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Texto del Pregón de Navidad 2017 de la Asociación Belenista de Álava, a cargo de D. Jesús Prieto Mendaza

20 Dic 17
Presidencia FEB
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Texto del Pregón de Navidad 2017
de la Asociación Belenista de Álava,
a cargo de D. Jesús Prieto Mendaza

Isotipo de la Asociación Belenista de ÁlavaEn la tarde-noche de ayer, martes 19 de diciembre de 2017, ante el numeroso público que llenó la Iglesia de los P.P. Carmelitas de Vitoria-Gasteiz, en un acto amenizado por el Coro Erkametza (Elburgo), D. Jesús Prieto Mendaza, licenciado en Antropología Social y Doctor en Estudios Internacionales e Interculturales por la Universidad de Deusto, en la que colabora como profesor, pronunció el siguiente Pregón de Navidad.


Jesús Prieto Mendaza, pregonero de la Navidad 2017 en Vitoria-Gasteiz (19/12/2017)

Jesús Prieto Mendaza,
pregonero de la Navidad 2017
en Vitoria-Gasteiz (19/12/2017)

La Navidad como expresión cultural

«Desde que el hombre es hombre ha buscado adaptar sus ciclos festivos a los ciclos de la vida, fundamentalmente por su dependencia durante siglos de la agricultura y la ganadería. Así la naturaleza, y es esta una perspectiva fundamentalmente ecologista, marcaba los ritmos del tiempo de labor y del tiempo mágico, del tiempo sanador, es decir del tiempo festivo. Uno de esos ciclos es el que coincide en todo el hemisferio norte con el solsticio de invierno, con el parón de la naturaleza, de la vida. Es este un tiempo de poca luz, de oscuridad, de recogimiento doméstico y familiar. Precisamente por todo ello se celebra el momento en que comienzan a ganar peso la luz y el calor, por lo tanto, el acercamiento paulatino al despertar de la naturaleza con la esperada primavera. De ahí que los romanos celebraran el Natalis Solis Invicti, Nacimiento del Sol Invicto, festividad asociada al nacimiento del dios Apolo.

Pero con la cristianización, las fiestas paganas se readaptan y en el imaginario cristiano se decide recordar el nacimiento de Jesucristo, allí en Belén, un 25 de diciembre hace 2017 años. Desde entonces la «Natividad», este tiempo desde adviento hasta la festividad de los Reyes Magos se celebra entre nosotros con toda una serie de rituales, profanos y religiosos, que coinciden en algo característico de toda fiesta: su magia. Y es que la magia impregna la festividad de la Navidad.

Invito a la concurrencia a recordar: por favor piensen en las Navidades de su infancia, en las de su juventud, en las de su actual madurez pensando en la ilusión de hijos o, quizás ya, nietos. Reconocerán que en todas ellas la ilusión, la alegría, la reunión o el misterio, es decir la magia, por la llegada de Dios y de los Magos de Oriente están presentes.

Bien, pues uno de esos rituales navideños es en nuestro entorno cultural el belén o nacimiento. Se suele ubicar su nacimiento, valga la redundancia, en el siglo XIII y su autoría se atribuye a San Francisco de Asís que en la Navidad de 1223 realizó un belén viviente en una gruta de Greccio. Es pues el Nacimiento una de las tradiciones más hermosas de nuestra Navidad.

A pesar de la introducción de elementos llegados del norte de Europa, como son el abeto de Navidad y Santa Claus, o recreaciones propias como es el cuento de Olentzero, el belén es sin duda el elemento ritual que más se aproxima a la esencia de la Navidad. Les pido de nuevo que recuerden su infancia, que actualicen su memoria navideña, que vivan el presente también. ¿Acaso no hay un Nacimiento en esas imágenes?

Las modas lo invaden todo, nuestras formas de consumo, de ocio, de cultura. Pero en los últimos tiempos parece generalizarse una moda, más cimentada en las ocurrencias de algunos que en la documentación, que hace de la demolición de todo lo anterior una profesión de fe y progresía. Las tradiciones, costumbres o raíces que nos conforman como sociedad, entre ellas la tradición belenista, son cuestionadas, y eso en principio no está mal, desde un espíritu autodestructor muy alejado de esa crítica constructiva que hace avanzar a todo grupo humano. Así, los sustentos antropológicos que han definido nuestra identidad (múltiple y diversa, ciertamente, pero identidad, al fin y al cabo) hasta nuestros días, son sometidos a una sistemática acción de demolición para ser anulados, en algunos casos, o sustituidos, en otro, por rituales que tienen que ver más con el esperpento que con el devenir diacrónico de nuestra historia. Esta moda está penetrando absolutamente todos los aspectos de eso que Durkheim denominaba «conciencia colectiva» y en esta época le toca también a una de nuestras festividades más importante: la Navidad.

Así, determinados sectores ideológicos están recuperando la idea de las «Saturnales» romanas, para buscar el reencuentro con las celebraciones paganas del solsticio de invierno, frente a nuestras «Navidades cristianas». De esta forma se está generalizando el uso de expresiones como «felices saturnales» o «felices fiestas de solsticio de invierno». Determinados ayuntamientos han celebrado la fiesta de las «magas de la Navidad», pues se considera una forma laica y republicana de festejar este tiempo festivo invernal frente a las Navidades tradicionales, que son consideradas una fiesta retrógrada. La ciudadanía es libre de hacer con su vida lo que sea, no seré yo quien diga lo contrario, pero tratándose de personajes que se deben a la cosa pública y con el ánimo de documentar con seriedad su propuesta imagino que se habrán encontrado infinidad de tesis doctorales realizadas sobre el tema en numerosas universidades del mundo y bibliografía abundante al respecto de importantes eruditos, sociólogos, etnógrafos y estudiosos de los rituales festivos. ¿O no?

Ya el pasado año una importante ciudad española promovió unas Navidades más «laicas», con propuestas como la celebración del solsticio de invierno y la fiesta de la luz, o la campaña «no somos rosas ni azules»; otra no menos importante capital también apostó porque no hubiera belenes en las calles, pues otras comunidades religiosas podrían verlo como una ofensa; incluso una ciudad a la que acuden anualmente miles de peregrinos decidió suprimir el belén navideño de su mundialmente conocida plaza para sustituirlo por unos abetos; o el caso de una hermosa villa mediterránea que también eliminó la proyección de motivos navideños en la fachada de la casa consistorial, para sustituirlos por figuras más laicas. La lista sería interminable si añadimos la negativa de ludotecas, colegios, residencias y organismos que sustituyen villancicos, nacimientos y zambombas por hip hop, castillos de Playmobil o degustaciones de cuscús, pensando de esta forma ser mucho más progresistas. Creo sinceramente que nunca nadie dio tan pobres argumentos como los que esta especie de «laicidad Disney», tan alejada de la de otras sociedades de nuestro entorno europeo, está aportando.

Las manifestaciones culturales de origen religioso de nuestra actual sociedad, evidentemente secularizada, no tienen por qué ser vistas como una práctica de fe, sí lo serán para quienes se consideran creyentes, pero para otros muchos son simples rasgos de nuestra tradición cultural, forman parte de nuestro patrimonio material e inmaterial. Basta que se den ustedes una vuelta por sociedades mucho más laicas, y desde hace mucho más tiempo, que la nuestra para comprobar lo que estoy diciendo. En Francia qué decir de la Navidad en los pueblos de Alsacia como Colmar o Kaysersberg, en París, en Estrasburgo, en todas sus ciudades la fiesta mayor del año se celebra alrededor del Marché de Nöel. En Alemania el momento más importante del año, tanto de reunión familiar como de socialización amical, se realiza en torno al Christmas Market, recuerdo con especial agrado el Weihnachtsmarkt de Friburgo y el vino caliente, glühwein, tomado allí en compañía de inolvidables amigos. Podríamos seguir por los distintos mercados de Bruselas, especialmente el ubicado en la Grand Place, o Brujas, con su famoso Kerstmarkt Brugen, en todos ellos se puede disfrutar de villancicos y música religiosa mientras se degusta una estupenda bière de nöel viendo pasar a los Reyes Magos junto al típico Sinterklaas o Papá Nöel belga.

Acudir a visitar los belenes y escuchar música en las iglesias iluminadas durante estas fechas, poner abetos o nacimientos en las comunidades de vecinos, oficinas, colegios y hospitales, no es visto como una liturgia religiosa sino como un práctica cultural que indudablemente ha llegado hasta nuestros días desprovista de la sacralización de antaño; pero no por ello se cuestiona su presencia en los espacios públicos y mucho menos su eliminación. Ya lo dijo la inigualable Erma Bombeck: «No hay nada más triste en este mundo que levantarse la mañana de Navidad y no ser un niño».

¡Cuidado! A este paso no solamente nos podemos cargar la misma esencia de la Navidad, también nos podríamos cargar su magia, y sin ese tiempo mágico, necesario, cualquier ritual festivo pierde su razón de ser como revitalizador y sanador de su tejido social para seguir siendo tiempo de cotidianidad. Por eso deseo subrayar la importante labor que hacéis desde las asociaciones belenistas, vuestro trabajo es fundamental para mantener viva la llama de la Navidad, ese profundo mensaje que debiera marcar el camino de nuestras actuales sociedades de bienestar y que tan desdibujado está quedando, en definitiva el mensaje que nos dio quien está representado allí en un humilde pesebre de cualquier «belén»: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado». Ese es el verdadero mensaje de la Navidad y dura 365 días.»

Jesús Prieto Mendaza
Vitoria-Gasteiz, 19 de diciembre de 2017

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Texto del Pregón de Navidad 2017 – Asociación de Belenistas de Alicante – D. Juan Giner Pastor

01 Dic 17
Presidencia FEB
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En la tarde-noche de hoy, viernes 1 de diciembre de 2017, ante el numeroso público congregado en el Aula de Cultura de la Fundación Caja Mediteráneo de Alicante, en un acto amenizado por el Orfeón Nuevo Amanecer, del Patronato “Cristo de la Paz” de San Juan de Alicante, dirigido por D. José Antonio Ruiz Sánchez, D. Juan Giner Pastor, Catedrático, Maestro Mayor Belenista, Trofeo e Insignia de Oro de la Federación Española de Belenistas y Premio de la UN-FOE-PRAE (Universalis Foederatio Praesepistica), ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


“Buenas tardes, señoras y señores. O mejor, buenas tardes amigas y amigos. Porque si estáis aquí esta tarde es, no lo dudo, por amistad con la Asociación de Belenistas de Alicante, organizadora de este Pregón de la Navidad 2017. A las autoridades presentes, a los representantes de la Fundación Caja Mediterráneo y a la Junta de Gobierno de la asociación, especialmente, al presidente, deseándole una pronta recuperación.

Cuando ya a primeros de año el querido amigo D. Alejandro Cánovas Lillo, presidente de la Asociación de Belenistas de Alicante, me propuso ser el Pregonero de la Navidad 2017, según acuerdo tomado unánimemente por su Junta de Gobierno, le dije que el primer pregón que nuestra asociación había organizado en 1969 lo pronunció quien ahora os habla. Pero, como ello no se consideró inconveniente y, además, puesto que en la lista de pregoneros de la Navidad que la Asociación de Belenistas de Alicante ha tenido, hubo anteriormente quienes repitieron el ser pregoneros, acepté emocionado esta distinción. Sí, emocionado, porque después de la Resurrección de Jesús, base de nuestra fe, Navidad es la fiesta más dichosa del cristianismo, y pregonar la Navidad de Cristo indudablemente es una alegría emocionante, sabiendo que el cristianismo es la única religión que se fundamenta en el Amor.

Como belenista, pregonar la Navidad es hablar con el corazón de entrañables sentimientos. Pregonar la Navidad, para quien ama el belén desde que tengo memoria, es evocar afectos y vivencias inefables en la niñez con mi familia, de los primeros belenes que hice, de todos los premios conseguidos, de tantas anécdotas acumuladas, de aquellos amigos belenistas que ya no están. Pregonar la Navidad hoy es para mí, asimismo, un motivo extraordinario para recordar que le he dedicado a la Asociación de Belenistas de Alicante gran parte de la vida, pues pertenezco a nuestra asociación desde que se fundó en 1959, y, como ha dicho el vicepresidente, en ella he ocupado diferentes cargos y recibido preciadas distinciones.

Pero todo ello no es nada ante la dicha inmensa que supone hacer el belén. Porque hacer el belén es dichosa tarea… Un jubiloso empeño que aúna ingenio y arte para crear ambientes, paisajes, escenarios que cobijen la historia más encantadora y sencilla.

Hacer el belén es representar el sublime momento en el que Dios nace en un establo y todos los demás relatos evangélicos que completan el tiempo de la infancia de Cristo, como María meditaba en su corazón:

En Nazaret María meditaba
los acontecimientos de su vida:
la Anunciación del Ángel, la partida
hacia Ay-Karin, donde Isabel estaba.

La llegada a Belén cuando esperaba
que ya naciera su Hijo y la subida
hasta el establo donde, bendecida,
fue la Gloria de Dios quien la colmaba.

Y cuando unos viajeros misteriosos
llegaron desde Oriente tras la estrella
para adorar al niño jubilosos.

Y la huida hasta Egipto por aquella
matanza que, con celos tenebrosos,
Herodes decretó en cruel querella.

Ahora a Nazaret ha regresado
junto a José y al niño bien amado.

Cuando los belenistas pensamos las escenas de nuestros belenes, imaginando con ilusión bendita campos y montes, poblados y viviendas, desiertos, ríos, lagos, palacios o cabañas, encontramos un íntimo sosiego que tan raro es ya en esta tecnificada época de prisas, de agobios, porque el belén es una expresión de paz y amor, de la Paz y el Amor de Cristo nacido en Belén. Y para ser auténticamente belenistas hay que vivir plenamente este excelso legado cuyo cumplimiento nos es tan imperiosamente necesario, ahora que la corrupción, la violencia o el escándalo se han convertido en asuntos cotidianos. Por ello, muchos belenistas quisiéramos que nuestros trabajos fuesen una auténtica oración hecha de imágenes que plasman el glorioso portento del Nacimiento de Jesús, utilizando todo un caudal de destrezas artísticas, artesanas y técnicas: diseño, perspectiva, modelado, talla, pintura, luminotecnia… Además, como intentamos alojar ese mensaje de paz que transmitimos en la más hermosa realización plástica, hemos de estudiar los ambientes bíblicos históricos, o los escenarios costumbristas populares y, como consecuencia, también aprendemos de la naturaleza, mediante su contemplación, aquella realidad que estamos procurando mostrar, aquellos paisajes que hemos gozado viéndolos o pensándolos y que, materializándolos a través de nuestros belenes, queremos que siempre deleiten a los demás, conmoviendo y llenado de optimismo los corazones.

Y algo fundamental, hacer el belén nos debería comprometer a dar testimonio activo del mensaje imperecedero que el belén atesora, pues será una incoherencia hacer belenes y no poner en práctica todo cuanto el belén supone: sencillez, concordia, bondad. Es incongruente hacer belenes y estar al mismo tiempo enemistados con otras personas de nuestro entorno, con otros belenistas. Busquemos primero con buena voluntad la reconciliación y luego pongámonos a desarrollar nuestra vocación belenista. Seguro que el belén que entonces realicemos será auténtico reflejo de la gran alegría que manifestaba el mensaje angélico a los pastores.

El heno en el pesebre resplandece,
entre el asno y el buey brilla un lucero,
un Niño, Luz de Luz, que amor sincero
a quienes son humildes les ofrece.

Su Madre, Virgen pura, entre sus brazos
lo arrulla con cariñosa dulzura
junto al esposo que a los dos procura
la firme castidad de sus abrazos.

Entran en el establo los pastores
deseosos de adorar a su Mesías,
como el ángel les dijo en la majada.

Y allí sienten colmados sus mayores
anhelos, cumplidas sus alegrías
que del Señor relumbra la alborada

e ilumina de paz y de esperanza
a los que ponen en Él su confianza.

Por eso, en una época, por desgracia, cada vez menos dispuesta a la labor creativa y desinteresada, la actividad belenista merece alguna reflexión. Porque ser belenista no es sólo tener la habilidad, la técnica, la capacidad artística para representar plásticamente los misterios de la Natividad del Señor. Ser belenista es, además, poner el corazón y el alma al servicio de los ideales de perfección que el Nacimiento de Jesús en Belén significa. Ser belenista es dedicar tiempo y entusiasmo en proseguir una tarea de evangelización plástica, cuyas raíces tienen varios siglos de tradición, haciendo de tu vida una proyección real del mensaje plasmado en el belén. Y ser belenista es también ser humilde como lo fue nuestro patrón San Francisco de Asís. Los belenistas trabajamos con materiales sencillos y perecederos: barro, corcho, escayola, papel, esforzándonos para transformarlos en imágenes que sean testimonio de la verdad auténtica, del amor sincero, de la humildad evangélica. Intentamos oponer a las imágenes cotidianas de fanatismo, de desasosiego, de incertidumbre o de rutina insatisfecha, el mundo sencillo y entrañable de la Sagrada Familia, de la niñez de Cristo. Imitamos el ejemplo iniciado la Nochebuena del año 1223 en Greccio por San Francisco, que comprendió lo cautivador del ambiente de la primera Navidad y lo materializó como ejemplo y como meta. La primera Navidad es el momento en el que Dios, que tan lejano nos parece en su esencia eterna e incomprensible, precisamente por ello quiso ser cercano, presente, visible, y, habiéndose hecho hombre en el seno virginal de Santa María, nace en el establo de una cueva de Belén y se manifiesta como la Palabra divina. Para muchos la historia cambió entonces, porque Dios ya estaba con nosotros, junto a nosotros. Era de Dios, y nos libera de la esclavitud del pecado y de la muerte.

No lloréis nunca más, que no haya duelo.
Desterrad la maldad, las impudicias.
Que la piedad anule las sevicias.
Que ya nadie se arrastre por el suelo.

Que donde hubo dolor haya consuelo
y el mundo todo sepa las albricias
que hoy resuenan como dulces caricias
en quienes te buscamos con anhelo.

Pues de Dios en Belén nace la Vida
encarnada en un niño glorioso
que nos devuelve la bondad perdida

y nos abre el camino venturoso
por donde el alma, libre y redimida,
encontrará un futuro victorioso

Sin embargo, ¿cómo no tener en cuenta el desenfreno materialista que atenaza y desvirtúa la Navidad actual? Que algunos intentan convertir en un despropósito de consumismo voraz, transformando los muchos valores de fe, de emoción, de afecto, de raíces populares que la Navidad entraña, que la Navidad compendia y que la Navidad transmite, en unas fiestas desquiciadas y grotescas, sin ningún sentido auténtico. Unas fiestas que no son alegres para las víctimas del paro, de la injusticia, de tantos abusos que continuamente se padecen. Y, precisamente por ello, los cristianos tenemos la inmensa responsabilidad de insistir en la entraña de la alegría navideña, con el comportamiento vital a que nos compromete la fe que profesamos.

Y los belenistas hemos de manifestar ante todos y, especialmente ante los niños, porque de ellos es el futuro, que junto al belén no puede haber ideologías ni partidismos. El belén nos une, porque nos habla directamente al corazón de familia, de ternura, de niñez. Que son las enseñanzas que se compendian en un belén, haciéndonos evocar también a los seres más queridos: los padres, los hermanos, los abuelos. El belén es una escuela de buenos sentimientos, un mensaje de sosiego y bondad para los limpios de corazón, capaces de encontrar la dicha en las pequeñas cosas que ofrece la vida.

¡Bendito seas, Señor! Recién nacido
te adoro en el Portal y soy sincero
al decirte lo mucho que te quiero
sabiendo que a salvarme Tú has venido.

Igual que los pastores he podido
contemplarte, besarte, y así espero
que sea tu luz el resplandor certero
para guiarme seguro y redimido.

Porque soy belenista mi alegría
es hacer Navidad a cada instante,
pregonar tu verdad día tras día.

Y el gozo ante el belén será constate,
pues es allí que en brazos de María
a todos nos sonríe el Santo Infante.

Pero, ¿los belenistas no haríamos mejor en dedicar nuestro tiempo, nuestra ilusión y nuestro dinero en otras finalidades doctrinales, catequéticas o asistenciales?

Desde luego que si cada uno hace lo que puede y lo que sabe, poniendo en ello todo su cariño, y lo hace pensando en la dicha que proporciona a los demás, como hacen los auténticos belenistas, indudablemente ello ya es oportuno. Además, mientras hay quienes se ponen del lado de tantas manifestaciones negativas y violentas que están dirigiendo a nuestro mundo por vías cercanas a la autodestrucción, otra parte de nuestra sociedad prefieren los aspectos más positivos: la comprensión, el respeto, la fraternidad. Que son los valores trascendentales que los belenistas debemos destacar en los belenes. Unos valores para la vida que nos comprometen a intentar cumplir responsablemente con nuestras obligaciones ciudadanas y éticas. Así, el belén simboliza nuestro mejor ánimo, el que nos impulsa a mejorar día a día, porque siempre habrá objetivos que alcanzar más allá de la meta, si somos capaces de avanzar teniendo constantemente presente a Cristo, entre la maraña de escándalos, de abusos, de rencores, de fanatismos que lo ocultan, o, peor, que pervierten su enseñanza redentora.

Los belenistas hemos de esforzarnos para que, frente al clímax de tantos ceños hoscos, de tantas actitudes agresivas, de tantos corazones deshumanizados, se mantengan las esencias de la Navidad, como conmemoración de que Dios ha nacido para la redención de todo el género humano, al que le traía el evangelio de la misericordia, la honradez, la esperanza, la justicia y la verdad. Virtudes que habremos de dignificar hasta el extremo para que nuestra vocación belenista nos haga meditar, recapacitar, pues el siglo XXI nos exige una firme voluntad de superación. Y únicamente si nos desprendemos de nuestra vanidad y de nuestro egoísmo seremos dignos de entrar en el establo de Belén donde Jesús nació para enseñarnos que solo el Amor puede traer la verdadera Paz al mundo.

Bulle Belén de vida y esperanza
que un niño, Dios de Dios, allí ha nacido
y en su venida al mundo se ha cumplido
la salvación que a todos nos alcanza.

Entrar en el establo da confianza
al ver cómo el pecado ha sucumbido
ante el glorioso amor que ha florecido
testimoniando la divina alianza.

Goza mi corazón con la alegría
de saber que el Mesías se ha humanado.
¡Qué claridad dichosa tiene el día!

¡Qué bendición de paz nos ha llegado!
¡Qué momento feliz, cuánta armonía
entre el cielo y la tierra se ha instalado!

Ciertamente las fiestas navideñas que ahora pregono son las celebraciones más universales y trascienden incluso a culturas no cristianas. Sin embargo, solo los evangelistas Mateo y Lucas nos dejaron escritas unas líneas, no muchas, sobre ello. Ni Marcos, ni Juan, ni Pablo nos hablan de los acontecimientos del nacimiento de Jesús. Si el año 354 el papa Liborio estableció que la Navidad fue exactamente el 25 de diciembre, es porque las paganas celebraciones solsticiales que festejaban al “Sol invicto” se transformaron en la solemnidad del nacimiento de Cristo, el nuevo sol de los cristianos. Y aunque nadie especifica la fecha exacta del nacimiento del Señor, sí que es factible aproximarse con cierta precisión a ella, según los datos que aparecen en el Evangelio de Mateo: durante el imperio de Augusto, en vida de Herodes I El Grande, que reinó del año 37 al 4 antes de Cristo, y siendo Quirino gobernador de Siria. Estos detalles han suscitado múltiples estudios para determinar la fecha del nacimiento del Señor, y los más fiables permiten aventurar que vino al mundo entre siete y cuatro años antes de lo que dicta nuestro calendario.

Resplandece de amor la madrugada
y la dicha rubrica el gran portento
de Dios que se hace hombre, dulce contento,
bendiciones de paz en la mirada.

La Humanidad se muestra alborotada,
que ya ha ocurrido el sacro Nacimiento
del niño que en tan feliz momento
es la Bondad por tantos esperada.

Un establo en Belén es escenario
donde el orden del mundo se renueva,
en culmen de portento extraordinario.

Y allí María, que en sus brazos lleva
el bendito esplendor de aquel Sagrario,
los corazones hacia el cielo eleva.

Pero, ¿por qué de los cuatro evangelistas, solamente Mateo y Lucas escriben sobre la infancia de Jesús? ¿Acaso Marcos y Juan no conocían la vida completa del Maestro de tal modo que cada uno difiere en su manera de comenzar la historia del Señor? ¿O creyeron que algunos episodios no merecían ser incluidos en sus evangelios? Para contestar a estas preguntas debemos tener en cuenta que la existencia de Cristo era tan misteriosa, tan inconcebible, tan fuera de toda lógica, que llevó muchos años convencerse de que ese Jesús a quien habían visto y tocado, era nada menos que Dios mismo que los había visitado en la tierra. La persona de Jesús no fue entendida enseguida sino gradualmente por los primeros cristianos. Y esto influyó en la manera de empezar a escribir sobre Él.

Así, en los comienzos del cristianismo, la resurrección de Jesús fue el único dato de su vida que se consideró digno de mencionarse, pues los primeros cristianos predicaban que en la resurrección Jesús alcanzó la gloria de ser el Hijo de Dios. Por lo tanto, cuando quisieron pasar por escrito algo de la vida de Jesús, lo único que les pareció importante fueron los detalles de su muerte y resurrección. De tal manera que lo primero que se escribió sobre Jesús fue lo último.

Posteriormente, cuando los cristianos reflexionaron más sobre la identidad de Jesús y entendieron que era Hijo de Dios ya durante su ministerio, consideraron también importante recopilar toda la información sobre su vida pública, sus dichos y sus milagros. Entonces un escritor al que llamamos Marcos, decidió juntarlo a los relatos pasionistas y así nació el primer evangelio, que en griego significa “la buena noticia”.

Tiempo después la cristología siguió progresando. Se comprendió que Jesús era Hijo de Dios desde su misma concepción y los cristianos, que amaban y seguían fervientemente a Jesús, querían saber más todavía sobre su vida: quiénes fueron sus antepasados, en dónde había nacido, dónde se había criado… En esa búsqueda de información fueron apareciendo nuevos detalles que narraban los hechos de la infancia del Señor y estos informes también pasaron a ser importantes y pudieron ser añadidos como “evangelios” en los escritos posteriores de Mateo y Lucas, que tan valiosos son para los belenistas.

Finalmente, con la iluminación del Espíritu Santo, se supo de la preexistencia de Jesús como Hijo de Dios desde antes de su nacimiento, que Jesús nunca había “empezado” a ser Hijo de Dios, sino que lo fue desde toda la eternidad, que “preexistía” desde antes de la creación del mundo. Y entonces Juan, al escribir su evangelio, antes de relatar como los otros tres evangelistas la vida pública del Maestro, comenzada con su bautismo en el Jordán, se fue más atrás todavía y añadió, a manera de prólogo, un hermoso himno que cantaban los cristianos en sus reuniones litúrgicas y que empieza así: “En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios”.

Los primeros cristianos fueron descubriendo a Jesús poco a poco, con esfuerzo, reflexión, oración y con la inspiración del Espíritu Santo, que es fuente de Verdad y Vida para los bautizados.

En Belén relumbra la mañana
y estallan de emoción los corazones.
Hay gozo en el Portal, hay mil razones
para sentir la dicha tan cercana.

El paisaje se ve por la ventana
florecido de gloria y de ilusiones
mientras que el sol derrama bendiciones,
que son brillos de vida que él emana.

Y esta luz, esta dicha, la armonía
que en la naturaleza se percibe
son reflejo de la santa alegría,

de tanto amor que de muchos recibe
el niño Dios, hijo de María,
que en un pesebre entre pajas se exhibe.

Actualmente, para algunos investigadores admitir que Jesús nació en Belén es una cuestión problemática. Porque en todas las Escrituras sólo Mateo y Lucas afirman en dos capítulos del Nuevo Testamento que Jesús nació en Belén de Judea, la ciudad de David, una población de enorme importancia para la tradición mesiánica judía. El otro lugar en discusión es Nazaret, una insignificante aldea agrícola de Galilea, pero en definitiva el complemento que siempre acompaña a Jesús… de Nazaret. Así lo llaman los evangelistas, el “nazareno”.

Considero que ambas coincidencias son admisibles: según las circunstancias del empadronamiento que nos describe Lucas, Jesús nació en Belén, dentro de un establo ya que no había lugar en la posada; y su madre lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre. Que no es dogma de fe, pero sí una creencia tan firme y arraigada que el nacimiento del Salvador no se puede comprender de otra manera. Si el Niño hubiese nacido en Nazaret, el pueblo de María y José, ¿cómo iba a nacer en un establo, en vez de en su casa?

Y enumera Mateo que en Belén ocurrió la visita de los Magos, esos misteriosos personajes llegados desde Oriente para postrarse ante el Gran Poder de la divinidad, representada en un Niño.

