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Texto del Pregón de Navidad 2014 – Asociación Belenista de Gijón – Dª. María Teresa Álvarez García

19 Dic 14
Presidencia FEB
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En la tarde-noche de hoy, viernes 19 de diciembre de 2014, ante el numeroso público que llenaba la Iglesia Parroquial de San Pedro de Gijón, en un acto amenizado por el coro parroquial de San Pedro, dirigido por Calina Felgueroso, y el coro de Padres del Colegio de la Inmaculada, dirigido por el P. Pedro Cifuentes, Dª. María Teresa Álvarez García, escritora y periodista, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


María Teresa Álvarez García, escritora y periodista, pregonera de la Navidad 2014 en Gijón (19/12/2014)

María Teresa Álvarez García, escritora y periodista, pregonera de la Navidad 2014 en Gijón (19/12/2014)

La Navidad es un canto de amor

«Empuja el viento rebaños de copos
por el bosque invernal como un pastor,
y más de un abeto siente que pronto
se hallará nimbado de luz y amor;
y escucha un rumor distante. Resuelto
tiende sus ramas por senderos blancos,
y hace frente al viento y crece soñando
una noche de gloria y majestad.
(“Adviento”, de Rainer María Rilke)

Con este poema, «Adviento» de Rainer María Rilke he querido comenzar mi pregón de Navidad, que amablemente me ha encargado la Asociación Belenista de Gijón. Muchísimas gracias. Me siento muy honrada y es un honor que os hayáis acordado de mí.

Recuerdo que cuando la presidenta de la Asociación me propuso ser la pregonera fue en un acto en el que presentaba uno de los programas de Mujeres en La Historia, invitada por Virginia Álvarez-Buylla en el Ateneo Jovellanos. Le dije que sí, sin pararme a pensar que había hecho el de Oviedo y que no es lo mismo hacer el pregón de las fiestas de determinada localidad y las de otra colindante porque cada una tiene su personalidad y costumbres, mientras que en la Navidad, en los belenes, casi no existen diferencias.

La Navidad es un canto al amor. La familia siempre importante es, en estas fechas: el núcleo que nos une. La Navidad es la sonrisa y emoción de los niños, la luz en la oscuridad, el germen de la primavera en nuestros corazones.

Con lo cual es muy difícil que no me repita en mi intervención de esta tarde pero lo intentaré. Por ello me haré eco de diversas poesías y de otros hermosos textos que hablan de la Navidad. También introduciré una pequeña reflexión sobre las figuras y diseños de los belenes, en los que vosotras las asociaciones de belenistas jugáis un papel tan decisivo.

De hecho la presencia de belenes en nuestros pueblos y ciudades es mucho más importante en los últimos tiempos gracias a vosotros. Ahora, ya empieza a ser frecuente desplazarse a localidades vecinas para disfrutar con la contemplación de algunos de ellos. Lo cual, inevitablemente, me retrotrae a la niñez cuando en Candás recorríamos todas las casas donde instalaban belenes para cantar villancicos. Belenes importantes, porque bien es verdad que en aquel tiempo en casi todas las familias se tenía un pequeño belén o nacimiento. Preciosa costumbre que fue desapareciendo y que, en los últimos tiempos, afortunadamente se está recuperando. Ya Gerardo Diego se quejaba de quienes no seguían jugando con sus hijos o nietos a armar nacimientos con figuras de barro.

Las pajas del pesebre
niño de Belén
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel.
Lloráis entre pajas,
del frío que tenéis,
hermoso niño mío,
y del calor también.
Dormid, Cordero santo;
mi vida, no lloréis:
que si os escucha el lobo,
vendrá por vos, mi bien.
Dormid entre pajas
que, aunque frías las veis,
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel.
(«Las pajas del pesebre», de Lope de Vega)

Así reflejaba Lope de Vega su sentimiento navideño… sin olvidar el futuro de aquel Niño que llegaba al mundo para hacerse como nosotros siendo Dios. Creo que era San Agustín quien escribía: «Dios se hace hombre para que los hombres se hagan Dios«.

