Sin belén no es Navidad
Artículo publicado en la revista ¡Aleluya! nº 1 (2006) de la Asociación Belenista de Valladolid
Quizá nadie antes había llegado a crear, con relación a la Navidad, una cosa tan simpática y tan popular como los belenes. Fue Francisco de Asís en el siglo XIII quien hizo por primera vez, en una gruta natural de un pueblo italiano, la representación del portal de Belén con animales y personas para presentar la historia del nacimiento de Jesús, de tal manera que todos lo pudieran comprender. Al poco tiempo esta costumbre italiana se extendió por Europa y por el resto del mundo.
Hace años, poner el Nacimiento era un acontecimiento familiar con amplia repercusión social. En algún lugar de la vivienda los mayores comenzaron a instalar portales de Belén con montañas, grutas, ríos y caseríos a escala mientras los demás integrantes del hogar iban colocando las figurillas sobre arena, heno, musgo, paja y serrín, iluminando la escena por diminutas luces de colores, serpentinas y espumillón.
Sin embargo, en la actualidad todo ha cambiado. Apenas se montan pesebres y se cantan villancicos. España ha optado por eliminar la simbología religiosa de las fiestas navideñas. Se monta el Belén sin Nacimiento y las fiestas en honor del Niño Jesús se cifran en el consumo. En aras de la laicidad, a veces mal entendida, y de la insoportable presión del dios dinero se extiende por todo el país la “Navidad laica”. Los mismos renegados de la Navidad son los más celosos apóstoles del consumo con la pretensión de imponer una Navidad despojada de toda referencia religiosa: directores de colegios que prohíben los festivales de villancicos por sus “connotaciones religiosas”; autoridades locales que sustituyen el establo por lo que se define como “paisajes de invierno”: ríos de papel de plata, laderas de musgo y espliego y montañas de corcho; todo más o menos como siempre, pero sin el Nacimiento. La Navidad laica se impone en las calles y plazas exhibiendo una decoración navideña que cuelga palabras obscenas y de mal gusto en vez de angelitos, campanas y aleluyas.
Las navidades ya no son lo que eran. La religión no es más que una excusa para consumir, cuanto más mejor, que se ha convertido en el único termómetro válido de estas fiestas. Para no menos del 68% de los españoles la Navidad “es cada vez una fiesta menos religiosa y más comercial”, según una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Pese a todo, las navidades están rodeadas por un ambiente de buena voluntad y de bondad entre las personas, una magnificencia de bienintencionados deseos inunda el mundo de cartas, tarjetas, felicitaciones, mensajes sms, llamadas telefónicas… Hemos interiorizado que hay que ser amables en estas fechas y hasta es posible que la afección navideña apunte a que queremos ser de otra manera. Como sostiene el sociólogo Javier Elzo, al menos “estas fiestas seguirán vivas mientras lo esté la familia, una institución a la que, en una sociedad agresiva, cada día le pedimos más y más”. Es decir, mientras haya familia, habrá Navidad.
A todo esto, como es lógico, se opone la Iglesia y convoca a sus fieles a defender los símbolos de la tradicional Navidad cristiana. La Navidad no es tiempo para dejarse llevar por la debilidad religiosa y menos para dejarse seducir por los que enturbian el sentido profundo del misterio de Belén. Celebrar una Navidad sin Jesús es como que en el cielo no brillaran las estrellas, como si en un jardín no hubiese flores, como ver un cuadro sin un paisaje o un rostro de niño sin una sonrisa. Sin embargo, la triste realidad es que para muchos hay Navidad sin Jesús porque tienen tal vez todo, pero no le tienen a Él. Sólo aprovechan la ocasión para divertirse y pasar un buen momento, y se encuentran muy despistados del verdadero significado de la Navidad, alejados del que fue el humilde niño de Belén.
Lo cierto es que la sociedad de consumo quiere robar la Navidad, e incluso algunos la quieren matar. Remedando lo que dice una canción: “en este mundo moderno ya no hay lugar en la Tierra para el Niño Jesús”. Pero como decía Ortega, “si Dios se ha hecho hombre, es que ser hombre es lo más importante que se puede ser”. La Navidad, pues, es un acontecimiento que llevamos en el corazón y da un sentido trascendente a la vida humana. Para eso hay que dejar de lado el conformismo y caminar hacia la libertad. Quien aviva la libertad no consiente ser esclavizado por el dios consumo de la Navidad comercializada, porque es libre para elegir lo bueno que también hay en estas fiestas (descanso, vacación, encuentro humano) y dejar de lado lo demás. Entonces Navidad sí está en nuestro corazón e imprime trascendencia a nuestra vida.
Podemos concluir diciendo que no tienen ningún derecho a celebrar la Navidad todos aquellos que no conocen a Jesús, ni le han recibido en sus corazones como Salvador, Rey y Señor.
Juan-Donoso Valdivieso Pastor
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