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Texto del Pregón de Navidad 2012 – Asociación Belenista de Álava – D. Pedro Pablo González Mecolay

22 Dic 12
Presidencia FEB
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En la tarde de hoy, sábado 22 de diciembre de 2012, ante el numeroso público que ha llenado la Iglesia de los P.P. Carmelitas de Vitoria-Gasteiz, en un acto amenizado por la coral infantil Leioa Kantika Korala dirigida por Basilio Astúlez, D. Pedro Pablo González Mecolay, gran impulsor de la fundación de la Asociación Belenista de Álava y expresidente de la misma, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


Pedro Pablo González Mecolay, pregonero de la Navidad 2012 en Vitoria-Gasteiz (22/12/2012)

Pedro Pablo González Mecolay, pregonero de la Navidad 2012 en Vitoria-Gasteiz (22/12/2012)

«Allá por el mes de abril, la Junta Directiva de la Asociación Belenista de Álava me propuso la realización de este Pregón. Y tras intentar esquivar el encargo, aduciendo que habría personajes más interesantes e ilustres que un humilde servidor, sobre todo para conmemorar las Bodas de Plata de nuestra Asociación, no tuve más remedio que aceptar el encargo.

En muchas ocasiones he tenido que explicar lo que pretendíamos a los pregoneros anteriores: «Habla de tus recuerdos más entrañables de la Navidad, de lo que hoy significan para ti familiarmente estos días y expresa un deseo a compartir con todo aquel que llegue a escuchar tu Pregón. Y todo esto con brevedad, no más de veinte minutos»… ¡Qué cruel es la vida que nos gasta estas malas pasadas!. Resumir en veinte minutos toda una vida dedicada al Belén. Pues bien vamos con él.

Como belenista quiero empezar compartiendo con ustedes una reflexión. Año 2012, dos mil doce años del nacimiento y encarnación de Dios en hombre. Aniversario del Misterio de la Natividad y por ende del nacimiento del Cristianismo.

Y es precisamente este año 2012, el que también marca el 25 aniversario de nuestra Asociación Belenista de Álava. Han transcurrido casi sin darnos cuenta dos décadas y media, desde aquel 17 de octubre de 1987, en el que un grupo de entusiastas belenistas participantes en el antiguo Concurso de Belenes de la Caja de Ahorros Municipal y el Padre Juan Cruz Apodaca logramos dar, por fin, forma legal a esta nuestra Asociación.

Hoy no se concibe la Navidad sin los típicos villancicos, los dulces y turrones, las compras, los regalos, las comilonas, la lotería, los adornos, los abetos, las calles iluminadas… Pero sobre todo, la Navidad en Vitoria no se concibe sin los belenes.

En múltiples e innumerables ocasiones me han preguntado el porqué de esta bendita afición. Y hoy quiero aprovechar para contestar y compartir con vosotros la respuesta. Pero para ello me tengo que remontar a la primera década de mi vida (1960-1970) y por supuesto a mis ancestros.

Vine al mundo un 2 de julio del año 1960, en las entonces recién estrenadas dependencias de maternidad de la Policlínica San José, asistida en el parto por la comadrona Purificación Sarralde e hija Mari Puri, tía y prima respectivamente de mi padre. Contaban que pesé al nacer 5 kgs y 200 gramos. Por lo hermoso y mofletudo estuvieron dilucidando si ponerme de nombre Juan, pues bastaba verme para recordar al bondadoso Papa Juan XXIII. Pero al final fue Pedro Pablo, por la proximidad del día de San Pedro y San Pablo. Y también, por qué no decirlo, por la influencia de la radio y sus novelas protagonizadas por Pedro Pablo Ayuso, Matilde Conesa y Matilde Vilariño. Fui bautizado con dicho nombre en la capilla de la Policlínica por el entonces capellán de la misma D. Gonzalo Vera-Fajardo.

En esta ciudad se enorgullecían aquellos años de tener una afición y tradición belenista de gran calado. Los belenes eran un referente, no solo en las Iglesias, sino también en Conventos, Colegios, Institutos, Hospicio, Psiquiátrico de las Nieves, Molinuevo, Capilla del Hospital, Hermanitas de los Pobres, Cuarteles, CIR de Vitoria, múltiples escaparates y particulares de todo tipo.

Era costumbre el visitarlos en familia, al igual que en Semana Santa los Monumentos al Santísimo. Vitoria en aquellos entonces contaba con 75.000 habitantes y la frase «Vitoria es un pañuelo» se debía a que se conocían todos.

Pero esa Vitoria, plaza militar por excelencia, cuna de estudios sacerdotales, ciudad comercial bien comunicada, se hallaba inmersa en una importante transformación motivada por la expansión industrial. Empresas como DKV-Auto Unión (Imosa), Forjas Alavesas, Michelín, Aranzábal, Ajuria y otras hicieron que cantidad de inmigrantes procedentes principalmente de Castilla-León y Extremadura asentaran su proyecto de vida en Vitoria, llegando casi a duplicar la población en el año 1970.

Y es precisamente en esta década donde se produce un decaimiento en la afición al belenismo. ¿Fue el Concilio Vaticano II con sus nuevas normas iconoclastas que invitaban a simplificar y quitar todo aquello que distraía la atención al culto? ¿Fue el cansancio originado por aquellos fastuosos montajes? ¿Alguno ha oído alguna vez la frase «¡Se armó el Belén!»? ¿Tuvo que ver algo la falta de relevo generacional? ¿Fueron los cambios de forma de vida de esa década con la llegada de la TV a todos los hogares?.