Tres magos de la Persia, tres viajeros
guiados por una estrella en su camino,
ya llegan al final de su destino,
ya del Rey del Amor son prisioneros.

Ellos saben de augurios y luceros,
pero aquel celestial signo divino
les renueva por entero su sino,
los hace del Mesías mensajeros.

Marca en Belén el astro reluciente
a un Niño con su Madre que lo acuna,
en un hogar que huele a pan caliente.

Y no hay nada mejor, mayor fortuna
para aquellos tres sabios del Oriente
que saber que Él es Dios sin duda alguna.

Después, como describe también Mateo, José y María con el niño tuvieron que huir a Egipto, para escapar de la maldad de Herodes. Más tarde, muerto el rey infame, regresaron a Nazaret, su pueblo, donde Jesús vivió privadamente casi 30 años. ¿Cuántos, habiendo nacido en una localidad, son considerados en realidad como del lugar donde han residido casi toda su vida?

De esos 30 años de la vida de Jesús que los Evangelios silencian, lo único que conocemos es un episodio narrado por Lucas que le sucedió a los 12 años, cuando se perdió en Jerusalén durante una fiesta de Pascua, y cómo José y María lo hallaron en el Templo escuchando a los maestros y haciéndoles preguntas que asombraban a quienes lo oían por su inteligencia. Añadiendo que volvió con ellos a Nazaret, obedeciéndoles en todo y creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.

Según esto, Jesús no se movió de Nazaret durante treinta años. Y allí, en su círculo familiar, experimentó su madurez humana, intelectual y psicológica, viviendo de una manera tan ordinaria y normal como lo hacían los demás judíos de su tiempo en los poblados de Galilea. Y cuando le llegó el momento de aparecer en público para recorrer las ciudades y pueblos de Palestina curando enfermos, resucitando muertos, enseñando parábolas y predicando el Reino de Dios con su mensaje de salvación, nunca se arrepintió de los años ocultos y silenciosos transcurridos en su pueblo, en su casa y con su gente; de su trabajo en el taller y de sus reuniones con los amigos. Nunca consideró ese periodo como perdido, porque aquel ambiente de apacible vida cotidiana es modelo en que inspirarse para lograr la serenidad familiar que hoy tanto falta.

El cotidiano afán de la jornada
despliega en Nazaret monotonías
de trabajo, de penas, de alegrías,
de besos de partida o de llegada.

Hay silencio de juventud callada
que contempla cómo pasan los días
uno tras otro iguales, sin porfías
ni estridencias que hagan aquí morada.

La Sagrada Familia nazarena
es en su lar modelo de ternura,
de renovada plenitud serena.

Bendito hogar, remanso de dulzura
donde el amor cada minuto llena
de esta Familia que es de Dios ventura.

Sea la rúbrica de este Pregón proclamar que la Navidad de Cristo es una persistente invitación a la reflexión personal, al sereno repaso de nuestra propia vida, subrayando que, aun en tiempo de tantas crisis, la Navidad ha de ser una fiesta radiante, con la alegría que depara, por lo menos, tener el corazón limpio y la conciencia en paz, porque la felicidad no depende de la riqueza ni del poder, la felicidad brota íntima profundamente de nuestra tranquilidad de espíritu, de nuestra conformidad responsable y sincera ante los designios de la voluntad divina que nos ha creado a su imagen y semejanza, para mostrarnos que la auténtica realidad de una vida plena solo es el Amor.

Con este sentimiento expreso mis mejores deseos para la Navidad 2017 que ya se acerca, que ya nos ofrece la bienaventuranza del inicio de la Redención y nos compromete a ser instrumentos de la misma, esforzándonos hasta el límite para ser testigos del Señor, que vino históricamente con su nacimiento en Belén y volverá en plenitud gloriosa al final de los tiempos. Además, aunque nos cueste entenderlo, Él permanece aquí también ahora y habita entre nosotros. Pues la presencia de Jesús está en la inocencia de los niños, en la decrepitud de los ancianos, en la demacrada faz de los enfermos, en el sufrimiento de las víctimas de desdichas, odios, injusticias, catástrofes y guerras, en la debilidad de los desamparados, en la entrega de los benéficos, en la sencillez de los humildes, en la bondad de todos los seráficos.

Ojalá que, con nuestro comportamiento personal y nuestros belenes, llenemos de dichoso significado el recuerdo de la venida histórica de Jesús que celebramos en Navidad. Y que, como los primeros cristianos, nos esforcemos para saber quién es y qué quiere de nosotros este Jesús que continúa vivo de una manera misteriosa, pues Él lo dijo claramente: “Yo estaré con vosotros hasta el final de los siglos”.

Muchas gracias por tan amable atención.”

Juan Giner Pastor – Alicante, 1 de diciembre de 2017

 

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Pregón de Navidad 2017 – Asociación de Belenistas de Alicante – D. Juan Giner Pastor

17 Nov 17
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La Asociación de Belenistas de Alicante se complace en invitaros al Pregón de Navidad que tendrá lugar en el Aula de Cultura de la Fundación Caja Mediteráneo (c/ Paseo de Gadea, 1 – 03003 Alicante), el próximo viernes 1 de diciembre de 2017 a las 19:30h (ver Agenda de Eventos).

El pregonero será D. Juan Giner Pastor. El acto estará amenizado por el Orfeón Nuevo Amanecer, del Patronato «Cristo de la Paz» de San Juan de Alicante, dirigido por D. José Antonio Ruiz Sánchez.

Esperando contar con vuestra presencia, por la que nos sentiremos muy honrados, os saludamos cordialmente.

Alejandro Cánovas Lillo – Presidente

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Texto del Pregón de Navidad 2016 – Asociación Belenista de Oviedo – Dª. Concepción Quirós

16 Dic 16
Presidencia FEB
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En la tarde-noche de hoy, viernes 16 de diciembre de 2016, ante el numeroso público congregado en el Salón de Actos de la Parroquia de San Juan el Real de Oviedo, en un acto amenizado por el Coro Reconquista, Dª. Concepción Quirós, directora de la Librería Cervantes, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


Concepcion Quirós, pregonera de la Navidad 2016 en Oviedo (16/12/2016)

Concepcion Quirós, pregonera de la Navidad 2016 en Oviedo (16/12/2016)

«Buenas tardes a todos:

En primer lugar, y como manda la buena educación, quiero dar las gracias a la Asociación Belenista de Oviedo por pensar en mí para ser pregonera este año. Y hacerlo, además, en un marco como éste, el salón de actos de la Basílica de San Juan, a la que me siento muy cercana, me enorgullece aún más.

Es un auténtico honor y una gran responsabilidad formar parte de un grupo en el que anteriormente han estado personalidades como Emilio Alarcos, José María Martínez Cachero, Carmen Ruiz-Tilve, Paloma Gómez Borrero, Isabel San Sebastián o mi buen amigo Román Suárez Blanco, entre otros. Así que espero estar a la altura de vuestras expectativas.

Y, por supuesto, quiero agradecer a todos la presencia en este acto que, para mí, es muy especial porque hablar de Navidad me transporta a mi infancia, y retroceder a esos años siempre te hace ser un poco más niña y un poco más sentimental. Lo cual en estos tiempos, no me parece nada mal.

Para mí Navidad significa -desde hace muchos años- preparar mi Librería Cervantes con sus mejores galas para atender como es debido y se merecen las decenas de personas que nos visitan buscando el libro adecuado para sus gustos. Para regalar o para regalarse. Todo ha de estar a punto. Todo ha de estar engalanado para ofrecer la mejor Navidad a nuestros clientes, a nuestros amigos. Unos días intensos en los que todo el personal de la gran familia que es Cervantes trabaja sin descanso para que no falle ningún eslabón, para que todos se vayan satisfechos y con la idea de regresar a este mundo de cultura que intentamos inculcar día tras día en nuestra librería.

Y cuando llegan estas fechas, como dije antes, pienso en mi niñez, en mis navidades infantiles, con mi familia, con mis tres hermanos y con mis padres. Y sonrío recordando nuestras anécdotas, nuestras travesuras, nuestras impaciencias. Recuerdo cómo los papeles plateados de los chocolates se convertían en ríos, que veíamos fluir y en los que campeaban los patos. A veces, con cristales rotos, los ríos se convertían en bravíos, mientras los patos, que por algún accidente inocente carecían de cabezas, rodeaban la masa de agua con sus decapitaciones ocultas bajo rocas construidas de restos de carbón de encender la cocina de nuestra casa.

Esperábamos impacientes la llegada de una señora, que supe luego era una lechera que vivía por las afueras de Oviedo y nos traía el musgo, que aquí llamamos mofu, en un burro, que bien quisiéramos cogerlo para nuestro nacimiento. Ese musgo que marcaba el sendero para los pastores y para las lavanderas, que crecían en función de los dineros disponibles cada año. Y los reyes recorrían una y otra vez el camino hacia la adoración del Niño Jesús, ante nuestra impaciencia porque llegara el día en el que no había muchos regalos, pero sí mucha ilusión. Como dijo la periodista americana Erma Bombeck, «No hay nada más triste en este mundo que despertarse la mañana de Navidad y no ser un niño». Así que, seamos niños, aunque sea una vez al año.

Hoy sigo sintiendo una gran emoción cada vez que llegan estas fechas. Y en mi casa comienzo a desplegar todos los misterios o nacimientos que he ido coleccionando a lo largo de los años y de mis viajes por distintos lugares del mundo. Guatemala, Nápoles, Perú, Praga. Con todos ellos, alrededor de una decena, y construidos con diferentes materiales, de alguna manera, celebro la Navidad con personas que desde distintos puntos del Universo hablan en estas fechas un mismo idioma.

Y es que como dijo la escritora americana Edna Ferber, «la Navidad no es una temporada, es un sentimiento». Pero es también un momento para detenerse y repasar. Y pensar. Y sentir. Y para hacer balances de los momentos vividos a lo largo de todo un año. Un año que ha vuelto a ser complicado para la generalidad de las personas. Un año convulso, en el que la crisis no ha remitido, en el que sigue habiendo carencias primordiales, en el que muchas personas siguen pasando graves necesidades. Un año en el que es necesario volver a reivindicar que no falte lo esencial, que haya un mayor entendimiento entre los pueblos, que seamos un poco más solidarios con nuestros congéneres, que repartamos más cariño a quienes nos rodean.

Muchas veces me preguntan qué libro puedo recomendar por Navidad y es difícil para mí seleccionar un título porque son muchos los que recuerdan y reivindican estas fechas. Pero, a menudo, me acuerdo de un relato breve que leí hace muchos años, titulado «Un recuerdo de Navidad», del escritor Truman Capote, una especie de narración autobiográfica que habla de un niño de campo en los años 30 que, pese a carecer de mucho, disfruta de la alegría de poder dar algo durante la época navideña.

Ellos, los niños, son los que nos marcan con frecuencia el ritmo que debemos tomar, mientras los mayores nos perdemos en situaciones que no nos llevan a buen puerto o, al menos, la mayoría de las veces, no nos aportan nada satisfactorio. Y es que son los más pequeños los que, a menudo, con sus actitudes inocentes y desinteresadas, nos hacen comprender lo que realmente merece la pena en la vida. La importancia de dar antes que recibir. La importancia de valorar las pequeñas cosas como algo grande.

Por eso, cuando alguien nos pide pensar o hablar de la Navidad, la mayoría nos remontamos a nuestra infancia. Y comienzan a fluir imágenes de alegría, de risas incontenibles, de los preparativos propios de la época y, por supuesto, de nuestro belén. Ese que cada uno fuimos construyendo, aumentando y sustituyendo, pieza a pieza, pero que casi siempre nos ha acompañado a lo largo de nuestra vida. Modestos belenes que se convertían en nuestro territorio más preciado en unos días de vacaciones y asueto.

Nada que ver, desde luego, con los magníficos que exhibe la Asociación Belenista de Oviedo, cuya labor es de justicia reivindicar todo el año, aunque sus trabajos queden más patentes en estas fechas. Y quiero ensalzar el afán entusiasta que viene realizando desde que nació en el año 1988, gracias a un grupo de profesionales, que quiere promover el belenismo, en sus vertientes culturales, artísticas y religiosas. El belén de la Asociación Belenista de la ciudad, realizado en el taller de la entidad, ha tenido año tras año un elevado número de visitantes. Del taller salen cada Navidad otros belenes solicitados por empresas o instituciones públicas. Y gracias a vosotros desde 2006 la ciudad de Oviedo y cuantos visitantes lleguen, pueden contemplar el conjunto belenista que engalana la Plaza de Trascorrales, que incluye un belén monumental, en el que no falta el gran portal con figuras de tamaño natural, así como las diferentes exposiciones de belenes que se realizan en varias partes del mundo. Decenas de miles de personas acuden a las actividades que promueve la asociación, y cada año se ve superada, gracias, precisamente, a su afán de mejorar en cada edición, un espíritu que todos debemos imitar en todos los aspectos de nuestra existencia.

Y es que el belén simboliza más que ninguna otra cosa la Navidad y es importante recordarlo en unos momentos en los que parece que todo se ha desvirtuado y nada es lo que debería ser. Las calles se adornan de luces, de árboles, de Reyes Magos, de sus emisarios y de Papás Noeles, que quieren hacernos ver que ha llegado el momento de celebrar el nacimiento de Jesús. Resuenan cánticos y villancicos y a todos nos invade un espíritu de alegría y nostalgia. Pero la Navidad es mucho más que eso. Mucho más que simples regalos, que anuncios comerciales que nos llevan al puro mercantilismo. Y lo digo yo, que en mi librería vendo libros estos días, pero en ellos va mucho más que la simple venta. Van sentimientos. Van buenos deseos, va un pedazo del auténtico espíritu navideño que debemos sentir.

Yo, que vivo rodeada de libros que cuentan historias que fluyen demasiado rápido, cada año por estas fechas me vuelvo a acordar de historias que he ido viviendo a lo largo de mis días. De historias que me han contado y, por una u otra razón, me han ido dejando huella. Recuerdo a Melchor, con el que pude hablar en una ocasión, y emocionado me contó cómo un pequeño le dijo que su mayor regalo sería que curase a su hermano que tenía una enfermedad que sus papás decían era muy mala. Ver a tantos niños que se acercan a contemplar con emoción y gestos de sorpresa vuestros belenes, auténticas obras de artesanía, tras muchas horas de trabajo y esfuerzo, creo que compensa. Y si no es así, decídmelo vosotros.

Aunque el tiempo transcurre deprisa, la Navidad nos deja eternos instantes. Y deberíamos embotellar esa fragancia e ir dosificando los bellos momentos que nuestra vida nos depara. Sin dejar de pensar que lo mejor y lo más satisfactorio es compartir. Me considero una persona positiva y optimista, pero realista. Por eso quiero seguir reivindicando que hay gente buena en este mundo, un tanto cruel a menudo, que persigue sueños propios y ajenos, que quiere que todos seamos un poco más felices. Yo intento repartir un trocito de esa felicidad a través de las historias que se encierran en mis libros. Esos mundos posibles que nos cuentan algunos escritores que buscan hacer nuestra vida mejor. Y vosotros, estoy segura, también repartís felicidad, no sólo a niños, sino también a mayores, que acuden a ver el fruto de vuestros empeños.

Por eso, quiero reivindicar vuestra labor. Esa que habéis ido forjando a lo largo de los años. Con momentos, que a buen seguro, no siempre fueron fáciles. Yo, que me considero ovetense, aunque me nacieron en Pillarno, pero que he vivido casi todo el tiempo en esta maravillosa ciudad, os digo que, de verdad, me siento muy orgullosa de que forméis parte tan activa de ella. Y lo cuento a las gentes de fuera para que se acerquen a empaparse de vuestra sabiduría y vuestro espíritu navideño. Ese tan necesario cada año. Cada día. Porque el belenismo es también cultura y esta nos hace mucha falta para saber, para opinar, para comprender todo lo que nos rodea.

Para finalizar, quiero manifestar un deseo, bueno más de uno: vivamos la Navidad con el espíritu que se merece. Recordemos cuando fuimos niños y la ilusión era nuestro motor. Seamos niños y contagiemos a cuantos nos rodean. Digamos gracias. Repartamos alegría. Digamos «te quiero» a quien queremos. Repartamos abrazos como regalo y nunca olvidemos a quienes no nos ofrecen todo esto, porque quizás no pueden o no saben. Así que, ¡enseñémosles a hacerlo!

Felicidades, de nuevo, a la Asociación Belenista de Oviedo. Mi eterna gratitud por hacerme partícipe de su labor a través de este pregón.

Y, por supuesto, a todos, Felices Navidades. No dejen de soñar… Quizás el próximo año, a punto de llegar, sea generoso y nos ayude a cumplir nuestros deseos.

Muchas gracias.»

Concepción Quirós – Oviedo, 16 de diciembre de 2016

Texto del Pregón de Navidad 2016 – Asociación de Belenistas de Elche – Dª. María Pomares Sánchez

08 Dic 16
Presidencia FEB
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En la tarde-noche de hoy, jueves 8 de diciembre de 2016, ante el numeroso público que ha llenado el Gran Teatro de Elche, en un acto amenizado por un repertorio de villancicos tradicionales interpretados por la Coral y Rondalla Municipal del Centro Polivalente de Carrús, Dª. María Pomares Sánchez, licenciada en Periodismo por la Universidad CEU Cardenal Herrera de Elche y en Derecho por la Universidad de Alicante, diplomada en Sociedad y Estado en España por la Universidad de Alicante y Delegada del Diario Información en Elche, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


María Pomares Sánchez, pregonera de la Navidad 2016 en Elche (08/12/2016)

María Pomares Sánchez, pregonera de la Navidad 2016 en Elche (08/12/2016)

«Excelentísimo señor alcalde de Elche, D. Carlos González, señor presidente de la Asociación de Belenistas de Elche, D. Víctor Sánchez, miembros de la Corporación Municipal, representantes de las entidades festeras de la ciudad… Señoras y señores, amigas y amigos… Buenas tardes.

En primer lugar, quiero agradecer a la Asociación de Belenistas y, en especial, a Víctor y a Paco, que hayan confiado en mí para dar el Pregón de Navidad de este año. Es un honor, pero he de confesar que también es una responsabilidad.

Cuando llegan estas fechas, se habla mucho del espíritu navideño y de que, lamentablemente, cuando pasa el 6 de enero, todos nos olvidamos de valores como la solidaridad, la generosidad, la unión, el compañerismo, la convivencia o la ilusión con los que tanto se nos llena la boca estos días a todos… Le demos o no a la Navidad un sentimiento religioso.

Sin embargo, la Asociación de Belenistas demuestra que, efectivamente, no hay que esperar a que llegue la Navidad para sacar lo mejor de nosotros mismos. Demuestra que es posible vivir la Navidad y ser un poco más personas todos los días del año. Da igual lo que diga el calendario.

Es verdad que las tradiciones y las costumbres van cambiando con el tiempo y, precisamente, eso es lo que nos ayuda a ir avanzando como sociedad. Sin embargo, también es cierto que muchas de esas tradiciones que hemos ido heredando de nuestras madres y de nuestros padres, de nuestras abuelas y de nuestros abuelos, y ellos, a su vez, de los suyos, son las que van dando forma a nuestra identidad como sociedad y, por tanto, a nuestra identidad como personas… Son esas tradiciones las que, en parte, también nos ayudan a construir esa intrahistoria de la que hablaba Unamuno: la historia de la gente anónima que cada día se levanta para ir a trabajar y que, desgraciadamente -y, créanme, de esto sé algo- pocas veces se lleva los grandes titulares de los periódicos, de la tele o de la radio… Pero que, con su día a día, es la gente que hace posible escribir la historia en mayúsculas.

Los belenistas, a lo largo de todo el año, construyen pueblos y palacios, cosechan paisajes que se visten de olivos y palmeras, y crean calles con mil recovecos, como las que se pueden ver desde hace un rato en la Glorieta o en otras poblaciones, como por ejemplo, Orihuela o San Fulgencio. Y, con ese trabajo, los belenistas también van escribiendo, un año más, un poco nuestra historia. Y la escriben con sus manos.

Probablemente, todas y todos, cuando hemos ido a ver el belén de la Glorieta, o el de la antigua CAM, en algún momento hemos pensado que todo es cuestión de maña. Yo, que soy bastante torpe para eso de las manualidades, soy la primera que siempre lo he pensado. O se vale o no se vale para esto.

Nada más lejos de la realidad.

Una de las noches que subí a la nave que tienen en Carrús, me dieron a pintar parte de la escalera de una de las casas. Me negué. No quería estropear algo que habían hecho con tanto mimo y cariño, y a lo que habían dedicado tantísimas horas.

«No te preocupes, prueba», me contestaron.

Y probé, eso sí, con la ayuda de Carmelo.

Me recordaron algo que a veces tendemos a olvidar: que las habilidades personales la mayoría de las veces importan muy poco, si en cada cosa que hacemos ponemos empeño e ilusión. Creo que ahora más que nunca, amigos belenistas, necesitamos de ese empeño y de esa ilusión.

Dicho esto, tengo que reconocer que, cuando allá por el mes de julio, Víctor me propuso ser la pregonera, aunque no me podía negar, sentí muchísimo vértigo. Sabía que no lo tenía fácil. Mis antecesores en el puesto habían dejado el listón demasiado alto.

No era el único reparo que tenía.

Decir que sí implicaba abrir el cajón de los recuerdos y hacer que mi familia también lo abriera conmigo.

Os confieso que desde pequeña siempre tuve miedo a que, si abría esa caja de los recuerdos, y más, si los verbalizaba, muchos de ellos acabarían escapándose.

Ese cajón de los recuerdos se ha ido abriendo solo a lo largo de estos meses y no, no se ha escapado ningún recuerdo. Al contrario, he podido recuperar alguno que estaba tan al fondo del cajón, que ya casi lo había olvidado por completo. Pero, además, he conseguido hacer hueco para que entraran otros nuevos. Incluso, todo ese transitar por los caminos perdidos en otros tiempos me ha ayudado a entender muchas cosas.

En mi casa, por ejemplo, nunca hubo debate entre belén o árbol.

Mi madre zanjó la discusión desde el principio poniendo las dos cosas.

Nuestro belén, no obstante, empezó de forma muy precaria. Era un pesebre y poco más. Sin embargo, poco a poco fue creciendo. Reconozco que no tenía nada que ver con el de los belenistas, pero creo que el cariño con el que lo poníamos era el mismo.

Fue así como llegaron los Reyes Magos, con un camello, el del Rey Melchor, que no sé muy bien por qué, acabó cojo. La primera misión que teníamos cada mañana era levantarlo para volver a recogerlo a la mañana siguiente…

Y llegaron también los pastores y la fogata, las lavanderas y el río, el horno de pan, y el pozo, y animales, muchísimos animales que mi hermano había empezado a coleccionar cuando apenas levantaba dos palmos del suelo… Si le hubiéramos dejado, más que un belén, habríamos acabado montando una granja.

Incluso, un tiempo, se empeñó en poner un pato de madera que en aquel tiempo era como su mascota y le sacaba dos cabezas al resto de figuras. Por más que le decíamos que aquello daba el cante, no nos quedó otra. Y allí estuvo durante varios años, hasta que, por fin, se olvidó del pato.

Aunque ahora, visto en la distancia, creo que el nacimiento no salió ganando sin aquel pato. El pato se fue, pero llegaron dinosaurios, Power Rangers y hasta alguna tortuga ninja, costumbre esta que años más tarde heredaría mi primo pequeño, que hoy de pequeño tiene poco, y nos saca a todos tres cabezas.

Al final, no sé muy bien cómo, nos acabamos juntando con tres o cuatro nacimientos, y, por poner, algún año incluso se acabó poniendo alguno en la cocina.

Así estuvimos durante años y años montando nacimientos por toda la casa, hasta que mi hermano se tuvo que ir a trabajar fuera. Desde entonces, mi madre solo los saca cuando él puede venir a pasar con nosotros la Nochebuena. Ahora me doy cuenta de que, para mi madre, el belén no solo es un conjunto de figuras… Ojalá este año pueda volver a llenar la casa con sus nacimientos.

Sin embargo, sobre todo, recuerdo con fuerza todas aquellas Navidades con los abuelos.

Recuerdo a la bisabuela, que para nosotros era la abuela Paca, enseñándome a aporrear mi pandereta verde para uno de los primeros festivales del cole, mientras el abuelo Antonio nos jaleaba. También lo intentaría con las castañuelas, aunque la pobre no tuvo mucho éxito conmigo.

Y recuerdo las Nochebuenas al calor de las brasas en el campo, cuando aún estábamos todos. Cuando acababa la cena, llegaba lo mejor… Llegaba el momento de asar las castañas. En la mesa no faltaban el turrón y otros dulces, pero nosotros preferíamos las castañas, y mi abuela materna, nuestra abuelita María, lo sabía, y los días previos a la Navidad hacía acopio de provisiones. Aquella noche, además, todos los primos dormíamos allí, y, a la mañana siguiente, la pelea entre los abuelos era por ver quién nos daba el primer beso del día cuando aún estábamos en la cama. Luego llegaba la comida de Navidad, con un cocido, el que hacía la abuela María… Creo que nunca he vuelto a probar un cocido como el de ella.

Años más tarde, el menú familiar cambiaría a petición de los más pequeños, y la costra sustituiría al caldo con pelotas. Llegaron entonces las competiciones entre mi madre y mi tía… Competiciones que aún hoy se mantienen… Por ver quién hacía la mejor costra.

También de aquellos primeros años me viene la imagen de un día de Reyes, de uno del año 1985… Siempre me ha costado mucho diferenciar lo que son vivencias reales de lo que no es más que una reconstrucción de lo que creo que viví o de lo que me habría gustado haber vivido en aquellos primeros años de vida. Supongo que todos tendemos a cubrir aquellas lagunas a las que no llega la memoria.

Sin embargo, el recuerdo de aquel día es particularmente claro. Durante años me dio miedo pensar que aquello no era más que un hueco que necesitaba tapar. Hace un tiempo les pregunté a mis padres. No, no era una laguna.

Aquel día de Reyes de 1985 el «yayo» Carlos, mi abuelo paterno, estaba en el hospital, y mis padres me llevaron a verlo. De pronto, detrás de una ventana, apareció él con una bata blanca, tocó mi mano a través del cristal y me regaló una de esas sonrisas que son capaces de decirlo todo sin hablar. Creo que aquella fue nuestra despedida… Semanas después nos dejaría. Probablemente aquel año, como todos los anteriores y todos los que le siguieron, los Reyes vendrían cargados de muñecas y libros… Los Magos de Oriente sabían que me encantaban las muñecas y los libros… No lo recuerdo. Me quedé con aquel momento.

Catorce más tarde, la casualidad quiso que también fuera la víspera de Reyes el día elegido para pasar mi última tarde con la «yaya», y, entre momento y momento de lucidez, pudimos volver a recordar al «yayo». Desde los primeros días de enero, la «yaya» no acababa de estar bien, y aquella noche de Reyes acabaría ingresando en el hospital. Tres días más tarde se marcharía.

No sé… Creo que mi familia siempre debió tener una influencia especial con los Reyes Magos. Y creo que esa influencia pasó a mi padre, en parte porque le viene de herencia, en parte, porque (ahora que no nos oye) siempre ha sido bastante impaciente. Puede que, por eso mismo, hubo años en los que no necesitamos ni poner los zapatos en la noche del 5 de enero porque, no se por qué extraña razón, Melchor, Gaspar y Baltasar pasaban por casa un par de días antes…

Los Reyes sobre todo se anticipaban cuando sabían que habían acertado con los regalos… Cosa que, no sé por qué, solía pasar siempre, aunque lo que traían poco o nada tenía que ver con lo que habíamos pedido en la carta. Como les contaba antes, yo siempre pedía muñecas y libros. Luego, ellos decidían.

Sin embargo, hubo un año, no me explico muy bien por qué, en el que decidieron improvisar más de lo normal y, además, optaron por que el regalo fuera compartido con mi hermano.

Yo debía tener ocho o nueve años. Mi hermano, todo lo más, dos o tres. Debía haber más regalos… Sinceramente, no lo recuerdo. Solo recuerdo que de uno de los paquetes emergió una pequeña radio azul con un pequeño micrófono conectado… Durante muchísimo tiempo, para nosotros no existieron más juguetes. Aquella radio primero sirvió para cantar canciones y goles… Del Elche y del Madrid, por supuesto. Y sirvió también para que comenzáramos a jugar a ser reporteros.

Luego, a medida que íbamos creciendo, fuimos dejando el micro de lado, pero la radio siempre estuvo con nosotros. Hoy creo que aquel regalo, que ninguno de los dos había pedido, pero que se acabó convirtiendo en el mejor regalo, fue el que acabó despertando mi vocación como periodista.

No obstante, pese a esa influencia especial de mi familia con los Reyes, por casa también pasaba, y sigue pasando, Papá Noel. Que le pregunten si no a mi tío, que en su tiempo libre debía ejercer como poco de Elfo, porque ha habido pocas Nochebuenas a las que no llegara tarde… Eso sí, por lo menos, siempre, cargado de regalos.

