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Portada de la revista ¡Aleluya! n.º 15 - Asociación Belenista de Valladolid (2020)

San José el Justo, por Juan Giner Pastor

27 Nov 20
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San José el Justo

Artículo publicado en la revista ¡Aleluya! nº 15 (2020) de la Asociación Belenista de Valladolid

Imagotipo de la Asociación Belenista de ValladolidEn el relato evangélico de la concepción virginal de María el evangelista Mateo atribuye a José el título de justo (Mt 1, 19). ¿Cómo se manifiesta la justicia en José? En otras palabras, ¿qué sentido tiene el título justo dado al padre de Jesús? Los padres de la Iglesia discrepan cuando tratan de explicar la justicia de José. San Justino dice que José mereció el título de justo por el hecho de observar la ley. La ley obligaba a repudiar a María, su esposa, considerada como adúltera. José encubre esa justicia legal, que tanto le atormentaba, haciendo uso de su bondad natural: «resolvió repudiarla en secreto».

San Jerónimo escribe cómo José sabía que María era virgen y casta, pero se sorprendió al saber que estaba encinta. La justicia de José consistió en defender la reputación de María. Otros padres de la Iglesia opinan que José era justo por haber acatado la palabra de Dios que le fue dirigida por medio del ángel: «José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido por ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús» (Mt 1, 20).

José, descendiente del rey David, recibió el encargo de hacerse padre del Niño, es decir, de adoptarle legalmente, dándole el nombre de Jesús y haciéndole participar de la descendencia de David.

Detalle de un diorama realizado por Juan Giner y figuras a palillo de M. Castells, con san José sujetando a un perro con una herida en la pata derecha, que el Niño Jesús está lavando y la Virgen lleva un ánfora con agua

Detalle de un diorama realizado por Juan Giner y figuras a palillo de M. Castells, con san José sujetando a un perro con una herida en la pata derecha, que el Niño Jesús está lavando y la Virgen lleva un ánfora con agua

Hay en José una gran capacidad para escuchar en su interior. Por eso surge dentro de él la lógica y la fuerza para afrontar las grandes decisiones y pone enseguida a disposición de los designios divinos su libertad, su legítima vocación humana, su fidelidad conyugal. Su aceptación de Dios se traduce en disponibilidad para las cosas que se refieren a su servicio.

Así, la Justicia de José consiste en haber entrado en el plan de Dios, prestando obediencia a la orden recibida de Dios por medio del ángel: «a quien pondrás por nombre Jesús». En efecto, el privilegio de dar nombre al recién nacido incumbía al padre.

José es el jefe de la Sagrada Familia. Muy pronto los célebres sueños, en los que se le aparece el ángel del Señor, cederán el lugar al trabajo cotidiano en Nazaret, que asegurará al Hijo de Dios hecho hombre el sustento diario. José trabaja en Nazaret para procurar el pan de cada día. En aquel tiempo Nazaret era una aldea perdida, un oscuro lugarejo. Así y todo, Nazaret, cuando Dios lo quiso, llegó a ser el centro del mundo y de la Historia. Allí ocurrió el misterioso momento de la Encarnación del Verbo. Allí, durante treinta años, vivió Jesús con María y José, el carpintero. José fue un modesto obrero de aldea que vivía del trabajo de sus manos. Y a Jesús se le conocía por el «hijo del carpintero».

No deja de ser realidad que la pobreza y el trabajo manual fueron elegidos voluntariamente por Dios para su Hijo hecho Hombre. Con miras a esto, el hogar, donde había de nacer para la Historia, fue el de un humilde artesano. Jesús aprendió el mismo oficio que su padre, José. Y el clima doméstico que vivió, la estrechez económica y el rudo trabajo tuvieron más tarde su proyección sobre el mensaje y las obras de Jesús: predilección por los humildes, por los económicamente débiles. En esto algo debió a su padre legal, José, y a su madre María. Ahí está uno de nuestra sangre, un hombre a secas, José, para decirnos con su vida que el área de trabajo no ha sido excluida del cultivo de la mirada de Dios, y que las manos encallecidas merecen gratitud.

Juan Giner Pastor
Maestro Mayor Belenista, Medalla UN-FOE-PRAE 2000,
Insignia de Oro FEB 2004 y Trofeo FEB 1981

Los belenistas también en Semana Santa – D. Juan Giner Pastor

10 Abr 20
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LOS BELENISTAS TAMBIÉN EN SEMANA SANTA

Los belenistas son expertos en representar el nacimiento de Jesús en un establo de Belén, que es pregonado por los ángeles a los pastores y anunciado por la estrella a los magos de Oriente. Pero, cuando llega la Semana Santa, también hay asociaciones de belenistas que organizan exposiciones para presentar los sucesos de la Pasión de Jesús, siendo una verdadera catequesis plástica y visual, un inspirado ejemplo del arte y la religiosidad de los belenistas, que mantienen vivas para las gentes de ahora las historias evangélicas descritas en épocas pretéritas de la Historia del Arte. Combinando el modelado, la perspectiva, el color, la luminotecnia y la ambientación, los trabajos exhibidos en estas exposiciones son la actualización estética y plástica del mensaje de fe transmitido por el arte durante siglos. Un mensaje de fe, un mensaje religioso que nos ayudará a meditar sobre la doctrina de la verdad y del amor, de la solidaridad y la entrega. Un mensaje que nos ha de alentar a comprometernos con el auténtico significado de la vida en plenitud de sintonía con los planes divinos.

Esas exposiciones ponen ante los ojos del pueblo las historias de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, como en siglos pasados hacían los capiteles, las vidrieras, los retablos, la imaginería para las procesiones, que todavía continúan desfilando. Y ahora, como entonces, muchos se extasían y emocionan con los excelsos episodios que se narran.

Pero ello no basta, porque esas escenas son, además, una firme invitación a que vivamos dignamente la fe que profesamos, la que nos exhorta a esforzarnos sin tregua por hacer un mundo mejor con nuestro comportamiento modélico, con nuestro trabajo responsable, con nuestro aliento ante el desánimo, con nuestra crítica constructiva, con nuestro sacrificio callado, con nuestra alegría o nuestras lágrimas, con nuestro afán por la concordia, con nuestro luchar por la justicia, con nuestro desvelo por la paz, con nuestra serenidad en el estruendo, con nuestra cordura frente al tumulto, con nuestra denuncia valerosa, con nuestra reflexión en la polémica, con nuestra exigencia de sinceridad y honradez, con nuestra confianza de que siempre es posible mejorar día a día, porque siempre habrá metas que alcanzar más allá de la meta, horizontes de luz brillando más espléndidos detrás del horizonte que nuestro sol alumbra. No dando ni un solo paso sin tener constantemente presente el mensaje de Jesús, que no es una utopía irrealizable, como nos enseñan tantos testigos vitales de la doctrina del amor, que nos ayudan y nos confortan, si sabemos encontrarlos entre tanta maraña de escándalos, de corrupciones, de engaños, de maldades y odios que los ocultan y que, tantas veces también, nos atrapan a nosotros.

¡Cuánta responsabilidad, pues, para los cristianos vivir cada año la Semana Santa no como una festividad folklórica, sino como firme compromiso de actuación coherente! Ya que la mayor incoherencia personal, nuestro gran fracaso como cristianos, que explica el fracaso al que se enfrenta la civilización occidental, es ignorar que no hay más camino, más verdad, ni más vida que ser fieles a Jesús practicando la doctrina del amor que Él nos enseñó.

Juan Giner Pastor

Catedrático de Historia. Medalla UN-FOE-PRAE 2000. Insignia de Oro FEB 2004. Trofeo FEB 1981. Director de la revista Anunciata 1995-2006. Maestro Mayor Belenista. Premio Nacional de Experiencias Didácticas 1987

Una Semana Santa sin procesiones – D. Juan Giner Pastor

09 Abr 20
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UNA SEMANA SANTA SIN PROCESIONES

En este año 2020 las procesiones y ceremonias públicas de la Semana Santa, que conmemoran la Pasión y Muerte de Cristo, se han anulado obligatoriamente por el gravísimo estado de alarma que ha motivado la pandemia del coronavirus. Pero los cristianos podemos continuar celebrando en la intimidad los misterios más sagrados de nuestra fe, aunque nos veamos privados del peculiar ceremonial que convierte las calles en escenario, a veces espectacular, de pública devoción penitencial, de multicolor presencia cofrade, que vivifica el sentimiento y aviva los sentidos. Admirar el arte de la imaginería, las filigranas de orfebres, ebanistas y bordadoras, el aroma de flores, cirios e incienso, el colorido de ornamentos y vestas, el resonar de las marchas sacras, no ha podido ser en estos días de la primera luna llena de primavera. El año 2020 quedará marcado para siempre por tan triste realidad, y por otras muchas anulaciones, cierres y frustraciones en múltiples facetas. Y como estamos obligatoriamente recluidos, tal vez esta Semana Santa la hemos podido vivir de una forma más penitencial y auténtica, desprovista de las características vacacionales y multitudinarias de los nuevos tiempos, en los que la Pasión de Jesús ha sido declarada de interés turístico.

