Categoría: Asociación Belenista de Álava: Pregones

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Texto del Pregón de Navidad 2017 de la Asociación Belenista de Álava, a cargo de D. Jesús Prieto Mendaza

20 Dic 17
Presidencia FEB
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Texto del Pregón de Navidad 2017
de la Asociación Belenista de Álava,
a cargo de D. Jesús Prieto Mendaza

Isotipo de la Asociación Belenista de ÁlavaEn la tarde-noche de ayer, martes 19 de diciembre de 2017, ante el numeroso público que llenó la Iglesia de los P.P. Carmelitas de Vitoria-Gasteiz, en un acto amenizado por el Coro Erkametza (Elburgo), D. Jesús Prieto Mendaza, licenciado en Antropología Social y Doctor en Estudios Internacionales e Interculturales por la Universidad de Deusto, en la que colabora como profesor, pronunció el siguiente Pregón de Navidad.


Jesús Prieto Mendaza, pregonero de la Navidad 2017 en Vitoria-Gasteiz (19/12/2017)

Jesús Prieto Mendaza,
pregonero de la Navidad 2017
en Vitoria-Gasteiz (19/12/2017)

La Navidad como expresión cultural

«Desde que el hombre es hombre ha buscado adaptar sus ciclos festivos a los ciclos de la vida, fundamentalmente por su dependencia durante siglos de la agricultura y la ganadería. Así la naturaleza, y es esta una perspectiva fundamentalmente ecologista, marcaba los ritmos del tiempo de labor y del tiempo mágico, del tiempo sanador, es decir del tiempo festivo. Uno de esos ciclos es el que coincide en todo el hemisferio norte con el solsticio de invierno, con el parón de la naturaleza, de la vida. Es este un tiempo de poca luz, de oscuridad, de recogimiento doméstico y familiar. Precisamente por todo ello se celebra el momento en que comienzan a ganar peso la luz y el calor, por lo tanto, el acercamiento paulatino al despertar de la naturaleza con la esperada primavera. De ahí que los romanos celebraran el Natalis Solis Invicti, Nacimiento del Sol Invicto, festividad asociada al nacimiento del dios Apolo.

Pero con la cristianización, las fiestas paganas se readaptan y en el imaginario cristiano se decide recordar el nacimiento de Jesucristo, allí en Belén, un 25 de diciembre hace 2017 años. Desde entonces la «Natividad», este tiempo desde adviento hasta la festividad de los Reyes Magos se celebra entre nosotros con toda una serie de rituales, profanos y religiosos, que coinciden en algo característico de toda fiesta: su magia. Y es que la magia impregna la festividad de la Navidad.

Invito a la concurrencia a recordar: por favor piensen en las Navidades de su infancia, en las de su juventud, en las de su actual madurez pensando en la ilusión de hijos o, quizás ya, nietos. Reconocerán que en todas ellas la ilusión, la alegría, la reunión o el misterio, es decir la magia, por la llegada de Dios y de los Magos de Oriente están presentes.

Bien, pues uno de esos rituales navideños es en nuestro entorno cultural el belén o nacimiento. Se suele ubicar su nacimiento, valga la redundancia, en el siglo XIII y su autoría se atribuye a San Francisco de Asís que en la Navidad de 1223 realizó un belén viviente en una gruta de Greccio. Es pues el Nacimiento una de las tradiciones más hermosas de nuestra Navidad.

A pesar de la introducción de elementos llegados del norte de Europa, como son el abeto de Navidad y Santa Claus, o recreaciones propias como es el cuento de Olentzero, el belén es sin duda el elemento ritual que más se aproxima a la esencia de la Navidad. Les pido de nuevo que recuerden su infancia, que actualicen su memoria navideña, que vivan el presente también. ¿Acaso no hay un Nacimiento en esas imágenes?

Las modas lo invaden todo, nuestras formas de consumo, de ocio, de cultura. Pero en los últimos tiempos parece generalizarse una moda, más cimentada en las ocurrencias de algunos que en la documentación, que hace de la demolición de todo lo anterior una profesión de fe y progresía. Las tradiciones, costumbres o raíces que nos conforman como sociedad, entre ellas la tradición belenista, son cuestionadas, y eso en principio no está mal, desde un espíritu autodestructor muy alejado de esa crítica constructiva que hace avanzar a todo grupo humano. Así, los sustentos antropológicos que han definido nuestra identidad (múltiple y diversa, ciertamente, pero identidad, al fin y al cabo) hasta nuestros días, son sometidos a una sistemática acción de demolición para ser anulados, en algunos casos, o sustituidos, en otro, por rituales que tienen que ver más con el esperpento que con el devenir diacrónico de nuestra historia. Esta moda está penetrando absolutamente todos los aspectos de eso que Durkheim denominaba «conciencia colectiva» y en esta época le toca también a una de nuestras festividades más importante: la Navidad.

Así, determinados sectores ideológicos están recuperando la idea de las «Saturnales» romanas, para buscar el reencuentro con las celebraciones paganas del solsticio de invierno, frente a nuestras «Navidades cristianas». De esta forma se está generalizando el uso de expresiones como «felices saturnales» o «felices fiestas de solsticio de invierno». Determinados ayuntamientos han celebrado la fiesta de las «magas de la Navidad», pues se considera una forma laica y republicana de festejar este tiempo festivo invernal frente a las Navidades tradicionales, que son consideradas una fiesta retrógrada. La ciudadanía es libre de hacer con su vida lo que sea, no seré yo quien diga lo contrario, pero tratándose de personajes que se deben a la cosa pública y con el ánimo de documentar con seriedad su propuesta imagino que se habrán encontrado infinidad de tesis doctorales realizadas sobre el tema en numerosas universidades del mundo y bibliografía abundante al respecto de importantes eruditos, sociólogos, etnógrafos y estudiosos de los rituales festivos. ¿O no?

Ya el pasado año una importante ciudad española promovió unas Navidades más «laicas», con propuestas como la celebración del solsticio de invierno y la fiesta de la luz, o la campaña «no somos rosas ni azules»; otra no menos importante capital también apostó porque no hubiera belenes en las calles, pues otras comunidades religiosas podrían verlo como una ofensa; incluso una ciudad a la que acuden anualmente miles de peregrinos decidió suprimir el belén navideño de su mundialmente conocida plaza para sustituirlo por unos abetos; o el caso de una hermosa villa mediterránea que también eliminó la proyección de motivos navideños en la fachada de la casa consistorial, para sustituirlos por figuras más laicas. La lista sería interminable si añadimos la negativa de ludotecas, colegios, residencias y organismos que sustituyen villancicos, nacimientos y zambombas por hip hop, castillos de Playmobil o degustaciones de cuscús, pensando de esta forma ser mucho más progresistas. Creo sinceramente que nunca nadie dio tan pobres argumentos como los que esta especie de «laicidad Disney», tan alejada de la de otras sociedades de nuestro entorno europeo, está aportando.

Las manifestaciones culturales de origen religioso de nuestra actual sociedad, evidentemente secularizada, no tienen por qué ser vistas como una práctica de fe, sí lo serán para quienes se consideran creyentes, pero para otros muchos son simples rasgos de nuestra tradición cultural, forman parte de nuestro patrimonio material e inmaterial. Basta que se den ustedes una vuelta por sociedades mucho más laicas, y desde hace mucho más tiempo, que la nuestra para comprobar lo que estoy diciendo. En Francia qué decir de la Navidad en los pueblos de Alsacia como Colmar o Kaysersberg, en París, en Estrasburgo, en todas sus ciudades la fiesta mayor del año se celebra alrededor del Marché de Nöel. En Alemania el momento más importante del año, tanto de reunión familiar como de socialización amical, se realiza en torno al Christmas Market, recuerdo con especial agrado el Weihnachtsmarkt de Friburgo y el vino caliente, glühwein, tomado allí en compañía de inolvidables amigos. Podríamos seguir por los distintos mercados de Bruselas, especialmente el ubicado en la Grand Place, o Brujas, con su famoso Kerstmarkt Brugen, en todos ellos se puede disfrutar de villancicos y música religiosa mientras se degusta una estupenda bière de nöel viendo pasar a los Reyes Magos junto al típico Sinterklaas o Papá Nöel belga.

Acudir a visitar los belenes y escuchar música en las iglesias iluminadas durante estas fechas, poner abetos o nacimientos en las comunidades de vecinos, oficinas, colegios y hospitales, no es visto como una liturgia religiosa sino como un práctica cultural que indudablemente ha llegado hasta nuestros días desprovista de la sacralización de antaño; pero no por ello se cuestiona su presencia en los espacios públicos y mucho menos su eliminación. Ya lo dijo la inigualable Erma Bombeck: «No hay nada más triste en este mundo que levantarse la mañana de Navidad y no ser un niño».

¡Cuidado! A este paso no solamente nos podemos cargar la misma esencia de la Navidad, también nos podríamos cargar su magia, y sin ese tiempo mágico, necesario, cualquier ritual festivo pierde su razón de ser como revitalizador y sanador de su tejido social para seguir siendo tiempo de cotidianidad. Por eso deseo subrayar la importante labor que hacéis desde las asociaciones belenistas, vuestro trabajo es fundamental para mantener viva la llama de la Navidad, ese profundo mensaje que debiera marcar el camino de nuestras actuales sociedades de bienestar y que tan desdibujado está quedando, en definitiva el mensaje que nos dio quien está representado allí en un humilde pesebre de cualquier «belén»: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado». Ese es el verdadero mensaje de la Navidad y dura 365 días.»

Jesús Prieto Mendaza
Vitoria-Gasteiz, 19 de diciembre de 2017

Texto del Pregón de Navidad 2012 – Asociación Belenista de Álava – D. Pedro Pablo González Mecolay

22 Dic 12
Presidencia FEB
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En la tarde de hoy, sábado 22 de diciembre de 2012, ante el numeroso público que ha llenado la Iglesia de los P.P. Carmelitas de Vitoria-Gasteiz, en un acto amenizado por la coral infantil Leioa Kantika Korala dirigida por Basilio Astúlez, D. Pedro Pablo González Mecolay, gran impulsor de la fundación de la Asociación Belenista de Álava y expresidente de la misma, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


Pedro Pablo González Mecolay, pregonero de la Navidad 2012 en Vitoria-Gasteiz (22/12/2012)

Pedro Pablo González Mecolay, pregonero de la Navidad 2012 en Vitoria-Gasteiz (22/12/2012)

«Allá por el mes de abril, la Junta Directiva de la Asociación Belenista de Álava me propuso la realización de este Pregón. Y tras intentar esquivar el encargo, aduciendo que habría personajes más interesantes e ilustres que un humilde servidor, sobre todo para conmemorar las Bodas de Plata de nuestra Asociación, no tuve más remedio que aceptar el encargo.

En muchas ocasiones he tenido que explicar lo que pretendíamos a los pregoneros anteriores: «Habla de tus recuerdos más entrañables de la Navidad, de lo que hoy significan para ti familiarmente estos días y expresa un deseo a compartir con todo aquel que llegue a escuchar tu Pregón. Y todo esto con brevedad, no más de veinte minutos»… ¡Qué cruel es la vida que nos gasta estas malas pasadas!. Resumir en veinte minutos toda una vida dedicada al Belén. Pues bien vamos con él.

Como belenista quiero empezar compartiendo con ustedes una reflexión. Año 2012, dos mil doce años del nacimiento y encarnación de Dios en hombre. Aniversario del Misterio de la Natividad y por ende del nacimiento del Cristianismo.

Y es precisamente este año 2012, el que también marca el 25 aniversario de nuestra Asociación Belenista de Álava. Han transcurrido casi sin darnos cuenta dos décadas y media, desde aquel 17 de octubre de 1987, en el que un grupo de entusiastas belenistas participantes en el antiguo Concurso de Belenes de la Caja de Ahorros Municipal y el Padre Juan Cruz Apodaca logramos dar, por fin, forma legal a esta nuestra Asociación.

Hoy no se concibe la Navidad sin los típicos villancicos, los dulces y turrones, las compras, los regalos, las comilonas, la lotería, los adornos, los abetos, las calles iluminadas… Pero sobre todo, la Navidad en Vitoria no se concibe sin los belenes.

En múltiples e innumerables ocasiones me han preguntado el porqué de esta bendita afición. Y hoy quiero aprovechar para contestar y compartir con vosotros la respuesta. Pero para ello me tengo que remontar a la primera década de mi vida (1960-1970) y por supuesto a mis ancestros.

Vine al mundo un 2 de julio del año 1960, en las entonces recién estrenadas dependencias de maternidad de la Policlínica San José, asistida en el parto por la comadrona Purificación Sarralde e hija Mari Puri, tía y prima respectivamente de mi padre. Contaban que pesé al nacer 5 kgs y 200 gramos. Por lo hermoso y mofletudo estuvieron dilucidando si ponerme de nombre Juan, pues bastaba verme para recordar al bondadoso Papa Juan XXIII. Pero al final fue Pedro Pablo, por la proximidad del día de San Pedro y San Pablo. Y también, por qué no decirlo, por la influencia de la radio y sus novelas protagonizadas por Pedro Pablo Ayuso, Matilde Conesa y Matilde Vilariño. Fui bautizado con dicho nombre en la capilla de la Policlínica por el entonces capellán de la misma D. Gonzalo Vera-Fajardo.

En esta ciudad se enorgullecían aquellos años de tener una afición y tradición belenista de gran calado. Los belenes eran un referente, no solo en las Iglesias, sino también en Conventos, Colegios, Institutos, Hospicio, Psiquiátrico de las Nieves, Molinuevo, Capilla del Hospital, Hermanitas de los Pobres, Cuarteles, CIR de Vitoria, múltiples escaparates y particulares de todo tipo.

Era costumbre el visitarlos en familia, al igual que en Semana Santa los Monumentos al Santísimo. Vitoria en aquellos entonces contaba con 75.000 habitantes y la frase «Vitoria es un pañuelo» se debía a que se conocían todos.

Pero esa Vitoria, plaza militar por excelencia, cuna de estudios sacerdotales, ciudad comercial bien comunicada, se hallaba inmersa en una importante transformación motivada por la expansión industrial. Empresas como DKV-Auto Unión (Imosa), Forjas Alavesas, Michelín, Aranzábal, Ajuria y otras hicieron que cantidad de inmigrantes procedentes principalmente de Castilla-León y Extremadura asentaran su proyecto de vida en Vitoria, llegando casi a duplicar la población en el año 1970.

Y es precisamente en esta década donde se produce un decaimiento en la afición al belenismo. ¿Fue el Concilio Vaticano II con sus nuevas normas iconoclastas que invitaban a simplificar y quitar todo aquello que distraía la atención al culto? ¿Fue el cansancio originado por aquellos fastuosos montajes? ¿Alguno ha oído alguna vez la frase «¡Se armó el Belén!»? ¿Tuvo que ver algo la falta de relevo generacional? ¿Fueron los cambios de forma de vida de esa década con la llegada de la TV a todos los hogares?.

Lo cierto es que, exceptuando los belenes familiares y el belén napolitano del Museo Provincial, desaparecen o quedan aletargados casi todos, y de toda la larga lista anteriormente enumerada, solo dos se mantuvieron. Por un lado el belén de la Catedral Vieja, atribuido durante muchos años a Mauricio Valdivielso (hoy sabemos que su autoría es de Esteban de Agreda), y este se mantuvo pues el Presbítero de la Catedral, D. Félix Ortiz de Mendívil opta por dejarlo expuesto permanente en una caseta de madera en el paso a la parroquia de Santa María. Y por otro lado el de San Vicente, montado por el Sr. Manuel Ochoa de Aspuru todos los años, debajo del coro, en un pequeño trastero que hoy es una coqueta exposición de ornamentos religiosos.

La afición al belén me viene de cuna, ya que soy hijo, sobrino y nieto de grandes entusiastas del belén.

Hablemos primero de mi abuelo José Daniel (Pepe «el Rubio»). Trabajó de dependiente en la tienda de la calle Postas «Tejidos Aldama». Dos eran sus pasiones: el fútbol y los belenes. Con domicilio en el primer piso del número 3 de los Arquillos, a cincuenta metros de la Hornacina de la Virgen Blanca. Montaba unos espectaculares nacimientos en la alcoba del salón. Las figuras olotinas, de «Arte Cristiano» la mayoría, y algunas de Murcia. Con medios muy rudimentarios, pues además de los seis hijos, esposa y perro, en 75 metros de vivienda no había mucho espacio. Contaban tanto mi padre como mis tíos que, alguno de ellos, desde San Mateo hasta Candelas, dormía literalmente debajo del belén, pues sus camas quedaban bajo el tablado del mismo. Eran tiempos difíciles en los que el ingenio suplía con mucho a la escasez de dinero y medios. Recordaba mi padre que el abuelo utilizaba las escorias de la calefacción central del edificio de la Caja de Ahorros Municipal y que en algunas ocasiones las traía calientes y humeantes. Durante todo el año le guardaban en el estanco de la calle Mateo Moraza las cajas de madera de los puros, con las que Pepe, ayudado de una vieja sierra de pelo y un berbiquí, construía caseríos y edificaciones.

Todo el vecindario de Los Arquillos era conocedor del comienzo del montaje, pues las huellas del polvo blanco de la escayola llegaban, a veces, hasta el mismo pórtico de San Miguel. Mi abuelo presentaba el nacimiento al Concurso de Belenes de la Caja de Ahorros, aunque normalmente a nombre de alguno de mis tíos. Ganó varios premios, pero para Pepe el mayor reconocimiento y satisfacción era el continuo desfile de visitantes. Además de todo el vecindario, eran frecuentes las visitas de sacerdotes, seminaristas, militares de toda graduación, personajes de todo tipo y condición, algunos de ellos, según mi abuela, de alto postín. «¿A que no sabes quién ha venido?«, solía presumir orgullosa.

