en la ejecución, y si de verdad limpiamos nuestro corazón de miserias humanas alcanzaremos esa paz como un aguinaldo navideño.

Por ser noche de Dios y de paz…

Se hizo la noche tan clara
que el mismo sol sintió celos
de que otro Sol en los cielos
claridades le ganara.
(Luis Romero)

En esta noche según la atrevida expresión de San Juan, «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros«, por eso esta noche navideña es la gran fiesta de la Cristiandad.

Si impresiona y conmueve un nacimiento cualquiera, pensemos que es Dios el que nace y se acerca a nosotros. Después de aquella primera Nochebuena vendrán muchas, y en recuerdo de aquella singular y venturosa es natural que las celebremos con gaitas y panderetas, laúdes y castañuelas, esquilas y zambombas… el contenido será siempre el mismo, un sólo misterio: ¡Dios con nosotros! ¡¡Emmanuel!!

Venida es, venida,
al mundo la vida.
Venida es al suelo
la gracia del cielo
a darnos consuelo
y gloria cumplida.
Nacido ha en Belén
el que es nuestro Bien.
Venida es, venida,
al mundo la vida.
(Juan Álvarez Gato)

Los misterios se realizan de manera asombrosamente sencilla. El más sublime de los nacimientos tiene lugar lejos del fragor multitudinario en una cueva perdida. Aquel al que las jerarquías celestiales alaban con respeto y veneración se presenta en la tierra como un niño.

En un establo -¡verdad exacta!- nació Jesús, el Hijo de Dios, y el «pesebre donde las bestias rumian las flores milagrosas de la primavera» le sirve de cuna. ¡La excelsitud de los cielos anida en lo más mezquino de la tierra! El Altísimo quiso así santificar la humildad y la pobreza.

Nace un alma que viene a sufrir con otras almas.

Nace un hombre que viene a sufrir por los hombres.

Y nace desnudo, tiritando, sin cobijo… ¡nace llorando!

La Virgen se conmueve…

… le mira en un pesebre
llorando lágrimas tiernas
que obligándose a ser hombre
también se obliga a sus penas.
(Lope de Vega)

Y para que no llore, María, madre dulce y cariñosa, le mece y le arrulla.

Aunque naces desnudo
mi dueño,
el día te viste de azules
y la noche de estrellas y sueño.
Duérmete, mi vida,
corazón de tu Madre, duerme en seguida.
Duerme, mi cielo,
sobre colchón de auroras, duerme luego.
Duerme sobre la armonía
de la tarde enamorada,
y en la mañanita fría.

Duerme.
Duerme sobre la alegría,
sobre el nacer de la noche,
sobre el declinar del día.
Duerme en el verso y la flor.
Duerme con sueños de amores.
¡Ay amor!

Sentada, o medio arrodillada, cerca del pesebre está María. «Es un bulto blanco -Pemán- al que las largas tocas dan un perfil como de colina de nieve, de duna de arena, de montecillo de trigo o lirios blancos«.

Y allá está José a quien la emoción no le deja estar de rodillas. Va y viene con su turbante y su túnica. Tiene la barba negra y la expresión noble y dulce. No se atreve a tocar al Niño con sus honradas pero rudas manos de menestral. María se da cuenta, sonríe y le hace señas para que se acerque, y es de ver la actitud del Santo Patriarca entre su admiración reverente y un cariño sin par. Atada al pesebre está la asnilla que trajo a María a Belén, y de su hocico sale un vaho tibio que conforta las carnes del recién nacido.

¡Establo! ¡Pesebre!… Todo ha cambiado… El pueblo lo adivina y canta.

Portalico divino,
¡qué bien pareces!
con el Niño chiquito, bonito
que nos ofreces.
(Francisco de Ávila)

Y los poetas cantan, precisamente un vitoriano…

Pronto, despertad, amor…
Rezuma gracia el portal.
El establo ya es un rosal;
diciembre, abril; bien el mal;
el heno gracia y primor.
(Albino Cañada)

Y otro poeta del siglo de oro español dice así:

Caído se le ha un clavel
hoy a la Aurora del seno;
qué glorioso está el heno
porque se ha caído sobre él.
(Góngora)

¡Todo ha cambiado!