Que el mal existe es una realidad indudable que el mundo entero está padeciendo con la tragedia del coronavirus. Pero también existe el bien, la bondad silenciosa, la entrega ejemplar a los demás, que igualmente evidencia la entrega de tantos sanitarios, de todas las fuerzas de orden, de todos los trabajadores que nos ayudan y confortan ejemplarmente mientras estamos recluidos por el decreto de alarma sanitaria.

Estos días nos invitan a reflexionar sobre todo esto. Para los cristianos la Semana Santa, así considerada desde los primeros tiempos de la Iglesia a causa de los grandes misterios que en ella se celebran, propicia la reflexión sincera como invitación a renovar la fe y a profundizar en el sublime sacrificio que en estos días se conmemora y se actualiza.

Un sacrificio que desde el Cenáculo hasta el Sepulcro está repleto de enseñanzas y ejemplos: la enseñanza del amor fraterno, de la vocación sacerdotal, del servicio desinteresado, el ejemplo admirable de la entrega total por amor. Jesús lavando los pies a sus discípulos, pidiéndole al Padre en el huerto de Getsemaní que le liberase de la agonía, pero aceptando también la voluntad suprema. Jesús traicionado y entregado por uno de sus amigos. Jesús abandonado por todos sus íntimos e, incluso, negado por aquel a quien más había distinguido. Jesús acusado de blasfemo, abofeteado y escupido. Jesús flagelado, coronado de espinas, escarnecido y entregado al odio de las turbas por la cobardía pusilánime de Pilato. Jesús cargado con la cruz de los pecados de la Humanidad, cayendo exhausto bajo su peso, pero también ayudado por el Cirineo. Jesús escuchando el llanto estremecido de su Madre o el de las piadosas mujeres. Jesús expoliado de sus vestiduras y clavado con saña brutal de pies y manos en el patíbulo infamante de la cruz. Jesús perdonando a sus verdugos y al buen ladrón Dimas. Jesús venciendo la tentación suprema de mostrar su poder salvándose a sí mismo, como le pedía con burlas la chusma. Jesús derramando entre crueles sufrimientos hasta la última gota de su sangre y encomendando su espíritu al Padre para, muriendo, darnos la vida eterna. Jesús descendido de la cruz y depositado en los brazos de su desolada Madre. Jesús sepultado con apresuramiento por unos amigos abatidos y temerosos… ¡La muerte! ¡El sepulcro! ¡La desolación! ¡El miedo! ¡El aparente final! Pero, ¿acaso no había dicho el Maestro: “Yo soy la resurrección y la vida”?

La muerte de Jesús cumplía la misión redentora, pero su resurrección gloriosa rubricaría el triunfo de la doctrina de la paz, de la bondad y de la fraternidad. Y como nuestra fe se puede incluso tambalear ante desastres como los que estamos padeciendo, no olvidemos el ejemplo de María, que bajo la cruz estuvo asociada al dolor de Jesús, manteniendo firme su fe.

Todo ello nos lo actualiza la Semana Santa como reflejo del dolor, de la traición, del odio violento que oscurecen la historia; pero también de la piedad y de la entrega total y misericordiosa que nos hacen resucitar a un mundo mejor. A este mundo anhelado que solo es posible si nos esforzamos hasta el límite para sembrar alborozo y esperanza, para cumplir dignamente con nuestras obligaciones cotidianas, teniendo constantemente presente el mensaje de Jesús, que no es una utopía irrealizable, según nos enseñan tantos testigos vitales de su evangelio de amor.

Juan Giner Pastor

Catedrático de Historia. Medalla UN-FOE-PRAE 2000. Insignia de Oro FEB 2004. Trofeo FEB 1981. Director de la revista Anunciata 1995-2006. Maestro Mayor Belenista. Premio Nacional de Experiencias Didácticas 1987

Predicar con el ejemplo – Reflexión en el encierro de la pandemia – D. Juan Giner Pastor

28 Mar 20
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PREDICAR CON EL EJEMPLO

En este tiempo de cuaresma marcado por la tragedia del coronavirus y las consiguientes obligaciones que decreta el estado de alarma, todos hemos de aceptar nuestras responsabilidades y predicar con el ejemplo, aunque sea difícil. Pero constantemente nos lo están enseñando con su conducta ejemplar los sanitarios que nos curan, las fuerzas de orden que nos protegen y ayudan, tantos trabajadores que nos permiten desarrollar las tareas cotidianas, dentro de los límites establecidos para la seguridad de todos.

Predicar con el ejemplo desde luego es mucho más comprometido que escribir bellas frases cargadas de buenas intenciones. Porque predicar con el ejemplo supone también renunciar al orgullo, al egoísmo, a la intolerancia, a la murmuración, al mal genio, a la envidia, al desprecio, a los halagos, a los círculos cerrados de nuestros intereses, a tener siempre razón, a saber más o hacer las cosas mejor que los otros. Predicar con el ejemplo es, para los cristianos, llevar a la práctica sin titubeos la doctrina que Jesús vivió hasta su sacrificio extremo.

¡Padre celestial, perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos! Una frase sencilla, un difícil compromiso. Como nosotros perdonamos… Hay que tener el corazón repleto del bálsamo de la perfecta sencillez, de la humildad evangélica, para comprender que nuestro compromiso de perdón no es una grandilocuente expresión ceremonial. Perdonar a los que nos ofenden es, en realidad, no levantar la voz más de la cuenta, no imponer nuestro criterio excluyente, reflexionar sobre lo que nos dicen, ayudar sin límites, aceptar la opinión de los demás, ser fieles a la responsabilidad que nos manifiesta nuestro Maestro Jesucristo.

Predicar con el ejemplo es tener la humildad de reconocer todos nuestros fallos, y pedir perdón, y empezar cada día de nuevo con ilusión, con esperanza, con profundo deseo de servicio. Predicar con el ejemplo es la necesidad de poner en práctica constantemente lo que nos enseña esta plegaria: ”Señor, haz de nosotros instrumentos de tu paz. Que donde hay odio pongamos amor. Que donde haya ofensas pongamos perdón. Que donde haya discordia pongamos armonía. Que donde haya error pongamos verdad. Que donde haya duda pongamos fe. Que donde haya desesperación pongamos esperanza. Que donde haya tinieblas pongamos tu luz. Que donde haya tristeza pongamos alegría. Señor, que no busquemos tanto ser consolados, como consolar; ser comprendidos, como comprender; ser amados, como amar. Porque dándose es como se recibe. Es olvidándose de sí como se encuentra uno mismo. Es perdonando como se obtiene el perdón. Es muriendo como se resucita a la vida eterna. Amén.”

Y en estos días de incertidumbre y alarma, de tanto aislamiento e inquietud, sea nuestro compromiso aceptar responsablemente la reclusión y utilizarla como un medio de afianzar nuestras relaciones familiares dentro del hogar, nuestro tiempo de meditación en la soledad, nuestra oración esperanzada, nuestro recuerdo de cariño hacia los familiares y los amigos. Porque el sol sale todos los días y, aunque ahora nos lo oculten las tenebrosas nubes de la pandemia, seguro que, con la ayuda y el esfuerzo de quienes nos dan ejemplo, volveremos a verlo brillar.

Juan Giner Pastor

Catedrático de Historia. Medalla UN-FOE-PRAE 2000. Insignia de Oro FEB 2004. Trofeo FEB 1981. Director de la revista Anunciata 1995-2006. Maestro Mayor Belenista. Premio Nacional de Experiencias Didácticas 1987

2020 es año bisiesto – D. Juan Giner Pastor

29 Feb 20
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2020 ES AÑO BISIESTO

2020 es año bisiesto y hay un dicho popular que sentencia: “Año bisiesto, año siniestro”, atribuyendo muchas desgracias y tragedias ocurridas a lo largo de la historia a la llegada de este “fatídico” día, sin dejar cabida a la mera coincidencia. Es cierto que son muchas las catástrofes que han sucedido en año bisiesto como, por ejemplo, en el siglo XX, el hundimiento del Titanic en 1912; el estallido de la Guerra Civil española en 1936; las cuatro huelgas generales más grandes de España ocurrieron en los años 1916, 1936, 1976 y 1988, que son bisiesto; también es bisiesto 1960, en el que un terremoto asola la ciudad de Agadir, en Marruecos; 1976 cuando sucede el golpe de Estado en Argentina, con sus funestas consecuencias; 1980 con el estallido del conflicto armado entre Irán e Irak que duró hasta 1988. Ya en el siglo XXI, el 11 de febrero de 2004 se produce en Madrid un atentado con bombas en varios trenes repletos de trabajadores y estudiantes que causó la muerte de 193 personas y unos 2000 heridos, en el que ha sido el peor ataque terrorista de la historia de España y el más sangriento en la Unión Europea; también en 2004, el 26 de diciembre un terremoto en el Océano Índico ocasionó tsunamis devastadores a lo largo de las costas de la mayoría de los países que bordean ese océano, con cientos de miles de muertos y desaparecidos; en 2008 más de 225.000 personas murieron por desastres en todo el mundo, convirtiéndose así en el segundo año más mortífero del nuevo siglo, tras el 2004; en 2012 sacudieron el planeta el huracán ‘Sandy’, el tifón ‘Pablo’, un sismo de 7.4 grados en México y Guatemala y donde además fue la erupción del volcán de Fuego, dejando a su paso grandes pérdidas materiales y humanas; el año bisiesto 2016 fue el más costoso en desastres naturales desde 2012, con el terremoto que sacudió el centro de Italia y los incendios forestales en California provocando miles de víctimas e importantes daños materiales en todas las zonas afectadas, asimismo el huracán ‘Matthew’ dejó centenares de muertos y más de dos millones de desplazados en Estados Unidos y el Caribe, sobre todo en Haití; y en este comienzo de 2020, el coronavirus iniciado en China puede acrecentar las opiniones sobre lo fatídico que es un año bisiesto. Porque en año bisiesto murieron asesinados Mahatma Gandhi, 1948; Robert Kennedy y Luther King, 1968; Lennon, 1980; Indira Gandhi, 1984. Al margen de todos los hechos que a través del tiempo se han suscitado justo en esta fecha, no existe ningún tipo de prueba que indique que sean atribuibles al año bisiesto y a tantos sucesos negativos acaecidos en año bisiesto se podrían contraponer otros positivos, pero la cuenta de los diversos episodios que a lo largo de los siglos han marcado con mal recuerdo los años que incluyen un 29 de febrero cubre de mal agüero ese día, con un pensamiento fatalista que tiene sus orígenes en la cultura romana, en la que febrero, mes de las purificaciones según su tradición, era también el mes del dolor y de los muertos.