Sin duda la visita más esperada y temida era la del Jurado. Todo tenía que estar en su sitio, las figuras en pie, el musgo fresco y las luces funcionando. Aquellos belenes tenían un olor y un encanto muy especial. Presidían todas las celebraciones familiares en Navidad. Y si pensamos en los abuelos, tíos abuelos, hijos y nietos que en el año 1965 formaban la familia por parte paterna, os podéis hacer una imagen de la escena. Pero sin duda, el gran mérito de aquel nacimiento lo tenía el esfuerzo económico que la adquisición de aquellas figuras representó para una familia media vitoriana antes de la guerra y en la post-guerra.

Y como todo tiene un final y no siempre el más idílico, con el triste fallecimiento de mi abuela Ascensión en el año 1966, concluyó un ciclo de este belén, pues el abuelo lo dejó de montar y murió tres años más tarde plácidamente viendo un partido de fútbol en la TV, Real Madrid-Barcelona. El belén quedó retirado, dormido en cajas, hasta el año 1972, año en el que Miguel Ángel, «Kakel», mi tío, lo volvió a poner. Pero ya no en Los Arquillos. Recuerdo que montó un majestuoso nacimiento en los bajos del rascacielos de Zaramaga en el «Club Belén». Y posteriormente en varios de sus domicilios. Desde hace cinco años, jubilado ya, Kakel monta en la Iglesia de San Miguel de Murguía con las antiguas figuras del abuelo y muchas más que ha ido adquiriendo con posterioridad.

En tercer lugar, y no por ser el menos importante, más bien todo lo contrario, tengo que hacer una especial referencia al belén de José Carlos, mi padre, en casa. Antes de nacer yo, según consta en diplomas de premios del concurso de la Caja de Ahorros Municipal de los años 1957, 58, 59, 60 y posteriores. Mi padre montaba un espléndido nacimiento en el domicilio de Sancho el Sabio. Con figuras de menor tamaño, preferentemente murcianas, pero con cuidadas perspectivas, agua natural y juegos de luces. Todo un lujo para aquella época. Hoy todo esto se nos presenta fácil y asequible. Pero en aquellos años no existía el material tan sofisticado que hoy podemos conseguir, sin ningún impedimento, en comercios o en Internet.

Precisamente mis primeros recuerdos me remontan a una infancia muy temprana, 3 años, en la que seguía con inusitada curiosidad tanto el montaje día a día, como una vez terminada la obra. Recuerdo que me tenían que arrancar de aquella embocadura hasta para comer, por increíble que pueda parecerles a los que me conocen.

También vienen a mi memoria las gélidas visitas al belén de La Florida. No en vano se había inaugurado en 1962 y había salido Vitoria en el Telediario de la TV. Además mi padre trabajaba en Imosa (hoy Mercedes) mano a mano con Javier Vera-Fajardo, quien alternaba su trabajo con la Concejalía de Festejos del Ayuntamiento de Vitoria. Y conocedor este de su afición, las noticias del belén de la Florida estaban en casa de primerísima mano. También recuerdo, como si fuesen ayer mismo, las visitas que realizaba de la mano de mi padrino Antonio los meses de julio y agosto al Retén municipal, junto a la antigua Plaza de Toros, donde se realizaron en escayola los Reyes Magos, el pescador y otras figuras.

Pero en el año 1968, tras una dolorosa enfermedad, muere mi madre y mi padre queda viudo con 7 hijos, el más pequeño con siete meses. Esta situación altera la vida familiar y obliga tanto a mi abuela Jacinta como a mi tía Milagros a dedicarse en cuerpo y alma a nuestro cuidado. Los belenes quedan guardando un riguroso luto, pues mi padre se ve inmerso en una profunda depresión de la que le costó años salir. En mi caso, dado el especial apego que tenía hacia mi padrino Antonio y su hermana Rosa alterné largas temporadas en la calle Cuchillería con ellos. Ni qué decir tiene que me mimaron en exceso e intentaron satisfacer todos mis caprichos. Y como no pudo ser de otro modo, tras mi insistencia, me obsequiaron con un precioso belén, belén que exponían en el escaparate de su local comercial en Pío XII (Electricidad Víctor y Antonio).

Pero ese coqueto nacimiento enseguida se quedó pequeño. Y con trece años, ya en la década de los setenta, y ahorrando las pagas de los domingos, comencé a construir el que sería mi primer gran proyecto belenista. Conseguí que mi padre me ayudase con las luces y algunos detalles. Ganamos el Primer Premio de Belenes Familiares. Y volvimos a picarnos, y esta vez era la tercera generación de la familia presente en el Concurso de Belenes de la Caja. Los premios y menciones honoríficas se sucedieron año tras año hasta que fui a la mili en el año 1981.

Hubo un conato de Asociación en el año 1975 a instancias de D. José Luis Ramos y auspiciados por las asociaciones vecinas de Pamplona y San Sebastián. Pero por extrañas razones, que yo hoy todavía no alcanzo a comprender, nunca pasaron el filtro legal. Estuvimos funcionando sin entidad jurídica bajo el paraguas de la Caja de Ahorros Municipal y el Concurso de Belenes de la misma. En el año 1984 recibo avisos de múltiples personas para que contacte con un Padre Carmelita que tenía mucho interés en recabar nuestros servicios y asesoramiento. Fue difícil dar con él, pues cuando no estaba ocupado con la Cofradía de la Virgen del Carmen, lo estaba con los viajes de la Cofradía o la Peregrinación a Lourdes.

Pero por fin, a finales del mes de julio de 1984 conocí al Padre Juan Cruz Apodaca Ortiz de Guinea. Tenía él entonces 61 años y era la persona más activa y emprendedora que he conocido. Me comentó que tenían intención de montar un gran nacimiento, al igual del que ya se montaba desde principios de siglo y que se dejó de montar en el año 1966. La Comunidad de Vitoria, a instancias de la Cofradía, había decidido que se retomase nuevamente el belén. Desgraciadamente poco quedaba de aquellos antiguos montajes: algunas figuras sueltas, dos palmeras maltrechas y una oveja desorejada. Así pues, el Padre Juan Cruz se remangó el hábito y se puso manos a la obra junto a su primo ebanista el Sr. Altuna, empezando de cero. Con todos los antiguos bancos del comedor del colegio, que se había derruido para levantar las casas de la esquina, se realizaron caballetes y mesas. Juan Cruz era un experto electricista, relojero y técnico de radios. Arreglaba juguetes de todo tipo para la antigua Juguetería La Espejera y también electrodomésticos para la firma Electricidad Larrea. Se encargó de la dirección de la instalación eléctrica y de los equipos de megafonía no solo del Convento e Iglesia de Vitoria sino de muchos más. Sus compañeros en algún tiempo lo apodaron como el «Padre Enchufes». Con este currículo no era de extrañar que quisiese lucirse con la luces. Con motores viejos de máquinas de afeitar, relojes, lavadoras y hornos microondas creó «La Máquina», un artilugio que mecánicamente hacía en siete minutos el ciclo del día y la noche, el crepúsculo, el amanecer, canto de pajaritos y animales varios, y salidas para otros servicios que llegarían con el tiempo, como la aparición del Ángel, el tendedero con las ropitas y otros. «La Máquina», como él la llamaba, lleva funcionando desde entonces y créanme que es el asombro de quien la ve. También consiguió que la veterana Nati Garrido, encargada del antiguo belén de San Pedro, le hiciese casas y árboles.

Y así, hacia mediados del mes de noviembre, recibió las figuras que había encargado en Madrid y Olot. Las mismas que él recordaba de estudiante, pero nuevas y relucientes. Tras un mes de trabajo atroz, el «Nacimiento del Carmen» se inauguró, o más bien habría que decir se reinauguró, el sábado 22 de diciembre tras la misa de 12, y se mantuvo hasta el 2 de febrero. La aceptación de la feligresía y de Vitoria en general fue grande. Llovían las felicitaciones de todos los lugares. Obtuvo el Primer Premio del Concurso de Belenes. Juan Cruz quedó abrumado por el éxito, pero bastante cansado y agobiado por tanto trabajo.

Al año siguiente el compromiso era todavía mayor. Se había programado en TVE la retransmisión de la misa dominical del 29 de diciembre, desde precisamente el Carmen de Vitoria. ¡El belén saldría en la TVE!… Tras muchos tiras y aflojas, por fin logra convencerme para que me encargue del decorado del belén de ese año y él mejoraría «La Máquina» y la estructura. Nos pusimos manos a la obra el día de San José. Teníamos que modular el belén en trozos, de forma que pudiéramos transportarlo a la Iglesia sin problemas de puertas y, sobre todo, de peso. Fue la primera vez que tomé contacto con el poliestireno expandido, más ligero de peso que la escayola. Buscando formas de trabajarlo, pues nadie lo había usado en belenes hasta esa fecha. Con un viejo cuchillo de pelar patatas de la antigua cocina del colegio y una sierra de poliestireno muy rudimentaria, que fabricamos con cuatro hierros viejos de Permar y poco más, dimos forma al nacimiento del año 1985.

El nacimiento quedó espectacular. Lástima que una fuerte nevada en la fecha prevista impidiese la retrasmisión de la misa desde Vitoria. No importó, pues D. Ramón Alfaro nos regaló un reportaje gráfico con los mejores fotógrafos de Fournier y editaron una postal que con el tiempo ha dado la vuelta al mundo. Aquel año el belén fue reconocido con una Mención Honorífica Especial al no poder participar en el concurso, pues así lo estipulaban las normas, y porque no era ético que un miembro del Jurado participase.

Durante los meses de enero y febrero del año 1986, el Padre Juan Cruz y un servidor sellamos un pacto de unión de proyectos: él empujaría la creación y actividades de la añorada Asociación Belenista y yo seguiría con el belén del Carmen con un nuevo decorado. Durante las obras de ese año en las dependencias del Convento, en silencio y con premeditación, Juan Cruz preparó el Claustro para poder albergar las exposiciones venideras, pero sobre todo las de belenes. Una instalación eléctrica con un punto de luz cada tres metros en todo el Claustro y cuadro de luces con diferenciales y magnetotérmicos para proteger tanto al Convento como a los inexpertos belenistas.

Tuvo que llegar el acto de entrega de premios de la Campaña Navideña 1986-1987 en el Salón Luis de Ajuria, para que, aprovechando mi presencia en la mesa como Jurado, convocase nuevamente a todos los belenistas participantes en el concurso a una asamblea en la que echaríamos a andar la Asociación Belenista de Álava. Tras dos reuniones preliminares, convocamos la Asamblea Constituyente el 17 de octubre de 1987 a las 7:30 h. PM. Procedimos posteriormente a la legalización e ingresamos en la Federación Española de Belenistas. ¡Por fin éramos una asociación belenista legal y federada!

Muchas son las cosas que hemos hecho juntos en estos 25 años. Con la de este año serán 25 Muestras Belenistas y calculo que con el público de esta campaña pasarán del medio millón de visitantes en todos estos años. Miles de niños han traído sus trabajos a nuestros concursos de belenes y eslóganes. Miles de personas han asistido a nuestros pregones de Navidad. Cientos de personas han aprendido técnicas belenistas en nuestros cursillos de belenes. Miles de personas han hecho la «Ruta de Belenes». Miles de personas han visitado nuestra página web www.arabelen.com. Durante los últimos 10 años hemos colaborado con la Cofradía de la Virgen Blanca cediendo belenes y dioramas para exponer en su Museo de Faroles. Hoy disponemos de un local en la «Almendra Medieval» para el desarrollo de nuestras actividades.

Y todo eso gracias al trabajo y esfuerzo anónimo de un montón de socios y no socios, es por eso que creo que es el momento de decir ¡Zorionak! ¡Felicidades! pero sobre todo «Gracias y Ánimo». Agradecimiento a las asociaciones vecinas de Pamplona y Guipúzcoa por su gran apoyo en los primeros años. Gracias a José María Rebé e Igone de San Sebastián. Gracias a Martín Zamarbide y a los hermanos Garayoa (Ángel y Juan Luis) de Pamplona. Gracias a la instituciones, Diputación, Ayuntamiento, Caja Vital, Caja Laboral, El Correo y COPE por su ayuda durante estos años. Gracias a nuestras familias y en especial a nuestr@s espos@s que han compartido y sufrido en silencio esta bendita chaladura. Y sobre todo, GRACIAS a la Comunidad Carmelitana de Vitoria y en especial al Padre Juan Cruz, que tanto nos han apoyado y permitido durante estos 25 años.

Cuando empezamos a crear la asociación entendíamos el belén como «expresión plástica, con tradición popular y fervor religioso». Aprendimos con el Padre Juan Cruz que el belén es en sí mismo un «Altar Temporal» de Navidad y una extraordinaria «Catequesis Plástica». Hoy, tras estos 25 años, es para nosotros mucho más. Es un hobby en el que disfrutamos cientos de horas. Es una terapia ocupacional para nuestros prejubilados y jubilados. Un motivo de unión y amistad entre aficionados de todo el mundo a través de Internet. Los foros y las páginas web se multiplican. Es todo un mundo dentro del coleccionismo, se coleccionan figuras, postales, pins, belenes en sí mismo de diversos países, libros y publicaciones. El belenismo es un fenómeno grupal, las asociaciones proliferan nacional e internacionalmente, cada vez somos más. Es motivo de Congresos Nacionales e Internacionales, Convenciones (como la que hicimos en Laguardia), reuniones regionales y encuentros de todo tipo. Muchos ayuntamientos, entre ellos Vitoria-Gasteiz, han visto un reclamo turístico en las «Rutas de Belenes» y «Ferias de Artesanía Belenista». En definitiva, el belenismo y el belén están de moda.

Pero, hoy a nadie se le escapa, ni a Zapatero, de que estamos inmersos en una profunda crisis. Crisis que va a afectar a muchos de los montajes y actividades de nuestras asociaciones en España, sobre todo a aquellas que dependen fuertemente de entidades de ahorro, Ayuntamientos y Diputaciones. Aunque eso no es nada si pensamos en las desesperadas situaciones de desahucios y privaciones de muchas familias, provocadas por el desempleo, los recortes y la falta de ayudas sociales. Estas Navidades se presentan tristes para un montón de vecinos. Y digo vecinos, pues aunque no queramos verlo, nos toca a todos muy cerca.

Archivo GIF con la imágenes proyectadas en el Pregón de Navidad 2012 de la Asociación Belenista de Álava, leído por Pedro Pablo González Mecolay en la Iglesia del Carmen de Vitoria-Gasteiz (22/12/2012)

Imágenes proyectadas durante la lectura del Pregón de Navidad 2012 de la Asociación Belenista de Álava, a cargo de Pedro Pablo González Mecolay en la Iglesia del Carmen de Vitoria-Gasteiz (22/12/2012)

Pero la crisis no es solo económica. No. Afecta en esta nuestra sociedad, cada vez más laica, también a conceptos más profundos como el Amor, la Fe y la Familia. Y estos son quizás los ingredientes principales que necesitamos para nuestros belenes. Amor entendido por entrega incondicional a los demás sin esperar nada a cambio, con abnegado esfuerzo y sacrificio a la hora de hacer nuestros nacimientos. Fe en que lo que estamos representando en nuestros pesebres, como os decía al comienzo del Pregón, es en sí mismo el mejor apostolado del Misterio de la Natividad, que marca el comienzo de nuestra era cristiana y es el fundamento de estas fechas navideñas. Y hoy más que nunca es necesario reivindicar el pilar básico de nuestra sociedad: la Familia. Al igual que aquella Sagrada Familia de Belén, la misma que representamos plásticamente.

Y termino haciéndome nuevamente la pregunta: ¿por qué?. Pero un porqué más profundo, tipo Mourinho: «¿Pur quéeee?».

Durante las cientos de horas en las que he tenido el placer de compartir charlas y proyectos con el Padre Juan Cruz en el último banco de este templo, mientras esperábamos la salida del último visitante para poder cerrar la Iglesia, Juan Cruz frecuentemente me repetía que yo era un perfeccionista y que tenía que hacer el belén pensando en los niños. Que era para ellos y por ellos por quien merecía la pena el esfuerzo. Que solo por el hecho de que uno se agarrase fuertemente a la barandilla y llorase por su marcha, compensaba todo nuestro trabajo, desvelos y sacrificio. Quizás es añoranza de una inocente infancia, en la que un servidor vivió esa escena ante el belén de su abuelo.

Solo me queda desearos que vuestros belenes sigan haciendo cosquillas en el corazón a tantos anónimos visitantes atraídos año tras año. Y que el bendito Niño, que nos sonríe desde nuestros humildes pesebres, nos colme de salud, trabajo y paz el año entrante.

Zorionak eta Urte Berri On.

Eskerrik asko. Arratsalde On

Pedro Pablo González Mecolay – Vitoria-Gasteiz, 22 de diciembre de 2012


P.D.: Para terminar os adjuntamos una serie de vídeos de la coral infantil Leioa Kantika Korala, dirigida por Basilio Astúlez, que se ha encargado de la parte musical del Pregón de Navidad 2012. En dichos vídeos está gran parte del repertorio que han interpretado la tarde de hoy.

Imagen Destacada - Textos Pregones de Navidad

Texto del Pregón de Navidad 1997 de la Asociación Belenista de Álava, a cargo de D.ª Paloma Gómez Borrero

22 Dic 97
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Texto del Pregón de Navidad 1997
de la Asociación Belenista de Álava,
a cargo de D.ª Paloma Gómez Borrero

Imagotipo de la Asociación Belenista de ÁlavaA mediodía de ayer, domingo 21 de diciembre de 1997, ante el público que llenó el Teatro Principal Antzokia de Vitoria-Gasteiz, en un acto amenizado por un concierto de villancicos y música de distintos autores vascos a cargo de la Banda de Música de la Ertzaintza, D.ª Paloma Gómez Borrero, periodista y escritora, muy conocida por haber sido corresponsal de TVE en Italia y el Vaticano entre 1976 y 1983, pronunció el siguiente Pregón de Navidad.


«Ilustrísimo Sr. Alcalde, autoridades todas…, señoras y señores.