Lo cierto es que, exceptuando los belenes familiares y el belén napolitano del Museo Provincial, desaparecen o quedan aletargados casi todos, y de toda la larga lista anteriormente enumerada, solo dos se mantuvieron. Por un lado el belén de la Catedral Vieja, atribuido durante muchos años a Mauricio Valdivielso (hoy sabemos que su autoría es de Esteban de Agreda), y este se mantuvo pues el Presbítero de la Catedral, D. Félix Ortiz de Mendívil opta por dejarlo expuesto permanente en una caseta de madera en el paso a la parroquia de Santa María. Y por otro lado el de San Vicente, montado por el Sr. Manuel Ochoa de Aspuru todos los años, debajo del coro, en un pequeño trastero que hoy es una coqueta exposición de ornamentos religiosos.

La afición al belén me viene de cuna, ya que soy hijo, sobrino y nieto de grandes entusiastas del belén.

Hablemos primero de mi abuelo José Daniel (Pepe «el Rubio»). Trabajó de dependiente en la tienda de la calle Postas «Tejidos Aldama». Dos eran sus pasiones: el fútbol y los belenes. Con domicilio en el primer piso del número 3 de los Arquillos, a cincuenta metros de la Hornacina de la Virgen Blanca. Montaba unos espectaculares nacimientos en la alcoba del salón. Las figuras olotinas, de «Arte Cristiano» la mayoría, y algunas de Murcia. Con medios muy rudimentarios, pues además de los seis hijos, esposa y perro, en 75 metros de vivienda no había mucho espacio. Contaban tanto mi padre como mis tíos que, alguno de ellos, desde San Mateo hasta Candelas, dormía literalmente debajo del belén, pues sus camas quedaban bajo el tablado del mismo. Eran tiempos difíciles en los que el ingenio suplía con mucho a la escasez de dinero y medios. Recordaba mi padre que el abuelo utilizaba las escorias de la calefacción central del edificio de la Caja de Ahorros Municipal y que en algunas ocasiones las traía calientes y humeantes. Durante todo el año le guardaban en el estanco de la calle Mateo Moraza las cajas de madera de los puros, con las que Pepe, ayudado de una vieja sierra de pelo y un berbiquí, construía caseríos y edificaciones.

Todo el vecindario de Los Arquillos era conocedor del comienzo del montaje, pues las huellas del polvo blanco de la escayola llegaban, a veces, hasta el mismo pórtico de San Miguel. Mi abuelo presentaba el nacimiento al Concurso de Belenes de la Caja de Ahorros, aunque normalmente a nombre de alguno de mis tíos. Ganó varios premios, pero para Pepe el mayor reconocimiento y satisfacción era el continuo desfile de visitantes. Además de todo el vecindario, eran frecuentes las visitas de sacerdotes, seminaristas, militares de toda graduación, personajes de todo tipo y condición, algunos de ellos, según mi abuela, de alto postín. «¿A que no sabes quién ha venido?«, solía presumir orgullosa.

Sin duda la visita más esperada y temida era la del Jurado. Todo tenía que estar en su sitio, las figuras en pie, el musgo fresco y las luces funcionando. Aquellos belenes tenían un olor y un encanto muy especial. Presidían todas las celebraciones familiares en Navidad. Y si pensamos en los abuelos, tíos abuelos, hijos y nietos que en el año 1965 formaban la familia por parte paterna, os podéis hacer una imagen de la escena. Pero sin duda, el gran mérito de aquel nacimiento lo tenía el esfuerzo económico que la adquisición de aquellas figuras representó para una familia media vitoriana antes de la guerra y en la post-guerra.

Y como todo tiene un final y no siempre el más idílico, con el triste fallecimiento de mi abuela Ascensión en el año 1966, concluyó un ciclo de este belén, pues el abuelo lo dejó de montar y murió tres años más tarde plácidamente viendo un partido de fútbol en la TV, Real Madrid-Barcelona. El belén quedó retirado, dormido en cajas, hasta el año 1972, año en el que Miguel Ángel, «Kakel», mi tío, lo volvió a poner. Pero ya no en Los Arquillos. Recuerdo que montó un majestuoso nacimiento en los bajos del rascacielos de Zaramaga en el «Club Belén». Y posteriormente en varios de sus domicilios. Desde hace cinco años, jubilado ya, Kakel monta en la Iglesia de San Miguel de Murguía con las antiguas figuras del abuelo y muchas más que ha ido adquiriendo con posterioridad.

En tercer lugar, y no por ser el menos importante, más bien todo lo contrario, tengo que hacer una especial referencia al belén de José Carlos, mi padre, en casa. Antes de nacer yo, según consta en diplomas de premios del concurso de la Caja de Ahorros Municipal de los años 1957, 58, 59, 60 y posteriores. Mi padre montaba un espléndido nacimiento en el domicilio de Sancho el Sabio. Con figuras de menor tamaño, preferentemente murcianas, pero con cuidadas perspectivas, agua natural y juegos de luces. Todo un lujo para aquella época. Hoy todo esto se nos presenta fácil y asequible. Pero en aquellos años no existía el material tan sofisticado que hoy podemos conseguir, sin ningún impedimento, en comercios o en Internet.

Precisamente mis primeros recuerdos me remontan a una infancia muy temprana, 3 años, en la que seguía con inusitada curiosidad tanto el montaje día a día, como una vez terminada la obra. Recuerdo que me tenían que arrancar de aquella embocadura hasta para comer, por increíble que pueda parecerles a los que me conocen.

También vienen a mi memoria las gélidas visitas al belén de La Florida. No en vano se había inaugurado en 1962 y había salido Vitoria en el Telediario de la TV. Además mi padre trabajaba en Imosa (hoy Mercedes) mano a mano con Javier Vera-Fajardo, quien alternaba su trabajo con la Concejalía de Festejos del Ayuntamiento de Vitoria. Y conocedor este de su afición, las noticias del belén de la Florida estaban en casa de primerísima mano. También recuerdo, como si fuesen ayer mismo, las visitas que realizaba de la mano de mi padrino Antonio los meses de julio y agosto al Retén municipal, junto a la antigua Plaza de Toros, donde se realizaron en escayola los Reyes Magos, el pescador y otras figuras.

