Categoría: Vaticano (Santa Sede)

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Santa Sede – Papa Francisco – Homilía de la Santa Misa de Nochebuena y Natividad del Señor 24/12/2014

25 Dic 14
Presidencia FEB
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Santa Sede – Papa Francisco
Homilía de la Santa Misa de Nochebuena y Natividad del Señor
24 de diciembre de 2014

Escudo papal de Francisco (Jorge Mario Bergoglio)

Escudo papal de
Francisco

Basílica de San Pedro – Miércoles 24 de diciembre de 2014

«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras y una luz les brilló» (Is 9,1). «Un ángel del Señor se les presentó [a los pastores]: la gloria del Señor los envolvió de claridad» (Lc 2,9). De este modo, la liturgia de la santa noche de Navidad nos presenta el nacimiento del Salvador como luz que irrumpe y disipa la más densa oscuridad. La presencia del Señor en medio de su pueblo libera del peso de la derrota y de la tristeza de la esclavitud, e instaura el gozo y la alegría.

También nosotros, en esta noche bendita, hemos venido a la casa de Dios atravesando las tinieblas que envuelven la tierra, guiados por la llama de la fe que ilumina nuestros pasos y animados por la esperanza de encontrar la «luz grande». Abriendo nuestro corazón, tenemos también nosotros la posibilidad de contemplar el milagro de ese niño-sol que, viniendo de lo alto, ilumina el horizonte.

El origen de las tinieblas que envuelven al mundo se pierde en la noche de los tiempos. Pensemos en aquel oscuro momento en que fue cometido el primer crimen de la humanidad, cuando la mano de Caín, cegado por la envidia, hirió de muerte a su hermano Abel (cf. Gn 4,8). También el curso de los siglos ha estado marcado por la violencia, las guerras, el odio, la opresión. Pero Dios, que había puesto sus esperanzas en el hombre hecho a su imagen y semejanza, aguardaba pacientemente. Dios esperaba. Esperó durante tanto tiempo, que quizás en un cierto momento hubiera tenido que renunciar. En cambio, no podía renunciar, no podía negarse a sí mismo (cf. 2 Tm 2,13). Por eso ha seguido esperando con paciencia frente a la corrupción de los hombres y de los pueblos. La paciencia de Dios. Qué difícil es entender esto: la paciencia de Dios con nosotros.

A lo largo del camino de la historia, la luz que disipa la oscuridad nos revela que Dios es Padre y que su paciente fidelidad es más fuerte que las tinieblas y que la corrupción. En esto consiste el anuncio de la noche de Navidad. Dios no conoce los arrebatos de ira y la impaciencia; está siempre ahí, como el padre de la parábola del hijo pródigo, esperando atisbar a lo lejos el retorno del hijo perdido; y todos los días, pacientemente. La paciencia de Dios.

La profecía de Isaías anuncia la aparición de una gran luz que disipa la oscuridad. Esa luz nació en Belén y fue recibida por las manos tiernas de María, por el cariño de José, por el asombro de los pastores. Cuando los ángeles anunciaron a los pastores el nacimiento del Redentor, lo hicieron con estas palabras: «Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12). La «señal» es precisamente la humildad de Dios, la humildad de Dios llevada hasta el extremo; es el amor con el que, aquella noche, asumió nuestra fragilidad, nuestros sufrimientos, nuestras angustias, nuestros anhelos y nuestras limitaciones. El mensaje que todos esperaban, que buscaban en lo más profundo de su alma, no era otro que la ternura de Dios: Dios que nos mira con ojos llenos de afecto, que acepta nuestra miseria, Dios enamorado de nuestra pequeñez.

Esta noche santa, en la que contemplamos al Niño Jesús apenas nacido y acostado en un pesebre, nos invita a reflexionar. ¿Cómo acogemos la ternura de Dios? ¿Me dejo alcanzar por él, me dejo abrazar por él, o le impido que se acerque? «Pero si yo busco al Señor» –podríamos responder–. Sin embargo, lo más importante no es buscarlo, sino dejar que sea él quien me busque, quien me encuentre y me acaricie con cariño. Ésta es la pregunta que el Niño nos hace con su sola presencia: ¿permito a Dios que me quiera?

