Para los belenistas viejos y nuevos, por Víctor Marín Solano, «viejo belenista»
(Artículo publicado en la revista Pesebre n.º 1 (1997) de la Asociación de Belenistas «La Adoración»)
El domingo día nueve de noviembre pasado, recibí la simpática visita de unos jóvenes belenistas que, si por un lado me llenó de alegría, por otro me puso en situación de compromiso, pues venían pidiendo mi colaboración, para una revista, que la Asociación pretende lanzar para las vísperas de Navidad, y claro, el tiempo apremiaba pero consideraban que mi calidad de ser el más «viejo» de los mismos me obligaba a ello.
Y, ¿quién decía que no?, tengo material para llenar un libro, y decidí centrarme en algo que ya he dicho, y que, por reiterativo, como los anuncios, hacen más efecto.
¿Me creeríais si os digo que cuando estaba dedicado a construir algo para un belén era tal la concentración que ponía en ello que el alma la sentía enferma?
Tal como me sucedió cuando construí el famoso Templo Egipcio, (hoy propiedad de la Asociación), mi entrega fue total, hasta el agotamiento. Realmente sufrí por las dificultades encontradas, pero también disfruté a lo grande.
La mayoría de las personas sólo conocen su parte material, su aspecto externo, pero ignoran su esencia íntima, ese espíritu que de ello emana y que tan claramente lo percibe quien lo construye.
Por eso el belén es mucho más, tanto que huye de toda definición. Es un cúmulo de sensaciones sublimes, es una auténtica manifestación de fervor, un culto interior a estos sublimes misterios, un verdadero poema de religiosidad que llena el alma y la inunda de gozo espiritual. Es fragancia de gracia que llena la morada del cristiano.
¿No creéis que cuando el constructor de un belén o diorama, extasiado en su labor, aislado de todo otro pensamiento, no está más cerca de Dios, alabándolo tan intensamente, que sin palabras está dirigiéndole una verdadera oración?
Sin embargo, no todos piensan igual; hay quien, en su ignorancia, sostiene que el belén es cosa pueril, ingenua, sin ninguna trascendencia, permitiéndose mirarnos desdeñosamente con la sonrisa indulgente del que todo lo sabe, al ver a personas ya mayores dedicadas a tan noble tarea, que llenan el alma de ilusiones y entrega en un auténtico arrebato espiritual, que a ellos parece denigrante y aún deshonroso.
Pero nosotros, los belenistas, mirémoslos impasibles y despreciativamente desde lo alto de nuestro sublime pedestal y sigamos tranquilamente con tan loable afición.
Este embrujo que irradia de su hermosura es sólo un vehículo para plasmar un tema religioso, el de aquel momento y lugar en que nació el Niño Dios.
Por eso, aquel belén o diorama que fantaseado, plasmado e ilusionado en nuestra obra, es nuestro Belén; un paisaje que aún imaginado, creemos verdadero y para nosotros ha conseguido transmitir su sublime mensaje. El construir un belén no es un pasatiempo, es algo más profundo y transcendental.
Por ello, os invitamos a que pongáis vuestro belén, sencillo, elemental, pero que no falte en ninguna familia un algo de esta costumbre tan cristiana, como española.
Y…, sería mucho pedir que os olvidéis de esas zarandajas de cintas de colores, arboles de Noël, bolas de brillantes producto de extraña importación de paises no demasiado cristianos y, ¡quién sabe con qué fines!, que con su brillo y relumbrones y el afán de novelero pronto ganaron adeptos, pero que no tienen más belleza que sus destellos y fulgores, pero carecen de toda emoción espiritual, de ese atractivo que nos produce aquel niño abrigado por las pajas que lo envuelven y el aliento de los dos nobles animales bajo la tierna mirada de sus padres.
¡Qué abismo de uno al otro!
Ánimo amigos, haced un esfuerzo y manos a la obra y poned aunque solo sea aquel misterioso Misterio.
Víctor Marín Solano – «Viejo belenista»
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