Dios fiel a su promesa está ahí… Sobre unas pajas… ¡Está ahí!

Bajad ángeles, venid hombres y contemplad el misterio. Contemplad y adorar al Dios recién nacido.

No está en el Evangelio pero es muy verosímil y según una poética tradición un coro angélico de rodillas…

…cantan himnos los ángeles cantores
y todos a la Madre, al Hijo adoran,
gózanse de Él y de ella se enamoran.
(Valdivielso)

Y le adora la naturaleza. Si el día de Viernes Santo el universo se conmovió y tembló, ¿qué de extraño es que el nacimiento del Salvador tome parte en la alegría general? El chorro bendito de gracia y de luz no alcanza sólo a los hombres, sino también a las criaturas todas que se sientan alborozadas y gozosas.

A la flor, al lucero, al pájaro, al mar, al viento… a todos llega la honda conmoción del hecho sensacional y todos quieren rendir su homenaje al Infante Divino.

-¿Qué quieres, viento?
-Quisiera
al Niño poder besar.
-¡Ay, que tu aliento es muy frío
y el Niño desnudo está!
-No me negaréis, mi Señora,
que le diga mi canción.
-¡Ay, que tu canto sombrío
al Niño dará temor!
-Salvé montes, crucé mares,
corriendo a todo correr
para adorar al Dios-Niño
¡y adorarle no podré!…
-Yo caldearé tu soplo.
Yo aclararé tu canción.
Serás en el beso mío,
tendrás alas en mi voz.
Yo te dejaré en su frente,
y a su oído le diré
que has venido, viento amigo,
corriendo a todo correr.
(Federico Muelas)

Y hasta la mula se atreve a decirle donaires al Rey de Reyes.

Aunque soy mula morena,
te quiero Niño, te quiero.
Cógeme de las orejas,
dame un besito pequeño,
que yo no puedo besarte,
que no quiero darte miedo.
Ven chiquitín conmigo
y deja en mi hocico un beso;
se lo iré dando a las flores…
me lo rizarán los vientos…
Aunque soy mula morena,
te quiero, Niño, te quiero.

Le adoran la gente sencilla y humilde. En las cercanías unos pastores guardan sus rebaños. En una tosca cabaña unos duermen mientras otros velan fuera al amor de una fogata. De pronto un vivísimo resplandor ilumina el campo y hiere sus ojos. Se aturden, se espantan. «No temáis -les dice el ángel- os anuncio una gran alegría«.

Desde entonces Navidad es alegría cascabelera y contagiosa que todo lo invade y lo traspasa, que todo lo embellece y sublima.

Pues hacemos alegría
cuando nace uno de nos,
¿qué haremos naciendo Dios?

¿Qué haremos? Imitar a los pastores. Ellos comprendieron que la alegría, la sencillez y la confianza, son el camino más breve para llegar a Dios.

Cotidianamente decimos a la Virgen en la Salve: «muéstranos a Jesús«. Éste es el momento, éstos son los días, de pedírselo con más fervor, y María, compadecida de nosotros y sonriendo nos dirá quedo, muy quedo, con palabras de un poeta americano…

Levántate y mira
la luz de Belén:
en la noche oscura
te alumbra tu Bien.
¿Oyes el sonido
limpio de su voz?
Con boca de niño
te llama tu Amor.
¿No sientes el fuego
de su caridad?
En forma de Niño
nació la Verdad.
Acércate un poco
no tengas temor;
con manos de niño
te busca el Señor.
Ponte de rodillas
en la tierra fiel;
con ojos de niño
te mira tu Rey.
Háblale sin miedo
dile tu dolor;
con alma de niño
te escucha tu Dios.
(F. Luis Fernández)

El cielo también se asocia al júbilo universal y el espacio se llena de roces de alas, de luces, de arpegios y de acordes. Un inmenso coro angélico canta sin cesar: ¡Gloria a Dios en los cielos y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!

