Paganismo y belén, por D. Angelo Stefanucci
Un testimonio precioso de la difusión del belén entre los pueblos bárbaros en los albores del cristianismo nos lo proporciona la caja-estuche para joyas llamada de Franks (Franks Casket, donada por Sir Augustus Wollaston Franks al British Museum de Londres).
Su inspirado artífice, que pertenece al siglo VIII -siendo por tanto anterior a la difusión del cristianismo entre los germanos-, todavía bajo la influencia de las sagas nórdicas, si bien ya conquistado por la dulce religión de Cristo, no pudo sustraerse a la idea sugestiva de unir en un solo cuadro el paganismo en decadencia y el cristianismo surgente. Y echando mano de sus buriles esculpió en bajorrelieve una doble escena sobre una tablilla de marfil. En la parte izquierda -quizás sea reminiscencia del poema anglosajón Beowulf– representó la feroz saga del herrero Wieland. El rey Godhhadd encerró en la prisión al herrero después de haberle hecho cortar los tendones del pie para impedirle la fuga. Pero dos siervos, movidos a compasión del aherrojado héroe, arrancaron las plumas a unos cisnes, confeccionaron con ellas una camisa con alas e hicieron posible la huida al prisionero. Una vez en libertad Wieland, sediento de venganza, atrajo al hijo del rey a una emboscada y lo estranguló, Con eso no quedó aún satisfecho: cortó la cabeza al príncipe, fabricó con el cráneo una copa y en ella dio de beber el vino de la amistad a la inconsciente hija de Godhhadd y hermana del asesinado.
La horrible leyenda de venganza y sangre debía estar bastante difundida en aquel tiempo, quizás tanto como las famosas sagas nibelúngicas. El artífice quiso presentarla, al par de aquella otra pacífica, en la que tres reyes deponen en acto de amor, dedición y esperanza, sus dones a los pies de una tierna criatura. No es posible dudar de la eficacia de esta muda catequesis en los corazones de quienes la recogieran. La nueva “Leyenda de los héroes” del belén navideño había superado y vencido ya a las antiguas sagas salvajes y feroces, demostrando claramente que la idea del pesebre y la traducción de este en estéticas manifestaciones de arte y sentimiento, tienen la misma antigüedad que el cristianismo en todos los países.
En la escena de la izquierda se ve, pues, al herrero que ofrece la macabra copa a la princesa, mientras su hermano yace decapitado a sus pies y los dos siervos arrancan plumas a los mentados cisnes. En la de la derecha, los Reyes Magos ofrendan sus dones al Dios Niño, el cual sostenido por la Virgen María se nos muestra en la casa de la que habla el Evangelio. La estrella brilla en el cielo.
En torno giran las runas, antiquísimos caracteres de escritura germánica con los que, sobre tablillas y sobre la corteza de los árboles, se componían sortilegios y de los cuales brotó el anguloso gótico alemán. Dicen así: Hronaes ban (esto es: el cuerpo [¿los huesos?] de la ballena), a la izquierda; arriba: fisc-flodu ahof om ferg enbyrig (alzóse la onda del mar sobre la selvática montaña); abajo, y a leer de derecha a izquierda: warth gasric grorn thaer he on greut giswom (el mar subió de nivel cuando ella quedó varada en la orilla). Se trata, acaso, de fragmentos de una antigua canción germánica o de la historia de Jonás y la ballena. Junto a la estrella se lee: Magos. El espacio blanco superior que falta en el original indica el lugar de la cerradura; los laterales, probablemente el de las charnelas.
La sencilla descripción hecha de esta placa de marfil del British Museum, demuestra una vez más que el belén, por lo que hace a sus formas exteriores, ahinca sus raíces en el antiquísimo paganismo, al tiempo que está empapada su esencia del más puro espíritu cristiano.
Angelo Stefanucci
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