Me siento muy feliz de estar hoy con todos ustedes, muy orgullosa y agradecida por haberme elegido pregonera de las fiestas de Navidad.

Faltan muy pocos días para que en el mundo vuelva a resonar el augurio de paz y esperanza que hace 1997 años los ángeles anunciaron a unos pastores de la región de Judea, que no muy lejos de allí, en Belén, había nacido el Niño Dios. En el umbral del tercer milenio, cuando el mundo vive en un clima de odio y violencia, el canto de los ángeles es una necesidad en el corazón de todos. Por eso también, con este deseo de paz comienzo mi pregón de Navidad, de una Navidad que en tantas partes del planeta Tierra todavía se vive entre el silbar angustioso de las balas, el ruido ensordecedor de los misiles, entre muerte, desolación, miseria, hambre; los cuatro jinetes del Apocalipsis; de hoy.

Que esta Navidad que da paso al año nuevo, traiga fraternidad, convivencia en armonía entre los hombres. Y en los lugares, como en este queridísimo País Vasco, el silencio de la muerte, el terror de las armas deje paso al canto de la vida. Como me dijo un día Lech Walesa, «que las pistolas se carguen con flores».

Vengo a Vitoria hoy, a Vitoria la bella, la de los miradores blancos como transparentes palomas, a esta ciudad que me cautivó desde el primer instante en el que me adentré en ella, donde me perdí enamorada de su encanto por sus calles y plazas, donde me arrodillé a rezarle a la Virgen Blanca, como una vitoriana más. He venido a Gasteiz abrazada por campos verdes como esmeraldas, montes verdes como la esperanza, con el deseo de traeros el eco de la Navidad Vaticana, con el telón de fondo de la maravillosa plaza de San Pedro que se abre como un inmenso abrazo para acoger a la humanidad en un apretón de amor.

Desde hace siglos, a partir del primer domingo de Adviento, Roma se puebla de Nacimientos. Al igual que en Vitoria, donde no viene Papá Noël, sino el Olentzero, y la tradición del belén, a pesar de la dura competencia del árbol, perdura. Sé que es costumbre ir a admirar el Nacimiento monumental del parque de la Florida, donde muchas familias cumplen con el rito de pasear, normalmente bajo un frío helador, por los sinuosos senderos, a cuyos lados se van descubriendo las figuras y las casas a tamaño real de un belén tradicional, mientras se escucha música y villancicos. Y al terminar, creo que para calentarse un poquito -como quizás hicieron también los pastores y los Reyes Magos– os tomáis un vaso de vino caliente.

También es precioso el Nacimiento de la Iglesia de los Carmelitas. ¡Cuánto cariño y mimo hay dentro de él! Cada detalle está cuidado, pensado, realizado. Y en esos otros belenes que me han impresionado y alguno ¡impactado!: me han hecho meditar.

En la Ciudad eterna, también tenemos nacimientos artísticos preciosos. Los más populares son el del Ayuntamiento de Roma, que se instala en las escalinatas de la plaza de España trasladando el belén y la cueva al típico barrio del Trastévere; también es muy famoso el de los barrenderos de San Pedro, el único además que tiene el privilegio de recibir la visita del Papa.

En la segunda Navidad de su pontificado, Juan Pablo II se acercó a las montañas del Apenino Central, al pueblecito de Greccio, al monasterio donde vivió Francisco de Asís, el juglar de Dios. Francisco, aquella noche plagada de estrellas, evocó la llegada de Jesús a la tierra. El entusiasmo que se desprendía de su voz recordaba los signos de alegría de los pastores; al terminar de hablar, el pobrecito de Asís se inclinó sobre la piedra pesebre para adorar la imagen y ocurrió el milagro… el Niño sonrió. A partir de entonces, comenzó a extenderse por doquier la costumbre de representar de forma plástica la venida de Jesús.

El primer Papa polaco de la historia quiso revivir la noche de Greccio y se acercó por ello al monasterio franciscano para arrodillarse ante el altar del milagro y meditar en la celda estrecha y austera de San Francisco. A Greccio, Juan Pablo II, sólo fue aquella Navidad. Después siempre la celebra en su apartamento en el tercer piso del Palacio apostólico.

En el comedor hace colocar el belén que se trajo de Cracovia (Polonia), y otro junto al altar, en su capilla privada. Antes de celebrar la Misa solemnísima de media noche en la basílica de San Pedro, Juan Pablo II distribuye -según la costumbre de su patria- una fracción de pan blanco rectangular, llamado Optalzk, a los pocos invitados a su mesa: a las religiosas polacas que le cuidan, a su secretario particular (D. Stanisław Dziwisz), y a algunos otros monseñores. Es tradición polaca compartirlo la noche del 24 en señal de unión y de concordia. La cena también tiene sabor de patria; la prepara Sor Tobiana y consiste en diversos tipos de verdura y de pescado (la carpa no puede faltar).

Antes de bajar a la basílica para celebrar la Misa, Karol Wojtila deja encendida una luz en la ventana de su despacho; una vela símbolo de que en esa casa se está a la espera de la llegada del Niño Jesús. Es la antorcha-guía para que encuentren refugio quienes buscan un hogar o un lugar donde hallar cariño.

Juan Pablo II ha sido también el primer Papa que ha hecho que tengamos un belén en la plaza. Parecía imposible, pero en una Roma poblada de nacimientos faltaba uno en el centro de la cristiandad… ¡Hasta 1982! Ese año, las gigantescas figuras que el príncipe Alejandro Torlonia mandó esculpir en 1946, se dispusieron bajo una cabaña construida junto al obelisco. Son ocho figuras de casi tres metros de altura a las que viste, con atuendos de época, una religiosa franciscana española: la modista española del nacimiento vaticano, sor Áurea.

Pero quiero revivir con ustedes, por unos instantes, otra Navidad vaticana… con un Papa muy querido. ¡Con Juan XXIII! Era el año 1958. Hacía dos meses que el patriarca de Venecia, Angelo Roncalli, había sido elegido sucesor de Pío XII. Una tarde, de improviso, convocó a cardenales y prelados de la curia; todos se preguntaron qué noticia importante iba a comunicarles el Santo Padre. ¿Cuál sería la razón de tan inesperada e insólita audiencia? Según iban llegando, los gentilhombres de su Santidad los acompañaban a la estancia donde estaba el nacimiento de Pío XII comprado en Alemania en su primer año de nuncio apostólico en Baviera. Eugenio Pacelli nunca se separó de su presepio; eran las figuritas esculpidas en madera del valle de la Gardena… Como Juan XXIII no se había traído al Vaticano el suyo (el de su familia se había quedado en la modesta casa de Sotto il Monte donde acudía siempre a celebrar las Navidades con sus hermanos), en el palacio apostólico pusieron el de su predecesor. Aquella víspera de Nochebuena, Juan XXIII les había llamado para que todos juntos cantaran y entonaran las alabanzas al Señor que iba a nacer. No quería que pasaran las fiestas sin su felicitación y sin entonar las alabanzas al Santo Bambinello que iba a nacer.

Fue también en torno a Navidad, pero ya en 1962, cuando el Papa Roncalli se encontró muy enfermo, le habían diagnosticado un cáncer… Por eso, al terminar la octava de Navidad, y sabiendo bien que la muerte le rondaba, se despidió diciendo: «el año que viene ya tendréis otro Papa; ya no estaremos juntos».

En efecto, aquella Navidad, fue la última que celebró en San Pedro; las últimas fiestas ante «su» belén que unos años antes le habían regalado sus queridos gondoleros venecianos (que como sabían que no lo tenía le compraron uno de precioso cristal de Murano).

A la muerte de Juan XXIII, será elegido un milanés aristócrata, culto, hábil diplomático, el cardenal Gianbattista Montini, que tomará el nombre de Pablo VI. Su primera Navidad sueña con pasarla en la ciudad de Belén, pero el temor de atentados, la tensión política, la susceptibilidad del gobierno de Israel lo impiden. Pablo VI irá unas semanas más tarde. El 4 de enero, la víspera de la Epifanía entra en la ciudad donde nació Jesús y se cumplirá su deseo de recorrer el camino de Cristo; de hablar de paz en una tierra donde anida el odio, la venganza… Pablo VI celebró la Misa en la gruta de la Natividad. La peregrinación la había comenzado subiendo al monte Calvario y siguió, adentrándose entre los árboles milenarios, del monte de los Olivos. Fueron tres días que hicieron historia. Durante tres días el mundo tuvo el corazón en vilo temiendo que le pasara algo al Papa, ya que el terrorismo estaba desencadenado.

«Paz a esta Tierra Santa. Paz para quienes en ella viven», dijo Pablo VI en el aeropuerto de Ammán«Shalom» dijo al despedirse del presidente Zalman Shazar. No fue una palabra elegida al azar. «Shalom», repitió al saludar a las autoridades cuando se subió en el coche que lo condujo a lo largo de esos 100 metros de carretera (tierra de nadie entre las dos Jerusalén).

«Shalom», paz, repetía mientras sus ojos grises parecían volverse más claros. Era la primera vez que el hermoso saludo hebreo se escuchaba en labios de un pontífice.

La paz será la constante del pontificado Montini, y, persiguiendo esa paz, seguirá infatigable su sucesor Juan Pablo II.

En Hiroshima, símbolo de horror y destrucción, Juan Pablo II lanzará un llamamiento a la vida, a la humanidad y al futuro:

«Señor Dios:
escucha mi voz que es la voz de las víctimas de todas las guerras y violencias.
La voz de los niños inocentes que sufrieron y sufren.
Mi voz habla en nombre de las multitudes que no quieren la guerra.
Ayúdanos a responder con amor al odio.
A la injusticia con la total entrega y dedicación a la justicia.
A la guerra… con la Paz.»

Ese grito de concordia que el Papa volvió a repetir en la ciudad de Ayacucho, en Perú. Una zona convulsionada por el terrorismo de Sendero Luminoso, esa organización que no tiene más ideología que la de matar. En Ayacucho, Juan Pablo II penetró en la realidad dramática y cruel del odio desencadenado. Aquí levantó su voz contra la violencia y la injusticia. Esa voz que muchos no quieren escuchar o prefieren olvidar.

«No podéis -dijo- continuar amenazando de muerte. ¡Basta ya! La lógica despiadada de la violencia conduce a la nada. Buscad las vías de diálogo». Y terminó implorando algo que muchos de vosotros deseáis desde lo más profundo de vuestras almas: «En nombre de Dios cambiad el camino y convertíos a la causa de la reconciliación y de la Paz».

Permitidme que hablando de fraternidad y armonía termine con el encuentro de paz único, irrepetible y maravilloso del 27 de octubre de 1986, en Asís. Ese día callaron las armas para permitir que la tierra saboreara por un día el verdadero significado de la palabra PAZ… No se disparó un solo tiro, los hombres del terror y los hombres de la guerra aceptaron la tregua.

La paz es el eje siempre, la mañana del 25 en la ciudad eterna, del mensaje de Navidad del Papa. El mensaje que precede a la bendición Urbi et Orbi. «El Príncipe de la Paz ha nacido… Unámonos todos, hombres y mujeres del mundo, de este mundo inquieto de hoy para formar una inmensa corona de corazones en torno a la gruta donde Dios se hizo hombre; que esta Navidad sea de esperanza, de amor y de concordia, porque Dios está con nosotros. Aunque el mundo no le conozca, o no le quiera conocer… ¡Él es! Aunque los suyos no le acepten o no le quieran aceptar… ¡Él viene! Aunque no haya sitio en la posada… ¡Él nace!»

Unámonos todos, hombres y mujeres del mundo. Hombres y mujeres de esta Vitoria con solera y señorío. Despierten los que todavía tienen el corazón dormido, para escuchar y no perder el canto de alegría de los ángeles… ¡¡PAZ A LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD!!

Que este augurio de esperanza nos despierte a todos, que somos -señoras y señores- los pastores de nuestro destino. Un destino que ojalá parta de Gasteiz y los vitorianos sean los constructores de la civilización del amor, y al igual que los pastores, al acercarse al pesebre se inclinaron ante el niño Dios, en los umbrales del tercer milenio… Dejadme que en Vitoria, en esta Navidad yo ponga de rodillas mi corazón.

¡Gora Gasteiz, Zorionak eta Urte Berri On

Paloma Gómez Borrero
Vitoria-Gasteiz, 21 de diciembre de 1997

Imagotipo de la Asociación Belenista de Álava

Pregón de Navidad 1995 – Asociación Belenista de Álava – D. Sabin Salaberri Urzelai

18 Dic 95
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Pregón de Navidad 1995 – Asociación Belenista de Álava
D. Sabin Salaberri Urzelai

Imagotipo de la Asociación Belenista de ÁlavaEn la mañana de ayer, domingo 17 de diciembre de 1995, a las 12:30h, ante el público que llenó por completo el Teatro Principal Antzokia de Vitoria-Gasteiz, en un acto conjunto con el Coro Araba, dirigido por Manu Sagastume, el músico y compositor D. Sabin Salaberri Urzelai pronunció el siguiente Pregón de Navidad.


La Canción de la Navidad

«Jaun agurgarriok, Estimados Sres.:

Arabako Belentzaleen Elkartearen Lehendakari ta bazkideok. Presidente y miembros de la Asociación Belenista de Álava;
Araba Koruko zuzendari ta abeslariok, Director y componentes del Coro Araba;
Eguberri-zale jaun andre guztiok, Señoras y señores, amigos de la Navidad:

Eskertzekoak ta txalotzekoak dira Arabako Belentzaleen Elkarteak bere gain hartzen dituen ardura ta lanak: datozen egunotan ikusi ahal izango ditugu elkarte honek eraikitako jaiotza eder eta liluragarriak, zein baino zein politagoa, hau hura baino ederrago ta irudikorragoa. Baina elkarte honek ideia berririk ere asmatu ohi du, hau da: Pregoi egoki baten bidez hain maite dituen Eguberri-jaiak oihukatu eta aldarrikatzea. Izan ere, naiz eta zoragarriak izan elkarte honek irian zehar eraikitzen dituen jaiotzak, eraikintza preziatu ta adimentsu ohiek ez dute sentzu ta esangura aundirik, irudi eder horiek azaltzen duten Jesus jaio berriaren mezua adierazten eta ulertarazten ez ba dute. Hau da benetan denok galdetu behar duguna: zergaitik jaio zen Jesús aurtxoa, zergaitik utzi zuen Aitaren babesa eta lurrera jetxi zen gizon eginik. Hemen gauden denok ezagutzen dugu Ebangelio edo Berri Ona; denok dakigu zer erakutzi zigun Kristok. Hala ta gustiz ere, gisa seme-alaba mugatuak garenez, gauzak ahaztu egiten zaizkigunez, behin eta berriz oihukatu beharko dugu, geu denok Aita baten semeak garela, gure zeruko Aita guztiz ona dela, bera bezalakoak nahi gaituela, bere eredura joka behar dugula, anai arreba maite ta zintzoen bidetatik joan behar dutela gure harremanak.

Es de agradecer y aplaudir el mimo con el que la Asociación Belenista de Álava realiza sus trabajos: en los próximos días podremos ver los belenes más bonitos y fascinantes construidos por esta asociación, a cada cual más bello. Pero a esta asociación también se le ocurren nuevas ideas: gritar y proclamar las fiestas navideñas, que tanto le gustan, con un pregón adecuado. Sin embargo, a pesar de lo maravillosos que son los nacimientos que esta asociación expone por toda la ciudad, estas apreciadas reproducciones del pasado no tienen mucho sentido ni trascendencia si no expresan y explican el mensaje de Jesús recién nacido. Esto es lo que realmente todos debemos preguntarnos: por qué nació el niño Jesús, por qué dejó la protección de su Padre y descendió a la tierra hecho hombre. Todos los que estamos aquí conocemos el Evangelio o la Buena Nueva; todos sabemos lo que Cristo nos enseñó. Sin embargo, como hijos somos limitados; como las cosas se nos olvidan, debemos gritar una y otra vez que todos somos hijos de un Padre, que nuestro Padre celestial es todo bondad, que quiere que seamos como Él, que actuemos siguiendo su ejemplo, que nuestra relación sea la de verdaderos hermanos que se quieren y respetan.

Zer dira Eguberriak? Keinu bat eta hitz bat. Keinua: Jainkoa gizon egina, gu gizonok jainko bihurtzeko tentaldian erori ez gaitezen. Hitza: pakea; pakea lurrean Jaunaren gogoko izan behar dugun gizonoi.

¿Qué es la Navidad? Un gesto y una palabra. Gesto: Dios se hizo hombre, para que los hombres no caigamos en la tentación de convertirnos en dioses. Palabra: paz; la paz sea sobre la tierra, para que los hombres seamos agradables al Señor.

1. Primer pregón de Navidad
Un año más, incansable en su actividad, organiza la Asociación Belenista de Álava el Pregón de la Navidad. El año pasado tuvimos un pregonero de excepción, el Excmo. y Rvdmo. Sr. D. José María Cirarda, pregonero templado y brillante, que nos regaló con un discurso como él sabe hacer estas cosas, con sencillez y elegancia, con humildad y aplomo, con recogimiento y verbo cálido. Lo hizo tan bien, que dejó una tarea realmente difícil al pregonero del año siguiente, o sea, el de hoy.

Pero la Asociación Belenista de Álava es ingeniosa y de muchas ideas. Sus directivos, entre ellos su presidente, mi amigo Luis Mari Sánchez Íñigo, conscientes de la dificultad de encontrar a algún iluminado que tuviera la osadía de aceptar la antorcha dejada por monseñor Cirarda, han tenido la habilidad de dar un giro distinto a la ceremonia, de cambiar radicalmente el talante del acto: en lugar de pregón-discurso, a cargo de un pregonero-orador, han organizado para este año un pregón-concierto, a imagen y semejanza de lo que fue el primer pregón de Navidad. Nosotros, el Coro Araba, agradecemos a ustedes la presencia, y a la Asociación Belenista de Álava el honor de permitirnos unir nuestras voces al coro de los ángeles, que según el relato evangélico anunciaron la Navidad.

