En la tarde-noche de hoy, viernes 18 de diciembre de 1992, ante el numerosísimo público que llenaba el Auditorio de la CAM de Alicante, en un acto amenizado por la Coral Stella Maris, Dª. Pirula Arderius Casas, popular periodista del diario «Información» de Alicante, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.
«Justo en el espacio contiguo a la magnífica crítica que obtendría el Orfeón «Stella Maris» en su concierto correspondiente a la campaña navideña «Paz en la tierra», se recogía el paso del economista Funes Robert que vino a recordar a los alicantinos la valoración del cuarto plan de estabilización, instrumentado a través de restricciones crediticias en el interior, y dificultades en la importación a través del depósito previo junto con restricciones de gasto público. Desde Bilbao, monseñor Cirarda deploraba la violencia; Gran Bretaña inicia la primera campaña contra el tabaco y, según aseguran, el gobierno polaco congela los precios.
Era el 24 de diciembre de 1970, fecha del primer Pregón de Navidad instituido en Alicante por la Asociación de Belenistas. 1970 años antes, en un pueblecito llamado Belén y en esta misma fecha, se pregonaba la llegada de Jesucristo a la tierra. La noticia tenía como directos destinatarios a los pastorcitos y a los tres magos de Oriente, a través de los cánticos de los ángeles y del sendero que marcaba una estrella.
Hay alegría, optimismo. Cristo va a tomar cuerpo humano para ser Dios y hombre -concepto hasta entonces desconocido en la historia de la humanidad-. Los ángeles proclaman paz en la tierra a los hombres que ama el Señor: una nueva dimensión del amor, que es una postura desconocida de Dios respecto al hombre, ya que, repasando todas las mitologías greco-romanas, un Dios que ame como el nuestro es desconocido. Para aquella mentalidad significó embarcarse en la aventura espiritual de lo desconocido.
Los ángeles indican el camino que lleva a Cristo y a quien primero se presentan es a los pastores, que son las capas bajas de la sociedad. Cristo empieza a reconstruir el mundo desde los cimientos. Segunda manifestación, a los magos, la raíz con la copa de la sociedad. Los pilares para la construcción de un edificio.
Belén significa «Casa del Pan». El pan es un alimento fundamental de la sociedad y éste es el tercer fundamento, la sociedad, implicado en el nacimiento de Cristo. El pan es un mensaje, el Nuevo Testamento. Y dentro del Nuevo Testamento están unos biógrafos, que son los cuatro evangelistas, y un hombre que reflexiona en profundidad sobre el mensaje de Cristo, siempre guiado por la inspiración divina, que es San Pablo.
Cristo empezó a valorar al pueblo. Cristo preparó directores de la sociedad, la élite de los magos. Un pueblo sin el pan de las ideas va a la deriva.
Expuestas estas consideraciones, vuelvo a tomar el hilo del pregón como, de alguna forma, crónica periodística y, a través de su técnica intentar aproximarme al relato que un cronista de la época realizaría sobre el gran acontecimiento del nacimiento del Hijo de Dios.
Un cronista de la época debía saber que «Mesías» es la transcripción de una palabra hebrea que significa «ungido» y denotó originalmente a alguien santo, a un rey o sacerdote, a una de esas personas que mantenían la relación con Dios. Al cronista le habrían relatado que, cuando los hebreos perdieron por primera vez su independencia con la Cautividad de Babilonia, centraron todas sus esperanzas en un futuro mejor y dieron así al ideal mesiánico un contenido concreto, en cuanto esperaron el advenimiento del Reino de David y la llegada de una era de prosperidad y poder.
Un analista hubiera podido adivinar que, en la base de las esperanzas del pueblo judío estaban el orgullo nacional y el odio al extraño y que la idea mesiánica no era solamente política: era también una expresión de «hambre y sed de justicia» y suponía el cumplimiento del pacto santificado entre Dios e Israel.
De las voces del pueblo, el columnista hubiera podido constatar que el Mesías que esperaban debía ser algo más que un hombre. Tenía que llevar a una realización plena el imperio de la Ley sobre la Tierra, restaurar el poder de los hebreos y someter a los gentiles, porque los gentiles, como eran paganos, no creían en el verdadero Dios ni practicaban la justicia.
Resulta prácticamente imposible escribir una vida de Jesús que se ajuste a nociones modernas de historia. Pocas cosas pueden establecerse sobre él, ya que los primeros escritores que se dedicaron a dar cuenta de sus actos y comportamiento, no tenían intereses que fueran estrictamente históricos, en el moderno sentido de la palabra. Trataron simplemente de reunir los dichos del que era su Maestro y aquellos episodios de su vida que más contribuyeran a la prueba que estaban ofreciendo de la naturaleza y la finalidad de su misión, centrándose en ciertos temas principales y siguiendo las convenciones literarias de la época.
Podemos sentirnos satisfechos, pues si obtenemos una suficiente aproximación acerca de las fechas de su nacimiento y su muerte y acerca del comienzo y la duración de su predicación.
De variada índole debieron ser los colores de aquella información, sobre el niño-Dios nacido en Belén, preferentemente de carácter oral. Para unos, el punto esencial fue el anuncio de que era hijo de Dios. Otros hablarían de Jesús en relación a la salvación del alma humana individual. Habría quien pondría el acento en el predicador convencido de que el fin del mundo se acercaba y, por supuesto, habría que contar también con los que valoraron el mensaje de Jesús simplemente en función de los problemas políticos de la época, viendo en él la defensa de los derechos de las clases inferiores o un manifiesto de la guerra de clases.
