La alegría de la Navidad
Artículo publicado en la revista ¡Aleluya! nº 10 (2015) de la Asociación Belenista de Valladolid
«Os anuncio una gran alegría: ha nacido el Salvador, que es el Cristo Señor». Así dice Lucas en el capítulo segundo de su Evangelio, describiendo la aparición del ángel a los pastores de Belén, y añade: «Al instante se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: ¡Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a la gente de buena voluntad!».
Y este mensaje de alegría, de gloria y de paz que resonó hace 2015 años es necesario que continúe resonando en nuestros corazones durante la Navidad, la fiesta más universal y entrañable. Una fiesta de inefable gozo; una fiesta tan dichosa, tan dichosa, que sin ella el mundo no tendría sentido para los cristianos; porque en la Navidad festejamos el nacimiento de quien vino a traerle al mundo la salvación. Pero, ¿cómo poder conjugar esta alegría de la Navidad que nos proclama el ángel de la Anunciata, con la realidad de un mundo repleto de desastres, de rencores, de envidias, de inconfesables ambiciones y de anhelos malvados? Un mundo estremecido por el terrorismo, el fanatismo, la pobreza, la emigración, la guerra…
¿Tiene sentido, pues, celebrar con alegría la Navidad nuevamente cada año, a pesar de tanto dolor, tantos sufrimientos e injusticias como asolan al orbe? ¿Por qué los belenistas volvemos a representar candorosamente las tiernas escenas del Nacimiento de Jesús en la cueva de Belén, del Anuncio del ángel a los pastores, del viaje ilusionado de los Magos de Oriente…?
Precisamente, porque celebrar la Navidad de Cristo es una invitación a la reflexión profunda, al examen de conciencia, al tranquilo repaso de nuestra propia vida. Celebrar la Navidad de Cristo es recordar que hemos de esforzarnos en mejorar día a día, porque siempre habrá metas que alcanzar más allá de la meta, si somos capaces de avanzar teniendo constantemente presente el mensaje de Jesús, porque Él es Camino, Verdad y Vida, algo que olvidamos continuamente, pero que no es una utopía irrealizable. Y, aunque es evidente que el mal existe en el mundo, también existe el bien, la bondad, siendo numerosos los ejemplos que nos ayudan y nos consuelan si sabemos encontrarlos entre la maraña de escándalos, de corrupciones, de engaños, de odios que los ocultan y que, tantas veces también, ocultan el auténtico sentido de la Navidad de Cristo, que hoy celebran tantos con despilfarro y juergas, con consumo alienante, con frenéticas ansias de insana diversión, hasta convertir los muchos valores de fe, de emoción, de afecto, de tradición, de familia, de raíces populares que la Navidad entraña, que la Navidad compendia y que la Navidad transmite, en unas fiestas desquiciadas sin ningún sentido para ellos.
Los belenistas sabemos que el belén difunde un mensaje que nos habla de humildad, como la de María aceptando la voluntad de Dios, ahora que sólo impera el afán de éxito, de triunfo, de imposición de nuestros intereses, pese a quien pese y caiga quien caiga. Un mensaje que nos habla de amor sincero, como el de María y José, como el de los pastores o los Magos, ahora que sólo el hedonismo está de moda. Un mensaje de sacrificio y resignación valerosa, como el de los Santos Inocentes, o el de la Sagrada Familia huyendo a Egipto, ahora que impera el egoísmo más atroz. Un mensaje que nos habla de hogar, como el de Nazaret, ahora que la familia está en crisis.
Contemplar los belenes es así algo trascendental en este mundo desquiciado y atroz. Y la necesidad de sentir el mensaje de paz y ternura que el belén transmite es lo que hace que todas las Navidades miles y miles de personas visiten las exposiciones realizadas por las asociaciones de belenistas y monten el belén en hogares, iglesias, instituciones hospitalarias y sociales, comercios, asociaciones festeras y culturales, residencias de ancianos, talleres o fábricas. Porque el belén se instala en todas partes y en todas partes esparce la buena nueva del amor de Dios que nace para todos, invitándonos a poner en práctica en nuestra vida el testimonio de humildad, de fe, de amor sincero, de familia y de sencillez que la Navidad nos ofrece. La manifestación de alegría que la Navidad es.
Ojalá que esta alegría nos siga iluminando, sin deslumbrarnos, para trabajar diariamente disfrutando de las pequeñas cosas que la vida nos depara; para comprender que la felicidad no depende de la riqueza ni del poder; que la felicidad brota íntima y profundamente de nuestra tranquilidad de espíritu, de nuestra conformidad responsable y sincera ante los designios de la voluntad divina, que nos ha creado a su imagen y semejanza, a imagen y semejanza de aquel niño nacido en Belén, el Cristo, Dios hecho hombre para mostrarnos que la auténtica realidad para una vida plena solo es el Amor.
Juan Giner Pastor
Maestro Mayor Belenista, Medalla UN-FOE-PRAE 2000,
Insignia de Oro FEB 2004 y Trofeo FEB 1981
Deja un comentario