El belén como expresión patriótica
Artículo publicado en la revista ¡Aleluya! nº 10 (2015) de la Asociación Belenista de Valladolid
Querido lector:
Había comenzado a redactar un texto sobre ciertos aspectos del belenismo poco conocidos, cuando cayó en mis manos un curioso librito, cuyo contenido deseo compartir contigo.
Se titula “Navidad” y fue editado en 1944 por la Regiduría Central de Prensa y Propaganda. Pulcramente imprimido en los talleres del Instituto Geográfico y Catastral, se trata de una obra sin firma de autor o autores, a cargo de la Sección Femenina de Falange Española Tradicionalista y de las JONS.
Tiene 64 páginas y numerosas ilustraciones, realizadas por una buena mano, en el estilo propio de la época. La firma “Lara” en algunas de ellas, hace posible que sean obra de Carlos Pascual de Lara, artista por reivindicar, miembro de la llamada Escuela de Vallecas, de gran importancia para la vanguardia española.
Su contenido constituye un precioso documento histórico, pues se trata de una serie de instrucciones sobre cómo celebrar la Navidad, visto desde la perspectiva oficial de la España de posguerra. Las cosas fueron como fueron y no es lugar este para juzgarlas, sino de recoger testimonios que puedan ser interesantes para la historia y trayectoria del belén en nuestro país.
La obrita está dirigida exclusivamente a mujeres, posiblemente jóvenes y de clase media-alta, a juzgar por las recetas de cenas de Navidad que contiene, para cuya elaboración es necesario contar con ingredientes tales como trufas, lenguado, langostinos, salmón, capones, pollo y otras exquisiteces que, en los años del hambre, no debían estar al alcance de muchos.
Aplicando el principio germánico de las tres kas (Kinder, Küche, Kirche, niños, cocina, iglesia), el sexo femenino tenía como fin dar hijos al varón, mantener la cohesión familiar y ser el corazón del hogar. Para ello, eran precisos ciertos conocimientos, no sólo culinarios sino también religiosos y culturales, pues se le asignaba un papel de transmisora de la tradición y los valores imperantes en la sociedad a las jóvenes generaciones.
En esta línea, el libro se ha configurado como un manual: tras una breve introducción, titulada “Navidad, fiesta de la vida”, que explica en clave religiosa el sentido de la celebración, hay un apartado de villancicos populares, distribuidos por regiones, con todas sus letras adaptadas y en español, traducidos los originales de las lenguas respectivas, con sus correspondientes notaciones musicales.
Sigue el guion para representar un Auto de Navidad, construido con fragmentos de la literatura clásica española. A continuación el recetario ya comentado y por último, un capítulo final dedicado a los nacimientos.
En su introducción, se comienza declarando la incompatibilidad entre el Nacimiento y la tradición de los Reyes Magos con las costumbres foráneas del árbol de Navidad y Papá Noel:
“… La característica de los hogares españoles en la Navidad es el Nacimiento (…) Nada de árboles barrocos de chillonas luces y relumbrones presentes; el árbol de reminiscencias extranjeras no encaja en los hogares de España, austeros e idealistas. Nuestros niños sueñan con la visión luminosa de una estrella que guía a unos Magos que para ellos atraviesan el mundo cargados de presentes. La imaginación del niño español no se conforma con la pobre visión de un Papá Noel…”
Después de esta declaración (si no de guerra, al menos hostil), se pasa a definir el belén o Nacimiento como ocupación propiamente infantil y profundamente patriótica:
“… Nacimiento que las manos infantiles levantaron entre amores y risas.”
“Nacimiento: símbolo de la casa española que como ninguna otra debe ser santuario de virtudes y heroísmos”.
Y a continuación, dirigida a las madres, presentes o futuras, la pregunta: ¿Queréis que pensemos todas juntas en la manera más fácil de instalar un Nacimiento?
Como respuesta, se recogen una serie de instrucciones al respecto, que determinan la forma y componentes del belén.
Un nacimiento ideal en los hogares españoles de los años 40 del siglo XX.