Y más aún: ¿tenemos el coraje de acoger con ternura las situaciones difíciles y los problemas de quien está a nuestro lado, o bien preferimos soluciones impersonales, quizás eficaces pero sin el calor del Evangelio? ¡Cuánta necesidad de ternura tiene el mundo de hoy! Paciencia de Dios, cercanía de Dios, ternura de Dios.

La respuesta del cristiano no puede ser más que aquella que Dios da a nuestra pequeñez. La vida tiene que ser vivida con bondad, con mansedumbre. Cuando nos damos cuenta de que Dios está enamorado de nuestra pequeñez, que él mismo se hace pequeño para propiciar el encuentro con nosotros, no podemos no abrirle nuestro corazón y suplicarle: «Señor, ayúdame a ser como tú, dame la gracia de la ternura en las circunstancias más duras de la vida, concédeme la gracia de la cercanía en las necesidades de los demás, de la humildad en cualquier conflicto».

Queridos hermanos y hermanas, en esta noche santa contemplemos el misterio: allí «el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1). La vio la gente sencilla, dispuesta a acoger el don de Dios. En cambio, no la vieron los arrogantes, los soberbios, los que establecen las leyes según sus propios criterios personales, los que adoptan actitudes de cerrazón. Miremos al misterio y recemos, pidiendo a la Virgen Madre: «María, muéstranos a Jesús».

Firma del Papa Francisco (Jorge Mario Bergoglio)

© Dicastero per la Comunicazione – Libreria Editrice Vaticana

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Santa Sede – Papa Francisco – Homilía de la Santa Misa de Nochebuena y Natividad del Señor 24/12/2013

25 Dic 13
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Santa Sede – Papa Francisco
Homilía de la Santa Misa de Nochebuena y Natividad del Señor
24 de diciembre de 2013

Escudo papal de Francisco (Jorge Mario Bergoglio)

Escudo papal de
Francisco

Basílica de San Pedro – Martes 24 de diciembre de 2013

1. «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1).

Esta profecía de Isaías no deja de conmovernos, especialmente cuando la escuchamos en la Liturgia de la Noche de Navidad. No se trata sólo de algo emotivo, sentimental; nos conmueve porque dice la realidad de lo que somos: somos un pueblo en camino, y a nuestro alrededor –y también dentro de nosotros– hay tinieblas y luces. Y en esta noche, cuando el espíritu de las tinieblas cubre el mundo, se renueva el acontecimiento que siempre nos asombra y sorprende: el pueblo en camino ve una gran luz. Una luz que nos invita a reflexionar en este misterio: misterio de caminar y de ver.

Caminar. Este verbo nos hace pensar en el curso de la historia, en el largo camino de la historia de la salvación, comenzando por Abrahán, nuestro padre en la fe, a quien el Señor llamó un día a salir de su pueblo para ir a la tierra que Él le indicaría. Desde entonces, nuestra identidad como creyentes es la de peregrinos hacia la tierra prometida. El Señor acompaña siempre esta historia. Él permanece siempre fiel a su alianza y a sus promesas. Porque es fiel, «Dios es luz sin tiniebla alguna» (1 Jn 1,5). Por parte del pueblo, en cambio, se alternan momentos de luz y de tiniebla, de fidelidad y de infidelidad, de obediencia y de rebelión, momentos de pueblo peregrino y momentos de pueblo errante.

También en nuestra historia personal se alternan momentos luminosos y oscuros, luces y sombras. Si amamos a Dios y a los hermanos, caminamos en la luz, pero si nuestro corazón se cierra, si prevalecen el orgullo, la mentira, la búsqueda del propio interés, entonces las tinieblas nos rodean por dentro y por fuera. «Quien aborrece a su hermano –escribe el apóstol San Juan– está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe adónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos» (1 Jn 2,11). Pueblo en camino, sobre todo pueblo peregrino que no quiere ser un pueblo errante.

2. En esta noche, como un haz de luz clarísima, resuena el anuncio del Apóstol: «Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres» (Tt 2,11).