El calendario que los romanos utilizaban en los primeros tiempos era un calendario lunar que tenía 10 meses, empezando en marzo y terminando en diciembre. El comienzo de los meses coincidía con la aparición de la luna nueva, durando los meses como el ciclo lunar: 28-29 días. La relación de los meses es esta: Martius: primer mes del año, con el equinoccio de primavera, y lo nombraron así en honor de Marte, dios de la guerra, en este mes comenzaba el mandato de los cónsules y las campañas militares. Aprilis: los romanos dieron al segundo mes el nombre de abril, derivado de aperire (abrir), probablemente porque es la estación en la que empiezan a abrirse las flores. Maius: era el tercer mes en el antiguo calendario romano y debe su nombre a Maia, la diosa romana de la primavera y los cultivos. Iunius: el cuarto mes en el antiguo calendario romano. Diferentes estudios derivan el nombre de la diosa romana Juno, la diosa del matrimonio. Quintilis: era el quinto mes del año en el calendario romano primitivo y por eso se llamó así. Sextilis: sexto mes del calendario romano, que comenzaba en marzo. September: era el séptimo mes del calendario romano y toma su nombre de la palabra latina septem, siete. October: octavo mes del antiguo calendario romano, como su nombre pone de manifiesto. November: el noveno mes del año. December: el décimo mes en el calendario romano inicial.

Sin embargo, en tiempos del rey Numa Pompilio (715-673 a.C.), que según la tradición fue el segundo monarca de Roma, ya que reinó después de Rómulo, se llevó a cabo una reforma en el calendario, modificando la duración de los meses para que tuvieran 31 y 30 días alternativamente, con los meses pares más cortos, pues para los romanos las cifras pares traían mala suerte. Además el año pasó a tener 12 meses, incorporando dos meses más: Ianuarius (enero), en honor a Jano, el dios bifronte protector de Roma, dios de las puertas y de los comienzos, y Februarius (febrero), dedicado a Plutón, dios del infierno y de los muertos; era el mes de las purificaciones que se realizaban para expiar las culpas y faltas cometidas a lo largo del año que acababa, para comenzar el nuevo con buenos augurios, y para que los difuntos no hicieran daño ni molestaran. Al ser el último mes del año, a febrero solo se le otorgaron 28 días, porque así terminaba antes un mes que para los supersticiosos romanos no era muy atrayente.

Durante la República Romana, los cónsules romanos fueron los mandatarios elegidos de a pares, que tenían la tarea de dirigir a Roma y moderar al Senado. Ejercían funciones de gobierno, funciones militares y la administración de justicia. Eran una de las magistraturas de mayor importancia, que llegó a convertirse en una institución símbolo de Roma en sÍ misma. Las elecciones de los cónsules normalmente se celebraban en los idus de marzo, el día 15, y los cónsules elegidos daban nombre al año. En marzo empezaban también las campañas militares de los romanos por el Lacio y por Italia. Pero cuando las guerras salieron de Italia, el comienzo de la campaña en marzo supuso un grave inconveniente por el tiempo que tardaba el ejército en trasladarse al punto de conflicto.

Por eso, en el año 154 a.C., para poder preparar debidamente la campaña de las guerras celtibéricas y contra Numancia, el Senado estableció adelantar el tiempo de las elecciones y celebrarlas en el mes de enero. Y que el año no comenzara con los idus de marzo, sino en las kalendas de enero, el día 1. A partir de entonces el calendario y el año empiezan en esta fecha. Enero y febrero se convertían en los dos primeros meses del año, aunque se mantenían los antiguos nombres de los otros meses. De esa forma, la operación militar se podía desarrollar a principios de verano, si no los preparativos habrían demorado la maquinaria bélica hasta el invierno. Y los romanos sabían bien lo cruda que es esta época del año en aquellas tierras peninsulares. Kalendas (que daría origen a la palabra “calendario”) era el primer día de cada mes porque calare significa en latín “llamar” y ese día se voceaba en las ciudades el inicio del mes. Omito más referencias pues el sistema de datación en la Roma republicana era bastante complejo, incluso caótico.

Añado, como curiosidad, que fue en la antigua Roma donde se utilizó por primera vez el concepto de ne fasto en contraposición al término fasto, una forma de dividir los días muy bien descrita por el poeta Ovidio en sus Fastos, en los que dedica un extenso análisis a la forma en que se organiza el calendario romano y la importancia de la divinidad no sólo a la hora de dar nombre a los meses sino también de articular toda la vida pública. Así, vemos que los días fastos son aquellos que los ciudadanos dedicaban para guerrear, para tomar decisiones, para pleitear, para celebrar reuniones políticas, para trabajar. Es decir, algo como lo que hoy entendemos por días laborables. Por el contrario, los días nefastos serían los dedicados a los dioses, de manera que en todos ellos estaba prohibido trabajar o llevar a cabo alguna otra actividad que no fuera la celebración religiosa y el homenaje a la deidad de turno. Y lo más curioso es que no escaseaban en el calendario este tipo de jornadas, ya que, de todos los días del año, al menos 109 eran nefastos. El motivo para diferenciar así los días es que estos no pertenecían a los hombres, sino a los dioses y su origen podía estar en que los deberes para con los dioses están antes que los intereses para con los hombres, es decir que los días dedicados a los dioses tienen absoluta preferencia, de tal modo que quien se los salta desatendiendo sus deberes para con ellos por atender a sus cosas, ha de contar con que no le saldrá bien lo que haga en ese día. El actual significado de nefasto quizá se debe a que se ha tomado la faceta negativa de esos días, los días en los que no se podía hacer lo que se quería, eran días proscritos, inapropiados o perdidos para la realización de muchas actividades.

Transcurría el año 49 a.C., cuando Julio César llegó a Egipto, reino de Cleopatra, donde las evidencias históricas más antiguas indican que fue creado el primer calendario solar a principios del tercer milenio a.C., surgido por la necesidad de predecir con exactitud el momento del inicio de la crecida del Nilo, que tiene una periodicidad anual, acontecimiento fundamental en una sociedad que vivía de la agricultura. Admirado por los conocimientos egipcios y ante el desfase acumulado de cerca de tres meses al que había llegado el calendario lunar romano, Julio César encargó la elaboración de uno nuevo a Sosígenes, astrónomo de Alejandría. Sosígenes entregó su calendario entre el 48 y el 46 a.C., basado principalmente en el calendario solar egipcio de 365 días, pero conservando los nombres de los meses romanos. Para compensar el desfase natural producido por la rotación no sincrónica de la Tierra en torno al Sol se acordó que cada cuatro años se contarían 366 días. Estos años se llamarían “años bisiestos”, porque en ellos añadían un día extra intercalado entre el 23 y el 24 de febrero. Según su cómputo del tiempo, el 24 de febrero era el “día sexto” antes de las kalendas de marzo (ante diem sextum kalendas martias), de manera que el 24 de febrero repetido se llamaría bis sextum (de ahí la palabra “bisiesto”). Con la reforma del calendario establecida en 1580 por el papa Gregorio XIII este día añadido se colocó al final de mes (29 de febrero), aunque el nombre de bisiesto se conservó.

Además, tras el asesinato de Julio César el 44 a.C., el mes Quintilis, que era el de su nacimiento, recibió el nombre de “Julio” en su honor. Y el año 23 a.C. el Senado romano, para halagar la vanidad de Octavio Augusto, primer emperador, renombró el mes Sextilis como “Augustus” (agosto en castellano). Sin embargo, este mes sólo tenía 30 días (a diferencia de los 31 que tiene julio) y esto suponía cierta inferioridad, por lo que le añadieron un día, quitándoselo al mes de septiembre, pasando así a tener éste solamente 30 días, y haciendo que octubre tuviese 31, noviembre 30 y diciembre 31, para obtener los 365 días que tiene el año, aunque la cifra correcta es de 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45,46 segundos.