El primer pregón de Navidad, hace 1.995 años, fue cantado. Corrió a cargo de un coro de ángeles. El texto del canto: «Gloria a Dios en el cielo. Y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor».

Si el pregonero de la primera Navidad fue un coro de ángeles, el pregonero de la Navidad gasteiztarra de 1995 es el Coro Araba. Leemos en el Diccionario de la Lengua que la palabra pregón puede tener varias acepciones: puede ser la «promulgación en voz alta y en sitio público de algo que conviene que todos sepan»; puede ser también el «discurso elogioso en que se anuncia al público la celebración de una festividad y se invita a participar en ella».

El Coro Araba cumplirá debidamente la primera definición: hará una «promulgación en voz alta»: ustedes escucharán dentro de un momento la voz del Coro Araba y comprobarán que no sólo es alta, sino también hermosa y bien timbrada. La promulgación se hace en «sitio público», en el Teatro Principal de Vitoria-Gasteiz. Y terminando de completar la definición, el coro Araba anunciará «algo que conviene que todos sepan», el mensaje de la Navidad, un mensaje que no es nuevo, que conocemos cuantos hemos escuchado el Evangelio, pero que conviene repetir y meditar una y otra vez. Por dos razones: porque el misterio de Jesús nacido Niño es inagotable y desborda totalmente nuestras posibilidades de comprensión. Y porque los humanos somos tercos y cabezones y no terminamos de entender, porque a veces ni siquiera lo intentamos, algo tan sencillamente difícil como es el mensaje de la Navidad.

En cuanto a la segunda definición, no se cumple en su totalidad. Está claro que se «anunciará al público la celebración de una festividad». También, y por supuesto, «se invitará a participar en ella». Faltará el «discurso elogioso», pues el que ahora habla desde este micrófono, ni tiene voz alta ni es particularmente hábil para los discursos; se limitará a comentar lo que en cada momento pregone el Coro Araba, con su canto, que ya hemos quedado será en voz alta y armoniosa.

2. Mensaje de la Navidad
¿Cómo podríamos resumir el mensaje que el Coro Araba nos va a transmitir a través de su recorrido por la Canción de la Navidad?

La interpretación más simple de la primera Navidad nos da un gesto y una palabra.

El gesto: Jesús, Dios, se hace hombre. Con su ejemplo nos enseña a los hombres a servir, no a dominar. Dios se hace humano, para que los humanos no pretendamos lo contrario: hacernos dioses, diosecillos limitados y cutres, pero empeñados en controlar el poder, en dominar a los demás, empeñados en que los demás hagan lo que quiero yo.

La palabra: PAZ. En el relato evangélico del nacimiento Jesús aparece una única cita, que, curiosamente, es el texto de un canto; el que cantaron los ángeles anunciando la primera Navidad: «PAZ en la tierra». «PAZ a los hombres que ama el Señor». Esa PAZ que los hombres rechazamos con tozudez. Nuestra alma vive en vilo, porque día a día, en Vallecas y en Itsasondo, ayer en Valencia y hoy en tantos rincones del mundo, los hechos demuestran tercamente que los hombres no queremos comprender el mensaje de la PAZ.

Como pregoneros de la Navidad de 1995, hacemos nuestra la frase de un joven que decide estos días romper la pasividad: «Nadie puede escapar del reto de la PAZ. Todos somos imprescindibles».

3. Canciones de Navidad
3.1 Canto Gregoriano
Normalmente suele confundirse villancico con canción de Navidad. No es lo mismo. Antes de que naciera el villancico, existía ya una verdadera canción de Navidad.

Desconocemos cómo era exactamente la canción popular anterior al Renacimiento. Se sabe que en la antigüedad y en la Edad Media la ciudadanía y los siervos de gleba cantaban; a veces para hacer más llevaderos sus rudos trabajos; a veces para divertirse en sus pocos momentos de desahogo. San Agustín, que en su juventud fue maniqueo convencido y que, después de su conversión, nunca olvidó sus anteriores ideas disociadoras, distinguía dos clases de música: la excelsa, la que ordenaba el movimiento de los astros y encarnaba la armonía universal, la que servía para orar dos veces; y la perniciosa, es decir, la normal, la que practicaban los instrumentistas de la flauta y de la lira, esa música que no merecía tal nombre, pues despertaba los bajos instintos humanos y servía para juergas y bailoteos.

Mientras el pueblo bárbaro se divertía con estas músicas, la cultura se encerró en las catedrales y en los monasterios. Allí se cultivó, entre otras formas de sabiduría, el canto sagrado, que ha pervivido hasta nuestros días en su forma de Canto Gregoriano.

En el repertorio gregoriano los textos litúrgicos, densos y doctrinales, exigen una música acorde con este carácter. En cambio los himnos son más líricos, por lo que admiten una música más estilizada, de modalidad más clara y ritmo más simple. Escuchamos el himno “Puer natus in Bethlehem”, del tiempo de Navidad. Parece ser que este himno no es auténtico, sino compuesto en estilo gregoriano por Dom Potier, de la Abadía de Solesmes en Francia, gran especialista en el género.

Por tratarse, no de un concierto convencional, sino de un pregón a través del canto de Navidad, pediremos al público que no interrumpa el discurso del mismo y contenga el aplauso, si lo considera oportuno, hasta el final.

«Puer Natus in Bethlehem», interpretada por el
Coro de Monjes del Monasterio Benedictino de Santo Domingo de Silos

3.2 Polifonía renacentista
Los siglos XV y XVI muestran un desarrollo ininterrumpido en cuanto a tendencias y técnicas de composición de la música. El punto central lo constituye la música vocal polifónica. La culminación se alcanza con Orlando di Lasso y Palestrina.

Todos los compositores renacentistas fijaron su atención en la Navidad. Ofrecemos unas muestras de dos autores europeos y dos españoles.

3.2.1 Jacob Handl (Gallus): “De coelo veniet”
Es un motete con texto tomado de dos antífonas de las vísperas de la segunda semana de Adviento.

Jacob Handl es un músico esloveno, primer eslabón centroeuropeo de la transición del renacimiento al barroco. En su estilo perviven recursos polifonistas del siglo XVI, como la imitación entre las voces. Pero ya empiezan a aparecer conceptos barrocos, como la tendencia clara a la tonalidad, huida de complejidades contrapuntísticas, y mayor regulación rítmica. Utiliza, además, procedimientos probados por los madrigalistas, como la descripción melódica (escalas descendentes para «de coelo veniet«, repetición de entradas sobre la misma nota en palabras como «Dominus«, «Ecce veniet» etc.).

«De coelo veniet», interpretada por el Coro Araba Abesbatza

3.2.2 Giovanni Pierluigi da Palestrina: “Hodie Christus natus est”
Se trata de la antífona del Magníficat de las segundas vísperas del día de Navidad. Palestrina hace participar a dos coros, de 4 voces cada uno, para afirmar la solemnidad del día. A veces los dos coros dialogan entre sí, otras veces se juntan con una armonía a 8 voces, por ejemplo cuando quiere resaltar las palabras «canunt angeli» y en la parte final, en la que repite con ritmo ternario, más alegre que el binario central, el leitmotiv general: «Noé, noé, noé».

«Hodie Christus natus est», interpretada por el Sistine Chapel Choir

3.2.3 Cristóbal de Morales: “O magnum mysterium”
La música española vivió un momento brillante durante el Renacimiento. Se ha dicho que de Tomás Luis de Victoria la música española salta hasta Manuel de Falla; en medio queda un gran vacío.

El sevillano Cristóbal de Morales es, sin duda, el mejor exponente de la unión entre las escuelas romana y española del Renacimiento. Normalmente utiliza procedimientos imitativos. Los puntos de imitación o motivos entre las voces son, casi siempre, cortos, con entradas casi seguidas; lo que da a sus obras una tensión especial y un aspecto mucho más austero y denso que la de otros polifonistas españoles.

«O magnum mysterium», interpretada por el Weser-Renaissance Bremen

3.2.4 Tomás Luis de Victoria: “O regem coeli”
Es un motete típico de la época, dividido en dos partes, perfectamente diferenciadas, pero totalmente relacionadas gracias a la repetición al final de ambas de una serie de «Alleluias» en ritmo ternario, que desembocan en una coda final nuevamente en ritmo binario, que le otorga un carácter más solemne que el anterior.

Comienza con una aclamación homofónica breve. Cuando el texto comienza a narrar los acontecimientos del Nacimiento de Jesús, Victoria recurre a procedimientos imitativos entre las cuatro voces, volviendo de nuevo a la armonía vertical para decir, e incluso repetir con la misma armonía, «et in coelis regnat«. También los «alleluia» están tratados con armonía vertical como es norma cuando el ritmo se convierte en ternario.

«O regem coeli», interpretada por el Ensemble Plus Ultra

3.3 Villancicos
El nombre verdadero del villancico es copla de villancico. Se trata de unas composiciones musicales sencillas, destinadas a la participación del pueblo rústico, del populacho de a pie, o sea, de los «villanos«, en las funciones religiosas de la iglesia.

El género se desarrolló en España durante los siglos XVI, XVII y XVIII, a la par que en Francia se desarrollaban los «Noël» y en Inglaterra los «Christmas Carols». Durante el siglo XVI se cantaban villancicos en el oficio de maitines de Navidad; más tarde se introdujo el uso a las festividades de Pascua, del Corpus y de las fiestas de los santos patronos, sobre todo de la Virgen María.

Normalmente eran músicos competentes, casi siempre maestros de capilla, quienes componían la música de los villancicos. Con el fin de combinar la calidad musical con la participación popular, alternaban estrofas a cargo de un coro reducido, con los estribillos cantados por el pueblo. Un modelo que debieran seguir siempre los compositores de las músicas para los servicios religiosos.

Si la música de los villancicos era de buena firma, las letras no siempre revestían la misma calidad. El romance original, sencillo y hermoso, era casi siempre sustituido por coplas de invención popular, en las que no faltaban chispa y mordacidad. Al pueblo llano no se le ofrecían demasiadas ocasiones de manifestar su sentir y las aprovechaba bien. De modo que el texto de los villancicos fue degenerando hasta extremos que desaconsejaban su uso en los servicios religiosos.

Escucharemos al Coro Araba dos villancicos. El texto del primero (“Mañanicas floridas”) es de firma ilustre, nada menos que de Lope de Vega. El segundo (“Camina la Virgen Pura”) es totalmente anónimo, popular de León, con armonización de Luis Urteaga.

«Mañanicas floridas», interpretada por La Reverencia

«Camina la Virgen Pura», interpretada por Joaquín Díaz

3.4 Canción popular religiosa en Euskal Herria
Según Resurrección M.ª de Azkue, los cantos en lengua vulgar no entraron en las iglesias de Euskal Herria hasta comienzos del siglo XIX. Constata Azkue el hecho curioso de que el rezo del Santo Rosario era una práctica popular en las iglesias vascas desde la predicación de San Vicente Ferrer, hacia 1400; pero nunca se entonó una canción durante estos rezos hasta finales del siglo XVIII; sin embargo este mismo Santo Rosario se rezaba en las familias adornado por cánticos tan hermosos como «Errosarioko larrosa eder», recogido por el mismo Azkue en su Lekeitio natal.

Azkue sostiene que las primeras composiciones populares escuchadas dentro de las bóvedas de las iglesias fueron alegres villancicos de Navidad.

Son varias las tradiciones vascas de tema navideño. José Miguel de Barandiarán habla de una antigua leyenda que relaciona diversos fenómenos meteorológicos observados desde las cumbres de las montañas vascas, con el nacimiento de Cristo (Kixmi en la leyenda), que supuso el fin del paganismo en el País Vasco. Los últimos paganos o gentiles fueron enterrados en un gran dolmen, que recibió el nombre de Jentillarri.

Otra de las leyendas, más conocida y popularizada, es la de Olentzero, tipo pintoresco, bonachón, buen comedor, de cabeza hermosa y con la pipa en la boca, que recibió la noticia del nacimiento de Cristo cuando se encontraba ejerciendo su oficio de carbonero en el monte y, sin dudar un instante, bajó al pueblo para anunciar la buena nueva a sus paisanos.

Como ocurre en casi todos los países, los villancicos que se cantan en el País Vasco se pueden agrupar en colecciones muy variadas y tienen orígenes muy diferentes. Hay unos cuantos cuya calidad poética no es usual en la canción popular y denotan un origen culto y aristocrático. Es el caso de “Nork orain”, “Belenen sortu zaigu” y “Oi Betlehem” (esta última la dejaremos para casi el final).

3.4.1: “Nork orain”
«Como caso curioso quiero haceros oír un villancico de hace más de 200 años; es de 1705. Lo ha dado a conocer en la simpática revista de este Seminario (el de Vitoria) «Gymnasium» D. Manuel de Lecuona: es una investigación postescolar del coadjutor de Aya en Zarauz, D. Juan de Tellería. Villancico de un corte popular, que no desaparece a pesar de estar armonizado a cuatro voces por el delicado músico vitoriano D. José Uruñuela. La realización de la armonía ha sido hecha según dos particellas de soprano y bajo, que son las únicas que han aparecido» (P. Donostia, La canción popular religiosa en sus diversas manifestaciones, Crónica del IV Congreso Nacional de Música Sagrada, 265).

«Nork orain», interpretada por Lauetan Hogoi

3.4.2: “Belenen sortu zaigu”
«Tratando de canciones religiosas, hay que dedicar unos momentos a un capítulo, que no falta en ningún cancionero; es el de los Villancicos… hay algunos que son verdaderas joyas. ¡Qué finura, qué delicadeza, qué ternura no encierra este villancico que recogí en Navarra a una anciana de más de 80 años!

Hay en este villancico… una pureza, una ternura rara vez igualada en canción popular. Tal vez eso mismo indique un origen sabio, aristocrático. Pero la musa popular encuentra los acentos más variados para expresar sus sentimientos» (P. Donostia, La canción popular religiosa y artística en sus diversas manifestaciones, Crónica del IV Congreso Nacional de Música Sagrada, 265).

«Belenen sortu zaigu», interpretada por el Andra Mari Abesbatza y la Euskadiko Orkestra Sinfonikoa

3.5 Villancicos populares vascos. “Hator, hator”
Dice D. Resurrección M.ª de Azkue en su conferencia «La tradición de nuestra música popular religiosa», recogida en la «Crónica del IV Congreso Nacional de Música Sagrada», que las canciones religiosas populares nacieron fuera de las iglesias.

«Aun las canciones más piadosas… se usaban en veladas que celebraban nuestros abuelos alrededor del fuego, en noches de invierno, dedicados a trabajos domésticos, como hilar, desgranar alubias, deshojar maíz, etc…» (Resurrección M.ª de Azkue, La tradición en nuestra música popular religiosa, Crónica del IV Congreso Nacional de Música Sagrada, 286).

En las veladas familiares que menciona Azkue nacieron algunos cantos tan hermosos como el conocido “Hator, hator, mutil etxera”, recogido por el ilustre vascólogo en Otxandiano y publicado en su Cancionero Popular con el n.º 99.

«Hator, hator», interpretada por el Andra Mari Abesbatza y la Euskadiko Orkestra Sinfonikoa

3.6 Canciones de ronda
Algunas canciones de Navidad se remontan hasta las pastorales que, en alguna comarca de nuestro País, se celebran desde la Baja Edad Media: así el «Bozkario«. Del mismo género son los bellos textos, de los que no guardamos música, que aparecen en el Gabonetako Ikuskizuna de mi paisano Pedro Ignacio de Barrutia y Basagoitía.

El bloque más nutrido de cantos de Navidad lo crearon los mozos, que durante estas fiestas rondaban de casa en casa postulando el aguinaldo. De las noventa canciones de ronda publicadas por Azkue en su Cancionero Popular, cincuenta se refieren a la Navidad, doce al Año Nuevo y seis a la Adoración de los Reyes Magos.

3.6.1: “Asiko naiz” y “Asi dira”
Ofrecemos dos canciones de ronda del cancionero de Azkue. La primera, “Asiko naiz”, fue recogida en Ubidea, hace el n.º 922 del cancionero y fue utilizada por Jesús Guridi como la 7.ª de sus «Diez Melodías Vascas» para orquesta.

“Asi dira” es una variante de la anterior, recogida por Azkue en Olaeta y publicada también en el cancionero con el mismo n.º 922.

«Asiko naiz», interpretada por J.L. Aquizu y Banda de Txistularis

3.7 Canciones báquicas: “Dringilin dron”
De carácter muy distinto, más canción báquica que villancico de Navidad, es la canción “Dringilin dron”, n.º 108 del cancionero de Azkue, recogida en Aramaiona. Es la canción del pobre muerto de hambre, que del mensaje navideño sólo entiende el disfrute de una opípara cena de Nochebuena: «tripia betea daukat eta besteak or konpon» (tengo la tripa llena y los demás la arreglan).

«Dringilin Dron», interpretada por Josep y María

3.8 Belleza formal: “Oi Bethleem”
Hemos antes que algunos villancicos vascos tuvieron cuna noble y han mantenido su talante aristocrático hasta nuestros días. Entre estas obras se encuentra el “Oi Bethleem”. Su corte estrófico asimétrico, la repetición insistente de cada primer verso al final de las estrofas, el vuelo melódico, los contrastes armónicos de las funciones tonales, precisos y bien distribuídos, denotan, repetimos, una autoría instruida, que, por suerte, no ha sido distorsionada por la transmisión oral.

«Oi Bethleem», interpretada por el Andra Mari Abesbatza y la Euskadiko Orkestra Sinfonikoa

3.9 Un villancico universal: “Noche de Dios”
Para terminar, hay un villancico que es más villancico que los demás, la canción de Navidad por antonomasia. Nació en el pueblecito austríaco de Oberndorf, junto a Salzburgo, el día 24 de diciembre de 1818. Aquel día, el cura del pueblo, Joseph Mohr, deseando realizar algo especial, que rompiera la rutina en la misa de Nochebuena, escribió un poemita breve e inspirado y se lo llevó al organista del pueblo de al lado, que se llamaba Franz Xavier Gruber. Esa misma noche, a dos voces y acompañamiento de guitarra (el sacerdote la 1.ª voz y la guitarra, el organista el dúo) estrenaron la más universal de las canciones de Navidad.»