El Evangelista nos transmitió la letra pero se perdió la melodía. ¿Cómo cantarían los ángeles? ¡Soñad, amigos, soñad! Parece imposible reproducir celestiales armonías y sin embargo un santo poeta -¡altísimo poeta y gran santo!- loco de divinos amores, enamorado de la Dama Pobreza, sencillo y alegre, ingenuo y humilde, que daba cabriolas de gozo de pura delectación interior, se atrevió a glosar el cántico angélico a la paz e hizo de él una sentida oración: ¡Señor, hazme instrumento de tu paz! Donde haya odio, siembre yo amor; donde injuria, perdón; donde duda, fe; donde desaliento, esperanza; donde tristeza, haga yo brotar la alegría; en las sombras lleve yo la luz. ¡Oh divino Maestro! concédeme que no busque ser consolado, sino consolar; no ser comprendido, sino comprender; no ser amado, sino amar. Dando es como recibimos; perdonando como Tú nos perdonas, y muriendo en Ti es como nacemos a la vida eterna.

Mientras tanto los pastores impresionados por el anuncio del Ángel, sencillos y crédulos se disponen a ver y palpar el prodigio que se les acaba de anunciar y su admiración se convierte en entusiasmo.

Pastorcillo de Belén
¿de qué tanta admiración?
¿Es acaso novedad
el nacer del Alba el Sol?
(Antonio Solís)

Traen sus zurrones y sus caramillos, y con ellos viene el aliento vital de lo popular y el bullicio campestre.

Y van llegando,
y la Virgen se les queda mirando.
Y van viniendo,
y el Niño se les queda riendo.
Son los pastores,
y llegan por la noche de nieve
pisando flores,
y no saben cómo ni cuándo.
Ángeles vuelan
resbalan, desmoronan coronas,
escarapelan
la estrella de mil picos ardiendo.
Y van viniendo,
y María ya les va conociendo,
Gil, Rato, Hermiño,
con palomas que les nievan los hombros.
Tómalas, Niño;
que te están arrullando.
Y van llegando,
y la Virgen les sonríe callando.
Los de la ronda
voladores, tañedores, cantores,
le van meciendo
y el Niño se les queda durmiendo.
A la otra banda
del otro bando
Blas, Mingo, Nando.
Y María se les queda soñando.
(Gerardo Diego)

Bien pronto María despierta del sueño, y como le agrada que canten a su Hijo -cantar a Dios es dos veces rezar- dice al Chirriquitín celestial:

Niño divino, Niño adorado,
mi bien amado, mi buen pastor,
estos pastorcitos que tanto te aman,
humildes te aclaman, escucha su voz.

Animados por la Virgen y pasado el asombro, el más tímido dice al más atrevido…

Cántale Antón
tu más sencilla canción,
que llegada ya es la hora
y comienza a ver la aurora…
¿Cómo es, di?

Y el aludido declama…

Como rosa de mayo florido,
como flor de granado escondido,
como un lirio que en sueños vi…

Y entre copla y copla esparcen la zurronada. Ahí están, sobre el suelo, los obsequios del humilde pastoreo: la cantarilla de rubia miel, unos palominos, una torta de harina, una cuerna de leche acabada de ordeñar, el requesón que ya empieza a amarillear, unos huevos… ¡Ingenua sencillez de las ofrendas pastoriles!

Y cuando se marchan todavía cantan…

Dale al hierrecillo,
que suene el tambor,
dale a la zambomba,
que ha nacido Dios.