Primeramente, había que disponer una mesa de buen tamaño en un rincón de la habitación apropiada sobre la que se colocaría lienzo o papel para su protección y se reservaría el fondo, junto a la pared, para colocar las montañas. En su falda, ocupando un lugar principal, se colocaría la cueva o portal, hacia el que habrían de converger todos los planos visuales. Se recomendaba usar corcho, papel engomado o cartones recortados y pintados para su construcción, con una techumbre “medio hundida” de paja o heno.
Sobre el portal… “colocaremos la estrella de los Reyes Magos, con sus seis puntas y su rabo, que hace la delicia de los pequeños”.
Algo más atrás, en la misma ladera, se dispondría “un pequeño poblado de casitas y, en lo alto, el palacio de Herodes”.
En la mesa “se puede colocar el prado y si se quiere el desierto”. El prado tendría árboles, un río o lago con su puente, chozas de pastores, cabras, gallinas, ovejas y otros animales domésticos, además de figuras, como las “zagalas bailando” junto al portal, pastores y niños ofreciendo presentes. Por el desierto vendrían los Reyes Magos. Nótese que no se menciona la “Huida a Egipto”.
“Diversos caminitos o senderos de arena, hierba o piedrecillas y algún riachuelo completan magníficamente el paisaje”. Para el resto del montaje, se recomienda arena, serrín en su color natural y musgo.
Desde las montañas, “… se formarán unas rampitas, por las que bajan los pastores al prado y al Portal”.
En cuanto al desierto, es fácil de hacer, pues se trata de amontonar arena o serrín, incluso en una mesa o tablero suplementarios, ya que “a los chicos les hace ilusión que (el belén) sea grande”, siendo además un recurso barato, pues se reserva para las figuras de los Reyes Magos y su cabalgata o caravana. Por supuesto, se pueden colocar algunas palmeras.
Así diseñado el escenario, siguen algunas ideas relativas a la realización casera de varios elementos, así como técnicas constructivas básicas.
Por ejemplo, para simular la vegetación del prado, se propone el uso de musgo, natural o artificial, o bien el serrín teñido de verde, que se recomienda hacer en casa colocando el serrín en seco con el pigmento dentro de una caja que se cierra y se agita para su mezclado.
Las montañas pueden elaborarse con papel engomado, harpillera [sic] enyesada y materiales más engorrosos, como la arcilla y el cemento.
Si se trabaja con papel, se realiza previamente un armazón con tablillas, cartones, bolas de papel de periódico, etc., y se recubre con papel mojado en engrudo o agua de cola. Se recomienda el papel de estraza que posteriormente se pinta y, una vez seco, “se rocía con arcilla, algo de serrín verde y musgo desmenuzado”.
El procedimiento con arpillera o tela de saco impregnada en yeso es similar. Sin embargo, con relación al cemento, aunque “quedan muy bien los montes, su manipulación es poco agradable y por eso no recomendamos el empleo de este material”.
Para realizar casas y otras edificaciones, como los molinos, se recurre a uno de los modos tradicionales, el cartón recortado y pintado simulando paredes agrietadas, con techo de cartón ondulado, pajas o heno pegados en las techumbres, las puertas y ventanas con papel transparente de colores “para que pase la luz”.
Los árboles se realizan a base de ramitas y copos de musgo seco, las chumberas con cartón recortado, los juncos con agujas de pino, etc. Sobre las palmeras, se especifica:
“Se recortan las hojas en papel verde y en varios tamaños. A modo de nervio se les pone un alambrito delgado, sujeto con un papel de goma, y se dan cortes de tijera a la hoja doblada para simular las palmas. Para confeccionar el tronco emplearemos un alambre, un poco grueso, y lo cubriremos o vendaremos con tiras de papel marrón, sujetando las hojas con hilo en uno de los extremos, cuidando de poner las más pequeñas primero y después las mayores (…) cuidando de abrir bien las hojas, arquear un poco el tronco, etc., podrán competir nuestras palmeras con las del oasis del Sahara.”