La gracia que ha aparecido en el mundo es Jesús, nacido de María Virgen, Dios y hombre verdadero. Ha venido a nuestra historia, ha compartido nuestro camino. Ha venido para librarnos de las tinieblas y darnos la luz. En Él ha aparecido la gracia, la misericordia, la ternura del Padre: Jesús es el Amor hecho carne. No es solamente un maestro de sabiduría, no es un ideal al que tendemos y del que nos sabemos por fuerza distantes, es el sentido de la vida y de la historia que ha puesto su tienda entre nosotros.

3. Los pastores fueron los primeros que vieron esta “tienda”, que recibieron el anuncio del nacimiento de Jesús. Fueron los primeros porque eran de los últimos, de los marginados. Y fueron los primeros porque estaban en vela aquella noche, guardando su rebaño. Es condición del peregrino velar, y ellos estaban en vela. Con ellos nos quedamos ante el Niño, nos quedamos en silencio. Con ellos damos gracias al Señor por habernos dado a Jesús, y con ellos, desde dentro de nuestro corazón, alabamos su fidelidad: Te bendecimos, Señor, Dios Altísimo, que te has despojado de tu rango por nosotros. Tú eres inmenso, y te has hecho pequeño; eres rico, y te has hecho pobre; eres omnipotente, y te has hecho débil.

Que en esta Noche compartamos la alegría del Evangelio: Dios nos ama, nos ama tanto que nos ha dado a su Hijo como nuestro hermano, como luz para nuestras tinieblas. El Señor nos dice una vez más: “No teman” (Lc 2,10). Como dijeron los ángeles a los pastores: “No teman”. Y también yo les repito a todos: “No teman”. Nuestro Padre tiene paciencia con nosotros, nos ama, nos da a Jesús como guía en el camino a la tierra prometida. Él es la luz que disipa las tinieblas. Él es la misericordia. Nuestro Padre nos perdona siempre. Y Él es nuestra paz. Amén.

Firma del Papa Francisco (Jorge Mario Bergoglio)

© Dicastero per la Comunicazione – Libreria Editrice Vaticana

Publicaciones 2012 – Papa Benedicto XVI – La infancia de Jesús

21 Nov 12
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La infancia de Jesús, de Joseph Ratzinger. ©Editorial Planeta SAHoy, 21 de noviembre de 2012, se ha puesto a la venta en todo el mundo el último libro escrito por Joseph Ratzinger, el Papa Benedicto XVI, titulado «La infancia de Jesús», que en España ha sido editado por Editorial Planeta.

De dicho libro, sin tenerlo todavía en nuestras manos, ocupadas estos días en rematar los belenes que se expondrán la próxima Navidad, hemos tenido noticia a través de los medios de comunicación, ya que estos se han puesto en contacto con nosotros, los belenistas, para recabar nuestra opinión sobre una de las ideas que desarrolla el libro: que en el lugar donde nació Jesús no había ni buey ni mula. Y fuera cual fuera el medio, esa ha sido la pregunta, lo cual nos parece llamativo (que hablen con nosotros y de nosotros aunque sea mal, pero que hablen).

La cuestión versaba sobre si íbamos a retirar dichas figuras de los belenes, ya que el Papa ha escrito lo que ha escrito. La respuesta ha sido sencilla: que no habíamos leido el libro, pero que no íbamos a retirar ni el buey ni la mula de nuestros belenes, dado lo avanzado de los trabajos cara a Navidad.

Hemos de reconocer que nos alegra que los medios nos hagan caso (el poco que nos hacen suele ser en fechas más cercanas a Navidad que estas en las que nos encontramos), pero a la vez también nos entristece su falta de cultura belenista y religiosa. Con poca investigación, o contrastando información, habrían descubierto que muchos estudiosos del belén y de los evangelios ya hablaban que tanto el buey como la mula aparecen en la iconografía del Misterio varios siglos más tarde del nacimiento de Jesús y con un sentido catequético.

Pero también nos sorprende que no hayan revisado bibliografía anterior de Joseph Ratzinger, en la que ya, antes de ser Papa, había tratado este tema. También es sorprendente que, sabiendo los medios que Benedicto XVI era, y es, uno de los grandes teólogos de la actualidad, y siendo conocedores de la habitual profundidad de sus textos, se hayan quedado casi unánimemente con un detalle en lo que entendemos será un brillante libro.