Los nombres de los meses han perdurado en las lenguas latinas y también se han impuesto en los países de lenguas sajonas y germanas. La intensa cristianización de las creencias y costumbres paganas no logró imponerse en la denominación de estos doce períodos en que se divide el año. Como tampoco ocurre con los días de la semana, denominación que proviene de las palabras latinas septimania y septem, que hacen referencia a los siete días que la semana tiene. Además, cada día de la semana los romanos lo dedicaban a un astro, del que toma su nombre. Así, el primer día estaba dedicado al Sol, seguido de otro dedicado a la Luna, más los que se dedicaban a los cinco planetas que pueden verse a simple vista: Marte, Mercurio, Júpiter, Venus y Saturno. Que también eran las principales divinidades romanas, como antes lo habían sido en Grecia con otros nombres. Así, Marte ya hemos dicho que era el dios de la guerra, por ser rojo como la sangre; Mercurio, planeta que está más cerca del sol, era el mensajero de los dioses y deidad de los comerciantes; Júpiter dios padre por ser el segundo más brillante, dios del cielo y de los fenómenos naturales, asociado al rayo y al relámpago; Venus diosa de la belleza y el amor, por ser el planeta más brillante; y Saturno dios de la agricultura y la cosecha, era también dios del tiempo por ser de los cinco el planeta más lento. Es decir, poco hay que explicar para comprender cuál es el origen de los actuales nombres de nuestra semana: Lunes, Martes, Miércoles, Jueves, Viernes y Sábado, aunque la evidente relación de este vocablo con Saturno fue preterida por la hebrea shâbath, como veremos. Lo único que no coincide es el domingo, ya que ese día, que ahora es el último, antes del cristianismo era el primero, el dedicado al Sol.

En el judaísmo, el comienzo y fin de la semana se basa en el Éxodo «Guardaréis el sábado … porque en seis días hizo Dios los cielos y la tierra, y el día séptimo descansó«. El término español “sábado” proviene del latín bíblico sabbătum, y del verbo hebreo shâbath, que significa descansar. Según la Biblia, el sábado es el séptimo y último día de la semana. De hecho, es el único día mencionado por un nombre. El resto son nombrados por su orden en la semana: el domingo es el primer día, el lunes es el segundo, y así sucesivamente. Recordemos por ello que los Evangelios, cuando narran la Resurrección de Jesús, dicen: “Al amanecer del primer día de la semana, vinieron María Magdalena y la otra María, a ver el sepulcro”.

Fue el año 321 cuando el emperador Constantino el Grande decretó que ese primer día (el día del Sol romano), era dies Dominicus (día del Señor o domingo) por haber ocurrido la Resurrección, y que fuera considerado como el principal día de la semana, en reemplazo del sábado, obteniendo el rango de fiesta oficial. Al sustituir la festividad del sábado, el domingo también ocupó su lugar como séptimo día de la semana, que ahora comienza en lunes, considerándose de esta manera el domingo último día del cómputo semanal y, siendo la fiesta primordial de los cristianos, sería también día de alegría y de liberación del trabajo.

Actualmente el domingo es festivo en la mayoría de los países del mundo, solamente países influidos por la cultura islámica o judía tienen el viernes o el sábado como fiesta semanal, porque el descanso, en cuanto que es una necesidad para recuperar las fuerzas gastadas por el trabajo y una ocasión de crecimiento espiritual, ha de ser una norma para la sociedad entera. El derecho al descanso asegura a todo trabajador poder cesar en su actividad por un período de tiempo, y tiene como fines, entre otros, permitirle recuperar las energías gastadas en la ocupación que desempeña, proteger su salud física y mental, el desarrollo de la labor con mayor eficiencia, y la posibilidad de atender otras tareas que permitan su desarrollo integral como persona e integrante de un grupo familiar. El descanso está consagrado como uno de los principios mínimos fundamentales que debe contener el estatuto del trabajo y, por ende, debe entenderse como uno de los derechos fundamentales del trabajador. Desde luego que el “descanso” forzoso que provoca ahora el paro exige urgente solución y medidas apropiadas para evitar situaciones inadmisibles.

Pero volviendo al principio de este artículo: “Año bisiesto, año siniestro”, siniestro en el diccionario significa “perverso, que está hecho con mala intención. Que es desgraciado o está causado por la mala suerte. Avieso y mal intencionado. Infeliz, funesto. Propensión o inclinación a lo malo. Avería grave, destrucción o pérdida importante que sufren las personas o la propiedad. Que está en el lado izquierdo”. Ojalá que en el bisiesto 2020, tras la obligada repetición de las elecciones parlamentarias, sea posible la gobernabilidad de España sin sobresaltos, con cordura y por encima de todo presagio funesto y mal intencionado.

Juan Giner Pastor

Catedrático de Historia. Medalla UN-FOE-PRAE 2000. Insignia de Oro FEB 2004. Trofeo FEB 1981. Director de la revista Anunciata 1995-2006. Maestro Mayor Belenista. Premio Nacional de Experiencias Didácticas 1987

La Epifanía según Rubens – D. Juan Giner Pastor

06 Ene 20
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Adoración de los Magos (1626-1629) – Peter Paul Rubens
© Musée du Louvre

LA EPIFANÍA SEGÚN RUBENS

El tema bíblico de la Epifanía, la Adoración de los Magos, fue varias veces pintado por Pedro Pablo Rubens, al igual que hicieron antes otros pintores famosos, porque es uno de los preferidos por la iglesia católica para ornamentar sus templos.

Personalmente puedo decir que, como belenista, también es mi tema preferido y, siendo presidente de la Asociación de Belenistas de Alicante, logré dar a la revista de la asociación esta denominación de “EPIFANÍA”, es decir, manifestación. En el misterio de la Epifanía, Dios se manifiesta a toda la humanidad representada por esos magos de Oriente de los que solo Mateo habla en su Evangelio. Y ante el Gran Poder de Dios, encarnado en un débil niño, se postran esos misteriosos personajes orientales, de los que no sabemos ningún dato concreto, aunque la tradición los interpreta como tres dignatarios, seguramente para que plasmen así las tres edades humanas: juventud, madurez y vejez. Edades que se corresponderían con los nombres que la costumbre les ha asignado: Melchor, la vejez, Gaspar, la madurez, y Baltasar, la juventud.

Como genial representante de la pintura barroca flamenca, para Rubens el tema de la Epifanía, en el que la narración bíblica posibilitaba la libre interpretación creativa, se avenía perfectamente a su estilo, que se caracteriza por los contrastes de color, de gran riqueza cromática y los juegos de luces y sombras. Sus composiciones están llenas de dinamismo, exuberancia y sensibilidad emocional. Y el exótico origen de los magos de Oriente podía interpretarlo con ricas y sobrecargadas composiciones, en las que las lujosas vestimentas, los valiosos presentes, los fastuosos cortejos, rebosan lienzos espectaculares, como La Adoración de los Magos del Museo del Prado, uno de los de mayores dimensiones del museo, que se caracteriza por su movimiento, fastuosidad y magnífico colorido en el que destacan los amarillos, rojos y violetas. Iconográficamente representa el momento en el que los tres magos, acompañados por un gran boato, presentan sus regalos al niño Jesús, que, en brazos de su madre, juguetea con las monedas de oro que le presenta Gaspar, arrodillado ante él. La escena tiene lugar de noche, sin embargo la luminosidad es clara, siendo el niño Jesús quien irradia la luz que incide en la multitud de personajes, estudiado cada uno de manera individual y en su conjunto, mostrando diferentes posturas y planos. Para Rubens, como para gran parte de los pintores occidentales, los magos eran Reyes, así visten magníficos atavíos regios, bordados en oro y forrados de pieles y se adornan con joyas preciosas, y van acompañados de un séquito real de pajes, soldados y esclavos, que muestran el lujo de esta comitiva.

Adoración de los Magos (1608, ampliación 1628-1629) – Peter Paul Rubens
© Museo del Prado

Detalles Adoración de los Magos (1608, ampliación 1628-1629) – Peter Paul Rubens
© Museo del Prado

Adoración de los Magos (1624) – Peter Paul Rubens
© Museo Real de Bellas Artes de Amberes – Koninklijk Museum voor Schone Kunsten Antwerpen

La obra fue un encargo de la ciudad de Amberes en torno a 1608 para decorar el Salón de los Estados del Ayuntamiento, que acogería la firma de un tratado de paz entre España y las Provincias Unidas conocido como la Tregua de los Doce Años. Y veinte años después fue ampliada por el propio artista, que incorporó nuevos figurantes, y en cuya parte derecha superior Rubens introdujo su autorretrato en el hombre con espada y cadena de oro que cabalga sobre un caballo blanco. También retocó algunas de las partes ya pintadas, con una técnica mucho más suelta.

En 1624 Rubens volvió a pintar un gran cuadro sobre el tema de la Adoración de los Magos, conservado en el Museo Real de Bellas Artes de Amberes, mostrando una fuerte atracción por lo oriental y el exotismo, plasmada con una policromía impregnada por colores fuertes y cálidos, como el rojo y el reflejo dorado de las armaduras y armas.