La zambomba despierta al pueblo entero, y todos se enteran del extraordinario acontecimiento. Amanecido se oye una gran algarabía… ¿qué pasa?… Son unos chicos vivillos, coloradotes, que retozan como corderos y se asoman al establo mordisqueando un corrusco de pan. También a ellos ha llegado la buena noticia, y se acercan con esa curiosidad vacilante propia de los niños. Miran y remiran, sonríen y callan, se acercan más y hasta la paja seca que cruje…

María les sonríe. José pone en su pan un poco de miel. Con la cordial acogida sueltan la lengua y entre mordisco y mordisco hablan de sus cosas, de sus juegos, de sus padres… Vencida la timidez se deciden a decir un «verso» al Recién Nacido:

Aquí llegan, Niño,
las cinco vocales,
sencillas y claras
como unos pañales.
De tanto mirarte,
de tanto admirar,
con la boca abierta
se queda la «a».
Para que le vuelvas
tus ojos, la «e»
desde su ventana
te tira un clavel.
Porque quiere siempre
mirar hacia Ti,
su punto redondo
te entrega la «i».
Nunca como ahora
le dolió a la «o»
que su forma sea
para decir no.
De rodillas pide
llenar de tu luz
su pequeño cuenco
vació la «u».
Escucha, Cordero,
las cinco vocales:
te ofrecen los niños
su voz en pañales.
(José Javier Aleixandre)

Hecha su adoración y rendido su homenaje los churumbeles se desparraman como bandada de jilguerillos.

El hecho prodigioso es comentado por belemnitas y forasteros que acuden en masa al portal.

Vayamos también nosotros. No importa que vayamos con las manos vacías… No tenemos aguinaldos pero sí tenemos buena intención de espíritu. Arrodillados en el suelo ante el pesebre, por toda oración, por toda cantinela, digámosle con sencillez de corazón: ¡Señor que comprenda!… ¡Señor que comprenda!… Que yo comprenda este maravilloso y admirable misterio de amor. Que la estrella de Belén guíe y oriente mi vida y que su luz ilumine mi alma.

Mediada la mañana la gente se retira conmovida e impresionada ante este extraordinario nacimiento pregonado por un ángel y cantado por coros celestiales. Dejan solos a la Sagrada Familia y en esa deliciosa intimidad, María cuida y arregla al Niño, y después para dormirlo le mece y arrulla en la cuna de sus brazos. Con visión profética le va diciendo…

Tres peregrinos vienen
tras una estrella.
Duérmete, niño mío
si quieres verla.
Tres peregrinos vienen
tras un lucero.
Duérmete, niño mío,
si quieres verlos.
Duérmete, niño mío;
mi niño, duerme.
Tras una estrella blanca
tres peregrinos vienen.
(Federico Muelas)

Mientras se duerme entra rezagado un pastor que viene de lejos, y la Virgen que vela su sueño le dice…

No dejes ahora pastor
en el suelo el cuenco de leche;
ponlo, despacio, sobre la paja,
que el Niño se duerme.
Pájaro que cantas posado
cerca de nuestro albergue;
deja un instante tu canción,
que el Niño se duerme.
Estrella, alumbra un poco menos,
no sea que tu luz lo desvele,
que se le van cerrando los ojos,
que el Niño se duerme.
Vientecillos que mueven apenas
las leves briznas del pesebre:
quédate quieto sobre el campo
que el Niño se duerme.
Ángeles, no mováis las alas,
que no se oiga su rumor tenue:
Arrulladlo cantando en murmullo
que el Niño se duerme.
Muerte que andas por el mundo:
estate quieta, no mates, muerte;
no muevas tu negra hopalanda
que el Niño se duerme.
(José Mª Souviran)

¡No mates, muerte! En el umbral de la vida aparece el espectro de la muerte. María conoce las profecías y sabe que ha nacido un Salvador que salva muriendo. El Salvador nace por amor para morir de amor.

Las pajas del pesebre,
Niño de Belén
hoy son flores y rosas
mañana serán hiel.
(Lope de Vega)

En el centro mismo de estas jubilosas alegrías pascuales aflora el misterio de la redención. María comprende la razón y la magnitud del sacrificio redentor, y la amplitud y profundidad de la Providencia divina. Aceptó la voluntad del Altísimo -«hágase en mí según tu palabra»- pero como madre, llora, María llora sus primeras lágrimas. Antes callaba, sonreía… ahora llora.