Pero en el año 1968, tras una dolorosa enfermedad, muere mi madre y mi padre queda viudo con 7 hijos, el más pequeño con siete meses. Esta situación altera la vida familiar y obliga tanto a mi abuela Jacinta como a mi tía Milagros a dedicarse en cuerpo y alma a nuestro cuidado. Los belenes quedan guardando un riguroso luto, pues mi padre se ve inmerso en una profunda depresión de la que le costó años salir. En mi caso, dado el especial apego que tenía hacia mi padrino Antonio y su hermana Rosa alterné largas temporadas en la calle Cuchillería con ellos. Ni qué decir tiene que me mimaron en exceso e intentaron satisfacer todos mis caprichos. Y como no pudo ser de otro modo, tras mi insistencia, me obsequiaron con un precioso belén, belén que exponían en el escaparate de su local comercial en Pío XII (Electricidad Víctor y Antonio).

Pero ese coqueto nacimiento enseguida se quedó pequeño. Y con trece años, ya en la década de los setenta, y ahorrando las pagas de los domingos, comencé a construir el que sería mi primer gran proyecto belenista. Conseguí que mi padre me ayudase con las luces y algunos detalles. Ganamos el Primer Premio de Belenes Familiares. Y volvimos a picarnos, y esta vez era la tercera generación de la familia presente en el Concurso de Belenes de la Caja. Los premios y menciones honoríficas se sucedieron año tras año hasta que fui a la mili en el año 1981.

Hubo un conato de Asociación en el año 1975 a instancias de D. José Luis Ramos y auspiciados por las asociaciones vecinas de Pamplona y San Sebastián. Pero por extrañas razones, que yo hoy todavía no alcanzo a comprender, nunca pasaron el filtro legal. Estuvimos funcionando sin entidad jurídica bajo el paraguas de la Caja de Ahorros Municipal y el Concurso de Belenes de la misma. En el año 1984 recibo avisos de múltiples personas para que contacte con un Padre Carmelita que tenía mucho interés en recabar nuestros servicios y asesoramiento. Fue difícil dar con él, pues cuando no estaba ocupado con la Cofradía de la Virgen del Carmen, lo estaba con los viajes de la Cofradía o la Peregrinación a Lourdes.

Pero por fin, a finales del mes de julio de 1984 conocí al Padre Juan Cruz Apodaca Ortiz de Guinea. Tenía él entonces 61 años y era la persona más activa y emprendedora que he conocido. Me comentó que tenían intención de montar un gran nacimiento, al igual del que ya se montaba desde principios de siglo y que se dejó de montar en el año 1966. La Comunidad de Vitoria, a instancias de la Cofradía, había decidido que se retomase nuevamente el belén. Desgraciadamente poco quedaba de aquellos antiguos montajes: algunas figuras sueltas, dos palmeras maltrechas y una oveja desorejada. Así pues, el Padre Juan Cruz se remangó el hábito y se puso manos a la obra junto a su primo ebanista el Sr. Altuna, empezando de cero. Con todos los antiguos bancos del comedor del colegio, que se había derruido para levantar las casas de la esquina, se realizaron caballetes y mesas. Juan Cruz era un experto electricista, relojero y técnico de radios. Arreglaba juguetes de todo tipo para la antigua Juguetería La Espejera y también electrodomésticos para la firma Electricidad Larrea. Se encargó de la dirección de la instalación eléctrica y de los equipos de megafonía no solo del Convento e Iglesia de Vitoria sino de muchos más. Sus compañeros en algún tiempo lo apodaron como el «Padre Enchufes». Con este currículo no era de extrañar que quisiese lucirse con la luces. Con motores viejos de máquinas de afeitar, relojes, lavadoras y hornos microondas creó «La Máquina», un artilugio que mecánicamente hacía en siete minutos el ciclo del día y la noche, el crepúsculo, el amanecer, canto de pajaritos y animales varios, y salidas para otros servicios que llegarían con el tiempo, como la aparición del Ángel, el tendedero con las ropitas y otros. «La Máquina», como él la llamaba, lleva funcionando desde entonces y créanme que es el asombro de quien la ve. También consiguió que la veterana Nati Garrido, encargada del antiguo belén de San Pedro, le hiciese casas y árboles.

Y así, hacia mediados del mes de noviembre, recibió las figuras que había encargado en Madrid y Olot. Las mismas que él recordaba de estudiante, pero nuevas y relucientes. Tras un mes de trabajo atroz, el «Nacimiento del Carmen» se inauguró, o más bien habría que decir se reinauguró, el sábado 22 de diciembre tras la misa de 12, y se mantuvo hasta el 2 de febrero. La aceptación de la feligresía y de Vitoria en general fue grande. Llovían las felicitaciones de todos los lugares. Obtuvo el Primer Premio del Concurso de Belenes. Juan Cruz quedó abrumado por el éxito, pero bastante cansado y agobiado por tanto trabajo.

Al año siguiente el compromiso era todavía mayor. Se había programado en TVE la retransmisión de la misa dominical del 29 de diciembre, desde precisamente el Carmen de Vitoria. ¡El belén saldría en la TVE!… Tras muchos tiras y aflojas, por fin logra convencerme para que me encargue del decorado del belén de ese año y él mejoraría «La Máquina» y la estructura. Nos pusimos manos a la obra el día de San José. Teníamos que modular el belén en trozos, de forma que pudiéramos transportarlo a la Iglesia sin problemas de puertas y, sobre todo, de peso. Fue la primera vez que tomé contacto con el poliestireno expandido, más ligero de peso que la escayola. Buscando formas de trabajarlo, pues nadie lo había usado en belenes hasta esa fecha. Con un viejo cuchillo de pelar patatas de la antigua cocina del colegio y una sierra de poliestireno muy rudimentaria, que fabricamos con cuatro hierros viejos de Permar y poco más, dimos forma al nacimiento del año 1985.