«Noche_de_Dios», interpretada por Plácido Domingo, Patricia Kaas y Alejandro Fernández

Sabin Salaberri Urzelai
Vitoria-Gasteiz, 16 de diciembre de 1995

Imagotipo de la Asociación Belenista de Álava

Pregón de Navidad 1989 – Asociación Belenista de Álava – D. Aurelio Vallejo Íñiguez de Ciriano

16 Dic 89
Presidencia FEB
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Pregón de Navidad 1989 – Asociación Belenista de Álava
D. Aurelio Vallejo Íñiguez de Ciriano

D. Aurelio Vallejo Íñiguez de Ciriano, pregonero de la Navidad 1989 en Vitoria-Gasteiz (15/12/1989)

D. Aurelio Vallejo Íñiguez de Ciriano,
15/12/1989 – Pregón de Navidad
Asociación Belenista de Álava

Imagotipo de la Asociación Belenista de ÁlavaEn la tarde-noche de ayer, viernes 15 de diciembre de 1989, ante el numeroso público que llenaba la Iglesia de los P.P. Carmelitas de Vitoria-Gasteiz, en un acto amenizado con un concierto de villancicos interpretados por el organista Francisco Javier Izco y la solista Máxima Armentia, el doctor D. Aurelio Vallejo Íñiguez de Ciriano pronunció el siguiente Pregón de Navidad.


«Quizá las palabras más amargas que se han escrito contra la mentalidad del hombre moderno, las escribió un pensador solitario: «Hemos perdido la ingenuidad, hemos perdido candor, franqueza, sencillez; hemos perdido capacidad de admiración… Nada nos asombra ni nos emociona, nada nos entusiasma ni nos conmueve«.

Sin embargo, como por milagro, esa pérdida de ingenuidad parece que renace en los benditos días de la Navidad. Cuando llega esta época tan entrañable, hasta los hombres más recios o «superocupados» intuyen que así es y así debe de ser.

La Navidad hace distintos a los hombres y a los pueblos. Se percibe un hálito de sensitiva comprensión, de perceptible afecto, y el ambiente se ilumina de estrellas, de sonrisas y de buenos deseos.

La población, el campo, la vía pública… todo cambia en Navidad y queda abrillantado por una luz nueva. Las ciudades que normalmente viven una vida apresurada envueltas en un cielo artificial de neón, en estas fiestas levanta sus ojos al firmamento, contempla la grandiosidad y belleza de la noche y se siente acariciada por la esplendente claridad del Niño recién nacido. El amoroso misterio de la Navidad se apodera de la urbe y ésta se engalana, se viste de fiesta, se adorna, se humaniza…

Como en la ciudad también en sus habitantes prenden sueños e ilusiones que renuevan su espíritu, sensibilizan su alma y despiertan una esperanza.

Impresiona comprobar como hombres de pecho endurecido por la lucha cotidiana, se ven desbordados por un íntimo manantial de ternura. Gentes que durante el año no rezan, en Navidad florece en sus labios una plegaria. Emociona el comprobar como muchas personas se abren estos días a la amistad, al trato, a la confraternidad, a la tolerancia…

Navidad es mágica palabra pletórica de contenido… rico nombre que evoca un inefable suceso enternecedor… víspera gozosa de tantos escondidos y sabrosos misterios…

Es la fiesta de todos, la deseamos todos, la sentimos todos, la gozamos todos. Es la fiesta religiosa y familiar de cada hombre y de la universalidad de los hombres. A todos alcanza y envuelve un cierto halo místico y sobrenatural en armonía con el sublime y excelso misterio que se conmemora.

En la noche navideña, la más hermosa y singular del año, brota una gran alegría. No la alegría bobalicona y bulliciosa del mundo, sino un gozo claro, limpio, hondo, dulce, esperanzador… Ya les dijo el Ángel a los pastorcillos: «Os anuncio una gran alegría«.

La Navidad nos vuelve sencillos, transparentes, ingenuos… nos descubre ese recóndito tesoro de inocencia e ilusión que adquirimos en los días lejanos de la infancia, nos humaniza despojándonos del artificio que el rutinario hacer y corruptelas convencionales han ido complicando el vivir actual.

Un aire de espontánea y candorosa simplicidad predomina en el ambiente y hace que todos, chicos y grandes, personas respetables y gente humilde se afanen por montar un «Belén», y lo hacen con mimo, con agrado, con ilusión, con devoción, con gusto… Todo en Navidad se hace fácil, sencillo, puro, entrañable…

En Navidad el frío del ambiente y la tibieza casera predisponen a las personas a buscar la intimidad sagrada del hogar.

Navidad es agradabilísima fiesta hogareña que congrega, que reúne, que agrupa, que solidariza… Es gozo para el corazón, lenitivo de penar para el espíritu, heraldo de amor, esperanza renovada, llamada a la buena voluntad y mensaje de paz.

Es fiesta de invierno y de la noche, generacional y cristiana, optimista y expectante, esperada y añorada, deliciosa y placentera… Es fiesta excepcional de todos para todos.

Tiene tal cautivadora atracción esta fiesta que individuos que viven en este mundo desequilibrado y loco al llegar esta fecha tienden a replegarse en la fuente del amor más puro y misericordioso.

Navidad es fiesta no sólo de panderetas y guirnaldas, de luces y aguinaldos, es fiesta muy personal donde los más íntimos sentimientos hacen vibrar al corazón que parece rezumar leche y miel de que habla la Escritura.

Navidad es un mundo maravilloso de ternura infinita donde todo se hace sencillo, transparente, alegre…

Alegría de nieve
por los caminos.
¡Alegría!
Todo espera la gracia
del Bien Nacido.
Miserables los hombres,
dura la tierra,
cuanto más nieve cae
más cielo cerca

(Jorge Guillén)

¡Tierra y cielo! Por eso Navidad es poesía.

Poesía es un don de Dios, un chispazo de omnisciencia, un florido camino que conduce al Creador. Poesía es, lo dijo un poeta «… voz divina que en el corazón retumba«.

Poesía no es llamar divinas a las cosas, sino buscar en ellas ese destello de divinidad, su partícula celeste, su razón inexplicable de amor. De ahí que la noble y pura poesía es contemplativa y subordinada a altos valores como la fe. Por ser y engendrar la poesía delicados sentimientos, realza y enfervoriza, arrulla y conmueve, alienta e impulsa. Lo inefable y lo verdadero están trabados en la belleza del verso porque «toda poesía -ha dicho Dámaso Alonso- es por esencia mística«. Hoy es preciso elevarse en alas de espiritualidad y lirismo porque la vida, al mecanizarse, seca las raíces primarias del amor y de la ternura. La vida -¡la verdadera vida!- está a punto de perecer aplastada por la técnica y la prisa, por no detenerse a escuchar la voz clara y fiel de los poetas.

¿Existen todavía poetas?, preguntó Papini. Sí, existen y además son imprescindibles. «Desde que las hadas desaparecieron de Francia, dijo Víctor Hugo, Francia dejó de ser feliz«. Sólo una cruzada espiritual, idealista y poética nos libraría de la ramplonería del vivir actual, porque sólo una nítida y virginal poesía nos hará captar un sublimado sentido de lo eterno.

Por algo los poetas -¡los verdaderos poetas!- son la mandolina de Dios, heraldos de su Belleza, juglares de su Amor, y mensajeros de su Divinidad… El corazón del hombre que está hecho para el misterio, para el ensueño y para el amor, comprende gracias a ellos, el encantador y alucinante misterio de la Navidad.

Navidad es desde luego deliciosa y entrañable poesía, pero es también profunda y rigurosa teología. Navidad es sabroso y escondido misterio. Todo en Navidad son contrastes que sorprenden. Un Dios se hace Niño; la Majestad soberana tiembla en unas pajas: el Creador del mundo nace en una cueva; el Divino Poder se manifiesta sencillo y humilde; el Rey universal tiene por toda corte unos pastores…

El misterio del Dios encarnado ha impresionado siempre a los espíritus más excelsos. El humilde Portal encierra tanto encanto y hechizos, tanta dulzura y fantasía lírica, que los poetas de todos los tiempos se han visto atraídos por esa deliciosa manifestación del «Verbo hecho carne».

Los villancicos representan una briosa tradición lírica religiosa que reflejan admiración, entusiasmo y piedad, y donde se enlaza lo culto y lo popular reflejando la expresión amorosa de una fe sencilla y firme.

La poesía de Belén no está en la cueva, ni en el frío, ni en la pobreza, ni en el desamparo, sino en las personas que se mueven y viven en ese ambiente. La poesía, la maravillosa y estupenda poesía del hecho extraordinario e irrepetible consiste en que el Niño que nace es Dios, su Madre es Virgen, y su padre adoptivo José -¡la más noble figura de varón!- es el protector humano de esa Santa Madre y de ese Niño divino.

Belén es manantial de poesía porque el Evangelio llega a lo trascendente por vía humana pero bella, de ahí que poetas y trovadores hayan dedicado a este misterio sus mejores versos hasta el punto que uno de los tesoros más ricos de la lírica castellana desde la simplicidad de las primitivas y el lirismo desbordante de Lope, hasta la rica antología de los modernos, son las canciones navideñas, los villancicos tan atractivos, tan ingenuos, tan delicados, tan placenteros… ¡Qué caudal de belleza, de sensibilidad, de ternura y de fervor encierran! Al Niño dedican madrigales y lindezas. De los sueños de la Virgen tejen un delicioso poema. Y a San José, que está atónito ante aquellos juegos maravillosos de los ángeles, estrellas y pastores en la noche del milagro, le arropan y envuelven en la armonía de sus versos.

Recobrando nuestra perdida ingenuidad y despojándonos de toda presuntuosa vanidad, con fe sencilla y reverente vamos a recordar la historia contada y cantada por troveros y poetas.

Pasó el momento aquel -¡feliz momento!- en que el Verbo empezó a florecer en las entrañas de María, momento captado por Juan Ramón Jiménez:

Y María virgen, tímida,
plena de gracia,
igual que una azucena
se doblaba al anuncio celestial
.

A María le requiebra el Ángel llamándola «llena de gracia»:

Oliva verde,
paloma blanca
¡Ave María
llena de gracia!

(Rafael Laffón)

Desde entonces la piropean también los poetas. La llaman azucena, rosa, lirio, palmera, garza real, tortolica, árbol con ruiseñor, sacerdotisa, perla, estrella, custodia, alba, cuna de Dios, aurora…

Venga con el día
la alegría,
venga con el Alba
el Sol que nos salva.

(Lope de Vega)

Le dedican ramilletes de loas y alabanzas, pero alabanzas por humanas bien inocentes y sencillas. «Dios autor de la naturaleza -José Iñigo- no se hizo sol, ni mar, ni trueno… se hizo Hijo; y a la mujer que Él escogió no la hizo Esposa, ni Reina, la hizo Madre. ¡Madre!«.

Al gozo de Nuestra Señora cuando se supo Madre de Dios, el poeta Rafael Morales la cantó así:

Igual que la caricia, como el leve
temblor del vientecillo en la enramada,
como el brotar de un agua sosegada
o el fundirse pausado de la nieve,
debió de ser, de tan dulce, tu sonrisa,
oh Virgen Santa, Pura, Inmaculada,
al sentir en tu entraña la llegada
del Niño Dios como una tibia brisa.
Debió de ser tu sonrisa tan gozosa,
tan tierna y tan feliz como es el ala
en el aire del alba perezosa,
igual que el río que al mar resbala,
como el breve misterio de la rosa,
que, con su aroma, toda el alma exhala
.

Pasaron también las vacilaciones y dudas de José disipadas por el Ángel, y en la armoniosa paz de Nazaret:

San José era carpintero
y la Virgen panadera,
panadera… y tejedora de sueños
y también de lino y lana…
¡Gira y canta, rueca mía!
¡Telar de mi corazón!
¡Que es la ropa de mi Niño
la que vais a hacer los dos!
¡Que el Señor a quien el cielo
abarcarlo no logró,
cabrá hecho Niño en la prenda
que el amor le confeccionó!
¡Canta y gira rueca mía,
porque el hilo que haces hoy
más que de copos de lana
es de amor del corazón!
¡Hebras blancas de pureza
camisita de mi Dios!
¡Blanca tranza de alabanzas
con urdimbre de oración!
¡Ruede el huso con presura,
que me dice el corazón,
que el Pimpollo que se acerca
quiere pañales de amor,
y yo quiero hilar muy fino,
con hileras de adoración,
camisitas y pañales
para mi Niño y mi Dios!

Antes del nacimiento hay un período de expectación, de espera. ¡Dilatada y agobiante espera! Esperan los siglos, los ángeles, el mundo, el pueblo judío… ¡Espera la Virgen! Espera sin saber con precisión la hondura y la grandiosidad del misterio… ¡¡Espera!!… Espera confundida y anhelante… ¡Espera y sueña!… «sueña saboreando el futuro y sospechando lo inefable«. María está esperando el momento supremo que se convertirá en eje de la historia.

Junto a María está José que muestra inquietud y expectación ante la espera. El «varón justo» que Dios puso al frente de su familia trata a María con sumo cuidado, la prodiga su cariño, la ve cada vez con más respeto y reverencia. Está callado, sin saber qué decir, porque se da cuenta que algo muy excelso va a suceder aunque no comprenda su finalidad y alcance.

María, en flor de juventud, es un copón cerrado. ¡Tiene a Dios en su seno! Ella y José lo saben. El Señor está cerca, en el sentido espacial y temporal, y la Madre en esa emocionada espera de gozo y temblor, empieza a temer -¡tan jovencita, tan inexperta, tan humilde!- si sabrá cuidarle. Y para disipar sus temores canta una dulce y ensoñada canción.

Cuando venga, ¡ay!, yo no sé
con qué le envolveré yo,
con qué.
¡Ay! dímelo tú, la luna
cuando en tus brazos de hechizo
tomas al roble macizo
y lo acunas en tu cuna.
Dímelo, que no lo sé,
con qué le tocaré yo,
con qué.
¡Ay!, dímelo tú la brisa,
que con tus besos tan leves
la hoja más alta remueves,
peinas la pluma más lisa.
Dímelo y no lo diré,
con qué la besaré yo,
con qué.
Y ahora que me acordaba,
Ángel del Señor, de Ti,
dímelo, pues recibí
tu mensaje: «He aquí la esclava».
Sí, dímelo por tu fe,
con qué le abrazaré yo,
con qué.
O dímelo tú, si no,
si es que lo sabes, José
y yo te obedeceré,
que soy una niña yo,
con qué manos lo tendré
que no se me rompa, no
con qué
.
(Gerardo Diego)

¡Qué cerca de nosotros está Nuestra Señora en este vacilante anhelo! ¡Qué deliciosa y hermosamente tímida y asustada está! Impresiona, en esta espera, su hondo sentido de responsabilidad y su escrupulosa preocupación por si podrá cumplir con todos sus deberes maternales.

En esta espera va a ocurrir un hecho inesperado en el que se pone en evidencia el engarce maravilloso de lo divino en lo humano. Augusto, el emperador romano, decreta que todos sus súbditos se empadronen en el solar de su tribu, su linaje o familia. El decreto es promulgado también en Nazaret. José se preocupa e impacienta, pero María calla, confía y abriga una firme esperanza. A María nada la turba, nada le inquieta, nada le alarma… María es un temblor, María es una sonrisa, María es María.

El decreto es inoportuno por la situación de gravidez de le doncella, e implica muchas molestias, complicaciones y sacrificios, pero obedecen y preparan el viaje. En las alforjas ponen una sartén y unos pañales, pan y aceite… Dejan todo: la casa, el trabajo, su pobre ajuar… Van a Belén por caminos de sumisión, de austeridad y de penitencia.

El camino es largo, unos 100 Kms., que recorrerían en tres jornadas; largo y muy peligroso para María por vericuetos y veredas sólo transitables por asnos y camellos.

Saldrían de Nazaret a primera hora, casi de noche. La luna todavía se la ve en el cielo temblando de frío. El silencio y la soledad de un paisaje invernal, sobrecogen. José va adelante abriendo camino, arrugada la frente, tirando del ramal del jumento y pisando los cristales de la escarcha de las mañanitas de diciembre. La Virgen abstraída e indiferente a lo que la rodea, va sentada sobre el borriquillo arropada en una manta campera. Caminan en silencio. El día avanza. Suben rudas pendientes y atraviesan poblados hostiles. La ruta es monótona. El paisaje gris y desnudo apenas aliviado por «la esbeltez de alguna palmera datilera».

Camina María, camina José… Van solos y silenciosos pero llevan consigo la serenidad, el sosiego y la paz de la gracia.

Cae el día. Una estrella ilumina un instante a los caminantes. Acampan al encontrar un descansadero de caravanas.

Noche invernal larga, muy larga, callada y fría.

Nuevo día y nuevo caminar. Mientras cargan el borrico María y José cambian unas palabras breves y confidenciales. Van a recorrer un itinerario alucinante de recuerdos bíblicos y alusiones mesiánicas. Resuenan ecos del Cantar de los Cantares… Tal vez por estos campos espigaba Ruth la fiel mohabita, y el adolescente David apacentaba sus rebaños… Dejarían atrás el pozo de Jacob y la tumba de Raquel…

Pasan la segunda noche resguardados por unos algarrobos frondosos pero achaparrados.

Apenas apunta el día reemprenden la marcha. Es demasiada caminata para estos pobres judíos. María, la «esclavita», recogida y ensimismada, no se sabe si medita o sueña. A José, fatigado, le duelen los pies. Y caminan siempre solos. ¿Solos? ¡No! Porque Dios está infinitamente próximo. María lleva en su seno la semilla del amor y José es el varón justo. ¡Camina el Amor con la Pureza y la Justicia!