Ya, para terminar, me gustaría acabar con un cuento. Relata Eduardo Galeano en uno llamado «Nochebuena» que, en vísperas de la Navidad, el director de un hospital de niños en Managua se quedó trabajando hasta muy tarde. Cuando empezaron a lanzar fuegos artificiales, decidió marcharse a su casa, para festejar con los suyos. Pero, antes, decidió dar un último paseo por la sala para ver si estaba todo orden.

Entonces, se dio cuenta de que unos pasos lo seguían. El médico se giró y vio a uno de los niños enfermos; un niño que estaba solo, y cito textualmente a Galeano, con «su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizá pedían permiso».

El doctor se acercó y el pequeño lo rozó con la mano…

– «Dile a… -susurró el niño-. Dile a alguien que yo estoy aquí».

Ese «dile a alguien que yo estoy aquí» define muy bien el desamparo, e ilustra a la perfección la necesidad que todos tenemos de estar rodeados de la gente a la que queremos… Y más en estas fechas.

Creo que haciendo balance, al final, todas mis Navidades han sido felices, muy felices. Y han sido muy felices porque nunca he necesitado pedirle a nadie que cuente que estoy aquí.

Es verdad que muchas personas queridas se han ido en estos años, pero siempre nos quedarán los recuerdos de aquellos momentos vividos con ellos. Yo prefiero quedarme con eso.

¡¡Feliz Navidad!!«

María Pomares Sánchez – Elche, 8 de diciembre de 2016

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Texto del Pregón de Navidad 2016 – Asociación Cultural Belenista San Francisco de Assis de Puerto de la Cruz – D. Salvador García Llanos

03 Dic 16
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En la tarde-noche de hoy, sábado 3 de diciembre de 2016, en el acto de inauguración de la Exposición de Belenes de la Asociación Cultural Belenista San Francisco de Assis de Puerto de la Cruz, presidido por el Iltmo. Sr. Alcalde D. Lope Afonso, primeras autoridades locales y representantes del Gobierno de Canarias, y amenizado por el Coro Sagrado Corazón, el escritor, periodista, ex-alcalde y actual presidente de la Asociación de la Prensa de Tenerife, D. Salvador García Llanos, ha pronunciado, ante el numeroso público que llenaba el Palacio de Ventoso (antiguo colegio de los Agustinos), de Puerto de la Cruz (Tenerife), el siguiente Pregón de Navidad.


Salvador García Llanos, pregonero de la Navidad 2016 en Puerto de la Cruz (03/12/2016)

Salvador García Llanos, pregonero de la Navidad 2016 en Puerto de la Cruz (03/12/2016)

Cultura Belenista

«Érase una vez… los niños, bueno: gentes de todas las edades, dirán y escucharán esta expresión de forma abundante durante estos días. En la tradición popular alude a un pasado antiguo, muy antiguo, y con ella se anticipa o se imagina un universo mágico y maravilloso, al menos en un cuento infantil, a base de repetirla… para ilusionar y entretener, sobre todo para ilusionar. Como la expresión es empleada en muchas lenguas, a lo largo y ancho del mundo, con su traducción literal o adaptada según las respectivas culturas, esa ilusión se universaliza.

Estamos ya en esas fechas en las que casi todos hablamos el mismo lenguaje, el lenguaje de los cuentos, de los símbolos y de las alegorías en torno a un hito o acontecimiento sin igual. Es el soporte de la manifestación válida para renovar o prolongar las costumbres, para cultivar las tradiciones y para dos hechos más: acentuar las creencias y dar rienda suelta a la creatividad artística o al quehacer artesanal.

En Belén, que significa ‘la casa del pan’, empezó todo. En esta pequeña localidad de Palestina, nació Jesucristo, el Hijo de Dios, el Pan de Vida, el Redentor, el Mesías prometido por Dios desde tiempos remotos. La profecía de Miqueas se ha ido transmitiendo de generación en generación: “Y tú, Belén de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, pues de ti saldrá un jefe que apacentará a mi pueblo, Israel”.

Entonces, se entiende el uso del término belén, también portal o nacimiento, con los que simbolizar e interpretar el Misterio, el leitmotiv de esta conmemoración: se ve al Niño Jesús que ha nacido, recostado en un pesebre, un recipiente donde se pone de comer a los animales que le sirve de cuna improvisada. Está envuelto en pañales -se supone que hace mucho frío- aunque la ternura popular lo representa poco abrigado. Está entre sus padres, la Virgen María y San José: la Sagrada Familia. Este es el motivo central del belén cuya representación nos mueve a la contemplación del gran misterio de la Encarnación del Hijo de Dios.

Se ha transmitido a través de sucesivas generaciones. Aunque ya se aprecian representaciones de la Virgen María con el Niño en las catacumbas, fue san Francisco de Asís, en el año 1223, quien promovió la idea de representar la escena del nacimiento de Jesús utilizando personas y animales de verdad. Algún autor sostiene que esto le ayudaba a considerar la realidad del misterio del alumbramiento de Cristo. La iniciativa se afianzó y se hizo costumbre en la Iglesia, de modo que, hoy en día, en los hogares, en las parroquias, en sedes institucionales o centros cívicos, en tantos lugares del mundo, se celebra la Navidad, en un medio ambiente adecuado, diseñando e instalando el belén.

La conclusión es que estamos ante una saludable y piadosa costumbre popular: el belén como una recreación artística y plástica, llena de matices, de las circunstancias y acontecimientos que rodearon el nacimiento del Hijo de Dios. Esa recreación transmite, entre otras muchas ideas, la bondad de Dios con el género humano, la paz universal entre los hombres y entre los pueblos, la unión entre las familias, la concordia y la humildad. Ayuda al creyente a profundizar en la alegría de la salvación de la Humanidad realizada por el propio Jesucristo.

En el siglo XXI, entre la pérdida de valores, el materialismo y otros males de nuestro tiempo, aquellas cualidades cobran más sentido. Lo escribía esta misma mañana, en una red social, el comercial realejero Oswaldo Hernández Báez: “Qué extraño todo. Se ve la Navidad como una posibilidad comercial a lo largo del año. La antítesis de sus inicios. ¿Será que los mercaderes nos robaron la memoria?”, termina preguntándose.

Tras la descripción general, nos detenemos en esta Exposición de Belenes, cuyos promotores van forjando una cultura belenista, exportable, con proyección, otra prueba de la producción creativa y artística de portuenses enamorados de su pueblo que se esfuerzan, en medio de las penurias, en acreditar que su quehacer no desmerece; que si se quiere, se puede; que con empeño, se llega y se logran resultados cada vez más admirables.

Con todo orgullo, la Asociación Cultural Belenista ‘San Francisco de Asís’ luce ya su título de ingreso en la Federación Española de Belenistas, aprobado en la asamblea celebrada en Madrid el pasado 12 de junio de 2016. Martín Álvarez es el factótum. Ángeles Morales, su esposa, no le va a la zaga. Ahí están ellos, erre que erre, trabajando, alargando horas, gestionando recursos, animando a quienes se suman, haciendo, en definitiva, de todo con tal de que la exposición, la gran referencia de las celebraciones navideñas y de año nuevo portuenses, mejore, gane en calidad y haga las delicias de gente de todas las edades y de toda condición social.

Recuerden: érase una vez, Martín Álvarez, y sus afanes cristalizaron en la ilusión de creadores sensibles y pacientes y de miles de niños y adolescentes.

Su dedicación y su ánimo perfeccionista nos traen en esta ocasión la secuencia de siete dioramas que se puede contemplar en el que fue salón de actos de este antiguo colegio. La Anunciación, la posada, el nacimiento, la anunciación de los pastores, el castillo de Herodes, el mercado de Belén, la huida a Egipto y el pueblo de Belén componen esa secuencia del panorama en el que lienzos transparentes pintados por ambas caras permiten, por efectos de iluminación, ver en un mismo sitio dos cosas distintas.

El icodense Maxi Fuentes, un excelente marquetero, nos ofrece, en la misma sala, con el grupo Taller de la Asociación, una renovada composición de belén hebreo en la que destaca la utilización del espacio arquitectónico.

En las otras salas, antiguas aulas, la familia Afonso Armas y Roberto Torres González reflejan en el esmero con que hay que tomarse este tipo de confección, sobre todo, como es el caso del segundo, cuando hay que valorar las centenarias figuras de los Reyes de Oriente. Igual ocurre con el ajuste de los elementos que luce el profesor de Bellas Artes, natural de Guía de Isora, José María Mesa Martín.

Hasta llegar al belén napolitano en el que Martín y Ángeles vuelcan su versátil minuciosidad artística para completar veinte metros de longitud que condensan la composición que es… una auténtica joya.

Luis Dávila, con sus mezcolanzas e interpretaciones curiosas, aporta, en la última sala, ese buen gusto que siempre cautiva.

Unas breves palabras explicativas para acercarnos al belén napolitano, ubicado en la antigua capilla del centro. Este belén representa la época medieval de Nápoles, donde se observan las costumbres de ese entonces, pero también la llegada de los reyes para adorar al niño. Para realizar este belén los autores han tenido que conocer la historia de Nápoles, cómo era el día a día en la ciudad y saber cómo se vestían los ciudadanos.

El belén napolitano es el más llamativo. Las figuras del mismo pertenecen a la realización y proyecto de un nacimiento compuesto por 278 personajes. Son de terracota, es decir, cada personaje está hecho de arcilla modelada y endurecida al horno. Todas las piezas proceden de Nápoles. Explica Álvarez que fue en la ciudad italiana donde compraron los pies, la cabeza y las manos de las figuras. “El resto del cuerpo -dice- lo hacemos en el municipio con vergas y estropajo. El diseño de los trajes y la pintura de las figuras están confeccionados a mano por nosotros. Los zapatos los hacemos de cuero y los ojos son de cristal”.

Esta detallada descripción sirve para contrastar la meticulosidad de quienes han ido incorporando nuevos personajes y nuevos elementos para proporcionar más lustre y realce a esta auténtica obra de arte, de la que se sentiría orgulloso el mismísimo Carlos III que impulsó, allá por el año 1759, la costumbre de instalar el belén fuera de las iglesias para así adornar las estancias de los palacios de la nobleza napolitana. En este clásico, un precioso testimonio de usos y costumbres, las escenas representadas reflejan, en un contexto de religiosidad, decepciones y esperanzas, expectativas e ilusiones.

Ilusiones que se van a multiplicar a partir de ahora, como señalamos al principio, érase una vez…, cuando surquemos el túnel del tiempo para responder a tantos por qué, para establecer semejanzas, para delimitar los pretéritos y para intentar hacer comprender que la vida, entonces, distaba mucho de la visión mercantilista que ahora predomina.

La exposición, para acabar, es una muy sólida contribución a esa gran aspiración de los promotores: lograr que el belenismo sea considerado como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por parte de la UNESCO. Son ocho siglos de historia y tradiciones. Son millones de personas prolongándolas y renovándolas.

Si se consigue, este esfuerzo de portuenses, allegados y amigos, reunidos en torno a la Asociación Cultural Belenista y forjados en la entusiasta e inagotable cultura del belenismo, será tenido en cuenta y se dará por muy bien empleado.

¡Enhorabuena y mucha suerte!»

Salvador García Llanos – Puerto de la Cruz, 3 de diciembre de 2016

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Pregón de Navidad 2016 – Asociación Cultural Belenista San Francisco de Assis de Puerto de la Cruz

12 Nov 16
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La Asociación Cultural Belenista San Francisco de Assis de Puerto de la Cruz se complace en invitaros al Pregón de Navidad que tendrá lugar en el Palacio de Ventoso (antiguo colegio de los Agustinos) (Plaza Concejil, s/nº – 38400 Puerto de la Cruz (Tenerife)), el próximo sábado 3 de diciembre de 2016 a las 19:30h (ver Agenda de Eventos), con motivo de la inauguración de la exposición de la Asociación.

El pregonero será el periodista D. Salvador García Llanos, presidente de la Asociación de la Prensa de Tenerife.

Esperando contar con vuestra presencia, por la que nos sentiremos muy honrados, os saludamos cordialmente.

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Pregón de Navidad 2016 – Asociación de Belenistas de Alicante

12 Nov 16
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La Asociación de Belenistas de Alicante se complace en invitaros al Pregón de Navidad que tendrá lugar en el Salón de Actos «Caja de la Música» de Las Cigarreras (c/ San Carlos, 78 – 03013 Alicante), el próximo viernes 25 de noviembre de 2016 a las 19:30h (ver Agenda de Eventos).

El pregonero será el periodista D. José María Perea Soro. El acto estará amenizado por el Orfeón de San Juan de Alicante de la Sociedad Musical La Paz.

Esperando contar con vuestra presencia, por la que nos sentiremos muy honrados, os saludamos cordialmente.

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Texto del Pregón de Navidad 2015 – Asociación Belenista de Oviedo – D. Jaime Martínez González-Río

19 Dic 15
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En la tarde-noche de hoy, sábado 19 de diciembre de 2015, ante el numeroso público congregado en la Sala de Cámara del Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo, en un acto amenizado por la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo, D. Jaime Martínez González-Río, médico, reputado neumólogo y amante de la música y del deporte (Presidente de la Asociación de Amigos de la Ópera de Oviedo y Expresidente de la Federación de Rugby del Principado de Asturias y del Oviedo Rugby Club), ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


Jaime Martínez González-Río, pregonero de la Navidad 2015 en Oviedo (19/12/2015)

Jaime Martínez González-Río, pregonero de la Navidad 2015 en Oviedo (19/12/2015)

«Queridos amigos todos:

Inicialmente deseo expresar mi sincero agradecimiento a quienes tuvieron la idea, la ilusión y la determinación de fundar hace 26 años y lograrlo, a la vista está, que Oviedo tenga una asociación cultural y religiosa como esta, y es mi deseo, haciéndolo extensivo a todos los presidentes, directivos y socios, mencionar y recordar a una persona, D. José María Marcilla, a quien conocí por razones profesionales y a quien admiré profundamente. He hecho énfasis en el aspecto religioso, actualmente menospreciado e intentado ser sustituido por la «fiesta del solsticio de invierno» y me apoyo para ello en la reciente «frase del día» de mi amigo el artista Manolo Linares citando a Francis Bacon (1560-1626), hace 400 años, y que dice así: «El respeto de sí mismo es, después de la religión, el principal freno de los vicios». Creo que sigue vigente.

Cuando mi amiga y compañera Pepa, me comunicó vuestra intención de que fuese yo el pregonero mi primera reacción fue de sorpresa. ¿Por qué me eligieron?

Acudí, como se suele hacer en estos casos, a recordar qué era un pregón y, naturalmente, me fui al Diccionario de la RAE, y copio literalmente:

pregón: Del lat. praeconium. Tiene cuatro definiciones y de ellas me quedo con la primera, «Promulgación o publicación que en voz alta se hace en los sitios públicos de algo que conviene que todos sepan«. Es lo que estoy haciendo ahora mismo.

La segunda, «Discurso elogioso en que se anuncia al público la celebración de una festividad y se le incita a participar en ella» en este caso la Navidad. También lo suscribo.

Nada de la tercera, «Proclama o amonestación canónica de próximo matrimonio, en que se leen los nombres y circunstancias de quienes han de casarse«.

Y sí la cuarta: «Alabanza hecha en público de alguien o algo» y esta vez me referiré a nuestra Asociación.

Finaliza la RAE con la definición de pregón pascual: «Lección que se canta al comienzo de la vigilia pascual en la liturgia católica» y que, evidentemente y no se preocupen, no voy a cantar, lo dejo para el magnífico coro que completará este acto. En la revista «Navidad con Belén 2015» me presentan como amante de la música y es verdad, siendo para mí un honor compartirlo con la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo que preside mi amigo Francisco González-Buylla, a quienes disfruto en sus actuaciones en la Temporada de Zarzuela y anualmente durante el acto de entrega de los Premios Líricos Campoamor. Hoy nos disponemos a disfrutarlos aquí.

En fin, gracias por permitir dirigirme a ustedes. Intentaré referir brevemente algo de lo que he conocido de la Asociación; describiré mi cortísima experiencia, eso sí entrañable, con mis belenes cercanos; les contaré algunos datos que me han impresionado, y finalizaré describiéndoles qué significado tiene para mí el belén y la Navidad.

Volviendo a la primera pregunta que me hice, ¿por qué me eligieron?, quizás conocían que a mí, y a mi familia, nos gusta la Navidad más que el «solsticio de invierno». Que saludamos con un «Feliz Navidad» o «Merry Christmas» y no simplemente con «Felices Fiestas», ya que las consideramos incluidas en la Navidad.

Es verdad que en mi casa hay por tradición belén o, mejor dicho, belenes pequeñitos, pero también, y ¿por qué no?, árbol de Navidad, no abeto del solsticio de invierno, y, desde luego, llega Santa Claus, ¡pero también los Reyes Magos!

Una vez dicho este preámbulo y después del apurón que me llevé cuando, tras cuidadosa investigación, logré saber quiénes habían sido las ilustres personalidades que me han precedido en el pregón y leí con atención algunos de sus textos, me entró el pánico y, cómo no, siendo consciente de que eran personalidades con muchos más méritos que yo y cito como ejemplo, a los Sres. Arzobispos D. Carlos Osoro y D. Jesús Sanz Montes, a profesores como D. Emilio Alarcos, D. Carlos Conde, D. José María Martínez Cachero, Carmen Ruiz Tilve, escritores como Fernando Vizcaíno Casas o María Teresa Álvarez, periodistas como Isabel San Sebastián y Paloma Gómez Borrero, etc., y aunque debería citarlos a todos, por favor les ruego consulten el Boletín de la Asociación. Quiero señalar que el año pasado correspondió a mi colega el Dr. Luis Fernández-Vega, ayer nombrado «Ovetense del Año 2015» por lo que le felicito efusivamente, pero lo que no sé es si dos médicos seguidos será lo más adecuado.

Pues bien, lo que hoy van a escuchar es algo mucho más terrenal, que espero tengan la amabilidad de aceptarlo como lo que es, un pregón atípico, y, desde ya, les ruego sean benevolentes con mis palabras asegurándoles que están dictadas más que teniendo en cuenta aspectos culturales, artísticos o religiosos, por el impacto indudablemente positivo que la Navidad y el belén, que para mí son equivalentes, han hecho en mí y los recuerdos y sentimientos que a lo largo del tiempo los belenes que tuve la satisfacción de disfrutar en mi casa y visitar con mis padres, mi familia, hijas y ahora espero con mis niet@s, y que espero trasmitirles.

Volviendo a la responsabilidad de «quedar bien» y dejar claros mis sentimientos de Paz y Amor en el pregón de una asociación que ya ha celebrado 25 años de existencia, que ha organizado este año el Congreso Nacional de Belenistas 2015 con gran éxito, que son expertos en todo lo concerniente a la Navidad, me manifiesto totalmente identificado con la frase referida por D. Juan Antonio Martínez Camino en el pregón del año 2010, «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres, y mujeres, que ama el Señor» (Lc 2,14) refiriéndose a la Paz, y también con el Amor. ¿Cómo si no se explica que, durante la Primera Guerra Mundial, y solamente durante 24-48 horas, se parase el fuego de las armas el día de Navidad? Lamentable que 100 años más tarde sigamos con conflictos bélicos de todo orden y el espíritu vigente desde hace 2015 años que comenzó en el pueblecito de Belén, con una familia, y este dato se me antoja muy importante, Padre, Madre e Hijo quien, con su nacimiento, vida y muerte, 33 años después, ha venido para salvar al mundo. Y no lo hizo en un palacio u otro lugar lujoso, y no se hizo rico, y no hizo «violencia de ningún género», fue austero, expulsó a los supuestamente corruptos mercaderes del templo, no hizo guerras; al contrario, ofreció la otra mejilla, no fue intolerante, hizo el bien a su alrededor sin pedir ningún tipo de recompensa y murió por toda la humanidad. ¿Puede esta historia sentirse cuando se está delante de un Nacimiento, cualquiera que sea su tamaño y ornamentación? Natividad y Añadidos. Sí, y seguro que se disfruta mucho más si se ha ayudado a diseñarlo y construirlo. Oviedo, sus ciudadanos, creyentes o no, les deben de estar muy agradecidos a su labor.

Estamos a siete días del 25 de diciembre que fue fijado en el calendario cristiano como la fecha del nacimiento de Jesús y el primer calendario litúrgico con la celebración de Navidad fue en el año 320. Se escogió ese día por ser la fiesta romana del solsticio de invierno (Dies natalis solis invicti), cuando los días se alargan y, por ello, los padres de la Iglesia llamaban a Jesús «Sol de Justicia» y la liturgia ortodoxa lo representa como «Luz del Mundo», esa luz a la que se refería el año pasado el oftalmólogo Luis Fernández-Vega.

El belén de Navidad, también conocido como pesebre, es una de las tradiciones navideñas más arraigadas en España y, en gran parte gracias a la Asociación Belenista, en Oviedo. En la Nochebuena de 1223 en Asís, San Francisco montó el primero en una cueva cercana a la ermita de Greccio. Tiene, por tanto, origen italiano y no en vano San Francisco es considerado desde 1986 el «Patrón Universal del Belén». A su popularización contribuyó el que en 1465 se fundase en París la primera empresa fabricante de figuras del belén, y en España el primer taller belenista está fechado en 1471 en Alcorcón. Casi 500 años después se conserva la tradición y actualmente en nuestros talleres ovetenses se hacen magníficas representaciones, teniendo presencia anual en la Plaza de la Catedral y estos días, polémica incluida, en la Plaza del Pescado. ¡No dejéis de visitarla, es espectacular!

¿Cuál es el origen de los belenes? Desde la descripción sencilla que el Evangelio hace, explícita pero muy sobria del nacimiento de Jesús, «Mientras ellos estaban allí, se le cumplieron (a María) los días del parto, y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento«, se pasó a añadir paisajes, imágenes costumbristas, figuras de los tres Reyes Magos (por cierto, esto último desde que en el siglo V un decreto papal, citado en una homilía de San León Magno, fijó ese número, ya que anteriormente variaba entre 2 y 12); pues bien, evolucionó a los artísticamente muy desarrollados belenes napolitanos, españoles y latinoamericanos como los conocemos en la actualidad. Tengo para mí que una Natividad hecha en una corteza de árbol en Kenia de acuerdo con sus tradiciones es, dentro de su extrema sencillez, tan conmovedora como el Nacimiento de Monzón en Huesca con más de 10.000 figuras, los napolitanos del Palacio Real de Madrid, los Salzillos de Murcia, etc.

¿Cómo eran los primeros Nacimientos o belenes que recuerdo? En casa, traíamos las figuras desde el desván, figuras de barro pintado, río de papel de plata, musgo de El Fontán, serrín, castillo de Herodes, Reyes Magos que «andaban» un poco cada día, las primeras luces eléctricas y que estaban hasta el día de Reyes en que, sin verlo nosotros, desaparecían hasta el próximo año.

Fuera de casa el de mi primer Colegio de la Medalla Milagrosa, en las Hermanitas de los Pobres en la calle Pérez de la Sala y más lejos y maravilloso a nuestros ojos el que visitábamos en Lastres con mis padres, primos y tíos que era enorme, se movía, tenía agua en el río que movía una noria, las figuras eran bellísimas, ¡se hacía de noche y amanecía! Data de 1940, se debe a la labor de la familia Victorero Lucio y está instalado en la iglesia de Santa María de Sádaba. Consta de unas 400 figuras y 80 palacios y casas y se mantiene gracias al esfuerzo de la asociación «Austera». Gracias por lograr que otros niños actuales puedan contar dentro de 60 años que lo han visto y disfrutado como yo. Alguna vez visitamos, ya un poco mayores, el del Asilo de Pala de Siero, el instalado en el Sanatorio Marítimo de Gijón y, cómo no, el de Covadonga.

Belenes entrañables e inolvidables eran los que siempre, las enfermeras y auxiliares se encargaban año tras año, de ponerlo con sus luces en el Servicio de Neumología del HUCA y en el Instituto Nacional de Silicosis, muy emocionante con carbón, castillete de entrada al pozo, etc… Asimismo, en Pediatría, sobre todo en Oncología Pediátrica, con la visita al belén de los Reyes Magos, siempre ha sido emocionante.

Estos últimos años fue obligada la visita al de la Asociación en la Plaza de la Catedral, con sus figuras de tamaño natural y los dioramas que ahora he disfrutado en su asentamiento de la Plaza del Pescado, como me he referido anteriormente. El último que he descubierto, y por cierto muy bien hecho, es el belén de la Comandancia de la Guardia Civil de Oviedo.

A día de hoy en mi casa y gracias a la labor de Susie, mi esposa, tenemos tres: pequeño tradicional, mejicano criollo y africano muy simple. Todos ellos entrañables y el ejemplo que les traigo, adquirido en Kenia, que por su sencillez es mi favorito.

Relacionando Navidad y música tuve ocasión hace un mes de comentar con el barítono asturiano David Menéndez este tema y, sin pretender ser exhaustivos, me citó un grupo de Oratorios que parcial o totalmente se refieren a la Navidad, como el «Oratorio de Navidad» BWV248, de Johann Sebastian Bach; el «Oratorio de Noël, Op. 12 de Camille Saint-Saëns o «La infancia de Cristo» de Louis-Hector Berlioz. Punto y aparte es «El Mesías» de Georg Friedrich Haendel, cita anual en Oviedo por estas fechas y que tuve la satisfacción de disfrutar ayer en este mismo Auditorio o «Une Cantate de Noël» de Arthur Honegger. En cuanto a ópera, y por su proximidad temporal, ya que se pondrá el próximo mes en el Teatro Campoamor, recordar que el primer y segundo acto de «La bohème» de Giacomo Puccini transcurre el día de Navidad, y el tercer acto de «Werther» (de Jules Massenet, basada en la novela de Goethe) en la Nochebuena. Más actual, la ópera de Gian Carlo Menotti «Amahl and the Night Visitors» es exponente de que el tema navideño tiene actualidad en la ópera.

Finalmente, ¿qué significa para mí el belén y la Navidad?: familia reunida, hogar, ternura, tradición y religiosidad. También solidaridad, respeto, pensar en los que no tienen, por razones muy diversas, la oportunidad de disfrutarlos y tener muy presentes a los ausentes.

Agradezco muy sinceramente la oportunidad que me habéis dado, al tener que preparar este modestísimo pregón. Sinceramente he aprendido mucho y os admiro. Yo, aunque no participo en las labores de la Asociación y encuentro la disculpa de la falta de tiempo, conocéis que tenéis mi apoyo, humilde como asociado y grande en sentimiento. No me gusta comprometerme a trabajar con vosotros y no poder cumplirlo. De todas formas, si en algún momento creéis que puedo ayudar en algo, no dudéis de solicitármelo.

Finalizo con el sincero deseo de que reinen la Alegría, Amor, Luz, Solidaridad y Paz en todo el mundo a través del espíritu de la Navidad.

¡Feliz Navidad 2015!

Muchas gracias.»

Jaime Martínez González-Río – Oviedo, 19 de diciembre de 2015

Texto del Pregón de Navidad 2015 – Asociación Belenista de Gijón – D. Luis Roda García

04 Dic 15
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En la tarde-noche de hoy, viernes 4 de diciembre de 2015, ante el numeroso público que llenaba la Iglesia Parroquial de San Pedro de Gijón, en un acto amenizado por el coro parroquial de San Pedro, dirigido por Calina Felgueroso, y el coro de Padres del Colegio de la Inmaculada, dirigido por el P. Pedro Cifuentes, D. Luis Roda García, magistrado, en la actualidad Juez Decano de Gijón, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


Luis Roda García, magistrado, pregonero de la Navidad 2015 en Gijón (04/12/2015)

Luis Roda García, magistrado, pregonero de la Navidad 2015 en Gijón (04/12/2015)

Las figuritas rotas del Nacimiento

«Me atrevería a asegurar que todos los que amamos los belenes hemos pasado a lo largo de la vida por una misma experiencia poco agradable que, además, seguramente se ha repetido en varias ocasiones. Me refiero a la mezcla de sorpresa y disgusto que se siente cuando, al desenvolver una a una las figuritas que habíamos empaquetado cuidadosamente después del seis de enero para que durmieran un año más, seguras y tranquilas en la oscuridad mullida y protectora de una caja de cartón, descubrimos que están «un poco rotas».

No se trata de averías totales, que habrían convertido la figurita en inservible, sino de algo concreto y limitado: aquí se aprecia que falta un trocito de la pata de un camello; allí se comprueba que ha desaparecido la mitad de un ala del ángel que se suele colocar sobre un arbolito a cuyo lado se situará un grupo de pastores en torno al fuego para protegerse del frío nocturno, y que tenía la misión de anunciarles que había nacido el Niño Jesús. Otras veces el desaparecido es un brazo de la lavandera que se coloca junto al río o el pequeño lago elaborados con papel de aluminio sacado de una tableta de chocolate y que, con un trozo de cristal encima, brillan como si la figurita estuviera lavando la ropa en plata líquida… en fin… Recuerdo especialmente que, en el Nacimiento que tenía de niño, una avería clásica descubierta a principios de diciembre consistía en que se cuarteaba y desprendía la masa de las patas de las ovejas, quedando al descubierto el trozo de alambre que servía de armazón, por lo que el animalito -que sin embargo conservaba íntegro su cuerpo de lana de barro pintada- parecía que, en lugar de haber salido de una caja de cartón, acababa de colocarse patas artificiales en una ortopedia.