¿Por qué lloras, Santa Virgen
María, por qué lloráis?
Porque son perlas del alba
las que le suelen rociar,
y el día de Viernes Santo
en sangre se tornarán.
¡Blanco lirio florecido
la noche de Navidad!
En la cumbre del Calvario
¡cómo te deshojarán!
(Jacinto Verdaguer)

Pero María quiere ocultar sus lágrimas, y canta y canta con dulzura infinita a su Jesús…

Duerme en el verso y en la flor,
duerme con sueño de amores.
¡Ay amor!
Para que dulcemente, Rey de dulzura,
contemplemos la luna bañar tu frente.
Tu frente, que en los rayos hallan la pura
exactitud del beso ¡tan dulcemente!
Beso de luna y llanto, de flor y espina,
de gloria y de martirio, de sombras y de luces.
Que en tu sueño primero ya se adivina
la sombra misteriosa de las tres cruces.
La sombra que creciendo va lentamente
hasta velar su rostro ¡tan dulcemente!
La noche sola.
¡Cómo llora la Virgen junto a tu cuna!
(Pombo Angulo)

Y el Niño también sufre, pena… y ¡llora!

Si el que da la vida llora,
¿cómo puede reír
el triste que ha de morir?
(Lope de Vega)

A María aquellas lágrimas de su Hijo le oprimen el corazón, y secándose las suyas, mientras le arrulla, entona la canción de la divina pobreza…

Que no puedo valerte
Rey de los hombres:
que valerte no puedo,
pero no llores.
Pan de mi carne henchido,
luz de mi noche,
custodiado lucero,
no te acongojes.
Si estás desnudo y solo,
sobran vellones
en las ovejas blancas
de los pastores.
Si estás solo y desnudo,
Rey de los hombres,
te brindarán mis brazos
consuelo y goce.
Que darte más no puede
quien te dio el nombre:
¡que más no puedo darte,
pero no llores!
(Gerardo Diego)

¿Por qué lloras, mi Bien, por qué? Las lágrimas del Niño-Dios no son expresión de dolor, ni de frío, ni de mal trato ¡suavísimas manos de la Virgen!… Ni llora por la Cruz como la Madre, sino por las cruces que innecesariamente, incomprensiblemente, inhumanamente cargamos en los hombros de los hermanos; llora por los que multiplican por el mundo con su estrechez y su pobreza, el pesebre bendito: llora por los que han hambre y sed de justicia, por los sin «techo», por los desplazados, por los perseguidos, por los extraviados… Llora por los indiferentes y los blasfemos, por los orgullosos y los egoístas, por los publicanos y los fariseos… ¡por tantos malos cristianos!

¡Llora por nosotros!… Llora por mí… ¡¡Por mí!!… Por mis traiciones, por mis infidelidades, mi dureza de corazón, mis abandonos…

¡Abandonos!… También la Virgen llora y si le preguntamos que es lo que pone llanto en sus dulces ojos nos dirá…

Suspiro y lloro
porque un día mi Niño
estará solo.

Mirando a través de las lágrimas -«por el cristal d’ellas», dice un poeta anónimo- adivina la incomprensión y el desamparo desleal de los hombres. Se queda solo. Le dejamos solo.

¿Por qué llorando estás?
Porque el mundo que tanto ama
no le ha querido aliviar.
Los tres Reyes se fueron,
los pastores se van,
si ellos le dejan,
las ovejas ¿qué harán?

Y sólo también está en el Sagrario…

Ay mi Niño querido,
vida del alma,
nadie te busca
nadie te llama;
siendo tú solo
verdad sagrada,
el hombre ingrato
de ti se aparta.

Se aparta de Ti que eres amor y paz, para encender el odio y la guerra. ¡Se aparta de Ti! ¿Por qué? Al hombre moderno le falta o la sencillez y humildad del pastor, o la clara intuición de lo transcendente del mago. «O pastor o mago«, decía Eugenio d’Ors. O corazón limpio y abierto para escuchar y aceptar el mensaje del Ángel, o inquietud espiritual y ferviente deseo de verdad.