Diversos pajes rodean a los Reyes Magos; a la derecha, junto a una columna corintia hay dos soldados romanos, como símbolo del mundo antiguo que cede paso al nuevo mundo cristiano. De acuerdo con la tradición iconográfica del tema, están también representadas en los pajes las diferentes razas de la humanidad que se conocían en los orígenes del cristianismo: Europa, África y Asia. Los Reyes Magos representaban a las naciones de la tierra reconociendo a Cristo como rey universal. El cuadro está organizado con una visión de la perspectiva en profundidad. Todas estas características hacen del cuadro una obra profundamente barroca, muy propia del artista.

Otras pinturas de Rubens con el tema de la Epifanía se encuentran en el Museo de Bellas Artes de Lyon, el Museo de Bellas Artes de Bruselas, en el Museo del Louvre, en París, y el Hermitage de San Petersburgo.

Adoración de los Magos (1617-1618) – Peter Paul Rubens
© Musée des Beaux-Arts de Lyon

Adoración de los Magos (1619) – Peter Paul Rubens
© Royal Museums of Fine Arts of Belgium

En todas ellas se manifiesta la suntuosidad colorista que Rubens había aprendido en Venecia de Tiziano y los otros grandes maestros de la escuela veneciana, además de la magnificencia ya aludida mostrada en ropajes y séquitos. El niño Jesús, que dirige su atención hacia los Magos, siempre es el foco luminoso que se esparce por las composiciones, en las que nunca se ven paisajes exteriores.

Adoración de los Magos (1620) – Peter Paul Rubens
© The State Hermitage Museum

Y en todas ellas quedan evidenciadas las características del estilo del gran maestro de la pintura flamenca del siglo XVII que fue Pedro Pablo Rubens: exuberante exaltación de la energía, el color y la sensualidad, con influencias procedentes del arte de la Antigua Grecia, de la Antigua Roma, de Miguel Ángel, del que admiraba su representación de la anatomía, y sobre todo de Tiziano, al que siempre consideró su maestro y del que afirmó “con él, la pintura ha encontrado su esencia”.

Rubens, que además ejerció de diplomático, tuvo una triunfal carrera pictórica, de la que son buen ejemplo la incontable cantidad de obras con las más diversas temáticas que realizó personalmente y con la colaboración de su taller para numerosos países y personalidades, siendo ciertamente uno de los artistas que mejor representa las características de toda la pintura barroca.

Juan Giner Pastor

Catedrático de Historia. Medalla UN-FOE-PRAE 2000. Insignia de Oro FEB 2004. Trofeo FEB 1981. Director de la revista Anunciata 1995-2006. Maestro Mayor Belenista. Premio Nacional de Experiencias Didácticas 1987

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Texto del Pregón de Navidad 2017 – Asociación de Belenistas de Alicante – D. Juan Giner Pastor

01 Dic 17
Presidencia FEB
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En la tarde-noche de hoy, viernes 1 de diciembre de 2017, ante el numeroso público congregado en el Aula de Cultura de la Fundación Caja Mediteráneo de Alicante, en un acto amenizado por el Orfeón Nuevo Amanecer, del Patronato “Cristo de la Paz” de San Juan de Alicante, dirigido por D. José Antonio Ruiz Sánchez, D. Juan Giner Pastor, Catedrático, Maestro Mayor Belenista, Trofeo e Insignia de Oro de la Federación Española de Belenistas y Premio de la UN-FOE-PRAE (Universalis Foederatio Praesepistica), ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


“Buenas tardes, señoras y señores. O mejor, buenas tardes amigas y amigos. Porque si estáis aquí esta tarde es, no lo dudo, por amistad con la Asociación de Belenistas de Alicante, organizadora de este Pregón de la Navidad 2017. A las autoridades presentes, a los representantes de la Fundación Caja Mediterráneo y a la Junta de Gobierno de la asociación, especialmente, al presidente, deseándole una pronta recuperación.

Cuando ya a primeros de año el querido amigo D. Alejandro Cánovas Lillo, presidente de la Asociación de Belenistas de Alicante, me propuso ser el Pregonero de la Navidad 2017, según acuerdo tomado unánimemente por su Junta de Gobierno, le dije que el primer pregón que nuestra asociación había organizado en 1969 lo pronunció quien ahora os habla. Pero, como ello no se consideró inconveniente y, además, puesto que en la lista de pregoneros de la Navidad que la Asociación de Belenistas de Alicante ha tenido, hubo anteriormente quienes repitieron el ser pregoneros, acepté emocionado esta distinción. Sí, emocionado, porque después de la Resurrección de Jesús, base de nuestra fe, Navidad es la fiesta más dichosa del cristianismo, y pregonar la Navidad de Cristo indudablemente es una alegría emocionante, sabiendo que el cristianismo es la única religión que se fundamenta en el Amor.

Como belenista, pregonar la Navidad es hablar con el corazón de entrañables sentimientos. Pregonar la Navidad, para quien ama el belén desde que tengo memoria, es evocar afectos y vivencias inefables en la niñez con mi familia, de los primeros belenes que hice, de todos los premios conseguidos, de tantas anécdotas acumuladas, de aquellos amigos belenistas que ya no están. Pregonar la Navidad hoy es para mí, asimismo, un motivo extraordinario para recordar que le he dedicado a la Asociación de Belenistas de Alicante gran parte de la vida, pues pertenezco a nuestra asociación desde que se fundó en 1959, y, como ha dicho el vicepresidente, en ella he ocupado diferentes cargos y recibido preciadas distinciones.

Pero todo ello no es nada ante la dicha inmensa que supone hacer el belén. Porque hacer el belén es dichosa tarea… Un jubiloso empeño que aúna ingenio y arte para crear ambientes, paisajes, escenarios que cobijen la historia más encantadora y sencilla.

Hacer el belén es representar el sublime momento en el que Dios nace en un establo y todos los demás relatos evangélicos que completan el tiempo de la infancia de Cristo, como María meditaba en su corazón:

En Nazaret María meditaba
los acontecimientos de su vida:
la Anunciación del Ángel, la partida
hacia Ay-Karin, donde Isabel estaba.

La llegada a Belén cuando esperaba
que ya naciera su Hijo y la subida
hasta el establo donde, bendecida,
fue la Gloria de Dios quien la colmaba.

Y cuando unos viajeros misteriosos
llegaron desde Oriente tras la estrella
para adorar al niño jubilosos.

Y la huida hasta Egipto por aquella
matanza que, con celos tenebrosos,
Herodes decretó en cruel querella.

Ahora a Nazaret ha regresado
junto a José y al niño bien amado.

Cuando los belenistas pensamos las escenas de nuestros belenes, imaginando con ilusión bendita campos y montes, poblados y viviendas, desiertos, ríos, lagos, palacios o cabañas, encontramos un íntimo sosiego que tan raro es ya en esta tecnificada época de prisas, de agobios, porque el belén es una expresión de paz y amor, de la Paz y el Amor de Cristo nacido en Belén. Y para ser auténticamente belenistas hay que vivir plenamente este excelso legado cuyo cumplimiento nos es tan imperiosamente necesario, ahora que la corrupción, la violencia o el escándalo se han convertido en asuntos cotidianos. Por ello, muchos belenistas quisiéramos que nuestros trabajos fuesen una auténtica oración hecha de imágenes que plasman el glorioso portento del Nacimiento de Jesús, utilizando todo un caudal de destrezas artísticas, artesanas y técnicas: diseño, perspectiva, modelado, talla, pintura, luminotecnia… Además, como intentamos alojar ese mensaje de paz que transmitimos en la más hermosa realización plástica, hemos de estudiar los ambientes bíblicos históricos, o los escenarios costumbristas populares y, como consecuencia, también aprendemos de la naturaleza, mediante su contemplación, aquella realidad que estamos procurando mostrar, aquellos paisajes que hemos gozado viéndolos o pensándolos y que, materializándolos a través de nuestros belenes, queremos que siempre deleiten a los demás, conmoviendo y llenado de optimismo los corazones.

Y algo fundamental, hacer el belén nos debería comprometer a dar testimonio activo del mensaje imperecedero que el belén atesora, pues será una incoherencia hacer belenes y no poner en práctica todo cuanto el belén supone: sencillez, concordia, bondad. Es incongruente hacer belenes y estar al mismo tiempo enemistados con otras personas de nuestro entorno, con otros belenistas. Busquemos primero con buena voluntad la reconciliación y luego pongámonos a desarrollar nuestra vocación belenista. Seguro que el belén que entonces realicemos será auténtico reflejo de la gran alegría que manifestaba el mensaje angélico a los pastores.

El heno en el pesebre resplandece,
entre el asno y el buey brilla un lucero,
un Niño, Luz de Luz, que amor sincero
a quienes son humildes les ofrece.

Su Madre, Virgen pura, entre sus brazos
lo arrulla con cariñosa dulzura
junto al esposo que a los dos procura
la firme castidad de sus abrazos.

Entran en el establo los pastores
deseosos de adorar a su Mesías,
como el ángel les dijo en la majada.

Y allí sienten colmados sus mayores
anhelos, cumplidas sus alegrías
que del Señor relumbra la alborada

e ilumina de paz y de esperanza
a los que ponen en Él su confianza.

