Categoría: Asociación Belenista de Gijón: Pregones

Texto del Pregón de Navidad 2015 – Asociación Belenista de Gijón – D. Luis Roda García

04 Dic 15
Presidencia FEB
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En la tarde-noche de hoy, viernes 4 de diciembre de 2015, ante el numeroso público que llenaba la Iglesia Parroquial de San Pedro de Gijón, en un acto amenizado por el coro parroquial de San Pedro, dirigido por Calina Felgueroso, y el coro de Padres del Colegio de la Inmaculada, dirigido por el P. Pedro Cifuentes, D. Luis Roda García, magistrado, en la actualidad Juez Decano de Gijón, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


Luis Roda García, magistrado, pregonero de la Navidad 2015 en Gijón (04/12/2015)

Luis Roda García, magistrado, pregonero de la Navidad 2015 en Gijón (04/12/2015)

Las figuritas rotas del Nacimiento

«Me atrevería a asegurar que todos los que amamos los belenes hemos pasado a lo largo de la vida por una misma experiencia poco agradable que, además, seguramente se ha repetido en varias ocasiones. Me refiero a la mezcla de sorpresa y disgusto que se siente cuando, al desenvolver una a una las figuritas que habíamos empaquetado cuidadosamente después del seis de enero para que durmieran un año más, seguras y tranquilas en la oscuridad mullida y protectora de una caja de cartón, descubrimos que están «un poco rotas».

No se trata de averías totales, que habrían convertido la figurita en inservible, sino de algo concreto y limitado: aquí se aprecia que falta un trocito de la pata de un camello; allí se comprueba que ha desaparecido la mitad de un ala del ángel que se suele colocar sobre un arbolito a cuyo lado se situará un grupo de pastores en torno al fuego para protegerse del frío nocturno, y que tenía la misión de anunciarles que había nacido el Niño Jesús. Otras veces el desaparecido es un brazo de la lavandera que se coloca junto al río o el pequeño lago elaborados con papel de aluminio sacado de una tableta de chocolate y que, con un trozo de cristal encima, brillan como si la figurita estuviera lavando la ropa en plata líquida… en fin… Recuerdo especialmente que, en el Nacimiento que tenía de niño, una avería clásica descubierta a principios de diciembre consistía en que se cuarteaba y desprendía la masa de las patas de las ovejas, quedando al descubierto el trozo de alambre que servía de armazón, por lo que el animalito -que sin embargo conservaba íntegro su cuerpo de lana de barro pintada- parecía que, en lugar de haber salido de una caja de cartón, acababa de colocarse patas artificiales en una ortopedia.

Si el trozo desprendido estaba junto al resto de la figurita, la reparación resultaba más fácil; pero a veces sucedía que ese trocito había desaparecido -un nuevo misterio que añadir al anterior- y entonces se precisaba utilizar la imaginación para recomponer la figura sin apenas medios y conseguir que quedara bien; y todavía era necesaria más imaginación cuando, por falta de tiempo material, se decidía colocarla en el Nacimiento sin pasar por el taller casero de reparación, disimulando el defecto o intentando que no se notara demasiado.

La experiencia permite constatar que algunas figuritas concretas tienen mayor tendencia a averiarse, y muchas veces hemos sido testigos (cuando no los responsables principales) de esos accidentes domésticos que acaban en roturas y una pequeña tragedia doméstica. Las víctimas clásicas del siniestro suelen ser los ángeles, ya se sabe: falla la chincheta, falla el hilo de nylon, falla el nudo… o falla el control sobre el niño más pequeño de la casa que quiere comprobar si el ángel vuela de verdad o si allí hay truco -que sí lo hay-, y en consecuencia el ángel acaba «aterrizando» de manera brusca y muy poco artística, si bien en lugar de la crisma lo que se rompe es un ala o un trozo de la banda donde figura el «Gloria in excelsis Deo», porque no sé qué idioma hablan los ángeles entre sí, pero cuando escriben parece que lo hacen en latín, y de ahí el texto de la banda. Como saben, la profesión de «ángel del Nacimiento» es una de las más arriesgadas que existe en el belén, porque esas figuritas son -de entre las que tienen más tendencia a averiarse- especialmente propensas a sufrir accidentes laborales; pero… en fin, no debería desviarme del tema del que quería hablarles: de esas figuritas que aparecen con pequeñas roturas que nadie se explica cómo se han producido, sean ángeles o no, o sea que intentaré regresar al argumento de este pregón.

Cuando yo era niño, en el hall de la casa de mis padres había una hornacina decorativa en la pared que tenía forma de semicircunferencia. Debía medir, más o menos, un metro de largo y unos veinte centímetros de ancho, motivo por el cual los Nacimientos en aquella casa siempre eran «lineales»: el portal se solía colocar en un extremo, a la derecha o a la izquierda, y entonces las figuritas formaban necesariamente una especie de procesión, cada año en la dirección marcada por el lugar de honor que ocupaba el portal y la Sagrada Familia, y lo único que nunca variaba era el puente, el cual siempre quedaba en la mitad del recorrido. En esa «procesión», las figuritas nuevas y las que habían sobrevivido intactas a las misteriosas roturas ocupaban el primer plano, mientras que las damnificadas no dejaban de colocarse, pero siempre tratando de ocultar o, al menos, de disimular las averías que presentaban cuando no se había podido enmendar la avería: así, la lavandera manca era colocada de forma que el espectador solo viera el brazo bueno, y se disimulaba la falta de un trozo de pata en un camello aumentando la cantidad de musgo o paja que normalmente se disponía en torno al animalito. Por otra parte, frotando un trozo de tiza sobre el ala ya repegada del ángel caído se encubría un poco la línea de fractura, que cuando se utilizaba aquella famosa «cola de contacto» tendía a amarillear desagradablemente y, para que no se notara la diferencia de color, también se pasaba generosamente la tiza por el ala sana, motivo por el cual, con esa añadida palidez artificial, el ángel adquiría un aire un poco fantasmagórico. Otras veces se intentaba la recomposición utilizando miga de pan que, al endurecer, quedaba bastante sólida, pero era necesario colorearla (y eso ya no era tan fácil) para que aquellos brazos y patas recompuestos no tuvieran el aspecto tétrico de esos exvotos de cera que se dejan colgados en santuarios y capillas, como sucede -0 sucedía, porque hace tiempo que no voy- en la de La Providencia y que más que la capilla de un santo o de la Virgen parecen sugerir que la zona en que se colocan es algo parecido a la despensa de un ogro.