Terminamos estas líneas con un extracto del libro de Joseph Ratzinger «El rostro de Dios», una monografía editada por Ediciones Sigueme en 1983, ISBN 84-301-0909-9, y escrita mientras era el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en la que ya nos hablaba sobre el tema que nos está preguntando la prensa. Tras ella os pondremos enlaces de los medios con el tratamiento que han dado a este libro.


El Buey y el Asno en el Pesebre (meditación extraida de «El rostro de Dios»)

La antigua fiesta de los cristianos no es la Navidad, sino la Pascua: solamente la resurrección del Señor constituyó el alumbramiento de una nueva vida y, así, el comienzo de la Iglesia. Por eso ya Ignacio de Antioquía (+ lo más tarde el 117 después de Cristo) llama cristianos a quienes «no observan ya el sábado, sino que viven según el día del Señor» [1]: Ser cristiano significa vivir Pascualmente a partir de la resurrección, la cual es celebrada semanalmente en la festividad Pascual del domingo. Que Jesús nació el 25 de diciembre lo afirmó ya con seguridad por primera vez Hipólito de Roma, en su comentario de Daniel, escrito más o menos en el año 204 después de Cristo; el investigador que trabaja en Basilea, Bo Reicke, basándose en ciertos indicios, cree poder demostrar que ya Lucas en su evangelio presupone el día 25 de diciembre como el día del nacimiento de Jesús: en ese día se celebraba entonces la fiesta de la consagración del templo, establecida por Judas Macabeo en el año 164 antes de Cristo, y la fecha natal de Jesús simbolizaría de esta manera que, con él, como verdadera luz de Dios que irrumpe en la noche del invierno, se operó realmente la consagración del templo, la llegada de Dios a esta tierra [2].

I

Sea lo que fuere de esto, lo cierto es que la verdadera figura que le corresponde la recibió la fiesta de Navidad por primera vez en el siglo IV, cuando arrumbó la festividad romana del Dios-Sol invicto y presentó el nacimiento de Cristo como la victoria de la verdadera luz; que en esta refundición de una fiesta pagana en una solemnidad cristiana se tomaron asimismo antiguos elementos de la tradición judeo-cristiana, se hace patente por las informaciones de Bo Reicke.

Sin embargo, el especial calor humano que tanto nos conmueve en la fiesta de Navidad y que incluso en los corazones de la cristiandad ha sobrepujado a la Pascua, se desarrolló por primera vez en la edad media, y aquí fue Francisco de Asís el que, partiendo de su profundo amor al hombre Jesús hacia el Dios-con-nosotros, contribuyó a introducir esta novedad. Su primer biógrafo, Tomás de Celano, nos cuenta en su segunda biografía lo siguiente: «Más que ninguna otra fiesta celebraba él la Navidad con una alegría indescriptible. Él afirmaba que ésta era la fiesta de las fiestas, pues en ese día Dios se hizo un niño pequeño y se alimentó de leche del pecho de su madre, lo mismo que los demás niños. Francisco abrazaba –¡y con qué delicadeza y devoción!– las imágenes que representaban al niño Jesús y lleno de afecto y de compasión, como los niños, susurraba palabras de cariño. El nombre de Jesús era en sus labios dulce como la miel» [3].

De tales sentimientos procedió la famosa celebración de la Navidad en Greccio, a la cual le pudieron animar e incitar su visita a la tierra santa y al Pesebre que se halla en Santa María la Mayor en Roma; pero lo que sin duda influyó más en él fue el deseo de más cercanía, de más realidad. Y le movió asimismo a ello el deseo de hacer presente a Belén, de experimentar directamente la alegría del nacimiento del niño Jesús y de comunicar esa alegría a sus amigos.

De esa noche del Pesebre nos habla Celano en la primera biografía, de tal manera que conmovió cada vez más a los hombres y, al mismo tiempo, contribuyó decisivamente a que pudiera desarrollarse y extenderse esta hermosísima costumbre de la Navidad: la de montar «belenes» o «nacimientos».

Un curioso dato de esa noche me parece especialmente digno de ser mencionado. La región de Greccio había sido puesta a disposición de los pobres de Asís por un señor noble llamado Juan, del cual refiere Celano que, a pesar de su alta alcurnia y de su destacada posición, «no daba ninguna importancia a la nobleza de la sangre y sí mucha a la del alma que trataba de alcanzar». Por eso se había granjeado el amor de Francisco [4].