Por eso, en una época, por desgracia, cada vez menos dispuesta a la labor creativa y desinteresada, la actividad belenista merece alguna reflexión. Porque ser belenista no es sólo tener la habilidad, la técnica, la capacidad artística para representar plásticamente los misterios de la Natividad del Señor. Ser belenista es, además, poner el corazón y el alma al servicio de los ideales de perfección que el Nacimiento de Jesús en Belén significa. Ser belenista es dedicar tiempo y entusiasmo en proseguir una tarea de evangelización plástica, cuyas raíces tienen varios siglos de tradición, haciendo de tu vida una proyección real del mensaje plasmado en el belén. Y ser belenista es también ser humilde como lo fue nuestro patrón San Francisco de Asís. Los belenistas trabajamos con materiales sencillos y perecederos: barro, corcho, escayola, papel, esforzándonos para transformarlos en imágenes que sean testimonio de la verdad auténtica, del amor sincero, de la humildad evangélica. Intentamos oponer a las imágenes cotidianas de fanatismo, de desasosiego, de incertidumbre o de rutina insatisfecha, el mundo sencillo y entrañable de la Sagrada Familia, de la niñez de Cristo. Imitamos el ejemplo iniciado la Nochebuena del año 1223 en Greccio por San Francisco, que comprendió lo cautivador del ambiente de la primera Navidad y lo materializó como ejemplo y como meta. La primera Navidad es el momento en el que Dios, que tan lejano nos parece en su esencia eterna e incomprensible, precisamente por ello quiso ser cercano, presente, visible, y, habiéndose hecho hombre en el seno virginal de Santa María, nace en el establo de una cueva de Belén y se manifiesta como la Palabra divina. Para muchos la historia cambió entonces, porque Dios ya estaba con nosotros, junto a nosotros. Era de Dios, y nos libera de la esclavitud del pecado y de la muerte.

No lloréis nunca más, que no haya duelo.
Desterrad la maldad, las impudicias.
Que la piedad anule las sevicias.
Que ya nadie se arrastre por el suelo.

Que donde hubo dolor haya consuelo
y el mundo todo sepa las albricias
que hoy resuenan como dulces caricias
en quienes te buscamos con anhelo.

Pues de Dios en Belén nace la Vida
encarnada en un niño glorioso
que nos devuelve la bondad perdida

y nos abre el camino venturoso
por donde el alma, libre y redimida,
encontrará un futuro victorioso

Sin embargo, ¿cómo no tener en cuenta el desenfreno materialista que atenaza y desvirtúa la Navidad actual? Que algunos intentan convertir en un despropósito de consumismo voraz, transformando los muchos valores de fe, de emoción, de afecto, de raíces populares que la Navidad entraña, que la Navidad compendia y que la Navidad transmite, en unas fiestas desquiciadas y grotescas, sin ningún sentido auténtico. Unas fiestas que no son alegres para las víctimas del paro, de la injusticia, de tantos abusos que continuamente se padecen. Y, precisamente por ello, los cristianos tenemos la inmensa responsabilidad de insistir en la entraña de la alegría navideña, con el comportamiento vital a que nos compromete la fe que profesamos.

Y los belenistas hemos de manifestar ante todos y, especialmente ante los niños, porque de ellos es el futuro, que junto al belén no puede haber ideologías ni partidismos. El belén nos une, porque nos habla directamente al corazón de familia, de ternura, de niñez. Que son las enseñanzas que se compendian en un belén, haciéndonos evocar también a los seres más queridos: los padres, los hermanos, los abuelos. El belén es una escuela de buenos sentimientos, un mensaje de sosiego y bondad para los limpios de corazón, capaces de encontrar la dicha en las pequeñas cosas que ofrece la vida.

¡Bendito seas, Señor! Recién nacido
te adoro en el Portal y soy sincero
al decirte lo mucho que te quiero
sabiendo que a salvarme Tú has venido.

Igual que los pastores he podido
contemplarte, besarte, y así espero
que sea tu luz el resplandor certero
para guiarme seguro y redimido.

Porque soy belenista mi alegría
es hacer Navidad a cada instante,
pregonar tu verdad día tras día.

Y el gozo ante el belén será constate,
pues es allí que en brazos de María
a todos nos sonríe el Santo Infante.

Pero, ¿los belenistas no haríamos mejor en dedicar nuestro tiempo, nuestra ilusión y nuestro dinero en otras finalidades doctrinales, catequéticas o asistenciales?

Desde luego que si cada uno hace lo que puede y lo que sabe, poniendo en ello todo su cariño, y lo hace pensando en la dicha que proporciona a los demás, como hacen los auténticos belenistas, indudablemente ello ya es oportuno. Además, mientras hay quienes se ponen del lado de tantas manifestaciones negativas y violentas que están dirigiendo a nuestro mundo por vías cercanas a la autodestrucción, otra parte de nuestra sociedad prefieren los aspectos más positivos: la comprensión, el respeto, la fraternidad. Que son los valores trascendentales que los belenistas debemos destacar en los belenes. Unos valores para la vida que nos comprometen a intentar cumplir responsablemente con nuestras obligaciones ciudadanas y éticas. Así, el belén simboliza nuestro mejor ánimo, el que nos impulsa a mejorar día a día, porque siempre habrá objetivos que alcanzar más allá de la meta, si somos capaces de avanzar teniendo constantemente presente a Cristo, entre la maraña de escándalos, de abusos, de rencores, de fanatismos que lo ocultan, o, peor, que pervierten su enseñanza redentora.

Los belenistas hemos de esforzarnos para que, frente al clímax de tantos ceños hoscos, de tantas actitudes agresivas, de tantos corazones deshumanizados, se mantengan las esencias de la Navidad, como conmemoración de que Dios ha nacido para la redención de todo el género humano, al que le traía el evangelio de la misericordia, la honradez, la esperanza, la justicia y la verdad. Virtudes que habremos de dignificar hasta el extremo para que nuestra vocación belenista nos haga meditar, recapacitar, pues el siglo XXI nos exige una firme voluntad de superación. Y únicamente si nos desprendemos de nuestra vanidad y de nuestro egoísmo seremos dignos de entrar en el establo de Belén donde Jesús nació para enseñarnos que solo el Amor puede traer la verdadera Paz al mundo.

Bulle Belén de vida y esperanza
que un niño, Dios de Dios, allí ha nacido
y en su venida al mundo se ha cumplido
la salvación que a todos nos alcanza.

Entrar en el establo da confianza
al ver cómo el pecado ha sucumbido
ante el glorioso amor que ha florecido
testimoniando la divina alianza.

Goza mi corazón con la alegría
de saber que el Mesías se ha humanado.
¡Qué claridad dichosa tiene el día!

¡Qué bendición de paz nos ha llegado!
¡Qué momento feliz, cuánta armonía
entre el cielo y la tierra se ha instalado!

Ciertamente las fiestas navideñas que ahora pregono son las celebraciones más universales y trascienden incluso a culturas no cristianas. Sin embargo, solo los evangelistas Mateo y Lucas nos dejaron escritas unas líneas, no muchas, sobre ello. Ni Marcos, ni Juan, ni Pablo nos hablan de los acontecimientos del nacimiento de Jesús. Si el año 354 el papa Liborio estableció que la Navidad fue exactamente el 25 de diciembre, es porque las paganas celebraciones solsticiales que festejaban al “Sol invicto” se transformaron en la solemnidad del nacimiento de Cristo, el nuevo sol de los cristianos. Y aunque nadie especifica la fecha exacta del nacimiento del Señor, sí que es factible aproximarse con cierta precisión a ella, según los datos que aparecen en el Evangelio de Mateo: durante el imperio de Augusto, en vida de Herodes I El Grande, que reinó del año 37 al 4 antes de Cristo, y siendo Quirino gobernador de Siria. Estos detalles han suscitado múltiples estudios para determinar la fecha del nacimiento del Señor, y los más fiables permiten aventurar que vino al mundo entre siete y cuatro años antes de lo que dicta nuestro calendario.

Resplandece de amor la madrugada
y la dicha rubrica el gran portento
de Dios que se hace hombre, dulce contento,
bendiciones de paz en la mirada.

La Humanidad se muestra alborotada,
que ya ha ocurrido el sacro Nacimiento
del niño que en tan feliz momento
es la Bondad por tantos esperada.

Un establo en Belén es escenario
donde el orden del mundo se renueva,
en culmen de portento extraordinario.

Y allí María, que en sus brazos lleva
el bendito esplendor de aquel Sagrario,
los corazones hacia el cielo eleva.

Pero, ¿por qué de los cuatro evangelistas, solamente Mateo y Lucas escriben sobre la infancia de Jesús? ¿Acaso Marcos y Juan no conocían la vida completa del Maestro de tal modo que cada uno difiere en su manera de comenzar la historia del Señor? ¿O creyeron que algunos episodios no merecían ser incluidos en sus evangelios? Para contestar a estas preguntas debemos tener en cuenta que la existencia de Cristo era tan misteriosa, tan inconcebible, tan fuera de toda lógica, que llevó muchos años convencerse de que ese Jesús a quien habían visto y tocado, era nada menos que Dios mismo que los había visitado en la tierra. La persona de Jesús no fue entendida enseguida sino gradualmente por los primeros cristianos. Y esto influyó en la manera de empezar a escribir sobre Él.