Pero… ¿saben qué es lo que más me llama la atención de todo esto?… Pues que en una época en que los cambios son vertiginosos -y no digo que sean cambios a mejor o a peor: me limito a constatar solo la rapidez con la que se producen- y que tantas cosas se quedan viejas en apenas días y horas, y que es posible adquirir fácilmente cualquier tipo de producto (incluidas las figuritas de Nacimiento), una buena parte de las personas que tienen un belén y lo ponen cada año siguen sin tirar las figuritas que descubren parcialmente rotas al inicio del tiempo de Adviento; antes al contrario: intentan recuperarlas y salvarlas en lugar de deshacerse de ellas, y vuelven a colocarlas en el Nacimiento pese a la pérdida accidental de parte de su anatomía.

Este comportamiento debe tener una explicación. Quizás la clave para encontrar la respuesta a este hecho sea la misma que nos permita llegar a comprender la esencia de la Navidad y todo su enorme contenido religioso y simbólico, ya que en la Navidad celebramos el nacimiento del Niño, y es un nacimiento que, como todos, acabará en una muerte, pero esta será una muerte especial porque será una muerte para la redención y la resurrección. No voy a entrar a analizar las circunstancias históricas que rodean el nacimiento de Cristo, ni tampoco pretendo incluir en la exposición aspectos y cuestiones teológicas en las que no soy experto. Ni siquiera me detendré en cuestiones muy discutidas, algunas interesantes y otras menos, entre las que se incluyen hasta las razones de quienes sostienen que el nacimiento tuvo lugar en Belén, y están enfrentadas a las de los que, a pesar de lo que figura en los Evangelios de Mateo y Lucas, afirman que el lugar de nacimiento de Jesús no fue Belén, pues un pregón de Navidad no me parece la sede más adecuada para reseñar tales teorías. En cambio, sí me interesa saber cómo y cuándo empezó a celebrarse la Navidad, y qué fue lo que impulsó esa celebración. Parece que la misma fecha de celebración de la Navidad -el 25 de diciembre-, fue establecida por el Papa Julio I hacia el año 350 y, según he leído, en los primeros tiempos del cristianismo no se conmemoraba el nacimiento de Cristo, por lo que la celebración fue posterior y quizás de ahí vino el conflicto sobre las fechas -ya que los Evangelios guardan silencio sobre ese tema- que el Papa Julio I zanjó definitivamente imponiendo su autoridad.

Pero resulta que, al fijar la fecha en el 25 de diciembre, se estaba superponiendo intencionadamente la Navidad cristiana a una festividad pagana que celebraba el nacimiento del sol o de una divinidad solar: en consecuencia, ya tenemos conectado el Nacimiento con la mitología pagana y con el ciclo de la naturaleza, es decir, el hecho histórico del nacimiento de Jesús con el devenir de las estaciones del año y la sustitución de los dioses antiguos. Esa realidad subyacente confiere al hecho de celebrar el Nacimiento un halo especial, porque, aunque la decisión haya sido adoptada por el Papa, en realidad habían sido los discípulos y seguidores de Cristo los que habían ido poco a poco olvidando o desplazando las viejas creencias y creando las condiciones adecuadas para que no solo se conmemorase la muerte y resurrección de Jesús (recordemos que los primeros cristianos celebraban la Pascua de Resurrección al mismo tiempo que la Pascua hebrea que conmemoraba la liberación del pueblo judío de la esclavitud en Egipto, hasta que en el primer Concilio de Nicea se produjo la separación), sino también su nacimiento, completando así, seguramente sin haber pensado en ese detalle, el ciclo vital de la naturaleza: el nacimiento se produce en la estación fría, al inicio del invierno, y la resurrección se celebrará en primavera, cuando la tierra florece y muestra todo su vigor creador aletargado durante el invierno. Por tal motivo, cada vez que colocamos en nuestras casas el belén, estamos evocando una de las fases de ese ciclo natural de nacimiento, muerte y resurrección.

Pero no basta lo que antecede para explicar el maravilloso misterio que rodea todo lo que tiene que ver con la Navidad y que acaba contagiando a cuanto se relaciona con ella, condicionando hasta la supervivencia de las figuritas rotas, que es el hilo conductor de este pregón. El propio deseo de los cristianos de celebrar el nacimiento de Jesús, que desconozco cuando surgió o cuando alcanzó su mayor intensidad, debía tener una finalidad que desbordaba la meramente conmemorativa de un hecho, y yo pienso que, de alguna manera, expresaba el anhelo de esa chispa divina que habita en todo ser humano de conectar con la divinidad de cuya naturaleza participaba, empezando por el aspecto más accesible por su sencillez: con la celebración de la llegada de un nuevo niño al mundo, pero dándose la circunstancia de que ese Niño era Jesús…

