En la tarde-noche de hoy, miércoles 23 de diciembre de 2004, ante el numeroso público que llenaba la Iglesia Parroquial de San José de Gijón, en un acto amenizado por el coro de la APA del Colegio de la Inmaculada y el Orfeón Gijonés, Dª. Beatriz (Juarros) Rico, actriz y presentadora de televisión, ha pronunciado el siguiente Pregón de Navidad.
Beatriz Rico, actriz y presentadora de televisión, pregonera de la Navidad 2004 en Gijón (23/12/2004)
«Muy buenas noches a todos los aquí presentes. Primeramente, me gustaría agradecer a los componentes de la Asociación Belenista de Gijón el haberme elegido pregonera de esta Navidad. Debo decir que es un orgullo y una satisfacción estar hoy con vosotros, en esta hermosa Iglesia de San José, y espero responder a la gran confianza que habéis depositado en mí. Sin duda, se trata de una enorme responsabilidad, y he de confesar que, al principio, cuando me hicieron llegar la invitación, sentí un poco de miedo, puesto que este es el primer pregón que tengo el honor de pronunciar. Si a todo esto añadimos el hecho de encontrarme en Gijón, en mi ciudad, en mi casa y entre mis paisanos, la responsabilidad es todavía mayor.
Dicho esto, me apetece haceros partícipes de lo que yo misma llamo “mis recuerdos de es Navidad”. Mi Navidad siempre ha estado unida a Asturias. Desde que tuve que ausentarme de la tierra que me vio nacer, por motivos profesionales, cada año he vuelto a casa. Son fechas que, para mí, carecen de sentido si no las puedo disfrutar en compañía de mi familia. Y Gijón, por supuesto, es el lugar ideal. El paso del tiempo ha propiciado que yo haya sabido apreciar el tremendo valor que encierran estas fiestas. De niña, las recuerdo impregnadas de ilusión, de magia, de luces, de belenes y, claro está, de vacaciones y regalos… En fin, esas pequeñas cosas que provocan la sonrisa de todos los niños. Cuando te haces mayor, valoras otras cosas: la oportunidad de reunirte con tus seres queridos (cuando se vive en otra ciudad, como es mi caso, este detalle adquiere muchísima importancia); de volver a respirar ese ambiente mágico que me fascinaba siendo una cría; y de sentir que, aún hoy, se mantiene intacta la esperanza de que en este complejo mundo que nos ha tocado vivir podamos, finalmente, conseguir esa utópica paz que tanto anhelamos.
Si echo la vista atrás y hago un ejercicio de nostalgia, no puedo evitar derramar alguna que otra lágrima al recordar el Gijón de mi niñez. Ese Gijón rebosante de Navidad por todos y cada uno de sus rincones. Como si se tratara de una de las películas en las que tengo el privilegio de participar gracias a mi profesión de actriz, me veo a mí misma -con unos poquitinos años menos, eso sí- paseando por las céntricas calles de esta ciudad, cogida de la mano de mi madre. El sonido de los populares villancicos me proporcionaba una felicidad inmensa. Pasear en medio del bullicio propio de estas fiestas se convertía, para mí y para muchos otros niños, en una especie de ritual que había de cumplirse a rajatabla. Es una verdadera lástima que pequeñas tradiciones como esta que acabo de rememorar hayan ido desapareciendo, en detrimento de otras actividades más comerciales y lucrativas. Suele ocurrir que olvidamos, con demasiada facilidad, las pequeñas cosas que realmente nos hacen la vida más agradable; y cuando nos damos cuenta y tratamos de recuperarlas, muchas veces es ya demasiado tarde…
Un estremecimiento de nerviosismo y felicidad invadía todo mi cuerpo cuando me detenía a contemplar los hechizantes escaparates de las jugueterías o cuando llegaba la hora de entregarle mi extensa carta al Emisario de sus Majestades los Reyes Magos de Oriente. El momento culminante llegaba en la tarde-noche del 5 de enero, viendo desfilar ante mis fascinados ojos, las carrozas que transportaban a Melchor, Gaspar y Baltasar. Casi os puedo asegurar que me hacía más ilusión presenciar el colorido y la alegría que transmite la Cabalgata de Reyes, que todos los regalos que, a la mañana siguiente, aparecían por arte de magia en mi casa. Indudablemente, esa mañana de Reyes me volvía loca de nervios y entusiasmo. Idéntico entusiasmo es el que hoy en día siento contemplando la felicidad que experimenta mi hijo en estas fechas. En su carita me veo yo misma reflejada, lo cual me produce la sensación de retroceder en el tiempo…
