XLII Congreso Nacional Belenista
Ponencia
Imágenes escultóricas del Niño Jesús
por D.ª Ana García Sanz
En el Nacimiento o Belén, representación tridimensional de la Natividad de Jesucristo, los diferentes elementos de la composición, paisaje, personajes, edificios, convergen en la figura del Niño Jesús, protagonista del acontecimiento. El arte de la escultura, a partir de las primitivas representaciones de esta escena, ha generado una gran diversidad de imágenes infantiles de Jesucristo que constituyen un interesante grupo iconográfico dentro de la historia del arte, a la vez que reflejan el sentir religioso de cada momento.
Siguiendo el relato del evangelista Lucas surgieron en el arte medieval las primeras representaciones de Jesús Niño, fajado y acostado en el pesebre, formando parte de la escena de la Natividad, o bien sentado en el regazo de su madre, en las representaciones de la Epifanía. Posteriormente, el Renacimiento aportó otro tipo de imágenes del Niño, en las que destaca el trabajo escultórico de la anatomía. Esta línea perduró durante el Barroco, movimiento artístico que aunque mantuvo el cuidado por la anatomía, confirió mayor protagonismo a la indumentaria. El siglo XIX supuso un regreso a iconografías clásicas que convivieron con propuestas más modernas; desde los niños fajados del Medioevo, que abandonan las escenas y se convierten en obras aisladas, hasta las más variadas imágenes, entre las que dominan las del Niño acostado en el pesebre vinculadas al ciclo de Navidad.
Ya desde los primeros momentos de la cristiandad, la imagen del Niño Jesús caló pronto en los fieles que rápidamente propagaron su devoción, surgiendo diversas advocaciones. Su adoración rebasó la frontera de las celebraciones navideñas y se extendió a todos los tiempos litúrgicos, sin embargo es difícil fijar el momento en que comienza a ser objeto individual de devoción. Una de las advocaciones más temprana es la del Niño de la iglesia franciscana de Santa María de Aracoeli en Roma, que se remonta al siglo VII.
Con el tiempo el recién nacido dejó paso a un niño de mayor edad que, consciente de su destino, asume diferentes facetas de su condición divina. Como Cristo, el Niño detenta su condición de Rey del Universo. A esta iconografía pertenecen las imágenes en las que aparece de pie, con la apariencia de un niño de dos o tres años, en ocasiones incluso algo mayor, en las que se muestra con la mano derecha, suavemente alzada, haciendo ademán de bendecir mientras que en la mano izquierda suele sostener el orbe, a menudo rematado por una cruz.
Dentro de esta estética se estableció en el siglo XV, una tipología que se repite y extiende por toda Europa. Son los llamados Niños de Malinas, realizados en madera tallada, con la parte posterior plana y con una policromía característica en la que destaca el color dorado de los cabellos. En este mismo grupo iconográfico se encuentran también las imágenes vestideras en las que la talla del cuerpo se realiza para servir de soporte a los vestidos con los que se cubre la figura.
La existencia de Niños bendiciendo era frecuente tanto en los monasterios como en los oratorios privados de los nobles y de los reyes. En muchos casos recibían nombres dependiendo de su papel, así es común que un niño de estas características sea el esposo (aquel con el que se desposan las religiosas en el momento de la profesión y les entrega el anillo), el maestro (el que preside las estancias del noviciado y a me- nudo porta el libro de la regla), etc.
De esta iconografía se derivan los niños reyes, vestidos y coronados como tales. Sin duda uno de los de mayor renombre es el Niño Jesús de Praga, imagen regalada por una dama de la nobleza, Polissena de Lobkowicz, al convento de carmelitas descalzas de Praga en 1628. Una variante de esta iconografía son los Niños emperadores, sentados en tronos, coronados y vestidos con ricos trajes.
La representación de aspectos de la vida adulta de Cristo en la imagen infantil generó también los Niños de Pasión, iconografía que se desarrolló principalmente en el siglo XVII y perduró hasta el siglo XIX. Su génesis está relacionada con las visiones de algunas religiosas, como la venerable Margarita del Santo Sacramento, y los escritos de ellas derivados. Acorde a esta temática se encuentran los Niños pasionales que aparecen de pie, en actitud de caminar, en cuyo rostro se trasluce el sufrimiento, a menudo con lágrimas y con los ojos mirando hacia el cielo, al tiempo que portan la cruz y otros símbolos del martirio.
Dentro de este primer apartado se encuentran los niños nazarenos cuya iconografía sigue la de los Cristos procesionales de la Semana Santa; al igual que éstos visten túnica morada, portan la cruz y una corona de espinas ciñe su frente. Otra variante son los espinarios o Niños de la espina que aparecen sentados y pensativos, al tiempo que extraen una espina clavada en uno de los dedos de su mano.
Formando un grupo aparte dentro de los Niños pasionales se encuentran los Niños dormidos. Esta iconografía muestra al Niño desnudo o semidesnudo, echado sobre una cruz y apoyado en una calavera sin que en su rostro asomen signos de sacrificio. Esta imagen representa el triunfo sobre la muerte, el poder redentor del sufrimiento y la tranquilidad que genera esta victoria. Este modelo iconográfico se desarrolló principalmente durante los siglos XVI y XVII.
Dentro del apartado de niños dormidos están los Niños infantes que muestran al niño sentado en un sillón frailero y vestido con el «vaquero», indumentaria habitual en el ambiente cortesano, conjugando el papel del Niño como soberano y como protagonista de la Pasión.
Hay otras imágenes menos frecuentes que también plasman esta visión del Niño en meditación y que son herederas de las representaciones clásicas de los amorcillos en las que el Niño aparece desnudo y pensativo junto a algún elemento que recuerda la existencia del pecado y el trance de la muerte, a modo de memento mori.
Completando el ciclo de la Pasión se encuentran los Niños resucitados. La figura infantil asume los símbolos y actitudes de Cristo saliendo triunfante del sepulcro: desnudo, con capa roja, banderola, cabello largo y las señales en su cuerpo del martirio: las llagas en las manos y pies y la lanzada en el costado.
Otras facetas del Cristo adulto que se representan en la figura del Niño son la del Buen Pastor que cuida sus ovejas o la imagen, más moderna, del Sagrado Corazón.
Por último, mencionar que la rica iconografía del Niño Jesús incluye también representaciones en las que asume otras personalidades. Son los Niños que se convierten en sacerdotes, peregrinos, cardenales, incluso adoptan la personalidad de ciertos santos como San Isidro.
Ana García Sanz (*)
Conservadora del Monasterio de las Descalzas Reales. Patrimonio Nacional
(*) Ana García Sanz es Licenciada en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid, especializada en el Arte religioso de los siglos XVI y XVII y en el Arte de la Corte. Trabaja en el Departamento de Conservación de Patrimonio Nacional desde 1987 donde, además de ser conservadora del Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid, se ocupa del estudio y catalogación de obras de arte y del diseño y montaje de exposiciones. También redacta y publica, en revistas especializadas, artículos y textos que divulga impartiendo conferencias y participando en cursos y congresos. Forma parte de distintos proyectos de investigación. Es coautora del libro Iconografía de Santa Clara en el Monasterio de las Descalzas Reales (1993, ISBN-13: 9788488458230), y ha colaborado en numerosas obras colectivas y. El próximo mes de septiembre coordinará e impartirá el curso «Las Descalzas Reales: Corte y clausura en el Madrid de los Austrias».
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