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Portada de la revista ¡Aleluya! n.º 15 - Asociación Belenista de Valladolid (2020)

Alegría y dolor en unas navidades atípicas, por Letizia Arbeteta Mira

27 Nov 20
Presidencia FEB
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Alegría y dolor en unas navidades atípicas

Artículo publicado en la revista ¡Aleluya! nº 15 (2020) de la Asociación Belenista de Valladolid

Imagotipo de la Asociación Belenista de ValladolidDesde hace varios años la dirección de esta revista me invita a escribir algún breve artículo en sus páginas, y procuro escoger temas distintos, que no hayan sido publicados, temas siempre relacionados con la naturaleza original del belén como tradición secular de la Europa cristiana y católica, vistos desde la mirada imparcial del investigador, que toma nota de los hechos sin proyectar en ello sus creencias personales.

Llegado diciembre, el belén se instala en nuestras casas, los templos y las calles, pero su razón de ser y su presencia son cada vez más difíciles de explicar a generaciones cuya educación en Humanidades ha sido sustituida por aprendizajes que se consideran más útiles en este mundo cambiante.

Ya he relatado en diferentes ocasiones cómo esta representación -en principio didáctica y simbólica- de hechos que son la base de una creencia religiosa, ha ido perdiendo con el tiempo su conexión con el espectador, incapaz de leer su mensaje visual, lo que ha llevado a una simplificación progresiva de su guion original (que no es otro que el relato de los evangelios), al tiempo que proliferan detalles y soluciones plásticas que se alejan cada vez más de lo que antes era fundamental, la visualización de que la Humanidad tenía un valedor, un Redentor, en definitiva, que no estaba sola, por lo que el belén era un recordatorio de que no debemos dejarnos vencer por el mal y la desgracia, una puerta abierta a la esperanza y la alegría.

Siguiendo con ese papel de fiel notario que se atribuye todo estudioso de un fenómeno, creo que los belenes de este año 2020 han de pasar a la historia, pues nuestra sociedad, al igual que la mayoría de las del globo, ha padecido una dura prueba que afecta a todas las actividades y pensamientos de la especie humana en su conjunto. Son tiempos de cambio y de cambio profundo.

Alegría y dolor en unas navidades atípicasLa pandemia se ha llevado más de un millón de muertos y sigue amenazando nuestras vidas y las de nuestros seres queridos. La situación es tan nueva que los poderes públicos nunca se han enfrentado a nada semejante. Improvisan, aciertan y fracasan en una rueda experimental cuyo resultado aún desconocemos. En definitiva, estamos todos con la espada sobre nuestras cabezas, pendiente de un hilo, sin que nadie se sienta a salvo.

Este año muchos habrán renunciado a poner el belén, o quizás lo hagan para que, al igual que en tiempos de guerra, los pequeños no perciban la angustia y el miedo de los mayores. Porque estamos en manos de la muerte, que es como decir, para el creyente, en manos de Dios.

Me pregunto cómo serían las Navidades en Europa cuando caían miles de vidas segadas durante la Peste Negra o la gripe mal llamada española. El alejamiento del grupo, la necesidad de aislarse, el dolor por familiares fallecidos o enfermos, el terror de los vivos frente a lo maligno y desconocido quizás se manifestara, con relación a la Navidad, de forma similar a aquellos famosos “Cristos de la peste”, representados en el paroxismo del sufrimiento.

De hecho, la unión personal con la figura e imagen de Cristo doliente ha sido una constante en la literatura mística cristiana, difícil de entender para quien no conoce (o desprecia por primitiva) la mentalidad de las sociedades del pasado, para las que la creencia religiosa era una realidad indiscutible.

En ese contexto, recordemos un dato básico de la historia del Belén, como es el hecho de su origen dramático, la representación teatral, de la que el propio Nacimiento es una imagen a pequeña escala y petrificada.

La relación sufrimiento-curación, destrucción-salvación, resignación-esperanza, está presente en la religiosidad cristiana, sea popular u ortodoxa. Profetas y sibilas anuncian la llegada de Jesús, pero también su pasión y muerte, es el león poderoso que, convertido en débil cordero, se dirige voluntariamente al ara de sacrificio, lavando con su sangre los pecados humanos.

Es el rey que nace entre las bestias del establo, es el que muere y finalmente resucita, con toda su gloria y majestad.

Por eso, los belenes antiguos solían estar acordes con lo que se predicaba desde los púlpitos, y, desde al menos el siglo XV en nuestras tierras y hasta hoy en la Europa Central, se introducían elementos penitenciales y pasionales en los nacimientos, además de información adicional que hiciera visible, a la primera hojeada, el argumento completo de la historia de Salvación humana que en ellos se relataba.

Episodios como Adán y Eva en el Paraíso, la Expulsión o el Sacrificio de Isaac, representaban la antigua Alianza, mientras que la vida de Jesús se complementaba con escenas significativas, además de las básicas del ciclo de la Infancia (Natividad, Adoración de los pastores, Epifanía, Degollación de los inocentes, Huida a Egipto…). Estas escenas se elegían por su carácter simbólico, subrayando conceptos no tan evidentes, como la Divina Sabiduría (Jesús entre los Doctores), la Gracia (Jesús y la samaritana), la Eucaristía (las Bodas de Canaán, la Última Cena), etc., para finalizar con los cuadros propios de la Pasión, muerte y Resurrección de Jesús.

Imágenes de eremitas, como la Magdalena, san Antonio o san Jerónimo (o simplemente un ermitaño), cobijados en sus cuevas, además de una serie de animales y plantas simbólicas, completaban estos escenarios cada vez más complejos.

La lectura de todo ello era simple y reconfortante: sufres, pero no será para siempre; el dolor es pasajero pero la alegría es duradera. Hoy, la muerte reina en el mundo, pero mañana será vencida definitivamente. Te lo garantiza el propio Dios, que ha ofrecido su vida a cambio de la tuya.

Las inquietudes actuales, tales como el desarraigo, la emigración y la pobreza, han llamado la atención de algunos sectores al identificarlas con ciertas escenas del belén, a las que se añade un discurso que, a veces, supera el ámbito religioso para adquirir connotaciones políticas.

Por el contrario, la situación de las comunidades nativas en algunas zonas geográficas, especialmente América Latina, han creado híbridos de belenes indigenistas, con su expresionismo reivindicativo. La situación de los católicos africanos o naturales de zonas en conflicto como Oriente Medio, o grandes países donde son minoría, caso de China o la India, también se refleja en sus interpretaciones, a veces ofrecidas en comercio como meros productos artísticos o decorativos, en los que muy pocos pueden atisbar la dura situación de los autores o sus paisanos. Basta una mirada superficial para condenarlos al silencio.

En resumen, saco a colación todo esto para recordar al lector que, tras la apariencia idílica del belén, se esconde mucho dolor. Y mucha esperanza.

¿Cómo serán nuestros belenes 2020?

¿Iguales a los de todos los años, en busca de la normalidad, es decir, como siempre? ¿Intentado con su presencia que se olvide la situación dolorosamente excepcional que estamos viviendo, amenazada nuestra salud, nuestro pan y nuestro futuro?

¿Recordaremos en ellos lo que ya no ha de volver o miraremos hacia adelante?

¿Seremos capaces de unirnos con la Humanidad doliente y crear lazos de esperanza?

Lector, tú decides.

Sea como sea, una cosa está clara: los belenes 2020 no serán belenes de una campaña más: formarán parte de la Historia.

Letizia Arbeteta Mira
Doctora en Historia del Arte

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