Como la Navidad es el crisol en que se funden las profecías de los profetas del Antiguo Testamento que anunciaban la llegada del Mesías y también el punto de partida del cristianismo, transcurridos más de veinte siglos de aquel acontecimiento es evidente que todo lo que aparece vinculado a la Navidad (las reuniones familiares, los regalos, la ilusión de los niños y de los mayores, el recuerdo esperanzado de los que están temporalmente ausentes, y el recuerdo melancólico de los que ya se han ausentado para siempre) está rodeado de un halo mágico que, a pesar de que todos nos zambullimos en el torbellino de compras, que tienden a rebasar los límites de lo razonable, y participamos en banquetes donde se consumen cantidades de dinero que en otros meses del año sería impensable gastar, impregna todo lo que está relacionado con ella, y por ese motivo nos cuesta muchísimo deshacernos de lo que tiene vinculación con ese tiempo tan especial que, cada vez que retorna, permite aflorar los buenos sentimientos con mayor facilidad que en otras épocas y, entre esas cosas y objetos están las figuritas del Nacimiento. A modo de ejemplo, y esto quizás lo recordarán las personas de más edad, antiguamente el pan no solía tirarse, y si se tiraba ese acto se ajustaba a una liturgia muy curiosa, vista con los ojos actuales: cuando el pan duro o sobrante no era aprovechado para incluirlo en la dieta de los animales de la granja o corral, rara vez acababa en la basura; y si había caído al suelo y se había manchado, antes de lanzarlo al cubo de los desperdicios se besaba. Sí, se besaba: yo lo he visto hacer muchas veces y, aunque me llamaba la atención ese gesto tan sorprendente, una vez asimilado el gesto y la costumbre todo se acababa viendo como absolutamente normal. Supongo que alguna relación tendrá ese trato especial que se aplica a determinados alimentos con el hecho de que el pan se utilice en la Eucaristía, y que es uno de los dos alimentos que se utilizan en el momento de la Consagración… -si bien lo cierto es que con el vino no he visto hacer el mismo gesto, solo con el pan… quizás sea porque el vino no se suele tirar-; sin embargo recuerdo que un estudiante sirio de medicina en Oviedo me dijo que ellos, los musulmanes, hacían lo mismo cuando el pan se caía al suelo o se estropeaba y ya no estaba en condiciones de ser consumido: primero lo besaban y luego lo tiraban a la basura, por lo que creo que ese beso de despedida al pan más bien tiene relación con el hecho de que el pan es el símbolo casi universal del alimento, no solo de la Eucaristía, y por ser el remedio contra el hambre, hasta cuando nos deshacemos de él se le brinda un saludo o beso a modo de despedida que, en realidad, es un signo de respeto, como las reverencias que se hacían en otra época a las personas revestidas de dignidades y títulos…

Como pueden comprobar, estamos rozando el tema de los símbolos más profundos, del anhelo de inmortalidad que tiene el ser humano y al que el cristianismo da una respuesta esperanzadora, que precisamente se vincula a ese Niño Dios cuyo nacimiento en Belén seguiremos conmemorando cada año, aunque nunca lleguemos a saber en qué fecha exacta sucedió. Y esas figuritas que se han roto espontáneamente o no, y que reparamos e intentamos salvar repetidas veces en años sucesivos, participan del fulgor de la Navidad, de nuestras alegrías y tristezas, especialmente las que se han producido y extinguido durante el año que transcurre desde que las envolvemos y guardamos cuidadosamente en cajas de cartón hasta que el año siguiente las sacamos de su lugar de hibernación para instalar un nuevo belén, y es cuando descubrimos las averías producidas en sus anatomías de barro. Al igual que nos sucede a nosotros, aunque no de la misma forma, las figuritas envejecen a nuestro lado y nos sirven de magnífico recordatorio de la levedad de la vida y de la velocidad con que la misma transcurre. Y como las figuritas de barro no pueden tener arrugas y achaques varios como los que padecemos los humanos, únicamente nos pueden manifestar su decadencia física y el transcurso devastador del tiempo fracturándose una pata, un brazo, un pico y hasta la corona de un Rey Mago de Oriente.

Incluso me atrevo a hacer una afirmación que quizás no sea fácil de aceptar sin más: las figuritas rotas del Nacimiento no solo nos recuerdan que la vida es poco más que un soplo, sino que, además, nos ayudan a fijar la atención en aquellas personas -de nuestra familia o entorno o ajenas a ellas-, que han sufrido en su propio cuerpo las consecuencias de la sinrazón o, simplemente, la crueldad irracional de otros. Me refiero, por ejemplo, a los niños y jóvenes de Camboya que han sufrido mutilaciones a causa de esas imperdonables minas antipersona y para quienes trabaja Monseñor Enrique -o Kike- Figaredo, el Obispo de Battambang. Me impresionó una entrevista publicada en diciembre de 2007, no sé si en El País o en otro periódico, donde hablaban varios de los niños y adolescentes a los que ayudaba Kike Figaredo. Yo la encontré en internet: en ella habla Chaneng, quien perdió las piernas y el brazo izquierdo al pisar una mina antipersona mientras con su hermano buscaba madera para hacer una casa, y, pese a todo, dice lo siguiente: «…Nuestro cuerpo puede estar discapacitado, pero nuestro corazón no lo está…«.

También hay otras personas que, de alguna manera, simbolizan las figuritas rotas de nuestros Nacimientos. Son aquellas que hemos conocido a lo largo de nuestra historia personal y con las que, incluso, hemos compartido aula en el colegio, en el instituto o en la Universidad, o el grupo de amigos, sin descartar a las que conocimos en el trabajo, y hasta aquellas otras con las que nos hemos relacionado sentimentalmente, y que, sin entrar a valorar los motivos de su descarrilamiento en esa línea férrea que es la vida, intuimos o sabemos que andan perdidos, y que necesitan alguna voz que, como una orden, les diga algo similar a lo que Cristo gritó ante la tumba de su amigo Lázaro, «…¡Lázaro, sal fuera!…«, para que abandonen su inmovilidad, recuperen la confianza en sí mismos y se libren de las mortajas y ataduras simbólicas que impiden que en ellos renazca la esperanza y que puedan llegar a comprender el sentido último de la vida. Quizás no sea yo el más adecuado para aconsejar abrir el propio corazón a quien lo pueda necesitar, porque debido a mi experiencia profesional tengo una visión que más bien se inclina hacia el pesimismo en relación a lo que es y a lo que hace el ser humano, así como en relación a los móviles de su conducta, premisas que no me ayudan a llegar a conclusiones demasiado halagüeñas al respecto, pues en la cabeza siempre me ronda ese refrán que dice que «…Por la caridad entra la peste…«; pero sucede que, al mismo tiempo y desde la primera vez que la escuché nunca olvidé una de las frases emblemáticas que pronunció el Papa Juan Pablo II (creo que fue al principio de su pontificado) y que, pese a la terrible decadencia física de sus últimos años, no parecía que hubiera renunciado a ella: «…¡No tengáis miedo!…» …No tengáis miedo…