La Navidad es el misterio más hermoso de la humanidad. La alegría del corazón. La noche más entrañable que no debe dejarnos indiferentes. Es frecuente, sobre todo entre personas mayores, el lamento ante la tristeza inevitable, fruto de la desaparición de muchos seres queridos. Ausencia que esa noche en la que el Amor llega a la tierra se hace mucho más dolorosa. Mi consejo -que yo intento llevar a la práctica- es pedirles a todos esos seres queridos que ya no están, que me ayuden a volcarme con los demás para hacerles más felices estas fiestas. Intento, por ejemplo, que mis sobrinos, además de mi cariño, sigan percibiendo el de su abuela, mi madre, que ya no está. Os aseguro que da resultado.

La Navidad, misterio de amor, de espiritualidad, nos invita a un mayor acercamiento a la existencia de Dios y a manifestar nuestro amor y mejores deseos a los seres queridos. En este sentido me gustaría hacerme eco de unos hermosos párrafos entresacados de una carta que Rainer María Rilke escribe a su madre:

«Nuestra vida es rápida y breve. Dios es en cambio, lento y sin fin. Por eso siempre surgen momentos donde lo uno no parece compatible con lo otro. Pero nosotros no deberíamos saber cómo se unen, sino solo estar ahí, con el corazón abierto ante el misterio de que lo grandioso еncuentre su espacio en lo pequeño y de cómo en la intensidad de пuestra existencia puede condensarse un instante de eternidad que viene a coincidir con la ininterrumpida eternidad de Dios. Sean estos, mamá querida, nuestros pensamientos comunes en la hora más espiritual de esta antigua y santa festividad y que el ánimo y el valor fluyan hacia tu corazón en paz y plenitud» (Rilke).

Profundos sentimientos… La Navidad, antigua y santa festividad, hecha de humildad y de ternura, nos invita a recibir, con los ojos bien abiertos, la Luz que esa noche llega al mundo. Esa acogida al Dios Niño en nuestros corazones, debe manifestarse en gestos de solidaridad, de apoyo para con los más necesitados, convirtiéndonos para ellos en una auténtica Navidad. Tengo un amigo que dice que deberíamos ser como auténticas placas solares que reciben la luz del Amor en la Navidad y que luego la expanden a los demás.

San Josemaría Escrivá, decía de la Navidad: «Ese misterio, en su oscuridad, es una luz que guía la vida de los hombres.«

¿Quién ha entrado en el portal,
en el portal de Belén?
¿Quién ha entrado por la puerta?
¿Quién ha entrado, quién?
La noche, el frío, la escarcha
y la espada de una estrella.
Un varón -vara florida-
y una doncella.
¿Quién ha entrado en el portal
por el techo abierto y roto?
¿Quién ha entrado que así suena
celeste alboroto?
Una escala de oro y música,
sostenidos y bemoles
y ángeles con panderetas
dorremifasoles.
¿Quién ha entrado en el portal,
en el portal de Belén,
no por la puerta y el techo
ni el aire del aire, quién?
Flor sobre impacto capullo,
rocío sobre la flor.
Nadie sabe cómo vino
mi Niño, mi amor.
(«¿Quién ha entrado en el portal de Belén?», de Gerardo Diego)

Estos versos de Gerardo Diego nos pueden introducir en lo que son las escenificaciones con las que la humanidad recuerda lo sucedido en Belén hace 2014 años. En esto sí que vosotros sois expertos pero me gustaría pasar aunque sea de puntillas por algunas de las representaciones belenísticas.

Yo me imagino que también en este mundo de los belenes existirán las modas y habrá gustos para todo, aunque los pasajes o escenas siempre serán las mismas: la visita del ángel del Señor a María, el encuentro de la Virgen con su prima Isabel, el castillo de Herodes donde ordena matar a los niños recién nacidos, la huida a Egipto, los tres Reyes Magos y, en el centro de todo, el portal con María, José y el Niño Jesús que acaba de nacer.

