El Ángel del portal de Belén
Artículo publicado en la revista ¡Aleluya! nº 1 (2006) de la Asociación Belenista de Valladolid
“Y es que hoy os ha nacido,
en la ciudad de David el Salvador,
que es el Cristo o Mesías, el Señor nuestro”.
Son las palabras que Lucas pone en boca del Ángel al aparecerse éste a los pastores.
Los ángeles, ejecutores de la voluntad divina, no faltan casi nunca en las representaciones navideñas. En el arte pictórico se representan como jóvenes de hermosa figura, bien flotando en las regiones celestiales o como niños que, cogidos de la mano, bailan. En los dramas litúrgicos también son jóvenes que hablan con los pastores y les explican lo que ha sucedido invitándoles a visitar al Niño.
Pintores y escultores, cada uno a su manera, han recreado una y otra vez la escena para enseñanza de los fieles. El autor de las pinturas de San Isidoro de León parece mostrarnos que la naturaleza queda paralizada ante el prodigio que el Ángel anuncia, pastores y animales se muestran expectantes y atentos a la Buena Nueva mirando hacia esa figura celestial.
Zurbarán, por ejemplo, en su “Adoración de los Pastores” retrata a los ángeles, separados del ambiente terrenal representado por la gruta, como coro cantor alabando la grandeza del recién nacido acompañado de ángeles músicos.
En el retablo de las Huelgas Reales de Valladolid, Gregorio Fernández nos acerca a un ángel en actitud de adoración.
Son distintas muestras interpretativas de un mismo hecho instaurado ya en la escenificación del “Belén”. Un pesebre; dentro el Misterio, fuera el Ángel en representación de una multitud del ejército celestial, proclamando la alegría del acontecimiento con su gloria in excelsis Deo.
A pesar de las variaciones de sensibilidad, artistas y artesanos de todo tipo han creado a través del tiempo esa figurilla característica, sin la cual el “Belén” no está completo, han enseñado a quien lo contempla que es el intermediario entre Dios y los hombres al anunciar a éstos: Y sírvaos de seña, que hallaréis al niño envuelto en pañales, y reclinado en un pesebre.
Y, más aún, esa escenificación se ha proyectado sobre escritores y poetas describiéndonos con su palabra la importante misión de ese Ángel anónimo, de desconocida categoría en el reino de los cielos.
Él lo ha preparado todo según el orden por Dios establecido. Fue protagonista en la Anunciación, ha dado el mensaje del nacimiento del Niño-Dios a los pastores y ahora, suspendido en el aire entre el cielo de papel y el serrín del camino que conduce al “Portal”, será seguridad y guarda para el Niño. Y así, mientras poetas como Antonio Murciano nos impregnan de una visión etérea del momento al escribir:
Hoy he visto al Niño-Dios
en una gruta del aire,
ángeles y serafines
mecían su cuna de aire
y cantaban villancicos
de aire, al aire, por el aire.
Otros, como Unamuno, nos acercan a una imagen más humana, más próxima a la realidad de un recién nacido. Dentro del refugio proporcionado por la cueva, María y José cuidan al niño, contemplan su sueño o su mirada inteligente o sus gestos infantiles según la interpretación que el artista haya hecho de él, el Ángel vela y aleja cualquier sombra que pueda perturbarlo. Sólo es Navidad, tiempo de amar y soñar que es, acaso, lo que más desea el hombre con quien Dios se ha hermanado.
Duerme Niño, duerme y sueña
que es el sueño quien enseña
a soñar;
duerme, Jesús, sueña y duerme,
no el corazón se te enferme
de esperar.
No es fácil dormir y menos soñar sin pesadumbres para el hombre. Es posible que sólo en este tiempo de Navidad que debiéramos resumir en la paz familiar, en la disponibilidad hacia el otro, en la vivencia de la intimidad compartida, en sentirnos más cerca de Dios a través de su recién nacido Hijo, sea cuando mejor se capte el ensueño de Belén. Por ello, consciente de esa protección divina proporcionada por el Ángel, Lope de Vega ha sabido expresar con profundo amor la importancia del personaje perfilando con sus versos la escena:
Pues andáis por las palmas
ángeles santos
que se duerma mi niño,
¡tened los ramos!
Navidad. Dios se ha hecho niño, indefenso, mortal. Todo está dispuesto, cada elemento de ese misterio de amor está en su sitio. Y a pesar de la tarea bien hecha, a pesar de que las profecías se han cumplido, o quizá por eso mismo, ese Ángel innominado, el Ángel de la Guarda del niño, que levita sobre el portal, no parece muy contento cuando informa a Dios-Padre de su tarea:
¿Y el Niño?
-Señor, el Niño
ya empieza a mortalecerse
y está temblando en la cuna
como el junco en la corriente.
-Todo está bien.
¡Pobre Ángel del Portal!, puede que entre todas las figuras del Belén sea quien mejor conoce el destino de ese niño.
-Señor, pero…
-Todo está bien.
Lentamente
el ángel plegó sus alas
y volvió junto al pesebre.
Son los versos de Luis Murciano que parecen privarnos de la alegría del momento al señalar terribles premoniciones para ese Niño que nos es dado contemplar en el Belén.
Mas aún es pronto. Hoy sólo es Navidad: tiempo de amar y soñar. Tiempo en que el Belén nos reúne, nos acerca a ese momento religioso que el hombre siente como más próximo; tiempo en que recreamos el decorado del nacimiento de Jesús con toda la imaginación que los siglos han ido decantando y que los artistas han puesto ante nosotros para recuerdo y enseñanza en representaciones plásticas de extraordinaria belleza.
No importa que para algunos montar el Belén con sus pequeñas figuras distribuidas al azar o según la imaginación de cada uno, sea una muestra del infantilismo humano o algo carente de precisiones evangélicas.
La Navidad sigue siendo un misterio de amor aunque cada vez se vaya difuminando más tras lo anecdótico, tras de procesos de comercialización, tras de millones de lucecitas de colores que más parecen recordar una feria que una festividad religiosa… Afortunadamente todo eso nunca podrá sustituir el símbolo sagrado de la llegada del Hijo de Dios a la Tierra.
Jesús Tranque de los Ojos
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