Si el trozo desprendido estaba junto al resto de la figurita, la reparación resultaba más fácil; pero a veces sucedía que ese trocito había desaparecido -un nuevo misterio que añadir al anterior- y entonces se precisaba utilizar la imaginación para recomponer la figura sin apenas medios y conseguir que quedara bien; y todavía era necesaria más imaginación cuando, por falta de tiempo material, se decidía colocarla en el Nacimiento sin pasar por el taller casero de reparación, disimulando el defecto o intentando que no se notara demasiado.

La experiencia permite constatar que algunas figuritas concretas tienen mayor tendencia a averiarse, y muchas veces hemos sido testigos (cuando no los responsables principales) de esos accidentes domésticos que acaban en roturas y una pequeña tragedia doméstica. Las víctimas clásicas del siniestro suelen ser los ángeles, ya se sabe: falla la chincheta, falla el hilo de nylon, falla el nudo… o falla el control sobre el niño más pequeño de la casa que quiere comprobar si el ángel vuela de verdad o si allí hay truco -que sí lo hay-, y en consecuencia el ángel acaba «aterrizando» de manera brusca y muy poco artística, si bien en lugar de la crisma lo que se rompe es un ala o un trozo de la banda donde figura el «Gloria in excelsis Deo», porque no sé qué idioma hablan los ángeles entre sí, pero cuando escriben parece que lo hacen en latín, y de ahí el texto de la banda. Como saben, la profesión de «ángel del Nacimiento» es una de las más arriesgadas que existe en el belén, porque esas figuritas son -de entre las que tienen más tendencia a averiarse- especialmente propensas a sufrir accidentes laborales; pero… en fin, no debería desviarme del tema del que quería hablarles: de esas figuritas que aparecen con pequeñas roturas que nadie se explica cómo se han producido, sean ángeles o no, o sea que intentaré regresar al argumento de este pregón.

Cuando yo era niño, en el hall de la casa de mis padres había una hornacina decorativa en la pared que tenía forma de semicircunferencia. Debía medir, más o menos, un metro de largo y unos veinte centímetros de ancho, motivo por el cual los Nacimientos en aquella casa siempre eran «lineales»: el portal se solía colocar en un extremo, a la derecha o a la izquierda, y entonces las figuritas formaban necesariamente una especie de procesión, cada año en la dirección marcada por el lugar de honor que ocupaba el portal y la Sagrada Familia, y lo único que nunca variaba era el puente, el cual siempre quedaba en la mitad del recorrido. En esa «procesión», las figuritas nuevas y las que habían sobrevivido intactas a las misteriosas roturas ocupaban el primer plano, mientras que las damnificadas no dejaban de colocarse, pero siempre tratando de ocultar o, al menos, de disimular las averías que presentaban cuando no se había podido enmendar la avería: así, la lavandera manca era colocada de forma que el espectador solo viera el brazo bueno, y se disimulaba la falta de un trozo de pata en un camello aumentando la cantidad de musgo o paja que normalmente se disponía en torno al animalito. Por otra parte, frotando un trozo de tiza sobre el ala ya repegada del ángel caído se encubría un poco la línea de fractura, que cuando se utilizaba aquella famosa «cola de contacto» tendía a amarillear desagradablemente y, para que no se notara la diferencia de color, también se pasaba generosamente la tiza por el ala sana, motivo por el cual, con esa añadida palidez artificial, el ángel adquiría un aire un poco fantasmagórico. Otras veces se intentaba la recomposición utilizando miga de pan que, al endurecer, quedaba bastante sólida, pero era necesario colorearla (y eso ya no era tan fácil) para que aquellos brazos y patas recompuestos no tuvieran el aspecto tétrico de esos exvotos de cera que se dejan colgados en santuarios y capillas, como sucede -0 sucedía, porque hace tiempo que no voy- en la de La Providencia y que más que la capilla de un santo o de la Virgen parecen sugerir que la zona en que se colocan es algo parecido a la despensa de un ogro.

Pero… ¿saben qué es lo que más me llama la atención de todo esto?… Pues que en una época en que los cambios son vertiginosos -y no digo que sean cambios a mejor o a peor: me limito a constatar solo la rapidez con la que se producen- y que tantas cosas se quedan viejas en apenas días y horas, y que es posible adquirir fácilmente cualquier tipo de producto (incluidas las figuritas de Nacimiento), una buena parte de las personas que tienen un belén y lo ponen cada año siguen sin tirar las figuritas que descubren parcialmente rotas al inicio del tiempo de Adviento; antes al contrario: intentan recuperarlas y salvarlas en lugar de deshacerse de ellas, y vuelven a colocarlas en el Nacimiento pese a la pérdida accidental de parte de su anatomía.

Este comportamiento debe tener una explicación. Quizás la clave para encontrar la respuesta a este hecho sea la misma que nos permita llegar a comprender la esencia de la Navidad y todo su enorme contenido religioso y simbólico, ya que en la Navidad celebramos el nacimiento del Niño, y es un nacimiento que, como todos, acabará en una muerte, pero esta será una muerte especial porque será una muerte para la redención y la resurrección. No voy a entrar a analizar las circunstancias históricas que rodean el nacimiento de Cristo, ni tampoco pretendo incluir en la exposición aspectos y cuestiones teológicas en las que no soy experto. Ni siquiera me detendré en cuestiones muy discutidas, algunas interesantes y otras menos, entre las que se incluyen hasta las razones de quienes sostienen que el nacimiento tuvo lugar en Belén, y están enfrentadas a las de los que, a pesar de lo que figura en los Evangelios de Mateo y Lucas, afirman que el lugar de nacimiento de Jesús no fue Belén, pues un pregón de Navidad no me parece la sede más adecuada para reseñar tales teorías. En cambio, sí me interesa saber cómo y cuándo empezó a celebrarse la Navidad, y qué fue lo que impulsó esa celebración. Parece que la misma fecha de celebración de la Navidad -el 25 de diciembre-, fue establecida por el Papa Julio I hacia el año 350 y, según he leído, en los primeros tiempos del cristianismo no se conmemoraba el nacimiento de Cristo, por lo que la celebración fue posterior y quizás de ahí vino el conflicto sobre las fechas -ya que los Evangelios guardan silencio sobre ese tema- que el Papa Julio I zanjó definitivamente imponiendo su autoridad.

Pero resulta que, al fijar la fecha en el 25 de diciembre, se estaba superponiendo intencionadamente la Navidad cristiana a una festividad pagana que celebraba el nacimiento del sol o de una divinidad solar: en consecuencia, ya tenemos conectado el Nacimiento con la mitología pagana y con el ciclo de la naturaleza, es decir, el hecho histórico del nacimiento de Jesús con el devenir de las estaciones del año y la sustitución de los dioses antiguos. Esa realidad subyacente confiere al hecho de celebrar el Nacimiento un halo especial, porque, aunque la decisión haya sido adoptada por el Papa, en realidad habían sido los discípulos y seguidores de Cristo los que habían ido poco a poco olvidando o desplazando las viejas creencias y creando las condiciones adecuadas para que no solo se conmemorase la muerte y resurrección de Jesús (recordemos que los primeros cristianos celebraban la Pascua de Resurrección al mismo tiempo que la Pascua hebrea que conmemoraba la liberación del pueblo judío de la esclavitud en Egipto, hasta que en el primer Concilio de Nicea se produjo la separación), sino también su nacimiento, completando así, seguramente sin haber pensado en ese detalle, el ciclo vital de la naturaleza: el nacimiento se produce en la estación fría, al inicio del invierno, y la resurrección se celebrará en primavera, cuando la tierra florece y muestra todo su vigor creador aletargado durante el invierno. Por tal motivo, cada vez que colocamos en nuestras casas el belén, estamos evocando una de las fases de ese ciclo natural de nacimiento, muerte y resurrección.

Pero no basta lo que antecede para explicar el maravilloso misterio que rodea todo lo que tiene que ver con la Navidad y que acaba contagiando a cuanto se relaciona con ella, condicionando hasta la supervivencia de las figuritas rotas, que es el hilo conductor de este pregón. El propio deseo de los cristianos de celebrar el nacimiento de Jesús, que desconozco cuando surgió o cuando alcanzó su mayor intensidad, debía tener una finalidad que desbordaba la meramente conmemorativa de un hecho, y yo pienso que, de alguna manera, expresaba el anhelo de esa chispa divina que habita en todo ser humano de conectar con la divinidad de cuya naturaleza participaba, empezando por el aspecto más accesible por su sencillez: con la celebración de la llegada de un nuevo niño al mundo, pero dándose la circunstancia de que ese Niño era Jesús…

Como la Navidad es el crisol en que se funden las profecías de los profetas del Antiguo Testamento que anunciaban la llegada del Mesías y también el punto de partida del cristianismo, transcurridos más de veinte siglos de aquel acontecimiento es evidente que todo lo que aparece vinculado a la Navidad (las reuniones familiares, los regalos, la ilusión de los niños y de los mayores, el recuerdo esperanzado de los que están temporalmente ausentes, y el recuerdo melancólico de los que ya se han ausentado para siempre) está rodeado de un halo mágico que, a pesar de que todos nos zambullimos en el torbellino de compras, que tienden a rebasar los límites de lo razonable, y participamos en banquetes donde se consumen cantidades de dinero que en otros meses del año sería impensable gastar, impregna todo lo que está relacionado con ella, y por ese motivo nos cuesta muchísimo deshacernos de lo que tiene vinculación con ese tiempo tan especial que, cada vez que retorna, permite aflorar los buenos sentimientos con mayor facilidad que en otras épocas y, entre esas cosas y objetos están las figuritas del Nacimiento. A modo de ejemplo, y esto quizás lo recordarán las personas de más edad, antiguamente el pan no solía tirarse, y si se tiraba ese acto se ajustaba a una liturgia muy curiosa, vista con los ojos actuales: cuando el pan duro o sobrante no era aprovechado para incluirlo en la dieta de los animales de la granja o corral, rara vez acababa en la basura; y si había caído al suelo y se había manchado, antes de lanzarlo al cubo de los desperdicios se besaba. Sí, se besaba: yo lo he visto hacer muchas veces y, aunque me llamaba la atención ese gesto tan sorprendente, una vez asimilado el gesto y la costumbre todo se acababa viendo como absolutamente normal. Supongo que alguna relación tendrá ese trato especial que se aplica a determinados alimentos con el hecho de que el pan se utilice en la Eucaristía, y que es uno de los dos alimentos que se utilizan en el momento de la Consagración… -si bien lo cierto es que con el vino no he visto hacer el mismo gesto, solo con el pan… quizás sea porque el vino no se suele tirar-; sin embargo recuerdo que un estudiante sirio de medicina en Oviedo me dijo que ellos, los musulmanes, hacían lo mismo cuando el pan se caía al suelo o se estropeaba y ya no estaba en condiciones de ser consumido: primero lo besaban y luego lo tiraban a la basura, por lo que creo que ese beso de despedida al pan más bien tiene relación con el hecho de que el pan es el símbolo casi universal del alimento, no solo de la Eucaristía, y por ser el remedio contra el hambre, hasta cuando nos deshacemos de él se le brinda un saludo o beso a modo de despedida que, en realidad, es un signo de respeto, como las reverencias que se hacían en otra época a las personas revestidas de dignidades y títulos…

Como pueden comprobar, estamos rozando el tema de los símbolos más profundos, del anhelo de inmortalidad que tiene el ser humano y al que el cristianismo da una respuesta esperanzadora, que precisamente se vincula a ese Niño Dios cuyo nacimiento en Belén seguiremos conmemorando cada año, aunque nunca lleguemos a saber en qué fecha exacta sucedió. Y esas figuritas que se han roto espontáneamente o no, y que reparamos e intentamos salvar repetidas veces en años sucesivos, participan del fulgor de la Navidad, de nuestras alegrías y tristezas, especialmente las que se han producido y extinguido durante el año que transcurre desde que las envolvemos y guardamos cuidadosamente en cajas de cartón hasta que el año siguiente las sacamos de su lugar de hibernación para instalar un nuevo belén, y es cuando descubrimos las averías producidas en sus anatomías de barro. Al igual que nos sucede a nosotros, aunque no de la misma forma, las figuritas envejecen a nuestro lado y nos sirven de magnífico recordatorio de la levedad de la vida y de la velocidad con que la misma transcurre. Y como las figuritas de barro no pueden tener arrugas y achaques varios como los que padecemos los humanos, únicamente nos pueden manifestar su decadencia física y el transcurso devastador del tiempo fracturándose una pata, un brazo, un pico y hasta la corona de un Rey Mago de Oriente.

Incluso me atrevo a hacer una afirmación que quizás no sea fácil de aceptar sin más: las figuritas rotas del Nacimiento no solo nos recuerdan que la vida es poco más que un soplo, sino que, además, nos ayudan a fijar la atención en aquellas personas -de nuestra familia o entorno o ajenas a ellas-, que han sufrido en su propio cuerpo las consecuencias de la sinrazón o, simplemente, la crueldad irracional de otros. Me refiero, por ejemplo, a los niños y jóvenes de Camboya que han sufrido mutilaciones a causa de esas imperdonables minas antipersona y para quienes trabaja Monseñor Enrique -o Kike- Figaredo, el Obispo de Battambang. Me impresionó una entrevista publicada en diciembre de 2007, no sé si en El País o en otro periódico, donde hablaban varios de los niños y adolescentes a los que ayudaba Kike Figaredo. Yo la encontré en internet: en ella habla Chaneng, quien perdió las piernas y el brazo izquierdo al pisar una mina antipersona mientras con su hermano buscaba madera para hacer una casa, y, pese a todo, dice lo siguiente: «…Nuestro cuerpo puede estar discapacitado, pero nuestro corazón no lo está…«.

También hay otras personas que, de alguna manera, simbolizan las figuritas rotas de nuestros Nacimientos. Son aquellas que hemos conocido a lo largo de nuestra historia personal y con las que, incluso, hemos compartido aula en el colegio, en el instituto o en la Universidad, o el grupo de amigos, sin descartar a las que conocimos en el trabajo, y hasta aquellas otras con las que nos hemos relacionado sentimentalmente, y que, sin entrar a valorar los motivos de su descarrilamiento en esa línea férrea que es la vida, intuimos o sabemos que andan perdidos, y que necesitan alguna voz que, como una orden, les diga algo similar a lo que Cristo gritó ante la tumba de su amigo Lázaro, «…¡Lázaro, sal fuera!…«, para que abandonen su inmovilidad, recuperen la confianza en sí mismos y se libren de las mortajas y ataduras simbólicas que impiden que en ellos renazca la esperanza y que puedan llegar a comprender el sentido último de la vida. Quizás no sea yo el más adecuado para aconsejar abrir el propio corazón a quien lo pueda necesitar, porque debido a mi experiencia profesional tengo una visión que más bien se inclina hacia el pesimismo en relación a lo que es y a lo que hace el ser humano, así como en relación a los móviles de su conducta, premisas que no me ayudan a llegar a conclusiones demasiado halagüeñas al respecto, pues en la cabeza siempre me ronda ese refrán que dice que «…Por la caridad entra la peste…«; pero sucede que, al mismo tiempo y desde la primera vez que la escuché nunca olvidé una de las frases emblemáticas que pronunció el Papa Juan Pablo II (creo que fue al principio de su pontificado) y que, pese a la terrible decadencia física de sus últimos años, no parecía que hubiera renunciado a ella: «…¡No tengáis miedo!…» …No tengáis miedo…

Otra Navidad se acerca rápidamente a nuestras vidas y, después de unas semanas en que habrá un poco de todo… alegría, ruido, regalos, nostalgia… se alejará en silencio, casi como lo hicieron los Reyes Magos tras visitar y honrar al Niño Jesús, pues decidieron abandonar el país sin pasar de nuevo por el palacio de Herodes, quien se había mostrado muy interesado en obtener información acerca de aquel Niño y no precisamente con buenas intenciones. Pero como la vida es una gran escuela en la que siempre estamos aprendiendo, hasta el último día, habremos dado un gran paso adelante si nos reconocemos en esas figuritas de barro que a veces se rompen -como le sucede al ser humano en muchas y variadas circunstancias- y que hay que rehacer, del mismo modo que nosotros tenemos que sobreponernos a las adversidades; y daremos otro paso aún mayor si somos capaces de percibir a las personas que tenemos cerca y que, por diversos motivos, también han sufrido pequeñas o grandes roturas en su cuerpo o en su alma, y decidimos ayudarlas a reparar los destrozos.

¿Se corre algún riesgo al hacer esto? …Pues sí, es evidente. Ninguna actividad humana está libre de peligro, y no cabe descartar que nuestra labor nos ocasione más de un disgusto y varios dolores de cabeza. Pero la satisfacción de ver la figurita rota que hemos reparado para que pueda reintegrarse al belén, donde volverá a ocupar su sitio y a brillar, no tiene precio; por tanto, sin renunciar a la virtud de la prudencia, podemos guiarnos por las antes citadas palabras del Papa Juan Pablo II: «…no tengáis miedo… no tengáis miedo…» y seguir adelante. «…No tengáis miedo…» …Por alguna razón, creo que finalizar con estas tres palabras llenas de esperanza es una buena manera de concluir el Pregón.

Feliz Navidad a todos.»

Luis Roda García – Gijón, 4 de diciembre de 2015

 

Texto del Pregón de Navidad 2014 – Asociación Belenista de Gijón – Dª. María Teresa Álvarez García

19 Dic 14
Presidencia FEB
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En la tarde-noche de hoy, viernes 19 de diciembre de 2014, ante el numeroso público que llenaba la Iglesia Parroquial de San Pedro de Gijón, en un acto amenizado por el coro parroquial de San Pedro, dirigido por Calina Felgueroso, y el coro de Padres del Colegio de la Inmaculada, dirigido por el P. Pedro Cifuentes, Dª. María Teresa Álvarez García, escritora y periodista, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


María Teresa Álvarez García, escritora y periodista, pregonera de la Navidad 2014 en Gijón (19/12/2014)

María Teresa Álvarez García, escritora y periodista, pregonera de la Navidad 2014 en Gijón (19/12/2014)

La Navidad es un canto de amor

«Empuja el viento rebaños de copos
por el bosque invernal como un pastor,
y más de un abeto siente que pronto
se hallará nimbado de luz y amor;
y escucha un rumor distante. Resuelto
tiende sus ramas por senderos blancos,
y hace frente al viento y crece soñando
una noche de gloria y majestad.
(“Adviento”, de Rainer María Rilke)

Con este poema, «Adviento» de Rainer María Rilke he querido comenzar mi pregón de Navidad, que amablemente me ha encargado la Asociación Belenista de Gijón. Muchísimas gracias. Me siento muy honrada y es un honor que os hayáis acordado de mí.

Recuerdo que cuando la presidenta de la Asociación me propuso ser la pregonera fue en un acto en el que presentaba uno de los programas de Mujeres en La Historia, invitada por Virginia Álvarez-Buylla en el Ateneo Jovellanos. Le dije que sí, sin pararme a pensar que había hecho el de Oviedo y que no es lo mismo hacer el pregón de las fiestas de determinada localidad y las de otra colindante porque cada una tiene su personalidad y costumbres, mientras que en la Navidad, en los belenes, casi no existen diferencias.

La Navidad es un canto al amor. La familia siempre importante es, en estas fechas: el núcleo que nos une. La Navidad es la sonrisa y emoción de los niños, la luz en la oscuridad, el germen de la primavera en nuestros corazones.

Con lo cual es muy difícil que no me repita en mi intervención de esta tarde pero lo intentaré. Por ello me haré eco de diversas poesías y de otros hermosos textos que hablan de la Navidad. También introduciré una pequeña reflexión sobre las figuras y diseños de los belenes, en los que vosotras las asociaciones de belenistas jugáis un papel tan decisivo.

De hecho la presencia de belenes en nuestros pueblos y ciudades es mucho más importante en los últimos tiempos gracias a vosotros. Ahora, ya empieza a ser frecuente desplazarse a localidades vecinas para disfrutar con la contemplación de algunos de ellos. Lo cual, inevitablemente, me retrotrae a la niñez cuando en Candás recorríamos todas las casas donde instalaban belenes para cantar villancicos. Belenes importantes, porque bien es verdad que en aquel tiempo en casi todas las familias se tenía un pequeño belén o nacimiento. Preciosa costumbre que fue desapareciendo y que, en los últimos tiempos, afortunadamente se está recuperando. Ya Gerardo Diego se quejaba de quienes no seguían jugando con sus hijos o nietos a armar nacimientos con figuras de barro.

Las pajas del pesebre
niño de Belén
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel.
Lloráis entre pajas,
del frío que tenéis,
hermoso niño mío,
y del calor también.
Dormid, Cordero santo;
mi vida, no lloréis:
que si os escucha el lobo,
vendrá por vos, mi bien.
Dormid entre pajas
que, aunque frías las veis,
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel.
(«Las pajas del pesebre», de Lope de Vega)

Así reflejaba Lope de Vega su sentimiento navideño… sin olvidar el futuro de aquel Niño que llegaba al mundo para hacerse como nosotros siendo Dios. Creo que era San Agustín quien escribía: «Dios se hace hombre para que los hombres se hagan Dios«.

La Navidad es el misterio más hermoso de la humanidad. La alegría del corazón. La noche más entrañable que no debe dejarnos indiferentes. Es frecuente, sobre todo entre personas mayores, el lamento ante la tristeza inevitable, fruto de la desaparición de muchos seres queridos. Ausencia que esa noche en la que el Amor llega a la tierra se hace mucho más dolorosa. Mi consejo -que yo intento llevar a la práctica- es pedirles a todos esos seres queridos que ya no están, que me ayuden a volcarme con los demás para hacerles más felices estas fiestas. Intento, por ejemplo, que mis sobrinos, además de mi cariño, sigan percibiendo el de su abuela, mi madre, que ya no está. Os aseguro que da resultado.

La Navidad, misterio de amor, de espiritualidad, nos invita a un mayor acercamiento a la existencia de Dios y a manifestar nuestro amor y mejores deseos a los seres queridos. En este sentido me gustaría hacerme eco de unos hermosos párrafos entresacados de una carta que Rainer María Rilke escribe a su madre:

«Nuestra vida es rápida y breve. Dios es en cambio, lento y sin fin. Por eso siempre surgen momentos donde lo uno no parece compatible con lo otro. Pero nosotros no deberíamos saber cómo se unen, sino solo estar ahí, con el corazón abierto ante el misterio de que lo grandioso еncuentre su espacio en lo pequeño y de cómo en la intensidad de пuestra existencia puede condensarse un instante de eternidad que viene a coincidir con la ininterrumpida eternidad de Dios. Sean estos, mamá querida, nuestros pensamientos comunes en la hora más espiritual de esta antigua y santa festividad y que el ánimo y el valor fluyan hacia tu corazón en paz y plenitud» (Rilke).

Profundos sentimientos… La Navidad, antigua y santa festividad, hecha de humildad y de ternura, nos invita a recibir, con los ojos bien abiertos, la Luz que esa noche llega al mundo. Esa acogida al Dios Niño en nuestros corazones, debe manifestarse en gestos de solidaridad, de apoyo para con los más necesitados, convirtiéndonos para ellos en una auténtica Navidad. Tengo un amigo que dice que deberíamos ser como auténticas placas solares que reciben la luz del Amor en la Navidad y que luego la expanden a los demás.

San Josemaría Escrivá, decía de la Navidad: «Ese misterio, en su oscuridad, es una luz que guía la vida de los hombres.«

¿Quién ha entrado en el portal,
en el portal de Belén?
¿Quién ha entrado por la puerta?
¿Quién ha entrado, quién?
La noche, el frío, la escarcha
y la espada de una estrella.
Un varón -vara florida-
y una doncella.
¿Quién ha entrado en el portal
por el techo abierto y roto?
¿Quién ha entrado que así suena
celeste alboroto?
Una escala de oro y música,
sostenidos y bemoles
y ángeles con panderetas
dorremifasoles.
¿Quién ha entrado en el portal,
en el portal de Belén,
no por la puerta y el techo
ni el aire del aire, quién?
Flor sobre impacto capullo,
rocío sobre la flor.
Nadie sabe cómo vino
mi Niño, mi amor.
(«¿Quién ha entrado en el portal de Belén?», de Gerardo Diego)

Estos versos de Gerardo Diego nos pueden introducir en lo que son las escenificaciones con las que la humanidad recuerda lo sucedido en Belén hace 2014 años. En esto sí que vosotros sois expertos pero me gustaría pasar aunque sea de puntillas por algunas de las representaciones belenísticas.

Yo me imagino que también en este mundo de los belenes existirán las modas y habrá gustos para todo, aunque los pasajes o escenas siempre serán las mismas: la visita del ángel del Señor a María, el encuentro de la Virgen con su prima Isabel, el castillo de Herodes donde ordena matar a los niños recién nacidos, la huida a Egipto, los tres Reyes Magos y, en el centro de todo, el portal con María, José y el Niño Jesús que acaba de nacer.

Todo ello se puede colocar en una gran superficie con distintos ambientes, o en dioramas separados y dedicado cada uno a un tema concreto.

Pastores y pastoras,
abierto está el edén.
¿No oís voces sonoras?
Jesús nació en Belén.
La luz del cielo baja,
el Cristo nació ya,
y en un nido de paja
cual pajarillo está.
El niño está friolento.
¡Oh noble buey,
arropa con tu aliento
al Niño Rey!
(«Nochebuena», de Amado Nervo)

Así describe Amado Nervo el ambiente de los belenes.

Llegada a este punto me gustaría detenerme en los diferentes tipos de figuras y paisajes, aspectos estos que determinan el estilo de los belenes. Así tenemos:

  • Los bíblicos, hebreos o palestinos que intentan seguir el modelo tradicional, es decir, reproducen el ambiente de la Palestina cuando nace Jesús.
  • Los regionales o locales, con paisajes cercanos, conocidos, propios del lugar donde se monta el nacimiento. Las figuras representan personajes que responden a los tipos regionales y a las costumbres del lugar. También en este tipo se pueden utilizar figuras vestidas como lo hacían en el siglo XVIII según los famosos belenes napolitanos.
  • Y los belenes modernos que responden a los cánones del arte actual tanto en materiales como en técnicas no convencionales.

Comento esta distinción entre belenes para haceros partícipes de un pensamiento, reflexión, surgida al evocar los belenes de mi niñez…

Nunca olvidaré el verdor, la tupida alfombra de musgo -mofo, como lo llamábamos en Candás- con la que cubríamos las elevaciones de cartón simulando montañas… El papel de plata dando vida a improvisados riachuelos.

Ha crecido la Navidad en nuestras manos. Ha crecido
como una rosa de oro en el techo del mundo,
como una flor transparente y lejana en la ciudad
que amé, que amamos en los días de invierno.
Navidad, niño perdido entre la nieve mansa
de diciembre. Teníamos entonces
la edad primera de los campos -ese leve verdor
de alguna rama todavía frutal y misteriosa-.
El musgo nos hacía cosquillas en los dedos y madre
olía a mazapán y fuego lento, y todas las preguntas
volaban a sus ojos por un camino lleno
de luces amarillas y manteles en flor.
(«La otra Navidad», de Alfredo Díaz de Cerio)

De esta forma recordaba su Navidad Alfredo Díaz de Cerio. Es posible que yo, al rememorar ese recuerdo feliz de la niñez, haga que mi corazón añore aquellas imágenes inolvidables; las ovejas triscando las laderas, la hilandera, los ríos serpenteantes…

Aunque no es solo la añoranza lo que me lleva a reivindicar los nacimientos con paisaje asturiano donde predomine el verde. Me gustan los belenes llamados regionales porque pienso que tanto los lugares como las figuras pueden reflejar el intento de personalizar ese gran acontecimiento en nuestras vidas.

No se trata de vestir a la Virgen y a San José con el traje regional asturiano sino de acogerlos nosotros en nuestro medio habitual.

Yo me imagino el portal de Belén en un bonito rincón de Candás o Gijón desde el que se vea el mar y que sea la representación de sus gentes quienes se acerquen al portal y creen escenas propias.

Yo vengo de ver, Antón,
un niño en pobrezas tales,
que le di para pañales
las telas del corazón.
(«Yo vengo de ver», de Lope de Vega)

Bien es verdad que la Navidad debe inundar nuestros corazones, al margen de las representaciones que se hagan. Pero pienso que es hermoso plasmar ese acontecimiento en nuestras costumbres, en nuestro ambiente. Las escenas bíblicas son las que son y no deben cambiarse. Pero el entorno, y todas las figuras, el atrezzo diríamos, podíamos hacerlo nuestro, más personal.