Todo ello se puede colocar en una gran superficie con distintos ambientes, o en dioramas separados y dedicado cada uno a un tema concreto.

Pastores y pastoras,
abierto está el edén.
¿No oís voces sonoras?
Jesús nació en Belén.
La luz del cielo baja,
el Cristo nació ya,
y en un nido de paja
cual pajarillo está.
El niño está friolento.
¡Oh noble buey,
arropa con tu aliento
al Niño Rey!
(«Nochebuena», de Amado Nervo)

Así describe Amado Nervo el ambiente de los belenes.

Llegada a este punto me gustaría detenerme en los diferentes tipos de figuras y paisajes, aspectos estos que determinan el estilo de los belenes. Así tenemos:

  • Los bíblicos, hebreos o palestinos que intentan seguir el modelo tradicional, es decir, reproducen el ambiente de la Palestina cuando nace Jesús.
  • Los regionales o locales, con paisajes cercanos, conocidos, propios del lugar donde se monta el nacimiento. Las figuras representan personajes que responden a los tipos regionales y a las costumbres del lugar. También en este tipo se pueden utilizar figuras vestidas como lo hacían en el siglo XVIII según los famosos belenes napolitanos.
  • Y los belenes modernos que responden a los cánones del arte actual tanto en materiales como en técnicas no convencionales.

Comento esta distinción entre belenes para haceros partícipes de un pensamiento, reflexión, surgida al evocar los belenes de mi niñez…

Nunca olvidaré el verdor, la tupida alfombra de musgo -mofo, como lo llamábamos en Candás- con la que cubríamos las elevaciones de cartón simulando montañas… El papel de plata dando vida a improvisados riachuelos.

Ha crecido la Navidad en nuestras manos. Ha crecido
como una rosa de oro en el techo del mundo,
como una flor transparente y lejana en la ciudad
que amé, que amamos en los días de invierno.
Navidad, niño perdido entre la nieve mansa
de diciembre. Teníamos entonces
la edad primera de los campos -ese leve verdor
de alguna rama todavía frutal y misteriosa-.
El musgo nos hacía cosquillas en los dedos y madre
olía a mazapán y fuego lento, y todas las preguntas
volaban a sus ojos por un camino lleno
de luces amarillas y manteles en flor.
(«La otra Navidad», de Alfredo Díaz de Cerio)

De esta forma recordaba su Navidad Alfredo Díaz de Cerio. Es posible que yo, al rememorar ese recuerdo feliz de la niñez, haga que mi corazón añore aquellas imágenes inolvidables; las ovejas triscando las laderas, la hilandera, los ríos serpenteantes…

Aunque no es solo la añoranza lo que me lleva a reivindicar los nacimientos con paisaje asturiano donde predomine el verde. Me gustan los belenes llamados regionales porque pienso que tanto los lugares como las figuras pueden reflejar el intento de personalizar ese gran acontecimiento en nuestras vidas.

No se trata de vestir a la Virgen y a San José con el traje regional asturiano sino de acogerlos nosotros en nuestro medio habitual.

Yo me imagino el portal de Belén en un bonito rincón de Candás o Gijón desde el que se vea el mar y que sea la representación de sus gentes quienes se acerquen al portal y creen escenas propias.

Yo vengo de ver, Antón,
un niño en pobrezas tales,
que le di para pañales
las telas del corazón.
(«Yo vengo de ver», de Lope de Vega)

Bien es verdad que la Navidad debe inundar nuestros corazones, al margen de las representaciones que se hagan. Pero pienso que es hermoso plasmar ese acontecimiento en nuestras costumbres, en nuestro ambiente. Las escenas bíblicas son las que son y no deben cambiarse. Pero el entorno, y todas las figuras, el atrezzo diríamos, podíamos hacerlo nuestro, más personal.