Pocos podían adivinar aquel 24 de diciembre que, aquel niño que estaba recostado en el pesebre, años más tarde hablaría de algo nuevo, de la relación entre Dios y el hombre, definición obtenida por medio de la revelación de un majestuoso plan de la mente divina, comprensivo de la creación, la redención, la salvación y la gloria final.
Las noticias sobre Jesucristo se transmitieron originalmente por un sistema de enseñanza oral, llevada a cabo según reglas definidas y utilizadas por los predicadores cristianos para anunciar sus buenas nuevas a los oyentes de diferentes razas y clases. Llegó el momento, sin embargo, en que quisieron poner estos testimonios por escrito y consiguientemente prepararon una serie de breves libros, siempre con el propósito de difundir el evangelio y de narrar las palabras y los hechos de Jesús, a fin de mostrar quién era.
Sólo más adelante se elaboró este material y se le dio forma, mediante la composición de los evangelios según hoy los poseemos. Esta composición se ajustó a ciertas reglas estructurales de literatura, es decir, a las formas empleadas por los escritos rabínicos del período. Podemos advertir esto mediante comparaciones con escritos judíos contemporáneos y posteriores, con lo cual se explica cómo nuestros evangelistas trabajaron.
Ninguno de ellos se lanzó a componer una historia de Jesús, es decir, una biografía completa con una ordenada cronología. Cada uno de ellos quiso presentar los hechos desde su propio punto de vista y subrayar las cosas que más pudieran interesar a una determinada clase de lector. Hicieron esto adaptándose a la mentalidad y el lenguaje de sus públicos. Nunca los recelos de la crítica moderna sobre su modo de composición menoscabarán el valor documental de los evangelios como fuentes, ya que se ajustan perfectamente a las circunstancias geográficas y sociales de su relato y guardan una perfecta armonía con los métodos de razonamiento y exposición prevalecientes en la época.
En cualquier caso los evangelios son una versión abreviada de lo que Jesús hizo y dijo y de los recuerdos que de él se tenía en las mentes de las primeras comunidades.
Lo que se puso por escrito fue lo que más impresionó a los contemporáneos, los puntos salientes y las frases más vigorosas, pues es inconcebible que las breves páginas de los evangelistas contengan cuanto fue expresado por Jesucristo, que habló todos los días durante más de un año.
La enseñanza oral que fue el punto de partida del testimonio sobre Jesús debió ser llevada originalmente a cabo en arameo. Pronto fue traducida al griego, que era el lenguaje más ampliamente utilizado en todo el mundo mediterráneo.
En un intento de aproximación a los primeros biógrafos de Jesucristo, quienes imprimieron un sello acentuadamente personal a su obra, podríamos decir que Marcos es el más informe y su evangelio consiste en secciones separadas que han sido unidas sin precisas conexiones lógicas o cronológicas, pero incluye numerosos detalles de mucho colorido y subraya la humanidad de Jesús.
En Mateo, en cambio, llama la atención el carácter didáctico: agrupa las enseñanzas de Jesús en varias series de parábolas y en discursos dedicados a un mismo tema y está todavía íntimamente ligado al ambiente judío. Y por último, tras el cuarto texto atribuido al apóstol Juan, tenemos a Lucas, un verdadero escritor, elegante y culto, que ordena su material con preocupación por el estilo literario, además, como se dirige a los gentiles, nunca se olvida de recalcar las cosas que especialmente podían interesarles.
Lucas realizó una magnífica crónica del nacimiento de Jesús: aconteció, pues, en los días aquellos que salió un edicto de César Augusto para que se empadronase todo el mundo. Este empadronamiento primero tuvo lugar siendo Cirino gobernador de Siria. E iban todos a empadronarse, cada uno en su ciudad. José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y de la familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Estando allí se cumplieron los días de su parto, y dio a luz un hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre por no haber sitio para ellos en el mesón.
Había en la región unos pastores que pernoctaban al raso, y de noche se turnaban velando sobre sus rebaños. Se les presentó un ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvía con su luz, quedando ellos sobrecogidos de gran temor. Díjoles el ángel: «No temáis, os traigo una buena nueva, una gran alegría que es para todo el pueblo; pues os ha nacido hoy un salvador, que es el Mesías, Señor, en la ciudad de David. Esto tendréis por señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre». Al instante se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad». Así que los ángeles se fueron al cielo, se dijeron los pastores unos a otros: «Vamos a Belén a ver a éste que el Señor nos ha anunciado». Fueron con presteza y encontraron a María, a José y al niño acostado en un pesebre, y viéndole, contaron lo que se les había dicho acerca del niño y cuantos lo oían se maravillaban de lo que les decían los pastores. María guardaba todo esto y lo meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, según se les había dicho.
Yo no quisiera terminar esta intervención sin agradecer a los miembros de la Asociación de Belenistas de Alicante la oportunidad que me han brindado para pregonar este año la Navidad. Ellos, vosotros los belenistas, sois los nuevos mitad ángel, mitad pastor, que al mundo de la imagen le están anunciando de forma gráfica el nacimiento de Cristo, lo que implica un gran magisterio de las raíces cristianas».
Pirula Arderius Casas – Alicante, 18 de diciembre de 1992