Al atardecer de la tercera jornada pisan ya los campos belemnitas. José suspira aliviado y se atreve a expresar su sentir esperanzado.

Caminad, Esposa,
Virgen singular,
que los gallos cantan,
cerca está el lugar.
Caminad Señora,
bien de todo bien,
antes de una hora
somos en Belén
y allá muy bien
podréis reposar.
Yo, Señora, siento
que vais fatigada,
y paso tormento
por veros cansada;
presto habrá posada
do podréis holgar,
que los gallos cantan,
cerca está el lugar.
(Francisco de Ocaña)

María y José llegan al burgo cuando la tarde declina. Belén es un pueblecito insignificante, pobre… con casas diminutas y calles retorcidas y estrechas. José detiene la cabalgadura frente a la posada pública que rebosa de gente. La concurrencia que todo lo llena grita, vocea, chilla… No es posible entenderse con tal algarabía.

A José le tiembla la voz pidiendo asilo.

En nombre del cielo
os pido posada,
pues no puede andar
ya mi esposa amada.
-Aquí no es mesón
sigan adelante:
yo no puedo abrir,
no sea algún tunante.
-Venimos rendidos
desde Nazaret;
yo soy carpintero
de nombre José
-No me importa el nombre
déjeme dormir,
pues que ya le digo
que no hemos de abrir.
-Posada te pide,
amado casero,
por sólo una noche
la Reina del Cielo.
-Pues si es una Reina
quien lo solicita,
¿Cómo es que de noche
anda tan solita?
(Villancico mexicano)

Pero no valen razones. No hay sitio para ellos. Ninguna puerta se les abre. Al cansancio y al frío tienen que añadir la desilusión y la incertidumbre. José eleva los ojos al cielo. María los cierra y se repliega dentro de sí.

La noche avanza y en este trance de soledad y de angustia, alguien, compadecido, señaló a los peregrinos de Nazaret una especie de gruta habilitada para encierro de ganado.

Quiso nacer en las casas
de los hombres por amor;
los hombres estaban ciegos
y le dijeron que no.
Recorrió todas las puertas
pero ninguna se abrió,
los pechos estaban cerrados,
no tenían compasión.
(Luis Bernárdez)

Y así, la Providencia, de negativa en negativa, les condujo a la oquedad de un establo.

¿Qué poesía puede haber en un establo?

Aquella cueva o roca cavada que servía de cuadra cabañal simbolizaba la materialización de la extrema pobreza. La entrada estaba medio tapiada con adobes; el suelo es de tierra empapada de malolientes residuos; se respira un tufo de ganado y hedor de paja estercolada: al fondo existía una larga pesebrera. José enciende con pedernal una mortecina lámpara de aceite y aparece un recinto destartalado, oscuro y sucio, con telarañas y estiércol.

Este lugar fue el primer hogar del Dios humanado, y por ser solitario y tranquilo bastaba a la futura madre.

José amarró la asnilla junto a un buey cansino de color melaza. María vació la alforja para preparar un refrigerio. ¿Qué cenarían aquella noche? Quizás migas, miel, higos, dátiles, queso…

Mientras toman esta frugal colación rumian recuerdos…

¿Te acuerdas de Nazaret
y de aquella tarde tarde?
-Sí que me acuerdo, José.
-Estaba yo en el taller,
¿te acuerdas?… y vino como un aire…
-Sí que me acuerdo, José.
-Vino un aire sin saber
por dónde… ¡Qué aire tan suave!
Ay, qué aire tan dulce aquel.
Y aquel aire se me fue
se me fue porque era un ángel.
-Sí, que me acuerdo, José.
Y el ángel que se me fue
llegó hasta ti con el aire.
-Sí, que me acuerdo, José.
-Cuando vine del taller,
¿te acuerdas?… por ocultarte…
-Sí, que me acuerdo, José.
-… callaste como un clavel
lo que te había dicho el ángel.
Pero al volver al taller,
no sé si fue aquello el aire
o el ángel, no sé quien fue,
me contaron lo del ángel,
¡y qué bien que me enteré!
-Sí que me acuerdo, José.
-Y después, después…, después…
(Manuel Benítez Carrasco)

Después se hace el silencio, y sobre los corazones de ambos esposos triunfan las certezas luminosas de Dios.

María queda quieta, transfigurada como en éxtasis…

La Virgen tenía amor
en sus ojos entornados.

¡Entornados! José la creía descansando…

… de la pena, del camino,
del tiempo y del trabajo.

… y mientras vigila amoroso su sueño…

… espera callado, de rodillas,
meditando anonadado,
bajo el peso de tan altas maravillas.
(M.ª Fernanda Infantes)

Pero las emociones, la fatiga, el desasosiego… y un aleteo de misterio que está rondando el ambiente vencen su juvenil fortaleza y…

haciendo de una piedra cabecera

… duerme un sueño quieto y sereno… hasta que le despierte la Virgen…

– … José, José,
dile al viento que se calle
que acaba de llegar Él.
-¿El que te predijo el ángel
en aquella tarde, tarde,
tan dulce de Nazaret?
-… de aquella tarde,
con la dicha de esta noche.
¡Ya no me acuerdo, José!
-¿Cómo ha sido María?
-Como un sueño, José.
(Manuel Benítez Carrasco)

Este colosal misterio se realizó como un sueño.

La Iglesia celebrando el más bello y dulce de los misterios, y embargada de gozo canta en la festividad de Navidad: «Gozosa Virgen que no conoció varón dio a luz sin dolor al Salvador de los siglos«.

Cristo que es hombre pero también Dios nace de una mujer virgen pero envuelto en la gracia de lo sobrenatural y lo divino. Esa gracia la alcanzó también a María.

No hay lengua que decir pueda
cual la Virgen madre queda,
ni por cual linda vereda
lo parió
tan hermoso y delicado.

Fray Ambrosio, poeta de Isabel la Católica según afirma Suárez -célebre jesuita y teólogo español- es de justicia creer que la suprema dignidad de Cristo tuviera una acogida asistencial de los ángeles.

En cuanto a la hora del hecho parece que fue hacia las 12, a la media noche, tesis corroborada por las palabras de la Sabiduría: «Cuando todas las cosas contenían un silencio quieto y cuando la noche en su curso tenía hecha la mitad de su camino…«.

La media noche venía,
la media noche llegaba,
José dormitaba,
la nieve caía,
María esperaba.

La media noche venía,
la media noche llegó.
La Virgen María
lloraba y reía…
¡Y el Niño nació!

Aquella noche no fue como las otras noches, aquella noche única la han cantado siempre poetas de todos los tiempos y de todos los pueblos.

… noche oscura
para el amor nacida y hecha aurora.

Esta noche iba a recibir por vez primera el beso de la Luz…

No la debemos dormir
la noche santa,
no la debemos sentir.
(Fray Ambrosio Montesinos)

Es la noche de las noches, es la noche prometida y esperada.
Es la noche en que los cielos se reconcilian con la tierra castigada.
(Luis Fernández)

Morena era la noche; más clara
como tienda de azucenas,
como cabaña fabricada de nieve.
(Astrana Marín)

Y la cantan en todos los rincones de la tierra con ese delicioso villancico con sabor de montaña lejana…

Noche de Dios, noche de paz,
claro sol brilla ya
y los ángeles cantando están…

Noche… encantos y misterios de la noche… tranquilidad y santidad en la misma… horas de silencio y soledad… de examen y reflexión… todo en la noche se hace recogido e íntimo.

«Noche de Dios» porque desde la eternidad el Creador había elegido esta noche perfumada por la gracia.

«Noche de paz» que hay que merecer y que exige por nuestra parte una gran dosis de buena voluntad, sinceridad y firmeza en el propósito, y humildad en la ejecución, y si de verdad limpiamos nuestro corazón de miserias humanas alcanzaremos esa paz como un aguinaldo navideño.

Por ser noche de Dios y de paz…

Se hizo la noche tan clara
que el mismo sol sintió celos
de que otro Sol en los cielos
claridades le ganara.
(Luis Romero)

En esta noche según la atrevida expresión de San Juan, «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros«, por eso esta noche navideña es la gran fiesta de la Cristiandad.

Si impresiona y conmueve un nacimiento cualquiera, pensemos que es Dios el que nace y se acerca a nosotros. Después de aquella primera Nochebuena vendrán muchas, y en recuerdo de aquella singular y venturosa es natural que las celebremos con gaitas y panderetas, laúdes y castañuelas, esquilas y zambombas… el contenido será siempre el mismo, un sólo misterio: ¡Dios con nosotros! ¡¡Emmanuel!!

Venida es, venida,
al mundo la vida.
Venida es al suelo
la gracia del cielo
a darnos consuelo
y gloria cumplida.
Nacido ha en Belén
el que es nuestro Bien.
Venida es, venida,
al mundo la vida.
(Juan Álvarez Gato)

Los misterios se realizan de manera asombrosamente sencilla. El más sublime de los nacimientos tiene lugar lejos del fragor multitudinario en una cueva perdida. Aquel al que las jerarquías celestiales alaban con respeto y veneración se presenta en la tierra como un niño.

En un establo -¡verdad exacta!- nació Jesús, el Hijo de Dios, y el «pesebre donde las bestias rumian las flores milagrosas de la primavera» le sirve de cuna. ¡La excelsitud de los cielos anida en lo más mezquino de la tierra! El Altísimo quiso así santificar la humildad y la pobreza.

Nace un alma que viene a sufrir con otras almas.

Nace un hombre que viene a sufrir por los hombres.

Y nace desnudo, tiritando, sin cobijo… ¡nace llorando!

La Virgen se conmueve…

… le mira en un pesebre
llorando lágrimas tiernas
que obligándose a ser hombre
también se obliga a sus penas.
(Lope de Vega)

Y para que no llore, María, madre dulce y cariñosa, le mece y le arrulla.

Aunque naces desnudo
mi dueño,
el día te viste de azules
y la noche de estrellas y sueño.
Duérmete, mi vida,
corazón de tu Madre, duerme en seguida.
Duerme, mi cielo,
sobre colchón de auroras, duerme luego.
Duerme sobre la armonía
de la tarde enamorada,
y en la mañanita fría.

Duerme.
Duerme sobre la alegría,
sobre el nacer de la noche,
sobre el declinar del día.
Duerme en el verso y la flor.
Duerme con sueños de amores.
¡Ay amor!

Sentada, o medio arrodillada, cerca del pesebre está María. «Es un bulto blanco -Pemán- al que las largas tocas dan un perfil como de colina de nieve, de duna de arena, de montecillo de trigo o lirios blancos«.

Y allá está José a quien la emoción no le deja estar de rodillas. Va y viene con su turbante y su túnica. Tiene la barba negra y la expresión noble y dulce. No se atreve a tocar al Niño con sus honradas pero rudas manos de menestral. María se da cuenta, sonríe y le hace señas para que se acerque, y es de ver la actitud del Santo Patriarca entre su admiración reverente y un cariño sin par. Atada al pesebre está la asnilla que trajo a María a Belén, y de su hocico sale un vaho tibio que conforta las carnes del recién nacido.

¡Establo! ¡Pesebre!… Todo ha cambiado… El pueblo lo adivina y canta.

Portalico divino,
¡qué bien pareces!
con el Niño chiquito, bonito
que nos ofreces.
(Francisco de Ávila)

Y los poetas cantan, precisamente un vitoriano…

Pronto, despertad, amor…
Rezuma gracia el portal.
El establo ya es un rosal;
diciembre, abril; bien el mal;
el heno gracia y primor.
(Albino Cañada)

Y otro poeta del siglo de oro español dice así:

Caído se le ha un clavel
hoy a la Aurora del seno;
qué glorioso está el heno
porque se ha caído sobre él.
(Góngora)

¡Todo ha cambiado!

Dios fiel a su promesa está ahí… Sobre unas pajas… ¡Está ahí!

Bajad ángeles, venid hombres y contemplad el misterio. Contemplad y adorar al Dios recién nacido.

No está en el Evangelio pero es muy verosímil y según una poética tradición un coro angélico de rodillas…

…cantan himnos los ángeles cantores
y todos a la Madre, al Hijo adoran,
gózanse de Él y de ella se enamoran.
(Valdivielso)

Y le adora la naturaleza. Si el día de Viernes Santo el universo se conmovió y tembló, ¿qué de extraño es que el nacimiento del Salvador tome parte en la alegría general? El chorro bendito de gracia y de luz no alcanza sólo a los hombres, sino también a las criaturas todas que se sientan alborozadas y gozosas.

A la flor, al lucero, al pájaro, al mar, al viento… a todos llega la honda conmoción del hecho sensacional y todos quieren rendir su homenaje al Infante Divino.

-¿Qué quieres, viento?
-Quisiera
al Niño poder besar.
-¡Ay, que tu aliento es muy frío
y el Niño desnudo está!
-No me negaréis, mi Señora,
que le diga mi canción.
-¡Ay, que tu canto sombrío
al Niño dará temor!
-Salvé montes, crucé mares,
corriendo a todo correr
para adorar al Dios-Niño
¡y adorarle no podré!…
-Yo caldearé tu soplo.
Yo aclararé tu canción.
Serás en el beso mío,
tendrás alas en mi voz.
Yo te dejaré en su frente,
y a su oído le diré
que has venido, viento amigo,
corriendo a todo correr.
(Federico Muelas)

Y hasta la mula se atreve a decirle donaires al Rey de Reyes.

Aunque soy mula morena,
te quiero Niño, te quiero.
Cógeme de las orejas,
dame un besito pequeño,
que yo no puedo besarte,
que no quiero darte miedo.
Ven chiquitín conmigo
y deja en mi hocico un beso;
se lo iré dando a las flores…
me lo rizarán los vientos…
Aunque soy mula morena,
te quiero, Niño, te quiero.

Le adoran la gente sencilla y humilde. En las cercanías unos pastores guardan sus rebaños. En una tosca cabaña unos duermen mientras otros velan fuera al amor de una fogata. De pronto un vivísimo resplandor ilumina el campo y hiere sus ojos. Se aturden, se espantan. «No temáis -les dice el ángel- os anuncio una gran alegría«.

Desde entonces Navidad es alegría cascabelera y contagiosa que todo lo invade y lo traspasa, que todo lo embellece y sublima.

Pues hacemos alegría
cuando nace uno de nos,
¿qué haremos naciendo Dios?

¿Qué haremos? Imitar a los pastores. Ellos comprendieron que la alegría, la sencillez y la confianza, son el camino más breve para llegar a Dios.

Cotidianamente decimos a la Virgen en la Salve: «muéstranos a Jesús«. Éste es el momento, éstos son los días, de pedírselo con más fervor, y María, compadecida de nosotros y sonriendo nos dirá quedo, muy quedo, con palabras de un poeta americano…

Levántate y mira
la luz de Belén:
en la noche oscura
te alumbra tu Bien.
¿Oyes el sonido
limpio de su voz?
Con boca de niño
te llama tu Amor.
¿No sientes el fuego
de su caridad?
En forma de Niño
nació la Verdad.
Acércate un poco
no tengas temor;
con manos de niño
te busca el Señor.
Ponte de rodillas
en la tierra fiel;
con ojos de niño
te mira tu Rey.
Háblale sin miedo
dile tu dolor;
con alma de niño
te escucha tu Dios.
(F. Luis Fernández)

El cielo también se asocia al júbilo universal y el espacio se llena de roces de alas, de luces, de arpegios y de acordes. Un inmenso coro angélico canta sin cesar: ¡Gloria a Dios en los cielos y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!

El Evangelista nos transmitió la letra pero se perdió la melodía. ¿Cómo cantarían los ángeles? ¡Soñad, amigos, soñad! Parece imposible reproducir celestiales armonías y sin embargo un santo poeta -¡altísimo poeta y gran santo!- loco de divinos amores, enamorado de la Dama Pobreza, sencillo y alegre, ingenuo y humilde, que daba cabriolas de gozo de pura delectación interior, se atrevió a glosar el cántico angélico a la paz e hizo de él una sentida oración: ¡Señor, hazme instrumento de tu paz! Donde haya odio, siembre yo amor; donde injuria, perdón; donde duda, fe; donde desaliento, esperanza; donde tristeza, haga yo brotar la alegría; en las sombras lleve yo la luz. ¡Oh divino Maestro! concédeme que no busque ser consolado, sino consolar; no ser comprendido, sino comprender; no ser amado, sino amar. Dando es como recibimos; perdonando como Tú nos perdonas, y muriendo en Ti es como nacemos a la vida eterna.

Mientras tanto los pastores impresionados por el anuncio del Ángel, sencillos y crédulos se disponen a ver y palpar el prodigio que se les acaba de anunciar y su admiración se convierte en entusiasmo.

Pastorcillo de Belén
¿de qué tanta admiración?
¿Es acaso novedad
el nacer del Alba el Sol?
(Antonio Solís)

Traen sus zurrones y sus caramillos, y con ellos viene el aliento vital de lo popular y el bullicio campestre.

Y van llegando,
y la Virgen se les queda mirando.
Y van viniendo,
y el Niño se les queda riendo.
Son los pastores,
y llegan por la noche de nieve
pisando flores,
y no saben cómo ni cuándo.
Ángeles vuelan
resbalan, desmoronan coronas,
escarapelan
la estrella de mil picos ardiendo.
Y van viniendo,
y María ya les va conociendo,
Gil, Rato, Hermiño,
con palomas que les nievan los hombros.
Tómalas, Niño;
que te están arrullando.
Y van llegando,
y la Virgen les sonríe callando.
Los de la ronda
voladores, tañedores, cantores,
le van meciendo
y el Niño se les queda durmiendo.
A la otra banda
del otro bando
Blas, Mingo, Nando.
Y María se les queda soñando.
(Gerardo Diego)

Bien pronto María despierta del sueño, y como le agrada que canten a su Hijo -cantar a Dios es dos veces rezar- dice al Chirriquitín celestial:

Niño divino, Niño adorado,
mi bien amado, mi buen pastor,
estos pastorcitos que tanto te aman,
humildes te aclaman, escucha su voz.

