Blog Detail

Texto del Pregón de Navidad 2015 – Asociación Belenista de Gijón – D. Luis Roda García

04 Dic 15
Presidencia FEB
,
No Comments

En la tarde-noche de hoy, viernes 4 de diciembre de 2015, ante el numeroso público que llenaba la Iglesia Parroquial de San Pedro de Gijón, en un acto amenizado por el coro parroquial de San Pedro, dirigido por Calina Felgueroso, y el coro de Padres del Colegio de la Inmaculada, dirigido por el P. Pedro Cifuentes, D. Luis Roda García, magistrado, en la actualidad Juez Decano de Gijón, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


Luis Roda García, magistrado, pregonero de la Navidad 2015 en Gijón (04/12/2015)

Luis Roda García, magistrado, pregonero de la Navidad 2015 en Gijón (04/12/2015)

Las figuritas rotas del Nacimiento

«Me atrevería a asegurar que todos los que amamos los belenes hemos pasado a lo largo de la vida por una misma experiencia poco agradable que, además, seguramente se ha repetido en varias ocasiones. Me refiero a la mezcla de sorpresa y disgusto que se siente cuando, al desenvolver una a una las figuritas que habíamos empaquetado cuidadosamente después del seis de enero para que durmieran un año más, seguras y tranquilas en la oscuridad mullida y protectora de una caja de cartón, descubrimos que están «un poco rotas».

No se trata de averías totales, que habrían convertido la figurita en inservible, sino de algo concreto y limitado: aquí se aprecia que falta un trocito de la pata de un camello; allí se comprueba que ha desaparecido la mitad de un ala del ángel que se suele colocar sobre un arbolito a cuyo lado se situará un grupo de pastores en torno al fuego para protegerse del frío nocturno, y que tenía la misión de anunciarles que había nacido el Niño Jesús. Otras veces el desaparecido es un brazo de la lavandera que se coloca junto al río o el pequeño lago elaborados con papel de aluminio sacado de una tableta de chocolate y que, con un trozo de cristal encima, brillan como si la figurita estuviera lavando la ropa en plata líquida… en fin… Recuerdo especialmente que, en el Nacimiento que tenía de niño, una avería clásica descubierta a principios de diciembre consistía en que se cuarteaba y desprendía la masa de las patas de las ovejas, quedando al descubierto el trozo de alambre que servía de armazón, por lo que el animalito -que sin embargo conservaba íntegro su cuerpo de lana de barro pintada- parecía que, en lugar de haber salido de una caja de cartón, acababa de colocarse patas artificiales en una ortopedia.

Si el trozo desprendido estaba junto al resto de la figurita, la reparación resultaba más fácil; pero a veces sucedía que ese trocito había desaparecido -un nuevo misterio que añadir al anterior- y entonces se precisaba utilizar la imaginación para recomponer la figura sin apenas medios y conseguir que quedara bien; y todavía era necesaria más imaginación cuando, por falta de tiempo material, se decidía colocarla en el Nacimiento sin pasar por el taller casero de reparación, disimulando el defecto o intentando que no se notara demasiado.

La experiencia permite constatar que algunas figuritas concretas tienen mayor tendencia a averiarse, y muchas veces hemos sido testigos (cuando no los responsables principales) de esos accidentes domésticos que acaban en roturas y una pequeña tragedia doméstica. Las víctimas clásicas del siniestro suelen ser los ángeles, ya se sabe: falla la chincheta, falla el hilo de nylon, falla el nudo… o falla el control sobre el niño más pequeño de la casa que quiere comprobar si el ángel vuela de verdad o si allí hay truco -que sí lo hay-, y en consecuencia el ángel acaba «aterrizando» de manera brusca y muy poco artística, si bien en lugar de la crisma lo que se rompe es un ala o un trozo de la banda donde figura el «Gloria in excelsis Deo», porque no sé qué idioma hablan los ángeles entre sí, pero cuando escriben parece que lo hacen en latín, y de ahí el texto de la banda. Como saben, la profesión de «ángel del Nacimiento» es una de las más arriesgadas que existe en el belén, porque esas figuritas son -de entre las que tienen más tendencia a averiarse- especialmente propensas a sufrir accidentes laborales; pero… en fin, no debería desviarme del tema del que quería hablarles: de esas figuritas que aparecen con pequeñas roturas que nadie se explica cómo se han producido, sean ángeles o no, o sea que intentaré regresar al argumento de este pregón.