Otra Navidad se acerca rápidamente a nuestras vidas y, después de unas semanas en que habrá un poco de todo… alegría, ruido, regalos, nostalgia… se alejará en silencio, casi como lo hicieron los Reyes Magos tras visitar y honrar al Niño Jesús, pues decidieron abandonar el país sin pasar de nuevo por el palacio de Herodes, quien se había mostrado muy interesado en obtener información acerca de aquel Niño y no precisamente con buenas intenciones. Pero como la vida es una gran escuela en la que siempre estamos aprendiendo, hasta el último día, habremos dado un gran paso adelante si nos reconocemos en esas figuritas de barro que a veces se rompen -como le sucede al ser humano en muchas y variadas circunstancias- y que hay que rehacer, del mismo modo que nosotros tenemos que sobreponernos a las adversidades; y daremos otro paso aún mayor si somos capaces de percibir a las personas que tenemos cerca y que, por diversos motivos, también han sufrido pequeñas o grandes roturas en su cuerpo o en su alma, y decidimos ayudarlas a reparar los destrozos.

¿Se corre algún riesgo al hacer esto? …Pues sí, es evidente. Ninguna actividad humana está libre de peligro, y no cabe descartar que nuestra labor nos ocasione más de un disgusto y varios dolores de cabeza. Pero la satisfacción de ver la figurita rota que hemos reparado para que pueda reintegrarse al belén, donde volverá a ocupar su sitio y a brillar, no tiene precio; por tanto, sin renunciar a la virtud de la prudencia, podemos guiarnos por las antes citadas palabras del Papa Juan Pablo II: «…no tengáis miedo… no tengáis miedo…» y seguir adelante. «…No tengáis miedo…» …Por alguna razón, creo que finalizar con estas tres palabras llenas de esperanza es una buena manera de concluir el Pregón.

Feliz Navidad a todos.»

Luis Roda García – Gijón, 4 de diciembre de 2015

 

Texto del Pregón de Navidad 2014 – Asociación Belenista de Gijón – Dª. María Teresa Álvarez García

19 Dic 14
Presidencia FEB
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En la tarde-noche de hoy, viernes 19 de diciembre de 2014, ante el numeroso público que llenaba la Iglesia Parroquial de San Pedro de Gijón, en un acto amenizado por el coro parroquial de San Pedro, dirigido por Calina Felgueroso, y el coro de Padres del Colegio de la Inmaculada, dirigido por el P. Pedro Cifuentes, Dª. María Teresa Álvarez García, escritora y periodista, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


María Teresa Álvarez García, escritora y periodista, pregonera de la Navidad 2014 en Gijón (19/12/2014)

María Teresa Álvarez García, escritora y periodista, pregonera de la Navidad 2014 en Gijón (19/12/2014)

La Navidad es un canto de amor

«Empuja el viento rebaños de copos
por el bosque invernal como un pastor,
y más de un abeto siente que pronto
se hallará nimbado de luz y amor;
y escucha un rumor distante. Resuelto
tiende sus ramas por senderos blancos,
y hace frente al viento y crece soñando
una noche de gloria y majestad.
(“Adviento”, de Rainer María Rilke)

Con este poema, «Adviento» de Rainer María Rilke he querido comenzar mi pregón de Navidad, que amablemente me ha encargado la Asociación Belenista de Gijón. Muchísimas gracias. Me siento muy honrada y es un honor que os hayáis acordado de mí.

Recuerdo que cuando la presidenta de la Asociación me propuso ser la pregonera fue en un acto en el que presentaba uno de los programas de Mujeres en La Historia, invitada por Virginia Álvarez-Buylla en el Ateneo Jovellanos. Le dije que sí, sin pararme a pensar que había hecho el de Oviedo y que no es lo mismo hacer el pregón de las fiestas de determinada localidad y las de otra colindante porque cada una tiene su personalidad y costumbres, mientras que en la Navidad, en los belenes, casi no existen diferencias.

La Navidad es un canto al amor. La familia siempre importante es, en estas fechas: el núcleo que nos une. La Navidad es la sonrisa y emoción de los niños, la luz en la oscuridad, el germen de la primavera en nuestros corazones.

Con lo cual es muy difícil que no me repita en mi intervención de esta tarde pero lo intentaré. Por ello me haré eco de diversas poesías y de otros hermosos textos que hablan de la Navidad. También introduciré una pequeña reflexión sobre las figuras y diseños de los belenes, en los que vosotras las asociaciones de belenistas jugáis un papel tan decisivo.

De hecho la presencia de belenes en nuestros pueblos y ciudades es mucho más importante en los últimos tiempos gracias a vosotros. Ahora, ya empieza a ser frecuente desplazarse a localidades vecinas para disfrutar con la contemplación de algunos de ellos. Lo cual, inevitablemente, me retrotrae a la niñez cuando en Candás recorríamos todas las casas donde instalaban belenes para cantar villancicos. Belenes importantes, porque bien es verdad que en aquel tiempo en casi todas las familias se tenía un pequeño belén o nacimiento. Preciosa costumbre que fue desapareciendo y que, en los últimos tiempos, afortunadamente se está recuperando. Ya Gerardo Diego se quejaba de quienes no seguían jugando con sus hijos o nietos a armar nacimientos con figuras de barro.