De ese Juan nos cuenta Celano que, en aquella noche, se le otorgó la gracia de una visión. Vio que en el Pesebre yacía un pequeño niño inmóvil, el cual se despertó de su sueño al aproximarse san Francisco: «Esta visión correspondía –dice Celano– a lo que efectivamente ocurrió, pues el niño Jesús se hallaba dormido a la sazón por estar olvidado en muchos corazones. Pero, a través de su siervo Francisco, se despertó el recuerdo de él y se imprimió imperecederamente en su memoria» [5].

En esta imagen describe con toda exactitud la nueva dimensión que Francisco otorgó a la fiesta cristiana de la Navidad mediante su fe que penetraba en los corazones y en sus sentimientos más profundos: el descubrimiento de la revelación de Dios, que radica en el niño Jesús. Por ello se convirtió realmente en el «Emmanuel», en el Dios con nosotros, del cual no nos separa ningún obstáculo de sublimidad o lejanía: como niño, se aproximó tanto a nosotros que le podemos tratar sin rodeos de tú y, como nos acercamos al corazón de un niño, podemos tratarle con la confianza del tuteo.

En el niño Jesús se hace patente, más que en ninguna otra parte, la indefensión del amor de Dios: Dios viene sin armas, porque no pretende asaltar desde fuera, sino conquistar desde dentro y transformar a partir de dentro. Si algo puede desarmar y vencer a los hombres, su vanidad, su sentido de poder o su violencia, así como su codicia, eso es la impotencia de un niño. Dios eligió esa impotencia para vencernos y para hacernos entrar dentro de nosotros mismos.

Pero no olvidemos en este punto que el mayor título de dignidad de Jesucristo es el de «hijo», hijo de Dios; la dignidad divina se describe mediante una palabra que muestra a Jesús como un niño (= Hijo) que siempre ha de permanecer como tal. Su ser-niño se halla en una única y particularísima correspondencia con su divinidad, que es la divinidad del «Hijo». Así su condición de niño es la orientación de cómo podemos llegar a Dios, a la divinización. A partir de ahí es como hay que entender aquellas palabras: «Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos (Mt 18, 3).

El que no haya entendido el misterio de la Navidad, no ha entendido lo que es más decisivo y fundamental en el ser cristiano. El que no ha aceptado eso, no puede entrar en el reino de los cielos. Esto es lo que Francisco pretendía recordar a la cristiandad de su época y a la de todos los tiempos posteriores [6].

II

En la cueva de Greccio, por indicación de Francisco, se pusieron aquella noche un buey y un asno [7]. Efectivamente, él había dicho al noble Juan:

«Desearía provocar el recuerdo del niño Jesús con toda la realidad posible, tal como nació en Belén y expresar todas las penas y molestias que tuvo que sufrir en su niñez. Desearía contemplar con mis ojos corporales cómo era aquello de estar recostado en un Pesebre y dormir sobre las pajas entre un buey y un asno» [8].

Desde entonces, un buey y un asno forman parte de la representación del Pesebre o nacimiento. ¿Pero de dónde proceden propiamente estos animales? Los relatos de la Navidad del nuevo testamento no nos narran nada acerca de esto. Pero, si profundizamos esta cuestión, topamos con un hecho que es importante para todas las costumbres navideñas y sobre todo para la piedad Navideña y Pascual de la Iglesia en la liturgia y al mismo tiempo en los usos populares.

El buey y el asno no son simples productos de la fantasía; se han convertido, por la fe de la Iglesia, en la unidad del antiguo y nuevo testamento, en los acompañantes del acontecimiento navideño. En efecto, en Is 1, 3 se dice concretamente: «Conoce el buey a su dueño, y el asno el Pesebre de su amo, pero Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento».

Los Padres de la Iglesia vieron en esas palabras una profecía que apuntaba al nuevo pueblo de Dios, a la Iglesia de los judíos y de los cristianos [9]. Ante Dios, eran todos los hombres, tanto judíos como paganos, como bueyes y asnos, sin razón ni conocimiento. Pero el Niño, en el Pesebre, abrió sus ojos de manera que ahora reconocen ya la voz de su dueño, la voz de su Señor.