Cuando yo era niño, en el hall de la casa de mis padres había una hornacina decorativa en la pared que tenía forma de semicircunferencia. Debía medir, más o menos, un metro de largo y unos veinte centímetros de ancho, motivo por el cual los Nacimientos en aquella casa siempre eran «lineales»: el portal se solía colocar en un extremo, a la derecha o a la izquierda, y entonces las figuritas formaban necesariamente una especie de procesión, cada año en la dirección marcada por el lugar de honor que ocupaba el portal y la Sagrada Familia, y lo único que nunca variaba era el puente, el cual siempre quedaba en la mitad del recorrido. En esa «procesión», las figuritas nuevas y las que habían sobrevivido intactas a las misteriosas roturas ocupaban el primer plano, mientras que las damnificadas no dejaban de colocarse, pero siempre tratando de ocultar o, al menos, de disimular las averías que presentaban cuando no se había podido enmendar la avería: así, la lavandera manca era colocada de forma que el espectador solo viera el brazo bueno, y se disimulaba la falta de un trozo de pata en un camello aumentando la cantidad de musgo o paja que normalmente se disponía en torno al animalito. Por otra parte, frotando un trozo de tiza sobre el ala ya repegada del ángel caído se encubría un poco la línea de fractura, que cuando se utilizaba aquella famosa «cola de contacto» tendía a amarillear desagradablemente y, para que no se notara la diferencia de color, también se pasaba generosamente la tiza por el ala sana, motivo por el cual, con esa añadida palidez artificial, el ángel adquiría un aire un poco fantasmagórico. Otras veces se intentaba la recomposición utilizando miga de pan que, al endurecer, quedaba bastante sólida, pero era necesario colorearla (y eso ya no era tan fácil) para que aquellos brazos y patas recompuestos no tuvieran el aspecto tétrico de esos exvotos de cera que se dejan colgados en santuarios y capillas, como sucede -0 sucedía, porque hace tiempo que no voy- en la de La Providencia y que más que la capilla de un santo o de la Virgen parecen sugerir que la zona en que se colocan es algo parecido a la despensa de un ogro.

Pero… ¿saben qué es lo que más me llama la atención de todo esto?… Pues que en una época en que los cambios son vertiginosos -y no digo que sean cambios a mejor o a peor: me limito a constatar solo la rapidez con la que se producen- y que tantas cosas se quedan viejas en apenas días y horas, y que es posible adquirir fácilmente cualquier tipo de producto (incluidas las figuritas de Nacimiento), una buena parte de las personas que tienen un belén y lo ponen cada año siguen sin tirar las figuritas que descubren parcialmente rotas al inicio del tiempo de Adviento; antes al contrario: intentan recuperarlas y salvarlas en lugar de deshacerse de ellas, y vuelven a colocarlas en el Nacimiento pese a la pérdida accidental de parte de su anatomía.

Este comportamiento debe tener una explicación. Quizás la clave para encontrar la respuesta a este hecho sea la misma que nos permita llegar a comprender la esencia de la Navidad y todo su enorme contenido religioso y simbólico, ya que en la Navidad celebramos el nacimiento del Niño, y es un nacimiento que, como todos, acabará en una muerte, pero esta será una muerte especial porque será una muerte para la redención y la resurrección. No voy a entrar a analizar las circunstancias históricas que rodean el nacimiento de Cristo, ni tampoco pretendo incluir en la exposición aspectos y cuestiones teológicas en las que no soy experto. Ni siquiera me detendré en cuestiones muy discutidas, algunas interesantes y otras menos, entre las que se incluyen hasta las razones de quienes sostienen que el nacimiento tuvo lugar en Belén, y están enfrentadas a las de los que, a pesar de lo que figura en los Evangelios de Mateo y Lucas, afirman que el lugar de nacimiento de Jesús no fue Belén, pues un pregón de Navidad no me parece la sede más adecuada para reseñar tales teorías. En cambio, sí me interesa saber cómo y cuándo empezó a celebrarse la Navidad, y qué fue lo que impulsó esa celebración. Parece que la misma fecha de celebración de la Navidad -el 25 de diciembre-, fue establecida por el Papa Julio I hacia el año 350 y, según he leído, en los primeros tiempos del cristianismo no se conmemoraba el nacimiento de Cristo, por lo que la celebración fue posterior y quizás de ahí vino el conflicto sobre las fechas -ya que los Evangelios guardan silencio sobre ese tema- que el Papa Julio I zanjó definitivamente imponiendo su autoridad.