En fin, imagino que todo esto que os estoy contando os resultará tremendamente familiar. Durante estas fiestas, la gran mayoría de vosotros habréis experimentado, en algún momento, estas sensaciones que describo. Estando en compañía de nuestros hijos pequeños y nietos, o de los hijos y nietos de nuestros parientes o amigos, es imposible no sacar a relucir esa alma de niño que todos llevamos dentro. Y qué gratificante resulta, ¿verdad? Deberíamos practicarlo más a menudo, no solamente en Navidad. Sé que todos y cada uno de los aquí presentes comenzamos el nuevo año cargados de buenos propósitos, que luego van perdiéndose en el camino. ¡Qué pena!
¿Y qué puedo deciros de los belenes? De pequeña, en mi casa, siempre hubo un belén. He de reconocer que mi familia y yo no éramos especialmente habilidosos en la tarea, pero compensábamos cualquier carencia con una dosis desbordante de ilusión y empeño. Gracias a este derroche de ánimo que poníamos en el asunto, colocábamos el portal, los pastores, los Reyes y todas las restantes figuritas de que disponíamos. De las finas arenas de nuestra playina de San Lorenzo recogíamos las cantidades convenientes para poder construir los montes, caminos y demás irregularidades del terreno. Si nos apetecía que nevara un poquito, nada mejor que espolvorear unos puñados de harina sobre el paisaje.
A la playa también acudíamos muchas veces en busca de piedras con las que bordear las orillas del río, siendo este la auténtica “estrella” del montaje. Un río fabricado con papel de plata, claro está, ya que no disponíamos ni de los medios ni de la habilidad necesarios para hacerlo con agua corriente.
¿Y qué era lo que sucedía con la vegetación?, os estaréis tal vez preguntando muchos de vosotros. Porque, efectivamente, un Nacimiento sin vegetación resulta un tanto incompleto. Pues bien, además de comprar cada año alguna palmera o diversos arbolitos de adorno, nos gustaba culminar la obra con auténtico musgo, que procurábamos coger donde buenamente podíamos, lo cual no siempre era sencillo de lograr.
Ya os digo que se trataba de un belén muy rústico y humilde, pero para mí era el mejor belén del mundo. ¡Pobre de aquel que osara meter sus “zarpas” en el Nacimiento! El espacio que ocupaba la construcción entera venía a ser como una especie de territorio sagrado, que todos debíamos respetar escrupulosamente.
En definitiva, lo que pretendo haceros ver, mediante esta pequeña historia, es que no se necesita disponer de grandes recursos ni de mucho dinero para llevar a buen puerto el montaje de un belén. Yo creo que la verdadera riqueza no reside en los medios que utilicemos, sino que está en las ganas que le echemos.
Es por ello que admiro a la gente con vocación y habilidad, como las personas que integran la Asociación Belenista de Gijón. Realmente ha sido una sorpresa para mí el conocer a esta Asociación. Debo reconocer que me ha impresionado toda la labor que estos belenistas desempeñan. Además, he aprendido muchísimas cosas que desconocía por completo, relacionadas con el mundo del belén. Me han contado que existen asociaciones de belenistas en toda España, e incluso en el extranjero; y que las de nuestro país forman la denominada Federación Española de Belenistas. He podido saber que estas agrupaciones organizan cada año un Congreso Nacional Belenista, donde se reúnen para compartir métodos y técnicas en la construcción de belenes. Allí mismo instalan mercadillos, en los que se pueden encontrar toda clase de utensilios y accesorios para el Nacimiento. Los artesanos, por su parte, presentan en sociedad sus nuevas figuras y creaciones. Se imparten charlas, conferencias y un montón de actividades que culminan con la entrega del prestigioso “Trofeo Federación” a aquellos belenistas más destacados. Este galardón supone la más alta distinción a la que un artista del belén puede aspirar.