En las representaciones medievales de la Navidad, no deja de causar extrañeza hasta qué punto ambas bestezuelas tienen rostros casi humanos, y hasta qué punto se postran y se inclinan ante el misterio del Niño como si entendieran y estuvieran adorando. Pero esto era lógico, puesto que ambos animales eran como los símbolos proféticos tras los cuales se oculta el misterio de la Iglesia, nuestro misterio, puesto que nosotros somos buey y asno frente a lo eterno, buey y asno cuyos ojos se abren en la nochebuena de forma que, en el Pesebre, reconocen a su Señor.

III

¿Pero le reconocemos realmente? Cuando nosotros ponemos el buey y el asno en el portal, deben venirnos a la memoria aquellas palabras de Isaías, las cuales no son sólo evangelio –promesa de un conocimiento que nos ha de llegar– sino también juicio por nuestra ceguera actual. El buey y el asno conocen, pero «Israel no tiene conocimiento, mi pueblo no tiene inteligencia».

¿Quién es hoy el buey y el asno, quién «mi pueblo», que está sin inteligencia? ¿En qué se conoce al buey y al asno y en qué a «mi pueblo»? ¿Por qué se da el fenómeno de que la irracionalidad conoce y la razón se halla ciega?

Para encontrar una respuesta, debemos volvernos nuevamente, con los Padres de la Iglesia, a la primera Navidad. ¿Quién es el que no conoció? ¿Y quién conoció? ¿Y por qué ocurrió así?

Ahora bien, el que no conoció fue Herodes, el cual tampoco comprende nada cuando se le anuncia el nacimiento del Niño. Sólo sabe de su afán de dominio y de su ambición de mando y de la manía persecutoria correspondiente y, por ello, se hallaba profundamente cegado (Mt 2, 3). El que no conoció fue también «todo Jerusalén con él» (Ibid.). Quienes no conocieron fueron los hombres vestidos lujosamente, las gentes importantes (Mt 11, 8). Los que no conocieron fueron los señores sabihondos, los entendidos en Biblia, los especialistas en la interpretación de la sagrada Escritura, los cuales conocían con exactitud los pasajes de la Biblia, y, sin embargo, no entendían una palabra (Mt 2, 6).

Los que conocieron, comparados con esta famosa gentecilla del «buey y el asno» fueron: los pastores, los magos, María y José. ¿Podía ser de otra manera? En el establo donde él se encuentra no se ve gente fina, allí están como en su casa el buey y el asno.

¿Pero qué es lo que ocurre con nosotros? ¿Nos hallamos tan alejados del establo porque somos demasiado finos y demasiado sesudos para ello? ¿No nos enredamos también nosotros en sabihondas interpretaciones de la Biblia, en pruebas de la autenticidad o inautenticidad, de forma que nos hemos hecho ciegos para el Niño y no percibimos ya nada de él? ¿No estamos demasiado en «Jerusalén», en el palacio, encasillados en nosotros mismos, en nuestra propia gloria, en nuestras manías persecutorias para que podamos oír en seguida la voz de los ángeles, acudir al Pesebre y ponernos a adorar?

Así en esta noche nos contemplan los rostros del buey y del asno que nos interrogan: mi pueblo carece de inteligencia, ¿no comprendes tú la voz de tu Señor? Cuando nosotros colocamos las figuras que nos son familiares en el Pesebre, debemos pedir a Dios que otorgue a nuestros corazones aquella simplicidad o sencillez que sabe descubrir en el niño al Señor, tal como lo hizo, en tiempos, Francisco en Greccio. Entonces nos podría ocurrir lo que nos cuenta Celano, con unas palabras muy similares a las de san Lucas acerca de los pastores de la primera nochebuena (Lc 2, 20), sobre los que participaron en la celebración de Greccio: todos regresaban a sus casas llenos de alegría [10].

Joseph Aloisius Ratzinger

Notas

[1] Ignacio de Antioquía, Carta a los magnesios, 3, 1.

[2] B. Reicke, Jahresfeier und Zeitenwende im Judentum und Christentum der Antike: TThQ 150 (1970) 321- 334. Las perspectivas de este artículo, que echa por tierra el consenso habido hasta ahora de los investigadores sobre el origen de la Navidad y de la epifanía, parece que apenas han conseguido acceso en el campo de la ciencia litúrgica.