El nacimiento quedó espectacular. Lástima que una fuerte nevada en la fecha prevista impidiese la retrasmisión de la misa desde Vitoria. No importó, pues D. Ramón Alfaro nos regaló un reportaje gráfico con los mejores fotógrafos de Fournier y editaron una postal que con el tiempo ha dado la vuelta al mundo. Aquel año el belén fue reconocido con una Mención Honorífica Especial al no poder participar en el concurso, pues así lo estipulaban las normas, y porque no era ético que un miembro del Jurado participase.

Durante los meses de enero y febrero del año 1986, el Padre Juan Cruz y un servidor sellamos un pacto de unión de proyectos: él empujaría la creación y actividades de la añorada Asociación Belenista y yo seguiría con el belén del Carmen con un nuevo decorado. Durante las obras de ese año en las dependencias del Convento, en silencio y con premeditación, Juan Cruz preparó el Claustro para poder albergar las exposiciones venideras, pero sobre todo las de belenes. Una instalación eléctrica con un punto de luz cada tres metros en todo el Claustro y cuadro de luces con diferenciales y magnetotérmicos para proteger tanto al Convento como a los inexpertos belenistas.

Tuvo que llegar el acto de entrega de premios de la Campaña Navideña 1986-1987 en el Salón Luis de Ajuria, para que, aprovechando mi presencia en la mesa como Jurado, convocase nuevamente a todos los belenistas participantes en el concurso a una asamblea en la que echaríamos a andar la Asociación Belenista de Álava. Tras dos reuniones preliminares, convocamos la Asamblea Constituyente el 17 de octubre de 1987 a las 7:30 h. PM. Procedimos posteriormente a la legalización e ingresamos en la Federación Española de Belenistas. ¡Por fin éramos una asociación belenista legal y federada!

Muchas son las cosas que hemos hecho juntos en estos 25 años. Con la de este año serán 25 Muestras Belenistas y calculo que con el público de esta campaña pasarán del medio millón de visitantes en todos estos años. Miles de niños han traído sus trabajos a nuestros concursos de belenes y eslóganes. Miles de personas han asistido a nuestros pregones de Navidad. Cientos de personas han aprendido técnicas belenistas en nuestros cursillos de belenes. Miles de personas han hecho la «Ruta de Belenes». Miles de personas han visitado nuestra página web www.arabelen.com. Durante los últimos 10 años hemos colaborado con la Cofradía de la Virgen Blanca cediendo belenes y dioramas para exponer en su Museo de Faroles. Hoy disponemos de un local en la «Almendra Medieval» para el desarrollo de nuestras actividades.

Y todo eso gracias al trabajo y esfuerzo anónimo de un montón de socios y no socios, es por eso que creo que es el momento de decir ¡Zorionak! ¡Felicidades! pero sobre todo «Gracias y Ánimo». Agradecimiento a las asociaciones vecinas de Pamplona y Guipúzcoa por su gran apoyo en los primeros años. Gracias a José María Rebé e Igone de San Sebastián. Gracias a Martín Zamarbide y a los hermanos Garayoa (Ángel y Juan Luis) de Pamplona. Gracias a la instituciones, Diputación, Ayuntamiento, Caja Vital, Caja Laboral, El Correo y COPE por su ayuda durante estos años. Gracias a nuestras familias y en especial a nuestr@s espos@s que han compartido y sufrido en silencio esta bendita chaladura. Y sobre todo, GRACIAS a la Comunidad Carmelitana de Vitoria y en especial al Padre Juan Cruz, que tanto nos han apoyado y permitido durante estos 25 años.

Cuando empezamos a crear la asociación entendíamos el belén como «expresión plástica, con tradición popular y fervor religioso». Aprendimos con el Padre Juan Cruz que el belén es en sí mismo un «Altar Temporal» de Navidad y una extraordinaria «Catequesis Plástica». Hoy, tras estos 25 años, es para nosotros mucho más. Es un hobby en el que disfrutamos cientos de horas. Es una terapia ocupacional para nuestros prejubilados y jubilados. Un motivo de unión y amistad entre aficionados de todo el mundo a través de Internet. Los foros y las páginas web se multiplican. Es todo un mundo dentro del coleccionismo, se coleccionan figuras, postales, pins, belenes en sí mismo de diversos países, libros y publicaciones. El belenismo es un fenómeno grupal, las asociaciones proliferan nacional e internacionalmente, cada vez somos más. Es motivo de Congresos Nacionales e Internacionales, Convenciones (como la que hicimos en Laguardia), reuniones regionales y encuentros de todo tipo. Muchos ayuntamientos, entre ellos Vitoria-Gasteiz, han visto un reclamo turístico en las «Rutas de Belenes» y «Ferias de Artesanía Belenista». En definitiva, el belenismo y el belén están de moda.

Pero, hoy a nadie se le escapa, ni a Zapatero, de que estamos inmersos en una profunda crisis. Crisis que va a afectar a muchos de los montajes y actividades de nuestras asociaciones en España, sobre todo a aquellas que dependen fuertemente de entidades de ahorro, Ayuntamientos y Diputaciones. Aunque eso no es nada si pensamos en las desesperadas situaciones de desahucios y privaciones de muchas familias, provocadas por el desempleo, los recortes y la falta de ayudas sociales. Estas Navidades se presentan tristes para un montón de vecinos. Y digo vecinos, pues aunque no queramos verlo, nos toca a todos muy cerca.