Así, en los comienzos del cristianismo, la resurrección de Jesús fue el único dato de su vida que se consideró digno de mencionarse, pues los primeros cristianos predicaban que en la resurrección Jesús alcanzó la gloria de ser el Hijo de Dios. Por lo tanto, cuando quisieron pasar por escrito algo de la vida de Jesús, lo único que les pareció importante fueron los detalles de su muerte y resurrección. De tal manera que lo primero que se escribió sobre Jesús fue lo último.

Posteriormente, cuando los cristianos reflexionaron más sobre la identidad de Jesús y entendieron que era Hijo de Dios ya durante su ministerio, consideraron también importante recopilar toda la información sobre su vida pública, sus dichos y sus milagros. Entonces un escritor al que llamamos Marcos, decidió juntarlo a los relatos pasionistas y así nació el primer evangelio, que en griego significa “la buena noticia”.

Tiempo después la cristología siguió progresando. Se comprendió que Jesús era Hijo de Dios desde su misma concepción y los cristianos, que amaban y seguían fervientemente a Jesús, querían saber más todavía sobre su vida: quiénes fueron sus antepasados, en dónde había nacido, dónde se había criado… En esa búsqueda de información fueron apareciendo nuevos detalles que narraban los hechos de la infancia del Señor y estos informes también pasaron a ser importantes y pudieron ser añadidos como “evangelios” en los escritos posteriores de Mateo y Lucas, que tan valiosos son para los belenistas.

Finalmente, con la iluminación del Espíritu Santo, se supo de la preexistencia de Jesús como Hijo de Dios desde antes de su nacimiento, que Jesús nunca había “empezado” a ser Hijo de Dios, sino que lo fue desde toda la eternidad, que “preexistía” desde antes de la creación del mundo. Y entonces Juan, al escribir su evangelio, antes de relatar como los otros tres evangelistas la vida pública del Maestro, comenzada con su bautismo en el Jordán, se fue más atrás todavía y añadió, a manera de prólogo, un hermoso himno que cantaban los cristianos en sus reuniones litúrgicas y que empieza así: “En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios”.

Los primeros cristianos fueron descubriendo a Jesús poco a poco, con esfuerzo, reflexión, oración y con la inspiración del Espíritu Santo, que es fuente de Verdad y Vida para los bautizados.

En Belén relumbra la mañana
y estallan de emoción los corazones.
Hay gozo en el Portal, hay mil razones
para sentir la dicha tan cercana.

El paisaje se ve por la ventana
florecido de gloria y de ilusiones
mientras que el sol derrama bendiciones,
que son brillos de vida que él emana.

Y esta luz, esta dicha, la armonía
que en la naturaleza se percibe
son reflejo de la santa alegría,

de tanto amor que de muchos recibe
el niño Dios, hijo de María,
que en un pesebre entre pajas se exhibe.

Actualmente, para algunos investigadores admitir que Jesús nació en Belén es una cuestión problemática. Porque en todas las Escrituras sólo Mateo y Lucas afirman en dos capítulos del Nuevo Testamento que Jesús nació en Belén de Judea, la ciudad de David, una población de enorme importancia para la tradición mesiánica judía. El otro lugar en discusión es Nazaret, una insignificante aldea agrícola de Galilea, pero en definitiva el complemento que siempre acompaña a Jesús… de Nazaret. Así lo llaman los evangelistas, el “nazareno”.

Considero que ambas coincidencias son admisibles: según las circunstancias del empadronamiento que nos describe Lucas, Jesús nació en Belén, dentro de un establo ya que no había lugar en la posada; y su madre lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre. Que no es dogma de fe, pero sí una creencia tan firme y arraigada que el nacimiento del Salvador no se puede comprender de otra manera. Si el Niño hubiese nacido en Nazaret, el pueblo de María y José, ¿cómo iba a nacer en un establo, en vez de en su casa?

Y enumera Mateo que en Belén ocurrió la visita de los Magos, esos misteriosos personajes llegados desde Oriente para postrarse ante el Gran Poder de la divinidad, representada en un Niño.

Tres magos de la Persia, tres viajeros
guiados por una estrella en su camino,
ya llegan al final de su destino,
ya del Rey del Amor son prisioneros.

Ellos saben de augurios y luceros,
pero aquel celestial signo divino
les renueva por entero su sino,
los hace del Mesías mensajeros.

Marca en Belén el astro reluciente
a un Niño con su Madre que lo acuna,
en un hogar que huele a pan caliente.

Y no hay nada mejor, mayor fortuna
para aquellos tres sabios del Oriente
que saber que Él es Dios sin duda alguna.

Después, como describe también Mateo, José y María con el niño tuvieron que huir a Egipto, para escapar de la maldad de Herodes. Más tarde, muerto el rey infame, regresaron a Nazaret, su pueblo, donde Jesús vivió privadamente casi 30 años. ¿Cuántos, habiendo nacido en una localidad, son considerados en realidad como del lugar donde han residido casi toda su vida?

De esos 30 años de la vida de Jesús que los Evangelios silencian, lo único que conocemos es un episodio narrado por Lucas que le sucedió a los 12 años, cuando se perdió en Jerusalén durante una fiesta de Pascua, y cómo José y María lo hallaron en el Templo escuchando a los maestros y haciéndoles preguntas que asombraban a quienes lo oían por su inteligencia. Añadiendo que volvió con ellos a Nazaret, obedeciéndoles en todo y creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.

Según esto, Jesús no se movió de Nazaret durante treinta años. Y allí, en su círculo familiar, experimentó su madurez humana, intelectual y psicológica, viviendo de una manera tan ordinaria y normal como lo hacían los demás judíos de su tiempo en los poblados de Galilea. Y cuando le llegó el momento de aparecer en público para recorrer las ciudades y pueblos de Palestina curando enfermos, resucitando muertos, enseñando parábolas y predicando el Reino de Dios con su mensaje de salvación, nunca se arrepintió de los años ocultos y silenciosos transcurridos en su pueblo, en su casa y con su gente; de su trabajo en el taller y de sus reuniones con los amigos. Nunca consideró ese periodo como perdido, porque aquel ambiente de apacible vida cotidiana es modelo en que inspirarse para lograr la serenidad familiar que hoy tanto falta.

El cotidiano afán de la jornada
despliega en Nazaret monotonías
de trabajo, de penas, de alegrías,
de besos de partida o de llegada.

Hay silencio de juventud callada
que contempla cómo pasan los días
uno tras otro iguales, sin porfías
ni estridencias que hagan aquí morada.

La Sagrada Familia nazarena
es en su lar modelo de ternura,
de renovada plenitud serena.

Bendito hogar, remanso de dulzura
donde el amor cada minuto llena
de esta Familia que es de Dios ventura.

Sea la rúbrica de este Pregón proclamar que la Navidad de Cristo es una persistente invitación a la reflexión personal, al sereno repaso de nuestra propia vida, subrayando que, aun en tiempo de tantas crisis, la Navidad ha de ser una fiesta radiante, con la alegría que depara, por lo menos, tener el corazón limpio y la conciencia en paz, porque la felicidad no depende de la riqueza ni del poder, la felicidad brota íntima profundamente de nuestra tranquilidad de espíritu, de nuestra conformidad responsable y sincera ante los designios de la voluntad divina que nos ha creado a su imagen y semejanza, para mostrarnos que la auténtica realidad de una vida plena solo es el Amor.

Con este sentimiento expreso mis mejores deseos para la Navidad 2017 que ya se acerca, que ya nos ofrece la bienaventuranza del inicio de la Redención y nos compromete a ser instrumentos de la misma, esforzándonos hasta el límite para ser testigos del Señor, que vino históricamente con su nacimiento en Belén y volverá en plenitud gloriosa al final de los tiempos. Además, aunque nos cueste entenderlo, Él permanece aquí también ahora y habita entre nosotros. Pues la presencia de Jesús está en la inocencia de los niños, en la decrepitud de los ancianos, en la demacrada faz de los enfermos, en el sufrimiento de las víctimas de desdichas, odios, injusticias, catástrofes y guerras, en la debilidad de los desamparados, en la entrega de los benéficos, en la sencillez de los humildes, en la bondad de todos los seráficos.

Ojalá que, con nuestro comportamiento personal y nuestros belenes, llenemos de dichoso significado el recuerdo de la venida histórica de Jesús que celebramos en Navidad. Y que, como los primeros cristianos, nos esforcemos para saber quién es y qué quiere de nosotros este Jesús que continúa vivo de una manera misteriosa, pues Él lo dijo claramente: “Yo estaré con vosotros hasta el final de los siglos”.

Muchas gracias por tan amable atención.”

Juan Giner Pastor – Alicante, 1 de diciembre de 2017

 

Portada de la revista ¡Aleluya! n.º 10 - Asociación Belenista de Valladolid (2015)

La alegría de la Navidad, por Juan Giner Pastor

27 Nov 15
Presidencia FEB
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La alegría de la Navidad

Artículo publicado en la revista ¡Aleluya! nº 10 (2015) de la Asociación Belenista de Valladolid

Imagotipo de la Asociación Belenista de Valladolid«Os anuncio una gran alegría: ha nacido el Salvador, que es el Cristo Señor». Así dice Lucas en el capítulo segundo de su Evangelio, describiendo la aparición del ángel a los pastores de Belén, y añade: «Al instante se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: ¡Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a la gente de buena voluntad!».