En este sentido me gustaría destacar, según he leído, que en la Provenza se incluyen en los belenes los denominados santons, figuras de arcilla pintadas que representan todos los oficios y profesiones tradicionales de la región.

Ya sé que para documentarte sobre los oficios ya desaparecidos en nuestra región hay otros sistemas y caminos, pero no estaría de más recuperar parte de nuestra historia representándola en el belén, como recuerdo a los que nos precedieron que también celebraban las Navidades y con el interés añadido de conocer un poco más nuestro pasado.

El madreñero, el cestero, el alfarero… La pomarada, los hórreos y paneras con ristras de maíz… Los barrileros, las rederas, todos pueden tener cabida en la escenificación navideña.

Adoro la representación bíblica del belén pero pienso que sería bueno potenciar también este otro tipo de belenes. Creo que sería interesante integrar en los belenes nuevos elementos. No he podido verlo aún, pero me han dicho que precisamente la Asociación Belenista de Gijón ha elaborado en Parque Principado un belén en el que se reproduce el ambiente y la fisonomía de un pueblo del occidente asturiano.

El año pasado tuve la oportunidad de ver en Roma algunos de sus belenes –presepes como ellos los llaman- y que curiosamente no se retiran hasta después del bautismo de Jesús. Muchos de ellos llamaron mi atención precisamente por la actualización que presentan al crearlos en escenarios propios con distintos ambientes. Ambientes habituales en el lugar donde se hacen. Por ejemplo, el de Santa María de Trastevere se ubicaba en una maqueta de considerables dimensiones que representaba a la propia iglesia. Y en el de la parroquia de San Eustaquio se utilizaba el mismo modelo reproduciendo la plaza en la que se levanta la iglesia, con el ambiente del lugar cualquier tarde de fiesta, con tiovivo incluido. Es curioso porque, incluso, entre las figuras aparece la del Papa que se traslada al lugar a visitar al Niño Jesús.

Los dos se encuentran instalados de cara al exterior, en el pórtico del templo, por lo que pueden verse desde la calle, algo que me parece interesante porque no deja de ser una forma de exteriorizar nuestras creencias.

Vivimos momentos en los que una inmensa mayoría quiere convertir la Navidad en las fiestas del solsticio de invierno. Pero la Navidad no es una celebración más. Por ello los que creemos en el verdadero significado de estas fiestas debemos reivindicarlas. Ángeles, estrellas, belenes… tienen que ser la nota de alegría que llegue a nuestra vida para festejar el nacimiento de Jesús.

En la Navidad Jesús viene, llega a nuestras vidas para formar parte de ellas.

Jesús, el dulce, viene…
Las noches huelen a romero…
¡Oh, qué pureza tiene
la luna en el sendero!
Palacios, catedrales,
tienden la luz de sus cristales
insomnes en la sombra dura y fría…
Mas la celeste melodía
suena fuera…
Celeste primavera
que la nieve, al pasar, blanda, deshace,
y deja atrás eterna calma…
¡Señor del cielo, nace
esta vez en mi alma!
(«Jesús, el dulce, viene», de Juan Ramón Jiménez)

¡¡¡Feliz Navidad!!! Muchas gracias.»

María Teresa Álvarez García – Gijón, 19 de diciembre de 2014

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Texto del Pregón de Navidad 2014 – Asociación Belenista de Oviedo – D. Luis Fernández-Vega

19 Dic 14
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En la tarde-noche de hoy, viernes 19 de diciembre de 2014, ante el numeroso público congregado en la Sala de Cámara del Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo, en un acto amenizado por la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo, D. Luis Fernández-Vega, catedrático de Oftalmología de la Universidad de Oviedo, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


Luis Fernandez-Vega, pregonero de la Navidad 2014 en Oviedo (19/12/2014)

Luis Fernandez-Vega, pregonero de la Navidad 2014 en Oviedo (19/12/2014)

Un canto a la esperanza

«Inicio mis palabras confesando que pronunciar ante vosotros este pregón me produce cierto desasosiego porque aunque he de hablar de algo sobre lo que albergo los mejores sentimientos y comparto con la muy amplia mayoría de la sociedad, lo llevo a cabo ante vosotros, la Asociación Belenista de Oviedo, que atesora infinito más conocimiento que yo sobre este tema.