Archivo GIF con la imágenes proyectadas en el Pregón de Navidad 2012 de la Asociación Belenista de Álava, leído por Pedro Pablo González Mecolay en la Iglesia del Carmen de Vitoria-Gasteiz (22/12/2012)

Imágenes proyectadas durante la lectura del Pregón de Navidad 2012 de la Asociación Belenista de Álava, a cargo de Pedro Pablo González Mecolay en la Iglesia del Carmen de Vitoria-Gasteiz (22/12/2012)

Pero la crisis no es solo económica. No. Afecta en esta nuestra sociedad, cada vez más laica, también a conceptos más profundos como el Amor, la Fe y la Familia. Y estos son quizás los ingredientes principales que necesitamos para nuestros belenes. Amor entendido por entrega incondicional a los demás sin esperar nada a cambio, con abnegado esfuerzo y sacrificio a la hora de hacer nuestros nacimientos. Fe en que lo que estamos representando en nuestros pesebres, como os decía al comienzo del Pregón, es en sí mismo el mejor apostolado del Misterio de la Natividad, que marca el comienzo de nuestra era cristiana y es el fundamento de estas fechas navideñas. Y hoy más que nunca es necesario reivindicar el pilar básico de nuestra sociedad: la Familia. Al igual que aquella Sagrada Familia de Belén, la misma que representamos plásticamente.

Y termino haciéndome nuevamente la pregunta: ¿por qué?. Pero un porqué más profundo, tipo Mourinho: «¿Pur quéeee?».

Durante las cientos de horas en las que he tenido el placer de compartir charlas y proyectos con el Padre Juan Cruz en el último banco de este templo, mientras esperábamos la salida del último visitante para poder cerrar la Iglesia, Juan Cruz frecuentemente me repetía que yo era un perfeccionista y que tenía que hacer el belén pensando en los niños. Que era para ellos y por ellos por quien merecía la pena el esfuerzo. Que solo por el hecho de que uno se agarrase fuertemente a la barandilla y llorase por su marcha, compensaba todo nuestro trabajo, desvelos y sacrificio. Quizás es añoranza de una inocente infancia, en la que un servidor vivió esa escena ante el belén de su abuelo.

Solo me queda desearos que vuestros belenes sigan haciendo cosquillas en el corazón a tantos anónimos visitantes atraídos año tras año. Y que el bendito Niño, que nos sonríe desde nuestros humildes pesebres, nos colme de salud, trabajo y paz el año entrante.

Zorionak eta Urte Berri On.

Eskerrik asko. Arratsalde On

Pedro Pablo González Mecolay – Vitoria-Gasteiz, 22 de diciembre de 2012


P.D.: Para terminar os adjuntamos una serie de vídeos de la coral infantil Leioa Kantika Korala, dirigida por Basilio Astúlez, que se ha encargado de la parte musical del Pregón de Navidad 2012. En dichos vídeos está gran parte del repertorio que han interpretado la tarde de hoy.

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Texto del Pregón de Navidad 2012 – Asociación Belenista de Oviedo – Dª. Isabel San Sebastián Cabasés

15 Dic 12
Presidencia FEB
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En la tarde-noche de hoy, sábado 15 de diciembre de 2012, ante el numeroso público congregado en la Sala de Cámara del Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo, en un acto amenizado por el Coro Mixto Reconquista dirigido por Ángel Gallego, Dª. Isabel San Sebastián Cabasés, periodista y escritora, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


Isabel San Sebastián Cabasés, pregonera de la Navidad 2012 en Oviedo (15/12/2012)

Isabel San Sebastián Cabasés, pregonera de la Navidad 2012 en Oviedo (15/12/2012)

«Queridos amigos y vecinos de Oviedo:

Me habéis hecho el honor de convertirme en pregonera de vuestra Navidad, a pesar de no tener yo la suerte de ser hija de esta villa, y es tarea que me llena de gratitud y a la vez de responsabilidad, porque no es cualquier cosa poner voz y letra a un acontecimiento de semejante trascendencia.

No soy hija de esta tierra asturiana, es verdad, aunque no me canso de proclamar el cariño y la admiración que despierta en mí su paisaje, su historia y sobre todo su paisanaje, tan cercanos a mi corazón que me han devuelto el hogar que otros me robaron, a la vez que me permitía echar raíces tras muchos años de trashumancia forzosa.

De ahí la emoción con la que me enfrento a este pregón, que me va a llevar a recorrer el camino de una memoria familiar nómada, con la vida en una maleta, en la que la Navidad siempre fue el momento y el motivo de volver a casa, a la patria, a los afectos.

Me dispongo pues a cumplir el encargo con humildad, con la seriedad que requiere la tarea, con honda emoción, porque sin ella ni la Navidad ni la vida pueden ser celebradas como se merecen, y también, con los bártulos propios de mi oficio de periodista y escritora que son las ideas, los sonidos, las palabras con las que hilvanamos discursos y contamos nuestras historias.

Historias o mejor dicho Historia, con mayúsculas, que en el caso de Asturias me ha brindado una urdimbre incomparable para tejer sobre ella dos novelas, Astur y La visigoda, que narran el empeño heroico del pueblo asturiano por recuperar las señas de identidad cristianas que arrebataron los musulmanes, con su invasión, a los habitantes de la antigua Hispania visigoda. Su batallar incansable en nombre de la Santa Cruz, desde Covadonga, bajo la advocación de la Santina, hasta consolidar las fronteras de un Reino que con el tiempo crecería para convertirse en la cuna de España. En su madre y también su padre en un principio, valientes, generosos, protectores… Ejemplares.

