Protejamos el belén
Artículo publicado en la revista ¡Aleluya! nº 15 (2020) de la Asociación Belenista de Valladolid
Dentro de las categorías de bienes protegibles, como son los bienes muebles e inmuebles de interés: artístico, histórico, arquitectónico, paleontológico, arqueológico, etnológico, científico o técnico y la riqueza documental, bibliográfica y lingüística, se encuentran también las actividades, usos, costumbres y tradiciones, que identifican un modo de ser y de sentir de grupos y personas que, por su especial significación, merecen la intervención de los poderes públicos para su preservación.
La Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), considera este tipo de elementos como “crisol de la diversidad cultural y garante del desarrollo sostenible”.
En su artículo segundo los define como:
“…los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas -junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes- que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural.
Este patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad y contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana.
A los efectos de la presente Convención, se tendrá en cuenta únicamente el patrimonio cultural inmaterial que sea compatible con los instrumentos internacionales de derechos humanos existentes y con los imperativos de respeto mutuo entre comunidades, grupos e individuos y de desarrollo sostenible.”
Las Naciones Unidas, hasta la fecha, han reconocido 549 de estas actividades como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, procedentes de 127 países. Entre ellas 19 españolas, desde el flamenco y la dieta mediterránea, pasando por el silbo gomero y el canto de la Sibila mallorquín, hasta las Fallas, las tamboradas, los “castells” o el Misterio de Elche.
A final de año, si el virus que nos asola, emboza y confina lo permite, un comité de la UNESCO decidirá nuevas incorporaciones a la lista.
En este contexto proteccionista de las más variadas expresiones humanas se pretende, desde Italia, la inclusión del “presepe” en esa selecta relación.
El primero en reivindicarlo ha sido el senador Piero Liuzzi cuando, en las Navidades de 2017, escribiera al presidente del “Senatus” del país transalpino, para abogar por esta noble causa de hacer del belén una muestra de ese acervo intangible a nivel mundial.
En su particular epístola senatorial, el exalcalde de Noci -municipio del área metropolitana de Bari, en el tacón de la península itálica-, reclamaba la acción conjunta de las instituciones del estado y de la propia sociedad italiana para lograrlo.
Junto al copyright franciscano, el político de la región de Puglia, destacaba las manifestaciones artísticas del belenismo monumental de esta región sureña italiana, en pleno rinascimento adriático, rememorando las figuras de Stefano da Putignano y de Paolo Catalano da Cassano, que inmortalizaron el nacimiento mediante esculturas en piedra calcárea policromada, como el que podemos contemplar en la Iglesia del Carmen en Grottaglie, obra del primero de ellos en el Cinquecento.
A su iniciativa se han sumado las del Comune de Greccio, de la provincia de La Campania -para la exaltación del belén napolitano- y el impulso del propio papa Francisco, con su carta apostólica sobre el significado y el valor de la representación del nacimiento de Jesús, titulada “Admirabile signum” (dada en el Santuario del Pesebre el 1 de diciembre de 2019).
Mientras llega esa declaración internacional, creo que no estaría de más impulsar la protección del belén en nuestra comunidad autónoma. La ley 12/2002, de 11 de julio, de Patrimonio Cultural de Castilla y León, también permite declarar como Bien de Interés Cultural (BIC) el patrimonio inmaterial de nuestra región, a la que sin duda alguna pertenece la tradición belenística.
Reúne todos los requisitos para ello. Es una tradición absolutamente relevante y singular que, de innegable raigambre cristiana, ha sido capaz de trascender el hecho religioso para convertirse en uso y costumbre, cuasi universal, tanto en el ámbito privado como público, con motivo de las fiestas navideñas.
Más aún, se trata de una expresión que ha superado su originaria concepción figurativa, para llegar a personificarse mediante la escenificación humana del misterio, en forma de belenes vivientes en no pocas poblaciones y en múltiples ámbitos como las escuelas, las calles y las plazas, sirviendo incluso de reclamo turístico y dinamización de la economía.
No parece que en Castilla ni en León se pueda hablar a lo largo de la historia de una industria de especial relevancia artística, asociada a la producción de los elementos propios del arte figurativo del belén, ni por la calidad de los materiales ni por el valor intrínseco de sus creaciones. Lo cierto es que no hace falta para su declaración como BIC.
Lo en verdad esencial es la actividad en sí. Su significación y arraigo social a través de los siglos. Su mixtión con la forma de exteriorizar sentimientos y celebraciones de nuestra comunidad.
Al contrario de lo sucedido en Andalucía o en el levante español tras la llegada al trono de Carlos III y, con él, “la moda” del belén napolitano, la creación de figuras y otros elementos complementarios de la representación del nacimiento del hijo de Dios en nuestras tierras, siguió siendo el propio de una alfarería tosca y asociada en gran medida al mundo rural.
En casi todos los alfares había este tipo de producción, generalmente de barro crudo, para abastecer un mercado local que demandaba, cada año, la reposición de piezas rotas o la incorporación de otras nuevas.
En nuestra provincia se tienen presentes en la memoria los de Alaejos, Portillo o Tiedra, entre otros, al igual que en diferentes lugares a lo largo y ancho de la meseta norte, como el municipio leonés de Jiménez de Jamuz, el segoviano de Coca y ciertas poblaciones de la provincia de Zamora, por citar algunos de los más significados.
Tan solo algunas familias acomodadas adquirían piezas de mayor valor para sus belenes domésticos. Una veces importadas de Italia, otras compradas en España, hechas por lo común en cerámica policromada e incluso entreveradas con tejidos y ropajes.
Hoy en día, sólo unos pocos alfares de los más de treinta que se conservan activos, mantienen creaciones belenísticas.
Pilar Tirados en Coladilla (León) es una de estas “artesanas modernas”, que hacen perdurar esta costumbre manufacturera en su taller de cerámica de la Plaza del Caño, de una forma tan simpática como renovada, cuasi naíf.
La declaración de Bien de Interés Cultural del Belén la puede promover cualquier persona física o jurídica, además de la propia administración autonómica.
Desde esta tribuna que me brinda esta noble asociación, hago un llamamiento público para promover la declaración del Belén como BIC. Corren tiempos de tentaciones iconoclastas. Momentos de paradojas y confusiones, que lo mismo invitan a retirar crucifijos de los colegios, que a vestir a los hijos de San José, de Virgen o Niño, en nombre de un laicismo excluyente difícilmente compatible con la tolerancia que predica la UNESCO y un elemental sentido de concordia.
Los bienes declarados de interés cultural gozan de la máxima protección y tutela, y su utilización está siempre subordinada a que no se pongan en peligro sus valores.
Con estas garantías, se pondría fin a las muestras de intransigencia e intolerancia de algunas minorías, que pretenden acabar con una de nuestras tradiciones más entrañables haciendo mofa del nacimiento con “descomposiciones,” que tan solo pretenden dividir a la sociedad y ridiculizar nuestras costumbres.
Sobran argumentos. ¡Protejamos el Belén!
Jesús Enríquez Tauler
Abogado y amante de Valladolid