En este sentido me gustaría destacar, según he leído, que en la Provenza se incluyen en los belenes los denominados santons, figuras de arcilla pintadas que representan todos los oficios y profesiones tradicionales de la región.

Ya sé que para documentarte sobre los oficios ya desaparecidos en nuestra región hay otros sistemas y caminos, pero no estaría de más recuperar parte de nuestra historia representándola en el belén, como recuerdo a los que nos precedieron que también celebraban las Navidades y con el interés añadido de conocer un poco más nuestro pasado.

El madreñero, el cestero, el alfarero… La pomarada, los hórreos y paneras con ristras de maíz… Los barrileros, las rederas, todos pueden tener cabida en la escenificación navideña.

Adoro la representación bíblica del belén pero pienso que sería bueno potenciar también este otro tipo de belenes. Creo que sería interesante integrar en los belenes nuevos elementos. No he podido verlo aún, pero me han dicho que precisamente la Asociación Belenista de Gijón ha elaborado en Parque Principado un belén en el que se reproduce el ambiente y la fisonomía de un pueblo del occidente asturiano.

El año pasado tuve la oportunidad de ver en Roma algunos de sus belenes –presepes como ellos los llaman- y que curiosamente no se retiran hasta después del bautismo de Jesús. Muchos de ellos llamaron mi atención precisamente por la actualización que presentan al crearlos en escenarios propios con distintos ambientes. Ambientes habituales en el lugar donde se hacen. Por ejemplo, el de Santa María de Trastevere se ubicaba en una maqueta de considerables dimensiones que representaba a la propia iglesia. Y en el de la parroquia de San Eustaquio se utilizaba el mismo modelo reproduciendo la plaza en la que se levanta la iglesia, con el ambiente del lugar cualquier tarde de fiesta, con tiovivo incluido. Es curioso porque, incluso, entre las figuras aparece la del Papa que se traslada al lugar a visitar al Niño Jesús.

Los dos se encuentran instalados de cara al exterior, en el pórtico del templo, por lo que pueden verse desde la calle, algo que me parece interesante porque no deja de ser una forma de exteriorizar nuestras creencias.

Vivimos momentos en los que una inmensa mayoría quiere convertir la Navidad en las fiestas del solsticio de invierno. Pero la Navidad no es una celebración más. Por ello los que creemos en el verdadero significado de estas fiestas debemos reivindicarlas. Ángeles, estrellas, belenes… tienen que ser la nota de alegría que llegue a nuestra vida para festejar el nacimiento de Jesús.

En la Navidad Jesús viene, llega a nuestras vidas para formar parte de ellas.

Jesús, el dulce, viene…
Las noches huelen a romero…
¡Oh, qué pureza tiene
la luna en el sendero!
Palacios, catedrales,
tienden la luz de sus cristales
insomnes en la sombra dura y fría…
Mas la celeste melodía
suena fuera…
Celeste primavera
que la nieve, al pasar, blanda, deshace,
y deja atrás eterna calma…
¡Señor del cielo, nace
esta vez en mi alma!
(«Jesús, el dulce, viene», de Juan Ramón Jiménez)

¡¡¡Feliz Navidad!!! Muchas gracias.»

María Teresa Álvarez García – Gijón, 19 de diciembre de 2014

Recorte Logo de la Asociación Belenista de Oviedo

Texto del Pregón de Navidad 2014 – Asociación Belenista de Oviedo – D. Luis Fernández-Vega

19 Dic 14
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En la tarde-noche de hoy, viernes 19 de diciembre de 2014, ante el numeroso público congregado en la Sala de Cámara del Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo, en un acto amenizado por la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo, D. Luis Fernández-Vega, catedrático de Oftalmología de la Universidad de Oviedo, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


Luis Fernandez-Vega, pregonero de la Navidad 2014 en Oviedo (19/12/2014)

Luis Fernandez-Vega, pregonero de la Navidad 2014 en Oviedo (19/12/2014)

Un canto a la esperanza

«Inicio mis palabras confesando que pronunciar ante vosotros este pregón me produce cierto desasosiego porque aunque he de hablar de algo sobre lo que albergo los mejores sentimientos y comparto con la muy amplia mayoría de la sociedad, lo llevo a cabo ante vosotros, la Asociación Belenista de Oviedo, que atesora infinito más conocimiento que yo sobre este tema.

Y la Navidad suscita -hasta en los menos fervorosos- sentimientos tan benéficos y fraternales, que contribuir a pregonarla y anunciarla en un acto como este supone un gran honor, por lo que estaré siempre en deuda, y por el que estoy muy agradecido a esta Asociación.

He querido abrir este Pregón navideño con la frase que Cervantes pone en los labios de don Quijote para recobrar el ánimo tras la malaventura de los sangüeses que -molidos a palos- los dejaron a merced de la noche y sus misterios: «Siempre deja la ventura una puerta abierta a las desdichas para dar remedio a ellas» (Miguel de Cervantes, Don Quijote, 1ª parte, cap. XV).

Es una frase de promesa con la que el caballero andante muestra el contento de que, al menos, su escudero Sancho hubiera salido indemne y, así, poder alejarse de allí antes de irse del todo la luz del día.

Hoy la traigo a colación como por alusiones, por afinidades, porque parece que nos acechan malos vientos, porque las noches son más largas y espesas y porque a todos, el sentido común parece decirnos que mejor es algo que nada o poco. La frase la interpreto -por su protagonismo en la escena de los sangüeses- como un canto a la esperanza, cuando casi todo parece negado. «Siempre deja la ventura una puerta abierta a las desdichas para dar remedio a ellas«.

La Navidad rememora un hecho que parece nimio y vulgar por la rutinaria frecuencia con que se produce, pero no es eso, porque, en realidad, parte en dos toda la Historia humana. Hay un antes y un después del suceso de Belén con el nacimiento de aquel Niño. Parece inverosímil que un suceso así pudiera producir tal cambio, un corte tan revolucionario como no lo ha habido, ni lo habrá jamás. La encarnación de Dios, revestida de las formas más humildes y asequibles a los hombres de carne y hueso que somos todos.

Puesto a evocar hoy aquel suceso, no me resisto -por el realismo excepcional con que lo plasma- a transcribir en este Pregón algunas de las palabras con las que Giovanni Papini califica y describe las circunstancias del mismo, esas que lo hacen tan especial: «Jesús nacen un establo«.

Un establo -un auténtico establo- es una casa de las bestias que trabajan para el hombre. El establo no es otra cosa que cuatro paredes toscas, un empedrado mugriento y un techo de vigas y de lajas. El verdadero establo es lóbrego, sucio, maloliente… y no nació Jesús por casualidad en un establo…

El relato de Papini es crudo, cortante, pero vale para una ocasión como esta; otra Navidad -la de este año- que nos coge a todos bastante desencantados y confusos, preocupados diría, aunque siempre con ganas de ver luces prometedoras de verdad y de bien en medio de la noche; ilusionados también al ver que nos sale al paso ese verde amigo del alma que es la esperanza. La esperanza que no es una agitada ilusión que a veces embelesa, sino que es promesa, pero soportada por una elevada seguridad de verse cumplida. Y un canto a la esperanza, por Navidad, eso quisiera que fuera mi Pregón.

Me parece significativo que, en esta posmodernidad histórica que vivimos -de la cultura de los sucedáneos y del «usar y tirar», de las afirmaciones teóricas y prácticas de «la muerte de Dios», del vacío y de la nada, del declinar de los valores que cimentaron la sociedad-, me parece significativo, repito, que con alguna frecuencia, en los mismos que predican el vacío o la nada incluso, se observen cosas sorprendentes y paradójicas, que parecen casar mal con sus ideas.

Sorprendente y paradójico es, por ejemplo, el caso del existencialista Jean Paul Sartre, pues en una Navidad, la de 1940, estando privado de libertad en el campo de prisioneros de Tréveris (en la Alemania nazi), le saliera de dentro escribir para esas fechas una pequeña obra de teatro que tiene su centro y argumento en el nacimiento de aquel Niño en Belén. Barioná se llama la obra y Barioná es el nombre del protagonista, el jefecillo de un pueblo de las afueras de Belén cuando se dieron aquellos hechos. Barioná es renuente al principio, cuando los vecinos deciden acudir a Belén, pero más tarde se decide él mismo a seguir a su pueblo interesado en el suceso. Acude con ellos a Belén y termina -así se cierra la obra- por abrir los ojos y convertirse -él también- al optimismo y la esperanza.

Aquellos folios de Sartre -nacidos en aquel clima de la incertidumbre y soledad de la prisión y con la muerte en los talones, gestados en su alma y queridos para representar la Navidad en el campo de prisioneros, escritos a escondidas y con miedo, también a contrapelo de sus ideas y creencias filosóficas, muestran que la Navidad no tiene fronteras; que es fiesta de todos; porque dice algo a todos, y cada uno puede ver en ella lo mejor y lo peor de sí mismo.

La obra lleva de la mano al lector a pensar lo que, sin duda, pensaría Sartre al escribirla: que la Navidad vale para las golosinas y las felicitaciones, pero sobre todo vale para los tiempos de crisis, como la suya entonces o, salvando mucho las distancias, la nuestra hoy. Vale, por supuesto, para los católicos y los creyentes, y para todo el mundo vale aunque sea ateo o existencialista como lo era Sartre, y, sin embargo, la recordó como ayuda para sobrevivir.

Creo yo que es en los momentos de apuro y desdicha cuando los hombres deciden sacar lo mejor de sí mismos y ponen incluso las razones, que tanto son y cuentan en el hombre, al servicio de las urgencias del corazón y del alma, empeñados en buscar salidas…

Y ello viene a lo que antes indicaba, que estas conmemoraciones de la Navidad -en pleno invierno y cada año- son una especie de tregua en que hasta los más reacios a serlo de verdad se sienten hombres y mujeres, y las gentes de bien se felicitan para desearse la paz, ideal por la que se brindó en el primer pesebre de la historia.

Por eso, -para estos tiempos del desencanto posmoderno y cuando algunas señales negativas pudieran asomar sobre nosotros- quiero reiterar que mi pregón es, sobre todo lo demás, un canto a la esperanza, por Navidad.

La esperanza, amigos, como dijo un noble inglés, es «una buena compañera de viaje«. Tan buena ella, como triste y negra debe ser la suerte que pintó Dante en su Divina Comedia, al rotular la puerta del Infierno con esa estremecedora y conocida frase que es la negación absoluta del futuro mejor: «¡Los que aquí entráis dejad toda esperanza!«.

Estamos regular y el horizonte no parece del mejor color posible. Sin embargo, porque el infierno que presenta Dante no ha llegado, hay que afirmar con serenidad y rotundamente que no todo está perdido; que se puede volver de los malos pasos que se han podido dar; y que hoy puede ser todavía la hora de luchar por lo nuestro, de la mano de la esperanza que, al simbolizarse verde, es promesa de primavera y vida.

Los oftalmólogos podemos llamarnos, más que nadie, enamorados de la luz, amigos de la luz y luchadores por la luz. Es nuestra misión y oficio poner luz en los ojos cansados o enfermos. Hay veces que no podemos, pero nuestra voluntad es la misma: apostar siempre por la luz y hacer todo lo posible por conseguirla.

Mi pregón -ante la inminente Navidad- quiere ser eso mismo: una apuesta seria y firme por la luz y un apunte para mirar las sombras, pero solo para dejarlas atrás.

Hay esperanza y nosotros lo pregonamos…

Yo creo -hoy tal vez más que nunca- en los hombres y mujeres y en sus posibilidades de futuro a pesar de todo…

Yo creo en la verdad y me parece imposible que haya gentes que la malversen o la confundan haciendo de lo blanco negro…

Yo creo firmemente que la esperanza está hecha de algo más que de sueños e ilusiones o de complacencias vanas. Creo que la esperanza es «la primera semilla del alma racional y la fuente de la vida» como dijo hace siglos Filón de Alejandría, y lo creo mucho más que lo que de ella dijera Chamfort en una de sus máximas: «un charlatán de feria que nos engaña sin cesar«.

Yo creo mucho y seriamente en la Navidad. Y, porque creo en ella, creo también que las luces de la Navidad son benéficas, que no son puramente cosas de niños aunque los niños disfruten como nadie de estas fechas. Creo que componen e interpretan esas luces un canto a la esperanza.

Y creo que a pocos la Navidad no dice algo que en otros tiempos del año no se nos dice, o no se nos dice del mismo modo.

Creo, por eso, que es un tiempo oportuno para ver, a su luz, lo que nos pasa y buscarle el remedio como preconiza la frase de Cervantes.

Y tan especial ha de ser para tiempos duros y agónicos que hasta un descreído y negativista como Sartre, al recordar la Navidad desde su campo nazi de concentración, se dijo que merecía la pena pensar en ella y desdecirse, al menos un rato y aunque fuera por recurso vital, de sus negaciones y desesperanzas nihilistas. Lo que le salió en aquel momento fue recordar la Navidad y no sus ideas y lucubraciones de filosofía.

Los tiempos nuestros de hoy no son el infierno como antes decía recordando a Dante, aunque tampoco sean un camino de rosas o el dulce regalo de los sabrosos mazapanes que también nos trae la Navidad.

Esto es la tierra, hecha para sudarla, fertilizarla y ganarla.

Y en la tierra, para todo tiempo y más para los borrascosos o simplemente nublados días, tienen los hombres, y más los cristianos, la matriz de un mensaje alentador, porque -como recuerda otra vez Papini- este mensaje tiene el aval de su realismo y va vestido de esperanza.

Estoy convencido deque la Navidad sirve para todos, hasta para los que no la quieren tal como es. Y esta idea de la Navidad benéfica y alegre la brindo desde ahora, para unos días felices, abiertos más que nunca a esa esperanza que se necesita para sobrevivir. Porque es cuando esperanzarse se hace más apremiante y representa el primer paso hacia la regeneración individual y social que necesitamos.

Palacio Valdés, nuestro gran literato, abre su Testamento literario recordando la voz de uno mismo frente a las desdichas: «El más alto interés de la vida es saber para qué hemos sido llamados, y el porqué de nuestra existencia. Cuando bordeamos un abismo y la noche es tenebrosa, el jinete sabio suelta las riendas y se entrega al instinto de su caballo«.

Parecen dichas por el novelista para este tiempo y para esta Navidad. ¿No puede decirse con verdad que la Navidad pasa cada año ante los hombres como una «ola benéfica» recordando que, muchas veces, la buena voluntad hace más que las razones frías de nuestro entendimiento?

Termino: he querido que mi pregón fuera un canto realista, sonoro y positivo a la esperanza. Pienso que lo piden las fechas y lo reclaman los tiempos…

Y como los tiempos son de desencanto y confusión, me pregunto también, al cerrarlo, si nos quedan razones para la esperanza… Si aún podemos esperar…

Con la Navidad a la vista, he de contestar que sí, con tal que la buena voluntad de los hombres se imponga incluso a las buenas razones.

El mismo mensaje de Belén es mi mensaje:

«Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a todos los hombres de buena voluntad«.

Y lo de Cervantes que no sobra: «Siempre deja la ventura una puerta abierta a las desdichas para dar remedio a ellas«.

Gracias a todos.»

Luis Fernández-Vega – Oviedo, 19 de diciembre de 2014

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Texto del Pregón de Navidad 2013 – Asociación Belenista de Oviedo – Fr. Jesús Sanz Montes OFM

13 Dic 13
Presidencia FEB
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En la tarde-noche de hoy, viernes 13 de diciembre de 2013, ante el numeroso público congregado en la Sala de Cámara del Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo, en un acto amenizado por la Coral Polifónica de Llanera, Fr. Jesús Sanz Montes OFM, Arzobispo de Oviedo, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


Fr. Jesús Sanz Montes OFM, pregonero de la Navidad 2013 en Oviedo (13/12/2013)

Fr. Jesús Sanz Montes OFM, pregonero de la Navidad 2013 en Oviedo (13/12/2013)

«Siempre me sitúo con respeto ante eso de pregonar. Por supuesto que agradezco sinceramente la amable invitación de ser el pregonero de la Navidad de este año 2013, pero no es sencillo venir como alguacil de una Buena Noticia con la que está cayendo. Porque no se trata de un clásico «pasen y vean, compren de ganga que está en oferta»… y así colocarles lo que no necesitan y que luego Vds. me pagarán en incómodos plazos durante toda la vida. Ni tampoco se trata de contar cuatro cosejas para llenar de consejas el tiempo que les sustraigo. Menos todavía venir a alarmarles con titulares malagüeros de los que lamentablemente estamos tan sobrados y demasiadas veces nos arrugan la esperanza. Que ya lo he dicho alguna vez, me refiero a lo que al respecto dice el Espasa: pregonero es el «que publica o divulga una cosa que se ignoraba», es decir, «el que en alta voz da los pregones, publica y hace notorio lo que se quiere hacer saber a todos». Y es aquí en donde entra la cautela: depende lo que nos quiera contar el pregonero, así hará festivo o nefasto nuestro escuchar. Por eso, digamos antes de nada qué tipo de pregonero es el que aquí nos proponemos ejercer en esta noche.

No vengo para pregonar una verdad que pudiera tener tan solo mi medida, ni una belleza que solo contase con la firma de mi torpe ingenio, ni una bondad que sin más coincidiese con mi escasa virtud. La grandeza del pregón que quiero comunicar consiste en que, aunque lo canten mis labios, no me tiene a mí como autor, sino que me obliga a ser también oyente de una historia pregonada que coincide con la historia del mismo Dios. Ser pregonero de una Verdad, de una Belleza y una Bondad, que también se me dan a mí como gracia y como don, constituyéndome simplemente en su humilde vocero, es decir, en su portavoz.

Y como se dice en mi Madrid natal, que a las ocho de la tarde o das tú una conferencia o en caso contrario te la dan, no quisiera que este breve rato que pasaremos juntos sea reducido al toma y daca de un hablar por hablar. Ojalá que lo pregonado encuentre hueco, y que sirva, y que encienda la luz de la que trata la historia que casi como una canción de cuna o un cuento, les quisiera aquí y a esta hora contar con motivo del pregón de Navidad de este año 2013 aquí en nuestra Muy noble y muy leal – Benemérita – Invicta – Heroica – Buena… querida ciudad de Oviedo.

Vamos, pues, al pregón, que para eso nos han traído.

No era Oviedo, pero llegando estas fechas aquella ciudad tiritaba de frío. Las gentes iban y venían de aquí para allá. Cada uno embozado en su abrigo y bufanda al uso gustaban de la prisa como gastaban el desenfado, porque en el ambiente se olfateaba ya un aire de fiesta, como una magia esperada cada año. Sí, un ambiente festivo que pusiera guirlandas y bolas de color, luces y estrellas en medio de un no sé qué cuestarriba e inhóspito que te imponía su negrura con tantos momentos grises que terminaban siendo grises oscuros. Pero todo parecía conspirar como pidiendo tregua, como si fueran con banderas blancas que anunciasen una paz momentánea entre tanta desazón guerrera.

La lista siempre era ingrata, pero motivos para el hastío algunos decían que habían: los años que no tienen vueltas y nos hacen a todos un año más viejos; la enfermedad que te postra con las goteras de un achaque pasajero o de una dolencia fatal que te acorrala en el miedo; el paro de quien ha perdido su trabajo en la peor edad y el paro de quien en la flor de la vida no lo ha estrenado todavía; la soledad que te sobrecoge al sentirte incomprendido, arrinconado, rodeado de olvido ingrato; la decepción que tiene siglas cuando te defraudan los que creíste que de tantos modos te podían salvar, defender y representar; la falta de salida a los callejones tapiados por la insolidaridad en donde no brota nada verde porque allí nada pinta. Uf, uf, uf, cuánta losa que sin descanso te quita el aire que respiras y da la impresión de que te ahogas abrumado por la imposibilidad de los ensueños y la terquedad de tantas pesadillas. Sí, se entiende algo de aquella prisa de cuantos iban y venían asomados a las luces y coloreados por el tinte de una fiesta convenida. Pero entonces…, entonces me sucedió algo inaudito e inesperado.

Resulta que volví a pasar junto al escaparate de todos los días. Siempre me detenía a mirar curiosón, porque alguien allí ponía una nota de novedad de tiempo en tiempo, rompiendo así la monotonía de aquella plaza vivaracha que acababa siendo siempre igual. En aquella vitrina se iban asomando cosas y cosas, haciéndonos su guiño para reclamar nuestra atención con el paso de los meses. Pero hete aquí lo que de pronto reclamó toda mi atención. No tanto lo que en aquellas fechas se exhibía, sino alguien que miraba con una mirada especial, tanto, tanto, que hacía ridícula mi furtiva curiosidad.

Aquel día me fijé en una niña pequeña que apenas levantaba unos seis años de edad. Tenía sus ojitos todo fijos en lo que había tras el vidrio. Y su diminuta nariz, se había hecho todavía más plana y chatilla al pegarla contra el frío cristal. No sé qué me llamó más la atención, si lo que había en aquel escaparate o la parábola de asombro lleno de un inocente estupor que aquella pequeña me mostraba. Pensaba que verdaderamente necesitamos recuperar la capacidad de asombro, y volver a revestirnos de esa admiración que libera para bien el niño que todos llevamos dentro. Pero habría que remover la inercia de repetir sin más las cosas, deberíamos simielgar -como decimos por aquí en Asturias- la rutina para evitar que la fatiga de la cansina repetición termine por aburrir hasta nuestra esperanza. Porque corremos siempre el riesgo de caer en la vorágine cíclica de estar sin más dando vueltas a las cosas en la noria del hastío, llegando siempre tarde donde nunca pasa
nada, como decía el poeta.

Aquella tarde, el escaparate mejor tenía forma de mirada de niña y aquellos sus ojos fueron los que me movieron y conmovieron como nunca antes me había sucedido. Me detuve y le dije a la chiquilla:

– «¿Te gusta? ¿Qué es lo que te gusta de todo cuanto ves?».

Tras unos instantes de silencio que a mí se me hicieron interminables, su primera respuesta fue una infantil indiferencia: o sea, que no me hizo ni caso, que no despegó siquiera un milímetro su nariz de aquella pared transparente, y percibía que me hubiera querido decir si es que hubiera roto a hablar:

– «Oiga, señor, ¿me quiere dejar mirar en paz?»

Pero ni siquiera eso tan solo me dijo. Yo comprendía que, si no era una respuesta justa, sí al menos estaba ajustada a mi adulta impertinencia, algo así como si yo fuera -y creo que efectivamente lo fui- un inoportuno intruso que se empeñaba en distraer lo que tan ensimismada había robado del todo la atención de la pequeña, acaso tratando de descifrar la maravilla que se escondía tras el cristal aquel.

– «¡Pero, bueno!» -repuso una mujer joven que luego supe que era su mamá, acompañada por un niño mayor que la chiquilla, su hermano- «¿Así se contesta?»

Y como queriendo salvar la situación -evidentemente «mi» situación, no la de la niña-, terció el chaval para decirme algo como quien busca un aliado frente a la hermanita con la que intuía que tenía sus diferencias:

– «Es que mi hermana nunca había visto un nacimiento, y llevamos aquí un buen rato sin que la podamos arrancar -aseveró el crío-. Al principio hacía preguntas, pero luego le ha bastado con mirar».

Entonces dije yo:

– «Eso es que ella ya entiende todo, que reconoce a todos los personajes, y que, sobre todo, sabe bien la historia que se cuenta en este escaparate».

– «No señor, -finalmente intervino ella- yo no entiendo mucho, pero me he fijado en el portalito, en la mamá que tiene en sus brazos a su bebé, y que ese bebé era Dios. Me lo había contado mi abuela muchas veces, pero nunca lo había visto así en un Nacimiento de verdad».

Sin duda que era certero lo que aquella carita pegada al cristal había logrado individuar dentro de aquel fantástico Nacimiento tan prolijo de detalles, con tanta precisión artística y ambiental de la época. Una mamá con su bebé en brazos, y que aquel bebé era nada menos que Dios.

– «¿Quieres que te cuente la historia de aquella noche?», le dije a la niña.

Y los dos hermanos respondieron a coro un sí grande que arrancó de la madre un guiño de complicidad. Y comencé a relatarles lo que su buena abuela muchas veces les habría contado junto al fuego de la chimenea en largas tardes de invierno. Ellos me escuchaban embelesados como si quisieran comprobar cuánto sabía su anciana abuela, o qué detalles le faltaba a ella por contar.

Bueno, pues… Érase una vez que se era, que ocurrió hace cosa de dos mil años ya. Las crónicas de la época nos lo dibujan en una noche, al abrigo de una gruta que recogía los ganados en unas majadas cercanas a un pueblecito muy pequeño que se llamaba Belén en la región de Judea. Aparentemente no había cita previa, sino tan solo el cumplimiento del tiempo de Dios que desde hacía siglos venía avisando que iba a nacer aquel especialísimo bebé, que era su Hijo querido, y que nos lo enviaba como el Mesías para nuestra salvación. Era joven aquella mujer, primeriza mamá. Tenía en sus brazos a su recién nacido, al que amamantaba, al que acariciaba, al que decía ternuras mientras miraba sus ojitos de luna. ¿Qué canción le cantaba María a aquel pequeño de sus entrañas? Aquel a quien estrechaba contra su pecho, era Dios, nada menos que Dios.

¿Cómo nos podríamos imaginar la llegada de Dios a nuestra vida? Quizás como una imponente rueda de prensa en la que se comunicasen con detalle los pormenores más curiosos. O, tal vez, como una gran parada de fuerzas multinacionales donde exhibiesen con tronío y alharaca todo su poder. Para otros, acaso, tan solemne advenimiento debería llegar en medio del «glamour» de una escenografía del famoseo bien cuidada, de esas que no alumbran la oscuridad de nadie, pero que deslumbran la vanidad de tantos.

Tal vez, desde nuestra mejor buena voluntad, no se nos habría ocurrido mejor método para vender bien las verdades de Dios y acrecentar su eterno prestigio. Martín Descalzo escribió magistralmente que «los hombres, siempre aburridos y seriotes, se habían imaginado al Mesías anunciado de todos modos menos en forma de bebé… Esto tenía más aspecto de broma que de otra cosa. ¡No era serio! Y sin embargo aquel bebé, que iba a comenzar a llorar de un momento a otro, era Dios, era la plenitud de Dios. Y se había hecho enteramente hombre. El mundo que esperaba de sus labios la gran revelación recibió como primera palabra una sonrisa y el estallido de una pompa en sus labios rosados (J.L. Martín Descalzo, Vida y misterio de Jesús de Nazaret [Sígueme. Salamanca 1990]123). Por eso casi nadie se enteró. Pero no por ello Él dejó de venir. No por ello dejó de suceder aquel milagro. Era noche buena como pocas, una noche buena como ninguna. Y sucedió aquello que los sencillos esperaban porque Dios lo había prometido y en aquella hora cumplió para siempre. Dios hecho hombre, hecho historia nuestra capaz de brindar por nuestros gozos y sollozar con nuestro penar. Y para decirnos lo eterno, quiso aprender nuestra lengua a fin de balbucirnos un amor que no caduca, una paz que no claudica, una fidelidad que no traiciona. Verbum caro factum est. La Palabra se hizo carne. Dios se humanó para hacernos a nosotros verdaderamente hijos suyos y hacer posible la hermandad.

Y entonces, comenzó el desfile de aquellos improvisados adoradores con zurrones de pastor. Ellos se asomarían a la gruta con pudor, como queriendo mirar sin que les sorprendiese la mirada de aquella madre y su pequeño recién nacido, y la de un hombre fuerte y bueno que luego supieron que se llamaba José. Pero acabaron los pudores, y los empujones nerviosos con un «pasa tú primero»; y uno tras otro, aquellos pastores se fueron colando de rondón en aquel primer belén viviente de la historia. Arriba, sobre ellos, los mensajeros de antes cantaban como ángeles y seguían entonando sus tonadas de alegría y algazara, invitando festivos a dar gloria a Dios y a desear la paz a la entera humanidad.

Luego llegaron otros. Parecían sabios distraídos, magos de algún reino, que se dejaron conducir por una estrella amiga que había encendido todas sus preguntas y que les quiso conducir a la respuesta que más se correspondía con lo que les ardía en el corazón. Y aquellos sabios magos, sabios majos de verdad, fueron poniendo ante Jesús -que es como se llamaba el crío-, todo cuanto sabían y todo cuanto tenían: sus oros, sus inciensos y sus mirras.

A pocos kilómetros aparentemente todo seguía igual, sin que nada ni nadie hubiera percibido la novedad más novedosa de toda la historia jamás contada y jamás ocurrida. Pero aquello aconteció, tuvo lugar cuando un silencio todo lo envolvía y la noche estaba a la mitad de su carrera, hace ahora dos mil años, en Belén de Judá.

Los cristianos hacemos memoria de esa noche bendita, que por esa razón la llamamos nochebuena.

– «¿Y qué pasó después?», -dijeron los dos niños llenos de curiosidad.