Animados por la Virgen y pasado el asombro, el más tímido dice al más atrevido…

Cántale Antón
tu más sencilla canción,
que llegada ya es la hora
y comienza a ver la aurora…
¿Cómo es, di?

Y el aludido declama…

Como rosa de mayo florido,
como flor de granado escondido,
como un lirio que en sueños vi…

Y entre copla y copla esparcen la zurronada. Ahí están, sobre el suelo, los obsequios del humilde pastoreo: la cantarilla de rubia miel, unos palominos, una torta de harina, una cuerna de leche acabada de ordeñar, el requesón que ya empieza a amarillear, unos huevos… ¡Ingenua sencillez de las ofrendas pastoriles!

Y cuando se marchan todavía cantan…

Dale al hierrecillo,
que suene el tambor,
dale a la zambomba,
que ha nacido Dios.

La zambomba despierta al pueblo entero, y todos se enteran del extraordinario acontecimiento. Amanecido se oye una gran algarabía… ¿qué pasa?… Son unos chicos vivillos, coloradotes, que retozan como corderos y se asoman al establo mordisqueando un corrusco de pan. También a ellos ha llegado la buena noticia, y se acercan con esa curiosidad vacilante propia de los niños. Miran y remiran, sonríen y callan, se acercan más y hasta la paja seca que cruje…

María les sonríe. José pone en su pan un poco de miel. Con la cordial acogida sueltan la lengua y entre mordisco y mordisco hablan de sus cosas, de sus juegos, de sus padres… Vencida la timidez se deciden a decir un «verso» al Recién Nacido:

Aquí llegan, Niño,
las cinco vocales,
sencillas y claras
como unos pañales.
De tanto mirarte,
de tanto admirar,
con la boca abierta
se queda la «a».
Para que le vuelvas
tus ojos, la «e»
desde su ventana
te tira un clavel.
Porque quiere siempre
mirar hacia Ti,
su punto redondo
te entrega la «i».
Nunca como ahora
le dolió a la «o»
que su forma sea
para decir no.
De rodillas pide
llenar de tu luz
su pequeño cuenco
vació la «u».
Escucha, Cordero,
las cinco vocales:
te ofrecen los niños
su voz en pañales.
(José Javier Aleixandre)

Hecha su adoración y rendido su homenaje los churumbeles se desparraman como bandada de jilguerillos.

El hecho prodigioso es comentado por belemnitas y forasteros que acuden en masa al portal.

Vayamos también nosotros. No importa que vayamos con las manos vacías… No tenemos aguinaldos pero sí tenemos buena intención de espíritu. Arrodillados en el suelo ante el pesebre, por toda oración, por toda cantinela, digámosle con sencillez de corazón: ¡Señor que comprenda!… ¡Señor que comprenda!… Que yo comprenda este maravilloso y admirable misterio de amor. Que la estrella de Belén guíe y oriente mi vida y que su luz ilumine mi alma.

Mediada la mañana la gente se retira conmovida e impresionada ante este extraordinario nacimiento pregonado por un ángel y cantado por coros celestiales. Dejan solos a la Sagrada Familia y en esa deliciosa intimidad, María cuida y arregla al Niño, y después para dormirlo le mece y arrulla en la cuna de sus brazos. Con visión profética le va diciendo…

Tres peregrinos vienen
tras una estrella.
Duérmete, niño mío
si quieres verla.
Tres peregrinos vienen
tras un lucero.
Duérmete, niño mío,
si quieres verlos.
Duérmete, niño mío;
mi niño, duerme.
Tras una estrella blanca
tres peregrinos vienen.
(Federico Muelas)

Mientras se duerme entra rezagado un pastor que viene de lejos, y la Virgen que vela su sueño le dice…

No dejes ahora pastor
en el suelo el cuenco de leche;
ponlo, despacio, sobre la paja,
que el Niño se duerme.
Pájaro que cantas posado
cerca de nuestro albergue;
deja un instante tu canción,
que el Niño se duerme.
Estrella, alumbra un poco menos,
no sea que tu luz lo desvele,
que se le van cerrando los ojos,
que el Niño se duerme.
Vientecillos que mueven apenas
las leves briznas del pesebre:
quédate quieto sobre el campo
que el Niño se duerme.
Ángeles, no mováis las alas,
que no se oiga su rumor tenue:
Arrulladlo cantando en murmullo
que el Niño se duerme.
Muerte que andas por el mundo:
estate quieta, no mates, muerte;
no muevas tu negra hopalanda
que el Niño se duerme.
(José Mª Souviran)

¡No mates, muerte! En el umbral de la vida aparece el espectro de la muerte. María conoce las profecías y sabe que ha nacido un Salvador que salva muriendo. El Salvador nace por amor para morir de amor.

Las pajas del pesebre,
Niño de Belén
hoy son flores y rosas
mañana serán hiel.
(Lope de Vega)

En el centro mismo de estas jubilosas alegrías pascuales aflora el misterio de la redención. María comprende la razón y la magnitud del sacrificio redentor, y la amplitud y profundidad de la Providencia divina. Aceptó la voluntad del Altísimo -«hágase en mí según tu palabra»- pero como madre, llora, María llora sus primeras lágrimas. Antes callaba, sonreía… ahora llora.

¿Por qué lloras, Santa Virgen
María, por qué lloráis?
Porque son perlas del alba
las que le suelen rociar,
y el día de Viernes Santo
en sangre se tornarán.
¡Blanco lirio florecido
la noche de Navidad!
En la cumbre del Calvario
¡cómo te deshojarán!
(Jacinto Verdaguer)

Pero María quiere ocultar sus lágrimas, y canta y canta con dulzura infinita a su Jesús…

Duerme en el verso y en la flor,
duerme con sueño de amores.
¡Ay amor!
Para que dulcemente, Rey de dulzura,
contemplemos la luna bañar tu frente.
Tu frente, que en los rayos hallan la pura
exactitud del beso ¡tan dulcemente!
Beso de luna y llanto, de flor y espina,
de gloria y de martirio, de sombras y de luces.
Que en tu sueño primero ya se adivina
la sombra misteriosa de las tres cruces.
La sombra que creciendo va lentamente
hasta velar su rostro ¡tan dulcemente!
La noche sola.
¡Cómo llora la Virgen junto a tu cuna!
(Pombo Angulo)

Y el Niño también sufre, pena… y ¡llora!

Si el que da la vida llora,
¿cómo puede reír
el triste que ha de morir?
(Lope de Vega)

A María aquellas lágrimas de su Hijo le oprimen el corazón, y secándose las suyas, mientras le arrulla, entona la canción de la divina pobreza…

Que no puedo valerte
Rey de los hombres:
que valerte no puedo,
pero no llores.
Pan de mi carne henchido,
luz de mi noche,
custodiado lucero,
no te acongojes.
Si estás desnudo y solo,
sobran vellones
en las ovejas blancas
de los pastores.
Si estás solo y desnudo,
Rey de los hombres,
te brindarán mis brazos
consuelo y goce.
Que darte más no puede
quien te dio el nombre:
¡que más no puedo darte,
pero no llores!
(Gerardo Diego)

¿Por qué lloras, mi Bien, por qué? Las lágrimas del Niño-Dios no son expresión de dolor, ni de frío, ni de mal trato ¡suavísimas manos de la Virgen!… Ni llora por la Cruz como la Madre, sino por las cruces que innecesariamente, incomprensiblemente, inhumanamente cargamos en los hombros de los hermanos; llora por los que multiplican por el mundo con su estrechez y su pobreza, el pesebre bendito: llora por los que han hambre y sed de justicia, por los sin «techo», por los desplazados, por los perseguidos, por los extraviados… Llora por los indiferentes y los blasfemos, por los orgullosos y los egoístas, por los publicanos y los fariseos… ¡por tantos malos cristianos!

¡Llora por nosotros!… Llora por mí… ¡¡Por mí!!… Por mis traiciones, por mis infidelidades, mi dureza de corazón, mis abandonos…

¡Abandonos!… También la Virgen llora y si le preguntamos que es lo que pone llanto en sus dulces ojos nos dirá…

Suspiro y lloro
porque un día mi Niño
estará solo.

Mirando a través de las lágrimas -«por el cristal d’ellas», dice un poeta anónimo- adivina la incomprensión y el desamparo desleal de los hombres. Se queda solo. Le dejamos solo.

¿Por qué llorando estás?
Porque el mundo que tanto ama
no le ha querido aliviar.
Los tres Reyes se fueron,
los pastores se van,
si ellos le dejan,
las ovejas ¿qué harán?

Y sólo también está en el Sagrario…

Ay mi Niño querido,
vida del alma,
nadie te busca
nadie te llama;
siendo tú solo
verdad sagrada,
el hombre ingrato
de ti se aparta.

Se aparta de Ti que eres amor y paz, para encender el odio y la guerra. ¡Se aparta de Ti! ¿Por qué? Al hombre moderno le falta o la sencillez y humildad del pastor, o la clara intuición de lo transcendente del mago. «O pastor o mago«, decía Eugenio d’Ors. O corazón limpio y abierto para escuchar y aceptar el mensaje del Ángel, o inquietud espiritual y ferviente deseo de verdad.

Sólo así comprenderemos que Navidad no es un simple hecho que fue, sino algo vivo y palpitante que entraña una realidad imperecedera. Navidad no es un recuerdo placentero, ni un pentagrama de canciones, ni una conmemoración devota. Navidad tiene una tajante y clara realidad mística y un meollo de teología pura. Así lo comprendieron nuestros clásicos y así lo cantaban en esta letrilla:

Viva la gala de la zagala,
viva la gala
de la graciosa morena,
viva la gala
de gracia y de gracia llena,
viva la gala
que en aquella Noche Buena,
viva la gala,
libra al mundo de la mala.
¡Oh, qué zagalejas dos,
y de las dos que zagala
aquella de cuya gala
vino a enamorarse Dios!
Aunque venís disfrazado
Hijo de Dios terrenal,
por las puntas del sayal
bien se os parece el buscado.
¿Quién te trajo, Rey de gloria
por este valle tan triste?
-Ay, hombre, tú me trajiste.

¡Nosotros le trajimos! Le trajeron nuestras culpas, nuestras ruindades, nuestras miserias, nuestras maldades… Se compadeció de nuestro barro, de nuestra nada… Le dio pena nuestra triste situación de esclavos…

«Os ha nacido un Salvador«, dijo el Ángel. Ésta es la verdad exacta, geométrica, demostrable. La humanidad caída necesitaba un Salvador, un Redentor. Lo necesitaba entonces y lo necesita hoy por eso Navidad es siempre un divino mensaje de salvación.

«Y el pueblo que andaba en tinieblas -Isaías- vio una gran luz«. No un espejismo, ni un rayito de ilusión, sino un triunfal arco iris de salvación.

El gran error, mejor aún, el gran crimen de nuestro tiempo es no comprender ni valorar la presencia viva de Dios. Por necesidad constitutiva e ineludible de nuestro ser precisamos creer, esperar y amar. El fundamento de nuestra fe, la razón de nuestra esperanza y el centro de nuestro amor tiene un nombre. Nos lo dio San Lucas: «le fue puesto por nombre Jesús«.

Ay quién me diera una palabra nueva,
virgen como la aurora, para
nombrar al Dios de la Verdad con ella.
Una palabra exacta: que tuviera,
como el prado con lluvia, una infinita
ternura blanda y una
clarísima belleza.
¡Y repetir esa palabra siempre:
con las esquilas de la madrugada
y en el atardecer con las hogueras!
Y hacer de esa palabra bella
profesión y ejercicio,
y oración y poema…
¡Y que mi muerte fuera
como un cuajarse, entre los labios,
esa palabra única y sola:
rosa ya sin invierno
frente a una eternidad con sol, abierta!
(Pemán)

¡Navidad! ¡Navidad! Triste es decirlo, pero año tras año, se va desacralizando y tiende a perder su contenido teológico y místico para convertirse en una fiesta y orgía pagana. Tomemos conciencia de la realidad y con plena responsabilidad trabajemos con ilusión para que no se pierda el sentido teológico de la Navidad.

Firmes en la esperanza afrontemos todas las dificultades con gallardía y presentemos el misterio en lo que tiene de humano y de divino -«parece que lo eterno se coge con las manos«, en frase de J.R. Jiménez-, y actualicemos la Navidad. Actualizar no es enfrentar lo moderno y novedoso a lo viejo que se cae, sino atalayar lo eterno y permanente que es el verdadero espíritu de la Navidad y presentarlo en la forma más lírica, maravillosa y sencilla que caracteriza a las obras de Dios.

Que Navidad no sea relámpago fugaz, ni flor de un día, ni llamarada sentimental, ni chispazo que no alumbra ni calienta… sino un retorno a lo nítido y virginal para que todo lo noble y bello vuelva a Dios.

Si el verdadero espíritu de Navidad prende y florece en nuestro corazón las cosas tendrán una luminosa transparencia, y estableceremos puentes de cordialidad para llegar a los hermanos, y sentiremos la necesidad de más comprensión y más afecto entre los hombres, y de lo íntimo de nuestro ser brotará un incontenible deseo de repartir ayuda y consuelo, alegría y confianza, pan y trabajo, cariño y sonrisas, serenidad y paz… Esta clara conciencia de qué es y debe ser la Navidad hará de nuestra alma una lira para decirle al Señor con el poeta indio Rabindranath Tagore: «Cuando estén afinadas, Maestro mío, todas las cuerdas de mi vida, cada vez que tú las pulses cantarán amor«.

¡Y amor debe cantar todos estos días santos!

El mundo dormía y nació el Hijo de Dios; el mundo continúa dormido y es preciso despertarlo cantando.

¡Que todo cante! El ambiente y los hombres, los labios y los corazones, la calle y el hogar… ¡el hogar! Si sentimos el tirón de la casa, esa caricia hogareña hará que recobremos aquella perdida ingenuidad, y nos haremos sumisos y hasta infantiles para acercarnos al regocijo navideño que es la fiesta de los niños que aprenden a ser hombres y de los hombres que desearían tornarse niños, y abandonándonos en lo que un poeta, Maragall, llamó «la sublime locura de la inocencia«, jugáramos a pastores y reyes, y construiremos belenes.

El Belén es lo mejor y más bello que podemos y debemos hacer en estos días que alguien llamó de «la ternura derramada». Hagamos el Belén familiar, ese Belén que desde niños llevamos en nuestro recuerdo y en nuestro corazón.

El Belén es la entronización de las cosas pequeñas y humildes: cartón y corcho, paja y tizna de carbón, corteza de árboles y tierra de ocre, musgo y figuritas de barro… todo elemental y sencillo. Y presidiéndolo todo un Niño Jesús sonriente y sonrosado que bendice.

Toda la gracia y el encanto de un nacimiento se apoya sobre el tenderete levantado improvisadamente con las tablas y cajones bajados del desván, y donde la inmensa y eterna Majestad de Dios no aplasta nada ni estropea nada.

El nacimiento hogareño pretende ser la entronización de las cosas humildes y pequeñas, y es desde luego la más viva expresión de un ardiente deseo de Dios, la sencillez.

Un Belén es un mundo de rodillas, es un acto de fe, una sacudida emocional, un madrigal a la Señora, un homenaje a la maternidad, un tributo a la inocencia, una senda de esperanza, un canto a la infancia.

El resplandor de la estrella de un Belén aclara muchas cosas, y así como «todos los caminos llevan a Roma», estos caminitos de serrín y arena llevan a Dios. De ahí que los belenistas sean misioneros de la Navidad, del misterio de la Navidad que es manantial inagotable de fe y de amor. Fe que es adoración, entrega, sumisión, confianza, conciencia clara del deber…, y amor a los hermanos que es tender puentes de fraternidad repartiendo a manos llenas ayuda y consuelo, afecto y sonrisas, serenidad y estima, comprensión y piedad…

Y frente al Belén, a nuestro Belén, tenemos que cantar y tocar. Cantar villancicos que son mezcla de ingenuidad poética y musical, verso suelto y alado, tonada sencilla con fragancia rústica que huele a incienso y a tomillo.

El villancico es una dulce canción de nana, por eso el primer villancico lo cantaría la Virgen, ¡y cómo lo cantaría!

El villancico, poema entrañable, pastorela idílica, «juguete de ángeles, tarasco de niños, hace ver a los ciegos y florecer el desierto«.

Cantemos los villancicos al viejo son de las vihuelas, o de castañuelas y panderetas, y al terminar nuestra canción escuchemos las campanitas de Belén, aquellas campanitas…

Que los ángeles tocan,
tocan y tañen,
que es Dios Hombre el Sol
y el Alba su Madre.
Tocan y tañen
a gloria en el cielo,
y en la tierra
tocan a paz

Aurelio Vallejo Íñiguez de Ciriano
Vitoria-Gasteiz, 15 de diciembre de 1989

Imagotipo de la Asociación Belenista de Álava

Pregón de Navidad 1988 – Asociación Belenista de Álava – D. Joaquín Jiménez Martínez

17 Dic 88
Presidencia FEB
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Pregón de Navidad 1988 – Asociación Belenista de Álava
D. Joaquín Jiménez Martínez

Imagotipo de la Asociación Belenista de ÁlavaEn la noche de ayer, viernes 16 de diciembre de 1988, ante el numeroso público que llenaba la Iglesia de los P.P. Carmelitas de Vitoria-Gasteiz, D. Joaquín Jiménez Martínez, etnólogo, folklorista y costumbrista formado de manera autodidacta, además de empleado jubilado de la Diputación Foral de Álava, donde ha ejercido como Jefe de Protocolo, Secretario del Consejo de Cultura y Jefe del Departamento de Educación, Cultura y Turismo, pronunció el siguiente Pregón de Navidad.


