En cada casa un Nacimiento, por Andrés L. Cañadas
(Artículo publicado en la revista El Pastor de Nochebuena n.º 1 (2001) de la Asociación Belenista de El Burgo de Osma)
Como un remanso de paz en este agitado tiempo que nos ha tocado vivir, cada año, con la llegada del mes de diciembre, se produce, por todos los rincones de nuestro país, el feliz reencuentro con la entrañable costumbre de la instalación de Pesebres, Belenes o Nacimientos, cada uno con su peculiar estilo según el lugar, pero con la finalidad esencial de conmemorar un acontecimiento que marcó la historia de la humanidad y que no es otro que el Nacimiento, en la pequeña aldea de Belén de Judá, del Hijo de Dios.
Así viene siendo desde la noche de los tiempos, como lo corroboran testimonios tales como el más antiguo de los textos navideños conocidos conservado, la antifona «Hodie Cantandus» de Tutilón de San Galo; y así permanece la tradición, recobrada y fortalecida tras unos años en que, con la irrupción en nuestra sociedad de manifestaciones foráneas, llegó a temerse incluso por la desaparición de esta piadosa costumbre, cuyos orígenes sitúan algunos estudiosos en la Iglesia de los Padres Jesuitas, de Praga, en el año 1562, seguida pocos años más tarde –en 1567- en la casa de la Duquesa de Amalfi, en lo que podría considerarse el primer Belén familiar y que en lo que a España se refiere parece tener el primer testimonio documentado en la Iglesia de los Teatinos de Barcelona en 1666.
Con la representación plástica del Nacimiento de Jesús, en templos y hogares; promovidos por instituciones o por la espontánea iniciativa particular; a la que sumarían la maestría de su arte, en su época, imagineros como la «Roldana» o José Risueño, Francisco Salzillo, Pedro Duque Cornejo o Ramón Amadeu, por citar tan solo algunos de los más representativos y de la que, a lo largo y ancho de la geografía hispana, existen magníficas obras como los Nacimientos de Salzillo, sin duda el prototipo de todos ellos, o los de la Catedral de León, el Hospital Provincial de Palma de Mallorca, la Iglesia parroquial de Melgar, en Burgos, o el Convento de las Agustinas Recoletas, de Salamanca; y el llamado «Belén del Príncipe», que Carlos III hiciera traer desde la fabrica italiana de Capodimonte, para su hijo que posteriormente reinaría como Carlos IV, 0 la maravillosa «Montaña de Coral», del Monasterio de las Descalzas Reales, en Madrid, entre otros, se ha querido recrear siempre el sublime instante de la venida de Jesús al mundo, teniendo como testigos a unos humildes pastores mientras los ángeles enviaban su mensaje de paz en la tierra a todos los hombres de buena voluntad…
Y en esta hermosa tarea de preservar la tradición que hasta nosotros, según testimonios, trajeran los Padres Franciscanos, qué duda cabe que las asociaciones de belenistas o de pesebristas, cuantos en ellas se integran, quienes se afanan año tras año en crear auténticas obras de arte para representar el Nacimiento del Hijo de Dios, sacando del viejo arcón o de un rincón del armario las figuritas de barro que celosamente conservan, de padres a hijos, como un legado precioso, son los artífices auténticos de que hoy como ayer se siga produciendo el milagro de unir las familias al amor de la lumbre, de ese calor humano que acerca e iguala, que abre los corazones y que predispone al entendimiento entre todos los seres, sea cual sea su condición y procedencia.
Con la sencilla tarea de montar el Pesebre, el Belén o el Nacimiento, cuando se coloca el tablero o se habilita un lugar sobre el aparador con la misma finalidad, al extender el serrín o crear mágicas montañas con papel encolado o con corcho, al poner papel plateado como si fuera el agua del río o el cristal transparente con idéntico fin, al ir repartiendo las figuras por la efimera geografía creada en un minimo espacio, no sólo se está produciendo un verdadero trabajo artístico, que eso dependerá de la más o menos depurada técnica belenista del autor, siempre valioso en todo caso, sino que se está propiciando el clima adecuado para que puedan erradicarse de entre nosotros el odio, la violencia y la injusticia.
Esa es, verdaderamente, la importancia de la tarea que vienen llevando a cabo, en Cataluña o las Canarias, en Andalucía o en las dos Castillas, en el País Vasco o en Galicia, en Mallorca o Extremadura, en el archipiélago Balear o en el Levante, en todos los rincones de España, en suma, las asociaciones que promueven y fomentan la piadosa tradición del Pesebre, el Belén o el Nacimiento, quienes en esta época del año se convierten, con sus públicas o domésticas representaciones, en heraldos de buena voluntad, cuyo ejemplo debiera prender y permanecer todo el año…
Andrés L. Cañadas – Periodista
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Etiquetas: Cultura belenista
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