Y este mensaje de alegría, de gloria y de paz que resonó hace 2015 años es necesario que continúe resonando en nuestros corazones durante la Navidad, la fiesta más universal y entrañable. Una fiesta de inefable gozo; una fiesta tan dichosa, tan dichosa, que sin ella el mundo no tendría sentido para los cristianos; porque en la Navidad festejamos el nacimiento de quien vino a traerle al mundo la salvación. Pero, ¿cómo poder conjugar esta alegría de la Navidad que nos proclama el ángel de la Anunciata, con la realidad de un mundo repleto de desastres, de rencores, de envidias, de inconfesables ambiciones y de anhelos malvados? Un mundo estremecido por el terrorismo, el fanatismo, la pobreza, la emigración, la guerra…

Epifanía de Juan Giner¿Tiene sentido, pues, celebrar con alegría la Navidad nuevamente cada año, a pesar de tanto dolor, tantos sufrimientos e injusticias como asolan al orbe? ¿Por qué los belenistas volvemos a representar candorosamente las tiernas escenas del Nacimiento de Jesús en la cueva de Belén, del Anuncio del ángel a los pastores, del viaje ilusionado de los Magos de Oriente…?

Precisamente, porque celebrar la Navidad de Cristo es una invitación a la reflexión profunda, al examen de conciencia, al tranquilo repaso de nuestra propia vida. Celebrar la Navidad de Cristo es recordar que hemos de esforzarnos en mejorar día a día, porque siempre habrá metas que alcanzar más allá de la meta, si somos capaces de avanzar teniendo constantemente presente el mensaje de Jesús, porque Él es Camino, Verdad y Vida, algo que olvidamos continuamente, pero que no es una utopía irrealizable. Y, aunque es evidente que el mal existe en el mundo, también existe el bien, la bondad, siendo numerosos los ejemplos que nos ayudan y nos consuelan si sabemos encontrarlos entre la maraña de escándalos, de corrupciones, de engaños, de odios que los ocultan y que, tantas veces también, ocultan el auténtico sentido de la Navidad de Cristo, que hoy celebran tantos con despilfarro y juergas, con consumo alienante, con frenéticas ansias de insana diversión, hasta convertir los muchos valores de fe, de emoción, de afecto, de tradición, de familia, de raíces populares que la Navidad entraña, que la Navidad compendia y que la Navidad transmite, en unas fiestas desquiciadas sin ningún sentido para ellos.

Epifanía de Juan GinerLos belenistas sabemos que el belén difunde un mensaje que nos habla de humildad, como la de María aceptando la voluntad de Dios, ahora que sólo impera el afán de éxito, de triunfo, de imposición de nuestros intereses, pese a quien pese y caiga quien caiga. Un mensaje que nos habla de amor sincero, como el de María y José, como el de los pastores o los Magos, ahora que sólo el hedonismo está de moda. Un mensaje de sacrificio y resignación valerosa, como el de los Santos Inocentes, o el de la Sagrada Familia huyendo a Egipto, ahora que impera el egoísmo más atroz. Un mensaje que nos habla de hogar, como el de Nazaret, ahora que la familia está en crisis.

Contemplar los belenes es así algo trascendental en este mundo desquiciado y atroz. Y la necesidad de sentir el mensaje de paz y ternura que el belén transmite es lo que hace que todas las Navidades miles y miles de personas visiten las exposiciones realizadas por las asociaciones de belenistas y monten el belén en hogares, iglesias, instituciones hospitalarias y sociales, comercios, asociaciones festeras y culturales, residencias de ancianos, talleres o fábricas. Porque el belén se instala en todas partes y en todas partes esparce la buena nueva del amor de Dios que nace para todos, invitándonos a poner en práctica en nuestra vida el testimonio de humildad, de fe, de amor sincero, de familia y de sencillez que la Navidad nos ofrece. La manifestación de alegría que la Navidad es.

Ojalá que esta alegría nos siga iluminando, sin deslumbrarnos, para trabajar diariamente disfrutando de las pequeñas cosas que la vida nos depara; para comprender que la felicidad no depende de la riqueza ni del poder; que la felicidad brota íntima y profundamente de nuestra tranquilidad de espíritu, de nuestra conformidad responsable y sincera ante los designios de la voluntad divina, que nos ha creado a su imagen y semejanza, a imagen y semejanza de aquel niño nacido en Belén, el Cristo, Dios hecho hombre para mostrarnos que la auténtica realidad para una vida plena solo es el Amor.

Juan Giner Pastor
Maestro Mayor Belenista, Medalla UN-FOE-PRAE 2000,
Insignia de Oro FEB 2004 y Trofeo FEB 1981

Portada del libro "Belenes y Pesebres de España" coordinado por Augusto Beltrá Jover, editado por la Federación Española de Belenistas (2009)

Prólogo de Belenes y Pesebres de España, por Juan Giner Pastor

16 Oct 09
Presidencia FEB
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Prólogo de Belenes y Pesebres de España

Artículo publicado en el libro Belenes y Pesebres de España (2009) de la Federación Española de Belenistas

Portada del libro "Belenes y Pesebres de España" coordinado por Augusto Beltrá Jover, editado por la Federación Española de Belenistas (2009)Este libro, «Belenes y Pesebres de España», convierte en realidad un proyecto de años, de muchos años: narrar en una publicación digna la historia de la Federación Española de Belenistas, mostrando también la obra y la trayectoria de las asociaciones que la integran, como depositarias de un inmarcesible bagaje de cultura, arte, tradición, religiosidad y raigambre familiar.

Desde que en 1963 cinco asociaciones fundaran la Federación Española de Belenistas hasta las setenta y cinco que la integran ahora, mucho se ha trabajado ilusionadamente, contando casi siempre con el apoyo de entidades, instituciones y autoridades, pero, sobre todo, con el esfuerzo, el trabajo y la dedicación de miles de belenistas y pesebristas que han hecho posible un amplio muestrario de proyectos y realizaciones, teniendo la guía ejemplar de San Francisco de Asís y de la Sagrada Familia de Belén.

Pesebristas y belenistas que, además de ser capaces de realizar hermosos trabajos, procuramos dar ejemplo de una actitud vital acorde con el mensaje de paz y amor que cada belén entraña.

Porque belenistas y pesebristas no sólo hemos de atesorar habilidad manual, inventiva técnica y facultades artísticas para plasmar plásticamente los misterios de la Natividad del Señor; debemos, asimismo, poner el corazón y el alma al servicio del ideal de amor y humildad que el Nacimiento de Jesús en Belén entraña.

Ser pesebrista y belenista es dedicar tiempo y entusiasmo en proseguir una labor de evangelización cuyas raíces tienen muchos siglos de tradición, haciendo de la vida una proyección real del mensaje plasmado en el belén y el pesebre.

Cuando el desasosiego, la violencia, la injusticia o el escándalo se han convertido en asuntos cotidianos, belenistas y pesebristas -hombres y mujeres que vivimos y trabajamos como otros muchos millones de personas- hemos elegido una forma peculiar de apostolado que aglutina religiosidad y arte. Lanzamos año tras año un mensaje visual de paz, de amor, de dichosa y sencilla vida cotidiana: la que se inspira en aquella Sagrada Familia nazarena que vivió en Palestina hace más de dos mil años. Pesebristas y belenistas pretendemos expresar con nuestras obras plásticas que la felicidad no depende de la riqueza ni del poder, que la felicidad brota íntima y profundamente de nuestra tranquilidad de espíritu, de nuestra conformidad responsable y sincera ante los designios de la voluntad divina. Como la Sagrada Familia nos manifestó ejemplarmente.

Belenistas y pesebristas encontramos, al realizar nuestros trabajos, ese íntimo sosiego que tan raro es ya en nuestra tecnificada época de prisas y agobios. Y cuando recreamos campos, montes, pueblos o palacios, afirmamos que la felicidad está al alcance de la mano si somos capaces de disfrutar diariamente con las pequeñas cosas que la vida nos ofrece, si podemos superar tranquilamente adversidades y metas sin otro afán que cumplir sobradamente con nuestro deber. Que el progreso ha de ser un medio y no un fin alienante. Ha de ser el camino imprescindible para que se cumpla en la Tierra el plan divino que nos convierte en imagen y semejanza de aquel Niño nacido en Belén, el Salvador, el Mesías, Dios hecho hombre para mostrarnos la auténtica verdad para una vida plena: el Amor.

Y las asociaciones de belenistas y pesebristas, agrupando y canalizando la ilusión de quienes sentimos el afán de realizar pesebres y belenes, son instituciones que se esfuerzan por mantener, potenciar y animar esta actividad que aúna el arte, la tradición, la historia y la fe. Esta actividad que nos obliga también a dar testimonio vital del mensaje imperecedero que el belén y el pesebre atesoran, pues sería una auténtica incongruencia hacer pesebres y belenes sin poner en práctica todo cuanto suponen: humildad, paz, fraternidad, bondad… Vivamos de acuerdo con ello, porque seguro que los belenes y pesebres que realicemos serán un auténtico reflejo de la concordia que alienta el mensaje angélico: «¡Gloria a Dios, paz en la Tierra!».

Juan Giner Pastor
Catedrático de Historia
Maestro Mayor Belenista