«La Navidad es un acontecimiento eminentemente religioso y más concretamente un feliz evento del mundo cristiano. Es la rememoración anual de la maravillosa acción de un Dios que, por amor a los hombres, se encarna entre los mortales; que toma de una mujer virgen la naturaleza humana; que «acampa entre sus propias criaturas»; y que, así, les libra de las garras del pecado, les eleva a la familia divina, les hace acreedores a la gloria eterna y les da una forma, un estilo nuevo de vida dedicándose a servir a los demás por la fuerza y el imperio del amor.

Pero la Navidad, es decir, el nacimiento de Dios Hijo, es de tal importancia y sus consecuencias son tan notables para el género humano que su celebración trasciende de las fronteras del mundo cristiano para convertirse en la gran fiesta de toda la humanidad, de todos los tiempos y de todos los espacios. Por eso no hay pueblo en la tierra que no la celebre, que no la tenga de algún modo como fiesta propia y que no la festeje aunque, justo es confesarlo, ni con la misma intencionalidad ni, por tanto, con la misma forma expresiva.

Su celebración no se limita a un día (el 25 de diciembre). Abarca un periodo más o menos largo que puede ir, en el más corto de los casos desde la Nochebuena a Reyes o en el más largo de los ciclos desde el primer domingo de Adviento (a últimos de noviembre) hasta el día de la Purificación de Nuestra Señora (a principios de febrero) comprendiendo así un periodo que coincide con el que los primitivos pueblos lo llenaban con lo que ha venido en llamarse «fiestas de invierno» que los paganos dedicaban al nacimiento del Sol, a encarnación de Isis, Buda, Agnis, Mithra u otros dioses de las diversas mitologías o (entre los romanos) a festejar y homenajear a Saturno, Jano o Lupuss en las fiestas Saturnales o Lupercales plagadas de festejos, acciones, gestos y ritos que, de alguna manera se hallan presentes más o menos sensiblemente, entre la serie de las fórmulas usuales en nuestras Navidades cristianas mezclándose (sabiéndolo o no) los actos paganos con los actos eminentemente cristianos.

Las Saturnalias romanas comenzaban al igual que las Lupercalias, en el solsticio de invierno hacia el 17 de diciembre y lo hacían con un rito colectivo de purificación y sacrificio público materializándose en el que se ofrecía en el templo de Saturno, en el soltarle las vendas que sujetaban los pies de su imagen durante el año, en el perseguir con ellas al pueblo para flagelarles en señal de purificación y en arrojar sobre ellos ceniza u otro material con las mismas intenciones.

También nuestras fiestas navideñas comienzan, o van precedidas, de un rito de purificación. No otra cosa es el papel asignado a todo el Adviento, destinado, durante las cuatro semanas que dura, no sólo a recitar oraciones dirigidas al Señor suplicándole que acelere Su venida, sino a disponer adecuadamente el alma del creyente para el día de esa venida mediante la realización de actos penitenciales o de gestos y actitudes de purificación, aunque, por desgracia, vaya siendo cada vez más frecuente el ver cómo para casi desapercibido este interesante periodo litúrgico.

Proseguían los Saturnales romanos con la celebración de grandes banquetes colectivos o familiares en los que no faltaba la entrega mutua de regalos a los que se les conocía con el nombre de estrenas y que consistían las más de las veces en estatuillas de cera y otros objetos semejantes y que iban acompañados de cánticos diversos y sobre todo de muchos gritos y ruidos con la marcada intención de ahuyentar el mal del contorno.

De la misma suerte tampoco están ausentes de nuestras Navidades ni los banquetes (a veces grandes cena navideñas) ni la mutua concesión de regalos acompañados en ocasiones del gesto de colocarlos en el ya tradicional abeto o encargando esta simpática misión, sobre todo si de los niños se trata, al Papá Noel, a los Reyes Magos o al singular y mítico Olentzaro que ha pasado a ocupar un destacado lugar en la celebración y al cual juntamente con los Reyes Magos se dedicará más adelante algún comentario.

No faltaba tampoco en los Saturnales el misterioso rito de elegir a un personaje para que encarnara al «Rey de la Fiesta», al que colmaban de atenciones, rendían honores y al final simulaban en festejada ceremonia su fenecimiento condenándolo a la hoguera como expresión simbólica de un querer acabar con el mal personal o colectivo para empezar de buena forma el periodo anual que tras la indicada ceremonia comenzaba. Rito éste que de algún modo está también presente en las celebraciones de nuestras Navidades, ya sea ello en las hogueras de fin de año que en muchas de nuestras aldeas tienen lugar en las que se arrojan cuantos trastos viejos se hallan a mano, o en el «Obispillo» o «San Nicolás» que se pasea por los pueblos acompañando al grupo de mocetes que con sus cantos recaba unas viandas para festejar el día y a cuyas costumbres también dedicaré un comentario más adelante.

Y para completar las ceremonias festivas de los Saturnales tenía lugar el hecho de concederse amos y criados, autoridades y súbditos, familiares y amigos, mutuas licencias y libertades para dedicarse recíprocos epítetos más o menos vituperosos, críticas mejor o peor intencionadas y actitudes y acciones que trastocaran de algún modo el orden habitual de relacionarse entre sí, dando y percibiendo lo que llamaban bromas o chanzas, mejor o peor admitidas por quienes las recibían.

Bromas y chanzas son éstas que tanta relación tienen con las que todavía hoy se estilan entre amigos y conocidos de nuestras latitudes en el llamado Día de Inocentes y que tanto se prodigaban hasta hace muy pocos años cuando el clima de familiaridad colectiva estaba más arraigado que en el presente.

Lo expuesto hasta aquí bien puede hacernos llegar a la conclusión de que la influencia de culturas primitivas en la nuestra propia es una manifiesta realidad, aunque, justo es confesar que igualmente puede decirse también con razón que la persistencia de tales formas ha perdido con el transcurso de los siglos la razón causal que tales costumbres llevaban en sus orígenes y que hoy constituyen ciertamente una pieza importantísima de nuestro folklore festivo sin aquellas connotaciones de que estaban impregnadas en siglos pretéritos, inmersos como estamos dentro de la cultura cristiana que ha sabido llenar de otro contenido las referidas costumbres acorde con el credo que profesamos sin que en ello haya contrasentido alguno pues bien pueden dedicarse ceremonias, gestos, ritos y actos al Dios de dioses, Señor de señores, Sol de los soles y Luz del mundo que en otro tiempo iban dedicadas al dios del sol, al de la luz o a alguna divinidad parecida.

El Olentzaro, al que ya se ha hecho referencia, resulta en la actualidad una pieza clave en la Navidad vasca que, si había quedado reducida su presencia en épocas no muy lejanas a algunas aldeas del norte de Guipúzcoa y Navarra, ha irrumpido con fuerza en el resto del País haciéndose imprescindible en la fiesta.

Se trata de un muñeco de grotesco aspecto, atuendo aldeano, pipa en la boca, bota de vino al hombro y sentado en una rústica silla, que es paseado en una rural carroza o a hombros de algunos de los mozos que forman una cuadrilla recorriendo la aldea o las calles y plazas de la ciudad, cantando en euskera una y mil veces la típica canción que anuncia la presencia del personaje («Orra, orra gure Olentzaro«, es decir, «He aquí, he aquí a nuestro Olentzaro») y que alude a su carácter de insaciable comilón («Bakarrik jan diskigu amar txerri gazte» – «Él solito nos ha comido diez cerditos»), señala su condición de leñador y, sobre todo, su papel de anunciador de la Buena nueva del nacimiento del Salvador («Olentzaro joan zaigu mendira lanera, intentzioarekin ikatz egitera; Aditu duanean Jesus jaio dela, lasterka etorri da Berria ematera» – «El Olentzaro ha ido al monte a trabajar, con intención de hacer leña; se ha enterado que Jesús ha nacido, y ha corrido a dar la Buena nueva») por lo que no extraña que en muchas ocasiones forme parte de tan singular comitiva un pequeño Belén conducido de la misma forma que el Olentzaro.

Resulta con todo un enigma este singular personaje, tanto en el móvil de la costumbre, como en el alcance real de su mensaje, en el qué y dónde de su origen, en la razón de su existencia y en el significado manifiesto de su nombre, a pesar de lo mucho y bueno que los más prestigiosos etnólogos han dicho y escrito sobre tal figura. Figura ésta que, por otra parte, tan admirablemente constituye un nexo de unión entre los señalados ritos paganos y las evidentes realidades cristianas y que lo mismo puede ser tenido como el Zampazar o Pantagruel de otras latitudes, el «coco» que asusta o castiga a los niños desobedientes, el constante vigía del género humano que afrenta a quien mal se comporta o alaba a quien bien procede y el que reparte gozoso los juguetes a los chavales de la misma manera que lo hacen los Reyes Magos en los hogares que mantienen esta tradicional forma de cumplir con el rito de mantener la ilusión de los niños, en el silencio de la noche, o en algún espectáculo organizado al efecto con este nombre de «Fiesta del Olentzaro».

Así como el Olentzaro cual nueva Ave Fénix ha resurgido de sus propias cenizas hasta el punto de ocupar hoy un lugar importante en la celebración navideña del País Vasco, resulta evidente constatar que costumbres tales como las Rondas de Villancicos de los niños en el día de Navidad, las bromas del día de Inocentes y las fogatas de Fin de Año en las aldeas con el canto del «Erre pui erre», van padeciendo una regresión tan notable como para que de prácticas habituales en las fiestas navideñas en un ayer no muy lejano puedan pasar a ser tan sólo piezas de un pasado etnológico a pesar del gran contenido social, cultural y religioso que tales costumbres conllevan.

Junto a tales ejemplos del costumbrismo navideño cuyas reminiscencias paganas son manifiestas, existen otros nacidos dentro de la cultura cristiana cuya finalidad consiste en exaltar el momento histórico del nacimiento de Cristo y el de excitar la piedad religiosa de actores y espectadores y que así mismo ocupan un importantísimo lugar en el cuadro de costumbres de la Navidad alavesa entre las que pueden citarse a los Belenes o Nacimientos y a las Representaciones, Pastorales o Escenificaciones y que son vivos exponentes además de la riqueza folklórica del País en tema tan lleno de significado como es la Navidad.

Es de sobra sabido que para llegar al origen de la costumbre de instalar belenes o nacimientos hay que remontarse al tiempo de San Francisco de Asís, a quien, para vivir y hacer vivir mejor la Navidad, se le ocurrió allá por el año 1223 la feliz idea de representar la escena en el bosque de Greccio, y cuya idea se divulgó con prontitud y se copió en Europa con tal profusión y fuerza que muy pronto se convirtió en la costumbre más popular de la Navidad.

Modernamente la instalación del llamado Árbol de Navidad en plazas públicas y hogares ha llegado a tomar tal fuerza y popularidad que hizo pensar a algunos que ello acabaría con la costumbre de colocar belenes en domicilios, templos y otros lugares; sin embargo, y acaso por el buen hacer de las Asociaciones de Belenistas, no sólo se mantiene tal costumbre sino que se aprecia año tras año un notable incremento de la misma y hasta un afán laudable de instalarlos con la mayor calidad artística posible tanto en domicilios privados como en centros asociativos, iglesias, capillas y calles, parques y plazas, incluso junto al ya clásico abeto, hasta tal punto que su sola enumeración ocuparía un prolongado lugar.

De todos ellos sobresale en Álava por su monumentalidad el de Vitoria-Gasteiz y por su tradicionalidad y popularidad el de Santa María de los Reyes de Laguardia. Y entre las representaciones pueden calificarse de extraordinarias por sus cualidades, antigüedad, popularidad y vistosidad los llamados Pastores de Labastida y el Cortejo Navideño del Valle de Zuya.

El Belén de Vitoria-Gasteiz ocupa prácticamente todo el Parque de La Florida. Nació el año 1962 gracias a una idea feliz del entonces concejal Javier Vera Fajardo. En la cueva de la cascada se instaló el clásico grupo central de todo belén (Jesús, María y José con la mula y el buey) y en las inmediaciones el grupo de pastores y el ángel anunciador, todo ello en figuras de tamaño natural confeccionadas al efecto por artistas locales. Año tras año ha ido aumentando su número y la extensión y al presente son más de doscientas cincuenta las figuras, casas, molinos, castillos, etc. que lo componen esparcidos por todo el parque formando un conjunto altamente armonioso. Reyes Magos, pastores que van a Belén, mujer que lava la ropa, pescador que pesca en los ríos y estanque del parque, molinero que muele en el molino, leñadores, panaderos, herreros, granjeros, etc., etc., y hasta el Castillo de Herodes con el Rey en él rodeado de sus soldados en lo alto de «la montañita». Y todo el recinto ambientado con música de villancicos y hasta con ruidos, graznidos, mugidos y balidos que aumentan la sensación de realidad del momento.

Durante el periodo navideño se celebran en el recinto intervenciones de masas corales, grupos de danzas y bandas de txistularis y gaiteros, sobre todo en el momento de su inauguración anual (al atardecer del día de Nochebuena) y a él acuden los Reyes de la Cabalgata la noche de la ilusión a presentar sus dones al Niño en la cueva, haciendo un alto en su fantástico recorrido por la ciudad. A lo largo de los días resulta cita obligada para los miles de visitantes no sólo de la ciudad sino de villas y aldeas de Álava entera y de las localidades de las provincias limítrofes.

El Belén de Santa María de Laguardia es otra cosa. Un buen conjunto de figuras de buen tamaño, dotadas de movimiento y colocadas sobre cintas corredizas, ocupa un gran espacio, sobre un tablado colocado en una de las capillas del templo y enmarcado por un elegante telón de fondo obra del célebre artista Carlos Sáenz de Tejada.

Merced al referido mecanismo se escenifican, en determinados días del ciclo navideño, la llegada de los Reyes Magos a la gruta, la bajada y subida de la estrella sobre el portal, la huida a Egipto con el diálogo previo del Ángel con San José y, más adelante, el de la Sagrada Familia con el labrador que se halla arando la tierra, la vuelta del labrador a casa para volver cargado de una buena hoz con la que segará las espigas que van saliendo del mismo lugar donde antes araba, la llegada del ejército de Herodes, el diálogo del capitán con el labrador, y la vuelta de todo el ejército.

Con ser todo ello interesantísimo y presenciado con gusto y atención por los espectadores, acaso sea el momento más gozoso, sobre todo para los niños, el proporcionado por dos grandes ovejas que se topan una y otra vez mientras que cuatro pastores de gran tamaño y ataviados con trajes típicos remedan un baile al son de la gaita las piezas que al efecto interpreta la banda de gaiteros de la villa todos los días del ciclo y muy particularmente tras la función religiosa de los días de Navidad, Reyes y la Purificación.

De verdadera Pastoral puede calificarse la denominada «Misa de Pastores» en la villa riojano-alavesa de Labastida. Se trata de una escenificación de la Adoración de los Pastores al Niño Jesús cuyos orígenes habrá que fecharlos en los siglos XV o XVI y que la llevan a cabo un grupo de jóvenes ataviados a la usanza tradicional de los pastores (zurrón, zahones, cayado, etc., etc.) guiados por el Cachimorro, el Zagal, la Zagala, el Abuelo y, por supuesto, con la presencia activa de quienes interpretan el papel de María, José y el Niño.

Cuando los pastores reciben (en un extremo del pueblo) el anuncio del nacimiento del Niño, acuden a los soportales de la Casa Consistorial donde espera el pueblo y la corporación municipal. Saludan a ésta cantando y le invita a que acuda al Altar. Danzan a su alrededor arcaicos bailes acompañados tan sólo por unas castañuelas que lleva el Cachimorro por dirigir el baile y por el ruido de los cayados o makilas de los pastores pegando en el suelo rítmicamente.

Se organiza una comitiva hasta el templo en la que los pastores van danzando y cantando típicas canciones. Entran en el templo, saludan al sacerdote y durante la Misa bailan y cantan en dos o tres ocasiones, adoran al Niño y le ofrecen un cordero al que hacen balar para que se cumpla lo que dice la canción. Acabada la Misa, de nuevo en la plaza, se hace una hoguera en cuyo rescoldo se calientan unas sopas que se las dan al Niño y cuando las ha tomado (también entre alusivos cantos) comienza la danza y prosiguen durante la comitiva que se organiza hasta los soportales de la Casa Consistorial donde se da por terminado el acontecimiento.

El Valle de Zuya se reúne para celebrar la Navidad en el pueblo de Sarría, donde tiene lugar la más notable de las Representaciones navideñas de Álava que convierte a la aldea en escenario de una función tan viva como que en ella interviene todo el vecindario y se realiza en toda la extensión de la localidad, pues por ser itinerante en su desarrollo se recorre con gozo el trecho de unos dos kilómetros que hay entre la ermita de la Purísima donde comienza y el templo parroquial donde se da por concluido.

Al son de txalaparta, cuerno y otros instrumentos semejantes se convoca a la gente para exponerles el móvil de la función y el deseo de que todos sean de algún modo actores de la misma como así es en efecto.

En una cercana campa un nutrido grupo de personas de toda edad y sexo, ataviadas a la antigua usanza en el valle, hilan, amasan, cosen, desgranan maíz, etc., etc., a la luz y calor de una gran hoguera alrededor de la cual, además, entonan preciosas canciones compuestas para el efecto. Reciben el anuncio del Ángel de que ha nacido el Señor y corren cantando y bailando (danzas compuestas y coreografiadas para ello expresamente) hasta el portal donde en efecto hallan al Niño con María y José y con la mula y el buey todos de carne y hueso. Adoran al Niño, ofrecen sus dones, cantan y danzan una vez más y vuelven gozosos a anunciar, también con danzas y cantos, al pueblo lo visto por ellos invitándoles a seguirles. Van todos al portal, se repite la escena, interviene un gran coro de gentes del Valle, voltean las campanas, disparan cohetes y participan todos de un pequeño ágape de despedida con el que se concluye este magnífico acontecimiento eminentemente piadoso pero muy artístico y expresivo con el que se ha enriquecido la ya importante y valiosa muestra de costumbres alavesas en torno a la Navidad del Señor.»

Joaquín Jiménez Martínez
Vitoria-Gasteiz, 16 de diciembre de 1988