También me han enseñado a diferenciar los diversos tipos de belenes que hay. Si la memoria no me falla, están los Nacimientos regionalistas, que son aquellos que utilizan figuras vestidas con trajes típicos regionales, colocadas en escenas tradicionales propias de cada región del país. Luego tenemos los belenes costumbristas o populares, donde se mezclan toda clase de escenas adaptadas a las formas y paisajes de cada zona o lugar en el que se vive. Para que nos entendamos, estos Nacimientos son los que todos nosotros montamos en casa desde siempre. Y, por último, existen los belenes de estilo hebreo, en los cuales las figuras aparecen ataviadas con las antiguas vestimentas hebreas, mientras que las escenas y construcciones son las típicas de la tierra de Palestina.
Bien, llegados a este punto, creo que he sido una alumna aplicada y que he aprendido correctamente la lección. Mis amigos y profesores belenistas tienen la última palabra. No obstante, yo estoy deseosa de que me enseñen muchas más cosas acerca de este fascinante arte. Por ellos he descubierto que existe un gran número de escultores y artesanos de notable prestigio, los cuales realizan verdaderas obras de arte y trabajan en distintas escuelas, como la madrileña, la catalana, la murciana, la andaluza, y un largo etcétera.
En definitiva, me he dado cuenta de que el belenismo es un mundo apasionante que, poco a poco, iré conociendo en mayor profundidad.
Desde luego, las personas que forman la Asociación Belenista de Gijón desarrollan su trabajo con pasión. Tener una pasión significa sentirse vivo, ilusionado, esperanzado…
Esta Navidad, en mi casa, con toda la ilusión de mi hijo, hemos colocado dos portalinos, chiquitinos, pero hechos con gran cariño. Y es por eso por lo que nos fascina salir y pasear, buscar, ver en las calles de Gijón todos esos belenes que son pequeños sueños en miniatura. En cierto modo, construir belenes nos permite soñar y convertirnos en otras tantas de esas figuritas que se encaminan al Portal para adorar al Niño. Y es que un belén es algo más que una simple maqueta. Es el tiempo convertido en sueño abriendo la ventana a nuestro corazón.
Para todos aquellos que, como yo, consideran que la Navidad es algo más que un rutilante anuncio de televisión o una conocida marca comercial, es sumamente importante el hecho de que estas asociaciones de belenistas continúen su entrañable labor durante muchos, muchos años. Que en todas las familias cada miembro aporte, a su manera, su voz y entusiasmo, que sirvan de apoyo a la pervivencia de este bello arte. Lo más destacable que debemos tener en cuenta a la hora de armar un belén es el amor y la imaginación que pongamos en nuestra tarea.
Esta humilde pregonera espera que la gente no se proponga ser feliz únicamente en Navidad y que, por el contrario, la Navidad constituya el hermoso preludio de una vida pacífica, armoniosa y esperanzadora para todos. Ojalá lleguemos a ver esa Navidad en la que todos los hombres sean amigos y la bondad se pueda transmitir de mano en mano, aliada con la alegría.
Pese a todo, no cabe duda de que, a lo largo de estos días, hay buenos motivos para sentirse felices. El corazón reparte alegrías y trae un poco de magia a nuestras vidas. Os deseo a todos una muy feliz Navidad, en la forma y estilo que queráis vivirla. Y sólo os pido una cosa: que siempre conservéis el espíritu de ese niño que durante un tiempo fuisteis, y mantengáis intacta la ilusión por las cosas, que a todos nos acompaña en la infancia.
Muchas gracias y buenas noches.»
Beatriz (Juarros) Rico – Gijón, 23 de diciembre de 2004