Las pajas del pesebre
niño de Belén
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel.
Lloráis entre pajas,
del frío que tenéis,
hermoso niño mío,
y del calor también.
Dormid, Cordero santo;
mi vida, no lloréis:
que si os escucha el lobo,
vendrá por vos, mi bien.
Dormid entre pajas
que, aunque frías las veis,
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel.
(«Las pajas del pesebre», de Lope de Vega)

Así reflejaba Lope de Vega su sentimiento navideño… sin olvidar el futuro de aquel Niño que llegaba al mundo para hacerse como nosotros siendo Dios. Creo que era San Agustín quien escribía: «Dios se hace hombre para que los hombres se hagan Dios«.

La Navidad es el misterio más hermoso de la humanidad. La alegría del corazón. La noche más entrañable que no debe dejarnos indiferentes. Es frecuente, sobre todo entre personas mayores, el lamento ante la tristeza inevitable, fruto de la desaparición de muchos seres queridos. Ausencia que esa noche en la que el Amor llega a la tierra se hace mucho más dolorosa. Mi consejo -que yo intento llevar a la práctica- es pedirles a todos esos seres queridos que ya no están, que me ayuden a volcarme con los demás para hacerles más felices estas fiestas. Intento, por ejemplo, que mis sobrinos, además de mi cariño, sigan percibiendo el de su abuela, mi madre, que ya no está. Os aseguro que da resultado.

La Navidad, misterio de amor, de espiritualidad, nos invita a un mayor acercamiento a la existencia de Dios y a manifestar nuestro amor y mejores deseos a los seres queridos. En este sentido me gustaría hacerme eco de unos hermosos párrafos entresacados de una carta que Rainer María Rilke escribe a su madre:

«Nuestra vida es rápida y breve. Dios es en cambio, lento y sin fin. Por eso siempre surgen momentos donde lo uno no parece compatible con lo otro. Pero nosotros no deberíamos saber cómo se unen, sino solo estar ahí, con el corazón abierto ante el misterio de que lo grandioso еncuentre su espacio en lo pequeño y de cómo en la intensidad de пuestra existencia puede condensarse un instante de eternidad que viene a coincidir con la ininterrumpida eternidad de Dios. Sean estos, mamá querida, nuestros pensamientos comunes en la hora más espiritual de esta antigua y santa festividad y que el ánimo y el valor fluyan hacia tu corazón en paz y plenitud» (Rilke).

Profundos sentimientos… La Navidad, antigua y santa festividad, hecha de humildad y de ternura, nos invita a recibir, con los ojos bien abiertos, la Luz que esa noche llega al mundo. Esa acogida al Dios Niño en nuestros corazones, debe manifestarse en gestos de solidaridad, de apoyo para con los más necesitados, convirtiéndonos para ellos en una auténtica Navidad. Tengo un amigo que dice que deberíamos ser como auténticas placas solares que reciben la luz del Amor en la Navidad y que luego la expanden a los demás.

San Josemaría Escrivá, decía de la Navidad: «Ese misterio, en su oscuridad, es una luz que guía la vida de los hombres.«

¿Quién ha entrado en el portal,
en el portal de Belén?
¿Quién ha entrado por la puerta?
¿Quién ha entrado, quién?
La noche, el frío, la escarcha
y la espada de una estrella.
Un varón -vara florida-
y una doncella.
¿Quién ha entrado en el portal
por el techo abierto y roto?
¿Quién ha entrado que así suena
celeste alboroto?
Una escala de oro y música,
sostenidos y bemoles
y ángeles con panderetas
dorremifasoles.
¿Quién ha entrado en el portal,
en el portal de Belén,
no por la puerta y el techo
ni el aire del aire, quién?
Flor sobre impacto capullo,
rocío sobre la flor.
Nadie sabe cómo vino
mi Niño, mi amor.
(«¿Quién ha entrado en el portal de Belén?», de Gerardo Diego)

Estos versos de Gerardo Diego nos pueden introducir en lo que son las escenificaciones con las que la humanidad recuerda lo sucedido en Belén hace 2014 años. En esto sí que vosotros sois expertos pero me gustaría pasar aunque sea de puntillas por algunas de las representaciones belenísticas.

Yo me imagino que también en este mundo de los belenes existirán las modas y habrá gustos para todo, aunque los pasajes o escenas siempre serán las mismas: la visita del ángel del Señor a María, el encuentro de la Virgen con su prima Isabel, el castillo de Herodes donde ordena matar a los niños recién nacidos, la huida a Egipto, los tres Reyes Magos y, en el centro de todo, el portal con María, José y el Niño Jesús que acaba de nacer.

Todo ello se puede colocar en una gran superficie con distintos ambientes, o en dioramas separados y dedicado cada uno a un tema concreto.

Pastores y pastoras,
abierto está el edén.
¿No oís voces sonoras?
Jesús nació en Belén.
La luz del cielo baja,
el Cristo nació ya,
y en un nido de paja
cual pajarillo está.
El niño está friolento.
¡Oh noble buey,
arropa con tu aliento
al Niño Rey!
(«Nochebuena», de Amado Nervo)

Así describe Amado Nervo el ambiente de los belenes.

Llegada a este punto me gustaría detenerme en los diferentes tipos de figuras y paisajes, aspectos estos que determinan el estilo de los belenes. Así tenemos:

  • Los bíblicos, hebreos o palestinos que intentan seguir el modelo tradicional, es decir, reproducen el ambiente de la Palestina cuando nace Jesús.
  • Los regionales o locales, con paisajes cercanos, conocidos, propios del lugar donde se monta el nacimiento. Las figuras representan personajes que responden a los tipos regionales y a las costumbres del lugar. También en este tipo se pueden utilizar figuras vestidas como lo hacían en el siglo XVIII según los famosos belenes napolitanos.
  • Y los belenes modernos que responden a los cánones del arte actual tanto en materiales como en técnicas no convencionales.