Vayan pues por delante mi admiración, mi cariño y, por supuesto, mi gratitud por invitarme a compartir con vosotros estos minutos dedicados a enhebrar, con las herramientas de mi profesión, el homenaje que se merecen estas fiestas tan especiales en esta Asturias de mis amores.

No voy a adentrarme en el territorio de la fe y del significado teológico de la Natividad de Jesucristo que se conmemora en estos días. Doctores tiene la Iglesia, y de hecho algunos, como monseñor Martínez Camino me han precedido en este cometido, por lo que no haría yo sino el ridículo más espantoso pretendiendo estar a su altura. Ni tengo conocimientos suficientes para acometer ese empeño ni deseo crear distancias entre quienes otorgan un sentido trascendente a esta sucesión de celebraciones y representaciones sacras, y quienes las viven, por el contrario, como tradiciones dignas del mayor respeto, al margen de creencias religiosas. Unos y otros tienen cabida, a juicio de esta pregonera, en una interpretación tolerante de la Navidad, que es la propia de la caridad que caracteriza a nuestra fe y también de esta España abierta al mundo y, al mismo tiempo, orgullosa de sí misma. Esta España en la que todavía (digo bien todavía, porque hay nubarrones que la amenazan) tenemos la fortuna de vivir.

Tampoco intentaré glosar con pretensión erudita o costumbrista la peculiaridad local y sus raíces históricas, porque me faltan cultura y experiencia para ello, y también, a qué negarlo, porque no me parece la manera más honesta de cumplir el cometido que se me ha encomendado. Mi oficio no es la Historia, aunque me apasione, sino la literatura y la crónica. O la crónica y la literatura, que vienen a ser una misma cosa. En definitiva, el de escritora o escribidora, que es el arte de escribir a diario a fin de contar lo que pasa.

De ahí que, al ponerme a reflexionar hace unos días sobre el contenido de este pregón, haya rebuscado en los cajones de la memoria, en todas las estanterías de la percepción, por ver de encontrar una palabra, una sola, la más adecuada para dibujar los contornos de la Navidad desde el punto de vista del sentimiento. Dicho de otro modo: que haya procurado dar con el término más exacto, más acorde con lo que dicta el corazón, para asignarle un apellido a esta Navidad tan sobrada de adjetivos huecos. ¡Ardua tarea!

En esta navegación silenciosa por las páginas del diccionario, que rara vez es capaz de poner nombre exacto a la emoción, me he topado con muchos términos de uso común por estas fechas. Sustantivos, adverbios tan navideños como el turrón o los polvorones que, sin embargo, no terminan de colmar mis necesidades expresivas.

Ahí está, sin ir más lejos, ese vocablo de tres letras con ecos de villancico: la PAZ. ¡Qué hermoso anhelo! Si no fuera por lo desgastado y raído que está el concepto a fuerza de ser retorcido en base a intereses bastardos. Si no fuera por el uso y abuso que se ha hecho de esta voz tan extraordinariamente difícil de trasladar a la realidad. Si no fuera porque su nombre se pronuncia continuamente en vano, para amparar toda clase de iniquidades, PAZ sería una buena forma de definir lo que impregna el alma en estos días de celebración.

Por eso aprovecho la ocasión para invocar a la Virgen de Covadonga, bajo cuya advocación Asturias siempre ha dado lo mejor de sí misma, con el fin de que ampare bajo su manto amoroso a esta España y esta Europa que viven horas tan oscuras, nos regale la paz a la que aspiramos todos y nos cobije en el año que vamos a estrenar. Que todas las madres de hijos en paro, desesperanzados, privados del futuro que debería pertenecerles, sequen sus lágrimas y reencuentren la sonrisa que debió iluminar a María cuando tuvo al Niño Jesús en sus brazos. Que entre todos seamos capaces de construir un mundo más justo y más amable para nuestros hijos, en el que tengan oportunidades para vivir una vida digna. Que alcancemos algún día la cordura necesaria para repartir de manera más equitativa, así el esfuerzo como los frutos del mismo. Y también la alegría.

ALEGRÍA. Ese es otro de los estados que, se supone, han de reinar en los ánimos. Alegría ante el nacimiento de Nuestro Señor, ante las vacaciones, los regalos, las cenas de amigos, las reuniones familiares, el calor del hogar… Alegría de burbujas de champán o sidra El Gaitero, que es la que tomamos siempre en casa. Alegría ante las campanadas, la ropa elegante, el Gordo de la Lotería… Alegría día y noche… hasta el punto de empalagar. Tanta alegría impuesta, obligatoria, proclamada a toda hora desde la pantalla del televisor, terriblemente inoportuna cuando todo a nuestro alrededor es crisis y tanta gente está pasándolo tan mal, termina por convertirse en falsa. Y no solo por todo el dolor que provocan los problemas presentes, la exclusión que se deriva a menudo del paro, la desesperanza y hasta el hambre de los más castigados por este azote económico, sino porque este es tiempo de balances que no siempre resultan favorables en todas las partidas. Porque cualquier carencia se nota con intensidad más dolorosa cuando se intenta ignorar en aras de esa alegría forzosa. Porque hay mucha gente condenada a la soledad, soledad solitaria o soledad acompañada, que de todo hay y en abundancia. Mucha gente que se duele en estos días, más que nunca, por mucho que intente disimular, del amor que falta en su vida.

Y llegamos así a otro de los iconos de la Navidad. El AMOR. Amor que, se nos dice, hay que entregar a manos llenas como el más preciado don, siguiendo el ejemplo de los magos y los pastores que llegaron hasta Belén hace ahora 2012 años (¡se dice pronto!) con oro, incienso, mirra y cánticos para el Niño Dios recién nacido. Oro para subrayar la realeza de ese Niño que, sin embargo, por humildad, eligió nacer en un pesebre, pues siempre vio más gloria en los humildes y los desheredados que se empeñan en salir adelante, que en los poderosos aferrados a privilegios y empeñados en perpetuarse. A mí me sucede lo mismo, y cuantos más años tengo, más se agudiza esa percepción. Incienso destinado a simbolizar el hecho de que era Hijo de Dios. Mirra, que adelantaba y anunciaba la que sería su pasión.