[3] II Cel 151, 199, edición alemana: E. Grau, Thomas von Celano, Leben und Wunder des heiligen Franziscus von Assisi, Werl I. W., 1964. Las citas del libro han sido traducidas de nuevo por mí.

[4] I Cel 30, 84. Sobre el origen de los nacimientos: Dom Gougaud, La crèche de Nöel avant Francois d´Assise: RevScRel 2 (1922) 26-34.

[5] I Cel 30, 86.

[6] Cf. J. Ratzinger, El Dios de Jesucristo, Salamanca 1981; A. Schilson, Gott kommt als Kind, Freiburg 1977.

[7] En los países de habla hispana, solemos decir «el buey y la mula» o incluso «el buey y el burro» en vez de «el buey y el asno». Esto hay que tenerlo en cuenta muy particularmente en las alusiones que se hacen a la Biblia, que no se ajustan a la «mula», sino al «asno».

[8] I Cel 30, 84.

[9] J. Ziegler, Ochs und Esel an der Krippe. Biblisch-patristiqueErwägungen zu Is 1, 3 und Hab 3,2 (LXXX): MThZ 3 (1952) 385-402.

[10] I Cel 30, 86.


Referencias al libro en prensa y portales web (última actualización 18/01/2013)

20/11/2012 / 12:16h – 20 minutos: El papa dice que el nacimiento virginal de Jesús no es un mito, sino una verdad «sin reservas»
20/11/2012 / 19:51h – La Vanguardia: Jesús no nació junto a un buey y una mula, según el Papa
21/11/2012 / 01:16h – El País: El Papa afirma que no había ni mula ni buey en el portal de Belén
21/11/2012 / 02:27h – ABC: El Papa afirma que las narraciones de la infancia de Jesús son «historia real y sucedida»
21/11/2012 / 10:51h – El Periódico: El Papa dice que en el pesebre no había ni buey ni mula
21/11/2012 / 11:01h – Diario de Navarra: El Papa dice que en el portal no estaban el buey ni la mula
21/11/2012 / 11:50h – Sur: Ni mula ni buey: el Papa pone patas arriba el portal de Belén
21/11/2012 / xx:xxh – Te Interesa: El Papa no quiere se quite a la mula y al buey del portal de Belén
22/11/2012 / 02:52h – ABC: ¿Debemos quitar la mula y el buey del Belén esta Navidad?
23/11/2012 / 02:57h – ABC: Los obispos «absuelven» a la mula y el buey en el Belén
23/11/2012 / 05:01h – Diario de Cádiz: «Si nos ponemos así, los Reyes Magos tampoco fueron tres»
23/11/2012 / 16:10h – Las Provincias: El Papa dice que no había ni mula ni buey en el portal de Belén
24/11/2012 / xx:xxh – Religión en Libertad: ¿Creemos en Jesús o en la mula y el buey?
28/11/2012 / xx:xxh – Religión en Libertad: ¡Del belén que ha montado el Papa con la mula y con el buey!
02/12/2012 / 12:20h – El Mundo: Los Reyes Magos eran andaluces
03/12/2012 / 13:50h – ABC: Los Reyes Magos no venían de Oriente… ¡eran andaluces!
03/12/2012 / 19:01h – La Vanguardia: El Papa afirma que los Reyes Magos provenían de Andalucía
03/12/2012 / 20:57h – El Periódico: Los Reyes Magos eran andaluces, según el papa Benedicto
04/12/2012 / 01:13h – 20 minutos: Los Reyes Magos provenían de Andalucía, según el Papa
04/12/2012 / 03:44h – ABC: Ni mula, ni buey y los reyes, de Andalucía
04/12/2012 / 17:37h – ABC: Los Reyes Magos no tienen «pedigrí» andaluz
27/12/2012 / xx:xxh – Gloria TV: Al final ¿qué es lo que efectivamente dijo el Papa sobre la mula y el buey?
05/01/2013 / xx:xxh – Religión en Libertad: Los Reyes Magos, según Benedicto XVI: ¿Sabios de Persia o reyes de Tarsis?
18/01/2013 / 17:13h – Diócesis de Huelva: ¿Hubo un Rey Mago de Tartessos?