Jesús nació en verano
Artículo publicado en la revista ¡Aleluya! nº 1 (2006) de la Asociación Belenista de Valladolid
El científico Johannes Kepler descubrió cierto día un relato del rabino Abarbanel en el que éste mencionaba la gran influencia que los astrólogos judíos otorgaban a la constelación de los Peces, sobre todo cuando supieron que en ella se cruzaban los planetas Júpiter y Saturno. El rabino afirmaba que el Mesías tendría que venir al mundo en el tiempo de la constelación de los Peces. Kepler recordaba estas circunstancias en el año 1603 mientras veía en Praga la conjunción de Mercurio, Júpiter y Saturno.
Pero ocurrió en 1925 algo insólito: el religioso alemán P. Schanbel descifró unos documentos cuneiformes de la Escuela de Astrología de Babilonia, en uno de los cuales se mencionaba la conjunción de Júpiter y Saturno el año 7 antes del nacimiento del Mesías. Esta conjunción se repitió hasta tres veces consecutivas en un espacio corto de tiempo, de ahí que se piense que la llamada estrella de Oriente pudo ser el cometa Halley influido por esta conjunción.
Por cierto, la traducción “hemos visto su estrella en Oriente” del evangelio de San Mateo, podría ser incorrecta. Dicen que lo suyo hubiera sido traducir “hemos
visto aparecer su estrella en los resplandores del crepúsculo matutino”. No aparece la voz “oriente”. Pero, ¿quién es el majo que le enmienda la plana al P. Nácar, canónigo lectoral de la catedral de Salamanca y al P. Colunga, profesor de la “Ponti” y del convento de San Esteban, que hicieron la traducción directa de las lenguas originales, revisada después por el P. García Cordero, del convento salmantino de la Orden de Predicadores?
Otro error de interpretación se da en la época del nacimiento de Jesús, cosa que analizaremos en seguida. Pero antes, sepan que Herodes, como todos los políticos de todos los tiempos, preguntó a quienes sabían más que él dónde iba a nacer el Mesías según las profecías. Y los sacerdotes y escribas le dijeron que según Miqueas (700 años atrás) el nacimiento se produciría en un lugar insignificante. El texto decía: “Tú, Belén Efratá, eres pequeña para figurar entre las regiones de Judá; de ti saldrá quien ha de ser dominador de Israel”. Y Herodes mandó a los Magos (que no reyes, otra distorsión, sino astrólogos) al lugar llamado Belén de Judá que entonces se denominaba Bet Lahm.
Celebramos el nacimiento de Jesús en la noche del 24 al 25 de diciembre desde el año cero. Pero parece ser que no se ajusta a la realidad del tiempo el acontecimiento, por errores de cálculo cometidos por el monje escita Dionisio el Exiguo, cuando vivía en Roma y le encargaron que determinara la nueva era cristiana.
En el evangelio de san Mateo, se dice que Jesús nació en “los días de Herodes el rey”. Pues bien, Herodes fue nombrado por Roma rey de Judá el año 40 a. C. pero murió el año 4 antes de la era cristiana, lo que significa que Jesús debió nacer antes de ese año. Y no en invierno, pues también se dice que los pastores “pernoctaban al raso y vigilaban por turnos el ganado”. Eso sólo podía hacerse entre los meses de marzo y septiembre, ya que durante los meses de invierno las temperaturas son de varios grados bajo cero, las lluvias son intensas y los pastores alimentan a sus rebaños en los establos, al no poder salir al campo.
Aunque percibimos ya un notorio cambio climático, el clima en Palestina no ha cambiado mucho en los últimos 2.000 años. Que Jesús naciera seis años antes del comienzo de la era cristiana no es ninguna barbaridad; y que las representaciones invernales sean, probablemente, inciertas por haber ocurrido el nacimiento en meses calurosos, no empaña ni el sublime acontecimiento ni la tradición cristiana. Mantener lo que hemos llamado el “belenismo” va con nuestra consustancial tradición cristiana. España e Hispanoamérica se alzan como abanderados de esta tradición que en Valladolid se mantiene vigorosa.
José Delfín Val