Y es que en la antigüedad y en la Edad Media nada era lo que parecía, ningún elemento tenía únicamente valor en sí mismo, sino que todo poseía un altísimo valor simbólico que las gentes de ese tiempo sabían interpretar a la perfección.

De ahí que el belén, representado por vez primera en la Nochebuena de 1223 por un guerrero reconvertido en monje llamado Francisco de Asís, que lo escenificó con una mula y un buey reales a su regreso de las Cruzadas en Tierra Santa, fuese mucho más que una mera representación de lo acaecido en Belén. Todas y cada una de sus figuras evocaban lo complejo del Misterio de la Natividad. Quienes contemplaron en aquel siglo XIII el pesebre, a los magos «sabios», a los sencillos pastores y a los animales de labor que daban calor al niño, supieron que lo que había impresionado al futuro San Francisco en la tierra que vio nacer a Jesús, hasta el extremo de hacerle abandonar la espada para abrazar el hábito, fue precisamente el mensaje de amor que trajo consigo el Salvador. El amor que marcó la diferencia entre el Dios de la venganza del Antiguo Testamento y el de la misericordia presente en los Evangelios.

Amor que nos hace humanos además de hermanos. Amor escrito en tarjetas en tonos verdes y rojos; guisado en forma de pavo, besugo, cordero o sopas de leche; cantado junto al portal o bien alrededor del árbol; empaquetado con grandes lazos de ilusión para hacer mágica la mañana de Reyes. AMOR convertido en solidaridad cuando la fiebre consumista propia de esta temporada logra despertamos la conciencia, generalmente dormida, y esta nos empuja a abrazar una causa, la que sea, capaz de aliviar el sufrimiento de algún desdichado en algún lugar de este mundo inmenso, donde todo está mal repartido. Cada vez peor, por desgracia, a medida que pasan los años. Amor que nos lleva a compartir lo mucho que nos sobra, y a veces incluso aquello de lo que vamos justos, con quienes se han quedado sin nada. Amor generoso. Amor sin condición. Amor que se exige a sí mismo sin pedir nada al ser amado. Amor hermoso. AMOR…

Es sin lugar a dudas un sentimiento digno de cultivarse, demasiado importante, sin embargo, para reducirlo a la condición de sentimiento navideño.

Demasiado indispensable. El amor es al alma lo que el pan al cuerpo. Es, sin lugar a dudas, la emoción que más nos humaniza y nos asemeja al Niño que nació en Belén, además de hacernos merecedores de su venida a este mundo. Lo necesitamos tanto como al sol, la libertad o el aire que respiramos. Ha de fluir por nuestro día a día para alimentar nuestro comportamiento, dar sentido a la existencia e iluminar con su luz cada cosa que hacemos…

LUZ. ¿Hay algo más representativo de la Navidad que la luz de las calles, las velas o la chimenea? ¿Alguna metáfora más lograda que la de la luz en pleno solsticio de invierno, como símbolo de la esperanza en una nueva primavera que traerá nuevas cosechas, un nuevo sol y una vida renovada? ¿Alguna forma mejor de describir lo que supone la venida al mundo de Nuestro Señor, verdadero faro de luz cálida capaz de guiamos entre las tinieblas?

Sí, lo hay. Hay, al menos en mi corazón. Una emoción que contiene y abarca a todas las demás. Una palabra que apellida a la perfección el nombre de la Navidad. Un sentimiento predominante, estoy segura, en la gran mayoría de nuestras almas: la NOSTALGIA.

Si algo experimentamos en estos días y estas noches de enorme intensidad afectiva es nostalgia. Nostalgia de lo que pasó, de los que ya no están, de lo que pudo haber sido, de lo que se perdió en la bruma de los años. Nostalgia casi siempre dulce, pero con pinceladas oscuras que causan dolor. Nostalgia que hace aflorar las lágrimas en los momentos más felices. Nostalgia…

Hace unos años, escribí por estas fechas unas líneas con las que trataba de expresar lo que entonces era una herida abierta y hoy una cicatriz que jamás sanará del todo, aunque ya no sangre. Lo escribí pensando en todas las Navidades que había compartido con mis padres, mis abuelos y los seres queridos que abrigaron mi infancia nómada. En todos los villancicos cantados a coro con mis cuatro hermanos, bajo la dirección de mi madre pianista. En los cuentos que nos inventaba mi padre antes de mandarnos a dormir y en las chaquetas que nos hacía mi madre en su incansable labor de punto. En todos los momentos de felicidad condensados en la mera evocación de esa Nochebuena y esa Navidad en las que, por una vez, estábamos todos juntos alrededor de una misma mesa, siempre con el mismo menú tradicional, mitad de Bilbao, mitad de Pamplona.

Decía así mi particular pregón personal: «Pasan los días y pesan las ausencias en esta Navidad. Pasan las vísperas, antaño impacientes y gozosas, hoy temidas… y duelen las voces silenciadas, las risas apagadas, los abrazos que no se han de dar».