Sólo así comprenderemos que Navidad no es un simple hecho que fue, sino algo vivo y palpitante que entraña una realidad imperecedera. Navidad no es un recuerdo placentero, ni un pentagrama de canciones, ni una conmemoración devota. Navidad tiene una tajante y clara realidad mística y un meollo de teología pura. Así lo comprendieron nuestros clásicos y así lo cantaban en esta letrilla:

Viva la gala de la zagala,
viva la gala
de la graciosa morena,
viva la gala
de gracia y de gracia llena,
viva la gala
que en aquella Noche Buena,
viva la gala,
libra al mundo de la mala.
¡Oh, qué zagalejas dos,
y de las dos que zagala
aquella de cuya gala
vino a enamorarse Dios!
Aunque venís disfrazado
Hijo de Dios terrenal,
por las puntas del sayal
bien se os parece el buscado.
¿Quién te trajo, Rey de gloria
por este valle tan triste?
-Ay, hombre, tú me trajiste.

¡Nosotros le trajimos! Le trajeron nuestras culpas, nuestras ruindades, nuestras miserias, nuestras maldades… Se compadeció de nuestro barro, de nuestra nada… Le dio pena nuestra triste situación de esclavos…

«Os ha nacido un Salvador«, dijo el Ángel. Ésta es la verdad exacta, geométrica, demostrable. La humanidad caída necesitaba un Salvador, un Redentor. Lo necesitaba entonces y lo necesita hoy por eso Navidad es siempre un divino mensaje de salvación.

«Y el pueblo que andaba en tinieblas -Isaías- vio una gran luz«. No un espejismo, ni un rayito de ilusión, sino un triunfal arco iris de salvación.

El gran error, mejor aún, el gran crimen de nuestro tiempo es no comprender ni valorar la presencia viva de Dios. Por necesidad constitutiva e ineludible de nuestro ser precisamos creer, esperar y amar. El fundamento de nuestra fe, la razón de nuestra esperanza y el centro de nuestro amor tiene un nombre. Nos lo dio San Lucas: «le fue puesto por nombre Jesús«.

Ay quién me diera una palabra nueva,
virgen como la aurora, para
nombrar al Dios de la Verdad con ella.
Una palabra exacta: que tuviera,
como el prado con lluvia, una infinita
ternura blanda y una
clarísima belleza.
¡Y repetir esa palabra siempre:
con las esquilas de la madrugada
y en el atardecer con las hogueras!
Y hacer de esa palabra bella
profesión y ejercicio,
y oración y poema…
¡Y que mi muerte fuera
como un cuajarse, entre los labios,
esa palabra única y sola:
rosa ya sin invierno
frente a una eternidad con sol, abierta!
(Pemán)

¡Navidad! ¡Navidad! Triste es decirlo, pero año tras año, se va desacralizando y tiende a perder su contenido teológico y místico para convertirse en una fiesta y orgía pagana. Tomemos conciencia de la realidad y con plena responsabilidad trabajemos con ilusión para que no se pierda el sentido teológico de la Navidad.

Firmes en la esperanza afrontemos todas las dificultades con gallardía y presentemos el misterio en lo que tiene de humano y de divino -«parece que lo eterno se coge con las manos«, en frase de J.R. Jiménez-, y actualicemos la Navidad. Actualizar no es enfrentar lo moderno y novedoso a lo viejo que se cae, sino atalayar lo eterno y permanente que es el verdadero espíritu de la Navidad y presentarlo en la forma más lírica, maravillosa y sencilla que caracteriza a las obras de Dios.

Que Navidad no sea relámpago fugaz, ni flor de un día, ni llamarada sentimental, ni chispazo que no alumbra ni calienta… sino un retorno a lo nítido y virginal para que todo lo noble y bello vuelva a Dios.