“Ríos, lagos, nieve, escarcha”, elementos que “no pueden faltar en ningún Nacimiento”, los primeros realizados con espejos o papel de plata y como novedad, con dos placas de vidrio, la inferior pintada y cubierta de guijarros y otra encima, dejando un hueco, con los bordes disimulados en la tierra y la vegetación. Rizando el rizo, el anónimo autor (o autora) propone: “Si sobre este vidrio se hace correr un hilo de agua el efecto será completo, dando la sensación de un río caudaloso”. En efecto, de seguir al pie de la letra estas instrucciones sin más, la mesa y el suelo de la habitación donde está colocado el belén, pueden volverse “un río caudaloso”, una vez anegados prado y desierto.
Sin embargo, el mayor peligro podía residir en la costumbre de iluminar estos nacimientos caseros con lámparas incandescentes, que frecuentemente abrasaban por contacto materiales fácilmente combustibles como la paja o el papel.
La práctica de envolver las bombillas con papeles de seda de colores es responsable de aquellos incendios -afortunadamente de poca importancia en su mayoría y precedidos de un penetrante olor a quemado- que más de un belenista presenció en su lejana infancia.
Así, a la hora de iluminar el Nacimiento, se reconoce la tradición secular que considera el belén una representación nocturna: “Conviene poner a oscuras la habitación en la que se instale el Nacimiento, y éste no excesivamente iluminado. Las luces, naturalmente ocultas, se colocarán en la parte superior”.
Para lograr distintas escenificaciones, los recursos no pueden ser más primitivos. Por ejemplo, si se desea obtener el efecto de día, será preciso matizar la luz “cubriendo las bombillas con papeles de seda de colores suaves”, y si es de noche, los papeles serán azules, o bien se pintan las bombillas, pudiendo, como alternativa, colocarlas en un espacio, preparado al efecto, entre las montañas y el celaje. Este puede llevar encoladas estrellas de papel de plata, o, si se desea conseguir una sensación más realista de cielo estrellado, además de los consabidos agujeros en el papel, se colgará “pendiente de unos hilillos finísimos, una serie de lentejuelas que, oscilando suavemente a la menor corriente de aire, semejan a maravilla el parpadeo de los luceros”, técnica que nunca he visto aplicada y que, por curiosidad, pienso probar, aunque no debe ser fácil disponer de hilos tan sutiles.
En el portal, junto a las pajas, el papel, el musgo y el corcho, también se propone colocar una bombilla, pintada o envuelta en su papel correspondiente, y lo mismo en la hoguera de los pastores que, en este caso, tiene ya preparados los palos de la fogata.
Tradición y política
Ironías aparte, lo cierto es que este pequeño recetario de cómo construir un belén, posee un extraordinario valor documental, ya que es testimonio de la supervivencia de ciertas tradiciones, tanto iconográficas como de técnicas constructivas, que superaron el trauma de una guerra civil y el consiguiente cambio de las mentalidades.
Por otra parte, la promoción “desde arriba” de la tradición belenista, presentada como una actitud patriótica, puede explicar también el rechazo de ciertos sectores a los Nacimientos en general, proponiendo las modas foráneas, rechazadas por la Sección Femenina, como alternativa para la necesaria modernización del país.
Quizás a causa de publicaciones como la que se comenta, sin duda bienintencionada, aunque con su dosis de bonachona cursilería, acentuada por el abuso de diminutivos y expresiones decididamente ñoñas (la frase “pastorcitas muy requetepequeñísimas” se lleva la palma), sus recetas imposibles, frustrantes para la mayoría de la población y su ignorancia de las lenguas vernáculas, parte esencial de nuestra cultura, el belenismo y los belenes pasaron a encuadrarse bajo la etiqueta del nacionalcatolicismo y la ideología franquista, perdiéndose así la noción de su verdadera importancia, muy por encima de las tendencias políticas, ya que, como manifestación cultural secular, creadora de destrezas y saberes propios, el belén es patrimonio inmaterial de toda Europa y aún de la Humanidad.
Afortunadamente hoy, cuando tantas cosas parecen separarnos, la pasión por los belenes sigue uniendo a todos los “hombres de buena voluntad”.
Letizia Arbeteta Mira
Doctora en Historia del Arte
Deja un comentario