LIX Congreso Nacional Belenista (2021) – Saludos –
D. Demetrio Fernández González
Obispo de Córdoba (*)
El día 25 de diciembre de 1223, en la localidad de Greccio, se recreó el primer Belén viviente de la historia, por intuición de San Francisco de Asís. Caída la noche, un sacerdote celebró la Eucaristía, ante los frailes franciscanos y muchos campesinos de las granjas de la comarca, que habían acudido a aquel acontecimiento. Las crónicas narran que todos regresaron a sus casas colmados de alegría, una alegría indescriptible, como nunca antes la habían experimentado.
Así nace nuestra hermosa tradición de instalar belenes en nuestros templos, en nuestras casas y en otros muchos lugares, cuando se acercan las fechas de Navidad. Como nos recuerda el Papa Francisco, «la enseñanza de San Francisco de Asís ha penetrado en los corazones de los cristianos y permanece hasta nuestros días como un modo genuino de representar con sencillez la belleza de nuestra fe» (Admirabile signum, 3). Y hoy, como ayer, nuestro corazón se llena de alegría, porque en la sencillez del pesebre descubrimos el amor de Dios que se hace hombre.
Con estas líneas, quiero saludar a la Asociación de Belenistas de Córdoba y felicitarles por su trabajo, cargado de arte y dedicación, para ayudarnos a vivir mejor la Navidad. Os agradezco sinceramente vuestra labor de instalar diferentes belenes en nuestra ciudad y la iniciativa de publicar este libro conmemorativo. El Belén es «como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la Sagrada Escritura» (Admirabile signum, 1), por eso vuestra labor puede considerarse una verdadera obra de evangelización. En su reciente Carta sobre el significado y el valor del Belén, el Papa Francisco nos recuerda los valores espirituales que se esconden bajo la representación plástica del misterio del nacimiento de Jesucristo (cfr. Admirabile signum, nn. 3-9). El Belén manifiesta la ternura de Dios, que se abaja hasta nuestra pequeñez. En Jesús, el Padre nos ha dado a un hermano, que viene a buscarnos cuando estamos desorientados y perdemos el rumbo. En el Belén, todo tiene significado para nosotros. El cielo estrellado en la oscuridad representa las grandes preguntas sobre el sentido de nuestra vida, que encuentran su respuesta en el Niño Dios. A veces, la gruta de Belén aparece situada junto a ruinas de casas y palacios, que representan todo lo que en nuestra vida está corrompido y deprimido. En este escenario, Jesús es la novedad en medio de un mundo viejo y caduco.
Los ángeles y la estrella son la señal de que también nosotros estamos llamados a ponernos en camino para llegar hasta la gruta, y allí adorar al Señor. En el Belén aparece claramente la santidad en la vida ordinaria del pastor, el herrero, el panadero, los músicos, las mujeres que llevan jarras de agua y los niños que juegan. Es la santidad de hacer de manera extraordinaria lo cotidiano de todos los días. Los mendigos y la gente pobre que colocamos en nuestros belenes no desentonan en absoluto: los pobres son los privilegiados de este misterio, ya que no conocen otra abundancia que la del corazón, y, a menudo, son los más capaces para reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros.
El corazón del pesebre comienza a palpitar cuando colocamos en é1 la imagen del Niño Jesús. Dios se presenta como un niño, para ser recibido en nuestros brazos. Parece imposible, pero es así. En la debilidad y en la fragilidad esconde su poder, que todo lo crea y lo transforma.
El palacio de Herodes está al fondo, cerrado, sordo al anuncio de la alegría. Es la tristeza de los que no reciben el misterio de la Navidad con corazón abierto. Como profetizó Isaías: «El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento» (Is 1,3). Tenemos mucho que aprender del buey y el asno de nuestros belenes. Ellos nos enseñan a estar cerca de Jesús, también en esta Navidad, y a reconocerlo como Señor.
Queridos belenistas: no dejemos que nos roben la Navidad. Estas fiestas que vamos a celebrar son mucho más que el solsticio de invierno, no son un añadido más a la lotería de Navidad o a la degustación de mantecados y mazapanes. No nos quedemos en la epidermis de la Navidad, que solo nos ofrece una alegría pasajera. Vayamos a su núcleo más profundo, «vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado» (Lc 2,15). Entonces, nuestro corazón se llenará de una inmensa alegría, que nada ni nadie nos podrá quitar.
+ Demetrio Fernández González
Obispo de Córdoba
(*) Este texto fue redactado por D. Demetrio Fernández González para el Libro Oficial del LIX Congreso Nacional Belenista, aunque no ha podido acudir al Acto Inaugural del Congreso
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