Luego pasó que… aquello no quedó allí, que el milagro de aquella noche bendita fue poco a poco alcanzando todas las noches que vinieron después. Y así hasta nuestros días, hasta esta noche fría. Porque aquel niño que era Dios y que estaba en los brazos de su joven mamá, no vino sólo para aquellos pastores y aquellos magos de oriente, sino para toda la humanidad.

¿Que qué ocurrió después de aquella noche y como consecuencia de ella?

Sucedió que en medio de tantos apagones de las cosas que soñamos como más hermosas, Dios encendió en su Hijo una Luz que viene a iluminar esos sueños de lo mejor, encontrándoles su camino para que no terminen en triste pesadilla.

Sucedió que en medio de nuestras contiendas de todos los desencuentros, Dios quiso levantar su tienda de encuentro en donde experimentar su acogida de paz: la acogida propia de Quien no se escandaliza de nosotros, de Quien no se harta ni se fuga de nuestra pobreza y pequeñez.

Sucedió que en medio de nuestros despistes y extravíos, Dios ha encendido también para nosotros una estrella que nos guía discreta hacia la meta que dibujó Él mismo pensando en nuestra felicidad.

Aquellos dos niños volvieron a mirar el belén de su escaparate, y pegaron nuevamente su pequeña nariz al cristal. Los ojillos se les encendían porque aquella maravillosa escenografía de un belén contaba una historia de la que también ellos formaban parte. Porque esta fue la intuición de la historia de los nacimientos y belenes que diera comienzo el bueno de San Francisco de Asís cuando quiso montar el belén aquella nochebuena de Greccio de 1223. Sí, todos formamos parte de esa historia, y antes o después, cada uno con su circunstancia y su momento estamos dentro del escaparate de la vida en donde Dios sigue naciendo como bebé para crecer con nosotros, tengamos la edad que tengamos.

Las bajas temperaturas hacían que sus pequeñas narices se pusieran coloradas, asomadas como estaban encima de su bien apretada bufanda azul. Los ojillos de aquellos chavalines se esforzaban en no perder ripio de cuanto avistaban en el vaivén de ese ambiente casi mágico cada vez que llegaban los días previos de Navidad. Era una puesta de largo anual, que se esperaba viendo las hojas del calendario caer, como caen de los árboles frondosos las suyas al adentrarse firme el otoño. Aquellas hojas sencillas, hojas hermanas, que nos brindaron otrora el mejor oxígeno con su clorofila, o la sombra reparadora en el acoso del sol de estío, ahora nos alfombraban los caminos poniendo música a nuestros pasos con su rítmico clás-clás. Todo era un paisaje conocido que llenaba de luz y de inocencia los días más especiales del año.

Ah, que me olvidaba, tampoco faltaba ese olor inconfundible que la anciana castañera iba regalando desde su rincón en los soportales de la plaza, según removía con la vieja espumadera el chisporroteo en su bidón con agujeros que hacía brincar las castañas que se abrían para gritarnos su calidez e invitarnos a su sabor dulce y sin igual en un amagüestu navideño.

Sí, todo se concitaba en una especie de fiesta esperada con la ilusión de lo verdadero: los escaparates, los árboles iluminados, los motivos colganderos en las calles principales, el ambiente de regalo reestrenado y de perdón sincero. Todo era, como decía el gran poeta Rilke, una conspiración… pero en este caso una conspiración buena, una conspiración bendita.

Los sones de las pastorelas, con sus estrofas más tiernas para el Niño Dios, su Madre bendita y el discreto San José, o los villancicos con sus versos más ingeniosos de una picaresca graciosa e inocente, también ponían su nota -nunca mejor dicho- en esa fiesta orquestada de un nacimiento viviente.

Queridos amigos: aquí y ahora estamos nosotros, testigos de esa noche dos mil años después. Y lo somos en medio de nuestros apagones, de nuestros fríos y nuestro estrés. No sólo vino Dios entonces, sino que viene ahora y después, para poner su luz que nadie puede apagar, su ternura cálida como la gracia, y su paz que llena de sereno sosiego nuestra agenda y nuestra alma.

Esta noche, ya a las puertas de la Navidad, quisiéramos seguir peregrinando hacia eso mejor de nosotros mismos de mil modos intuido y presentido, eso mejor que coincide con el destino último para el que fuimos creados. Zambulléndonos en la música que es hija de este tiempo bendito en que recordamos a Aquel que ya vino en Belén, a Aquel que volverá en Gloria al final de los tiempos, y a Aquel que se nos allega si acertamos a esperarle por los caminos que Él frecuenta.

La gélida noche, símbolo de tantos otros fríos que puedan anidar en nosotros y entre nosotros, deseamos que sea transformada por la cálida certeza de que todas nuestras preguntas han sido respondidas como nunca y para siempre en ese Dios nacido en nosotros y entre nosotros. En esto la música se hace dulce y delicado cómplice para abrirnos al estupor de la belleza, a la alegría serena, a la paz ensoñada. Dejemos también que la música navideña nos ponga en camino y nos convierta en romeros de un Dios que nos abraza con su acostumbrada cortesía.

Queridos amigos, entrañables hermanos, termino diciendo que estaba entrada ya la noche cuando a la mitad de su carrera un silencio todo lo envolvía. Y se sentía el frío del relente que hacía tiritero guardar a buen recaudo el aprisco de unas pobres ovejas, pero entonces algo inaudito sucedió. Aquellos pastores que estaban en tantas periferias nadie contaba con ellos. Pero llegó Dios, que sabía sus nombres, que conocía sus desvelos y vendaba sus heridas, ese Dios que se había hecho pequeño infante, fue a ellos a quienes primero mandó aviso de buena nueva con un anuncio de ángel. Es el gesto que el buen Dios no deja de repetir instante tras instante, en cada tiempo y lugar, con todos nosotros que estamos en las majadas de otros lares. Él sale al encuentro de nuestras soledades, pone luz en nuestra oscuridad, hace cálido el latir de nuestro corazón y en medio de nuestras trifulcas nos regala el don de la paz ese que hace posible todas las paces.

Es Navidad, amigos. Muchas felicidades, hermanos. Y mi deseo de un año próspero cuando llame a la puerta de nuestra calenda el 2014 que deseamos para todos bendito y mejor. Que Dios y nuestra Santina os bendigan y siempre os guarden.»

+ Fr. Jesús Sanz Montes, OFM – Oviedo, 13 de diciembre de 2013

Texto del Pregón de Navidad 2012 – Asociación Belenista de Álava – D. Pedro Pablo González Mecolay

22 Dic 12
Presidencia FEB
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En la tarde de hoy, sábado 22 de diciembre de 2012, ante el numeroso público que ha llenado la Iglesia de los P.P. Carmelitas de Vitoria-Gasteiz, en un acto amenizado por la coral infantil Leioa Kantika Korala dirigida por Basilio Astúlez, D. Pedro Pablo González Mecolay, gran impulsor de la fundación de la Asociación Belenista de Álava y expresidente de la misma, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


Pedro Pablo González Mecolay, pregonero de la Navidad 2012 en Vitoria-Gasteiz (22/12/2012)

Pedro Pablo González Mecolay, pregonero de la Navidad 2012 en Vitoria-Gasteiz (22/12/2012)

«Allá por el mes de abril, la Junta Directiva de la Asociación Belenista de Álava me propuso la realización de este Pregón. Y tras intentar esquivar el encargo, aduciendo que habría personajes más interesantes e ilustres que un humilde servidor, sobre todo para conmemorar las Bodas de Plata de nuestra Asociación, no tuve más remedio que aceptar el encargo.

En muchas ocasiones he tenido que explicar lo que pretendíamos a los pregoneros anteriores: «Habla de tus recuerdos más entrañables de la Navidad, de lo que hoy significan para ti familiarmente estos días y expresa un deseo a compartir con todo aquel que llegue a escuchar tu Pregón. Y todo esto con brevedad, no más de veinte minutos»… ¡Qué cruel es la vida que nos gasta estas malas pasadas!. Resumir en veinte minutos toda una vida dedicada al Belén. Pues bien vamos con él.

Como belenista quiero empezar compartiendo con ustedes una reflexión. Año 2012, dos mil doce años del nacimiento y encarnación de Dios en hombre. Aniversario del Misterio de la Natividad y por ende del nacimiento del Cristianismo.

Y es precisamente este año 2012, el que también marca el 25 aniversario de nuestra Asociación Belenista de Álava. Han transcurrido casi sin darnos cuenta dos décadas y media, desde aquel 17 de octubre de 1987, en el que un grupo de entusiastas belenistas participantes en el antiguo Concurso de Belenes de la Caja de Ahorros Municipal y el Padre Juan Cruz Apodaca logramos dar, por fin, forma legal a esta nuestra Asociación.

Hoy no se concibe la Navidad sin los típicos villancicos, los dulces y turrones, las compras, los regalos, las comilonas, la lotería, los adornos, los abetos, las calles iluminadas… Pero sobre todo, la Navidad en Vitoria no se concibe sin los belenes.

En múltiples e innumerables ocasiones me han preguntado el porqué de esta bendita afición. Y hoy quiero aprovechar para contestar y compartir con vosotros la respuesta. Pero para ello me tengo que remontar a la primera década de mi vida (1960-1970) y por supuesto a mis ancestros.

Vine al mundo un 2 de julio del año 1960, en las entonces recién estrenadas dependencias de maternidad de la Policlínica San José, asistida en el parto por la comadrona Purificación Sarralde e hija Mari Puri, tía y prima respectivamente de mi padre. Contaban que pesé al nacer 5 kgs y 200 gramos. Por lo hermoso y mofletudo estuvieron dilucidando si ponerme de nombre Juan, pues bastaba verme para recordar al bondadoso Papa Juan XXIII. Pero al final fue Pedro Pablo, por la proximidad del día de San Pedro y San Pablo. Y también, por qué no decirlo, por la influencia de la radio y sus novelas protagonizadas por Pedro Pablo Ayuso, Matilde Conesa y Matilde Vilariño. Fui bautizado con dicho nombre en la capilla de la Policlínica por el entonces capellán de la misma D. Gonzalo Vera-Fajardo.

En esta ciudad se enorgullecían aquellos años de tener una afición y tradición belenista de gran calado. Los belenes eran un referente, no solo en las Iglesias, sino también en Conventos, Colegios, Institutos, Hospicio, Psiquiátrico de las Nieves, Molinuevo, Capilla del Hospital, Hermanitas de los Pobres, Cuarteles, CIR de Vitoria, múltiples escaparates y particulares de todo tipo.

Era costumbre el visitarlos en familia, al igual que en Semana Santa los Monumentos al Santísimo. Vitoria en aquellos entonces contaba con 75.000 habitantes y la frase «Vitoria es un pañuelo» se debía a que se conocían todos.

Pero esa Vitoria, plaza militar por excelencia, cuna de estudios sacerdotales, ciudad comercial bien comunicada, se hallaba inmersa en una importante transformación motivada por la expansión industrial. Empresas como DKV-Auto Unión (Imosa), Forjas Alavesas, Michelín, Aranzábal, Ajuria y otras hicieron que cantidad de inmigrantes procedentes principalmente de Castilla-León y Extremadura asentaran su proyecto de vida en Vitoria, llegando casi a duplicar la población en el año 1970.

Y es precisamente en esta década donde se produce un decaimiento en la afición al belenismo. ¿Fue el Concilio Vaticano II con sus nuevas normas iconoclastas que invitaban a simplificar y quitar todo aquello que distraía la atención al culto? ¿Fue el cansancio originado por aquellos fastuosos montajes? ¿Alguno ha oído alguna vez la frase «¡Se armó el Belén!»? ¿Tuvo que ver algo la falta de relevo generacional? ¿Fueron los cambios de forma de vida de esa década con la llegada de la TV a todos los hogares?.

Lo cierto es que, exceptuando los belenes familiares y el belén napolitano del Museo Provincial, desaparecen o quedan aletargados casi todos, y de toda la larga lista anteriormente enumerada, solo dos se mantuvieron. Por un lado el belén de la Catedral Vieja, atribuido durante muchos años a Mauricio Valdivielso (hoy sabemos que su autoría es de Esteban de Agreda), y este se mantuvo pues el Presbítero de la Catedral, D. Félix Ortiz de Mendívil opta por dejarlo expuesto permanente en una caseta de madera en el paso a la parroquia de Santa María. Y por otro lado el de San Vicente, montado por el Sr. Manuel Ochoa de Aspuru todos los años, debajo del coro, en un pequeño trastero que hoy es una coqueta exposición de ornamentos religiosos.

La afición al belén me viene de cuna, ya que soy hijo, sobrino y nieto de grandes entusiastas del belén.

Hablemos primero de mi abuelo José Daniel (Pepe «el Rubio»). Trabajó de dependiente en la tienda de la calle Postas «Tejidos Aldama». Dos eran sus pasiones: el fútbol y los belenes. Con domicilio en el primer piso del número 3 de los Arquillos, a cincuenta metros de la Hornacina de la Virgen Blanca. Montaba unos espectaculares nacimientos en la alcoba del salón. Las figuras olotinas, de «Arte Cristiano» la mayoría, y algunas de Murcia. Con medios muy rudimentarios, pues además de los seis hijos, esposa y perro, en 75 metros de vivienda no había mucho espacio. Contaban tanto mi padre como mis tíos que, alguno de ellos, desde San Mateo hasta Candelas, dormía literalmente debajo del belén, pues sus camas quedaban bajo el tablado del mismo. Eran tiempos difíciles en los que el ingenio suplía con mucho a la escasez de dinero y medios. Recordaba mi padre que el abuelo utilizaba las escorias de la calefacción central del edificio de la Caja de Ahorros Municipal y que en algunas ocasiones las traía calientes y humeantes. Durante todo el año le guardaban en el estanco de la calle Mateo Moraza las cajas de madera de los puros, con las que Pepe, ayudado de una vieja sierra de pelo y un berbiquí, construía caseríos y edificaciones.

Todo el vecindario de Los Arquillos era conocedor del comienzo del montaje, pues las huellas del polvo blanco de la escayola llegaban, a veces, hasta el mismo pórtico de San Miguel. Mi abuelo presentaba el nacimiento al Concurso de Belenes de la Caja de Ahorros, aunque normalmente a nombre de alguno de mis tíos. Ganó varios premios, pero para Pepe el mayor reconocimiento y satisfacción era el continuo desfile de visitantes. Además de todo el vecindario, eran frecuentes las visitas de sacerdotes, seminaristas, militares de toda graduación, personajes de todo tipo y condición, algunos de ellos, según mi abuela, de alto postín. «¿A que no sabes quién ha venido?«, solía presumir orgullosa.

Sin duda la visita más esperada y temida era la del Jurado. Todo tenía que estar en su sitio, las figuras en pie, el musgo fresco y las luces funcionando. Aquellos belenes tenían un olor y un encanto muy especial. Presidían todas las celebraciones familiares en Navidad. Y si pensamos en los abuelos, tíos abuelos, hijos y nietos que en el año 1965 formaban la familia por parte paterna, os podéis hacer una imagen de la escena. Pero sin duda, el gran mérito de aquel nacimiento lo tenía el esfuerzo económico que la adquisición de aquellas figuras representó para una familia media vitoriana antes de la guerra y en la post-guerra.

Y como todo tiene un final y no siempre el más idílico, con el triste fallecimiento de mi abuela Ascensión en el año 1966, concluyó un ciclo de este belén, pues el abuelo lo dejó de montar y murió tres años más tarde plácidamente viendo un partido de fútbol en la TV, Real Madrid-Barcelona. El belén quedó retirado, dormido en cajas, hasta el año 1972, año en el que Miguel Ángel, «Kakel», mi tío, lo volvió a poner. Pero ya no en Los Arquillos. Recuerdo que montó un majestuoso nacimiento en los bajos del rascacielos de Zaramaga en el «Club Belén». Y posteriormente en varios de sus domicilios. Desde hace cinco años, jubilado ya, Kakel monta en la Iglesia de San Miguel de Murguía con las antiguas figuras del abuelo y muchas más que ha ido adquiriendo con posterioridad.

En tercer lugar, y no por ser el menos importante, más bien todo lo contrario, tengo que hacer una especial referencia al belén de José Carlos, mi padre, en casa. Antes de nacer yo, según consta en diplomas de premios del concurso de la Caja de Ahorros Municipal de los años 1957, 58, 59, 60 y posteriores. Mi padre montaba un espléndido nacimiento en el domicilio de Sancho el Sabio. Con figuras de menor tamaño, preferentemente murcianas, pero con cuidadas perspectivas, agua natural y juegos de luces. Todo un lujo para aquella época. Hoy todo esto se nos presenta fácil y asequible. Pero en aquellos años no existía el material tan sofisticado que hoy podemos conseguir, sin ningún impedimento, en comercios o en Internet.

Precisamente mis primeros recuerdos me remontan a una infancia muy temprana, 3 años, en la que seguía con inusitada curiosidad tanto el montaje día a día, como una vez terminada la obra. Recuerdo que me tenían que arrancar de aquella embocadura hasta para comer, por increíble que pueda parecerles a los que me conocen.

También vienen a mi memoria las gélidas visitas al belén de La Florida. No en vano se había inaugurado en 1962 y había salido Vitoria en el Telediario de la TV. Además mi padre trabajaba en Imosa (hoy Mercedes) mano a mano con Javier Vera-Fajardo, quien alternaba su trabajo con la Concejalía de Festejos del Ayuntamiento de Vitoria. Y conocedor este de su afición, las noticias del belén de la Florida estaban en casa de primerísima mano. También recuerdo, como si fuesen ayer mismo, las visitas que realizaba de la mano de mi padrino Antonio los meses de julio y agosto al Retén municipal, junto a la antigua Plaza de Toros, donde se realizaron en escayola los Reyes Magos, el pescador y otras figuras.

Pero en el año 1968, tras una dolorosa enfermedad, muere mi madre y mi padre queda viudo con 7 hijos, el más pequeño con siete meses. Esta situación altera la vida familiar y obliga tanto a mi abuela Jacinta como a mi tía Milagros a dedicarse en cuerpo y alma a nuestro cuidado. Los belenes quedan guardando un riguroso luto, pues mi padre se ve inmerso en una profunda depresión de la que le costó años salir. En mi caso, dado el especial apego que tenía hacia mi padrino Antonio y su hermana Rosa alterné largas temporadas en la calle Cuchillería con ellos. Ni qué decir tiene que me mimaron en exceso e intentaron satisfacer todos mis caprichos. Y como no pudo ser de otro modo, tras mi insistencia, me obsequiaron con un precioso belén, belén que exponían en el escaparate de su local comercial en Pío XII (Electricidad Víctor y Antonio).

Pero ese coqueto nacimiento enseguida se quedó pequeño. Y con trece años, ya en la década de los setenta, y ahorrando las pagas de los domingos, comencé a construir el que sería mi primer gran proyecto belenista. Conseguí que mi padre me ayudase con las luces y algunos detalles. Ganamos el Primer Premio de Belenes Familiares. Y volvimos a picarnos, y esta vez era la tercera generación de la familia presente en el Concurso de Belenes de la Caja. Los premios y menciones honoríficas se sucedieron año tras año hasta que fui a la mili en el año 1981.

Hubo un conato de Asociación en el año 1975 a instancias de D. José Luis Ramos y auspiciados por las asociaciones vecinas de Pamplona y San Sebastián. Pero por extrañas razones, que yo hoy todavía no alcanzo a comprender, nunca pasaron el filtro legal. Estuvimos funcionando sin entidad jurídica bajo el paraguas de la Caja de Ahorros Municipal y el Concurso de Belenes de la misma. En el año 1984 recibo avisos de múltiples personas para que contacte con un Padre Carmelita que tenía mucho interés en recabar nuestros servicios y asesoramiento. Fue difícil dar con él, pues cuando no estaba ocupado con la Cofradía de la Virgen del Carmen, lo estaba con los viajes de la Cofradía o la Peregrinación a Lourdes.

Pero por fin, a finales del mes de julio de 1984 conocí al Padre Juan Cruz Apodaca Ortiz de Guinea. Tenía él entonces 61 años y era la persona más activa y emprendedora que he conocido. Me comentó que tenían intención de montar un gran nacimiento, al igual del que ya se montaba desde principios de siglo y que se dejó de montar en el año 1966. La Comunidad de Vitoria, a instancias de la Cofradía, había decidido que se retomase nuevamente el belén. Desgraciadamente poco quedaba de aquellos antiguos montajes: algunas figuras sueltas, dos palmeras maltrechas y una oveja desorejada. Así pues, el Padre Juan Cruz se remangó el hábito y se puso manos a la obra junto a su primo ebanista el Sr. Altuna, empezando de cero. Con todos los antiguos bancos del comedor del colegio, que se había derruido para levantar las casas de la esquina, se realizaron caballetes y mesas. Juan Cruz era un experto electricista, relojero y técnico de radios. Arreglaba juguetes de todo tipo para la antigua Juguetería La Espejera y también electrodomésticos para la firma Electricidad Larrea. Se encargó de la dirección de la instalación eléctrica y de los equipos de megafonía no solo del Convento e Iglesia de Vitoria sino de muchos más. Sus compañeros en algún tiempo lo apodaron como el «Padre Enchufes». Con este currículo no era de extrañar que quisiese lucirse con la luces. Con motores viejos de máquinas de afeitar, relojes, lavadoras y hornos microondas creó «La Máquina», un artilugio que mecánicamente hacía en siete minutos el ciclo del día y la noche, el crepúsculo, el amanecer, canto de pajaritos y animales varios, y salidas para otros servicios que llegarían con el tiempo, como la aparición del Ángel, el tendedero con las ropitas y otros. «La Máquina», como él la llamaba, lleva funcionando desde entonces y créanme que es el asombro de quien la ve. También consiguió que la veterana Nati Garrido, encargada del antiguo belén de San Pedro, le hiciese casas y árboles.

Y así, hacia mediados del mes de noviembre, recibió las figuras que había encargado en Madrid y Olot. Las mismas que él recordaba de estudiante, pero nuevas y relucientes. Tras un mes de trabajo atroz, el «Nacimiento del Carmen» se inauguró, o más bien habría que decir se reinauguró, el sábado 22 de diciembre tras la misa de 12, y se mantuvo hasta el 2 de febrero. La aceptación de la feligresía y de Vitoria en general fue grande. Llovían las felicitaciones de todos los lugares. Obtuvo el Primer Premio del Concurso de Belenes. Juan Cruz quedó abrumado por el éxito, pero bastante cansado y agobiado por tanto trabajo.

Al año siguiente el compromiso era todavía mayor. Se había programado en TVE la retransmisión de la misa dominical del 29 de diciembre, desde precisamente el Carmen de Vitoria. ¡El belén saldría en la TVE!… Tras muchos tiras y aflojas, por fin logra convencerme para que me encargue del decorado del belén de ese año y él mejoraría «La Máquina» y la estructura. Nos pusimos manos a la obra el día de San José. Teníamos que modular el belén en trozos, de forma que pudiéramos transportarlo a la Iglesia sin problemas de puertas y, sobre todo, de peso. Fue la primera vez que tomé contacto con el poliestireno expandido, más ligero de peso que la escayola. Buscando formas de trabajarlo, pues nadie lo había usado en belenes hasta esa fecha. Con un viejo cuchillo de pelar patatas de la antigua cocina del colegio y una sierra de poliestireno muy rudimentaria, que fabricamos con cuatro hierros viejos de Permar y poco más, dimos forma al nacimiento del año 1985.

El nacimiento quedó espectacular. Lástima que una fuerte nevada en la fecha prevista impidiese la retrasmisión de la misa desde Vitoria. No importó, pues D. Ramón Alfaro nos regaló un reportaje gráfico con los mejores fotógrafos de Fournier y editaron una postal que con el tiempo ha dado la vuelta al mundo. Aquel año el belén fue reconocido con una Mención Honorífica Especial al no poder participar en el concurso, pues así lo estipulaban las normas, y porque no era ético que un miembro del Jurado participase.

Durante los meses de enero y febrero del año 1986, el Padre Juan Cruz y un servidor sellamos un pacto de unión de proyectos: él empujaría la creación y actividades de la añorada Asociación Belenista y yo seguiría con el belén del Carmen con un nuevo decorado. Durante las obras de ese año en las dependencias del Convento, en silencio y con premeditación, Juan Cruz preparó el Claustro para poder albergar las exposiciones venideras, pero sobre todo las de belenes. Una instalación eléctrica con un punto de luz cada tres metros en todo el Claustro y cuadro de luces con diferenciales y magnetotérmicos para proteger tanto al Convento como a los inexpertos belenistas.

Tuvo que llegar el acto de entrega de premios de la Campaña Navideña 1986-1987 en el Salón Luis de Ajuria, para que, aprovechando mi presencia en la mesa como Jurado, convocase nuevamente a todos los belenistas participantes en el concurso a una asamblea en la que echaríamos a andar la Asociación Belenista de Álava. Tras dos reuniones preliminares, convocamos la Asamblea Constituyente el 17 de octubre de 1987 a las 7:30 h. PM. Procedimos posteriormente a la legalización e ingresamos en la Federación Española de Belenistas. ¡Por fin éramos una asociación belenista legal y federada!

Muchas son las cosas que hemos hecho juntos en estos 25 años. Con la de este año serán 25 Muestras Belenistas y calculo que con el público de esta campaña pasarán del medio millón de visitantes en todos estos años. Miles de niños han traído sus trabajos a nuestros concursos de belenes y eslóganes. Miles de personas han asistido a nuestros pregones de Navidad. Cientos de personas han aprendido técnicas belenistas en nuestros cursillos de belenes. Miles de personas han hecho la «Ruta de Belenes». Miles de personas han visitado nuestra página web www.arabelen.com. Durante los últimos 10 años hemos colaborado con la Cofradía de la Virgen Blanca cediendo belenes y dioramas para exponer en su Museo de Faroles. Hoy disponemos de un local en la «Almendra Medieval» para el desarrollo de nuestras actividades.

Y todo eso gracias al trabajo y esfuerzo anónimo de un montón de socios y no socios, es por eso que creo que es el momento de decir ¡Zorionak! ¡Felicidades! pero sobre todo «Gracias y Ánimo». Agradecimiento a las asociaciones vecinas de Pamplona y Guipúzcoa por su gran apoyo en los primeros años. Gracias a José María Rebé e Igone de San Sebastián. Gracias a Martín Zamarbide y a los hermanos Garayoa (Ángel y Juan Luis) de Pamplona. Gracias a la instituciones, Diputación, Ayuntamiento, Caja Vital, Caja Laboral, El Correo y COPE por su ayuda durante estos años. Gracias a nuestras familias y en especial a nuestr@s espos@s que han compartido y sufrido en silencio esta bendita chaladura. Y sobre todo, GRACIAS a la Comunidad Carmelitana de Vitoria y en especial al Padre Juan Cruz, que tanto nos han apoyado y permitido durante estos 25 años.

Cuando empezamos a crear la asociación entendíamos el belén como «expresión plástica, con tradición popular y fervor religioso». Aprendimos con el Padre Juan Cruz que el belén es en sí mismo un «Altar Temporal» de Navidad y una extraordinaria «Catequesis Plástica». Hoy, tras estos 25 años, es para nosotros mucho más. Es un hobby en el que disfrutamos cientos de horas. Es una terapia ocupacional para nuestros prejubilados y jubilados. Un motivo de unión y amistad entre aficionados de todo el mundo a través de Internet. Los foros y las páginas web se multiplican. Es todo un mundo dentro del coleccionismo, se coleccionan figuras, postales, pins, belenes en sí mismo de diversos países, libros y publicaciones. El belenismo es un fenómeno grupal, las asociaciones proliferan nacional e internacionalmente, cada vez somos más. Es motivo de Congresos Nacionales e Internacionales, Convenciones (como la que hicimos en Laguardia), reuniones regionales y encuentros de todo tipo. Muchos ayuntamientos, entre ellos Vitoria-Gasteiz, han visto un reclamo turístico en las «Rutas de Belenes» y «Ferias de Artesanía Belenista». En definitiva, el belenismo y el belén están de moda.

Pero, hoy a nadie se le escapa, ni a Zapatero, de que estamos inmersos en una profunda crisis. Crisis que va a afectar a muchos de los montajes y actividades de nuestras asociaciones en España, sobre todo a aquellas que dependen fuertemente de entidades de ahorro, Ayuntamientos y Diputaciones. Aunque eso no es nada si pensamos en las desesperadas situaciones de desahucios y privaciones de muchas familias, provocadas por el desempleo, los recortes y la falta de ayudas sociales. Estas Navidades se presentan tristes para un montón de vecinos. Y digo vecinos, pues aunque no queramos verlo, nos toca a todos muy cerca.