Si el verdadero espíritu de Navidad prende y florece en nuestro corazón las cosas tendrán una luminosa transparencia, y estableceremos puentes de cordialidad para llegar a los hermanos, y sentiremos la necesidad de más comprensión y más afecto entre los hombres, y de lo íntimo de nuestro ser brotará un incontenible deseo de repartir ayuda y consuelo, alegría y confianza, pan y trabajo, cariño y sonrisas, serenidad y paz… Esta clara conciencia de qué es y debe ser la Navidad hará de nuestra alma una lira para decirle al Señor con el poeta indio Rabindranath Tagore: «Cuando estén afinadas, Maestro mío, todas las cuerdas de mi vida, cada vez que tú las pulses cantarán amor«.

¡Y amor debe cantar todos estos días santos!

El mundo dormía y nació el Hijo de Dios; el mundo continúa dormido y es preciso despertarlo cantando.

¡Que todo cante! El ambiente y los hombres, los labios y los corazones, la calle y el hogar… ¡el hogar! Si sentimos el tirón de la casa, esa caricia hogareña hará que recobremos aquella perdida ingenuidad, y nos haremos sumisos y hasta infantiles para acercarnos al regocijo navideño que es la fiesta de los niños que aprenden a ser hombres y de los hombres que desearían tornarse niños, y abandonándonos en lo que un poeta, Maragall, llamó «la sublime locura de la inocencia«, jugáramos a pastores y reyes, y construiremos belenes.

El Belén es lo mejor y más bello que podemos y debemos hacer en estos días que alguien llamó de «la ternura derramada». Hagamos el Belén familiar, ese Belén que desde niños llevamos en nuestro recuerdo y en nuestro corazón.

El Belén es la entronización de las cosas pequeñas y humildes: cartón y corcho, paja y tizna de carbón, corteza de árboles y tierra de ocre, musgo y figuritas de barro… todo elemental y sencillo. Y presidiéndolo todo un Niño Jesús sonriente y sonrosado que bendice.

Toda la gracia y el encanto de un nacimiento se apoya sobre el tenderete levantado improvisadamente con las tablas y cajones bajados del desván, y donde la inmensa y eterna Majestad de Dios no aplasta nada ni estropea nada.

El nacimiento hogareño pretende ser la entronización de las cosas humildes y pequeñas, y es desde luego la más viva expresión de un ardiente deseo de Dios, la sencillez.

Un Belén es un mundo de rodillas, es un acto de fe, una sacudida emocional, un madrigal a la Señora, un homenaje a la maternidad, un tributo a la inocencia, una senda de esperanza, un canto a la infancia.

El resplandor de la estrella de un Belén aclara muchas cosas, y así como «todos los caminos llevan a Roma», estos caminitos de serrín y arena llevan a Dios. De ahí que los belenistas sean misioneros de la Navidad, del misterio de la Navidad que es manantial inagotable de fe y de amor. Fe que es adoración, entrega, sumisión, confianza, conciencia clara del deber…, y amor a los hermanos que es tender puentes de fraternidad repartiendo a manos llenas ayuda y consuelo, afecto y sonrisas, serenidad y estima, comprensión y piedad…

Y frente al Belén, a nuestro Belén, tenemos que cantar y tocar. Cantar villancicos que son mezcla de ingenuidad poética y musical, verso suelto y alado, tonada sencilla con fragancia rústica que huele a incienso y a tomillo.

El villancico es una dulce canción de nana, por eso el primer villancico lo cantaría la Virgen, ¡y cómo lo cantaría!

El villancico, poema entrañable, pastorela idílica, «juguete de ángeles, tarasco de niños, hace ver a los ciegos y florecer el desierto«.

Cantemos los villancicos al viejo son de las vihuelas, o de castañuelas y panderetas, y al terminar nuestra canción escuchemos las campanitas de Belén, aquellas campanitas…

Que los ángeles tocan,
tocan y tañen,
que es Dios Hombre el Sol
y el Alba su Madre.
Tocan y tañen
a gloria en el cielo,
y en la tierra
tocan a paz

Aurelio Vallejo Íñiguez de Ciriano
Vitoria-Gasteiz, 15 de diciembre de 1989