Pero resulta que, al fijar la fecha en el 25 de diciembre, se estaba superponiendo intencionadamente la Navidad cristiana a una festividad pagana que celebraba el nacimiento del sol o de una divinidad solar: en consecuencia, ya tenemos conectado el Nacimiento con la mitología pagana y con el ciclo de la naturaleza, es decir, el hecho histórico del nacimiento de Jesús con el devenir de las estaciones del año y la sustitución de los dioses antiguos. Esa realidad subyacente confiere al hecho de celebrar el Nacimiento un halo especial, porque, aunque la decisión haya sido adoptada por el Papa, en realidad habían sido los discípulos y seguidores de Cristo los que habían ido poco a poco olvidando o desplazando las viejas creencias y creando las condiciones adecuadas para que no solo se conmemorase la muerte y resurrección de Jesús (recordemos que los primeros cristianos celebraban la Pascua de Resurrección al mismo tiempo que la Pascua hebrea que conmemoraba la liberación del pueblo judío de la esclavitud en Egipto, hasta que en el primer Concilio de Nicea se produjo la separación), sino también su nacimiento, completando así, seguramente sin haber pensado en ese detalle, el ciclo vital de la naturaleza: el nacimiento se produce en la estación fría, al inicio del invierno, y la resurrección se celebrará en primavera, cuando la tierra florece y muestra todo su vigor creador aletargado durante el invierno. Por tal motivo, cada vez que colocamos en nuestras casas el belén, estamos evocando una de las fases de ese ciclo natural de nacimiento, muerte y resurrección.

Pero no basta lo que antecede para explicar el maravilloso misterio que rodea todo lo que tiene que ver con la Navidad y que acaba contagiando a cuanto se relaciona con ella, condicionando hasta la supervivencia de las figuritas rotas, que es el hilo conductor de este pregón. El propio deseo de los cristianos de celebrar el nacimiento de Jesús, que desconozco cuando surgió o cuando alcanzó su mayor intensidad, debía tener una finalidad que desbordaba la meramente conmemorativa de un hecho, y yo pienso que, de alguna manera, expresaba el anhelo de esa chispa divina que habita en todo ser humano de conectar con la divinidad de cuya naturaleza participaba, empezando por el aspecto más accesible por su sencillez: con la celebración de la llegada de un nuevo niño al mundo, pero dándose la circunstancia de que ese Niño era Jesús…

