Belenismo y belenistas
En un tiempo, por desgracia, cada vez menos dispuesto a las empresas altruistas, a la labor anónima y desinteresada, la actividad belenista merece alguna reflexión.
Porque ser belenista no es solo mostrar la habilidad técnica, la capacidad artística para plasmar plásticamente los misterios de la Natividad del Señor. Ser belenista es, además, poner el corazón y el alma al servicio del ideal de amor y humildad que el Nacimiento de Jesús en Belén entraña.
Ser belenista es dedicar tiempo y entusiasmo en proseguir una labor de evangelización plástica, cuyas raíces tienen muchos siglos de tradición, haciendo de tu vida una proyección real del mensaje plasmado en el belén.
El belenismo es, por eso, algo importante. En palabras del Papa Pablo VI, «una de las pocas cosas importantes que todavía existen». ¿Es exagerada esta afirmación? ¿No haríamos mejor en dedicar nuestro tiempo, nuestra ilusión y nuestro dinero en otras finalidades doctrinales, catequéticas o asistenciales?
Ciertamente que si cada uno hace lo que puede y lo que sabe, poniendo en ello todo su cariño, y lo hace desinteresadamente, pensando en la alegría que proporciona a los demás, como hacen los auténticos belenistas, ciertamente ello ya es importante. Pero es que, además, el belenismo, el belén, transmite un mensaje que nos habla de humildad, como la de María aceptando la voluntad de Dios, ahora que sólo impera el afán de éxito, de triunfo, de imposición de nuestros intereses, pese a quien pese y caiga quien caiga. Un mensaje que nos habla de amor sincero, como el de María y José, como el de los pastores o los Magos, ahora que solo el hedonismo está de moda. Un mensaje de sacrificio y resignación valerosa, como el de los Santos Inocentes, o el de la Sagrada Familia huyendo al lejano Egipto, ahora que impera el egoísmo más atroz. Un mensaje que nos habla de hogar, como el de Nazaret, ahora que la familia está en crisis.
Por eso, cuando los padres cogen en brazos a los niños para mostrarles las escenas evangélicas del belén están transmitiéndoles un indefinible legado cuya huella perdurará año tras año. Muchos y variados serán los caminos que esos niños recorrerán hasta su madurez, pero cada vez que contemplen un belén volverán a sentir el abrazo tierno de su niñez y ellos mismos, tal vez agnósticos ahora, cogerán en sus brazos a sus hijos para volver a mostrarles los encantadores pasajes de la Navidad y con una emoción nacida de sus entrañas irán perpetuando esa magia portentosa e imperecedera que el belén alienta.
¿Tenía o no razón Pablo VI cuando afirmó que el belenismo es algo auténticamente importante?
Pero si el belenismo es importante, los belenistas -discípulos de San Francisco de Asís- no podemos ni debemos considerarnos importantes. Hacemos nuestras obras con materiales sencillos y perecederos: barro, corcho, escayola, papeles de periódicos. Sin embargo, realizamos con ellos un esfuerzo para transformarlos en imágenes que sean testimonio de la verdad auténtica, del amor sincero, de la humildad evangélica. Intentamos oponer a las imágenes cotidianas de violencia, de desasosiego, de incertidumbre o de rutina insatisfecha, el mundo sencillo pero entrañable de la Sagrada Familia, de la niñez de Cristo. Imitamos el ejemplo iniciado en Greccio por San Francisco, que comprendió lo cautivador de las escenas de la primera Navidad y las materializó como ejemplo y como meta. Frente al clímax de tantas frentes fruncidas, de tantas manos crispadas, de tantos corazones deshumanizados, damos los belenistas simplemente el mensaje de nuestras escenas evangélicas, de nuestras oraciones hechas belén, porque todavía confiamos en que es posible la fraternidad si cumplimos el precepto que Cristo nos legó: «AMAOS LOS UNOS A LOS OTROS».