Archivo GIF con la imágenes proyectadas en el Pregón de Navidad 2012 de la Asociación Belenista de Álava, leído por Pedro Pablo González Mecolay en la Iglesia del Carmen de Vitoria-Gasteiz (22/12/2012)

Imágenes proyectadas durante la lectura del Pregón de Navidad 2012 de la Asociación Belenista de Álava, a cargo de Pedro Pablo González Mecolay en la Iglesia del Carmen de Vitoria-Gasteiz (22/12/2012)

Pero la crisis no es solo económica. No. Afecta en esta nuestra sociedad, cada vez más laica, también a conceptos más profundos como el Amor, la Fe y la Familia. Y estos son quizás los ingredientes principales que necesitamos para nuestros belenes. Amor entendido por entrega incondicional a los demás sin esperar nada a cambio, con abnegado esfuerzo y sacrificio a la hora de hacer nuestros nacimientos. Fe en que lo que estamos representando en nuestros pesebres, como os decía al comienzo del Pregón, es en sí mismo el mejor apostolado del Misterio de la Natividad, que marca el comienzo de nuestra era cristiana y es el fundamento de estas fechas navideñas. Y hoy más que nunca es necesario reivindicar el pilar básico de nuestra sociedad: la Familia. Al igual que aquella Sagrada Familia de Belén, la misma que representamos plásticamente.

Y termino haciéndome nuevamente la pregunta: ¿por qué?. Pero un porqué más profundo, tipo Mourinho: «¿Pur quéeee?».

Durante las cientos de horas en las que he tenido el placer de compartir charlas y proyectos con el Padre Juan Cruz en el último banco de este templo, mientras esperábamos la salida del último visitante para poder cerrar la Iglesia, Juan Cruz frecuentemente me repetía que yo era un perfeccionista y que tenía que hacer el belén pensando en los niños. Que era para ellos y por ellos por quien merecía la pena el esfuerzo. Que solo por el hecho de que uno se agarrase fuertemente a la barandilla y llorase por su marcha, compensaba todo nuestro trabajo, desvelos y sacrificio. Quizás es añoranza de una inocente infancia, en la que un servidor vivió esa escena ante el belén de su abuelo.

Solo me queda desearos que vuestros belenes sigan haciendo cosquillas en el corazón a tantos anónimos visitantes atraídos año tras año. Y que el bendito Niño, que nos sonríe desde nuestros humildes pesebres, nos colme de salud, trabajo y paz el año entrante.

Zorionak eta Urte Berri On.

Eskerrik asko. Arratsalde On

Pedro Pablo González Mecolay – Vitoria-Gasteiz, 22 de diciembre de 2012


P.D.: Para terminar os adjuntamos una serie de vídeos de la coral infantil Leioa Kantika Korala, dirigida por Basilio Astúlez, que se ha encargado de la parte musical del Pregón de Navidad 2012. En dichos vídeos está gran parte del repertorio que han interpretado la tarde de hoy.

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Texto del Pregón de Navidad 2012 – Asociación Belenista de Oviedo – Dª. Isabel San Sebastián Cabasés

15 Dic 12
Presidencia FEB
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En la tarde-noche de hoy, sábado 15 de diciembre de 2012, ante el numeroso público congregado en la Sala de Cámara del Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo, en un acto amenizado por el Coro Mixto Reconquista dirigido por Ángel Gallego, Dª. Isabel San Sebastián Cabasés, periodista y escritora, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


Isabel San Sebastián Cabasés, pregonera de la Navidad 2012 en Oviedo (15/12/2012)

Isabel San Sebastián Cabasés, pregonera de la Navidad 2012 en Oviedo (15/12/2012)

«Queridos amigos y vecinos de Oviedo:

Me habéis hecho el honor de convertirme en pregonera de vuestra Navidad, a pesar de no tener yo la suerte de ser hija de esta villa, y es tarea que me llena de gratitud y a la vez de responsabilidad, porque no es cualquier cosa poner voz y letra a un acontecimiento de semejante trascendencia.

No soy hija de esta tierra asturiana, es verdad, aunque no me canso de proclamar el cariño y la admiración que despierta en mí su paisaje, su historia y sobre todo su paisanaje, tan cercanos a mi corazón que me han devuelto el hogar que otros me robaron, a la vez que me permitía echar raíces tras muchos años de trashumancia forzosa.

De ahí la emoción con la que me enfrento a este pregón, que me va a llevar a recorrer el camino de una memoria familiar nómada, con la vida en una maleta, en la que la Navidad siempre fue el momento y el motivo de volver a casa, a la patria, a los afectos.

Me dispongo pues a cumplir el encargo con humildad, con la seriedad que requiere la tarea, con honda emoción, porque sin ella ni la Navidad ni la vida pueden ser celebradas como se merecen, y también, con los bártulos propios de mi oficio de periodista y escritora que son las ideas, los sonidos, las palabras con las que hilvanamos discursos y contamos nuestras historias.

Historias o mejor dicho Historia, con mayúsculas, que en el caso de Asturias me ha brindado una urdimbre incomparable para tejer sobre ella dos novelas, Astur y La visigoda, que narran el empeño heroico del pueblo asturiano por recuperar las señas de identidad cristianas que arrebataron los musulmanes, con su invasión, a los habitantes de la antigua Hispania visigoda. Su batallar incansable en nombre de la Santa Cruz, desde Covadonga, bajo la advocación de la Santina, hasta consolidar las fronteras de un Reino que con el tiempo crecería para convertirse en la cuna de España. En su madre y también su padre en un principio, valientes, generosos, protectores… Ejemplares.

Vayan pues por delante mi admiración, mi cariño y, por supuesto, mi gratitud por invitarme a compartir con vosotros estos minutos dedicados a enhebrar, con las herramientas de mi profesión, el homenaje que se merecen estas fiestas tan especiales en esta Asturias de mis amores.

No voy a adentrarme en el territorio de la fe y del significado teológico de la Natividad de Jesucristo que se conmemora en estos días. Doctores tiene la Iglesia, y de hecho algunos, como monseñor Martínez Camino me han precedido en este cometido, por lo que no haría yo sino el ridículo más espantoso pretendiendo estar a su altura. Ni tengo conocimientos suficientes para acometer ese empeño ni deseo crear distancias entre quienes otorgan un sentido trascendente a esta sucesión de celebraciones y representaciones sacras, y quienes las viven, por el contrario, como tradiciones dignas del mayor respeto, al margen de creencias religiosas. Unos y otros tienen cabida, a juicio de esta pregonera, en una interpretación tolerante de la Navidad, que es la propia de la caridad que caracteriza a nuestra fe y también de esta España abierta al mundo y, al mismo tiempo, orgullosa de sí misma. Esta España en la que todavía (digo bien todavía, porque hay nubarrones que la amenazan) tenemos la fortuna de vivir.

Tampoco intentaré glosar con pretensión erudita o costumbrista la peculiaridad local y sus raíces históricas, porque me faltan cultura y experiencia para ello, y también, a qué negarlo, porque no me parece la manera más honesta de cumplir el cometido que se me ha encomendado. Mi oficio no es la Historia, aunque me apasione, sino la literatura y la crónica. O la crónica y la literatura, que vienen a ser una misma cosa. En definitiva, el de escritora o escribidora, que es el arte de escribir a diario a fin de contar lo que pasa.

De ahí que, al ponerme a reflexionar hace unos días sobre el contenido de este pregón, haya rebuscado en los cajones de la memoria, en todas las estanterías de la percepción, por ver de encontrar una palabra, una sola, la más adecuada para dibujar los contornos de la Navidad desde el punto de vista del sentimiento. Dicho de otro modo: que haya procurado dar con el término más exacto, más acorde con lo que dicta el corazón, para asignarle un apellido a esta Navidad tan sobrada de adjetivos huecos. ¡Ardua tarea!

En esta navegación silenciosa por las páginas del diccionario, que rara vez es capaz de poner nombre exacto a la emoción, me he topado con muchos términos de uso común por estas fechas. Sustantivos, adverbios tan navideños como el turrón o los polvorones que, sin embargo, no terminan de colmar mis necesidades expresivas.

Ahí está, sin ir más lejos, ese vocablo de tres letras con ecos de villancico: la PAZ. ¡Qué hermoso anhelo! Si no fuera por lo desgastado y raído que está el concepto a fuerza de ser retorcido en base a intereses bastardos. Si no fuera por el uso y abuso que se ha hecho de esta voz tan extraordinariamente difícil de trasladar a la realidad. Si no fuera porque su nombre se pronuncia continuamente en vano, para amparar toda clase de iniquidades, PAZ sería una buena forma de definir lo que impregna el alma en estos días de celebración.

Por eso aprovecho la ocasión para invocar a la Virgen de Covadonga, bajo cuya advocación Asturias siempre ha dado lo mejor de sí misma, con el fin de que ampare bajo su manto amoroso a esta España y esta Europa que viven horas tan oscuras, nos regale la paz a la que aspiramos todos y nos cobije en el año que vamos a estrenar. Que todas las madres de hijos en paro, desesperanzados, privados del futuro que debería pertenecerles, sequen sus lágrimas y reencuentren la sonrisa que debió iluminar a María cuando tuvo al Niño Jesús en sus brazos. Que entre todos seamos capaces de construir un mundo más justo y más amable para nuestros hijos, en el que tengan oportunidades para vivir una vida digna. Que alcancemos algún día la cordura necesaria para repartir de manera más equitativa, así el esfuerzo como los frutos del mismo. Y también la alegría.

ALEGRÍA. Ese es otro de los estados que, se supone, han de reinar en los ánimos. Alegría ante el nacimiento de Nuestro Señor, ante las vacaciones, los regalos, las cenas de amigos, las reuniones familiares, el calor del hogar… Alegría de burbujas de champán o sidra El Gaitero, que es la que tomamos siempre en casa. Alegría ante las campanadas, la ropa elegante, el Gordo de la Lotería… Alegría día y noche… hasta el punto de empalagar. Tanta alegría impuesta, obligatoria, proclamada a toda hora desde la pantalla del televisor, terriblemente inoportuna cuando todo a nuestro alrededor es crisis y tanta gente está pasándolo tan mal, termina por convertirse en falsa. Y no solo por todo el dolor que provocan los problemas presentes, la exclusión que se deriva a menudo del paro, la desesperanza y hasta el hambre de los más castigados por este azote económico, sino porque este es tiempo de balances que no siempre resultan favorables en todas las partidas. Porque cualquier carencia se nota con intensidad más dolorosa cuando se intenta ignorar en aras de esa alegría forzosa. Porque hay mucha gente condenada a la soledad, soledad solitaria o soledad acompañada, que de todo hay y en abundancia. Mucha gente que se duele en estos días, más que nunca, por mucho que intente disimular, del amor que falta en su vida.

Y llegamos así a otro de los iconos de la Navidad. El AMOR. Amor que, se nos dice, hay que entregar a manos llenas como el más preciado don, siguiendo el ejemplo de los magos y los pastores que llegaron hasta Belén hace ahora 2012 años (¡se dice pronto!) con oro, incienso, mirra y cánticos para el Niño Dios recién nacido. Oro para subrayar la realeza de ese Niño que, sin embargo, por humildad, eligió nacer en un pesebre, pues siempre vio más gloria en los humildes y los desheredados que se empeñan en salir adelante, que en los poderosos aferrados a privilegios y empeñados en perpetuarse. A mí me sucede lo mismo, y cuantos más años tengo, más se agudiza esa percepción. Incienso destinado a simbolizar el hecho de que era Hijo de Dios. Mirra, que adelantaba y anunciaba la que sería su pasión.

Y es que en la antigüedad y en la Edad Media nada era lo que parecía, ningún elemento tenía únicamente valor en sí mismo, sino que todo poseía un altísimo valor simbólico que las gentes de ese tiempo sabían interpretar a la perfección.

De ahí que el belén, representado por vez primera en la Nochebuena de 1223 por un guerrero reconvertido en monje llamado Francisco de Asís, que lo escenificó con una mula y un buey reales a su regreso de las Cruzadas en Tierra Santa, fuese mucho más que una mera representación de lo acaecido en Belén. Todas y cada una de sus figuras evocaban lo complejo del Misterio de la Natividad. Quienes contemplaron en aquel siglo XIII el pesebre, a los magos «sabios», a los sencillos pastores y a los animales de labor que daban calor al niño, supieron que lo que había impresionado al futuro San Francisco en la tierra que vio nacer a Jesús, hasta el extremo de hacerle abandonar la espada para abrazar el hábito, fue precisamente el mensaje de amor que trajo consigo el Salvador. El amor que marcó la diferencia entre el Dios de la venganza del Antiguo Testamento y el de la misericordia presente en los Evangelios.

Amor que nos hace humanos además de hermanos. Amor escrito en tarjetas en tonos verdes y rojos; guisado en forma de pavo, besugo, cordero o sopas de leche; cantado junto al portal o bien alrededor del árbol; empaquetado con grandes lazos de ilusión para hacer mágica la mañana de Reyes. AMOR convertido en solidaridad cuando la fiebre consumista propia de esta temporada logra despertamos la conciencia, generalmente dormida, y esta nos empuja a abrazar una causa, la que sea, capaz de aliviar el sufrimiento de algún desdichado en algún lugar de este mundo inmenso, donde todo está mal repartido. Cada vez peor, por desgracia, a medida que pasan los años. Amor que nos lleva a compartir lo mucho que nos sobra, y a veces incluso aquello de lo que vamos justos, con quienes se han quedado sin nada. Amor generoso. Amor sin condición. Amor que se exige a sí mismo sin pedir nada al ser amado. Amor hermoso. AMOR…

Es sin lugar a dudas un sentimiento digno de cultivarse, demasiado importante, sin embargo, para reducirlo a la condición de sentimiento navideño.

Demasiado indispensable. El amor es al alma lo que el pan al cuerpo. Es, sin lugar a dudas, la emoción que más nos humaniza y nos asemeja al Niño que nació en Belén, además de hacernos merecedores de su venida a este mundo. Lo necesitamos tanto como al sol, la libertad o el aire que respiramos. Ha de fluir por nuestro día a día para alimentar nuestro comportamiento, dar sentido a la existencia e iluminar con su luz cada cosa que hacemos…

LUZ. ¿Hay algo más representativo de la Navidad que la luz de las calles, las velas o la chimenea? ¿Alguna metáfora más lograda que la de la luz en pleno solsticio de invierno, como símbolo de la esperanza en una nueva primavera que traerá nuevas cosechas, un nuevo sol y una vida renovada? ¿Alguna forma mejor de describir lo que supone la venida al mundo de Nuestro Señor, verdadero faro de luz cálida capaz de guiamos entre las tinieblas?

Sí, lo hay. Hay, al menos en mi corazón. Una emoción que contiene y abarca a todas las demás. Una palabra que apellida a la perfección el nombre de la Navidad. Un sentimiento predominante, estoy segura, en la gran mayoría de nuestras almas: la NOSTALGIA.

Si algo experimentamos en estos días y estas noches de enorme intensidad afectiva es nostalgia. Nostalgia de lo que pasó, de los que ya no están, de lo que pudo haber sido, de lo que se perdió en la bruma de los años. Nostalgia casi siempre dulce, pero con pinceladas oscuras que causan dolor. Nostalgia que hace aflorar las lágrimas en los momentos más felices. Nostalgia…

Hace unos años, escribí por estas fechas unas líneas con las que trataba de expresar lo que entonces era una herida abierta y hoy una cicatriz que jamás sanará del todo, aunque ya no sangre. Lo escribí pensando en todas las Navidades que había compartido con mis padres, mis abuelos y los seres queridos que abrigaron mi infancia nómada. En todos los villancicos cantados a coro con mis cuatro hermanos, bajo la dirección de mi madre pianista. En los cuentos que nos inventaba mi padre antes de mandarnos a dormir y en las chaquetas que nos hacía mi madre en su incansable labor de punto. En todos los momentos de felicidad condensados en la mera evocación de esa Nochebuena y esa Navidad en las que, por una vez, estábamos todos juntos alrededor de una misma mesa, siempre con el mismo menú tradicional, mitad de Bilbao, mitad de Pamplona.

Decía así mi particular pregón personal: «Pasan los días y pesan las ausencias en esta Navidad. Pasan las vísperas, antaño impacientes y gozosas, hoy temidas… y duelen las voces silenciadas, las risas apagadas, los abrazos que no se han de dar».

El calendario ha volado hacia esas fechas cálidas, de hogar y de familia, y todo se ha hecho añoranza del pasado. Faltan ante todo los seres queridos… ¡Y ya van siendo tantos! Faltan los lugares, los sonidos, las voces del viejo disco de villancicos. Faltan escenario, decorado y personajes, aunque el guión sigue siendo básicamente el mismo: hay regalos, canciones, compras, comilonas y árbol de Navidad, pero falta perspectiva; la perspectiva de la niñez perdida. Porque la edad no está en la partida de nacimiento, sino en los ojos de los demás. Por eso somos niños mientras hay alguien que nos contempla como a tales, con brazos abiertos para acogernos siempre, razones dispuestas a comprenderlo todo y amor incondicional. Por eso dejamos de serlo el día en que esa mirada se nubla definitivamente y cerramos la puerta a un hogar.

Eso exactamente es la orfandad, que marca la hora de formar en primera línea y tomar el testigo…

Mientras aquí terminamos de decorar el abeto, en el «belén de ahí arriba», me digo, el Niño Dios ya ha encontrado quien le narre cuentos de caballeros medievales, audaces y borrachines, o de enanitos «barbilones» escondidos en manzanas rojas. El Niño no ha de aburrirse, no, que esos cuentos no se acaban. Y los pastores, calentitos, a pasar la noche al raso sin preocuparse del frío, que unas manos de dedos largos y finos ya les habrán tejido suaves jerseys y bufandas, con todo el cuidado del mundo. A la Virgen, entre tanto, no ha de faltarle compañía, conversación, alguna anécdota familiar cuajada de carcajadas, una taza de té humeante con tostadas y mantequilla y, sobre todo, alegría. En cuanto a José, tal vez disfrute haciendo tertulia con un interlocutor tan sabio como gruñón…

Habrá aguinaldo para todos, eso seguro, y también regalos. Al menos uno para cada uno. Los primeros, en sobre blanco con los nombres en letras azules, los otros envueltos en papeles de colores con tarjetitas colgando. Luego se cenará coliflor y cardo, besugo al horno, capón, turrones y compota de orejones. Para beber, sidra dulce, vino tinto y alguna copa de champán. Después, los villancicos.

Y durante un día sin fin habrá meriendas apacibles con olor a dulce y a limón, y noches de charla y de historias, con sabor a viejos libros. Y por encima de todo, amor. Lo que nos queda. Lo que nos llega. Lo que nos une.

Aquí abajo también tenemos Nacimiento, por supuesto. Con Misterio, portalón, un enorme cielo azul pintado estrella a estrella por los pequeños de la casa, reyes, pajes, camellos, ovejas, puente… y hasta un río con agua de verdad. Solo le falta un detalle; uno, pero esencial. A nuestro Nacimiento, este año, se le han perdido los abuelos.

Aquí abajo se ha roto para siempre un eslabón. Se ha quebrado la cadena de la vida y estamos en primera línea. Hemos dejado de ser niños incluso en la última retina, en el último bastión que conservaba esa sensación cálida, segura, terriblemente necesaria. Y si hay una fecha en la que la orfandad se hace presente, como esas viejas fracturas que duelen con la humedad, son estos días, de fiesta y de familia, cuando descubres que los que vienen detrás te reclaman que seas tú quien ponga color, calor, aroma y sabor a la Navidad, para que ellos puedan recordarla algún día.

¿Será por eso que nos aferramos con todas nuestras fuerzas a los que todavía conservan la magia de la inocencia, y nos desvivimos por rodearles de mimos, y buscamos en sus ojos la felicidad que hemos perdido, y hacemos de tripas corazón, y cantamos y reímos para que puedan disfrutar y continuar así ese fantástico ciclo? ¿Será por eso que los únicos regalos que ilusionan de verdad no son los que se reciben, sino los que se van a dar?

Hoy conviven en el belén de mi casa, junto al Niño de la esperanza, un portal destartalado que tiene más años que yo; un cielo lleno de estrellas pintado por mis hijos cuando apenas sabían hablar; y pastores, mulas y bueyes de varias generaciones. Los Reyes Magos, en cambio, acaban de incorporarse y representan un mañana abierto, pese a todo, a la ilusión. Vienen cargados de hermanos, primos, hijos, nietos, sobrinos y amigos, que llenan los días por venir de compañía y de cariño. Traen las alforjas repletas de promesas de futuro.

Los recuerdos son todavía afilados como hojas de navaja. Las sillas vacías parecen gritar. Pero el tiempo lo templará todo. La pena se suavizará y hasta llegará un momento en que las imágenes que hoy arrancan lágrimas, despertarán sonrisas. Seguiremos pintando estrellas y hasta construyendo ríos por los que fluya agua de verdad… por los que se han ido. Por los que vienen detrás. Porque es preciso.

Por el cauce de papel de plata que baja de las montañas de corcho, discurrirán los recuerdos gota a gota, limados de sus aristas dolorosas, impregnados de ternura, seguramente idealizados, pero hermosos, y merecedores de un espacio privilegiado en la memoria. De un lugar situado junto al que reserva el corazón para esas personas imborrables, que viven por siempre en nosotros y se hacen más presentes (o más ausentes) que nunca entre el turrón y las guirnaldas.

Ellas están aquí, con nosotros, en un millar de anécdotas cien veces repetidas a quienes no llegaron a conocerlas.

Están aquí, representadas en sus cosas queridas, sus objetos, sus muebles. Sus libros…

Están en ese gesto que descubres en un niño, en el color de unos ojos, en las conversaciones más triviales… Su espíritu sigue presente en cada una de las personas que las amaron.

Es el triunfo de la vida. La victoria del amor sobre cualquier contingencia, incluida la muerte. El mensaje que trae consigo cada nuevo año. El contrapunto esperanzado que encuentro yo a la Navidad, toda vez que, para mí, ya siempre estará teñida de nostalgia.

La Alegría. El Amor. La Luz. La Paz.

A todos, de corazón, FELIZ NAVIDAD.»

Isabel San Sebastián Cabasés – Oviedo, 15 de diciembre de 2012

Texto del Pregón de Navidad 2004 – Asociación Belenista de Gijón – Dª. Beatriz Rico

23 Dic 04
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En la tarde-noche de hoy, miércoles 23 de diciembre de 2004, ante el numeroso público que llenaba la Iglesia Parroquial de San José de Gijón, en un acto amenizado por el coro de la APA del Colegio de la Inmaculada y el Orfeón Gijonés, Dª. Beatriz (Juarros) Rico, actriz y presentadora de televisión, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


Beatriz Rico, actriz y presentadora de televisión, pregonera de la Navidad 2004 en Gijón (23/12/2004)

Beatriz Rico, actriz y presentadora de televisión, pregonera de la Navidad 2004 en Gijón (23/12/2004)

«Muy buenas noches a todos los aquí presentes. Primeramente, me gustaría agradecer a los componentes de la Asociación Belenista de Gijón el haberme elegido pregonera de esta Navidad. Debo decir que es un orgullo y una satisfacción estar hoy con vosotros, en esta hermosa Iglesia de San José, y espero responder a la gran confianza que habéis depositado en mí. Sin duda, se trata de una enorme responsabilidad, y he de confesar que, al principio, cuando me hicieron llegar la invitación, sentí un poco de miedo, puesto que este es el primer pregón que tengo el honor de pronunciar. Si a todo esto añadimos el hecho de encontrarme en Gijón, en mi ciudad, en mi casa y entre mis paisanos, la responsabilidad es todavía mayor.

Dicho esto, me apetece haceros partícipes de lo que yo misma llamo “mis recuerdos de es Navidad”. Mi Navidad siempre ha estado unida a Asturias. Desde que tuve que ausentarme de la tierra que me vio nacer, por motivos profesionales, cada año he vuelto a casa. Son fechas que, para mí, carecen de sentido si no las puedo disfrutar en compañía de mi familia. Y Gijón, por supuesto, es el lugar ideal. El paso del tiempo ha propiciado que yo haya sabido apreciar el tremendo valor que encierran estas fiestas. De niña, las recuerdo impregnadas de ilusión, de magia, de luces, de belenes y, claro está, de vacaciones y regalos… En fin, esas pequeñas cosas que provocan la sonrisa de todos los niños. Cuando te haces mayor, valoras otras cosas: la oportunidad de reunirte con tus seres queridos (cuando se vive en otra ciudad, como es mi caso, este detalle adquiere muchísima importancia); de volver a respirar ese ambiente mágico que me fascinaba siendo una cría; y de sentir que, aún hoy, se mantiene intacta la esperanza de que en este complejo mundo que nos ha tocado vivir podamos, finalmente, conseguir esa utópica paz que tanto anhelamos.

Si echo la vista atrás y hago un ejercicio de nostalgia, no puedo evitar derramar alguna que otra lágrima al recordar el Gijón de mi niñez. Ese Gijón rebosante de Navidad por todos y cada uno de sus rincones. Como si se tratara de una de las películas en las que tengo el privilegio de participar gracias a mi profesión de actriz, me veo a mí misma -con unos poquitinos años menos, eso sí- paseando por las céntricas calles de esta ciudad, cogida de la mano de mi madre. El sonido de los populares villancicos me proporcionaba una felicidad inmensa. Pasear en medio del bullicio propio de estas fiestas se convertía, para mí y para muchos otros niños, en una especie de ritual que había de cumplirse a rajatabla. Es una verdadera lástima que pequeñas tradiciones como esta que acabo de rememorar hayan ido desapareciendo, en detrimento de otras actividades más comerciales y lucrativas. Suele ocurrir que olvidamos, con demasiada facilidad, las pequeñas cosas que realmente nos hacen la vida más agradable; y cuando nos damos cuenta y tratamos de recuperarlas, muchas veces es ya demasiado tarde…

Un estremecimiento de nerviosismo y felicidad invadía todo mi cuerpo cuando me detenía a contemplar los hechizantes escaparates de las jugueterías o cuando llegaba la hora de entregarle mi extensa carta al Emisario de sus Majestades los Reyes Magos de Oriente. El momento culminante llegaba en la tarde-noche del 5 de enero, viendo desfilar ante mis fascinados ojos, las carrozas que transportaban a Melchor, Gaspar y Baltasar. Casi os puedo asegurar que me hacía más ilusión presenciar el colorido y la alegría que transmite la Cabalgata de Reyes, que todos los regalos que, a la mañana siguiente, aparecían por arte de magia en mi casa. Indudablemente, esa mañana de Reyes me volvía loca de nervios y entusiasmo. Idéntico entusiasmo es el que hoy en día siento contemplando la felicidad que experimenta mi hijo en estas fechas. En su carita me veo yo misma reflejada, lo cual me produce la sensación de retroceder en el tiempo…

En fin, imagino que todo esto que os estoy contando os resultará tremendamente familiar. Durante estas fiestas, la gran mayoría de vosotros habréis experimentado, en algún momento, estas sensaciones que describo. Estando en compañía de nuestros hijos pequeños y nietos, o de los hijos y nietos de nuestros parientes o amigos, es imposible no sacar a relucir esa alma de niño que todos llevamos dentro. Y qué gratificante resulta, ¿verdad? Deberíamos practicarlo más a menudo, no solamente en Navidad. Sé que todos y cada uno de los aquí presentes comenzamos el nuevo año cargados de buenos propósitos, que luego van perdiéndose en el camino. ¡Qué pena!

¿Y qué puedo deciros de los belenes? De pequeña, en mi casa, siempre hubo un belén. He de reconocer que mi familia y yo no éramos especialmente habilidosos en la tarea, pero compensábamos cualquier carencia con una dosis desbordante de ilusión y empeño. Gracias a este derroche de ánimo que poníamos en el asunto, colocábamos el portal, los pastores, los Reyes y todas las restantes figuritas de que disponíamos. De las finas arenas de nuestra playina de San Lorenzo recogíamos las cantidades convenientes para poder construir los montes, caminos y demás irregularidades del terreno. Si nos apetecía que nevara un poquito, nada mejor que espolvorear unos puñados de harina sobre el paisaje.

A la playa también acudíamos muchas veces en busca de piedras con las que bordear las orillas del río, siendo este la auténtica “estrella” del montaje. Un río fabricado con papel de plata, claro está, ya que no disponíamos ni de los medios ni de la habilidad necesarios para hacerlo con agua corriente.

¿Y qué era lo que sucedía con la vegetación?, os estaréis tal vez preguntando muchos de vosotros. Porque, efectivamente, un Nacimiento sin vegetación resulta un tanto incompleto. Pues bien, además de comprar cada año alguna palmera o diversos arbolitos de adorno, nos gustaba culminar la obra con auténtico musgo, que procurábamos coger donde buenamente podíamos, lo cual no siempre era sencillo de lograr.

Ya os digo que se trataba de un belén muy rústico y humilde, pero para mí era el mejor belén del mundo. ¡Pobre de aquel que osara meter sus “zarpas” en el Nacimiento! El espacio que ocupaba la construcción entera venía a ser como una especie de territorio sagrado, que todos debíamos respetar escrupulosamente.