Comento esta distinción entre belenes para haceros partícipes de un pensamiento, reflexión, surgida al evocar los belenes de mi niñez…

Nunca olvidaré el verdor, la tupida alfombra de musgo -mofo, como lo llamábamos en Candás- con la que cubríamos las elevaciones de cartón simulando montañas… El papel de plata dando vida a improvisados riachuelos.

Ha crecido la Navidad en nuestras manos. Ha crecido
como una rosa de oro en el techo del mundo,
como una flor transparente y lejana en la ciudad
que amé, que amamos en los días de invierno.
Navidad, niño perdido entre la nieve mansa
de diciembre. Teníamos entonces
la edad primera de los campos -ese leve verdor
de alguna rama todavía frutal y misteriosa-.
El musgo nos hacía cosquillas en los dedos y madre
olía a mazapán y fuego lento, y todas las preguntas
volaban a sus ojos por un camino lleno
de luces amarillas y manteles en flor.
(«La otra Navidad», de Alfredo Díaz de Cerio)

De esta forma recordaba su Navidad Alfredo Díaz de Cerio. Es posible que yo, al rememorar ese recuerdo feliz de la niñez, haga que mi corazón añore aquellas imágenes inolvidables; las ovejas triscando las laderas, la hilandera, los ríos serpenteantes…

Aunque no es solo la añoranza lo que me lleva a reivindicar los nacimientos con paisaje asturiano donde predomine el verde. Me gustan los belenes llamados regionales porque pienso que tanto los lugares como las figuras pueden reflejar el intento de personalizar ese gran acontecimiento en nuestras vidas.

No se trata de vestir a la Virgen y a San José con el traje regional asturiano sino de acogerlos nosotros en nuestro medio habitual.

Yo me imagino el portal de Belén en un bonito rincón de Candás o Gijón desde el que se vea el mar y que sea la representación de sus gentes quienes se acerquen al portal y creen escenas propias.

Yo vengo de ver, Antón,
un niño en pobrezas tales,
que le di para pañales
las telas del corazón.
(«Yo vengo de ver», de Lope de Vega)

Bien es verdad que la Navidad debe inundar nuestros corazones, al margen de las representaciones que se hagan. Pero pienso que es hermoso plasmar ese acontecimiento en nuestras costumbres, en nuestro ambiente. Las escenas bíblicas son las que son y no deben cambiarse. Pero el entorno, y todas las figuras, el atrezzo diríamos, podíamos hacerlo nuestro, más personal.

En este sentido me gustaría destacar, según he leído, que en la Provenza se incluyen en los belenes los denominados santons, figuras de arcilla pintadas que representan todos los oficios y profesiones tradicionales de la región.

Ya sé que para documentarte sobre los oficios ya desaparecidos en nuestra región hay otros sistemas y caminos, pero no estaría de más recuperar parte de nuestra historia representándola en el belén, como recuerdo a los que nos precedieron que también celebraban las Navidades y con el interés añadido de conocer un poco más nuestro pasado.

El madreñero, el cestero, el alfarero… La pomarada, los hórreos y paneras con ristras de maíz… Los barrileros, las rederas, todos pueden tener cabida en la escenificación navideña.

Adoro la representación bíblica del belén pero pienso que sería bueno potenciar también este otro tipo de belenes. Creo que sería interesante integrar en los belenes nuevos elementos. No he podido verlo aún, pero me han dicho que precisamente la Asociación Belenista de Gijón ha elaborado en Parque Principado un belén en el que se reproduce el ambiente y la fisonomía de un pueblo del occidente asturiano.

El año pasado tuve la oportunidad de ver en Roma algunos de sus belenes –presepes como ellos los llaman- y que curiosamente no se retiran hasta después del bautismo de Jesús. Muchos de ellos llamaron mi atención precisamente por la actualización que presentan al crearlos en escenarios propios con distintos ambientes. Ambientes habituales en el lugar donde se hacen. Por ejemplo, el de Santa María de Trastevere se ubicaba en una maqueta de considerables dimensiones que representaba a la propia iglesia. Y en el de la parroquia de San Eustaquio se utilizaba el mismo modelo reproduciendo la plaza en la que se levanta la iglesia, con el ambiente del lugar cualquier tarde de fiesta, con tiovivo incluido. Es curioso porque, incluso, entre las figuras aparece la del Papa que se traslada al lugar a visitar al Niño Jesús.

Los dos se encuentran instalados de cara al exterior, en el pórtico del templo, por lo que pueden verse desde la calle, algo que me parece interesante porque no deja de ser una forma de exteriorizar nuestras creencias.

Vivimos momentos en los que una inmensa mayoría quiere convertir la Navidad en las fiestas del solsticio de invierno. Pero la Navidad no es una celebración más. Por ello los que creemos en el verdadero significado de estas fiestas debemos reivindicarlas. Ángeles, estrellas, belenes… tienen que ser la nota de alegría que llegue a nuestra vida para festejar el nacimiento de Jesús.

En la Navidad Jesús viene, llega a nuestras vidas para formar parte de ellas.

Jesús, el dulce, viene…
Las noches huelen a romero…
¡Oh, qué pureza tiene
la luna en el sendero!
Palacios, catedrales,
tienden la luz de sus cristales
insomnes en la sombra dura y fría…
Mas la celeste melodía
suena fuera…
Celeste primavera
que la nieve, al pasar, blanda, deshace,
y deja atrás eterna calma…
¡Señor del cielo, nace
esta vez en mi alma!
(«Jesús, el dulce, viene», de Juan Ramón Jiménez)

¡¡¡Feliz Navidad!!! Muchas gracias.»