Y la Navidad suscita -hasta en los menos fervorosos- sentimientos tan benéficos y fraternales, que contribuir a pregonarla y anunciarla en un acto como este supone un gran honor, por lo que estaré siempre en deuda, y por el que estoy muy agradecido a esta Asociación.

He querido abrir este Pregón navideño con la frase que Cervantes pone en los labios de don Quijote para recobrar el ánimo tras la malaventura de los sangüeses que -molidos a palos- los dejaron a merced de la noche y sus misterios: «Siempre deja la ventura una puerta abierta a las desdichas para dar remedio a ellas» (Miguel de Cervantes, Don Quijote, 1ª parte, cap. XV).

Es una frase de promesa con la que el caballero andante muestra el contento de que, al menos, su escudero Sancho hubiera salido indemne y, así, poder alejarse de allí antes de irse del todo la luz del día.

Hoy la traigo a colación como por alusiones, por afinidades, porque parece que nos acechan malos vientos, porque las noches son más largas y espesas y porque a todos, el sentido común parece decirnos que mejor es algo que nada o poco. La frase la interpreto -por su protagonismo en la escena de los sangüeses- como un canto a la esperanza, cuando casi todo parece negado. «Siempre deja la ventura una puerta abierta a las desdichas para dar remedio a ellas«.

La Navidad rememora un hecho que parece nimio y vulgar por la rutinaria frecuencia con que se produce, pero no es eso, porque, en realidad, parte en dos toda la Historia humana. Hay un antes y un después del suceso de Belén con el nacimiento de aquel Niño. Parece inverosímil que un suceso así pudiera producir tal cambio, un corte tan revolucionario como no lo ha habido, ni lo habrá jamás. La encarnación de Dios, revestida de las formas más humildes y asequibles a los hombres de carne y hueso que somos todos.

Puesto a evocar hoy aquel suceso, no me resisto -por el realismo excepcional con que lo plasma- a transcribir en este Pregón algunas de las palabras con las que Giovanni Papini califica y describe las circunstancias del mismo, esas que lo hacen tan especial: «Jesús nacen un establo«.

Un establo -un auténtico establo- es una casa de las bestias que trabajan para el hombre. El establo no es otra cosa que cuatro paredes toscas, un empedrado mugriento y un techo de vigas y de lajas. El verdadero establo es lóbrego, sucio, maloliente… y no nació Jesús por casualidad en un establo…

El relato de Papini es crudo, cortante, pero vale para una ocasión como esta; otra Navidad -la de este año- que nos coge a todos bastante desencantados y confusos, preocupados diría, aunque siempre con ganas de ver luces prometedoras de verdad y de bien en medio de la noche; ilusionados también al ver que nos sale al paso ese verde amigo del alma que es la esperanza. La esperanza que no es una agitada ilusión que a veces embelesa, sino que es promesa, pero soportada por una elevada seguridad de verse cumplida. Y un canto a la esperanza, por Navidad, eso quisiera que fuera mi Pregón.

Me parece significativo que, en esta posmodernidad histórica que vivimos -de la cultura de los sucedáneos y del «usar y tirar», de las afirmaciones teóricas y prácticas de «la muerte de Dios», del vacío y de la nada, del declinar de los valores que cimentaron la sociedad-, me parece significativo, repito, que con alguna frecuencia, en los mismos que predican el vacío o la nada incluso, se observen cosas sorprendentes y paradójicas, que parecen casar mal con sus ideas.