En definitiva, lo que pretendo haceros ver, mediante esta pequeña historia, es que no se necesita disponer de grandes recursos ni de mucho dinero para llevar a buen puerto el montaje de un belén. Yo creo que la verdadera riqueza no reside en los medios que utilicemos, sino que está en las ganas que le echemos.

Es por ello que admiro a la gente con vocación y habilidad, como las personas que integran la Asociación Belenista de Gijón. Realmente ha sido una sorpresa para mí el conocer a esta Asociación. Debo reconocer que me ha impresionado toda la labor que estos belenistas desempeñan. Además, he aprendido muchísimas cosas que desconocía por completo, relacionadas con el mundo del belén. Me han contado que existen asociaciones de belenistas en toda España, e incluso en el extranjero; y que las de nuestro país forman la denominada Federación Española de Belenistas. He podido saber que estas agrupaciones organizan cada año un Congreso Nacional Belenista, donde se reúnen para compartir métodos y técnicas en la construcción de belenes. Allí mismo instalan mercadillos, en los que se pueden encontrar toda clase de utensilios y accesorios para el Nacimiento. Los artesanos, por su parte, presentan en sociedad sus nuevas figuras y creaciones. Se imparten charlas, conferencias y un montón de actividades que culminan con la entrega del prestigioso “Trofeo Federación” a aquellos belenistas más destacados. Este galardón supone la más alta distinción a la que un artista del belén puede aspirar.

También me han enseñado a diferenciar los diversos tipos de belenes que hay. Si la memoria no me falla, están los Nacimientos regionalistas, que son aquellos que utilizan figuras vestidas con trajes típicos regionales, colocadas en escenas tradicionales propias de cada región del país. Luego tenemos los belenes costumbristas o populares, donde se mezclan toda clase de escenas adaptadas a las formas y paisajes de cada zona o lugar en el que se vive. Para que nos entendamos, estos Nacimientos son los que todos nosotros montamos en casa desde siempre. Y, por último, existen los belenes de estilo hebreo, en los cuales las figuras aparecen ataviadas con las antiguas vestimentas hebreas, mientras que las escenas y construcciones son las típicas de la tierra de Palestina.

Bien, llegados a este punto, creo que he sido una alumna aplicada y que he aprendido correctamente la lección. Mis amigos y profesores belenistas tienen la última palabra. No obstante, yo estoy deseosa de que me enseñen muchas más cosas acerca de este fascinante arte. Por ellos he descubierto que existe un gran número de escultores y artesanos de notable prestigio, los cuales realizan verdaderas obras de arte y trabajan en distintas escuelas, como la madrileña, la catalana, la murciana, la andaluza, y un largo etcétera.

En definitiva, me he dado cuenta de que el belenismo es un mundo apasionante que, poco a poco, iré conociendo en mayor profundidad.

Desde luego, las personas que forman la Asociación Belenista de Gijón desarrollan su trabajo con pasión. Tener una pasión significa sentirse vivo, ilusionado, esperanzado…

Esta Navidad, en mi casa, con toda la ilusión de mi hijo, hemos colocado dos portalinos, chiquitinos, pero hechos con gran cariño. Y es por eso por lo que nos fascina salir y pasear, buscar, ver en las calles de Gijón todos esos belenes que son pequeños sueños en miniatura. En cierto modo, construir belenes nos permite soñar y convertirnos en otras tantas de esas figuritas que se encaminan al Portal para adorar al Niño. Y es que un belén es algo más que una simple maqueta. Es el tiempo convertido en sueño abriendo la ventana a nuestro corazón.

Para todos aquellos que, como yo, consideran que la Navidad es algo más que un rutilante anuncio de televisión o una conocida marca comercial, es sumamente importante el hecho de que estas asociaciones de belenistas continúen su entrañable labor durante muchos, muchos años. Que en todas las familias cada miembro aporte, a su manera, su voz y entusiasmo, que sirvan de apoyo a la pervivencia de este bello arte. Lo más destacable que debemos tener en cuenta a la hora de armar un belén es el amor y la imaginación que pongamos en nuestra tarea.

Esta humilde pregonera espera que la gente no se proponga ser feliz únicamente en Navidad y que, por el contrario, la Navidad constituya el hermoso preludio de una vida pacífica, armoniosa y esperanzadora para todos. Ojalá lleguemos a ver esa Navidad en la que todos los hombres sean amigos y la bondad se pueda transmitir de mano en mano, aliada con la alegría.

Pese a todo, no cabe duda de que, a lo largo de estos días, hay buenos motivos para sentirse felices. El corazón reparte alegrías y trae un poco de magia a nuestras vidas. Os deseo a todos una muy feliz Navidad, en la forma y estilo que queráis vivirla. Y sólo os pido una cosa: que siempre conservéis el espíritu de ese niño que durante un tiempo fuisteis, y mantengáis intacta la ilusión por las cosas, que a todos nos acompaña en la infancia.

Muchas gracias y buenas noches.»

Beatriz (Juarros) Rico – Gijón, 23 de diciembre de 2004

Imagen Destacada - Textos Pregones de Navidad

Texto del Pregón de Navidad 1997 de la Asociación Belenista de Álava, a cargo de D.ª Paloma Gómez Borrero

22 Dic 97
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Texto del Pregón de Navidad 1997
de la Asociación Belenista de Álava,
a cargo de D.ª Paloma Gómez Borrero

Imagotipo de la Asociación Belenista de ÁlavaA mediodía de ayer, domingo 21 de diciembre de 1997, ante el público que llenó el Teatro Principal Antzokia de Vitoria-Gasteiz, en un acto amenizado por un concierto de villancicos y música de distintos autores vascos a cargo de la Banda de Música de la Ertzaintza, D.ª Paloma Gómez Borrero, periodista y escritora, muy conocida por haber sido corresponsal de TVE en Italia y el Vaticano entre 1976 y 1983, pronunció el siguiente Pregón de Navidad.


«Ilustrísimo Sr. Alcalde, autoridades todas…, señoras y señores.

Me siento muy feliz de estar hoy con todos ustedes, muy orgullosa y agradecida por haberme elegido pregonera de las fiestas de Navidad.

Faltan muy pocos días para que en el mundo vuelva a resonar el augurio de paz y esperanza que hace 1997 años los ángeles anunciaron a unos pastores de la región de Judea, que no muy lejos de allí, en Belén, había nacido el Niño Dios. En el umbral del tercer milenio, cuando el mundo vive en un clima de odio y violencia, el canto de los ángeles es una necesidad en el corazón de todos. Por eso también, con este deseo de paz comienzo mi pregón de Navidad, de una Navidad que en tantas partes del planeta Tierra todavía se vive entre el silbar angustioso de las balas, el ruido ensordecedor de los misiles, entre muerte, desolación, miseria, hambre; los cuatro jinetes del Apocalipsis; de hoy.

Que esta Navidad que da paso al año nuevo, traiga fraternidad, convivencia en armonía entre los hombres. Y en los lugares, como en este queridísimo País Vasco, el silencio de la muerte, el terror de las armas deje paso al canto de la vida. Como me dijo un día Lech Walesa, «que las pistolas se carguen con flores».

Vengo a Vitoria hoy, a Vitoria la bella, la de los miradores blancos como transparentes palomas, a esta ciudad que me cautivó desde el primer instante en el que me adentré en ella, donde me perdí enamorada de su encanto por sus calles y plazas, donde me arrodillé a rezarle a la Virgen Blanca, como una vitoriana más. He venido a Gasteiz abrazada por campos verdes como esmeraldas, montes verdes como la esperanza, con el deseo de traeros el eco de la Navidad Vaticana, con el telón de fondo de la maravillosa plaza de San Pedro que se abre como un inmenso abrazo para acoger a la humanidad en un apretón de amor.

Desde hace siglos, a partir del primer domingo de Adviento, Roma se puebla de Nacimientos. Al igual que en Vitoria, donde no viene Papá Noël, sino el Olentzero, y la tradición del belén, a pesar de la dura competencia del árbol, perdura. Sé que es costumbre ir a admirar el Nacimiento monumental del parque de la Florida, donde muchas familias cumplen con el rito de pasear, normalmente bajo un frío helador, por los sinuosos senderos, a cuyos lados se van descubriendo las figuras y las casas a tamaño real de un belén tradicional, mientras se escucha música y villancicos. Y al terminar, creo que para calentarse un poquito -como quizás hicieron también los pastores y los Reyes Magos– os tomáis un vaso de vino caliente.

También es precioso el Nacimiento de la Iglesia de los Carmelitas. ¡Cuánto cariño y mimo hay dentro de él! Cada detalle está cuidado, pensado, realizado. Y en esos otros belenes que me han impresionado y alguno ¡impactado!: me han hecho meditar.

En la Ciudad eterna, también tenemos nacimientos artísticos preciosos. Los más populares son el del Ayuntamiento de Roma, que se instala en las escalinatas de la plaza de España trasladando el belén y la cueva al típico barrio del Trastévere; también es muy famoso el de los barrenderos de San Pedro, el único además que tiene el privilegio de recibir la visita del Papa.

En la segunda Navidad de su pontificado, Juan Pablo II se acercó a las montañas del Apenino Central, al pueblecito de Greccio, al monasterio donde vivió Francisco de Asís, el juglar de Dios. Francisco, aquella noche plagada de estrellas, evocó la llegada de Jesús a la tierra. El entusiasmo que se desprendía de su voz recordaba los signos de alegría de los pastores; al terminar de hablar, el pobrecito de Asís se inclinó sobre la piedra pesebre para adorar la imagen y ocurrió el milagro… el Niño sonrió. A partir de entonces, comenzó a extenderse por doquier la costumbre de representar de forma plástica la venida de Jesús.

El primer Papa polaco de la historia quiso revivir la noche de Greccio y se acercó por ello al monasterio franciscano para arrodillarse ante el altar del milagro y meditar en la celda estrecha y austera de San Francisco. A Greccio, Juan Pablo II, sólo fue aquella Navidad. Después siempre la celebra en su apartamento en el tercer piso del Palacio apostólico.

En el comedor hace colocar el belén que se trajo de Cracovia (Polonia), y otro junto al altar, en su capilla privada. Antes de celebrar la Misa solemnísima de media noche en la basílica de San Pedro, Juan Pablo II distribuye -según la costumbre de su patria- una fracción de pan blanco rectangular, llamado Optalzk, a los pocos invitados a su mesa: a las religiosas polacas que le cuidan, a su secretario particular (D. Stanisław Dziwisz), y a algunos otros monseñores. Es tradición polaca compartirlo la noche del 24 en señal de unión y de concordia. La cena también tiene sabor de patria; la prepara Sor Tobiana y consiste en diversos tipos de verdura y de pescado (la carpa no puede faltar).

Antes de bajar a la basílica para celebrar la Misa, Karol Wojtila deja encendida una luz en la ventana de su despacho; una vela símbolo de que en esa casa se está a la espera de la llegada del Niño Jesús. Es la antorcha-guía para que encuentren refugio quienes buscan un hogar o un lugar donde hallar cariño.

Juan Pablo II ha sido también el primer Papa que ha hecho que tengamos un belén en la plaza. Parecía imposible, pero en una Roma poblada de nacimientos faltaba uno en el centro de la cristiandad… ¡Hasta 1982! Ese año, las gigantescas figuras que el príncipe Alejandro Torlonia mandó esculpir en 1946, se dispusieron bajo una cabaña construida junto al obelisco. Son ocho figuras de casi tres metros de altura a las que viste, con atuendos de época, una religiosa franciscana española: la modista española del nacimiento vaticano, sor Áurea.

Pero quiero revivir con ustedes, por unos instantes, otra Navidad vaticana… con un Papa muy querido. ¡Con Juan XXIII! Era el año 1958. Hacía dos meses que el patriarca de Venecia, Angelo Roncalli, había sido elegido sucesor de Pío XII. Una tarde, de improviso, convocó a cardenales y prelados de la curia; todos se preguntaron qué noticia importante iba a comunicarles el Santo Padre. ¿Cuál sería la razón de tan inesperada e insólita audiencia? Según iban llegando, los gentilhombres de su Santidad los acompañaban a la estancia donde estaba el nacimiento de Pío XII comprado en Alemania en su primer año de nuncio apostólico en Baviera. Eugenio Pacelli nunca se separó de su presepio; eran las figuritas esculpidas en madera del valle de la Gardena… Como Juan XXIII no se había traído al Vaticano el suyo (el de su familia se había quedado en la modesta casa de Sotto il Monte donde acudía siempre a celebrar las Navidades con sus hermanos), en el palacio apostólico pusieron el de su predecesor. Aquella víspera de Nochebuena, Juan XXIII les había llamado para que todos juntos cantaran y entonaran las alabanzas al Señor que iba a nacer. No quería que pasaran las fiestas sin su felicitación y sin entonar las alabanzas al Santo Bambinello que iba a nacer.

Fue también en torno a Navidad, pero ya en 1962, cuando el Papa Roncalli se encontró muy enfermo, le habían diagnosticado un cáncer… Por eso, al terminar la octava de Navidad, y sabiendo bien que la muerte le rondaba, se despidió diciendo: «el año que viene ya tendréis otro Papa; ya no estaremos juntos».

En efecto, aquella Navidad, fue la última que celebró en San Pedro; las últimas fiestas ante «su» belén que unos años antes le habían regalado sus queridos gondoleros venecianos (que como sabían que no lo tenía le compraron uno de precioso cristal de Murano).

A la muerte de Juan XXIII, será elegido un milanés aristócrata, culto, hábil diplomático, el cardenal Gianbattista Montini, que tomará el nombre de Pablo VI. Su primera Navidad sueña con pasarla en la ciudad de Belén, pero el temor de atentados, la tensión política, la susceptibilidad del gobierno de Israel lo impiden. Pablo VI irá unas semanas más tarde. El 4 de enero, la víspera de la Epifanía entra en la ciudad donde nació Jesús y se cumplirá su deseo de recorrer el camino de Cristo; de hablar de paz en una tierra donde anida el odio, la venganza… Pablo VI celebró la Misa en la gruta de la Natividad. La peregrinación la había comenzado subiendo al monte Calvario y siguió, adentrándose entre los árboles milenarios, del monte de los Olivos. Fueron tres días que hicieron historia. Durante tres días el mundo tuvo el corazón en vilo temiendo que le pasara algo al Papa, ya que el terrorismo estaba desencadenado.

«Paz a esta Tierra Santa. Paz para quienes en ella viven», dijo Pablo VI en el aeropuerto de Ammán«Shalom» dijo al despedirse del presidente Zalman Shazar. No fue una palabra elegida al azar. «Shalom», repitió al saludar a las autoridades cuando se subió en el coche que lo condujo a lo largo de esos 100 metros de carretera (tierra de nadie entre las dos Jerusalén).

«Shalom», paz, repetía mientras sus ojos grises parecían volverse más claros. Era la primera vez que el hermoso saludo hebreo se escuchaba en labios de un pontífice.

La paz será la constante del pontificado Montini, y, persiguiendo esa paz, seguirá infatigable su sucesor Juan Pablo II.

En Hiroshima, símbolo de horror y destrucción, Juan Pablo II lanzará un llamamiento a la vida, a la humanidad y al futuro:

«Señor Dios:
escucha mi voz que es la voz de las víctimas de todas las guerras y violencias.
La voz de los niños inocentes que sufrieron y sufren.
Mi voz habla en nombre de las multitudes que no quieren la guerra.
Ayúdanos a responder con amor al odio.
A la injusticia con la total entrega y dedicación a la justicia.
A la guerra… con la Paz.»

Ese grito de concordia que el Papa volvió a repetir en la ciudad de Ayacucho, en Perú. Una zona convulsionada por el terrorismo de Sendero Luminoso, esa organización que no tiene más ideología que la de matar. En Ayacucho, Juan Pablo II penetró en la realidad dramática y cruel del odio desencadenado. Aquí levantó su voz contra la violencia y la injusticia. Esa voz que muchos no quieren escuchar o prefieren olvidar.

«No podéis -dijo- continuar amenazando de muerte. ¡Basta ya! La lógica despiadada de la violencia conduce a la nada. Buscad las vías de diálogo». Y terminó implorando algo que muchos de vosotros deseáis desde lo más profundo de vuestras almas: «En nombre de Dios cambiad el camino y convertíos a la causa de la reconciliación y de la Paz».

Permitidme que hablando de fraternidad y armonía termine con el encuentro de paz único, irrepetible y maravilloso del 27 de octubre de 1986, en Asís. Ese día callaron las armas para permitir que la tierra saboreara por un día el verdadero significado de la palabra PAZ… No se disparó un solo tiro, los hombres del terror y los hombres de la guerra aceptaron la tregua.

La paz es el eje siempre, la mañana del 25 en la ciudad eterna, del mensaje de Navidad del Papa. El mensaje que precede a la bendición Urbi et Orbi. «El Príncipe de la Paz ha nacido… Unámonos todos, hombres y mujeres del mundo, de este mundo inquieto de hoy para formar una inmensa corona de corazones en torno a la gruta donde Dios se hizo hombre; que esta Navidad sea de esperanza, de amor y de concordia, porque Dios está con nosotros. Aunque el mundo no le conozca, o no le quiera conocer… ¡Él es! Aunque los suyos no le acepten o no le quieran aceptar… ¡Él viene! Aunque no haya sitio en la posada… ¡Él nace!»

Unámonos todos, hombres y mujeres del mundo. Hombres y mujeres de esta Vitoria con solera y señorío. Despierten los que todavía tienen el corazón dormido, para escuchar y no perder el canto de alegría de los ángeles… ¡¡PAZ A LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD!!

Que este augurio de esperanza nos despierte a todos, que somos -señoras y señores- los pastores de nuestro destino. Un destino que ojalá parta de Gasteiz y los vitorianos sean los constructores de la civilización del amor, y al igual que los pastores, al acercarse al pesebre se inclinaron ante el niño Dios, en los umbrales del tercer milenio… Dejadme que en Vitoria, en esta Navidad yo ponga de rodillas mi corazón.

¡Gora Gasteiz, Zorionak eta Urte Berri On

Paloma Gómez Borrero
Vitoria-Gasteiz, 21 de diciembre de 1997

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Texto del Pregón de Navidad 1992 – Asociación de Belenistas de Alicante – Dª. Pirula Arderius Casas

18 Dic 92
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En la tarde-noche de hoy, viernes 18 de diciembre de 1992, ante el numerosísimo público que llenaba el Auditorio de la CAM de Alicante, en un acto amenizado por la Coral Stella Maris, Dª. Pirula Arderius Casas, popular periodista del diario «Información» de Alicante, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.


Pirula Arderius Casas, pregonera de la Navidad 1992 en Alicante (18/12/1992)

Pirula Arderius Casas, pregonera de la Navidad 1992 en Alicante (18/12/1992)

«Justo en el espacio contiguo a la magnífica crítica que obtendría el Orfeón «Stella Maris» en su concierto correspondiente a la campaña navideña «Paz en la tierra», se recogía el paso del economista Funes Robert que vino a recordar a los alicantinos la valoración del cuarto plan de estabilización, instrumentado a través de restricciones crediticias en el interior, y dificultades en la importación a través del depósito previo junto con restricciones de gasto público. Desde Bilbao, monseñor Cirarda deploraba la violencia; Gran Bretaña inicia la primera campaña contra el tabaco y, según aseguran, el gobierno polaco congela los precios.

Era el 24 de diciembre de 1970, fecha del primer Pregón de Navidad instituido en Alicante por la Asociación de Belenistas. 1970 años antes, en un pueblecito llamado Belén y en esta misma fecha, se pregonaba la llegada de Jesucristo a la tierra. La noticia tenía como directos destinatarios a los pastorcitos y a los tres magos de Oriente, a través de los cánticos de los ángeles y del sendero que marcaba una estrella.

Hay alegría, optimismo. Cristo va a tomar cuerpo humano para ser Dios y hombre -concepto hasta entonces desconocido en la historia de la humanidad-. Los ángeles proclaman paz en la tierra a los hombres que ama el Señor: una nueva dimensión del amor, que es una postura desconocida de Dios respecto al hombre, ya que, repasando todas las mitologías greco-romanas, un Dios que ame como el nuestro es desconocido. Para aquella mentalidad significó embarcarse en la aventura espiritual de lo desconocido.

Los ángeles indican el camino que lleva a Cristo y a quien primero se presentan es a los pastores, que son las capas bajas de la sociedad. Cristo empieza a reconstruir el mundo desde los cimientos. Segunda manifestación, a los magos, la raíz con la copa de la sociedad. Los pilares para la construcción de un edificio.

Belén significa «Casa del Pan». El pan es un alimento fundamental de la sociedad y éste es el tercer fundamento, la sociedad, implicado en el nacimiento de Cristo. El pan es un mensaje, el Nuevo Testamento. Y dentro del Nuevo Testamento están unos biógrafos, que son los cuatro evangelistas, y un hombre que reflexiona en profundidad sobre el mensaje de Cristo, siempre guiado por la inspiración divina, que es San Pablo.

Cristo empezó a valorar al pueblo. Cristo preparó directores de la sociedad, la élite de los magos. Un pueblo sin el pan de las ideas va a la deriva.

Expuestas estas consideraciones, vuelvo a tomar el hilo del pregón como, de alguna forma, crónica periodística y, a través de su técnica intentar aproximarme al relato que un cronista de la época realizaría sobre el gran acontecimiento del nacimiento del Hijo de Dios.

Un cronista de la época debía saber que «Mesías» es la transcripción de una palabra hebrea que significa «ungido» y denotó originalmente a alguien santo, a un rey o sacerdote, a una de esas personas que mantenían la relación con Dios. Al cronista le habrían relatado que, cuando los hebreos perdieron por primera vez su independencia con la Cautividad de Babilonia, centraron todas sus esperanzas en un futuro mejor y dieron así al ideal mesiánico un contenido concreto, en cuanto esperaron el advenimiento del Reino de David y la llegada de una era de prosperidad y poder.

Un analista hubiera podido adivinar que, en la base de las esperanzas del pueblo judío estaban el orgullo nacional y el odio al extraño y que la idea mesiánica no era solamente política: era también una expresión de «hambre y sed de justicia» y suponía el cumplimiento del pacto santificado entre Dios e Israel.

De las voces del pueblo, el columnista hubiera podido constatar que el Mesías que esperaban debía ser algo más que un hombre. Tenía que llevar a una realización plena el imperio de la Ley sobre la Tierra, restaurar el poder de los hebreos y someter a los gentiles, porque los gentiles, como eran paganos, no creían en el verdadero Dios ni practicaban la justicia.

Resulta prácticamente imposible escribir una vida de Jesús que se ajuste a nociones modernas de historia. Pocas cosas pueden establecerse sobre él, ya que los primeros escritores que se dedicaron a dar cuenta de sus actos y comportamiento, no tenían intereses que fueran estrictamente históricos, en el moderno sentido de la palabra. Trataron simplemente de reunir los dichos del que era su Maestro y aquellos episodios de su vida que más contribuyeran a la prueba que estaban ofreciendo de la naturaleza y la finalidad de su misión, centrándose en ciertos temas principales y siguiendo las convenciones literarias de la época.

Podemos sentirnos satisfechos, pues si obtenemos una suficiente aproximación acerca de las fechas de su nacimiento y su muerte y acerca del comienzo y la duración de su predicación.

De variada índole debieron ser los colores de aquella información, sobre el niño-Dios nacido en Belén, preferentemente de carácter oral. Para unos, el punto esencial fue el anuncio de que era hijo de Dios. Otros hablarían de Jesús en relación a la salvación del alma humana individual. Habría quien pondría el acento en el predicador convencido de que el fin del mundo se acercaba y, por supuesto, habría que contar también con los que valoraron el mensaje de Jesús simplemente en función de los problemas políticos de la época, viendo en él la defensa de los derechos de las clases inferiores o un manifiesto de la guerra de clases.

Pirula Arderius Casas dando lectura al Pregón de la Navidad 1992 en Alicante (18/12/1992)

Pirula Arderius Casas dando lectura al Pregón de la Navidad 1992 en Alicante (18/12/1992)

Pocos podían adivinar aquel 24 de diciembre que, aquel niño que estaba recostado en el pesebre, años más tarde hablaría de algo nuevo, de la relación entre Dios y el hombre, definición obtenida por medio de la revelación de un majestuoso plan de la mente divina, comprensivo de la creación, la redención, la salvación y la gloria final.

Las noticias sobre Jesucristo se transmitieron originalmente por un sistema de enseñanza oral, llevada a cabo según reglas definidas y utilizadas por los predicadores cristianos para anunciar sus buenas nuevas a los oyentes de diferentes razas y clases. Llegó el momento, sin embargo, en que quisieron poner estos testimonios por escrito y consiguientemente prepararon una serie de breves libros, siempre con el propósito de difundir el evangelio y de narrar las palabras y los hechos de Jesús, a fin de mostrar quién era.

Sólo más adelante se elaboró este material y se le dio forma, mediante la composición de los evangelios según hoy los poseemos. Esta composición se ajustó a ciertas reglas estructurales de literatura, es decir, a las formas empleadas por los escritos rabínicos del período. Podemos advertir esto mediante comparaciones con escritos judíos contemporáneos y posteriores, con lo cual se explica cómo nuestros evangelistas trabajaron.

Ninguno de ellos se lanzó a componer una historia de Jesús, es decir, una biografía completa con una ordenada cronología. Cada uno de ellos quiso presentar los hechos desde su propio punto de vista y subrayar las cosas que más pudieran interesar a una determinada clase de lector. Hicieron esto adaptándose a la mentalidad y el lenguaje de sus públicos. Nunca los recelos de la crítica moderna sobre su modo de composición menoscabarán el valor documental de los evangelios como fuentes, ya que se ajustan perfectamente a las circunstancias geográficas y sociales de su relato y guardan una perfecta armonía con los métodos de razonamiento y exposición prevalecientes en la época.

En cualquier caso los evangelios son una versión abreviada de lo que Jesús hizo y dijo y de los recuerdos que de él se tenía en las mentes de las primeras comunidades.

Lo que se puso por escrito fue lo que más impresionó a los contemporáneos, los puntos salientes y las frases más vigorosas, pues es inconcebible que las breves páginas de los evangelistas contengan cuanto fue expresado por Jesucristo, que habló todos los días durante más de un año.

La enseñanza oral que fue el punto de partida del testimonio sobre Jesús debió ser llevada originalmente a cabo en arameo. Pronto fue traducida al griego, que era el lenguaje más ampliamente utilizado en todo el mundo mediterráneo.

En un intento de aproximación a los primeros biógrafos de Jesucristo, quienes imprimieron un sello acentuadamente personal a su obra, podríamos decir que Marcos es el más informe y su evangelio consiste en secciones separadas que han sido unidas sin precisas conexiones lógicas o cronológicas, pero incluye numerosos detalles de mucho colorido y subraya la humanidad de Jesús.

En Mateo, en cambio, llama la atención el carácter didáctico: agrupa las enseñanzas de Jesús en varias series de parábolas y en discursos dedicados a un mismo tema y está todavía íntimamente ligado al ambiente judío. Y por último, tras el cuarto texto atribuido al apóstol Juan, tenemos a Lucas, un verdadero escritor, elegante y culto, que ordena su material con preocupación por el estilo literario, además, como se dirige a los gentiles, nunca se olvida de recalcar las cosas que especialmente podían interesarles.

Lucas realizó una magnífica crónica del nacimiento de Jesús: aconteció, pues, en los días aquellos que salió un edicto de César Augusto para que se empadronase todo el mundo. Este empadronamiento primero tuvo lugar siendo Cirino gobernador de Siria. E iban todos a empadronarse, cada uno en su ciudad. José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y de la familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Estando allí se cumplieron los días de su parto, y dio a luz un hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre por no haber sitio para ellos en el mesón.

Había en la región unos pastores que pernoctaban al raso, y de noche se turnaban velando sobre sus rebaños. Se les presentó un ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvía con su luz, quedando ellos sobrecogidos de gran temor. Díjoles el ángel: «No temáis, os traigo una buena nueva, una gran alegría que es para todo el pueblo; pues os ha nacido hoy un salvador, que es el Mesías, Señor, en la ciudad de David. Esto tendréis por señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre». Al instante se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad». Así que los ángeles se fueron al cielo, se dijeron los pastores unos a otros: «Vamos a Belén a ver a éste que el Señor nos ha anunciado». Fueron con presteza y encontraron a María, a José y al niño acostado en un pesebre, y viéndole, contaron lo que se les había dicho acerca del niño y cuantos lo oían se maravillaban de lo que les decían los pastores. María guardaba todo esto y lo meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, según se les había dicho.

Yo no quisiera terminar esta intervención sin agradecer a los miembros de la Asociación de Belenistas de Alicante la oportunidad que me han brindado para pregonar este año la Navidad. Ellos, vosotros los belenistas, sois los nuevos mitad ángel, mitad pastor, que al mundo de la imagen le están anunciando de forma gráfica el nacimiento de Cristo, lo que implica un gran magisterio de las raíces cristianas».

Pirula Arderius Casas – Alicante, 18 de diciembre de 1992