El calendario ha volado hacia esas fechas cálidas, de hogar y de familia, y todo se ha hecho añoranza del pasado. Faltan ante todo los seres queridos… ¡Y ya van siendo tantos! Faltan los lugares, los sonidos, las voces del viejo disco de villancicos. Faltan escenario, decorado y personajes, aunque el guión sigue siendo básicamente el mismo: hay regalos, canciones, compras, comilonas y árbol de Navidad, pero falta perspectiva; la perspectiva de la niñez perdida. Porque la edad no está en la partida de nacimiento, sino en los ojos de los demás. Por eso somos niños mientras hay alguien que nos contempla como a tales, con brazos abiertos para acogernos siempre, razones dispuestas a comprenderlo todo y amor incondicional. Por eso dejamos de serlo el día en que esa mirada se nubla definitivamente y cerramos la puerta a un hogar.

Eso exactamente es la orfandad, que marca la hora de formar en primera línea y tomar el testigo…

Mientras aquí terminamos de decorar el abeto, en el «belén de ahí arriba», me digo, el Niño Dios ya ha encontrado quien le narre cuentos de caballeros medievales, audaces y borrachines, o de enanitos «barbilones» escondidos en manzanas rojas. El Niño no ha de aburrirse, no, que esos cuentos no se acaban. Y los pastores, calentitos, a pasar la noche al raso sin preocuparse del frío, que unas manos de dedos largos y finos ya les habrán tejido suaves jerseys y bufandas, con todo el cuidado del mundo. A la Virgen, entre tanto, no ha de faltarle compañía, conversación, alguna anécdota familiar cuajada de carcajadas, una taza de té humeante con tostadas y mantequilla y, sobre todo, alegría. En cuanto a José, tal vez disfrute haciendo tertulia con un interlocutor tan sabio como gruñón…

Habrá aguinaldo para todos, eso seguro, y también regalos. Al menos uno para cada uno. Los primeros, en sobre blanco con los nombres en letras azules, los otros envueltos en papeles de colores con tarjetitas colgando. Luego se cenará coliflor y cardo, besugo al horno, capón, turrones y compota de orejones. Para beber, sidra dulce, vino tinto y alguna copa de champán. Después, los villancicos.

Y durante un día sin fin habrá meriendas apacibles con olor a dulce y a limón, y noches de charla y de historias, con sabor a viejos libros. Y por encima de todo, amor. Lo que nos queda. Lo que nos llega. Lo que nos une.

Aquí abajo también tenemos Nacimiento, por supuesto. Con Misterio, portalón, un enorme cielo azul pintado estrella a estrella por los pequeños de la casa, reyes, pajes, camellos, ovejas, puente… y hasta un río con agua de verdad. Solo le falta un detalle; uno, pero esencial. A nuestro Nacimiento, este año, se le han perdido los abuelos.

Aquí abajo se ha roto para siempre un eslabón. Se ha quebrado la cadena de la vida y estamos en primera línea. Hemos dejado de ser niños incluso en la última retina, en el último bastión que conservaba esa sensación cálida, segura, terriblemente necesaria. Y si hay una fecha en la que la orfandad se hace presente, como esas viejas fracturas que duelen con la humedad, son estos días, de fiesta y de familia, cuando descubres que los que vienen detrás te reclaman que seas tú quien ponga color, calor, aroma y sabor a la Navidad, para que ellos puedan recordarla algún día.

¿Será por eso que nos aferramos con todas nuestras fuerzas a los que todavía conservan la magia de la inocencia, y nos desvivimos por rodearles de mimos, y buscamos en sus ojos la felicidad que hemos perdido, y hacemos de tripas corazón, y cantamos y reímos para que puedan disfrutar y continuar así ese fantástico ciclo? ¿Será por eso que los únicos regalos que ilusionan de verdad no son los que se reciben, sino los que se van a dar?

Hoy conviven en el belén de mi casa, junto al Niño de la esperanza, un portal destartalado que tiene más años que yo; un cielo lleno de estrellas pintado por mis hijos cuando apenas sabían hablar; y pastores, mulas y bueyes de varias generaciones. Los Reyes Magos, en cambio, acaban de incorporarse y representan un mañana abierto, pese a todo, a la ilusión. Vienen cargados de hermanos, primos, hijos, nietos, sobrinos y amigos, que llenan los días por venir de compañía y de cariño. Traen las alforjas repletas de promesas de futuro.

Los recuerdos son todavía afilados como hojas de navaja. Las sillas vacías parecen gritar. Pero el tiempo lo templará todo. La pena se suavizará y hasta llegará un momento en que las imágenes que hoy arrancan lágrimas, despertarán sonrisas. Seguiremos pintando estrellas y hasta construyendo ríos por los que fluya agua de verdad… por los que se han ido. Por los que vienen detrás. Porque es preciso.

Por el cauce de papel de plata que baja de las montañas de corcho, discurrirán los recuerdos gota a gota, limados de sus aristas dolorosas, impregnados de ternura, seguramente idealizados, pero hermosos, y merecedores de un espacio privilegiado en la memoria. De un lugar situado junto al que reserva el corazón para esas personas imborrables, que viven por siempre en nosotros y se hacen más presentes (o más ausentes) que nunca entre el turrón y las guirnaldas.

Ellas están aquí, con nosotros, en un millar de anécdotas cien veces repetidas a quienes no llegaron a conocerlas.

Están aquí, representadas en sus cosas queridas, sus objetos, sus muebles. Sus libros…

Están en ese gesto que descubres en un niño, en el color de unos ojos, en las conversaciones más triviales… Su espíritu sigue presente en cada una de las personas que las amaron.

Es el triunfo de la vida. La victoria del amor sobre cualquier contingencia, incluida la muerte. El mensaje que trae consigo cada nuevo año. El contrapunto esperanzado que encuentro yo a la Navidad, toda vez que, para mí, ya siempre estará teñida de nostalgia.

La Alegría. El Amor. La Luz. La Paz.

A todos, de corazón, FELIZ NAVIDAD.»

Isabel San Sebastián Cabasés – Oviedo, 15 de diciembre de 2012