María Teresa Álvarez García – Gijón, 19 de diciembre de 2014

Texto del Pregón de Navidad 2004 – Asociación Belenista de Gijón – Dª. Beatriz Rico

23 Dic 04
Presidencia FEB
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En la tarde-noche de hoy, miércoles 23 de diciembre de 2004, ante el numeroso público que llenaba la Iglesia Parroquial de San José de Gijón, en un acto amenizado por el coro de la APA del Colegio de la Inmaculada y el Orfeón Gijonés, Dª. Beatriz (Juarros) Rico, actriz y presentadora de televisión, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


Beatriz Rico, actriz y presentadora de televisión, pregonera de la Navidad 2004 en Gijón (23/12/2004)

Beatriz Rico, actriz y presentadora de televisión, pregonera de la Navidad 2004 en Gijón (23/12/2004)

«Muy buenas noches a todos los aquí presentes. Primeramente, me gustaría agradecer a los componentes de la Asociación Belenista de Gijón el haberme elegido pregonera de esta Navidad. Debo decir que es un orgullo y una satisfacción estar hoy con vosotros, en esta hermosa Iglesia de San José, y espero responder a la gran confianza que habéis depositado en mí. Sin duda, se trata de una enorme responsabilidad, y he de confesar que, al principio, cuando me hicieron llegar la invitación, sentí un poco de miedo, puesto que este es el primer pregón que tengo el honor de pronunciar. Si a todo esto añadimos el hecho de encontrarme en Gijón, en mi ciudad, en mi casa y entre mis paisanos, la responsabilidad es todavía mayor.

Dicho esto, me apetece haceros partícipes de lo que yo misma llamo “mis recuerdos de es Navidad”. Mi Navidad siempre ha estado unida a Asturias. Desde que tuve que ausentarme de la tierra que me vio nacer, por motivos profesionales, cada año he vuelto a casa. Son fechas que, para mí, carecen de sentido si no las puedo disfrutar en compañía de mi familia. Y Gijón, por supuesto, es el lugar ideal. El paso del tiempo ha propiciado que yo haya sabido apreciar el tremendo valor que encierran estas fiestas. De niña, las recuerdo impregnadas de ilusión, de magia, de luces, de belenes y, claro está, de vacaciones y regalos… En fin, esas pequeñas cosas que provocan la sonrisa de todos los niños. Cuando te haces mayor, valoras otras cosas: la oportunidad de reunirte con tus seres queridos (cuando se vive en otra ciudad, como es mi caso, este detalle adquiere muchísima importancia); de volver a respirar ese ambiente mágico que me fascinaba siendo una cría; y de sentir que, aún hoy, se mantiene intacta la esperanza de que en este complejo mundo que nos ha tocado vivir podamos, finalmente, conseguir esa utópica paz que tanto anhelamos.

Si echo la vista atrás y hago un ejercicio de nostalgia, no puedo evitar derramar alguna que otra lágrima al recordar el Gijón de mi niñez. Ese Gijón rebosante de Navidad por todos y cada uno de sus rincones. Como si se tratara de una de las películas en las que tengo el privilegio de participar gracias a mi profesión de actriz, me veo a mí misma -con unos poquitinos años menos, eso sí- paseando por las céntricas calles de esta ciudad, cogida de la mano de mi madre. El sonido de los populares villancicos me proporcionaba una felicidad inmensa. Pasear en medio del bullicio propio de estas fiestas se convertía, para mí y para muchos otros niños, en una especie de ritual que había de cumplirse a rajatabla. Es una verdadera lástima que pequeñas tradiciones como esta que acabo de rememorar hayan ido desapareciendo, en detrimento de otras actividades más comerciales y lucrativas. Suele ocurrir que olvidamos, con demasiada facilidad, las pequeñas cosas que realmente nos hacen la vida más agradable; y cuando nos damos cuenta y tratamos de recuperarlas, muchas veces es ya demasiado tarde…

Un estremecimiento de nerviosismo y felicidad invadía todo mi cuerpo cuando me detenía a contemplar los hechizantes escaparates de las jugueterías o cuando llegaba la hora de entregarle mi extensa carta al Emisario de sus Majestades los Reyes Magos de Oriente. El momento culminante llegaba en la tarde-noche del 5 de enero, viendo desfilar ante mis fascinados ojos, las carrozas que transportaban a Melchor, Gaspar y Baltasar. Casi os puedo asegurar que me hacía más ilusión presenciar el colorido y la alegría que transmite la Cabalgata de Reyes, que todos los regalos que, a la mañana siguiente, aparecían por arte de magia en mi casa. Indudablemente, esa mañana de Reyes me volvía loca de nervios y entusiasmo. Idéntico entusiasmo es el que hoy en día siento contemplando la felicidad que experimenta mi hijo en estas fechas. En su carita me veo yo misma reflejada, lo cual me produce la sensación de retroceder en el tiempo…

En fin, imagino que todo esto que os estoy contando os resultará tremendamente familiar. Durante estas fiestas, la gran mayoría de vosotros habréis experimentado, en algún momento, estas sensaciones que describo. Estando en compañía de nuestros hijos pequeños y nietos, o de los hijos y nietos de nuestros parientes o amigos, es imposible no sacar a relucir esa alma de niño que todos llevamos dentro. Y qué gratificante resulta, ¿verdad? Deberíamos practicarlo más a menudo, no solamente en Navidad. Sé que todos y cada uno de los aquí presentes comenzamos el nuevo año cargados de buenos propósitos, que luego van perdiéndose en el camino. ¡Qué pena!

¿Y qué puedo deciros de los belenes? De pequeña, en mi casa, siempre hubo un belén. He de reconocer que mi familia y yo no éramos especialmente habilidosos en la tarea, pero compensábamos cualquier carencia con una dosis desbordante de ilusión y empeño. Gracias a este derroche de ánimo que poníamos en el asunto, colocábamos el portal, los pastores, los Reyes y todas las restantes figuritas de que disponíamos. De las finas arenas de nuestra playina de San Lorenzo recogíamos las cantidades convenientes para poder construir los montes, caminos y demás irregularidades del terreno. Si nos apetecía que nevara un poquito, nada mejor que espolvorear unos puñados de harina sobre el paisaje.