Como la Navidad es el crisol en que se funden las profecías de los profetas del Antiguo Testamento que anunciaban la llegada del Mesías y también el punto de partida del cristianismo, transcurridos más de veinte siglos de aquel acontecimiento es evidente que todo lo que aparece vinculado a la Navidad (las reuniones familiares, los regalos, la ilusión de los niños y de los mayores, el recuerdo esperanzado de los que están temporalmente ausentes, y el recuerdo melancólico de los que ya se han ausentado para siempre) está rodeado de un halo mágico que, a pesar de que todos nos zambullimos en el torbellino de compras, que tienden a rebasar los límites de lo razonable, y participamos en banquetes donde se consumen cantidades de dinero que en otros meses del año sería impensable gastar, impregna todo lo que está relacionado con ella, y por ese motivo nos cuesta muchísimo deshacernos de lo que tiene vinculación con ese tiempo tan especial que, cada vez que retorna, permite aflorar los buenos sentimientos con mayor facilidad que en otras épocas y, entre esas cosas y objetos están las figuritas del Nacimiento. A modo de ejemplo, y esto quizás lo recordarán las personas de más edad, antiguamente el pan no solía tirarse, y si se tiraba ese acto se ajustaba a una liturgia muy curiosa, vista con los ojos actuales: cuando el pan duro o sobrante no era aprovechado para incluirlo en la dieta de los animales de la granja o corral, rara vez acababa en la basura; y si había caído al suelo y se había manchado, antes de lanzarlo al cubo de los desperdicios se besaba. Sí, se besaba: yo lo he visto hacer muchas veces y, aunque me llamaba la atención ese gesto tan sorprendente, una vez asimilado el gesto y la costumbre todo se acababa viendo como absolutamente normal. Supongo que alguna relación tendrá ese trato especial que se aplica a determinados alimentos con el hecho de que el pan se utilice en la Eucaristía, y que es uno de los dos alimentos que se utilizan en el momento de la Consagración… -si bien lo cierto es que con el vino no he visto hacer el mismo gesto, solo con el pan… quizás sea porque el vino no se suele tirar-; sin embargo recuerdo que un estudiante sirio de medicina en Oviedo me dijo que ellos, los musulmanes, hacían lo mismo cuando el pan se caía al suelo o se estropeaba y ya no estaba en condiciones de ser consumido: primero lo besaban y luego lo tiraban a la basura, por lo que creo que ese beso de despedida al pan más bien tiene relación con el hecho de que el pan es el símbolo casi universal del alimento, no solo de la Eucaristía, y por ser el remedio contra el hambre, hasta cuando nos deshacemos de él se le brinda un saludo o beso a modo de despedida que, en realidad, es un signo de respeto, como las reverencias que se hacían en otra época a las personas revestidas de dignidades y títulos…

Como pueden comprobar, estamos rozando el tema de los símbolos más profundos, del anhelo de inmortalidad que tiene el ser humano y al que el cristianismo da una respuesta esperanzadora, que precisamente se vincula a ese Niño Dios cuyo nacimiento en Belén seguiremos conmemorando cada año, aunque nunca lleguemos a saber en qué fecha exacta sucedió. Y esas figuritas que se han roto espontáneamente o no, y que reparamos e intentamos salvar repetidas veces en años sucesivos, participan del fulgor de la Navidad, de nuestras alegrías y tristezas, especialmente las que se han producido y extinguido durante el año que transcurre desde que las envolvemos y guardamos cuidadosamente en cajas de cartón hasta que el año siguiente las sacamos de su lugar de hibernación para instalar un nuevo belén, y es cuando descubrimos las averías producidas en sus anatomías de barro. Al igual que nos sucede a nosotros, aunque no de la misma forma, las figuritas envejecen a nuestro lado y nos sirven de magnífico recordatorio de la levedad de la vida y de la velocidad con que la misma transcurre. Y como las figuritas de barro no pueden tener arrugas y achaques varios como los que padecemos los humanos, únicamente nos pueden manifestar su decadencia física y el transcurso devastador del tiempo fracturándose una pata, un brazo, un pico y hasta la corona de un Rey Mago de Oriente.

Incluso me atrevo a hacer una afirmación que quizás no sea fácil de aceptar sin más: las figuritas rotas del Nacimiento no solo nos recuerdan que la vida es poco más que un soplo, sino que, además, nos ayudan a fijar la atención en aquellas personas -de nuestra familia o entorno o ajenas a ellas-, que han sufrido en su propio cuerpo las consecuencias de la sinrazón o, simplemente, la crueldad irracional de otros. Me refiero, por ejemplo, a los niños y jóvenes de Camboya que han sufrido mutilaciones a causa de esas imperdonables minas antipersona y para quienes trabaja Monseñor Enrique -o Kike- Figaredo, el Obispo de Battambang. Me impresionó una entrevista publicada en diciembre de 2007, no sé si en El País o en otro periódico, donde hablaban varios de los niños y adolescentes a los que ayudaba Kike Figaredo. Yo la encontré en internet: en ella habla Chaneng, quien perdió las piernas y el brazo izquierdo al pisar una mina antipersona mientras con su hermano buscaba madera para hacer una casa, y, pese a todo, dice lo siguiente: «…Nuestro cuerpo puede estar discapacitado, pero nuestro corazón no lo está…«.