Sorprendente y paradójico es, por ejemplo, el caso del existencialista Jean Paul Sartre, pues en una Navidad, la de 1940, estando privado de libertad en el campo de prisioneros de Tréveris (en la Alemania nazi), le saliera de dentro escribir para esas fechas una pequeña obra de teatro que tiene su centro y argumento en el nacimiento de aquel Niño en Belén. Barioná se llama la obra y Barioná es el nombre del protagonista, el jefecillo de un pueblo de las afueras de Belén cuando se dieron aquellos hechos. Barioná es renuente al principio, cuando los vecinos deciden acudir a Belén, pero más tarde se decide él mismo a seguir a su pueblo interesado en el suceso. Acude con ellos a Belén y termina -así se cierra la obra- por abrir los ojos y convertirse -él también- al optimismo y la esperanza.

Aquellos folios de Sartre -nacidos en aquel clima de la incertidumbre y soledad de la prisión y con la muerte en los talones, gestados en su alma y queridos para representar la Navidad en el campo de prisioneros, escritos a escondidas y con miedo, también a contrapelo de sus ideas y creencias filosóficas, muestran que la Navidad no tiene fronteras; que es fiesta de todos; porque dice algo a todos, y cada uno puede ver en ella lo mejor y lo peor de sí mismo.

La obra lleva de la mano al lector a pensar lo que, sin duda, pensaría Sartre al escribirla: que la Navidad vale para las golosinas y las felicitaciones, pero sobre todo vale para los tiempos de crisis, como la suya entonces o, salvando mucho las distancias, la nuestra hoy. Vale, por supuesto, para los católicos y los creyentes, y para todo el mundo vale aunque sea ateo o existencialista como lo era Sartre, y, sin embargo, la recordó como ayuda para sobrevivir.

Creo yo que es en los momentos de apuro y desdicha cuando los hombres deciden sacar lo mejor de sí mismos y ponen incluso las razones, que tanto son y cuentan en el hombre, al servicio de las urgencias del corazón y del alma, empeñados en buscar salidas…

Y ello viene a lo que antes indicaba, que estas conmemoraciones de la Navidad -en pleno invierno y cada año- son una especie de tregua en que hasta los más reacios a serlo de verdad se sienten hombres y mujeres, y las gentes de bien se felicitan para desearse la paz, ideal por la que se brindó en el primer pesebre de la historia.

Por eso, -para estos tiempos del desencanto posmoderno y cuando algunas señales negativas pudieran asomar sobre nosotros- quiero reiterar que mi pregón es, sobre todo lo demás, un canto a la esperanza, por Navidad.

La esperanza, amigos, como dijo un noble inglés, es «una buena compañera de viaje«. Tan buena ella, como triste y negra debe ser la suerte que pintó Dante en su Divina Comedia, al rotular la puerta del Infierno con esa estremecedora y conocida frase que es la negación absoluta del futuro mejor: «¡Los que aquí entráis dejad toda esperanza!«.

Estamos regular y el horizonte no parece del mejor color posible. Sin embargo, porque el infierno que presenta Dante no ha llegado, hay que afirmar con serenidad y rotundamente que no todo está perdido; que se puede volver de los malos pasos que se han podido dar; y que hoy puede ser todavía la hora de luchar por lo nuestro, de la mano de la esperanza que, al simbolizarse verde, es promesa de primavera y vida.

Los oftalmólogos podemos llamarnos, más que nadie, enamorados de la luz, amigos de la luz y luchadores por la luz. Es nuestra misión y oficio poner luz en los ojos cansados o enfermos. Hay veces que no podemos, pero nuestra voluntad es la misma: apostar siempre por la luz y hacer todo lo posible por conseguirla.

Mi pregón -ante la inminente Navidad- quiere ser eso mismo: una apuesta seria y firme por la luz y un apunte para mirar las sombras, pero solo para dejarlas atrás.