A la playa también acudíamos muchas veces en busca de piedras con las que bordear las orillas del río, siendo este la auténtica “estrella” del montaje. Un río fabricado con papel de plata, claro está, ya que no disponíamos ni de los medios ni de la habilidad necesarios para hacerlo con agua corriente.

¿Y qué era lo que sucedía con la vegetación?, os estaréis tal vez preguntando muchos de vosotros. Porque, efectivamente, un Nacimiento sin vegetación resulta un tanto incompleto. Pues bien, además de comprar cada año alguna palmera o diversos arbolitos de adorno, nos gustaba culminar la obra con auténtico musgo, que procurábamos coger donde buenamente podíamos, lo cual no siempre era sencillo de lograr.

Ya os digo que se trataba de un belén muy rústico y humilde, pero para mí era el mejor belén del mundo. ¡Pobre de aquel que osara meter sus “zarpas” en el Nacimiento! El espacio que ocupaba la construcción entera venía a ser como una especie de territorio sagrado, que todos debíamos respetar escrupulosamente.

En definitiva, lo que pretendo haceros ver, mediante esta pequeña historia, es que no se necesita disponer de grandes recursos ni de mucho dinero para llevar a buen puerto el montaje de un belén. Yo creo que la verdadera riqueza no reside en los medios que utilicemos, sino que está en las ganas que le echemos.

Es por ello que admiro a la gente con vocación y habilidad, como las personas que integran la Asociación Belenista de Gijón. Realmente ha sido una sorpresa para mí el conocer a esta Asociación. Debo reconocer que me ha impresionado toda la labor que estos belenistas desempeñan. Además, he aprendido muchísimas cosas que desconocía por completo, relacionadas con el mundo del belén. Me han contado que existen asociaciones de belenistas en toda España, e incluso en el extranjero; y que las de nuestro país forman la denominada Federación Española de Belenistas. He podido saber que estas agrupaciones organizan cada año un Congreso Nacional Belenista, donde se reúnen para compartir métodos y técnicas en la construcción de belenes. Allí mismo instalan mercadillos, en los que se pueden encontrar toda clase de utensilios y accesorios para el Nacimiento. Los artesanos, por su parte, presentan en sociedad sus nuevas figuras y creaciones. Se imparten charlas, conferencias y un montón de actividades que culminan con la entrega del prestigioso “Trofeo Federación” a aquellos belenistas más destacados. Este galardón supone la más alta distinción a la que un artista del belén puede aspirar.

También me han enseñado a diferenciar los diversos tipos de belenes que hay. Si la memoria no me falla, están los Nacimientos regionalistas, que son aquellos que utilizan figuras vestidas con trajes típicos regionales, colocadas en escenas tradicionales propias de cada región del país. Luego tenemos los belenes costumbristas o populares, donde se mezclan toda clase de escenas adaptadas a las formas y paisajes de cada zona o lugar en el que se vive. Para que nos entendamos, estos Nacimientos son los que todos nosotros montamos en casa desde siempre. Y, por último, existen los belenes de estilo hebreo, en los cuales las figuras aparecen ataviadas con las antiguas vestimentas hebreas, mientras que las escenas y construcciones son las típicas de la tierra de Palestina.

Bien, llegados a este punto, creo que he sido una alumna aplicada y que he aprendido correctamente la lección. Mis amigos y profesores belenistas tienen la última palabra. No obstante, yo estoy deseosa de que me enseñen muchas más cosas acerca de este fascinante arte. Por ellos he descubierto que existe un gran número de escultores y artesanos de notable prestigio, los cuales realizan verdaderas obras de arte y trabajan en distintas escuelas, como la madrileña, la catalana, la murciana, la andaluza, y un largo etcétera.

En definitiva, me he dado cuenta de que el belenismo es un mundo apasionante que, poco a poco, iré conociendo en mayor profundidad.

Desde luego, las personas que forman la Asociación Belenista de Gijón desarrollan su trabajo con pasión. Tener una pasión significa sentirse vivo, ilusionado, esperanzado…

Esta Navidad, en mi casa, con toda la ilusión de mi hijo, hemos colocado dos portalinos, chiquitinos, pero hechos con gran cariño. Y es por eso por lo que nos fascina salir y pasear, buscar, ver en las calles de Gijón todos esos belenes que son pequeños sueños en miniatura. En cierto modo, construir belenes nos permite soñar y convertirnos en otras tantas de esas figuritas que se encaminan al Portal para adorar al Niño. Y es que un belén es algo más que una simple maqueta. Es el tiempo convertido en sueño abriendo la ventana a nuestro corazón.

Para todos aquellos que, como yo, consideran que la Navidad es algo más que un rutilante anuncio de televisión o una conocida marca comercial, es sumamente importante el hecho de que estas asociaciones de belenistas continúen su entrañable labor durante muchos, muchos años. Que en todas las familias cada miembro aporte, a su manera, su voz y entusiasmo, que sirvan de apoyo a la pervivencia de este bello arte. Lo más destacable que debemos tener en cuenta a la hora de armar un belén es el amor y la imaginación que pongamos en nuestra tarea.

Esta humilde pregonera espera que la gente no se proponga ser feliz únicamente en Navidad y que, por el contrario, la Navidad constituya el hermoso preludio de una vida pacífica, armoniosa y esperanzadora para todos. Ojalá lleguemos a ver esa Navidad en la que todos los hombres sean amigos y la bondad se pueda transmitir de mano en mano, aliada con la alegría.

Pese a todo, no cabe duda de que, a lo largo de estos días, hay buenos motivos para sentirse felices. El corazón reparte alegrías y trae un poco de magia a nuestras vidas. Os deseo a todos una muy feliz Navidad, en la forma y estilo que queráis vivirla. Y sólo os pido una cosa: que siempre conservéis el espíritu de ese niño que durante un tiempo fuisteis, y mantengáis intacta la ilusión por las cosas, que a todos nos acompaña en la infancia.

Muchas gracias y buenas noches.»

Beatriz (Juarros) Rico – Gijón, 23 de diciembre de 2004