También hay otras personas que, de alguna manera, simbolizan las figuritas rotas de nuestros Nacimientos. Son aquellas que hemos conocido a lo largo de nuestra historia personal y con las que, incluso, hemos compartido aula en el colegio, en el instituto o en la Universidad, o el grupo de amigos, sin descartar a las que conocimos en el trabajo, y hasta aquellas otras con las que nos hemos relacionado sentimentalmente, y que, sin entrar a valorar los motivos de su descarrilamiento en esa línea férrea que es la vida, intuimos o sabemos que andan perdidos, y que necesitan alguna voz que, como una orden, les diga algo similar a lo que Cristo gritó ante la tumba de su amigo Lázaro, «…¡Lázaro, sal fuera!…«, para que abandonen su inmovilidad, recuperen la confianza en sí mismos y se libren de las mortajas y ataduras simbólicas que impiden que en ellos renazca la esperanza y que puedan llegar a comprender el sentido último de la vida. Quizás no sea yo el más adecuado para aconsejar abrir el propio corazón a quien lo pueda necesitar, porque debido a mi experiencia profesional tengo una visión que más bien se inclina hacia el pesimismo en relación a lo que es y a lo que hace el ser humano, así como en relación a los móviles de su conducta, premisas que no me ayudan a llegar a conclusiones demasiado halagüeñas al respecto, pues en la cabeza siempre me ronda ese refrán que dice que «…Por la caridad entra la peste…«; pero sucede que, al mismo tiempo y desde la primera vez que la escuché nunca olvidé una de las frases emblemáticas que pronunció el Papa Juan Pablo II (creo que fue al principio de su pontificado) y que, pese a la terrible decadencia física de sus últimos años, no parecía que hubiera renunciado a ella: «…¡No tengáis miedo!…» …No tengáis miedo…

Otra Navidad se acerca rápidamente a nuestras vidas y, después de unas semanas en que habrá un poco de todo… alegría, ruido, regalos, nostalgia… se alejará en silencio, casi como lo hicieron los Reyes Magos tras visitar y honrar al Niño Jesús, pues decidieron abandonar el país sin pasar de nuevo por el palacio de Herodes, quien se había mostrado muy interesado en obtener información acerca de aquel Niño y no precisamente con buenas intenciones. Pero como la vida es una gran escuela en la que siempre estamos aprendiendo, hasta el último día, habremos dado un gran paso adelante si nos reconocemos en esas figuritas de barro que a veces se rompen -como le sucede al ser humano en muchas y variadas circunstancias- y que hay que rehacer, del mismo modo que nosotros tenemos que sobreponernos a las adversidades; y daremos otro paso aún mayor si somos capaces de percibir a las personas que tenemos cerca y que, por diversos motivos, también han sufrido pequeñas o grandes roturas en su cuerpo o en su alma, y decidimos ayudarlas a reparar los destrozos.

¿Se corre algún riesgo al hacer esto? …Pues sí, es evidente. Ninguna actividad humana está libre de peligro, y no cabe descartar que nuestra labor nos ocasione más de un disgusto y varios dolores de cabeza. Pero la satisfacción de ver la figurita rota que hemos reparado para que pueda reintegrarse al belén, donde volverá a ocupar su sitio y a brillar, no tiene precio; por tanto, sin renunciar a la virtud de la prudencia, podemos guiarnos por las antes citadas palabras del Papa Juan Pablo II: «…no tengáis miedo… no tengáis miedo…» y seguir adelante. «…No tengáis miedo…» …Por alguna razón, creo que finalizar con estas tres palabras llenas de esperanza es una buena manera de concluir el Pregón.

Feliz Navidad a todos.»

Luis Roda García – Gijón, 4 de diciembre de 2015

 

Deja un comentario