Hay esperanza y nosotros lo pregonamos…

Yo creo -hoy tal vez más que nunca- en los hombres y mujeres y en sus posibilidades de futuro a pesar de todo…

Yo creo en la verdad y me parece imposible que haya gentes que la malversen o la confundan haciendo de lo blanco negro…

Yo creo firmemente que la esperanza está hecha de algo más que de sueños e ilusiones o de complacencias vanas. Creo que la esperanza es «la primera semilla del alma racional y la fuente de la vida» como dijo hace siglos Filón de Alejandría, y lo creo mucho más que lo que de ella dijera Chamfort en una de sus máximas: «un charlatán de feria que nos engaña sin cesar«.

Yo creo mucho y seriamente en la Navidad. Y, porque creo en ella, creo también que las luces de la Navidad son benéficas, que no son puramente cosas de niños aunque los niños disfruten como nadie de estas fechas. Creo que componen e interpretan esas luces un canto a la esperanza.

Y creo que a pocos la Navidad no dice algo que en otros tiempos del año no se nos dice, o no se nos dice del mismo modo.

Creo, por eso, que es un tiempo oportuno para ver, a su luz, lo que nos pasa y buscarle el remedio como preconiza la frase de Cervantes.

Y tan especial ha de ser para tiempos duros y agónicos que hasta un descreído y negativista como Sartre, al recordar la Navidad desde su campo nazi de concentración, se dijo que merecía la pena pensar en ella y desdecirse, al menos un rato y aunque fuera por recurso vital, de sus negaciones y desesperanzas nihilistas. Lo que le salió en aquel momento fue recordar la Navidad y no sus ideas y lucubraciones de filosofía.

Los tiempos nuestros de hoy no son el infierno como antes decía recordando a Dante, aunque tampoco sean un camino de rosas o el dulce regalo de los sabrosos mazapanes que también nos trae la Navidad.

Esto es la tierra, hecha para sudarla, fertilizarla y ganarla.

Y en la tierra, para todo tiempo y más para los borrascosos o simplemente nublados días, tienen los hombres, y más los cristianos, la matriz de un mensaje alentador, porque -como recuerda otra vez Papini- este mensaje tiene el aval de su realismo y va vestido de esperanza.

Estoy convencido deque la Navidad sirve para todos, hasta para los que no la quieren tal como es. Y esta idea de la Navidad benéfica y alegre la brindo desde ahora, para unos días felices, abiertos más que nunca a esa esperanza que se necesita para sobrevivir. Porque es cuando esperanzarse se hace más apremiante y representa el primer paso hacia la regeneración individual y social que necesitamos.

Palacio Valdés, nuestro gran literato, abre su Testamento literario recordando la voz de uno mismo frente a las desdichas: «El más alto interés de la vida es saber para qué hemos sido llamados, y el porqué de nuestra existencia. Cuando bordeamos un abismo y la noche es tenebrosa, el jinete sabio suelta las riendas y se entrega al instinto de su caballo«.

Parecen dichas por el novelista para este tiempo y para esta Navidad. ¿No puede decirse con verdad que la Navidad pasa cada año ante los hombres como una «ola benéfica» recordando que, muchas veces, la buena voluntad hace más que las razones frías de nuestro entendimiento?

Termino: he querido que mi pregón fuera un canto realista, sonoro y positivo a la esperanza. Pienso que lo piden las fechas y lo reclaman los tiempos…

Y como los tiempos son de desencanto y confusión, me pregunto también, al cerrarlo, si nos quedan razones para la esperanza… Si aún podemos esperar…

Con la Navidad a la vista, he de contestar que sí, con tal que la buena voluntad de los hombres se imponga incluso a las buenas razones.

El mismo mensaje de Belén es mi mensaje:

«Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a todos los hombres de buena voluntad«.

Y lo de Cervantes que no sobra: «Siempre deja la ventura una puerta abierta a las desdichas para dar remedio a ellas«.

Gracias a todos.»

Luis Fernández-Vega – Oviedo, 19 de diciembre de 2014